TEBEOSFERA [ \ MONOGRÁFICO \ LUIS GARCÍA ] \ TEBEOTECA \ OBRAS  \  LIBRO DE CÓMICS 

LUIS GARCÍA    OBRAS:

   LAS CRÓNICAS DEL SIN NOMBRE

 Las Crónicas del Sin Nombre, Editorial Nueva Frontera: TOTEM Biblioteca, 16, Madrid, 1982 -ISBN: 84-7527-023-9-. Obra realizada sobre guiones de Víctor Mora, con la eventual participación de Carlos Giménez en parte del dibujo de la historieta "Love Strip".

La serie fue publicada primeramente en Francia, en la revista Pilote, entre 1973 y 1980. En EE UU, para su edición por Warren Publishing, en la revista Vampirella, en 1975, fueron mutilados los guiones de Víctor Mora y sustituido su nombre por el de otros guionistas estadounidenses que retocaron los textos originales. En España fueron publicadas estas historietas en las revistas: Tótem y Rambla.

[ Cubierta de Las Crónicas del Sin Nombre, de Luis García ]


LAS CRÓNICAS DEL SIN NOMBRE, por Antoni Guiral


1. ¿Y TÚ QUÉ HACÍAS EN LOS SETENTA?

A los seguidores de Cuéntame cómo pasó habría que advertirles que la España de principios de los setenta del siglo pasado fue algo más compleja. Cualquier estudio sociológico dejaría claro que estábamos en una revuelta época de cambios; como todas, pero de más fuste. Estaba en entredicho la idea de moral y, en consecuencia, la forma de relacionarnos y de reconocernos. Casi todo estaba en jaque, incluso la dictadura, aunque menos. ¿Y qué decir de los cómics?

Por desgracia, poca cosa: TBO había desaparecido; Bruguera casi colapsaba el mercado; Vértice comía de Marvel; Íbero Mundial de Ediciones traducía cómics de terror de la norteamericana Warren1; se sucedían variopintos intentos de emular a Warren; encontrabas cuatro reediciones de clásicos españoles; asomaba alguna revista de humor adulto; había reediciones de clásicos de la prensa norteamericana; y, un poquito por aquí, un poquito por allá, aparecían humildes y efímeros intentos de reivindicar la madurez de la historieta por parte de autores del país (Delta 99, Trinca, Drácula); y, aparte de esto, los autores españoles ¿qué hacían? Podían escoger entre publicar historietas de humor blanco para Bruguera o sobrevivir dibujando guiones de encargo para agencias que servían a editores foráneos. No había más. Bueno, sí, había inquietud.

Algunos profesionales estaban hartos; hartos de escribir y dibujar historias reutilizando arcaicos esquemas de género; hartos de no poder reivindicar que la historieta era un lenguaje apto para adultos; hartos de no firmar sus trabajos; hartos de la situación social y política del país; hartos de comprobar que en Francia o en Italia la historieta era cultura y una cierta libertad. Había quien, como Víctor Mora, podía acceder a otro estatus escribiendo guiones infantiles y juveniles para revistas francesas como Pif, Vaillant o Tintin, e iniciaba una nueva etapa ya para el mercado adulto en Pilote. Y había quien, como Luis García, podía liberarse a nivel gráfico, experimentar con la imagen, aunque fuera interpretando guiones ajenos en las revistas de Warren. Y su inquietud, y el destino, los unieron. Antes de iniciar su relación profesional como guionista en Pilote, Mora conocía muy bien a René Goscinny, su director, por haber traducido al castellano las aventuras de Asterix y de Iznogoud. García utilizó sus historietas de Warren como carta de presentación en Pilote, y Goscinny lo recibió con los brazos abiertos. Cuenta Luis García que en cuanto el creador de Asterix le preguntó si quería a un guionista francés o español, apostó rápidamente por uno de su país. Propuesto Mora, ya colaborador de Pilote, la colaboración se puso en marcha.

2. ¿LIBERTAD? ARRIBA, MÁS ALLÁ DE LOS PIRINEOS

No es casualidad que uno de los primeros cómics de autor para adultos de Víctor Mora y el primero como ostentador de la autoría intelectual y con libertad total para Luis García se publicara en una revista francesa. Pilote2, a principios de los setenta, era un referente cultural para la historieta de autor, una puerta abierta a la intelectualización del medio como soporte de mensajes adultos. De alguna manera, Pilote recogía el espíritu reivindicativo de una historieta convulsa, experimental, en búsqueda de su mayoría de edad, iniciado en Francia e Italia durante los sesenta, década en la que los cómics estaban en la universidad y eran objeto de sesudos análisis por parte de semiólogos como Umberto Eco; en la que una institución tan sibarita como el Museo del Louvre les había abierto las puertas; en la que revistas como Phénix o Linus estudiaban sus estructuras gráficas y narrativas ejerciendo esa crítica que precede a todo arte institucional... Un movimiento social y cultural cuyos ecos llegaron a la España gris y fueron escuchados y seguidos con atención por algunos autores que, como Enric Sió, encontraron respuesta a sus preguntas cruzando los Pirineos.

También Víctor Mora y Luis García se dejaron seducir por ese canto de sirenas, rompiendo con esquemas arcaicos pero más seguros, siguiendo la estela de poemas machadianos («Caminante no hay camino, se hace camino al andar; al andar se hace camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar»).

3. UN HOMBRE SIN NOMBRE

En 1973, a sus 41 años, Víctor Mora es un guionista de cómics de ya dilatada trayectoria, que domina los recursos narrativos y que ha recorrido los pastos de la formación con muy buena nota; también es un escritor joven que libra su propia batalla en el siempre complejo universo de la literatura. Luis GaPágina de "Las crónicas del Sin Nombre". Clic para ampliarrcía, con 27 años, se ha formado en el áspero terreno de la historieta de encargo, dibujando con pulcritud académica personajes y elementos ajenos integrados en los géneros más dispares. Su llegada a Pilote, como ya hemos dicho, viene precedida por parte de ambos creadores de primeras experiencias más satisfactorias, tanto en el terreno narrativo como gráfico. Pero también de reflexiones teóricas sobre el medio en el que trabajan, fruto de largas charlas con sus compañeros de profesión. El bagaje perfecto para abordar Las crónicas del Sin Nombre.

Cuenta Luis García que para Pilote no quería condenarse a dibujar las vivencias de un solo personaje, que necesitaba seguir el camino experimental iniciado en Warren, rompiendo, historieta a historieta, algunos moldes para prefabricar otros. La propuesta de Víctor Mora respondió perfectamente a esa premisa: un ser etéreo, sin nombre, recorría las mentes de muchos hombres y mujeres de todas las épocas, con el fin de responder ante un incierto ser superior de todo lo que había aprendido sobre el ser humano que habita la Tierra.

La idea tiene su origen en una cita del “Bagavad Gita”, fragmento de la epopeya hindú El Mahabarata: «De la misma manera que un hombre deja de lado una ropa usada para ponerse otra, el Absoluto encarnado tira cuerpos usados y entra en otros que son nuevos». Partiendo de una premisa que mezcla un cierto tono de género fantástico con una filosofía existencial muy presente en nuestros años setenta, Mora viaja en línea oblicua entre el pasado y el presente, tomando características formales de géneros como el histórico, el western, el bélico, el romántico y la ciencia ficción para, despojados de sus constantes, reinventarlos, deconstruirlos; en definitiva, experimentar con ellos. Liberado de la losa de una relativamente sencilla narración para lectores menores de edad, Mora intenta profundizar en la psicología de personajes muy diversos, complejos, con matices, explorando mentes de seres reales, dejando de lado la acción para concentrarse en las emociones. Son las suyas historias interiorizadas y, por tanto, más literarias que su producción precedente, historias en las que “pesan” los diálogos, sin por ello reducir el trabajo del dibujante a meras plasmaciones ilustrativas del discurso literario.

El Sin Nombre de Mora se instala en cada nueva historieta en la mente de una persona diferente, lo que le permite desarrollar distintos lenguajes y situaciones y, a la vez, le obliga a empezar de cero; el lector sólo dispone de un referente, el Sin Nombre, que viaja por el espacio-tiempo a la caza de sensaciones, con la obligación de aprehenderlas y memorizarlas para un desconocido informe de incierta función. Este contexto dificulta la labor del guionista, obligado a crear situaciones y personajes de muy distinto calibre, pero con una solidez narrativa que permita al lector meterse en la historia desde el principio ya que, por razones editoriales, el espacio para desarrollarlas era restringido (de 10 a 18 páginas, como mucho), y la autoimposición de los autores pasaba por presentar situaciones con un principio y un final determinados. Mora, consciente de esta limitación, la resuelve con una cierta lógica: el Sin Nombre ocupa la mente de un personaje sólo durante un espacio de tiempo muy concreto, lo que en ocasiones deja preguntas por responder.

4. LA PALABRA CLAVE ES EXPERIMENTAR

Nunca es fácil buscar los referentes gráficos de un dibujante de cómics, ni siquiera cuando el propio autor se define por influencias concretas. Lo que sí está claro es que los modelos de Luis García cambiaron radicalmente cuando pudo despegarse del cómic de agencia, cuando pudo abandonar la figuración relamida o la imitación obligada. Nadie parte de cero en este sentido, porque la experiencia de García le fue útil aunque fuera para saber lo que no tenía que hacer; pero es obligado reconocer que el dibujar cientos o miles de páginas (en estilos prefabricados o no) otorga unos conocimientos técnicos perfectamente válidos para afrontar nuevos retos.

Aunque fuera como referencia lejana, la experimentación gráfica que desde mediados de los años sesenta estaban desarrollando autores europeos como Sió, Crepax, Pratt, Toppi o Battaglia estaban ahí. Partiendo de estilos cercanos a la ilustración o a los clásicos de la historieta norteamericana, estos creadores aportaron una nueva visión del grafismo en los cómics, y su influencia en Luis García se rastrea no tanto en las resoluciones estéticas como en el fondo de la cuestión: experimentar para crear nuevas propuestas. A la lista hay que añadir a Alberto Breccia (y la referencia de Las crónicas del Sin Nombre al Mort Cinder de Breccia y Oesterheld es obvia, pero sólo como punto de partida), posiblemente el más avanzado a todos y el verdadero “rompedor” del clasicismo esteticista que primó en los cómics hasta los años sesenta, el autor que descubrió a sus compañeros de profesión que el dibujo empieza por la reflexión previa, y que cada trabajo puede ser absolutamente distinto del anterior sin por ello renunciar a un sello propio.

Con estas premisas, y con la ya comentada experiencia de historietas cortas para Warren, Luis García inicia un nuevo camino gráfico, muy concentrado tanto en la resolución técnica de las viñetas como en las posibilidades estéticas de la página como unidad en sí misma. Partiendo de un cierto academicismo, García explora las posibilidades que le ofrece otro arte gráfico, la fotografía, no ya como mera herramienta de documentación, sino como función estética en sí misma de la que partir para, con técnicas propias, desarrollar un nuevo grafismo. No creo que a García le interesase en Las crónicas del Sin Nombre el retrato fiel de la realidad, ni siquiera el hiperrealismo, pero sí una mezcla de impresionismo y figurativismo que convertía cada viñeta en una pequeña historia en sí misma, en ocasiones menos descriptiva que interpretativa, trasluciendo la esencia de un mensaje más que el mensaje en sí mismo. Para conseguir esos efectos, García recurría a todo tipo de técnicas, mezclándolas con ánimo experimental y, en ocasiones, poniendo a prueba a los viejos grabadores a la hora de conseguir un fotolito fiel a la reproducción original.

No es que en cada historia Luis García abordara una técnica distinta, es que dentro de cada episodio la técnica se pone al servicio de un efecto, lo que le lleva tanto a desarrollar al máximo el efecto impresionista de una figura como a “limpiar” la imagen de texturas para ofrecer una representación cercana al expresionismo. Cada viñeta es un extraordinario esfuerzo técnico que supone una dedicación sin límite de tiempo, tanto en los planos más generales como, sobre todo, en esos extraordinarios, vivos y muy expresivos primeros planos en los que la luz y la sombra juegan un importante papel dramático. Luis García, además, sabía utilizar esos recursos que son fruto de la reflexión, como el hecho de subrayar la “posesión” de cada personaje por parte del “Sin Nombre” con una viñeta que es el negativo de la anterior. En algunos de los episodios de Las crónicas del Sin Nombre, García “rasga” las manchas del negro para fundirlas con el blanco que las rodea, consiguiendo una sensación inquietante y dramático, pero en otras opta por un trabajado efecto de trama manual que dota de profundidad a sus viñetas.

5. UNA “HISTORIETA DE AMOR”

A este respecto, la historieta “Love Strip” es especialmente significativa, no sólo por las múltiples técnicas que aporta, sino también por la brillante idea de pedir a uno de sus amigos, Carlos Giménez, el dibujo de las viñetas que, supuestamente, realiza el historietista que protagoniza este episodio. “Love Strip” es, además, la historieta de Las crónicas del Sin Nombre que mejor habla de sus autores, la única situada en la contemporaneidad de la España de 1974, protagonizada por un guionista y un dibujante condenados a sobrevivir con el cómic de encargo, pero deseosos de realizar una obra personal; una historia que, además, habla de la delicada situación política de nuestro país al tiempo que expone una situación amorosa que, paradójicamente, parece sacada de uno de esos cómics románticos que realizan sus protagonistas. De alguna manera, “Love Strip” es una reflexión muy íntima de Víctor Mora y Luis García: ahí están todas las constantes vitales que zarandeaban sus vidas en aquella época, resumidas en 18 espléndidas páginas. Y, aunque sea a título anecdótico, ahí están retratados el propio Víctor Mora en el papel del guionista ambicioso pero pragmático y Carlos Giménez como el angustiado y soñador dibujante al que, por un momento, se le viene el mundo encima. En “Love Strip”, García emplea a fondo todos sus recursos, utilizando también un rompedor contraste entre el blanco y el negro, que refuerza la tensión dramática de la historia, y poniendo mucho énfasis en el trabajo de los primeros planos, muy utilizados a lo largo del episodio. A este respecto, el contraste con las viñetas dibujadas por Carlos Giménez es ejemplar en el sentido de que “divide” taxativamente la “realidad” y la “ficción”, una “ficción” de doble lectura, ya que “Love Strip” ofrece a un Giménez más plástico y académico para la historieta de encargo, mientras que esa historieta “de autor” está reforzada por rasgos más endurecidos y contrastados.

En suma, Las crónicas del Sin Nombre es una obra que responde, por un lado, a una coyuntura concreta, temporal, en el sentido de búsqueda estética y narrativa de una historieta que, localizadas sus raíces, necesita experimentar para abrir nuevos caminos; y, por otro, ejemplifica el momento en el que dos autores experimentados rompen de alguna manera con su pasado para tantear lo que puede ser su futuro profesional. La lectura de Las crónicas del Sin Nombre deja, también, una sensación parcial de desencuentro entre sus dos autores: un guionista que aunque asume un cierto aire “literario” nunca renuncia a una síntesis y claridad narrativas, por complejas que éstas resulten; y un dibujante que parece más concentrado en recrearse en su trabajada técnica gráfica que en seguir la pauta de la narración como exposición de los hechos. En todo caso, creo que para las carreras de ambos autores ésta fue una obra esencial, desgraciadamente poco conocida entre nosotros, sobre todo por las generaciones más jóvenes.

1 La editorial Warren publicó entre 1964 y 1983 varias revistas de cómics de terror y de ciencia ficción, como Creepy (Vampus), Eerie (Rufus) o Vampirella, en las que, además de retomar el espíritu de las clásicas historias de la EC, ofrecían un muy interesante catálogo de trabajos firmados por excelentes guionistas y dibujantes. Desde 1970, cuando el por entonces agente Josep Toutain viajó hasta EE UU para entrevistarse con James Warren, sus revistas ofrecieron una gran cantidad de historietas dibujadas por dibujantes españoles, que aunque trabajaron casi siempre con guiones ajenos, pudieron desarrollar en libertad sus estilos gráficos.

2 La revista Pilote fue creada en 1959, y en sus páginas nacieron personajes como Asterix, Blueberry o Valerian. Desde el principio fue una revista en la que publicaron exclusivamente autores franco belgas (posteriormente, españoles e italianos) y, con el tiempo, sus propuestas de cómics de género para lectores jóvenes fueron ampliándose para dar cabida a historietas para adultos.


 [ © 2005 Antoni Guiral, para Tebeosfera 050205 ]