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VIÑETAS FRUSTRADAS. LA NUEVA HISTORIETA ESPAÑOLA


Artículo por Manuel Barrero

[ Cubierta de los tebeos de Fermín Solís y de Juan Berrio y amigos que se reseñan en esta página junto con varios de los lanzamientos recientes del sello bilbaíno Astiberri y otros cómics ]


Decía Hernández Cava, en El Cultural [ > ], sobre el Fermín Solís ya descollante de Los días más largos que editó Balboa, que se aproximaba a la tendencia convertida casi en género de los tranches de vie franceses (o de los cómics de slices of life estadounidenses o españoles, que también los hubo), donde lo que primaba era la temática intimista, dejando el virtuosismo gráfico en segundo plano. Hemos visto aparecer más historietas de este estilo en España, bastantes de ellas editadas por el sello vasco Astiberri, a veces adscritas equivocadamente a la corriente genérica de comic independiente o nuevo cómic underground y que no es otra cosa que una traslación tardía del cómic estadounidense o de la historieta francesa posmoderna comentada por Cava.

Lo de posmoderna viene a cuento porque, como recordaba Romero en el texto sobre Lypovetsky en esta misma edición de Tebeosfera [ > ], en la posmodernidad última asistimos a creaciones artísticas que ya no se preocupaban de recuperar una tradición (para el caso de estos cómics, costumbrista), sino que surgían de un efecto típicamente narcisista, de una sobrediferenciación individualista, por más que se recubran de sofisticado oropel. Era comprensible llegar aquí si hablamos del posmodernismo como reacción contra el modernismo, dado que el hecho de derrocar a la razón, que implica normas colectivas asumidas, comporta legitimar las acciones individuales totalmente libres que acaban por mimar las preferencias personales frente a lo demás. Decía Lypovetsky: «Perdidos los lenguajes comunes del pasado (mitos, religión, razón), ¿está condenado el individuo a no poder comunicar el contenido de sus actos, a ser eternamente incomprendido salvo por aquellas otras escasas almas perdidas que comparten su placer?»

Algo parecido está pasando con las historietas de esta índole producidas en España en régimen de endogamia, callejón sin salida genérico y sobrevaloradas a nuestro tenor. Comentamos a continuación algunas de ellas.


La posmodernidad frustrada.

Fermín Solís es el que mejor parado sale de este repaso, al menos tras la lectura de su reciente libro de historietas con aires a comedia romática clásica No te quiero, pero… (Astiberri: lecturas compulsivas). En lo que aparenta ser un referente al Buddy Bradley de Peter Bagge, Solís nos presenta a un conjunto de personajes que se desenvuelven en el tejido de lo cotidiano pero con un seductor planteamiento de partida: los caracteres están definidos y las líneas de relato se adivinan interesantes. Para lograrlo, el extremeño juega con el diálogo punzante sobre las relaciones de la pareja mediante comentarios a pie de estante de singular ironía y que entroncan con una autocrítica de esta historieta slice of life que venimos padeciendo en España en los últimos años: «¿Cómo puede venderse esto?!... Fíjate, no tiene estructura alguna, es totalmente lineal», dice uno de ellos.

No es esta ironía, este saber qué se está cocinando, lo único que hace destacar a Solís por encima de los demás creadores de historieta intimista y con flecos de autobiografía. Este tebeo, como otros del autor, al menos plantea una historia interesante, dotada de frescura, sorprendente a cada página, y que intercala otras historias paralelas y curiosas (como la del “Chico gaseosa”, aunque un poco traída por los pelos…). Solís, además, se esfuerza por estructurar algo sólido, crear vínculos y emociones, retratar aspectos de la vida actual que reflejan frustraciones pero también acciones, empresas, vivencias. Además, de cuando en cuando, salpimenta el discurso con momentos divertidos («¡¡el filete!!»), bien alternados y justos. Por ejemplo, el apunte tonto de la fijación de los chicos por unos turgentes pechos femeninos queda resuelto con simpatía mediante la viñeta tercera de la página 51, donde el “inmortal” aparece mosqueado por desatención.

Sutileza y humor. Bien combinados.

Los personajes están escasamente acartonados (Martín es el asentado; Julia, la zorrona; Marco, el perdedor; Isa, la vitalista; los padres de Isa, angustiantes y amargados, acaso resulten los más turbadores del conjunto), se juega con la temporalidad (las tres edades de Isa, algo confusas en su seguimiento, problema que Solís solventa hábilmente con la gama de grises) y hay frases célebres. «No me enfado, pero me duele que no me comprendas». El autor juega con la combinación de silencios (excelente el ensayado en la pág. 35), aunque ocasionalmente esta estrategia resulte forzada. Y encontramos algunas páginas realmente malas (como la 41), donde se evidencia que dibujar planos abiertos no es el fuerte de Solís y que está más cómodo y obtiene mejor resultados con los encuadres cerrados y en corto.

Es interesante el tratamiento de los sexos que hace Solís. Ellos no saben lo que quieren, dudan, acusan falta de carácter y madurez, mientras que ellas sí saben qué pedir a la vida y actúan en consecuencia, resolutivas, seguras. En este sentido, es Julia el personaje más fuerte, junto a Isa. Y, finalmente, hay una digresión interesante a la altura de la página 42 sobre Raymond Carver, autor fetiche de las posmodernidad literaria (más conocido por haberse llevado al cine su obra Vidas cruzadas) y que se propone como ejemplo del valor de una obra que nada narra.

A Carver, recordemos, le interesaba ante todo la perturbación de lo cotidiano, escribir sobre cosas corrientes empleando un lenguaje accesible pero consiguiendo que esos objetos adquieran gran fuerza y presencia en el relato, de modo que la cotidianidad inerte interactúe. Se ha querido ver posmodernista la literatura de este autor (también tenido por minimalista) pero quizá no se deba trasponer su filosofía literaria a las obras de historietas que han medrado a su sombra. Quizá tendríamos que revisar nuestro paquete limitado de -ismos y atender a Todorov cuando distinguía entre posmodernismo y ultramodernismo, pues estas obras realmente no implican un abandono radical de la modernidad o la renuncia a la representación de las formas concretas del mundo y su carácter sistemático. El posmodernismo no aspira a la ilusión realista, renuncia a la composición sistemática y racional y enlaza con las tradiciones pero no se somete a ellas, juega con las formas que provienen de la cultura popular sin por ello confundirse con ellas… Y en el caso de las historietas no hacen sino refocilarse en la cultura popular de la que provienen, en un ejercicio de autofagia insistente.

El freakie de la historieta de Solís denunciaba que no pasaba nada en las novelas de Carver, como en los cómics de Michel Rabagliati, Seth o Adrian Tomine. Amén de que en los tebeos de Seth sí “pasa”, estos nuevos tebeos ¿buscan la vacuidad troncal del relato en función de gozar de entidad propia? ¿Se opera un refugio en la cotidianidad en contraposición al escapismo fantástico? No lo creemos, porque en la historieta no todo es argumento. No se trata tanto de los temas elegidos como del ritmo narrativo y de la puesta en escena.

El desarrollo de este libro de Solís discurre espléndido pero se interrumpe en la página 60, y no parece que la historia continúe o siga. Desconocemos el destino de cada uno de los personajes. La pregunta que surge es, entonces, si el tebeo como objeto y su puesta en página han gustado… ¿Importa el coitus interruptus? Realmente, creemos que sí, aunque al menos en este tebeo el conjunto está bien narrado y se lee con gusto.

No ocurre igual con El vecino, tebeo de Santiago García y Pepo Pérez que ha gozado de edición lujosa (buen papel, buen color, encuadernación en cartoné) y que ha gozado de buena crítica. Acaso porque los autores también son críticos de historieta, amigos de los críticos que les han hecho las mejores reseñas posibles, y bien relacionados autores que difícilmente podrán recibir juicios negativos salvo que provengan de los nichos de la crítica levantisca que se lanza en foros de Internet con respaldo argumentativo nulo.

El vecino es a la vista un buen tebeo, bien dibujado y editado, un estupendo producto. La historia no se sale de los márgenes de la slice of life, cuyo interés reside en explorar los sentimientos cotidianos de personajes antes que en desatar la acción. Logran una aparente sensación de realidad sus autores con un relato muy retenido, transmitiendo así la verosímil atmósfera de cotidianidad mediante grupos de viñetas abundantes que endentecen el relato. Y se comprueba que Pérez, que es un buen dibujante, ha trabajado mucho el escenario por donde se mueven los personajes, en una labor de script admirable que dota de realismo las escenas de la historia. Los estilemas de Pérez son toscos pero funcionales; su color narra y es muy correcto y con él obtiene ambientes definidos. En realidad, el mejor personaje de la historia es la ciudad que Pepo dibuja, con sus luces y sus fachadas, sus obras a pie de calle, sus inmigrantes, sus esquinas… Lo mejor del tebeo son los planos generales de esta ciudad, este escenario de la comedia de la vida urbanita en el que todo queda amortiguado por su vastedad y nada ocurre en realidad.

Porque El vecino es como una historia de superhéroes pero sin superhéroes, sin acción, sólo una ración de cotidianidad. Las secuencias urdidas por García, bien montadas por Pérez, por lo común resultan forzadas dando como resultado un relato estirado. Todo se ralentiza en la historia y conduce hacia un momento álgido que nunca llega. La “aventura” podría haber sido contada en la mitad de páginas, en suma.

Además, los personajes están bien construidos pero resultan acartonados: la periodista inteligente (que deja de serlo cuando no es capaz de ver lo obvio), el hombre apocado y de baja autoestima incapaz de decir que no (pero que adquiere revistas eróticas en el único establecimiento y en la única caja donde no debería hacerlo), el tipo seguro y atractivo que oficia de superhéroe (y que no acaba de convencer), la chica de supermercado, decente y mona (que parece salida de una fotonovela). Los dos personajes centrales, los vecinos, son las caras opuestas de la misma moneda, el uno admira lo que tiene el otro y ambos se sienten excluidos (por sus complejos, por su responsabilidad y dependencia). Aparte de este contraste, que es el que da juego a esta historieta, lo demás apenas aporta nada.

De acuerdo con que se vertebran dos identidades que sufren cambios. Javier / Titán y desarrolla una adicción que le anula y le excluye. José Ramón, por su parte, observa una tímida evolución de carácter que lo hace madurar, pero es tan leve… Y a uno le asalta la pregunta, a la luz del final truncado: ¿existe la pretensión de que compremos otro álbum para ver cómo evolucionan estos dos tristes personajes? ¿Y por qué esas secuencias tan largas para narrar tan poco?

El vecino superhéroe es cutre y triste. Parte del atractivo de la obra descansa en ver cómo se desenvuelve un personaje de esta índole en la “vida real” y cómo lo vería un ciudadano medio. Una entelequia que era el eje de los cómics de DC de los sesenta y que Marvel supo renovar pero que, hoy, aburre mortalmente o al menos no parece precisar una revisión. Las ficciones superheroicas se aguantan sobre su propia estructura de suspensión de la credulidad, y como lo que se pretende aquí es socavar esa suspensión, el objetivo fracasa estrepitosamente y la historia “qué sería de un superhéroe si…” no deja de ser un what if…? lastrado por su obviedad.

Es cierto que las palabras que el guionista ha empleado resultan muy medidas, ajustadas, bien escritas. Pero el guión de García, por pulcro, resulta agobiante. Todo está encajado y todo contribuye a construir el relato falso y sin desenlace y el carácter de los secundarios resulta mecánico (véase la secuencia en el metro, la charla circunstancial de las chicas del ascensor del Cosmos). A la altura de la página 26, el tebeo se va cayendo de las manos, y más aún se precipita cuando los personajes siguen reaccionando con antinaturalidad. Se trasluce que se trata de una historia germinada en la mente de aficionados a los cómics de los setenta y primeros ochenta, imbuida por el deseo de hacer historieta posmoderna a la Seth pero que se queda en algo banal, y que apenas divertirá a un no aficionado a los superhéroes.

La aparición del antipersonaje Víctor da el tono patético al final de la obra, donde todo deja de sostenerse para entrar en un plano en el que o bien permaneces en el mundo de ficción superheroica o te plantas en el mundo cotidiano del obeso tímido e inadaptado donde los planos secuencia exagerados parecen indicar que esta última relación triangular es lo realmente relevante de la obra. Y claro, al cerrar el tebeo queda la duda de saber a quién le interesa esta reflexión sobre los sueños de adolescente friki o sobre la juventud frustrada por el aspecto físico y el carácter pazguato. ¿Tanto atractivo tiene un desapasionado encuentro entre personajes fracasados?

Paradójicamente, resulta chocante que uno de los autores implicados en El vecino emitiera el siguiente comentario sobre Blankets, otra obra que editó el mismo sello Astiberri: «Unos cuantos episodios bastante vulgares de la infancia del autor, un primer y casto amor adolescente, poco más. Las cuitas religiosas y los problemas de integración de Thompson no consiguen interesarnos, hay secuencias bochornosamente obvias y una sensiblería general que roza lo pueril.» (Rock de Lux, núm. 219). El vecino no merece tanta invectiva. El calificativo se queda en “banal”.

Otros tebeos en los que hemos creído ver insustancialidad recientemente también han sido editados por Astiberri.

Uno es el trabajo de Sergio Córdoba malas tierras, cuyo número 1 apareció en febrero de 2004. Este cómic de Córdoba, en el que también participa Santiago García, trata de historietas cercanas que discurren de universos urbanos, identificables por el público comprador (vinculado a esos espacios y vidas), que viene a pertenecer más o menos a la generación desorientada de los setenta (crecidos en los ochenta). El tebeo podría representar a cualquier da los otros tebeos posmodernos de este tipo, de entre 20 y 30 páginas, de dibujos hechos con pulso tierno e historias por lo común ligeras.

Astiberri se porta con la edición, de nuevo. Córdoba coincide con el resto de los representantes de esta modalidad de cómics en relatar la frustración, donde lo urbano es un contexto ineludible y no ha lugar a la aventura, ni siquiera a la aventura interior. No parece ser que este autor siga esta tendencia como un rechazo a la fantasía, sólo parece responder a un período pendular en nuestra historieta en el que se augura algo mejor, un esperar. Para ello nos sirve de ejemplo claro la primera historieta de este tebeo, que queda en suspenso con una floja excusa y una muy tímida promesa.

Vuelve a plantearse la cuestión ¿a quién le interesan estas historias y qué cuentan en realidad? Transmiten emociones comunes, sentimientos fugaces que acaso no se ven representados en otros medios de comunicación abundados en la artificiosidad y el todo vale en función del mercado… No hay trascendencia de ningún tipo, sólo un retrato; aparentemente una identidad. Más, si en estos cómics no se consolida un reflexión sólida sobre la pérdida de la libertad de los treintañeros en la sociedad globalizada y cruel, o no se manifiesta de manera vibrante la añoranza de una felicidad intuida en los ochenta que se quedó en invasión cultural foránea, estos cómics acaban siendo refugio de reflexiones casi por lo general anecdóticas y vacías.

Repasemos las historietas que componen este tebeo para percatarnos de ello: “Quique” es la representación de una insatisfacción. “Rocky Ericson, coño”, con guión de García, es una historieta rígida en su diagramación y montaje (el juego plano-contraplano contribuye a lo anodino aquí, que sólo sirve para observar como el guionista da rienda suelta a su pasión por la música). “Felicidad” es la obra más interesante de esta primera entrega de malas tierras, por su visión subjetiva y por un dibujo estupendo. Y retrata muy bien una juventud sin objetivos, sin ideales, y no muestra un desenlace claro, porque a la postre es la historia de una borrachera cuya resolución es el vómito.

Los desenlaces de este conjunto de historias se ordenan así: frustración, beso, adocenamiento, insatisfacción, vómito. La resultante es el vacío. En suma, trivialidad.

Algo parecido sentimos tras la lectura de Siempre la misma historia, tebeo que Astiberri le ha editado recientemente a Juan Berrio, para el cual pidió colaboración a L. Gómez, M. Hidalgo, M.B. Núñez, S. Sequeiros, F. Solís y S. Uve.

Berrio, aparentemente interesado más en los juegos con la imagen que en el desarrollo de personajes, obtiene gran favor por parte del prologuista, Entrialgo, quien habla de la serenidad en los personajes de Berrio, una dejadez vital (indeterminación) que él ve “meditada” añadiendo que si bien hay resignación en los personajes al final, éstos intentarán alcanzar sus objetivos en siguientes aventuras sin desánimo.

Pero este tebeo no es otra cosa que doce historietas cortas, donde se habla de cosas chicas y grandes de la vida, que de entrada parece otro canto a la frustración. La primera de las historias, “Ese día”, es una composición simple de dibujo pasable que nos habla de la frustración resignada. “El náufrago”, con dibujo de Manolo Hidalgo, resulta muy interesante gráficamente, pero la historia es una suerte de frustración cíclica. “El señor imbécil”, la tercera historia, consiste en una atractiva creación de un espacio paralelo (el autobús de los atracos) y una realidad otra y goza de un desenlace imprevisto y sorprendente que resulta ser lo mejor del tebeo. La cuarta, “La prueba”, con Sequeiros, muestra un grafismo extraordinario que sirve de vehículo a un contenido vacuo para insistir en la frustrada vida del conductor urbanita. En “La hora” se admite con desenfadado conformismo la llegada del fin del mundo. “Historia de C y M” también resulta muy interesante en su estructura, con viñetas nexo planeadas escrupulosamente por Berrio, aunque el final es tópico. Sin embargo, “La verdadera historia de C y M” no interesa en absoluto pese a ser de F. Solís, porque desestructura el encuentro y lo vuelve fracasado, un desencuentro.

La séptima historieta, “Un hombre”, es un ejercicio sobre la condena cíclica que carece de interés. “Miedoso”, de Sandra Uve, refleja el miedo como frustración de toda comunicación. “La cita de su vida”, novena historieta del álbum, tiene un desenlace falto de originalidad aunque lleva deliciosos dibujos de Berrio y mensajes interesantes: «(…) y encima me devora esta ciudad», en los que se había fijado Entrialgo para escribir su prólogo. La décima historieta, “Palabras”, de M.B. Núñez, que no deja de dibujar infiernos, trabaja con desarrollos francamente fascinantes para narrar otra frustración, la del intelecto, por causa de sus esperanzas vanas. Se cierra el volumen con “Qué asco morirse”, una bobada consistente en un finado que se siente frustrado porque otro le roba protagonismo.

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[ © 2004 Manuel Barrero, para Tebeosfera 041015 ]