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«El humor es lo que sobrenada en la vida y ayuda a sobrevivir a una sociedad» 

Ponencia del arquitecto y humorista José María Pérez González, “Peridis”, sobre el futuro Museo del Humor de Alcalá de Henares, pronunciada en el III Congreso Internacional de Humoristas Gráficos desarrollado entre los actos de la IX Muestra Internacional de Humor Gráfico de Alcalá de Henares

 

Lugar: Sala de Conferencias Internacionales del Rectorado de la Universidad de Alcalá.
Fecha: 11:00 horas del día 16-X-2002.
 

Organización: Fundación General de la Universidad de Alcalá
Moderador: Juan García Cerrada, más los catedráticos honoríficos del humor Quino y Mordillo

Peridis, con Quino y Mordillo, en la ponencia

[ Un momento de la ponencia, con Peridis, Quino y Mordillo. Fotografía  © 2002 M. Barrero ]


Buenos días, queridos compañeros. Me hallo encantado de estar aquí, junto a los grandes maestros de mi infancia, Quino y Mordillo, admirados mucho más que yo por mis hijos y mis hijas. A mí nunca me han pedido mis hijos un dibujo, me han pedido siempre dibujos de Quino o de Mordillo... Bueno, pues es un honor. Además, es una satisfacción estar con vosotros y lo es estar en Alcalá, y es una satisfacción hablar del futuro Museo del Humor.

Para hablar de museos del humor primero hay que hablar de museos y luego del humor. Como esto serían muchas conferencias, y haría falta un congreso largo sobre museos, voy a hablar primero de museos para ver que museos queremos. Y, lógicamente, cuando uno quiere hablar de museos tiene que recordar la primera vez que alguien le habló de un museo.

EL MUSEO DEL SASTRE

Yo nací con Stalingrado, me crié en la España franquista, del hambre, de la Guerra Civil, del rosario en familia, que entonces comprendía los misterios gloriosos, dolorosos y gozosos. Todavía no había estos misteriosos que ha puesto el Papa, los misterios luminosos (que hay que echarle narices para inventarse los misterios luminosos). Los misterios dolorosos eran los martes y los viernes, que no se comía carne... o que había que hacer como que no se comía carne porque ¡nadie comía carne, porque no había carne! Nosotros comíamos carne de pollo en casa cuando un camión mataba a alguna de las gallinas que se escapaban a la carretera y, por entonces, los chavales solíamos empujar a las gallinas a la cuneta diciéndole a mi madre que allí había muchas espigas [ risas ] Bueno, esto es un inciso para que veáis cómo era aquella España.

Yo no sé cómo estarían los museos en España entonces porque yo me crié en un pueblecito, en ese de las galletas del que habéis oído hablar [Aguilar de Campoó, Palencia], en que una multinacional se lleva la fábrica de galletas; es decir, se lleva la marca y deja la fábrica, lo cual es un misterio, porque nosotros creíamos que lo importante era la fábrica... Pues la primera vez que oí hablar de un museo fue en casa del sastre de mi pueblo. El sastre, como sabéis por los chistes, tenía trabajo pero no cobraba. Pero este sastre algo debía cobrar porque tenía una buena casa, y tenía unos hijos bien nutridos, y tenía libros en casa. Y tenía un libro que le llamábamos El Museo, que traía desnudos.

Al pueblo, esto del desnudo, no había llegado entonces. No sé si había llegado a las ciudades, pero en el pueblo todo el mundo iba vestido y no sabíamos lo que era el desnudo. Sobre todo el desnudo femenino. El desnudo femenino, con 10 años [edad suya entonces], en la España del cincuenta, con aquel hambre que se pasaba, era una cosa de sueño. Entonces, íbamos a casa de mi amigo el sastre y decíamos: «Andresín, enséñanos El Museo», y se iba a la biblioteca de su padre, sacaba un libro grande y empezaba a sacar los desnudos de las “majas”. ¡Si ya las otras eran maravillosas, cómo serían las majas! Aquel libro lo tenía prohibido, claro.

O sea, que la primera idea que surge es que el museo era una cosa que solamente tenía el sastre del pueblo, lo que para mí también era una paradoja: al hijo del sastre le gustaban los desnudos en vez de los vestidos, lo cual me parecía asombroso, así como que el sastre tuviera desnudos en su casa. Hombre, ¡el sastre lo que tenía que tener era vestidos! [ risas ] Claro, lo primero que nos enseñó fue la maja vestida, que para eso era hijo del sastre. Y cuando nos enseñó la maja desnuda, que además venía a toda página, en papel cuché, en color (o como decíamos nosotros: «está en technicolor»)... Peridis, Quino, Mordillo y García Cerrada al comienzo de la ponencia

Es decir, El Museo, en casa del sastre, estaba prohibido, tenía desnudos y era en technicolor.

Estaba prohibido...

Para mí un museo era un objeto maravilloso, algo que se visitaba con miedo a enfermar, porque todos los que “visitábamos” esos “museos” adquiríamos las terribles enfermedades que predicaban los curas, que nos recomendaban el rezo del rosario y no las “visitas” a los “museos”. El hijo del sastre enfermaba menos, porque tomaba mucha leche y, claro, como él estaba todo el día en El Museo, tenía que estar todo el día reciclando, tomando muchos vasos de leche. [ risas ] La leche estaba muy barata en el pueblo, había prados, había vacas, había fábrica de galletas, era una España agraria. Ya ves, una España agraria con un museo en casa del sastre. Y fijaos qué cosas, algo que es inconsciente en un niño: el sastre iba y venía a Madrid de vez en cuando, e imaginábamos que iría a “museos” por ahí, en pensiones y sitios así, a “museos” de carne y hueso. [ risas ] Y al hombre le gustaba mucho la caricatura. Tenía un libro de un caricaturista de ABC que se llamaba Córdoba y tenía una caricatura en su casa, suya, donde estaba el sastre, allí en la pared, con unos rasgos muy escasos y muy parecido.

A mí, de la casa del sastre me gustaba la leche que tomaba el hijo del sastre, El Museo, evidentemente (que nunca me lo dejaban a solas, la verdad. Yo decía: «déjamelo prestado», y me contestaba «se entera mi padre y me mata»), y la caricatura que tenía el sastre ahí. Yo veía al sastre, miraba a la caricatura y decía: «¡este tío se parece. Qué tiene esta caricatura que son pocos rasgos y mira cómo se parece al tío este!» Y me parecía mágico. Lo de El Museo, naturalmente, pero también la caricatura. Y mira por donde allí cogí yo la vocación de caricaturista: por la atracción primera de El Museo y luego ver la caricatura del sastre y el libro que tenía de Córdoba... Le costó 50 duros en el año cincuenta la caricatura aquella. O sea, que el tal Córdoba ganaba mucho más haciendo caricaturas a los sastres que venían de provincias que lo que ganaba en ABC, casi seguro, que era como se ganaban la vida la mayor parte de los artistas de la España de aquel tiempo.

Esa es la primera impresión que tengo de un museo y que permaneció para el resto de mi vida. Para mí, un museo es un lugar reservado, recogido, para verlo en la intimidad. Tiene que estar prohibido, porque si no está prohibido va mucha gente, e imagina que en vez de ir a rezar el rosario todo el pueblo, los misterios, gloriosos, los dolorosos... si estamos todos con El Museo en la mano, no nos da para “verlo”. [ risas ] Tienen que ir poco, no es una cosa de mucha gente.

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[ Transcripción: M. Barrero, para Tebeosfera 021127 ]