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GERRY CONWAY. ARTESANÍA NARRATIVA   [ parte dos ]

Texto de Félix Velasco.

 

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[ Página inicial del primer capítulo de Cinder & Ashe en su edición española. La edición original de esta obra data de mayo de 1988. El dibujo es obra de José Luis García López, con color de Joe Orlando © DC Comics. ]


“Su” Batman : entre el de Adams y el de Miller.

Tras su particular década prodigiosa, nuestro narrador, dotado de una envidiable madurez, decide probar con la competencia. Al filo de los 80 se hace cargo de las aventuras del personaje más sugestivo de DC que, sin embargo, por aquella época, había visto tiempos mejores y todavía le quedaban algunos añitos para reverdecer laureles: el hombre-murciélago. La huella impresa por Denny O’Neil y Neal Adams todavía marcaba al señor de la noche. Así, por ejemplo, en el estilo del principal dibujante que va a narrar las historias de Conway, el artesano Don Newton, con el que se podrían establecer paralelismos con la labor desarrollada por Andru en Spider-Man, en el sentido de tratarse de dos veteranos quizá poco brillantes, pero seguramente demasiado injustamente olvidados.

Nos estamos adentrando en unos tiempos cada vez más sombríos, finales de los setenta y principios de los ochenta, y posiblemente tal circunstancia se refleje en el tono que el guionista de Queens quiere conferir a la serie. Aunque no van a dejar de hacerse incursiones en lo fantástico, el centro de gravedad de la colección va a girar en torno a la corrupción y al manejo de títeres políticos desde la sombra. El “malo” de la película no es un supervillano ni un estrambótico demente, sino un hombre de negocios que controla los resortes de la vida pública de Gotham, interviniendo en la designación de alcaldes, concejales y comisarios...

Usa para ello diversos métodos: materiales (campañas de propaganda), personales (a veces tipos con superpoderes) y financieros (dinero a espuertas). Se trata del “boss” Rupert Thorne, cuya actividad no sólo se erige en el hilo conductor de la actividad justiciera del hombre-murciélago sino que va a afectar a la mayoría de subtramas que se desarrollan durante esta etapa. Efectivamente, los secundarios de Batman van a verse inevitablemente inmersos en estos hechos. Si el comisario Gordon, por ejemplo, en su condición de tal, depende de la autoridad gubernativa local, no es casual que sea relevado de su cargo, y lo que es peor, que eso le conduzca a un estado semidepresivo que va a dotar de gran realismo al tono de la serie. Su esfera pública repercute en la privada, en sus relaciones con su hija Bárbara y en su, por supuesto, secreta colaboración con Batman. Otra persona allegada al hombre-murciélago atrapada por la espiral de acontecimientos que se desarrollan es su novia de la época, Vicki Vale, en su calidad de reportera. Pero incluso los personajes que no se ven afectados directamente por estos hechos, protagonizan a su vez tramas que les sumen en un estado de cierta alineación, como le sucede a Robin. Tan sólo el flemático Alfred, el mayordomo, aparece tan imperturbable como siempre, aunque, en realidad jugará un papel de cierta importancia en la resolución de un caso que llevará al hombre-murciélago al borde de la locura, como ahora veremos.

Una última nota caracteriza a estos números: la consideración de Batman como un forajido, un hombre que actúa al margen de la ley, corriente sostenida por los nuevos hombres en el poder local, las marionetas de Thorne, pero que, al menos, invita a la reflexión del lector acerca del extraño status de Batman en la lucha contra el crimen.

Como hemos referido líneas arriba, el fantastique nunca se aleja del todo del mundo del señor de la noche y así, coincidiendo con la presencia de uno de los pesos pesados de la industria, Gene Colan, vamos a asistir al conjunto de aventuras de mayor interés artístico de la etapa Conway. El dibujante de The Tomb of Dracula se encuentra como pez en el agua en el episodio en que Batman y compañía vuelven a la Batcueva, “Regreso a Wayne Mansion”, puesto que allí toparán con un inquilino inesperado: Man-bat, que ha ocupado el lugar durante su ausencia. La alucinante persecución de éste por las insondables galerías de la inmensa caverna recibe el adecuado tratamiento gráfico mediante el atmosférico dibujo de un Colan que, en nuestra opinión, realiza el mejor trabajo de su carrera junto con su aclamado Drácula. ¿Y quién mejor para ilustrar la saga del monje, aventura en varios episodios en la que Batman va a sufrir su más temida transfiguración? La subtrama iniciada por Robin se complica hasta alcanzar a todos los residentes de Wayne Manor. Seducido por una esquiva chica que resulta ser la vampírica hermana del monje, monstruoso ser surgido del pasado, el ayudante de Batman se ve atrapado en una madeja a la que, involuntariamente, conducirá a su jefe, cuyo clímax alcanzará en la memorable secuencia en que el hombre-murciélago, tras una confusa noche en la mansión de los siniestros hermanos, contemple su imagen reflejada en el espejo y no pueda reprimir un grito de terror ante el par de colmillos que delatan su conversión en vampiro. La lucha del protagonista por escapar de este impío destino cuenta con una realización gráfica vibrante en la que los lápices de Colan se ven realzados por, posiblemente, los dos mejores entintadores filipinos de la legión de artistas de las islas: Alfredo Alcalá y especialmente, Tony de Zúñiga.

Por supuesto, el hombre-murciélago regresará a su estado natural, pero este interesante precedente del Lluvia Roja, de Doug Moench y Kelley Jones, merecía ser rescatado del olvido.

Estos ingredientes y otro como el que ahora vamos a comentar, definen un trabajo que, estilísticamente, muestra una cierta consonancia con su mentor Roy Thomas: la utilización de cartuchos de texto descriptivos, pero nunca redundantes, en un registro sombrío adecuado a la narración, es uno de los recursos usados por un Conway que, por supuesto, no se olvida de los clásicos villanos de la serie: Dos Caras, Joker... protagonizan episodios autoconclusivos que enganchan al lector con la habilidad de siempre. El dedicado al payaso del crimen contará con los lápices de José Luis García López, el gallego emigrado a Argentina y residente en Estados Unidos, con quien el guionista formará un tándem perfecto en Zinder & Ashe.

Su obra más personal: Cinder y Ashe.

Ella es Cinder. Él es Ashe. Con este juego de palabras cuyo significado tiene que ver con el fuego, Conway cambia de registro para introducirnos en la cálida Louisiana, teatro de operaciones de esta singular pareja de ¿detectives? marcados por fantasmas del pasado procedentes de otro caluroso lugar, Vietnam. Con semejantes ingredientes, la historia no puede ser más que realista, acerca de la vileza humana, con político de por medio, pero también acerca de los sentimientos y la inocencia perdida.

Tales contenidos necesitan una narrativa a su altura y he aquí que nuestro hombre se ciñe a la historia con un lenguaje más metafórico. Los cartuchos de texto complementan la imagen y crean un contrapunto dinámico que nos conduce por la narración. Generalmente incluyen los pensamientos de los protagonistas mientras corren, pelean o acechan a su enemigo, con lo cual se crea un binomio acción-reflexión en la misma viñeta, los diálogos son ágiles y ajustados y hay un recurso gráfico que puntúa toda la historieta: la disposición de dos viñetas que muestran al personaje en acción similar, pero en distinto escenario: Vietnam-Louisiana, generalmente, y que sirven para unir el presente con el pasado en la mente de los protagonistas en los momentos de máxima tensión, física y emocional. Ese fantasma del pasado aludido anteriormente es el que está detrás de estos recuerdos y el peligro al que ahora se enfrentan: un matón yanqui que se dedicó a sacar tajada de la guerra y al que creían muerto por el disparo del M-16 con el que el soldado Ashe sacó a Cinder, la ladrona vietnamita, de sus garras. 

Seguramente tampoco es ajeno a este storytelling el impacto causado por Miller y Moore a mediados de la década. Nos encontramos en 1988 y la narrativa clásica de Conway se ha modernizado, como también le ocurre al elegante dibujo de García López, cuyo grafismo a lo Raymond deviene actual y efectivo. Posiblemente la mayor sintonía con esa forma de narrar la encontremos en otro recurso que actúa como leit motiv de la historieta, pero esta vez de carácter textual: la repetición de determinadas metáforas en momentos decisivos de la acción, y dispuestas en pequeños cartuchos que marcan un poético ritmo: “Soy el viento”. “El león ruge”. “Soy el viento”.

Cajón de sastre: de alienígenas, vampiros y bárbaros.        

A pesar del carácter eminentemente superheroico de las dos grandes editoriales para las que ha trabajado Conway, ello no le ha impedido tocar géneros diversos.

Acabamos de ver que una de las más felices colaboraciones de su carrera es la que tuvo con el citado García López. Anteriormente a Cinder y Ashe, ambos llevaron al papel las aventuras de un grupo de personajes siderales surgidos de un videojuego: Atari Force, en una de las primeras operaciones de este tipo. En contra de lo que tan comercial maniobra podía hacer suponer respecto a sus resultados artísticos, se trata de una de las creaciones más recordadas de la pareja. Esta space opera con evidente regusto a Star Wars acaba leyéndose con agrado, en parte merced al inteligente uso de los cartuchos de texto y a prometedoras ideas como la del multiuniverso.

En el polo opuesto de la fantasía, el guionista fue el encargado de poner en marcha la adaptación del vampiro de Bram Stoker al universo Marvel. En la unánimemente considerada realización cumbre de Gene Colan, Dracula, Conway construye unos atmosféricos textos que emulan el efecto del sombreado de Colan. Sin embargo, tras un par de números, cede el testigo a uno de sus maestros, Archie Goodwin, que será relevado por Gardner F. Fox, hasta que Marv Wolfman tome definitivamente las riendas.

Algo parecido ocurre con su aproximación a la espada y brujería. Aunque durante bastante tiempo su única relación con el cimmerio fue la realización del guión del segundo film de Conan junto con Roy Thomas, a principios de los setenta había continuado la serie que éste inició sobre el otro famoso bárbaro howardiano, Kull el conquistador, para el que Conway entregó un puñado de brillantes episodios que igualan en fuerza a los dos o tres primeros números realizados por el guionista de Conan el bárbaro.

Y como colofón a su época dorada en Marvel, en 1976 fue el hombre elegido para un magno acontecimiento comercial: el primer crossover DC-Marvel en la persona de los dos héroes más representativos de cada casa: Superman vs. Spider-Man. El resultado, sin llegar a lo colosal de su formato, es tan espectacular como era de esperar. Ross Andru se luce (seguramente uno de los mejores trabajos de su carrera) en vertiginosas secuencias de rascacielos aprovechando los generosos centímetros de la edición, en una historia narrado con nervio aunque de lo más intrascendente.

Quizá haya sido esto último, junto con el hecho de no haber sido un gran renovador del lenguaje del comic, lo que le haya impedido a Gerry Conway entrar en el olimpo de los genios del guión. Pero posiblemente no haya pretendido otra cosa que ser un buen contador de historias, sin alardes, sin complicaciones, sencillas historias... ¡casi nada!


[ © 2003 Félix Velasco, para Tebeosfera, 031019  ]