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ENTREVISTA A ENRIQUE VENTURA, EL HOMBRE ORQUESTA


Entrevista practicada por Jaume Capdevila a Enrique Ventura en su domicilio en Barcelona, en octubre de 2003

[ Enrique Ventura y Miguel Ángel Nieto (a la máquina de escribir) caricaturizados por Carlos Giménez en 1980. © 1980 C. Giménez ]


Pasa un rato de las cinco de la tarde y Enrique Ventura me recibe en su casa. Se quita las gafas de dibujar y se pone las gafas de conceder entrevistas. Es un hombre tranquilo y campechano, de aspecto plácido, voz reposada, semblante divertido, personificación de la bondad con barba -aunque ligeramente travieso, se nota en su pícara mirada-, una amplísima y efusiva sonrisa, agradable y erudita conversación, bromista indisimulado, de gesto cándido, espíritu ácrata y aún rebosante de energía, capacidad e ilusión. Se lanza a hablar con pasión de sus amigos y de las cosas que le gustan, y sale por la tangente cuando quiero que me hable sobre él mismo. Para la realización de la entrevista, consumimos varios paquetes de cuartillas, tres bolis bic, un par de cartones de ducados e incontables litros de gin tonic. La admiración impregna todas las palabras (que son muchas) que dedica a su primo y guionista Miguel Ángel Nieto. Se emociona cuando departe sobre sus inquietudes (la música, la literatura, el cine...), y despista cuando quiero que me hable de sus aptitudes; me lo hace siempre, desde que lo conozco, y no por falsa modestia o vergüenza, sino con un férreo convencimiento sobre su capacidad. Eso sí, sus ojillos brillan detrás de los cristales y su voz resuena con un punto de orgullo cuando nombra a su hija Julia. No me extraña.

Empecemos por un tópico. ¿Como es que te da por dibujar?

Bueno, pues es una cosa que vengo haciendo desde que tengo uso de razón y además me queda bien. Cuando yo era pequeñajo no había televisión, no me dejaban salir a jugar a la calle, y aunque mi padre era médico (los médicos de antes no eran como los de ahora, que están forraos), no teníamos dinero ni para comprar muchos tebeos ni para ir al cine, por lo que a mí y a mis hermanos nos daban un lápiz y un papel para que nos entretuviéramos. Y mis hermanas dibujaban cosas de chicas, y mi hermano mayor dibujaba mucho mejor que yo. Mira, era una cosa que me resultaba cómoda y divertida.

No hay duda de que se trata de un entretenimiento barato e imaginativo...

Sí, eso sí. Y llegó el día que tuve que estudiar una carrera, y como tenía facilidad por lo del dibujo tiré para Arquitectura. Y claro, aprobé las asignaturas de dibujo y sólo las de dibujo.

Seguro que esto no es verdad.

No, no, aprobé algunas más, pero pronto vi que aquello no era lo mío. Y como me juntaba mucho con mi primo Miguel Ángel, que estudiaba la carrera de medicina -y le iba más o menos como a mí-, en tercer curso lo dejamos, con gran disgusto de nuestras familias. Entonces, para ganarnos algún durillo, íbamos al campo en el coche de Miguel Ángel, y yo pintaba cuadros al óleo que vendía a familiares y amigos. Claro, como comprenderás, a este paso, pronto los familiares y amigos no querían ni vernos...

Pues ahora esos cuadros se deben cotizar más que un Picasso.

Qué va, qué va... ¡si yo era muy malo!

¡Anda! ¿Y aparte de los cuadros no hacíais nada más?

Y bien, para tener contentos a los padres hicimos estudios de técnicos en publicidad, que era una cosa más fácil, que duraba menos que una carrera, y aprobamos todo pronto y con buena nota. Y fue precisamente en publicidad que conocimos a Fernando Cardona, que nos animó a dibujar una historieta para Molinete, que era una revista de monjas. Antes nunca nos había dado por la historieta, y lo probamos. Miguel Ángel se encargó del guión y yo de los dibujos, y hala, de ese modo empezamos a interesarnos por el cómic. La cosa nos gustó y empezamos a estudiar la historieta que se hacía en el extranjero, lo que dibujaban los de Mad, los de Pilote... Y, sobre todo, experimentábamos. Experimentábamos mucho.

¿Experimentos? ¿Qué clase de experimentos?

Trabajábamos de noche y hacíamos historietas sólo para nosotros, no para publicar. Intentábamos cosas tan raras como plasmar la música en las viñetas y cosas así. Miguel Ángel me pedía que dibujase composiciones y situaciones complicadas y nos pasábamos noches intentando solucionar la manera de dibujarlo... Recuerdo que me decía: «Ahora dibuja un coche en el que viajan Marlon Brando, Sean Connery y Yul Brinner disfrazados de mujer, y un guardia urbano les pone una multa, mientras una señora les echa un cubo de agua encima desde una ventana del tercer piso de un rascacielos...», y yo le decía «¡Alto!, ¡alto!... ¡esto no se puede dibujar!», y entonces él me enseñaba una viñeta del Mad en la que Mort Drucker había dibujado exactamente un coche en el que viajan Marlon Brando, Sean Connery y Yul Brinner disfrazados de mujer y un guardia urbano les pone una multa mientras una señora les echa un cubo de agua encima desde una ventana del tercer piso de un rascacielos. ¡Qué cabrones! ¡Esos americanos sí que saben dibujar!

Vamos, no te vas a quejar, que de dibujar, tú también sabes algo...

No, no creas. Siempre he tenido algo de complejo. Por eso me fijo tanto en la perspectiva, las proporciones, las luces, las tramas...

Si os pasabais el día dibujando historietas para experimentar y no para publicar, ¿Ya llegabais a final de mes?

¡Pues no! En Molinete creo que cobrábamos 2.000 o 2.500 pesetas por página, y claro, sólo hacíamos cuatro o así al mes, creo que era. Entonces conocimos a Vicente Alcázar, que era un dibujante profesional, un dibujante de verdad, de los que cobraba treinta mil púas al mes. Cuando nos dijo eso, Miguel Ángel y yo alucinamos, ¡no creíamos que se pudiese ganar tanta pasta dibujando historietas! Nos pareció una millonada, eso era como si ahora alguien nos dijese que gana un par de millones al mes por dibujar, por lo que decidimos ponernos en serio a esto de publicar, y sobre todo a lo de cobrar. Claro que hoy en día lo pienso, y con treinta mil calas al mes no nos llega ni para tabaco... Entre que Vicente Alcázar nos dijo que éramos muy buenos (supongo que porque era amiguete y tal...) y que lo que hacíamos en Molinete nos dejaba bastante tiempo libre, nos decidimos a currar en serio y preparamos unas historietas para las dos mejores revistas de historietas que había en ese momento. O por lo menos las que nosotros conocíamos: Trinca y Pilote.

O sea que picabais alto.

Sí. Y preparamos muy concienzudamente una historieta expresamente para Trinca y otra para Pilote. Y se las mandamos. Bueno, si incluso nos fuimos a París, en el coche de Miguel Ángel, en plan cutre, y nos presentamos en la redacción de Pilote. ¡Nos recibió Goscinny en persona! Nos trató muy amablemente y se quedó las páginas, pero al final nada de nada. Nos rechazaron en Trinca y nos rechazaron en Pilote. Muy amablemente y de muy buen rollo, pero nos rechazaron. Y en ese momento Vicente nos recomendó: «Mira, la página que habéis dibujado para Trinca la mandáis a Pilote, y la que habéis dibujado para Pilote, la enviáis a Trinca.» ¡¡¡Y funcionó!!! Nos ficharon en Trinca, con el “Es que van como locos”, y nos publicaron la otra historieta en Pilote, que creo que era de cuatro o seis páginas.

¡Quien lo iba a decir!

Es que ya habíamos terminado los estudios de publicidad y teníamos que ponernos a trabajar. En casa ya nos miraban muy mal. Ya teníamos una edad y no podíamos seguir comiendo la sopa boba en casa de los papás... Estando en Trinca, que era una revista facha y de derechas, nos enteramos del premio “Pelayo de Oro”, o algo así que daban en Gijón, y nos animaron a presentarnos. Nosotros lo hicimos, pero como un experimento más, sin pensar siquiera en ganar ni nada. Y un día antes de que se emitiese el fallo, nos llamó uno de los miembros del jurado y nos dijo. «Oye, preparaos para ir a Gijón, por si acaso...» Y al llegar nos enteramos que nos habían dado el premio. La historieta no estaba mal, pero creo que es que se había presentado muy poca gente... El premio nos lo entregó Emilio Freixas, ¡Y yo que había dibujado todas sus láminas! El segundo premio fue para El Cubri. Ah, y nos dieron cincuenta mil pelas que nos vinieron de coña, claro.

¿Y la familia ya vio con buenos ojos que os dedicarais a la historieta?

Mira, para que veas como son las cosas, lo más determinante fue que a los pocos días del premio nos hicieron una entrevista por televisión. Pero antes no era como ahora que viene un tío con una cámara y listos. Llegaron dos camiones con grupos electrógenos y focos y técnicos arriba y abajo que cablearon todo el barrio, y todo el vecindario mirando. Y total para siete minutos. Pero a partir de entonces en casa ya aceptaron que hiciésemos historietas. Incluso, durante unos días estuvieron orgullosos de nosotros. Esos siete minutos nos dejaron el campo libre.

Tan libre, que os machasteis a Barcelona.

Es que Trinca ya estaba a punto de morir. En un simposio de Cómic en Valencia conocimos a Carlos Giménez, Luís García, Enric Sió, Esteban Maroto... y nos hicimos compis con Carlos Giménez, que nos recomendó que nos fuéramos a Barcelona. Y no nos pareció mal. Y de paso nos deshicimos de unas novietas que teníamos, con las que la cosa no acababa de funcionar. Y nos fuimos a vivir a Cadaqués. Sin padres y sin novias. ¡Eso sí que era vida!

¡Vaya cambio!

Sí hombre. Pero pasamos más hambre que el perro de un gitano. Al principio teníamos el dinero del álbum de Maremágnum que Trinca nos acababa de publicar. Pero se acabó. Por suerte, pronto salió lo de El Papus, no recuerdo cómo, pero a partir de allí, todo rodao...

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[ © 2003 Jaume Capdevila, para Tebeosfera, 031223]