TEBEOSFERA \ ARTÍCULO ESPECIAL  

MORTADELO Y FILEMÓN. LA CINÉTICA DEL GAG

Copyright Francisco Ibáñez

[Portada de uno de los libros compilatorios de aventuras de Mortadelo y Filemón pertenecientes a la colección Olé! Imagen: © 2003 Francisco Ibáñez]

 


El estreno de la película La gran aventura de Mortadelo y Filemón el día 7 de febrero de 2003 en 325 salas de nuestro país simultáneamente supone todo un acontecimiento para el mundo de la historieta en España. Son los personajes más conocidos de nuestros tebeos, los más internacionales de nuestra historieta (se publican en 12 países), los más queridos (se han estimado 150 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, correspondiendo la tercera parte de esas ventas solamente a Alemania; en España las tiradas no bajan de 5000 ejemplares, y a veces alcanzan los 30.000), y también de los más veteranos: nacieron el 20 de enero de 1958, o sea que hace tres semanas celebraron su cuadragésimo quinto cumpleaños.

Con su aspecto a caballo de dos épocas, la decimonónica y conservadora de Mortadelo, al lado de la desenfadada y pop de Filemón, han traspasado la viñeta para ofertarse en todos los formatos: libros ilustrados, álbumes de cromos, juguetes, billetes, sellos, envoltorios, videojuegos, dibujos animados, tebeos... Ahora llegan a la gran pantalla, y hemos de congratularnos de que haya sido Javier “El milagro de P. Tinto” Fesser quien transponga a los personajes de un medio a otro, dada la evidente dificultad que entraña llevar a las tres dimensiones a estos personajes de dos, que a veces parecen moverse en un mundo de cuatro (si tenemos por dimensiones el tiempo desarticulado y el absurdo omnipresente). Ayudan, claro, los 260 efectos especiales y los siete millones de euros de presupuesto, pero era imprescindible también la presencia de un apasionado de los tebeos protagonizados por los alocados agentes de la TIA, la participación de un director que comprendiese su humor y, también, la faceta mítica que los personajes tienen dentro de la cultura popular española. Esto último ha querido demostrar Fesser, a mi parecer, con el cartel de película, que constituye homenaje al álbum en cartoné clásico de Mortadelo y Filemón, con sus lomos restaurados, con su especial color, y olor...

Recordemos que un tebeo es un objeto. Ergo, fetiche. Pasto de mitómanos. Poblador electo para la estantería del coleccionista. Síntoma del enfermo, diagnóstico del obseso, motor de ilusión para muchos... Los tebeos, que son el producto de un proceso industrial dirigido a divertir a los jóvenes, principalmente, se benefician de su calidad de objeto por razón de que deben atraer sobre sí la avidez consumidora de un público. De ahí que los tebeos porten títulos acrósticos, mascotas adorables, colores chillones en sus cubiertas; de ahí que los tebeos apaisados de aventuras y los comic books lleven en su portada el momento climático de la aventura que, en el interior, se ofrecía en mezquino blanco y negro. Para el caso de los personajes que nos ocupan, durante los años setenta saltaron de las páginas de Pulgarcito y otras cabeceras hacia sus propias publicaciones: Mortadelo, Súper Mortadelo, Mortadelo Especial, Mortadelo Extra, Mortadelo Gigante, llegando a coincidir a la vez en la segunda mitad de la década de los años setenta cinco tebeos distintos con Mortadelo en el titular. En los años ochenta ocurrió el declive de Bruguera como editorial y tan sólo sobrevivió una segunda etapa de la revista Mortadelo hasta que Ediciones B se hico cargo del fondo editorial de Bruguera para volver a sostener tres títulos en el mercado hasta mediados de los años noventa. Hoy, siguen apareciendo periódicamente rediciones, más una revista con formato álbum y los libros de cómics en cartoné (luego, en rústica) con que Francisco Ibáñez nos sorprende cada año, inasequible al agotamiento creativo.Portada de álbum recopilatorio de portadas

De los tebeos / objeto yo destacaría preferentemente dos como epítome de la calidad de las historietas protagonizadas por estos locos agentes y también como modelo editorial que ha logrado trascender a la categoría de mito: la revista primera Mortadelo (1970-1983; 365 números) y los libros de cómics de Mortadelo y Filemón (casi 200 hoy). El primero de los mencionados, fue ejemplo de la buena marcha económica de una Editorial Bruguera diversificadísima a la vez que de la mala marcha creativa de una Editorial Bruguera amiga del refrito constante, del cojo, corto, pego y pongo y no pago. Mortadelo, desde noviembre de 1970 se exhibía en el quiosco con una portada característica en cuyo logotipo, en la primera "o" de Mortadelo, mostraba a este personaje con un disfraz diferente, y en la misma portada se desarrollaba una historieta de escasas viñetas. Fueron recuperadas, entre 1990 y 1992, 430 de estas portadas en los álbumes Las mejores portadas de Francisco Ibáñez (Ediciones B: Olé, 362, M.159, Barcelona), 2º L.P. (locas portadas) de Francisco Ibáñez (363, M.160), Más portadas rechifladas de Francisco Ibáñez (383, M.197), ¡A la rica portadita, para el nene y la abuelita! (384, M.198), Para gozarla no hay nada como una portada de Francisco Ibáñez (385, M.199), Las juergas desmadejadas con burbujas y portadas de Francisco Ibáñez (399, M.262) y Más portadas sandungueras con las charangas salseras de Francisco Ibáñez (400, M.263). Aquellas cubiertas convertían en fetiche al tebeo. Lo hacían deseable, admirable, devorable. Ibáñez se permitió experimentar durante la década de los años setenta con su narrativa allí, agilizándola más si cabe. Ibáñez estragaba la estructura de la página, domeñaba las viñetas huyendo de las rectangulares, presionaba su lápiz y lograba un dibujo más espectacular que el de sus páginas interiores (jugando con la necesidad de que, por portada, aquello tenía que ser más resultón), y estiraba los pedúnculos de los bocadillos, los doblaba hasta el punto de que se convertían en un personaje más, y conducía la mirada del lector de viñeta en viñeta con diligencia agotadora. Ibáñez mezclaba impacto con gag y con narración en una misma plataforma, siendo esa una de las razones que le han convertido en uno de los más grandes creadores de nuestra historieta.

Todos coincidimos en señalar que son las “aventuras largas” han sido las que realmente han hecho popular a Ibáñez y a sus personajes, por ser un modelo narrativo y un formato cómodos, a imagen y semejanza de los que triunfaban en otros mercados europeos y que en nuestro país devino marca editorial y modelo de publicación de humor juvenil. Escoger una de esas aventuras de Mortadelo y Filemón como alícuota del resto de la producción de Ibáñez es difícil, porque la obra de este hombre es vastísima por su calidad de rutinaria dentro de lo genial, de homóloga dentro de lo gráfico, de homónima dentro de lo narrativo, de homótona dentro del episodio industrial a que se ve sometida la columna vertebral de Ibáñez desde los años cincuenta. Su saga de Mortadelo y Filemón ha de contemplarse, por consiguiente, como un todo que ha evolucionado en singladuras frente a la mesa de dibujo, día tras día, hora tras hora, de sol a sol. Ibáñez ha sido el labriego de la industria del entretenimiento. Típico final de una aventura de Mortadelo y Filemón. Clic para ampliar

De ahí que extraer del conjunto de su obra un ejemplo de originalidad sea un ejercicio de azar: coja cualquiera. No coja el del Sulfato ni el del Toro, no, que son calcos de Franquin, no coja las aventurillas de una página (cuando Mortadelo y Filemón tenían una Agencia de Información) y que todas terminaban en un gag en el que concursaban significado y significante, el equívoco. Más tarde, cuando lo de la TIA., el autor se cebaba en el absurdo. Luego, narra una secuencia de absurdos, de tropezones. Finalmente, supera la clímax del absurdo con la incursión del gag oculto, disimulado, soslayado: la lagartija tras el cuadro, el serrucho olvidado sobre el calefactor, el gusano fumando... y que no deja de ser una forma de agotar el vacío de la viñeta, antes con telarañas en las esquina o con cuadros de líneas verticales. Ibáñez, superado por su propia producción y su propio éxito, incorpora el gag sencillo y fugaz, casi recatado, de 13 Rue del Percebe (quizá la mejor obra de su vida, aunque no afirmo con ello que la idea fuera realmente suya) a sus álbumes de Mortadelo.

Para comentar las bondades de Ibáñez en esta ocasión se escoge La Estatua de la Libertad, obra de 1984 (Bruguera, col. Olé, 290) que es modelo de una producción característica de la labor de su autor durante los últimos 20 años, una línea de trabajo con la que ha obtenido el aplauso común y con la que no comulga la palabra "cambio". No importa el planteamiento argumental; ¿qué más da? Ibáñez, en el interior de cuya calva todo son aciertos inteligentes, es capaz de sacarle punta a una bola de billar: introducción pseudohistórica, dos páginas; en las dos siguientes, Mortadelo y Filemón sufriendo el mal estado de las entradas secretas a la TIA o bien padeciendo / infligiendo burradas mil a Ofelia / Súper / Bacterio. El planteamiento de la misión es lo siguiente, y a buscar el primer indicio para agotar las ocho páginas que suele tener el primer bloque de la historieta (antes, recordemos, cuando se implantó la continuidad de sus desaguisados seriados en Pulgarcito, eran cuatro páginas por bloque). Luego hay que completar otros dos bloques de ocho páginas y varios de seis, en los cuales se inicia cada paso de la investigación con un suceso similar, se entra en sazón aglutinando pistas, pesquisas, despistes, meteduras de pata, con el asunto por resolver, y con alguien siempre corriendo delante de alguien. Esto cambia en el final de la historieta, en el que el asunto se solventa, mayormente por sí solo, pero también corren unos tras otros, inexcusablemente.

¿Qué hace, pues, tan satisfactorio leer una y otra vez la misma historia con el mismo esquema organizativo y narrativo? Eso mismo, la familiaridad. La creación de un espacio cognitivo asimilado cómodamente por nuestro cerebro que asocia laxitud, beatitud, diversión, alborozo y algazara general con el culebrón en viñetas más divertido de la historia. Es satisfactorio, por supuesto. Por su autor, un señor calvo y con gafas que mantiene colas de tres horas y media en todos los festivales de cómic. Un señor, Ibáñez, que pese a su particular galera (su estudio en Barcelona, y su mesa es su remo), exhibe una inagotable socarronería. Viñetas de "La Estatua de la Libertad". Clic para ampliarEs su línea, curva y densa, su cinética en la viñeta (siempre, siempre, hay movimiento en sus viñetas), es su dominio de la gestualidad, es su capacidad de mostrar iconos (cualquier niño ve un ladrillo, un pimiento o un pez donde Ibáñez dibuja un ladrillo, un pimiento o un pez), es la constante angulación que se da en el espacio de la viñeta, es su trepidante montaje... Se podría decir que Ibáñez inventó la historieta con steady-cam.

En La Estatua de la Libertad, además, acierta con la caricatura, acierta con la maleabilidad de los prejuicios, acierta y agota los tópicos (nunca he dejado de reírme cuando Filemón descubre que donde comienza Harlem comienza el peligro), acierta con Ofelia, un personaje con el que nos costó familiarizarnos. Acierta. Una y mil veces. Ibáñez siempre acierta. Con un producto similar, con un estilo que no cambia, con un sentido del humor incombustible. Es el conservadurismo convertido en triunfo. Pero es, sobre todo, el producto de un trabajo que agota todas las posibilidades de esta profesión tan dolorosa, la historieta. Y algunos historietistas, como Ibáñez, son los moldes con los que se deberían hacer las estatuas para los parques.


 [ © 2003 Manuel Barrero. Este texto consiste en una remodelación de dos reseñas publicadas en 1999 en el fanzine cartagenero Pasaba por Aquí, revisadas y ampliadas para su edición en Tebeosfera 030131 con fecha 7-II-2003 ]