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EL ROTO. SÁTIRA DE UNA SOCIEDAD

Artículo por José Manuel Hinojosa Torres


A Ana, por las correcciones, y por muchas cosas más. Gracias.

En tiempos como estos que corren, en los que pensamiento, cultura, valores sociales y morales de la inmensa mayoría tienden a una preocupante homogenización, y casi todas las voces que aparecen en diferentes medios de comunicación proclaman la verdad feliz de un sistema del que todos formamos parte, resulta tremendamente alentador comprobar que aún podemos encontrar voces dispares, tan excepcionales como únicas, voces que nos dan, desde la pequeña ventana del mundo por la que cada día contemplan el mundo en que habitamos, una visión singular, menos complaciente, pero mucho más realista de este planeta. Son autores que hacen del humor gráfico, de la ironía, de la sátira una forma tan personal como auténtica de ofrecer una mirada diferente a la sociedad contemporánea. Aunque los autores son numerosos, podríamos señalar entre los más destacados a Forges, Ricardo o El Roto, autor del que nos ocuparemos en los párrafos siguientes.

Se encuentra Andrés Rábago, más conocido como El Roto (también, en tiempos, como OPS) en la línea que, partiendo de los primitivos flamencos, continúa en Goya, Daumier y se quiebra en Grosz y Solana. Difícilmente catalogable, posee un humor sereno y reflexivo, serio y minucioso, de los que quintaesencian el tema hasta que el dedo penetra en la llaga con limpieza certera, diseccionando de forma implacable costumbres, convenciones, valores sociales. Fondo y forma, aspecto gráfico y palabra son parte de un todo perfecto en su obra: la sátira social. Sigue así el camino de obras como Los Caprichos de Goya, Luces de Bohemia de Valle-Inclán, los artículos periodísticos de Larra o los poemas de Quevedo, que hacen de la sátira de costumbres una forma de ver el mundo, entendiendo sátira como “composición poética u otro escrito cuyo objeto es censurar acremente o poner en ridículo a alguien o algo” (Diccionario de la Real Academia Española).

Ya en el aspecto gráfico podemos observar una voluntad de rigor, de ofrecer al lector no el previsible dibujo que se adapta monótonamente a cualquier tema, sino un dibujo que va variando y adaptándose a lo tratado. Así, cambian continuamente los encuadres, los tamaños de los personajes representados, los paisajes, la forma de representación de rostros y figuras. Aspecto de vital importancia para quien confiesa que el autor queda en el recuerdo sobre todo por este aspecto gráfico, lo cual ha de ser cuidado hasta el más mínimo detalle.

En el aspecto gráfico el tono que aparece en sus viñetas se acerca al esperpéntico, desdibujando por completo el rostro de unas criaturas que han perdido todo rasgo de individualidad; seres humanos caricaturizados, símbolos de un poder que se oculta entre las sombras, que se presenta numerosas veces de espaldas a un lector que sabe que el mal puede cambiar de rostro, ocultarse entre sombras, para así permanecer siempre; símbolos también de una masa social que sigue con absoluta conformidad las coordenadas morales y sociales impuestas por los amos de una palabra privatizada por estos que en muchos momentos parece haber perdido su valor original. Aparecen también ciudadanos bien informados, comprometidos que, lamentablemente, sólo pueden contemplar atónitos, con estupor o con indignación, el sistema absurdo e injusto al que les ha tocado pertenecer. Todos ellos son personajes esperpentizados, figuras expresionistas, fantoches en palabras del creador del esperpento, Valle-Inclán, al que por momentos parece tan cercano El Roto, arquetipos de defectos y vicios de los seres humanos.

«No cabe duda de que el dibujante satírico es un agente moral de una sociedad determinada, moral o ético, porque tampoco distingo muy claramente ambos calificativos. Es un agente moralizador de una sociedad, que ejerce un papel determinado, yo creo que socialmente saludable, zahiriendo ciertos comportamientos que considera que van en contra de lo que se entiende por bien común. Creo que ese aspecto es necesario dentro de las sociedades, y para eso considero que la sátira tiene una cierta relevante función social, que es hoy menor quizá porque los medios de comunicación actuales, cuando se acercan a ella, lo hacen con una dimensión de espectáculo y entretenimiento que no es su función esencial, y dejan de lado esa vertiente censora y moralizadora que les es más propia.» (Entrevista de Felipe Hernández Cava a El Roto, en el prólogo de El pabellón de Azogue, Círculo de Lectores).

Personajes y situaciones anclados en un tiempo histórico, el presente de Andrés Rábago, pero que gracias a diversas técnicas (deformación de la realidad, reducción al absurdo, muñequización de soldados que obedeciendo todo tipo de órdenes dicen luchar por la libertad, humor sarcástico, intención crítica, social, política, religiosa, ecológica…) acaban por alcanzar una validez atemporal y universal.

Si hablamos de altas esferas de poder, es obvio que su dibujo está al servicio de la denuncia de una capa grosera, sucia, que cubre y envuelve con propaganda la verdad de los acontecimientos, de ahí esos personajes que se diluyen en la oscuridad. Pero aparece a veces una imagen definitiva a través de las sombras que puede traer la luz a ciudadanos ávidos de una información al margen de los medios oficiales, una luz que acaba por agitar todas nuestras conciencias. De este modo, frente a la realidad presentada por los gobiernos occidentales, y los medios de comunicación, surge de forma esclarecedora, de manera brutal, que la liberación de Iraq presenta aspectos mucho más aterradores que aquellos que hemos presenciado, como constatan también los últimos acontecimientos, con respecto a esta invasión. ¿Es esta la liberación prometida? No hacen falta palabras. 

«Esa es una de las funciones de la sátira: ayudar a dar forma a aquello que está en el pensamiento del otro de manera que lo pueda asumir e integrar de forma más clara. Hay personas que descubren lo que uno les ha dicho es lo que ellos pensaban, pero lo tenían de una manera un poco nebulosa, poco clara; y cuando lo ven así, se dan cuenta de que es suyo, de que no les es ajeno. Es la tarea de ayudar a estructurar una forma de pensar que está ahí. De no hallarse, uno no logrará modificar nada, y lo que diga lo rechazarán. Tiene que haber esa proximidad en la forma de pensar o en los valores que uno defiende» (Ibidem). 

Otras veces este autor se apropia del lenguaje del miedo que utilizan los poderosos, al que dota de una actitud subversiva, claramente satírica; al poner en boca de los más débiles estos mecanismos lingüísticos, convertidos, por la repetición constante, en tiempo y lugares diversos, en verdades absolutas, se observa claramente que estas no son más que falacias con las crear unos estados de opinión favorables a los intereses del modelo económico capitalista, tan alabado desde tantos puntos de vista. Así, frente a la precariedad laboral de los ciudadanos de a pie, surge el pensamiento desnudo de El Roto para exigir la precariedad laboral de los gobiernos que permiten dicha situación.

A veces la censura se aferra a un aquí y ahora perfectamente conocidos por todos; contra el cuento de hadas, príncipes azules y princesas plebeyas perpetrado por los principales medios de comunicación españoles, surge la ácida reflexión de este dibujante, que exige, a través del pueblo, el reparto equitativo de una riqueza que parece destinada a una fiesta tan absurda como anacrónica: la boda real.

El mundo de El Roto, en palabras de José Luis Pardo,

«como el de todos los creadores, es una esfera virtual que remeda, deformados, algunos de los caracteres del ordenamiento actual de la realidad, en el bien entendido de que no tenemos ninguna posibilidad de imaginar nuestra realidad (incluido el papel que cada uno de nosotros desempeña dentro de ella) que no pase por esos espejos deformantes. En esa esfera experimental podemos leer, día tras día y página tras página, un inventario casi exhaustivo de todas las astucias de las que se sirve el miedo para envenenar las relaciones de poder y sometimiento y, en suma, de las que usa el mal para contaminar». (El libro de los desórdenes, Círculo de Lectores).

Y es que este creador no olvida que el lenguaje publicitario de los modelos imperantes puede llegar a crear formas de comportamiento y, claro está, también de consumo.

Pero no sólo los poderosos son denunciados: la sátira alcanza a todas las capas sociales, porque como todo autor satírico que se precie, Andrés Rábago comprende que la responsabilidad moral y social corresponde a todos los individuos, no sólo a aquellos que ostentan y dirigen los mecanismos de poder. Por esta razón también podemos vernos nosotros reflejados en el espejo, siempre deformante, de sus viñetas, en la miseria cultural y la insolidaridad que se expanden por toda una sociedad, la occidental, que no es capaz de mirar más allá de las directrices que marca un modelo moral y económico causante de las mayores desigualdades sociales. Así, denunciará también la ignorancia y falta de reflexión de clases sociales medias y bajas como uno de los males más preocupantes de nuestra sociedad. Ya sea la ignorancia política, que conduce inevitablemente a la pérdida de valores (y a una violencia también denunciada por Alan Moore en V de Vendetta), ya sea la ignorancia intelectual, que nos conduce a una pobreza cultural que lleva cuando menos al fanatismo de unos individuos irresponsables que desconocen el significado de palabras tan necesarias para nuestro crecimiento espiritual como solidaridad, honestidad, y que pervierten el significado de otras como igualdad.

«La realidad actual es mucho más ambigua, más amplia, y en ella también los pobres pueden estar ejerciendo violencia. Ahora mismo la malignidad, lo negativo, está muy diseminado. En la actualidad me parece que una de las mayores dimensiones de lo maligno es la ignorancia, y la ignorancia no es sólo atribuible a una clase social. Las clases sociales bajas tienen unas enormes deficiencias, porque hoy día creo que podría ser mucho más fácil, dado que el acceso a los medios es mayor de lo que lo fue en otros momentos, salir de esta situación de ignorancia. De modo que creo que hay una mayor responsabilidad. La “culpa” está mucho más mezclada y es atribuible tanto a unos como a otros» (El pabellón de Azogue, Círculo de Lectores).

Digno heredero de la mejor tradición expresionista española, las viñetas de El Roto suponen el descubrimiento de las zonas más oscuras de una realidad, la de los hechos ya consumados, que se presenta no tan brillante como pretenden reivindicar sus numerosos defensores.

«La sátira, tal y como yo la veo, no puede moverse en el territorio de la duda, lo que no digo que probablemente sea un defecto. No se puede esperar de ella una indagación filosófica, sino el reflejo de una situación determinada, vista por una mentalidad determinada. Su territorio está restringido. No abarca toda la realidad, sino una parte de ella desde el trasluz de un sistema de pensamiento. Pero si ese sistema es fluctuante, si es inseguro, no creo que la sátira tenga ninguna eficacia. Si lo que uno tiene son dudas, es mejor que se dedique a la poesía o a otros lenguajes más apropiados para ello. La sátira trabaja con hechos consumados, con historias más o menos aceptadas.» (Ibidem)

Este descubrimiento, esta inmersión en las partes más sombrías, más desagradables, se logra a través de una deformación voluntaria de la realidad, ya sea a través de la imagen, de la palabra, de la perfecta simbiosis de ambas, en la que se funden angustia y simbolismo. En definitiva, una visión ácida y disconforme de una realidad que el autor se complace en degradar y agredir con una carcajada que no perdona a personas, instituciones o mitos, pero que en el fondo oculta el llanto, el grito indignado de un ciudadano atónito, sin palabras, ante las injusticias universales. Una visión que supone la radiografía moral de la época convulsa en que al autor le ha tocado vivir.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

 

El pabellón de azogue. El Roto. Editorial Mondadori, Barcelona, 2003

El libro de los desórdenes. El Roto. Editorial Mondadori, Barcelona, 2004.         

Luces de Bohemia. Ramón del Valle-Inclán. Edición de Alonso Zamora Vicente. Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1994.

Genios de la pintura: Goya. Susaeta ediciones, Madrid.


ENLACES: (OTROS ARTÍCULOS DE HINOJOSA)

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HINOJOSA TORRES, J.M. (2002): "Enfermedades incurables", en Tebeosfera 021005

HINOJOSA TORRES, J.M. (2002): "Ricardo (y Nacho)", en Tebeosfera 021127

HINOJOSA TORRES, J.M. (2003): "Concrete. Extraña armadura", en Tebeosfera 030430

HINOJOSA TORRES, J.M. (2003): "Voces", en Tebeosfera 031019


 [ © 2004 J.M. Hinojosa Torres, para Tebeosfera 041015 ]