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EL DOBLE DE CINCO

El doble de cinco

Guión y dibujo: Lourenço Mutarelli

Editorial: Devir Ediciones: Brasil

Título original: O dobro de cinco  

Edición en rústica    |   26,5 x 18,5 cm.    |   116 pp.     |   b/n   |   8 €

[ Cubierta de la edición española © 2003 Mutarelli ]


TAN NEGRO COMO LA TINTA, comentario por Jorge García


De la vitalidad de la historieta brasileña actual levantó acta, como de tantas otras cosas, Felipe Hernández Cava, comisario de ConSecuencias, ese proyecto de exposiciones bienales organizado por el injuve cuya segunda edición estuvo consagrada a Brasil; las páginas del catálogo producto de esta iniciativa bosquejan un rico panorama al que el lector español se aproxima, en muchos casos, por vez primera. Junto a los timbres extraordinarios de Guazzelli, Bueno o Lelis, la voz de Lourenço Mutarelli habla allí con gran fuerza.

Escenógrafo en los estudios de Maurício de Sousa (el creador de la popular Mônica) entre 1985 y 1988, Mutarelli dispersó su obra primera en los fanzines Over-12 y Solúvel, alcanzando cierta notoriedad en 1991 con la publicación de su primer álbum, Transubstanciaçao, que le valió el Gran Premio en la I Bienal Internacional de Historieta de Río de Janeiro y al que siguieron otros como Desgraçados, Eu te amo, Lucimar y A confluência da forquilha. En 1998 el grupo editorial Devir inició la publicación de una soberbia trilogía dedicada al detective Diómedes cuya primera entrega, El doble de cinco, ve ahora la luz en castellano.

Sólo en apariencia es éste un relato policial. Digo sólo en apariencia, pues si bien se advierten con facilidad las características del género (el detective y el caso), éstas se presentan bajo una luz que las disuelve y transfigura, haciendo de la ficción un artefacto narrativo tan ajeno al molde industrial como próximo a una cierta literatura: la existencial. Desde esta perspectiva, la peripecia de Diómedes tiene más en común con el universo divagante del Roquentin de La náusea que con el Philip Marlowe de turno y, por tanto, su investigación no pretende en último término más que el hallazgo de alguna certeza íntima.

Desde el comienzo, como en la narrativa de Jim Thompson o la versión de El sueño eterno que Howard Hawks fabricó para Hollywood, el libro nos sumerge en una atmósfera exacta e irreal, sabiamente insinuada por la violencia de las angulaciones y un sentido de la iluminación muy especial. Envueltos en este clima onírico, deformado, los personajes persiguen a tientas una verdad cuyos perfiles se difuminaron hace ya tiempo; de ahí que la búsqueda del mago Enigmo, motor de la intriga, sea una empresa perfectamente inútil, condenada al fracaso. En este viaje truncado el héroe, marcado por el sino trágico del perdedor, vive un auténtico infierno al toparse, mediante un complejo juego de espejos, con la imagen de sí mismo, ese otro cuya irrupción en nuestra vida siempre resulta inquietante.

Y es que la existencia que presentan estas páginas es de una densidad angustiosa y doliente. Sin mucho esfuerzo puede uno suponer al autor (quien se enmascara, como desvela su esposa Lucimar, tras los rasgos de un domador de leones adicto a los tranquilizantes) enfrentando sus propios demonios sobre el tablero de dibujo; al embarcar a Diómedes tras del prestidigitador, en realidad Mutarelli pone rumbo a sí mismo, lo que otorga al álbum el valor añadido de la autenticidad.

Mientras paladeaba su esfuerzo, me asaltó la memoria un viejo refrán brasileño sobre la manera de preparar el café: «tan fuerte como el demonio, tan negro como la tinta, tan caliente como el infierno y tan dulce como el amor». El demonio, la tinta, el infierno y el amor. ¿Acaso existe mejor suma de los contenidos de esta obra?


[ © 2003 Jorge García, para Tebeosfera 031019 ]