TEBEOSFERA \ MONOGRÁFICO  \  LUIS GARCÍA

LUIS GARCÍA SEGÚN ...

      FELIPE HERNÁNDEZ CAVA

 

[ Viñeta en la que aparece Felipe Hernández Cava, según Luis García. Cava sirvió como modelo para el personaje de la historieta de García "El grito", publicada en Troya. © 2005 L. García ]


DE MIS DÍAS CON LUIS


            A propósito del prólogo que escribí recientemente para la reedición de Sombras, y donde había su poso de autocrítica sobre algunos de los ideales que teníamos en aquellos años, no han faltado voces de gente demasiado joven para imaginarse lo que fue la dictadura franquista que han aprovechado para sumarse a esa confesión y calificarnos, y calificarme, de ingenuos.

            En los años setenta yo era idealista (hoy, como diría Goethe, he cambiado bastantes de aquellas ideas, pero no los principios) y, como condición consustancial, un tanto cándido. Y asumo, por supuesto, ambas características como parte de mí mismo.

Era las dos cosas, desde luego, cuando me encontré con Luis García.

Ya le había entrevisto en Madrid en una ocasión, por donde pasó como una estrella de Warren, haciendo bromas sobre toda la jerga semiológica con que una incipiente crítica examinaba sus trabajos, pero empecé a conocerle algo más durante un viaje a Barcelona, en el que Saturio Alonso y yo, guiados por Ventura y Nieto, recalamos en aquel chalet de Premiá de Mar, donde estaban Carlos Giménez, Adolfo Usero, él, y aquel pastor alemán, que creo que se llamaba Ulises y que reaccionaba violentamente ante cualquiera que esgrimiese en la mano un objeto que asociara a una pistola. Los tres eran figuras estelares de este medio y nosotros unos jovenzuelos resabiados que nos iniciábamos en él y que manteníamos contactos regulares con el equipo fundador de Bang!, otra historia paralela, con otros nombre propios. Recuerdo que Saturio y Luis, que a ratos trabajaban con el proyector de cuerpos opacos o epidiáscopo (el de Luis, de auténtico lujo; el de Saturio, fabricado con unas lentes y unas tablas), empezaron enseguida a intercambiarse información al respecto, mientras yo permanecía con los ojos y los oídos bien abiertos ante el trajín reinante en aquella casa de dibujantes, guionistas, amigos, amigas, agentes y admiradoras. Había una diferencia aproximada de unos siete años entre ellos y nosotros, y me imagino que en ese estado de cierta alerta que yo mantenía anidaba el convencimiento de que uno, si observaba bien, podía aprender muchas cosas. Seguramente fue ese comportamiento el que me granjeó la fama de lacónico.

Muy poco después Pedro Arjona se sumó a El Cubri y el contacto con el grupo de Premiá se hizo aún más fluido. Al tiempo, fui encontrando en Luis un interlocutor excepcional, de manera que, en cuanto disponía de un rato, me escapaba de Madrid para pasar varios días en aquella ciudad costera. El círculo de conocidos se iba ampliando: Paco Candel, Víctor Mora, Armonía Rodríguez, Marcelo Ravoni, Manuel Medina, Alfonso Font, Josep María Beá, Jaume Marzal, Víctor Ramos, Felipe de la Rosa, Pepe Cánovas, Pepe Rubio, Marika, Andreu Martín, Rafael Ramos, Fulgencio Cabrerizo, Joma, Mariel Soria, Luis Martínez, Miguel Fuster, Manel, Fausto, Montse Clavé, Mariano Hispano, Carlos Killian... Y fueron muchas las ocasiones en las que me quedé a dormir en el segundo estudio que tuvieron a continuación, un piso un poco más alejado de la playa, y donde vi nacer tantos de sus proyectos: “Chicharras”, Hom, Paracuellos...

Luis tenía un “mini” en el que, casi siempre, al anochecer, acabábamos yendo a Barcelona, bajando por las cuestas de Masnou como si fueran las de San Francisco. Cenábamos medio pollo asado y una cerveza en un bar del Barrio Chino y después nos perdíamos hasta las tantas por sus callejuelas y locales hablando de libros, de música... y de la vida, en la que, aquel a quien para aquellos momentos ya consideraba un gran amigo, era un auténtico doctor. Más de una vez vimos amanecer en la parte baja de Las Ramblas, mientras la marinería yanqui salía de bailar del Colón.

Aprendí muchas cosas de él, tantas que, aunque recordándolas, sería prolijo enumerarlas. Cuando pienso en ellas, les pongo una de las músicas que me descubrió (“Underground” de Thelonious Monk, o “With a little help from my friends” por Joe Cocker, o “Here comes the sun” por Richie Havens), y párrafos de textos que llegaron a mí de igual manera (Retrato del artista adolescente de James Joyce, o La pesadilla del aire acondicionado de Henry Miller, por ejemplo).

Yo hablaba ya entonces mucho de la memoria y de la guerra (en este punto, creo que soy incurable), y por eso nos extraviamos durante años en episodios harto pintorescos (un encuentro misterioso con Florenci Clavé en la estación de Estrasburgo de París, una reunión de cuatro gatos para homenajear ante su tumba a Lluis Companys –cuando eso no se hacía, y los de ERC eran un puñado de venerables ancianos a los que nadie escuchaba-, una asamblea en la sala Villarroel de Barcelona para crear en España un equivalente de Autonomia Operaia, la larga espera a una presa en la puerta de la cárcel de Alcalá de Henares hasta que pudieran llegar sus amigos y familiares... ¡Dios mío, cuántas idas y venidas!).

            Y, por supuesto, las escapadas lúdicas: a la Costa Brava, a Ámsterdam (en cuyo Paradiso se podía consumir cualquier sustancia), a París, a los conciertos de Canet, a Marbella (los tres Cubris, mi hermano y él buscando la guitarra en directo de John  McLaughlin)...

            Empezamos a trabajar juntos como algo natural, como una parte más del diálogo cómplice que habíamos establecido. Luis cuenta muy bien en la entrevista lo que hicimos en cada momento y no voy a ser redundante. Sólo añadiría lo que supuso la experiencia de ser el protagonista de una de sus historietas para Pilote, que con posterioridad se publicó en Troya: “El grito”, con guión de Víctor Mora. Luis me prestó un traje de chaqueta que tenía y, junto con Marika, nos fuimos a París para hacer algunas fotos en la Avenida de los Campos Elíseos. El resto “se rodó” en Premiá  y en Barcelona, donde me tuvo un buen número de horas, encorvado y esperpéntico, ante la puerta de El Corte Inglés de la Plaza de Cataluña, representando torpemente a ese personaje que escuchaba voces que los demás no oían.

            Pero la auténtica prueba de fuego de nuestra amistad consistió en el viaje por Europa del que también habla, cuando nos subimos a una ranchera recién comprada, llena de latas de sardinas en aceite, un pequeño váter de plástico, bolsas negras para tapar los cristales y recoger los excrementos, muchas cassetes, y, tras crear una ruta ideal “Barcelona-Laponia”, nos pusimos en camino. Las más de las veces dormimos en aquel auto, aparcados junto a un canal de Ámsterdam, un parque recreativo de Copenhague, o en lo más hondo de la Selva Negra (experiencia imborrable que no le recomiendo a nadie), soportándonos mutuamente en nuestros buenos y malos humores, y en nuestros buenos y malos olores. Íbamos con docenas de originales: de Luis, de Carlos, de Adolfo, de Alfonso Font, de El Cubri, de Marika... y visitábamos a los editores que nos salían al paso con el sueño de que, rendido también Estocolmo a nuestros pies, y antes de regresar por Alemania hacia el sur, haríamos una escapada para confraternizar con los lapones. Es verdad lo que cuenta: en una de aquellas escasas noches, y en medio de una fiesta-party de cumpleaños de una joven sueca, fuimos convencidos de que las carreteras nos serían hostiles y los osos nos crearían muchos problemas (“aprovechan para invernar los túneles, y de ahí que os encontréis algunos que tienen puertas a la entrada y a la salida”, nos comentaron). Nos imaginamos al oso entreabriendo un ojo y chistando “¡esa puerta, coño!” y, aunque es posible que nos engañaran, allí mismo quedó arrumbado ese sueño.

Y en todos los lugares en los que nos detuvimos vimos películas: a Fassbinder en Colonia (una mañana, rodeados de turcos), a Fleischman en Holanda, a cineastas antinazis y al Biberman de La sal de la tierra en la cinemateca de Copenhague, a Altman en Hamburgo, a Arrabal en París...

También hubo otras utopías barruntadas: la de que Luis y yo nos instalábamos a vivir y a trabajar en París, en cuya redacción de Pilote, allá en Neuilly sur Seine, doy fe, era recibido como una estrella; y la de que “la comuna” de Cadaqués la fundábamos Ventura y Nieto, Luis y El Cubri (lo que habíamos ensayado en noches en las que todos trabajábamos con todos y para todos, deshaciendo la formación habitual de los equipos).

            Coincidimos en Trocha-Troya (a mí me tocó ir a la sede que tenía un grupo de la Sección Femenina de Falange para negociar la titularidad del primer nombre), en Butifarra y en Rambla. Las primeras fueron etapas marcadas por un momento álgido de nuestro mutuo compromiso político, con mucho trabajo en paralelo de unos y otros, de los que quedan por ahí panfletos para la Historia. La última la asocio con uno de los instantes en los que Luis más estudiaba: desde Mimesis de Auberbach a los textos de Santa Teresa, desde la psicología de Jung a Shakespeare... Vivía por entonces en un gran piso de la Ronda de San Antonio, donde una noche, con Usero, Font y él trabajando a mi lado, me “ventilé” los bocadillos y los textos en blanco del libro de Argelia. Sólo me levantaba del tablero de dibujo para ir regularmente al baño, desde cuya ventana se veía una cúpula gigantesca.

Hago un rápido balance y también me doy cuenta de que, poco dado al expolio de originales de amigos, únicamente conservo un dibujo suyo: es un retrato que me hizo en un convento de las afueras de Lucca, en el que estábamos alojados, durante un viaje que hicimos a aquella meca del cómic Ventura y Nieto, Antonio Martín, Carlos Giménez (que también me hizo otro retrato para la puerta de mi celda), Luis y yo, y que demuestra sus grandes dotes para estos asuntos, que a menudo le sirvieron para ganarse la vida y para confraternizar en el país y en el extranjero.

Cuando se vino a vivir a Madrid, y se iba algunos días al Museo del Prado a hacer copias y a estudiar a los grandes, me lo encontré esporádicamente. Hablábamos poco de la historieta y mucho de pintura (me viene a la memoria que me descubrió a Egon Schiele al poco de encontrarnos por primera vez, y que le vi por entonces pintar como él). Luego, regresó a Barcelona. Marika, que seguía siendo vecina suya en aquel territorio de la Plaza de las Glorias, me informaba de su situación, pero la realidad, que en esto es muy terca, nos fue alejando. También, y lo lamento, de Marika.

Hemos tenido que volver a encontrarnos en estas páginas virtuales y, anécdotas aparte, tengo la certeza de haber sido afortunado por compartir una parte crucial de mi vida al lado de uno de los individuos al que más le he visto autoexigirse como profesional y como persona. Y, de no haber sido por él, estoy convencido de que hubiera tardado mucho más en reducir la ignorancia que aún poseo sobre tantísimas cosas.


 [ © 2005 Felipe Hernández Cava, para Tebeosfera 050205 ] [ Felipe Hernández Cava es crítico de arte y guionista de historieta y de humor gráfico. Suyos son los guiones de obras tan fundamentales como Sombras, El Artefacto Perverso o Las memorias de Amorós; también es la mitad de Caín, autor bicéfalo del chiste diario de opinión que se publica en La Razón.   Más sobre Cava en Tebeosfera > ]