TEBEOSFERA \ SECCIÓN  

MUVOVUM / 3

 

por JAUME SALVÀ i LARA  


El cómic de Carlos Giménez: Análisis de "Primer amor (un día, un lugar... un encuentro)".


¿Quién es Carlos Giménez?

El año 1941 nació Carlos Giménez, un niño destinado a convertirse en una de las grandes figuras del cómic español y mundial, con una infancia difícil en diversos internados de Auxilio Social que lo marcaron profundamente. No es casualidad que su obra más conocida sea precisamente Paracuellos, una serie biográfica sobre esta etapa y uno de los documentos más fiables sobre esta tenebrosa institución de posguerra que ha sido pulcramente borrada de los libros de historia de letra gorda.

Aprendió el oficio primero admirando al dibujante Juan García Iranzo, después como ayudante del también dibujante Manuel López Blanco. Pronto el joven autor dibujó en una serie policíaca, Drake & Drake. Ya a principios de los años sesenta se fue a Barcelona, donde se introdujo en la agencia Selecciones Ilustradas, dando forma a series como Gringo o Delta 99. En el año 1969 empezó a dibujar Dani Futuro, unas aventuras juveniles de ciencia ficción guionizadas por Víctor Mora. En esta serie Giménez ya estableció algunos de sus estilemas que le perdurarán hasta hoy en día. Como muy bien afirma el mismo autor, Dani Futuro fue el final de una etapa en la que sólo hacía de dibujante. A partir de su siguiente gran obra, Hom, también hará los guiones, con dos excepciones: una en los años setenta con la serie España Una, Grande y Libre, coguionizada parcialmente con Ivà, y otra en los años ochenta en el álbum Una infancia eterna, guionizado por el francés Christian Godard.

Desde entonces nuestro autor no parará, sea para las revistas de Josep Toutain o de otras de las muchas que salen entre finales de los setenta y principios de los ochenta, sea para el mercado francés, de la mano de la editorial Glénat y su revista humorística Fluide Glacial. De toda su producción destaca sin duda la serie Paracuellos, con seis álbumes publicados, que cuenta las peripecias de un grupo de chavales, entre los que está él mismo, en diversos internados falangistas en la posguerra, y también destaca Los profesionales, magistral retrato de los dibujantes de agencia de la Barcelona de los sesenta. En la actualidad la filial española de Glénat está sacando al mercado la colección Carlos Giménez, con vocación exhaustiva.

Romances de andar por casa

Dentro de la tebeografía de Carlos Giménez abundan las obras mayúsculas, llenas de grandeza y sinceridad a partes iguales. Para abordar un análisis de una obra suya hemos creído conveniente escoger una de menor, no queriendo decir así que tenga menos importancia sino que puede pasar mucho más desapercibida dentro del conjunto de su obra que no las antes mencionadas o tantas otras. Los motivos son básicamente dos: la limitación física de esta comunicación y la mayor libertad a la hora de diseccionar las partes formales y temáticas. Romances de andar por casa es una obra muy poco estudiada y este hecho siempre es bueno para no estar inconscientemente comparando las propias conclusiones con las de otros. Además, el estilo de Carlos Giménez ya está totalmente consolidado y esto hace que las obras de este período sean paradigmáticas de su manera de hacer.

El álbum Romances de andar por casa fue editado en el año 1986 por Toutain con tres historias escritas y dibujadas en blanco y negro por Carlos Giménez entre los años 1984 y 1985. La temática trabaja las difíciles relaciones entre hombres y mujeres de edad madura que tienen la vida planteada de forma rutinaria, prácticamente gris. Son historietas desmitificadoras del amor, que huyen de la idealización para presentarnos historias frustradas por las circunstancias de los protagonistas, siendo una de las principales causas de esta frustración la propia psicología de los personajes.

De las tres historietas del álbum, hemos escogido la que lleva por título “Primer amor (Un día, un lugar... un encuentro)”, que nos plantea una historia aparentemente descompensada, con un prólogo de catorce páginas, en el que el autor nos cuenta como se conoció la pareja protagonista en una verbena de los años sesenta. A largo de estas páginas somos testimonios de la evolución de la relación de esta pareja, que pasa del enamoramiento más tierno e ingenuo a la pasión encendida que los lleva a cometer temeridades sexuales, hasta llegar a la monotonía rutinaria y, finalmente, a la ruptura.

En este prólogo predominan los cartuchos debido a la cantidad ingente de información que nos tiene que llegar. Así Giménez puede hacer elipsis temporales muy drásticas y reducir al máximo el diálogo, muy simplista si su lectura no se complementa con el apoyo de los textos de los cartuchos. Como hemos dicho, el prólogo termina en una ruptura especial, sin que se haya desvanecido la pasión; y así lo indican las cuatro últimas viñetas de la página 14 [ Acúdase a la galería de imágenes en ventana aneja haciendo clic aquí, o haga clic sobre cada página cuando se menciona ].

Las tres primeras recrean el efecto de un zoom para incrementar la tensión dramática del último beso, de la última muestra de esta pasión que los dos sienten pero que no tendrá continuidad. Podríamos decir que la última viñeta tiene un contenido metafórico. El árbol con sus iniciales grabadas con los correspondientes corazones atravesados por una flecha y, al fondo, en lo alto del cielo, una estrella que brilla más que las otras, que simboliza este amor pasional que aún sienten pero que nunca más consumarán. En esta viñeta, también es destacable la forma de incorporar los cartuchos, dos en la parte superior izquierda y el que anuncia el fin del prólogo en la parte inferior derecha, jugando con la línea de indicatividad occidental.[1] Si unimos los cartuchos de la izquierda con los de la derecha estamos trazando una diagonal que separa dos elementos redundantes y muy significativos: los corazones con las iniciales y la estrella que brilla. Y veintitrés años se acumulan entre este episodio / prólogo y la historia propiamente dicha, de apenas seis páginas, en las que se nos plantea el reencuentro de los dos ex amantes en la presentación de un libro de él.

Análisis formal

El análisis detallado sólo será de las últimas seis páginas porque constituyen una secuencia, es decir una entidad narrativa susceptible de ser estudiada por sí sola, aunque para su comprensión se haya de haber leído el prólogo o una breve reseña del mismo.

La planificación responde a un criterio bastante convencional, en base a cuatro hileras, con una mediada de casi trece viñetas, lo que quiere decir que estamos delante de una obra muy compartimentada. La página con menos viñetas es la 15 (la primera de la historia) y la que tiene más es la 19. Todo esto tiene una explicación narrativa que veremos más adelante. De las setenta y seis de la historia, sólo hay dos que no presentan figuración y corresponden a momentos clave (p. 18, viñeta 5; p. 20, viñeta 12), como también veremos más adelante.

La conexión entre viñetas se hace mediante calles clásicas de color del papel, sin que se vean invadidas por ningún elemento gráfico o literario destacable, a excepción de una ocasión (p. 20, viñetas 4-5), dónde el diálogo de la entrevistadora hace de enlace entre un recuerdo del protagonista y el presente.

Carlos Giménez respeta totalmente la línea de indicatividad occidental con un montaje muy claro que alterna el carácter lineal con el paralelo. El lineal predomina en la historia hasta que Marieva, la protagonista femenina, se identifica pronunciando su nombre. A partir de este momento Miguel, el escritor que está presentando su último libro, queda profundamente impactado por esta aparición. El autor recurre a la ralentización de la acción (p. 17, viñetas 1-4) y a continuación empieza un espléndido montaje paralelo en el que el dibujante intercala breves flashes de sus recuerdos de juventud con otros del presente, en el que por unos momentos no encontramos a su mente. Todo esto dura hasta la última viñeta de la página 18.

Toda la página 19, que es la que tiene más viñetas, está compuesta con una diagramación apretada para mostrarnos una escena irreal, fruto de la imaginación y el deseo del escritor, en la que él le sale a camino a ella y se besan. La primera y la última viñeta son prácticamente iguales pero mientras la primera da pie a un final feliz, en el que los dos protagonistas se reconcilian, la última hace volver a Miguel a la realidad, preparándonos para la última página, en la que repite la pregunta que evidentemente no ha oído y sigue con la entrevista, comentando asuntos de escritor. No obstante, la última viñeta presenta una “viñeta flash” o “viñeta recuerdo” en la que se vuelve a ver a los dos protagonistas maduros besándose, en un último rebrote que finalmente termina con la partida sin retorno de Marieva.

En cuanto a la información intrínseca de las viñetas, Giménez hace uso de un encuadre práctico, adjetivando el contorno de éstas. Así, las viñetas recuadradas corresponderían al presente real, el de la entrevista y la firma de libros; las viñetas que prescinden de contorno corresponden a los flashback, al recuerdo de los buenos momentos que pasaron juntos más de veinte años atrás.[2] Las viñetas que corresponden al momento del presente que se imagina Miguel también prescinden del contorno exterior, pero tienen un aspecto más cerrado que las de los flashback debido a la fuerte presencia del fondo negro, atemporal, de cada una de ellas.

Dentro de algunas de las viñetas aparecen globos con el diálogo de los personajes que hablan. Giménez aquí utiliza los globos poco adjetivados, que prácticamente sólo cumplen su función básica de continente del diálogo. Casi todos son de forma rectangular con los vértices redondeados; sólo en una ocasión es ovalado (p. 18, viñeta 13), cuando Miguel duda por un momento entre quedarse sentado y dejar irse a Marieva o, al contrario, levantarse y pararla. Lo que sí varía en algunas ocasiones concretas es el delta: Si el diálogo es normal el delta no presenta ninguna característica más destacable que su función indicadora; si se trata de una voz en off (por ejemplo p. 16, viñeta 7), el delta aparece fusionado con la calle lateral de donde se supone que procede la voz y, además, tiene forma de zigzag;[3] si el globo alberga un pensamiento sólo nos lo indica el delta, que se transforma en dos pequeñas formas ovaladas (por ejemplo p. 18, viñeta 12).

En cuanto al diálogo propiamente dicho, está rotulado a mano por el mismo autor, con una caligrafía similar a la de imprenta que caracteriza a sus obras. El trazo es generalmente simple, de letra redonda, pero en algunas ocasiones utiliza el recurso de la negrita para destacar un concepto (p. 15, viñeta 3) o algunos nombres clave (p. 16, viñetas 1, 2, 3 y 5; p. 17, viñetas 7, 8, 10, 12 y 14, etc.). Giménez no abusa de este recurso precisamente para dar la justa importancia a las palabras. Sólo en dos viñetas, casi idénticas, con un primerísimo primer plano (p. 17, viñeta 13; p. 5, viñeta 1) de Miguel; la primera, ya comentada, es cuando parece que quiere reaccionar y parar a Marieva, mientras que la segunda forma parte de aquella página que representa lo que querría, tendría que hacer y finalmente no hace.

De todas las viñetas con diálogo en el interior del globo, una de ellas (p. 18, viñeta 7) presenta un texto ininteligible a base de puntitos, haciéndonos partícipes en primera persona del hecho de que Miguel, en el momento que ve salir a Marieva por la puerta, no escucha y por lo tanto no entiende la pregunta que le está haciendo la periodista. La viñeta siguiente presenta un Miguel desconcertado, que acaba de volver a la realidad, y esto viene remarcado por la aparición de centelleos alrededor de su cabeza.

Siguiendo observando la precisión y economía de los recursos propios del lenguaje del cómic, podemos comentar las escasas líneas cinéticas que aparecen en pocas ocasiones, para evitar su abuso y aumentar así su efectividad. Las utiliza una vez con una función expresiva del estado de sorpresa al que se ve sometido el protagonista cuando reconoce la voz de Marieva, justo antes de verla (p. 16, viñeta 8), una vez para expresar la perplejidad de Miguel cuando ve que le han hecho una pregunta y no prestaba atención (p. 18, viñeta 8), y dos veces para expresar duda a la hora de volverse a centrar en la entrevista (p. 18, viñeta 9; p. 20, viñeta 1). Es decir, que todas las líneas cinéticas que aparecen no quieren indicar el movimiento físico del personaje, que siempre es el mismo, sino un movimiento más bien anímico.

Si analizamos la planificación utilizada en cada viñeta podemos apreciar que Giménez domina a la perfección la utilización de los diferentes tipos de planos. Si los recordamos, en esencia son los siguientes: Gran plano general (GPG) para vistas en las que la presencia humana es accesoria, casi prescindible; plano general (PG), que convierte a la figura humana en poco más que una silueta integrada en el entorno; plano conjunto (PC), que encuadra la totalidad de la figura humana pero en el límite de la cabeza y los pies; plano americano (PA), que encuadra la persona desde debajo de las rodillas hasta la cabeza; plano medio (PM) que, como su nombre indica, encuadra la mitad superior; primer plano (PP), que coge poco más que la cara; primerísimo primer plano (PPP), que aproxima aún más el encuadre a la cara; i plano detalle (PD) cuando se nos ofrece la vista de una parte muy pequeña de una persona, animal o cualquier objeto animado o inanimado.

Los planos más psicológicos, que penetran en la intimidad de los personajes, son el PP y el PPP, aunque los otros también lo pueden hacer pero ya depende más de su colocación estratégica y de la pericia del dibujante. Cuanto más ancho es un plano, más información física, del espacio material, nos proporciona, en detrimento de la información psicológica; mientras que cuanto más corto es, más importante es el ser humano, sus reacciones faciales y su expresividad general.

“Primer amor...” es un cómic en el que predominan los planos más pequeños o iguales que el PM. Por lo tanto se trata de una obra que pretende profundizar en los sentimientos y reacciones emocionales de los personajes, concretamente de Miguel y Marieva, de los que sabemos todo lo necesario de su relación de juventud gracias al prólogo.

La primera página es un magnífico ejemplo de interiorización en la historia y en la figura de Miguel. El conjunto de viñetas que lo forman configuran una especie de travelín (con las correspondientes elipsis entre viñetas) que empieza con un PG de la fachada en dónde tiene lugar la mesa redonda, con gente que pasea o esta sentada, totalmente al margen de lo que sucederá y que para nada cambiará sus vidas (la trascendencia de las cosas es relativa) y termina en un PPP de Miguel hablando. A partir de aquí, la utilización de los diferentes tipos de plano se hace en función de dos variables: la efectividad narrativa, con muchos PM que permiten incluir cómodamente dos o más personas en cada viñeta,[4] hasta planos más próximos a los sujetos, algunos de ellos encuadrando sólo los ojos, la parte de las personas que más dice de su interior (p. 17, viñetas 3 y 4). Giménez hace un uso verdaderamente magistral del plano psicológico, alternando muy astutamente los diferentes tipos, hasta los PA (p. 18, viñetas 1, 2 y 5), para acertar en el efecto creado en el lector. Y si al principio hace una especie de travelín de aproximación, más adelante (p. 19, viñetas 11, 12, 13, 14 y 15) utiliza el recurso a la inversa, es decir para alejar al lector de los personajes. Y esto viene muy bien aquí porque es el final del espejismo que ha tenido al imaginarse que se levanta y evita que Marieva se le escape para siempre. Lo que durante toda la página nos ha parecido real, el reencuentro y el beso, al final queda como dos siluetas negras sin fisonomías faciales (p. 19, viñeta 15), contraponiendo esta imagen oscura, casi borrosa, al PPP de Miguel, que cierra los ojos mientras piensa «Curioso cómo ha pasado el tiempo», convirtiendo la posibilidad de reencontrarse con su primer amor quien, por cierto, ha ido expresamente a hacerle firmar su libro. La mente humana juega malas pasadas y, en esta ocasión, evita el reencuentro deseado por los dos.

Los elementos de decorado de esta historia son mínimos. Estamos ante un ejemplo de historieta en la que sólo tienen una importancia complementaria que muchas veces desaparece, cuando el autor no quiere que nada nos desvíe la atención en los personajes, y prescinde de cualquier fondo, convirtiéndolo en blanco si se relata el presente y negro en los flashback o en la escena imaginada por él. Si en los flashback los personajes son siluetas negras, entonces el fondo es blanco para conseguir el necesario contraste. En dos ocasiones los personajes se separan del fondo negro por una especie de aureola, un espacio en blanco que los rodea, dándoles un carácter simbólico, seguramente del amor ideal imposible. La primera ocasión es en la página 19, dónde ya hemos visto que Miguel se imagina una conversación con Marieva que nunca llevará a cabo; la otra ocasión es en la última página, dónde Marieva, cuando se va, pasa junto a una pareja de jóvenes muy enamorados que se besan en la calle rodeados por este contorno blanco sobre fondo negro.

Cabe decir que esta economía en los elementos que conforman el decorado responde muy bien al tipo de historia dibujada, con pocas localizaciones. Solo tiene dos: una es en el interior del recinto donde tiene lugar la rueda de prensa, con una mesa, que apenas se ve, y cosas como un vaso, un cenicero y una caja de tabaco (p. 18, viñeta 6); la otra localización es el exterior del recinto, con gente que hace su vida (página 15, viñeta 1; página 20, viñetas 9-11). Recordamos aquí una vez más que lo importante de estas páginas es el encuentro, después de casi veinticinco años, de dos personas que habían estado perdidamente enamoradas una de la otra, que se reconocen al momento y que ninguna de las dos da el primer paso para una posible reconciliación debido a la estupidez humana.

Precisamente por este carácter eminentemente humano de la historia los personajes y sus diálogos y reacciones se convierten en su motor. Se puede decir que hay dos protagonistas, Miguel y Marieva, y el resto son extras y figurantes, pura comparsa necesaria como ambientación. Esto no quiere decir que haya un solo personaje de facciones poco trazadas porque el Giménez de los ochenta ha llegado a una madurez gráfica al mismo nivel que la argumental. Todas las personas que salen están tratadas exactamente con la misma atención y detalle, tanto si aparecen fugazmente como si tienen un papel de peso. Los dos protagonistas son dos personas que, recordémoslo, ya han salido en el prólogo cuando eran jóvenes. La historia que comentamos pasa mucho tiempo después y nos muestra un Miguel de mediana edad bastante envejecido, con muchas canas y arrugas, especialmente en la frente, y con un cigarro como prolongación de su boca. Marieva parece que ha resistido mejor el paso del tiempo; solo está un poco más delgada y la mirada es la propia de una persona que ya está un poco de vuelta de todo. Esto queda magistralmente plasmado en la última viñeta de la segunda página, donde aparece un PP de Marieva del que destacan sus ojos, grandes y muy expresivos.

La gestualidad en esta ocasión está comedida, ninguno de los personajes que aparecen presenta una profusión de movimientos, y esto se hace muy evidente en el caso de los protagonistas, especialmente Marieva, con una cara engañosamente inexpresiva. Como los buenos actores, tanto Miguel como Marieva no necesitan mover mucho la cara para decirnos cosas importantes sin articular palabras, casi solo con la mirada, que en todo momento se convierte en la más importante herramienta de comunicación de la historieta.

Para concluir, podríamos decir que estamos ante un cómic mayúsculo, con una riqueza lingüística que lo convierten casi en paradigmático. También es una obra representativa de uno de los mejores momentos gráficos del autor, un catálogo de sus principales estilemas, como el uso del blanco y negro, la angulosidad de las caras, la modulación perfecta de las líneas, que lo dibujan todo, el uso de plano-contraplano con unos silencios tan bellos como necesarios, tantas cosas que escapan a las posibilidades de este artículo y que merecen un análisis exhaustivo para poner al autor en el lugar que se merece. 

[1] Línea ideal que ordena el trayecto de lectura, según el principio de la prioridad de la izquierda sobre la derecha y de lo superior sobre lo inferior (cfr. Barbieri, Daniele (1998): Los lenguajes del cómic, Paidós, Barcelona)

[2] Es interesante destacar que en los recuerdos de Miguel éstos son todos positivos, no aparece ni una de las numerosas riñas que protagonizaron y que les llevaron a la ruptura. Parece que el autor quiere constatar que el amor no se ha extinguido, que las cosas negativas han pasado a un segundo término. Pero aún así no vuelven a estar juntos, ni tan solo se dirigen una palabra de afecto.

[3] Hay excepciones destacables. Por ejemplo en la última página, viñeta 2, en la que el delta nos indica que quien habla (Miguel) se encuentra detrás de la puerta que aparece al fondo y, por lo tanto, en vez de fusionarse con una calle, termina en una especie de estrella encima de la puerta.

[4] Una ventaja narrativa del cómic sobre el cine es que mientras éste está sujeto a planos de un formato constante y unívoco, el del formato de la pantalla, el cómic tiene la total libertad para modificar estos límites, permitiendo crear viñetas apaisadas, verticales, redondas, cuadradas, rectangulares, etc., aumentando así las posibilidades expresivas y funcionales.


 [ © 2003 Jaume Salvà i Lara, para Tebeosfera 031019 ]                        [   ver la galería de imágenes ]