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EL GUERRERO DEL ANTIFAZ

EL Guerrero del Antifaz (Selección Aventurera, Valencia, 1943)

 

[ Cubierta del número 6 de El Guerrero del Antifaz. Haga clic sobre la imagen ampliar, al igual que sobre el resto de las que se ofrecen en esta página, correspondientes a las cubiertas de los números 31, "Los cuatro titanes", 66, "El pirata negro" y 82, "La mujer pirata". Dibujos de M. Gago ]


TRAS LA MÁSCARA DEL GUERRERO. Poesía y tragedia en la saga de El Guerrero del Antifaz, de Manuel Gago, por Agustín Riera Torres ( 2 )

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EL CREADOR... SU CRIATURA

Un muchacho de 11 años era Gago cuando estalló la guerra civil española, la peor experiencia que puede conocer un niño de tierna edad. La fratricida e inhumana guerra civil dejó su huella indeleble en el país y en sus habitantes.

Y en aquel muchachito.

El horror no se puede borrar con una varita mágica. Está ahí, presente, aunque se hagan todos los esfuerzos por olvidar y se rechace con todas las fuerzas que uno posee. En las profundidades del ser humano quedan latentes los estigmas de la barbarie que necesitan un exorcismo artístico. En el caso del artista, ese exorcismo será su obra, en particular El Guerrero, canto humano, a la vez individual, patriótico y universal.

Cuando se apagó el fuego de la batalla y se ensordeció el fragor de las armas, cuando dejó de cabalgar el jinete de la muerte y se secaron los ríos de sangre, vinieron las secuelas inevitables del crimen: la posguerra con su represión política y religiosa, el hambre y la miseria, las privaciones y la enfermedad, la frustración y la ilusión del futuro (incluso la falsa lealtad de la que hablamos antes).

Aquel muchachito tenía a su padre en la cárcel por haber estado en zona roja, lo que aumentó las dificultades financieras y afectivas de la familia. Sueños nocturnos donde se manifiesta el inconsciente. Sueños diurnos donde la imaginación trata de escapar de la dura realidad, deseando enterrar las miserias, privaciones, injusticias, temores... y el espectro de la muerte cerniéndose por doquier. En el lecho de un hospital de Albacete, el jovencito luchó a muerte, como uno de esos colosos que tan bien sabía dibujar. Allí dibujaba. Allí soñaba y quizás allí empezó a germinar la idea del Guerrero. Surgido de un sueño o de una serie de sueños, quizás, incluso, de una pesadilla, el personaje que lucharía eternamente, sin jamás encontrar la felicidad, empezó a cobrar forma, fruto del fondo del ser del dibujante, obsesionado por la muerte, amante de la vida, de su tierra, del ser humano.

En toda obra hay una parte consciente y otra inconsciente. De su lectura de Los cien caballeros de Isabel la Católica, de Rafael Pérez y Pérez, como él mismo dijo, le vino la idea de un caballero de la Reconquista. Yo creo que también influyó otra obra del mismo autor: El caballero del casco. Y me parece evidente la parte inconsciente de la creación. Es mi interpretación, mi sentimiento, mi convicción profunda. La fascinación del personaje, que ha permanecido hasta hoy, se explica en parte por ese lado inconsciente.

Los héroes más nobles son los que más sufren, pues el respeto a los principios morales y humanos es lo qNúmero 31 de la colección. Clic para ampliar.ue hace de ellos víctimas en el pleno sentido de la palabra. Al mismo tiempo, sufrimiento y experiencia hacen de ellos seres comprensivos, buenos. Es el caso del Guerrero y también de otros personajes de la serie, en particular Don Luis.

NIÑEZ Y JUVENTUD DEL GUERRERO

Casi nada sabemos de la niñez y juventud del Guerrero. Cuando aparece ya es un adulto, un fornido joven de veinte años. Pero se nos desvela su origen y a partir de ahí podemos imaginar lo que fue su niñez y primera juventud.

Agudísimo e intransigente defensor de Manuel Gago y su obra, Francisco Tadeo Juan, con su peculiar fraseología, dijo con mucho acierto que es

« (…) la vida de un desplazado social criado y entrenado para matar, hijo de una mujer encinta y violada durante veinte años, callando y ocultando la verdad a un raptor, y al mismo tiempo invasor, que le hubiera matado el hijo que llevaba en las entrañas a la menor sospecha.» (“La saga del Conde de Roca, dicho el Guerrero del Antifaz”, en Comicguía. Historia de una revista sobre comics, Valencia, 1997).

La niñez del Guerrero fue el calvario de una madre. Aquella mujer, virtuosa y hermosa, enamorada y fiel a su esposo, profundamente cristiana, es raptada por el invasor moro Ali Kan en los primeros días de su preñez. Violada y convertida en la favorita del reyezuelo moro, tiene que llevar su calvario durante veinte largos años. Su única alegría es su hijo, el fruto de su amor por el conde de Roca. Y aquí veo yo un paralelismo con un antiguo y famoso personaje de la antigüedad: Moisés, al que sus padres tuvieron que abandonar en las aguas del río Nilo para salvarle la vida. De la misma manera, la madre de Adolfo esconde el origen de su hijo y Ali Kan lo cree suyo, dándole una educación guerrera, entrenándolo para matar cristianos. Moisés fue educado en la corte de Faraón y llegó a ser famoso. Pero lo que es evidente, es que la madre de Adolfo le enseñó su fe cristiana, aun sin revelarle su verdadero origen. Amando a su madre, Adolfo tuvo respeto por las creencias de su progenitora, por lo que, cuando conoció la verdad y comprendió la maldad de su supuesto padre, no le fue difícil el abrazar el cristianismo. Moisés, en cambio, sí conocía su verdadero origen, y fue educado por su madre quien le sirvió de nodriza. Y, como Moisés, el Guerrero se convirtió en una especie de Libertador (título de otra serie famosa del dibujante), pero aquí se para la tenue comparación entre ambos personajes.

Podemos pues imaginar la infancia y desarrollo de aquel niño cuyo trágico destino iba a poblar nuestra imaginación durante tantos años. Un muchacho hermoso, fuerte, amado por su supuesto padre, instruido en todas las formas de combate, en la educación árabe y musulmana, pero también, por medio de su madre, amamantado en la educación cristiana.

La madre de Adolfo representa bien a todas esas madres españolas que sufrieron el martirio de la guerra y cuya alma se desgarraba al ver a sus hijos destruyéndose en el enfrentamiento fratricida. La guerra fue una violación continua de aquellas madres. Y, como ellas, fue capaz de aguantar tanta penalidad y tanto sufrimiento, con la esperanza puesta en aquel que llevaba su sangre.

EL CABALLERO ADULTO.

Perfecto jinete, el Guerrero a caballo simboliza no solamente la lucha constante, sino también el autodominio del personaje y su dominio sobre los demás. Como caballero, significa la lucha espiritual que él lleva, que cada uno de nosotros llevamos. Así, el caballero es la espiritualización del combate, por dedicación a una causa y por la lucha interior que lleva el personaje. El Guerrero vive el combate como un amor y el amor como un combate. Las galopadas incesantes representan la huida hacia adelante, la acción embriagadora y la impetuosidad del deseo del ser humano.

El atormentado ser del Guerrero es objeto de odio y amor, esos sentimientos tan opuestos y tan semejantes al mismo tiempo. Son ellos la razón de vivir del héroe. Los necesita. Sin ellos no podría existir.

La proyección del amor de Gago está reflejada en la romántica expresión de tales sentimientos exacerbados, expresados por los personajes que rodean al protagonista y que están fascinados por su personalidad. De ahí que tanto hombres como mujeres expresen amor, devoción y amistad al esforzado héroe. Desde su escudero hasta piratas, desde simples campesinos o mujeres de harén hasta princesas moras y nobles cristianas. Sus enemigos también están fascinados por el héroe al que manifiestan respeto y temor, una fascinación que también ejercía el Cid. Y los lectores eran tan variados como los personajes. Era una serie que gustaba tanto a niños como a mayores de todas las clases sociales, hombres y mujeres. No dejaba indiferente a nadie.

Sin quererlo, sin darse plenamente cuenta de ello, pero por lo que sentía en lo más profundo de su ser, Gago llegó a describirnos, en un sutil paralelismo y en un simbolismo innato en él, la dura realidad española. Y los lectores, sin percibirlo del todo a veces, pero con ese instinto propio del ser humano, se reconocían en esas aventuras trepidantes que disimulaban la realidad.

La Reconquista fue una guerra civil. Los árabes de entonces estaban en España desde hacía ocho siglos, así es que muchos ya eran españoles. Y Gago se puso entero en su personaje. La guerra fratricida puso al mismo nivel a individuos de todas clases, a ricos y pobres, a cultos y analfabetos, todos iguales ante la barbarie y la muerte. CalvariNúmero 66 de la colección. Clic para ampliar.o de una nación, de un pueblo. A Unamuno «le dolía España». A Gago también. Por eso trazó con su pincel un via crucis heroico.

El Guerrero porta en su pecho una cruz, pero ésta no es una simple ostentación de creyente. Representa la cruz que el Guerrero llevará siempre, oprimiendo su corazón, como un Calvario constante. Es el sempiterno estigma del creador, traumatizado por los acontecimientos de los que ha sido testigo. En realidad lleva la cruz a cuestas, en la espalda, pero si gráficamente fuera así, la capa la taparía y encontramos aquí el símbolo del embozo, del disimulo, del silencio, como el casco, símbolo de invisibilidad y de invulnerabilidad como el antifaz, símbolo del subconsciente, para encubrir la personalidad. Por regla general, el enmascarado esconde una personalidad, una identidad que debe permanecer secreta. El Guerrero tiene dos máscaras, puesto que esconde dos personalidades, dos identidades: la del hijo de Alí Kan, derribador de cristianos, y la del hijo del Conde de Roca, derribador de moros. Rechazado, odiado y perseguido por ambas comunidades rivales, su máscara es doble. Como doble es la máscara del español que tiene que sobrevivir bajo el franquismo, pero que, al mismo tiempo, tiene que justificar su pertenencia a las izquierdas o a corrientes de pensamiento, incluso religiosos, que no armonizan con las doctrinas oficiales. Es el caso de miles de españoles que tuvieron que sobrevivir a la dictadura franquista, sin hacer compromisos con relación a la república o a sus ideologías personales. Como tantos españoles de entonces, presas del miedo por el terror imperante, el héroe tiene que construirse una nueva identidad para ocultar su vida anterior, e incluso su vida interior.

Y más allá de eso, la vida misma del Guerrero es la prueba de la condición existencial del hombre. El fantasma del porqué, la maldición de la vida y la muerte, de las causas humanas de la enfermedad, el envejecimiento y la muerte. Cuando se creía moro, el Guerrero fue un gran matador de cristianos. Ese fue su pecado, que, como el pecado original de la Biblia, el pecado heredado, arrastrará toda su vida y cuyos efectos solo podrá soportar mediante su entera dedicación a la lucha, una lucha eterna y desesperada contra el Mal, simbolizado por todos los enemigos que aparecen a su paso. Además, esa cruz del pecho la lleva como un tatuaje, como una marca impuesta por el orden religioso y de la que no puede despojarse. Solo cuando lleva sus ropas de noble (raramente), puede dejar aparte la cruz, pero la quietud, la inacción, son impensables para el héroe.

Cuando realmente se libra de la cruz sobre el pecho es cuando se desnuda. Entonces aparece su hermoso cuerpo de atleta, triunfo del cuerpo libre, del hombre libre, sobre el fanatismo esclavizador. Por ello, Gago es un gran dibujante del cuerpo humano, el masculino, hercúleo, ágil, hermoso... Su obra pone de manifiesto la figura humana, esa obra maestra de la Creación, descuidando todo lo demás. Todo es excusa para mostrarlo y provocar la admiración, siendo las ropas que recubren los cuerpos una simple manifestación de la censura impuesta y auto impuesta. El dibujo de la figura forma parte de la naturaleza del dibujante, le sale espontáneamente. El sueño de Gago es la perfección del cuerpo humano. La enfermedad, representada por las heridas, es el estorbo constante al desarrollo y mantenimiento del cuerpo, esa máquina tan maravillosa. Y la muerte pone fin a su funcionamiento, esa muerte que fue la compañera de todo un pueblo durante la desgarradora guerra civil. La pintura del cuerpo humano es en Gago un canto a la vida, a lo que podría ser si el hombre no fuera cruelmente víctima de su triste condición, de su esclavitud a la muerte.

Para aliviar la angustia, el dolor, la desesperación, la espada cruciforme lanza mandobles a diestro y siniestro, cortando, raspando, punzando, atravesando. El Guerrero cabalga, salta, corre, surca los mares, como huyendo de su propia condición lastimera, pero solo la muerte lo podrá detener. Acepta su sino errante con un estoicismo digno del más puro monje de claustro. Gago, como millones de españoles, no tuvo más remedio que aceptar su situación y luchar por la subsistencia. La rebelión no le conducirá a nada. Lo que le ayuda a soportar las dificultades y las enemistades es enfrascarse en su propia vida de lucha y hallar la satisfacción de hacer el bien y ayudar a otros, lo que le permite tener verdaderos amigos. Como un Redentor, carga con el horroroso pecado de la guerra civil, asume las consecuencias de la guerra y su vida será una eterna tragedia en aras de la expiación del pecado y en la lucha por el bien y contra toda injusticia. Gago vive así. Su lucha es el dibujo, la creación de personajes, la narrativa heroica, la ayuda a familiares y amigos, el sueño del poeta y la generosidad del hombre común.

El Guerrero ama. Sueño del amor imposible, frecuente en la obra de Gago, que simboliza el deseo inalcanzable de llevar una vida normal y feliz. Nunca alcanzará la realización de sus sueños. Consciente de que la rebelión no le conducirá a nada, acepta su situación, transformándola en sueño, poesía.

La tragedia del Guerrero parecía ir a tener un final feliz al terminar la primera parte con la boda y el perdón y rehabilitación del héroe.

Pero la pirueta, el guiño, la realidad, es lo que el autor nos indica. No, el final feliz es una mentira para acallar los tormentos e inquietudes de personajes y lectores. Las aventuras continúan. Es decir, la tragedia continúa. El final feliz solo era una apariencia más. Como cuando se promete el cielo a los fieles crédulos. Como cuando se promete la felicidad al aceptar la sociedad en la que uno vive oprimido. Este falso final es una burla más. Y el Guerrero vuelve a colocarse la máscara y a guerrear.

No fue la pretensión de Gago el hacer política. Pero en él, un artista sensible, una persona fundamentalmente buena, la sátira social, la denuncia política, la rebeldía latente, eran simplemente y sublimemente intuitivas, innatas, epidérmicas. Y se manifestaron con gran dignidad en su arte.

Si en evidencia se ponen los nobles señores, otra evidencia resalta con ello: el pueblo está dominado, amordazado, trabaja, sufre y guerrea sin esperanza, a menos de confiar en su Dios que les promete el cielo en recompensa, si son «buenos».

Gago es provocador y conciliador a la vez. Más allá de la intención consciente y de lo imputable a la responsabilidad personal, la ambigüedad que podemos encontrar en su obra, deriva esencialmente de los condicionamientos objetivos a los que se encontraba sometida la creación artística de la época: el ingenio tenía que doblar la cerviz ante el poder y sólo podía darse a conocer, es decir, sobrevivir, transigiendo, o aparentando transigir. El discurso de la censura obligaba a practicar el juego de la desfiguración y de la ambigüedad, del disimulo y del ingenio.

Aquel hombre, aquel artista, cuyos dolores y sentimientos, gozos y amores tan bien había plasmado, consciente e inconscientemente, en sus personajes, se vio en cierto momento tildado de franquista, de reaccionario, de fascista, de beato retrógrado, de mala influencia embrutecedora entre los jóvenes lectores. Tras la opresión de la dictadura vino entonces la falsa acusación traída en el nombre de la libertad democrática.

¡Cómo dNúmero 82 de la colección. Clic para ampliar.ebió sentir su sensible corazón ese desgarro, esa puñalada asestada por la incomprensión!

Pero aquel hombre bueno no tenía necesidad de hablar, ni de polemizar, ni de irritarse. Permaneció impasible, como con la actitud de Cristo ante sus acusadores. Ahí está su obra. ¡Que hable ella! Y que testifiquen aquellos que lo conocieron, directa o indirectamente.

La obra continúa.

Y en ella no existe el estatismo. Los personajes siempre están en movimiento, andan a grandes zancadas, corren, saltan, cabalgan. Se mueven antes de morir. Cuando están parados es en la conversación que se mueven, en los sentimientos, en la tensión dramática de los acontecimientos que están sucediendo o que van a suceder, haciendo así también avanzar la acción. Cuando se reposan es la mente la que está en movimiento, aportando la emoción, la angustia, los temores, los sueños, las frustraciones. Todo ello indica la necesidad de evasión, de escapismo, la necesidad de huir, de liberarse de ese país encerrado, de esa casa donde se está prisionero, de esa mente que ansía la libertad.

Los viajes al extranjero podrían parecer liberadores, y en cierto sentido lo son, por la sensación de cambio y ampliación del espacio vital. Pero aún ahí la lucha continúa, o el Guerrero se ha desplazado llevado por circunstancias aventureras o para ayudar a alguien. También hay pues sufrimiento, opresión y soledad en el exilio, obligado o voluntario, y hasta en países aparentemente libres el hombre es oprimido. Aun allende los mares el Guerrero permanece encerrado, cautivo, atormentado como en la vieja España tradicional.

El honor y la dignidad humana son burlados y despreciados por los poderosos en toda sociedad. Una constante, propia de la aventura, pero que toma aquí una proporción particular es la de las mazmorras y subterráneos, con sus salas de torturas y sus cadenas. El simbolismo es claro, pues representa bien ese terror de las sombras y el encierro, del aislamiento y la tortura. La mayor parte de las veces se encuentran en los sótanos, hacia el interior de la tierra, cerca del infierno, lugar de tormentos. Tras la guerra civil, el espectro que se cernía sobre la población vencida era la cárcel, experiencia traumática que muchos conocieron y los marcó para siempre. En el Guerrero son numerosas las escenas de encarcelamiento y torturas, alusión a una desdichada realidad, pero que en su caso no se limita a un marco geográfico particular. Va mucho más lejos, es universal. Así defendió Gago los derechos humanos a nivel planetario. En esto su obra es siempre actual.

En efecto, no sólo la prisión literal existía. También el aislamiento de España y, sobre todo, la prisión moral, la cárcel de la opinión y la libre expresión, simbolizadas por lóbregas mazmorras, cadenas de hierro y tormentos inquisitoriales. Y más allá de la España real y cotidiana, es símbolo de la esclavitud al entero sistema religioso, político y económico, que bajo apariencias de libertad, continúa oprimiendo, torturando y matando, sometiendo a la impotencia y la muerte a la humanidad entera.


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 [ © 2003 Agustín Riera Torres, para Tebeosfera 031223 ]