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LOS HUMORISTAS


LOS HUMORISTAS, de José Manuel Vilabella Guardiola

Ediciones Amaika S. A., 1975

Cartoné   309 págs. 24 X 17 cm.


Depósito Legal: B. 39.543- 1975
ISBN: 84-85163-11-7

 

[ Cubierta del libro, de Mingote ]


LOS HUMORISTAS, un discurso netamente ibérico, Por Iván Olmedo.


Se dice pronto, pero han pasado ya casi treinta años desde la publicación de este libro, los mismos años, por ejemplo, que carga a sus espaldas el que esto escribe y que, evidentemente, no le parecen pocos. Pero treinta años parecen significar, más que para un ser humano, mucho para una obra de estudio y diálogo directo con algunos de los mejores representantes del humorismo gráfico en nuestro país. Este humorismo, este modelo de prensa incisiva y diaria que ataca directamente, a fondo, la noticia, o salta preciso a la yugular del animal criticado, es un arte efímero, constantemente puesto a punto y al día. Si realmente el arte es eterno, más allá de que su enfoque del momento capte una menina, un tercio de Flandes o una pareja de ancianos jugando a las cartas, el dibujo de humor cotidiano es igualmente eterno, si bien en gran parte de estos casos la menina es sustituida por el ministro aficionado a la pesca del salmón; el tercio por un enjambre de funcionarios pelotas y los jugadores de naipes por esa pareja de la España profunda con su orinal a pie de tálamo y el sempiterno crucifijo vigilante.

Pero, como dilucidamos tras la lectura de la obra, los años no pasan en balde: cambian los nombres de los protagonistas, cambian los titulares, cambian tantas cosas... para que todo se quede igual, en el fondo. Imaginemos que esa es la inacabable lucha del arte: eterno y efímero a un tiempo. De todos los ejemplos humorísticos citados anteriormente encontramos amplia representación entre las páginas de esta obra de Vilabella, producida y ofrecida trabajosamente (aunque con evidente disfrute, como se demuestra a lo largo de su recorrido) en las páginas de la revista Asturias Semanal, despachada en cuarenta y nueve raciones de ingenio periodístico y recopilada en este tomo de Ediciones Amaika bajo el somero y delimitante encabezado de Los humoristas. Título que, aunque acierta al apuntar las pretensiones de la obra, deja todos los nutrientes de la misma para su interior; habremos nosotros de digerirlos convenientemente.

La fórmula escogida por el periodista es sencilla y efectiva, y a la vez de un interés indudable. Cada referencia a un autor se compone de tres apartados diferenciados, a saber: un texto introductorio, arañando las virtudes y características del humorista en curso; una pequeña entrevista / cuestionario que el homenajeado –porque de verdadero homenaje al trabajo del humorista gráfico debemos hablar en este caso – responde a su gusto y convicción; y un requerimiento a cada dibujante para que ilustre un mapa de España tal como la ve o imagina, así como alguna autocaricatura de propina. Todo ello adornado con algunos ejemplos de la obra de cada protagonista. De esta forma, Vilabella consigue crear una unidad en la estructura del trabajo, y dotar al libro de un aspecto compacto en el que cada nombre propio representa un capítulo sin numerar. A este respecto, un detalle llama la atención: se insiste desde las solapas en que el número de autores retratados supera la cincuentena, mientras podemos comprobar fácilmente que en el libro de Amaika tan sólo aparecen cuarenta y nueve... ¿descuido?, ¿o nos han escatimado algún nombre en el camino entre la edición original y la recopilación?

Aparte de esta consideración meramente práctica y curiosa, la verdadera enjundia de Los humoristas debe analizarse desde otros puntos de vista que resultan de mucho mayor interés. Y es que, contemplando la obra en su conjunto, enseguida apreciamos que ésta es tanto un trabajo de investigación periodística sobre un ámbito concreto como una obra personal de su autor, donde aprovecha para exponer sus visiones políticas, sociales y morales, y ofrecer un discurso analítico potenciado por la época y las circunstancias vividas en España; y la evidente carga que el trabajo de los humoristas lleva consigo, si tenemos en cuenta que la profesión de dibujante de humor no deja de ser una especialización del periodismo de actualidad. Los humoristas se nos aparece entonces como un trabajo muy politizado donde, sobre otras muchas, persiste la vieja idea de las dos Españas –idea que, por lo que se ve, no somos capaces de aparcar definitivamente y se niega a desaparecer– y se cuestiona sin pudor a los entrevistados acerca de las derechas, las izquierdas, el Opus Dei y, lo que es revelador, insistiendo siempre en el desapego y las diferencias de España, lo español y los españoles, respecto al resto de Europa. Así, toda la obra desprende un aroma muy característico y propio de los años setenta, de ese periodo incuestionablemente esencial para el país y tan lleno de los lógicos despistes, dudas y titubeos que marcaron esa época. Un aroma quizás inevitable, pero que se deja oler demasiadas veces a lo largo de la obra.

Es en los textos mismos de Vilabella donde se alcanza la máxima expresión de lo antedicho: si bien se presenta e incide en el propio humorista, una gran parte de lo escrito consiste en un discurso vilabelliano (incluso hasta el punto de pontificar) apoyado en lo más representativo de cada autor para sacar a relucir los temas de la todavía rota sociedad ibérica que pretende analizar: desde lo religioso o lo sexual, hasta temas como la pobreza, el feminismo o lo meramente político, siempre tomando como figura la del españolito de a pie, esa personalidad tan socorrida y comentada. No sería tan destacable si no fuera porque Vilabella –aparte de repetirse en ocasiones– parece olvidarse de analizar al personaje de turno y soltarse la melena con sus diatribas. Los humoristas nos enseña, incluso, una cara rancia: la de aquellas obras del tardofranquismo aún cargadas de obsesiones públicas y privadas, e ideas de libertad dentro de un orden. Pero, por otra parte, atesora no sólo la visión de un momento determinado de nuestra Historia –lo que ya de por sí es importantísimo– sino que nos va dando bastantes y diversas claves para comprenderla. Y deja en evidencia que la historia de un país va unida indefectiblemente a la de sus humoristas (gráficos y de los otros), y éstos quizás no podrían subsistir sin políticos, miserias, chorizos, guerras ni peleas nacionales... seguramente siempre ha sido así.

Si los compactos textos de Vilabella (detentador de un verbo bastante emperifollado) pueden representar un filón para cualquier estudioso con ganas, en los cuestionarios realizados a los propios dibujantes también podemos encontrar algunas claves interesantes. El paquete de preguntas es prácticamente idéntico en todos los casos, variando sólo ocasionalmente cuando la personalidad de un autor requiere detalles inquisitorios puntuales. Entre las preguntas más inocuas y todo terreno están las habituales: ¿Qué es el dibujo de humor y qué papel desempeña el dibujante en el panorama de la actualidad?; ¿Cuáles son sus dibujantes de humor preferidos?; ¿Cuánto suele cobrar por un dibujo?, etc.

Otro tipo de cuestiones, que son, realmente, las que dan carácter propio a la obra, entran de lleno en los pantanos citados más arriba. De entrada, se pregunta al autor si es necesario ser de derechas para publicar y de izquierdas para tener éxito... Sólo esta cuestión da la medida del carácter de la obra. Vilabella sigue disparando con bala y, aparte de poner en un brete al entrevistado con la preguntita: «Si le dejasen a usted decir todo lo que está deseando decir, ¿qué diría?» –que ya es disparar, para la época– no se recata en preguntar acerca de sanciones y censuras, incluso llegando al límite de atacar a alguno de los humoristas acusándole directamente de pertenecer al Opus Dei... Pero si un tema destaca en este sentido como dato sólo aparentemente secundario, es el de la censura previa anterior a 1966... En este año, de la mano del omnipresente Manuel Fraga, se suprime la severa censura impuesta a los medios de comunicación desde 1938, que obligaba a los autores a estar prácticamente maniatados y bajo el control del Régimen aún antes de que sus trabajos salieran a la luz. De hecho, ese era el objetivo de la censura previa, tenerlo todo atado y bien atado, disponer qué era lo que habría de llegar a los ojos y oídos de las masas. A partir de 1966 esta situación se suaviza y puede considerarse, con los debidos reparos, que cierto aire de libertad creadora sopla sobre el humorismo de prensa. Por su condición de hito en la historia del medio, la cuestión es de suma importancia, qué duda cabe.

Entre preguntas inocentes y preguntas maliciosas, Vilabella consigue que, realmente, sea este bloque de la obra el que nos muestra la auténtica cara de cada humorista retratado, más que su ración de texto en ocasiones autocomplaciente que, en algunos casos, incluso se queda corto en lo que debieran ser sus objetivos principales: repasar a fondo al autor. No me extiendo más en el tema; a continuación se hace un pequeño repaso a todos y cada uno de los nombres que, imaginemos con qué esfuerzo, Vilabella ha conseguido reunir para apedrearlos con requerimientos.

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[ © 2004 Iván Olmedo, para Tebeosfera, 041015 ]