TEBEOSFERA \ TEBEOTECA \ OBRAS  \  SERIE DE CÓMICS


LAS AVENTURAS DEL CAPITÁN TORREZNO

HORIZONTES LEJANOS

Edicions de Ponent / Injuve, 2002.

Rústica   |   150 páginas   |   b/n   |  10,82 euros


ESCALA REAL

Edicions de Ponent, 2003.

Rústica   |   132 páginas   |   b/n   |  14 euros


LIMBO SIN FIN

Edicions de Ponent, 2003.

Rústica   |   116 páginas   |   b/n   |  14 euros

 

Guión y dibujo: Santiago Valenzuela

[ Cubierta del primer libro de la saga; insertas en el texto se hallan las otras dos cubiertas. Imagen de Santiago Valenzuela ]


LAS AVENTURAS DEL CAPITÁN TORREZNO, comentario por Jorge García


La casi total desaparición de las publicaciones comerciales en la década de los noventa forzó a los historietistas españoles a buscar nuevos cauces editoriales. Desde entonces, los fanzines se convirtieron en destinatarios de propuestas cada vez más sofisticadas. Tal fue el caso de Jarabe, fundado en 1993 por un grupo de alumnos de la Facultad de Bellas Artes de Madrid. De entre todos ellos, Santiago Valenzuela (San Sebastián, 1971) destacaba por el vigor narrativo y los tintes kafkianos que imprimía a sus composiciones. En una de éstas, hace unos diez años, concibió al protagonista de Las aventuras del Capitán Torrezno, la serie más ambiciosa de la historieta española actual.

Este proyecto abarca tres volúmenes hasta la fecha, el primero de los cuales (Horizontes Lejanos, 2002) fue publicado con ayuda del Instituto de la Juventud, en cuyos Certámenes de Cómic de 1998 y 2000 Valenzuela había sido premiado. Para su autor, supuso la oportunidad de consagrarse a narraciones de más largo aliento (aunque aún cultive esporádicamente la historieta corta en la revista TOS); para la mayor parte del público, en cambio, aquel álbum permitió descubrir a un historietista magnífico, como corroborarían las siguientes entregas de la colección: Escala Real (2003) y Limbo sin fin (2003).

A caballo entre la épica y el humor, el capitán Torrezno es un “pez fuera del agua”, un borrachín de taberna transferido al “Micromundo”, territorio de fantasía heroica en cuyos asuntos interfiere sin pretenderlo. Por azar, Torrezno se convierte en paladín de la ciudad sitiada de Deeneim, defendiendo unos intereses tan oscuros como los de aquellos a quienes combate. En secuencias hábilmente dosificadas a lo largo del relato, Valenzuela deja caer con astucia que las cosas no son lo que parecen. Además, como un buen cronista, el autor vasco registra las vicisitudes del Micromundo y las distintas cosmogonías generadas por sus habitantes, construyendo así un universo imaginario que su admirado Jorge Luis Borges hubiera leído con agrado.

A su vez, esta obra nos permite constatar que la historieta sigue dando pie a creaciones de envergadura. No obstante, algunos críticos se han apresurado a dictaminar la falta de originalidad de Valenzuela, achacándole una discutible deuda con determinadas firmas de los años setenta, como Philippe Druillet o el dúo Ventura y Nieto. Dejando a un lado que la combinación de humor y fantasía no es exclusiva de una época o unos autores, podemos citar sin esfuerzo otros referentes: Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, las parodias de la revista Mad o las planchas de Fred. Sin embargo, sospecho que esta enumeración resulta inútil e irrelevante. Los antecedentes son aún más remotos.

Me explico. En su conocido ensayo El héroe de las mil caras, Joseph Campbell sostiene la existencia de un arquetipo dramático que se vendría reproduciendo desde la Antigüedad. Para Campbell, en suma, todos los relatos son el mismo a través de infinitas variaciones, lo que él denomina “viaje del héroe”: una aventura cuyo protagonista pasa por distintos estadios hasta alcanzar su objetivo y volver al equilibrio inicial. Desde estas coordenadas, la singularidad de cada “viaje” estriba en la disposición de los elementos que lo conforman, en tanto que las estructuras esenciales permanecen inalteradas. Es ahí, en el cuidado con que articula los contenidos de sus ficciones, donde Valenzuela demuestra ser un creador notable.

A ese nivel, la serie hace gala de un rigor narrativo extraordinario. Nada ha sido dejado al albur: la morosidad que preside la obra (a la que contribuye la brevedad de las elipsis); el recurso a encuadres abiertos en beneficio de la profundidad de campo, acentuando así las proporciones del escenario y la épica del conjunto; el empleo de diferentes registros gráficos para diferenciar los planos de realidad que conviven en el relato; el uso del montaje paralelo (del cual este autor posee un dominio fuera de lo común, llegando a conciliar hasta seis tramas simultáneas); incluso la profusión de textos de cualquier tipo. Todo obedece a un fin narrativo. Para Valenzuela, contar es una obligación.

 

Por la exigencia que comporta cada entrega, Las aventuras del Capitán Torrezno se ha convertido, a mi juicio, en uno de los pocos títulos de autores españoles jóvenes que pueden leerse sin rubor, junto a Freda (2002) de Kike Benlloch y Alberto Vázquez, o Antoine de las Tormentas (2003) de Luis Durán. En la lucha contra el maniqueísmo en la historieta, la obra de Santiago Valenzuela está (y lo comprobaremos con el tiempo) en primera línea de fuego.


[ © 2004 Jorge García, para Tebeosfera 041015 ]