CÓMICS Y DELINCUENCIA JUVENIL EN ESTADOS UNIDOS DURANTE LA GOLDEN AGE
IGNACIO FERNÁNDEZ

Resumen / Abstract:
Entre 1940 y 1960, Estados Unidos experimentó un profundo pánico en torno a la delincuencia procedente de niños y jóvenes. Tratando de hallar un responsable al incremento de la criminalidad de los menores de edad, algunos intelectuales apuntaron a los cómics como parcialmente responsables del problema. Esta idea fue respaldada por la prensa, que publicó centenares de noticias en las que se establecía un vínculo entre `crime comics´ y delincuentes. Rápidamente los gobiernos locales y estatales reaccionaron a las demandas sociales, y comenzaron a aprobar leyes y ordenanzas dirigidas a prohibir la difusión de los `crime comics´. Finalmente, el asunto alcanzó un nivel federal cuando el Senado decidió estudiar qué medidas deberían adoptarse para poner fin a la delincuencia juvenil. Sin embargo, puesto que sentencias a nivel federal y estatal habían declarado la inconstitucionalidad de algunas normas municipales y estatales, el Senado decidió no optar por soluciones censoras y, en su lugar, requerir a los editores para que adoptaran medidas de autocontrol. / Between 1940 and 1960, the United States experienced a deep fear about juvenile and youth delinquency. Trying to find a responsible for the increase of youth criminality some intellectuals showed that comic books were partially responsible. That thought was supported by newspapers, which published hundreds of news where the reading of crime comics was linked to lawbreakers. Local and State governments quickly reacted to citizenship´s demands and began to pass laws and ordinances forbidding the diffusion of crime comics. Finally the matter reached a Federal level when Senate studied measures which should be adopted to finish juvenile delinquency. Nevertheless, as Federal and State Court Decisions had declared unconstitutional some local and State legislation Senate decided not to introduce censorship and request publishers to self control measures instead.

CÓMICS Y DELINCUENCIA JUVENIL EN
ESTADOS UNIDOS DURANTE LA “GOLDEN AGE”

 

1. Aquellos no tan maravillosos años

En el hilarante relato sobre sus vivencias de infancia en la ciudad estadounidense de Des Moines (Iowa) durante los años cincuenta, el periodista y divulgador científico Bill Bryson recuerda cómo, por aquellas fechas, la principal preocupación de la sociedad era, junto con el comunismo, la conducta de los adolescentes[1]. De hecho, el propio término anglosajón para designar a esos díscolos jóvenes ­­—teenagers­­­— había surgido apenas una década antes[2].

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Carteles de las  películas Rebel without a cause (Nicholas Ray, 1955) y The wild one (László Benedek, 1953) Portada del libro Blackboard Jungle, de Evan Hunter. Cartelera y fotograma de la película del mismo título dirigida por Richard Brooks en 1955. Una obra emblemática sobre la complejidad de la adolescencia: The Catcher in the Rye (1951), de David Salinger.

Los estadounidenses asistían con creciente desasosiego al despertar de lo que para ellos constituía una nueva y extraña raza integrada por seres contestatarios, impúdicos, estrambóticos y rebeldes. Sus desconcertantes comportamientos llamaron incluso la atención de Hollywood, que los retrató en películas tan emblemáticas como Salvaje (The wild one, László Benedek, 1953) o Rebelde sin causa (Rebel without a cause, Nicholas Ray, 1955), largometrajes que harían inmortales a Marlon Brando y James Dean, respectivamente. Por su parte, la rebeldía de la juventud en el ámbito educativo quedó reflejada en Semilla de maldad (Blackboard Jungle, Richard Brooks, 1955), en la que un profesor (interpretado por Glenn Ford) se enfrentaba al destructivo comportamiento de sus alumnos adolescentes. De esa conducta errática y difícil de entender también dio cumplida referencia el libro de Jerome David Salinger El guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye, 1951), que, a pesar de estar prohibido en numerosas bibliotecas y centros docentes, se convirtió en un referente entre una juventud que se sentía identificada con la errática figura de Holden Caulfield.

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Los años cuarenta y cincuenta supusieron la eclosión de numerosos cómics cuyos títulos evocaban a los adolescentes (“teenagers”). En su mayoría pertenecían al género romántico. De entre ellos, destaca Teen-Age Romances (St. John Publications, 1949-1955) por sus provocativas portadas.

A comienzos de los años cuarenta, la díscola conducta de los adolescentes se interpretaba principalmente como inmoral o irrespetuosa[3]; a medida que avanzó la década, esas mismas actitudes empezaron a concebirse como algo de mayor entidad, llegando a considerarse actuaciones criminales. De este modo, se fue gestando un creciente temor hacia la delincuencia juvenil; temor que a mediados de los años cincuenta ya había alcanzado prácticamente el grado de psicosis, merced, en buena medida, a la publicidad que se le daba en periódicos y revistas[4]. Los adolescentes quedaron de este modo estigmatizados ante la sociedad estadounidense, que los prejuzgaba como elementos negativos, sobre todo cuando su forma de vestir, su peinado o su lenguaje se distanciaban de los estándares[5]. Nada que ver con la imagen del adolescente obediente, respetuoso y afable que se difundiría en Archie Comics[6].

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La figura del delincuente juvenil, retratada en Crime Does Not Pay, núm. 55 (Lev Gleason, 1947).

Los primeros síntomas de lo que pronto se conocería como la “vergüenza nacional” empezaron a sentirse con particular intensidad a partir de la II Guerra Mundial[7]. Los jóvenes gozaban de una libertad hasta entonces inusitada: sus padres se hallaban en el frente bélico, sus madres pasaban horas fuera del hogar, asumiendo las cargas laborales que había abandonado la población masculina[8], y ellos mismos disfrutaban de cierta autonomía económica[9], fruto de su participación en la industria militar[10]. La ausencia de supervisión familiar, mezclada con esa disponibilidad financiera de los jóvenes, fue percibida por los sociólogos como una combinación explosiva cuyo resultado parecía abocar, indefectiblemente, a la delincuencia juvenil. De hecho, no parece exagerado afirmar que la histeria colectiva en torno a la criminalidad de los adolescentes tuvo bastante de prognosis: existía una predisposición a creer que ésta tendría que llegar antes o después[11].

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Cartel propagandístico bélico. “Let’s give him Enough and On Time” (Norman Rockwell, 1942). La mujer incorporada a la industria bélica. En la parte superior, dos fotografías de los astilleros (National Archives). En la parte inferior, a la izquierda, “Rosie the Riveter” (Norman Rockwell, 1943) simbolizaría a las mujeres trabajadoras. A la derecha, portada de Life Magazine (agosto de 1943). Cartel publicitario llamando a trabajar en la industria militar. “Defend American Freedom It’s Everybody’s Job” (McClelland Barclay, 1942).

La situación no mejoraría una vez finalizado el conflicto bélico, ante la dificultad de reubicar a los ciudadanos estadounidenses: los varones regresaban de la guerra con unas heridas psicológicas a menudo más profundas que las físicas; las mujeres, que habían ganado su puesto en el mercado laboral, eran de nuevo catapultadas al papel de sumisas amas del hogar, obligadas a edulcorar la vida a su retornado marido; en fin, los jóvenes dejaron de ser útiles para la maquinaria bélica y se les obligó a adoptar el papel de abnegados hijos dentro de aquella estructura familiar que artificialmente trataba de venderse. Vano deseo, porque los estigmas de la guerra se cobrarían su tributo a través de un incremento de los casos de divorcio[12], de modo que los jóvenes verían cómo su familia se fragmentaba una vez más. Esa desestructuración familiar fue interpretada por amplios sectores de la sociedad (en especial los más conservadores) como un nuevo síntoma de desatención hacia la juventud que a la fuerza acabaría conduciendo a conductas ilícitas.

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Arriba: John Edgar Hoover (1895-1972), director del FBI desde su fundación, en 1924, hasta 1972.
Abajo: fotograma del documental Time Marches On (1940), dedicado a la delincuencia juvenil y en el que participaba John Edgar Hoover. La solución al problema se basaba en un trinomio: más familia, más religión, más trabajo.
 
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La delincuencia juvenil no sólo preocupaba a la comunidad. También las autoridades veían claros presagios de ese presunto apocalipsis, y su propio alarmismo no hizo sino incrementar el desasosiego ciudadano, alimentando una vertiginosa espiral. Buena muestra de ello fue el proceder del FBI. En su paranoia particular, John Edgar Hoover contribuyó a extender el mito de la delincuencia juvenil, refiriéndose repetidamente a ella como uno de los principales males de la nación (el otro mal era, cómo no, la amenaza comunista). Ligando descaradamente inmoralidad y criminalidad[13], Hoover emprendió una activa campaña contra lo que consideraba un síntoma de desintegración social, empleando incluso los medios audiovisuales para concienciar a los estadounidenses de que la creciente delincuencia de los menores respondía, ante todo, a la falta de un entorno familiar adecuado[14]. La iniciativa de Hoover de emplear documentales con tal fin no sería, sin embargo, exclusiva suya: también la emplearon asociaciones católicas, como la National Women’s Christian Temperance Union (That Boy Joe, 1944), o compañías educativas, como Centron Productions-Young America Films (What About Juvenile Delinquency, 1955), en el que participó el magistrado Philip B. Gilliam.

En un alarde de histrionismo apocalíptico, Hoover vaticinaría la caída del imperio americano, como antes había sucedido con los de Babilonia, Grecia o Roma[15]. En apoyo de sus predicciones, el director del FBI llegó a difundir cifras alarmantes, estimando que, en los años sucesivos a la II Guerra Mundial, el 43% de los delitos perpetrados en Estados Unidos habían tenido por autores a menores de edad[16]. Unas estadísticas cuestionables, desde luego, aunque sirvieron al propósito de difundir la imagen de que la delincuencia juvenil era un problema real[17].

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  A pesar de su reticencia hacia el contenido de algunos cómics, Hoover consideraba que tenían un gran potencial educativo. De ahí su participación en Calling All Boys, editada por Parents’ Magazine Press. En la imagen, el número 14 (1947).
La febril actividad del FBI se vio acompañada de otras pesquisas promovidas por el Senado estadounidense. En 1943 y 1944 varios subcomités de este órgano se dedicaron a indagar el problema de la criminalidad entre los jóvenes, apuntalando los datos y conclusiones que Hoover difundía. Así, los testimonios de autoridades que intervinieron en dichos subcomités parecían evidenciar que efectivamente se había producido un incremento exponencial de los delitos perpetrados por menores de edad desde 1942[18]. En las alocuciones —principalmente a cargo de juristas, psicólogos y asistentes sociales— se trajeron a colación casos de jóvenes que se escapaban de sus hogares[19], incurriendo con frecuencia en ilícitos penales, como el robo de vehículos[20]. Conductas que alguno de los intervinientes consideró consecuencia directa de la guerra, que había producido tanto la desatención del hogar por las madres trabajadoras, como la circulación de dinero entre los jóvenes[21]. Igualmente empezó a apuntarse que los medios de entretenimiento, en particular el cine y la radio, también tenían parte de la culpa[22].

En 1947, el tema se hallaba tan candente que llegó a celebrarse una Conferencia Nacional sobre la prevención y control de la delincuencia juvenil (National Conference on Prevention and Control of Juvenile Delinquency), promovida por el fiscal general, Tom Clark, cuyas conclusiones se recogieron en dieciocho extensos volúmenes en los que, amén de datos estadísticos, se analizaban las causas y posibles políticas preventivas de tan problemático fenómeno[23]. Envuelta la sociedad estadounidense en tal vorágine mediática en torno a la delincuencia juvenil, no es de extrañar que el tema preocupase a especialistas, tanto en derecho como en la conducta y educación de los menores de edad. El resultado fue que desde comienzos de los años cuarenta empezó a circular una abundante literatura específica sobre el problema de la criminalidad juvenil[24]. Literatura que acrecentó el alarmismo, sobre todo cuando autores como Benjamin Fine, colaborador de The New York Times, afirmaban que, en apenas un año, el número de delincuentes juveniles alcanzaría en el país el millón[25]. Fuesen exagerados o no sus pronósticos, lo cierto es que el propio presidente Dwight D. Eisenhower, en su discurso sobre el estado de la Unión de 17 de febrero de 1955, llegaría a solicitar el refuerzo de la acción federal para atajar la delincuencia entre los jóvenes[26], que, de resultas, se había convertido en un problema no sólo nacional, sino también político.

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Una historia abordando la delincuencia juvenil. Crime and Punishment, núm. 72 (Lev Gleason, 1955).  
La profunda preocupación en la que parecían confluir ciudadanos, autoridades y especialistas explica el interés que existía por buscar cuanto antes un culpable a quien responsabilizar del estigma con el que tenían que convivir. Optando por una burda simplificación, los medios de ocio como el cine y los cómics fueron inmediatamente señalados con dedos acusadores. Las autoridades avalaron esta imputación, y el propio FBI llegaría a afirmar que la delincuencia juvenil resultaba frecuentemente promovida por la distribución de publicaciones obscenas[27], entre las que inmediatamente se incluyó a los cómics. También en la ya mencionada National Conference on Prevention and Control of Juvenile Delinquency se apuntaba al potencial que los cómics —cada vez más influyentes[28]— podían tener para promover las actuaciones delictivas de los jóvenes[29]. Y ello, a pesar de la postura ponderada que en otras ocasiones adoptaba la conferencia, cuestionando la relación de causalidad directa entre cómics y criminalidad ante la ausencia de estudios científicos contrastables[30].

En todo caso, la postura más común en los años cuarenta fue la de identificar la lectura de cómics con las conductas delictuales de la juventud, obviando el más mínimo rigor científico y en ausencia de pruebas concluyentes. Elucubraciones varias, intuiciones y, cuando más, datos estadísticos sesgados y encuestas poco significativas fue cuanto se necesitó para condenar a un medio, los cómics, de un mal que había sido artificialmente exagerado: la delincuencia juvenil.

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Arriba: jóvenes en un drugstore, con cómics al fondo (hacia 1950). Fuente: Life.

Derecha: portada de Controlling Juvenile Delinquency (1943), editada por el Children’s Bureau del Departamento de Trabajo de los Estados Unidos.

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2. De los cómics inmorales a las “escuelas del crimen”

Como ya se ha señalado, la interpretación que ciudadanos, expertos y autoridades hicieron de la conducta de los adolescentes sufrió una paulatina mutación, transitando desde la “amoralidad” hacia la “ilegalidad”. Y algo parecido sucedió con la valoración de los cómics.

El pistoletazo de salida de la campaña anticómic suele situarse en el artículo publicado por el escritor Sterling North en The Chicago Daily News de 8 de mayo de 1940, luego reproducido en numerosos diarios locales[31]. Aunque en él ya criticaba la violencia que exudaban los cómics, el grueso de sus ataques se dirigía a considerarlos como lecturas de nula calidad, inapropiadas para los menores de edad. En esa misma línea, los primeros ataques contra los cómics respondían principalmente a una crítica elitista dirigida contra unos nuevos medios de masas que estaban desplazando lecturas más provechosas.

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Una tira cómica de Little Orphan Annie en la que se muestra la intransigencia hacia los cómics de las clases conservadoras. Fuente: Charleston Daily Mail (16 de enero de 1949).

Esta crítica elitista hacia los cómics se iría recrudeciendo y, a mediados de los años cuarenta, ganaría en intensidad el argumento de que las historietas eran también, y sobre todo, nocivas, porque estimulaban la inmoralidad en diversos aspectos y, más aún, porque incentivaban la comisión de delitos. Siendo adolescentes y niños los principales lectores de cómics, no era difícil articular un falso silogismo: existía un incremento de delincuencia juvenil; los cómics narraban actos criminales; luego éstos eran la principal causa de aquélla.

La conexión entre cómics y conductas delictivas de la infancia y juventud empezó a proliferar a partir de 1943, es decir, coincidiendo prácticamente con la inmersión de Estados Unidos en la II Guerra Mundial. Esta tendencia se hizo más evidente a partir de 1944; un año clave, ya que a partir de entonces se dispararon las alarmas sobre el presunto carácter nocivo de los cómics, sobre su conexión con la delincuencia y sobre la necesidad de sujetarlos a regulación. En esa señalada fecha, Gabriel Lynn publicaría dos obras en las que, basándose en un estudio de campo efectuado sobre noventa y dos cómics, concluía que éstos conformaban auténticos manuales de delincuencia, profusamente ilustrados, en los que los niños podían obtener detallada información sobre cómo perpetrar crímenes[32]. Lynn no albergaba duda alguna de que existía una conexión directa entre esos cómics plagados de gánsteres y la presunta oleada de criminalidad juvenil a la que se estaba asistiendo. Para mostrarlo, mencionaba la “epidemia” de sabotajes a trenes[33], la proliferación de robos[34] o incluso la formación de bandas juveniles[35], todo ello protagonizado por menores de edad que leían asiduamente cómics[36]. La propia editorial del libro, Post-Reporter, solicitaba a los lectores que aportasen nuevos casos tendentes a demostrar la conexión entre los cómics y la delincuencia juvenil[37].

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Una de las principales acusaciones vertidas contra los crime comics residía en que mostraban técnicas para cometer delitos. En la parte superior, a la izquierda, una imagen de Crime Does Not Pay, núm. 22 (Lev Gleason, 1942). A la derecha, Black Cat mostrando tácticas de defensa personal (Black Cat, núm. 7, Harvey, 1947). En la parte inferior, imágenes de Seduction of the Innocent, de Fredric Wertham, también empleadas en el informe de 1951 del Comité Legislativo del Estado de Nueva York para el Estudio de la Publicación de Cómics.

Apenas un año más tarde, el diario Southtown Economist  de Chicago (la misma ciudad donde Sterling North había marcado el inicio de la campaña anticómic) empezó a publicar una serie de artículos con los que pretendía denunciar el peligro de los cómics «para los niños de hoy, que serán los adultos de dentro de unos pocos años»[38]. El tercer artículo de esa serie se dedicaba, precisamente, al género de los denominados crime comics, que, al igual que las películas de cine negro, empezaban a proliferar como alternativa al hasta entonces más extendido género de superhéroes. En una estadística elaborada por el propio diario sobre la base de un centenar de cómics y un millar de tiras de prensa, llegaron a detectar la descripción de doscientos dieciocho delitos graves, sin que hubiese dos iguales, y en los que el lector podría obtener, con todo lujo de detalle, el modo en que podrían perpetrarse[39]. Fue entonces cuando ese periódico difundió lo que sería una frase recurrente: la denominación de los cómics como “escuelas de crimen”[40]. Son, decía el periódico, «un libro de texto sobre los métodos de cometer asesinato, robo, extorsión y suicidio»[41].

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Titular del Southtown Economist de Chicago, primer periódico que emprendió una campaña continuada anticómics. Southtown Economist (25 de marzo de 1945).
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En realidad, la conexión entre cómics y delincuencia tenía el precedente de cuanto había acontecido con las dime novels años antes. Basta recordar cómo a finales del XIX, el paladín del puritarismo, Anthony Comstock, había acusado a las dime novels no sólo de inmoralidad, sino de fomentar la proliferación de «vagabundos, ladrones, forajidos y libertinos»[42]. Sesenta años más tarde les tocaba el turno a los cómics.

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  Varios fotogramas de While the City Sleeps (Fritz Lang, 1956).
Esta identificación de los cómics con “escuelas de crimen” no sólo se difundió a través de prensa y literatura, sino que incluso el cine (que se había visto sujeto a las mismas críticas) también se sumó a la campaña. Así se retrata, claramente, en la película Mientras Nueva York Duerme (While the City Sleeps), dirigida por Fritz Lang en 1956. Una escena resulta especialmente llamativa. En ella, el periodista Ed Mobley y el teniente de policía Burt Kaufman intentan deducir la identidad del homicida de mujeres al que se conoce como el “asesino del pintalabios”:

«ED MOBLEY: Busca a un hombre joven, Burt.
BURT KAUFMAN: Estás conjeturando.
ED MOBLEY: Asesinato premeditado. Cometido por un psicópata. Y no es el primero: no dejó huellas dactilares.
BURT MOBLEY: Porque llevaba guantes. ¡Si hoy en día alguien deja huellas dactilares, aunque sea su primer homicidio, es que no sabe ni leer! ¿Acaso no sabes cuánto se escribe y se publica para instruir a potenciales delincuentes? Sólo mira eso que llaman comic books y que se vende a niños de todas las edades en droguerías.»

Poco después, el periodista presenta el noticiario televisivo. Intentando que el asesino cometa un error y se delate, se dirige a él a través de antena, asegurándole que la policía lo está acorralando. Para demostrarlo, comenta algunos datos que lo identifican. Entre ellos, dice, el asesino es joven, fuerte, le gusta sentirse protagonista y… es un lector de cómics. Y ha acertado. El asesino, que en efecto está viendo el informativo, deja caer de sus manos, con cara de asombro, un crime comic en cuya portada aparece una mujer agonizando. Pero en la película no se mencionaba cómo había llegado Ed Mobley a tal conclusión. ¿Sólo por lo que previamente había mencionado el teniente? En este punto la película era un fiel retrato de la época: existía una predisposición a culpabilizar a los cómics, existieran o no datos fácticos en su contra.

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En el centro, fotografía de un expositor incluida en el informe de 1951 del Comité Legislativo del Estado de Nueva York para el Estudio de la Publicación de Cómics, donde se ponía de relieve cómo los títulos de los cómics resaltaban las palabras “crimen”, “asesinato” y otras del mismo calibre. Alrededor, una muestra de portadas que así lo atestigan.

Esta acusación contra los cómics, aun carente de fundamento probatorio y basada en estimaciones subjetivas y evanescentes, obtuvo un eco inmediato entre una población angustiada por el fantasma de la delincuencia juvenil. La atribulada ciudadanía tenía la sensación de que no podía leerse un periódico sin que apareciese un caso de delitos perpetrados por niños o adolescentes y ligado a la lectura de cómics[43]. Para acrecentar su ansiedad, sólo necesitaba que su temor encontrase el respaldo de especialistas. Y éste no tardaría en llegar. Particularmente activos se mostraron psicólogos y psiquiatras comprometidos con el estudio de las conductas de los menores de edad. Su incorporación al debate resultó fructífero a partir de la conclusión de la II Guerra Mundial, momento en el que proliferaron los géneros de cómics más escabrosos. En efecto, finalizada la contienda bélica, el género superheroico (con un alto contenido patriótico para animar a soldados y ciudadanos) empezó a sufrir un paulatino declive, y los editores buscaron nuevos temas con los que impulsar las ventas[44]. Uno de los más exitosos, promovido principalmente por el editor Charles Biro desde 1942, fue el que se conocería como crime does not pay, género de gánsteres en el que, si bien la delincuencia salía derrotada, sólo lo hacía al final de la narración, siendo el resto del cómic un retrato de las más variadas conductas criminales[45]. Estos cómics describían, pues, unos Estados Unidos decadentes y violentos[46], y con el paso del tiempo, la propia competencia entre la más emblemática revista de ese género (cuyo título era, precisamente Crime Does Not Pay) y sus imitadores acabaría incentivando la búsqueda de contenidos cada vez más escabrosos[47]. No debe, pues, extrañar que se encontraran con una respuesta hostil por parte de autoridades, expertos y adultos.

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Un ejemplo del derrotismo que se imputaba a los crime comics. En esta historia (“Second Chance?”), la protagonista, tras matar a su marido por creer que la engañaba con su mejor amiga, se percata de que no era así. En un final alternativo, confía en el marido, sólo para descubrir que éste tenía un romance. Como si de una tragedia griega se tratase, en ambos casos la protagonista sale perdiendo. Crime SuspenStories, núm. 13 (EC, 1952).

La figura más relevante en este contexto fue, sin lugar a dudas, la del psiquiatra de origen germano Fredric Wertham, quien se ha convertido en el icono de la campaña anticómic orquestada en Estados Unidos desde los años cuarenta hasta los años sesenta. En realidad, Wertham se incorporó a un movimiento ya en marcha que, posiblemente, hubiera seguido avanzando sin él. Su importancia reside, sin embargo, en que ningún otro psiquiatra especializado en delincuencia juvenil (con la reputación que eso representaba) llevó a cabo una tarea tan intensa de ataque a los cómics ni empleó, como él hizo, revistas de acceso al gran público para difundir sus ideas.

Integrante de la escuela conductivista de psiquiatría de Francfort, Wertham —como Fritz Lang, alemán de origen, estadounidense de adopción— partía del presupuesto de que la pulsión hacia la criminalidad no era algo innato en las personas, sino que respondía a comportamientos adquiridos a través del contexto social[48]. Esta perspectiva es fundamental para entender su postura: los niños y adolescentes no tenían especial predisposición por la violencia, sino que caían en ella sólo a través del aprendizaje y la imitación de conductas, ya fuesen éstas mímesis de la vida real, ya las aprendieran de medios de comunicación.

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Fotografía de Fredric Wertham (1895-1981), paladín de la campaña anticómic. Wertham, con uno de sus pacientes en Nueva York. Fotograma del documental Diagram for Delinquents (Robert A. Emmons, en preparación).

Lejos de ser un conservador recalcitrante —como trató de vender la industria del cómic—, Wertham era un liberal reformista que desempeñó un papel crucial para la integración de la población afroamericana en el sistema público de enseñanza estadounidense, tal y como ampararía la sentencia Brown v. Board of Education (347 US. 483). Según relata el propio Wertham, fue su experiencia en el tratamiento de niños conflictivos en la clínica Lafargue y en el Johns Hopkins University Hospital la que le llevó a considerar la relación existente entre los cómics y la delincuencia juvenil, tras percatarse de que numerosos menores problemáticos leían historietas con asiduidad[49].

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Wertham, en la clínca Lafargue de Harlem, pionera en el tratamiento de la población afroamericana.

La irrupción de Wertham en la campaña anticomic tuvo lugar en 1948, a través de un simposio organizado por la Association for the Advancement of Psychotherapy(19 de marzo de 1948) y en el que participaron otros doctores de la clínica Lafargue como Hilde L. Mosse, críticos culturales como Gershon Legman e incluso miembros de la industria del cómic como Charles Biro y Harvey Kurtzman[50]. A excepción de estos últimos, todos los demás intervinientes coincidieron en señalar una intolerable presencia de violencia en los cómics. En la disyuntiva de considerar si tales imágenes actuaban como una válvula de escape de los instintos violentos innatos de los niños o, por el contrario, de estímulo al uso de la fuerza, existió un consenso generalizado en esta última respuesta[51].

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Dibujo de Wertham elaborado por Robert A. Emmons Jr. a partir de la caricatura publicada en el Ladies Home Journal (noviembre de 1953).
Imágenes del reportaje Horror in the Nursery, en Collier’s (27 de marzo de 1948).

La publicación de las conclusiones del citado seminario no sirvió para publicitar la postura de Wertham, ya que precisamente su parecer se omitió en las actas que se publicaron después de celebrado el evento. El psiquiatra se reservó para difundir sus ideas el foro que proporcionaban revistas no científicas y con mayor potencial para llegar al gran público. Su primera toma de contacto con los lectores no especializados se produjo a través de la revista Collier’s, dentro de un reportaje a cargo de Judith Crist[52]. Presentado el psiquiatra como “una autoridad en las causas de la criminalidad entre los niños”, Wertham aprovechó la ocasión para condenar a los cómics como causa evidente de la delincuencia juvenil que no sólo afectaba a niños conflictivos. El artículo —acompañado de artificiosos fotomontajes con niños torturándose entre sí— marcaba la pauta del discurso de la campaña anticómic que se sucedería hasta finales de los años cincuenta y que podrían resumirse en varios puntos: primero, el rechazo a los cómics como forma de lectura, y en concreto a la narrativa visual, ya que ésta, a diferencia de los cuentos tradicionales, causaría un mayor impacto en la psique infantil[53]; segundo, la denigración del contenido de los cómics, en especial su violencia y sus elevadas dosis de erotismo, que promoverían la comisión de delitos entre menores (incluidos los de naturaleza sexual)[54]; y, finalmente, el uso de una metodología seudocientífica, consistente en enumerar supuestos casos de delincuencia perpetrados por niños y jóvenes asiduos lectores de cómics sin demostrar la relación de causalidad[55].

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La delincuencia juvenil, retratada en The Crime Clinic, num. 3 (Ziff-Davis, 1951). Este cómic fue expresamente citado por Wertham en Seduction of the Innocent, en particular el texto introductorio, para demostrar que los cómics convertían a los gánsteres en ídolos juveniles.  
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Wertham, enseñando a un paciente un crime comic.  
Quedaban así asentadas las bases de los futuros escritos de Wertham, encaminados todos ellos a mostrar que los cómics eran la “marihuana de las guarderías”[56] que envenenaban las mentes de los niños empujándolos a la vida criminal. Aprovechando la inercia, Wertham haría oír directamente su voz ese mismo año de 1948, esta vez a través de una revista más elitista, cual era The Saturday Review of Literature[57]. Gran parte del artículo no era sino una enumeración de casos de delitos cometidos por menores aparecidos en la prensa, sin que se molestase en demostrar que los cómics habían sido los causantes de tales conductas. Wertham se limitaba, simplemente, a mostrar al público que los cómics, tan populares entre los niños, estaban inundados de imágenes violentas y descripciones de crímenes, con lo cual la relación causa-efecto era, a su parecer, evidente. «El incremento de la violencia en la delincuencia juvenil —decía— ha ido de la mano del incremento en la distribución de cómics (…) No se puede entender la delincuencia juvenil que se padece a día de hoy si no se tiene en cuenta la influencia patógena y patoplástica de los cómics»[58]. El carácter premonitorio de este artículo es evidente, además, en dos factores: por una parte, Wertham ya insinuaba la posibilidad de limitar por vía legislativa la publicación de cómics, sin que tal cosa supusiese (según su punto de vista) una ilícita restricción de la libertad de expresión; por otra, el psiquiatra calificaba la conducta de los editores de cómics como una “seducción hacia los niños”, anticipando el título de la que sería su más señera obra en la campaña anticómics: Seduction of the Innocent.

Es difícil ponderar el impacto que tuvo Wertham en la campaña anticómic. ¿Habría sido igual de intensa sin su concurso? La respuesta no parece fácil, pero no es exagerado afirmar que en esa cruzada existe un antes y un después del momento en que irrumpe Wertham. A pesar de que su artículo “The Comics… Very Funny!” había sido remitido a una revista que no alcanzaba a las grandes masas, ese mismo año fue condensado en Reader’s Digest, la revista más leída en los Estados Unidos por aquellas fechas, con una circulación de más de nueve millones de ejemplares[59], procurándole una publicidad extraordinaria. Entre 1948 y 1949, Wertham pasó de ser un total desconocido a ser citado más de un centenar de veces en la prensa local, y, de hecho, en los periódicos se reprodujeron algunas de sus frases sobre los cómics[60]. Es más, en el segundo semestre de 1948 las noticias referentes a los cómics, y más en concreto a su supuesta implicación en la delincuencia juvenil, triplicaron a las que se habían publicado apenas un año antes, convirtiéndose, pues, en uno de los años clave en la campaña anticómic. Desde luego, no parece casualidad.

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Dos viñetas en las que se muestran imágenes de torturas. Este cómic fue expresamente citado por Wertham en Seduction of the Innocent, y la segunda de las viñetas, incluida en el apartado de imágenes del libro. Authentic Police Cases, núm. 3 (St. John, 1948).

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Wertham, en conversación con Alfred Hitchcock (abril de 1963). Obviamente, no llegarían a un acuerdo. Fotograma del documental Diagram for Delinquents (Robert A. Emmons, en preparación).

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  Un diagrama elaborado por niños para perpetrar un delito y, supuestamente, basado en técnicas aprendidas en un cómic. Arriba, a la derecha, el dibujo original; a la izquierda, fotografía aparecida en un periódico. En la página inferior, referencia en Seduction of the Innocent.
La batalla particular librada por Wertham alcanzó su punto álgido, como es bien sabido, en 1953, cuando vio la luz el libro al que se imputa el acta de defunción de la edad dorada de los cómics: Seduction of the Innocent. En la influyente obra, Wertham respaldaba la existencia de una relación directa entre la comisión de delitos y la lectura de cómics. Éstos no eran un factor exclusivo, claro está, pero sí al menos determinante[61], debido a que la violencia era el núcleo gravitatorio de los cómics, ya desde la portada misma, elaborada para captar la atención del niño[62]. Ese recurso a la fuerza era, a su parecer, más explícito que el que podía hallarse incluso en los periódicos[63] y, desde luego, en los cuentos infantiles[64]. Las ilustraciones de los cómics describían con todo lujo de detalles las acciones violentas, conformando un auténtico manual de instrucciones del criminal[65], como ya había señalado el Southtown Economist. Hablar, entonces, de que los cómics forjaban la imagen de que “el crimen no compensa” (crime does not pay) resultaba cuando menos hipócrita: los niños tendían a imitar las conductas del personaje delincuente, puesto que éste aparecía como el verdadero héroe de las historias, por más que al final sus actividades resultasen castigadas en una última y catártica viñeta[66]. Hasta las palabras “crimen”, “delincuente”, “arma” o “asesinato” de los títulos de las historias resultaban resaltados, en tanto que otras como “castigo” quedaban en un segundo plano[67]. Es más, para Wertham, no sólo el género policiaco o detectivesco, sino todos los cómics, sin excepción, podían catalogarse de crime comics, ya que, en esencia, narraban situaciones violentas y delictivas[68]. Habida cuenta de la extraordinaria difusión de ese género literario, su conclusión no podía ser otra: los cómics estaban dañando a toda una generación de niños[69], creando «una atmósfera mental de engaño, mentira y crueldad»[70], y debían sujetarse a regulación legal[71].

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Fotografía incluida en el artículo de Wertham “What Parents don’t know about Comic Books” (Ladies’ Home Journal, noviembre de 1953), mostrando el llamativo título de los crime comics.
  Portada de uno de los cómics citados por Wertham en Seduction of the Innocent: The Crime Clinic, núm. 3 (Ziff-Davis, 1951).

Wertham nunca dejó de culpabilizar a los cómics de enfermar la mente de los niños y llevarles por el sendero de la delincuencia. En 1956, su libro The Circle of Guilt insistía en esta idea. La obra consistía en un alegato en defensa del chico puertorriqueño Frank Santana, autor del asesinato de otro chico de origen estadounidense, Billy Blankenship, al que la prensa había retratado sistemáticamente como modélico. Un asesinato que, posiblemente, pudo haber servido de inspiración para el asesinato de Tony en West Side Story[72].Aparte de mostrar los prejuicios sociales que habían rodeado la imputación de Santana, Wertham —un decidido defensor de las minorías raciales estadounidenses[73]— volvía a referirse a los crime comics, presentes por doquier y que constituían una tentación delictiva, especialmente en vecindarios segregados, como los habitados por la población puertorriqueña[74]. Siguiendo su dilatada costumbre, Wertham relataba cómo Frank Santana había confesado disponer de doscientos o trescientos cómics, varios de los cuales pertenecían al género criminal[75]. La conclusión del psiquiatra no se hacía esperar: se confirmaba la relación de la lectura de cómics con el comportamiento de Santana. «Puede que no sea una evidencia legal —decía—, pero claramente es una evidencia clínica»[76].

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Primera página del artículo “What Parents don’t know about Comic Books”, de Fredric Wertham (Ladies’ Home Journal, noviembre de 1953.
Portada de la reedición de 1963 del libro Love and Death (primera edición de 1949).
Portada de Lawbreakers Always Lose!, núm. 7 (Marvel, 1949), citado por Wertham como modélico de la filosofía de los crime comics.

Wertham no se hallaba, además, aislado en su contienda, sino que contaba con el respaldo de otros intelectuales que opinaban de forma muy parecida. Antes de que viera la luz Seduction of the Innocent, el folclorista Gershon Legman (quien, como vimos, había participado en el simposio organizado por Wertham) dio a conocer también su postura sobre los cómics en el libro Love and Death. A study in Censorhip (1949). Legman discrepaba de Wertham a la hora de valorar el erotismo de los cómics, que para él —más abierto de mente en temas de sexualidad— no resultaba un asunto relevante[77]. El punto cardinal —y ahí sí coincidía con Wertham— era la violencia, principal, si no único, objeto de los cómics[78]. Legman mostraba su desasosiego por el efecto pernicioso que la reiteración de imágenes escabrosas pudiese ocasionar en la mente del menor, cuyo pensamiento podría, incluso, resultar militarizado[79]. En el caso de los crime comics el problema se agudizaba: en ellos no sólo resultaba explícito el uso de la fuerza, sino que la glorificación del delincuente que mostraban podía propiciar un efecto de imitación[80] o, lo que es lo mismo, incentivar el incremento de la delincuencia juvenil.

Contando con el respaldo de estos especialistas, en Estados Unidos, la idea de que existía un vínculo entre cómics y delincuencia no tardó en adquirir el rango de verdad revelada[81]. Quizá los estadounidenses se hallasen predispuestos a ser convencidos. A fin de cuentas, se les proporcionaba una explicación sencilla y plausible a lo que se había convertido casi en angustia nacional, a la par que se les exoneraba a ellos mismos (como padres y educadores) de su propia responsabilidad.

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Referencia a Wertham en El Paso Herald Post (3 de mayo de 1954).

Los mismos argumentos empleados por Wertham se repitieron como un eco entre educadores[82], asociaciones de padres[83], organizaciones de mujeres[84], columnistas de prensa[85] y programas radiofónicos[86]. Pero para echar más leña al fuego, insistieron en algo que ya había comentado el propio Wertham: aquellas lecturas no sólo resultaban nocivas para los niños conflictivos o criados en ambientes inadecuados, sino que también lo eran para los niños de “buenas familias”[87]. La violencia realista que contenían perjudicaba a cualquier mente inmadura, al margen de la condición sociocultural y económica del niño[88]. Un argumento que, huelga decirlo, calaría hondo en la clase media estadounidense: ya no se trataba de un problema que atañía sólo a los barrios desfavorecidos, sino una cuestión general que podría afectar a sus plácidas familias.

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Fotogramas del programa televisivo Confidential File, elaborado por Paul Coates, columnista de Los Angeles Mirror (9 de octubre de 1955). Fotogramas de Confidential File, donde se recrea la tortura de un niño por parte de sus compañeros, ávidos lectores de cómics.

Buen ejemplo de lo anterior es el programa televisivo Confidential File: Horror Comic Books!, dirigido por Paul Coates, en su emisión del 9 de octubre de 1955[89]. Tras mostrar una recreación harto escabrosa de niños que, tras leer cómics, torturaban a uno de sus compañeros, el presentador entrevistaba a diversos chicos que exponían las pesadillas que les producían unos cómics que, sin embargo, ejercían sobre ellos un poder hipnótico. No parece en absoluto trivial el hecho de que tanto los niños que se mostraban leyendo cómics como los propios entrevistados perteneciesen todos ellos a diversas etnias (caucásica, asiática y afroamericana) y, por su indumentaria, procediesen de estratos sociales distintos.

 

3. Crónica negra

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La prensa sirvió para extender la popularidad de Wertham y su campaña anticómic. Portland Press Herald (3 de septiembre de 1948).  
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Chiste publicado en el periódico Stonewall Argus and Teulon Times (13 de febrero de 1946).  
Un aspecto escasamente documentado de la campaña anticómic estadounidense es el relativo a la presencia de noticias vinculando actos delictivos y lectura de historietas. Los promotores de la cruzada anticómic, con Wertham a la cabeza, citaban constantemente casos de delincuencia juvenil aparecidos en la prensa, ligándolos con la lectura de cómics. Sin embargo, con frecuencia se trataba de extrapolaciones personales, ya que muy a menudo la noticia publicada en el periódico ni siquiera insinuaba dicho nexo causal. Ello no quiere decir que la prensa se mantuviese al margen de la campaña, ni mucho menos. Muy al contrario, también son abundantes los casos en los que el cuarto poder se empeñó en ligar delincuencia y cómics. Es interesante, pues, detenerse a ver algunos ejemplos particulares de noticias de este género. Sólo así puede aquilatarse el importante papel que representaron los periódicos estadounidenses en la campaña anticómic.

La consulta de la prensa estadounidense de los años cuarenta y cincuenta ya permite anticipar algunas conclusiones. Fue la prensa local la que hizo más hincapié en publicitar el presunto ligamen entre cómics y actos delictivos concretos, algo que no es baladí, si tenemos presente que las primeras medidas legales contra los cómics se adoptaron precisamente a nivel local. Desde luego, ese tipo de noticias —frecuentemente escabrosas— también hallaron reflejo en periódicos de alcance nacional, como The New York Times[90]o The Washington Post[91], pero en ellos no resultan tan abundantes, y las noticias relacionadas con los cómics solían reflejar el parecer de especialistas o la celebración de actos públicos en los que se debatía el problema de aquellas lecturas. Entre la prensa local merece mención aparte, desde luego, The Hartford Courant, de Connecticut, que tomó el relevo del Southtown Economist en la campaña anticomic justo diez años más tarde. Entre febrero de 1954 y julio de 1955, The Hartford Courant llevó a cabo una doble tarea, consistente tanto en difundir noticias de delitos supuestamente vinculados a los cómics como en orquestar por sí mismo, mediante artículos, una campaña contra el “veneno espiritual” que representaban los cómics[92].

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Titular del Southtown Economist (4 de abril de 1945).

Otra conclusión que puede extraerse de la lectura de la prensa es que las noticias que reflejan la conexión entre cómics y delincuencia infantil o juvenil comienzan a ser más frecuentes a partir de 1944, es decir, con la proximidad del fin de la II Guerra Mundial, momento en el que, como hemos visto, los cómics empezaron a mutar sus contenidos. Una tercera observación es que el grado de conexión  entre cómic y delincuencia resultaba bastante dispar en los periódicos. Una misma noticia recibía frecuentemente un tratamiento diferenciado, al punto de que la citada conexión podía alcanzar distintos niveles de intensidad que abarcaban desde la referencia en el cuerpo de la noticia hasta la presencia de esa conexión en el titular o, incluso, la aparición del aciago evento en primera plana con una expresa mención a los cómics como factor condicionante. A medida que la campaña anticómic fue cobrando fuerza, también resultó más frecuente que el titular mencionase expresamente la conexión entre la lectura de cómics y el hecho delictivo y que la noticia figurase en la portada del rotativo para causar un mayor impacto.

Las noticias que de forma inexorable fueron apareciendo en la prensa pueden reducirse a una serie de patrones comunes que permite sistematizarlas. Así, en primer lugar figuran aquellas que trataban la lectura de cómics como una adicción que podía conducir a la comisión de delitos. En segundo lugar, las referencias que, de forma subrepticia, ligaban la lectura de cómics no ya con actos criminales concretos, sino con personas que habían delinquido. Finalmente, el caso más frecuente era el de noticias que conectaban un particular delito cometido por menores de edad con la imitación de conductas aprendidas de los cómics. Veamos algunos ejemplos.

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Una de las historietas más polémicas, citada tanto por Wertham como por el Comité Legislativo del Estado de Nueva York para el Estudio de la Publicación de Cómics, donde a la violencia se añadía el problema de las drogas. Aunque cabía una lectura aleccionadora de los riegos del consumo de estupefacientes, la campaña anticómic sólo la concibió como un estimulo delictivo. True Crime Comics, núm. 2 (Magazine Village, 1947).
El coleccionismo de cómics se convirtió en todo un fenómeno en las décadas de los años cuarenta y cincuenta.

La adicción a la lectura de cómics había sido mencionada como problema grave por algunos instigadores de la campaña anticómic[93], al punto de llegárseles a denominar “marihuana comics”[94], en clara referencia al término acuñado por John Mason Brown. De hecho, se decía que llegaban a tener un efecto cuasi hipnótico sobre los niños, de modo que éstos, aun sufriendo pesadillas por su lectura, se veían impelidos una y otra vez a caer en la tentación de leerlos. Algunos periódicos se encargaron de mencionar las repercusiones que esa adicción podía acarrear. Uno de los casos más reproducidos en la prensa tuvo, al menos en apariencia, implicaciones no ya penales, sino de derecho civil. Phyllis Pearson, una joven de origen británico, logró el divorcio de su marido alegando la adicción de éste a los cómics, que leía a todas horas[95]. En realidad, la noticia tenía también consecuencias penales, ya que la mujer manifestó que su marido había llegado a agredirla hasta en tres ocasiones. Un aspecto sobre el que los periódicos pasaban de puntillas, pero que dejaba entrever que los adictos a la lectura de cómics se tornaban gente violenta.

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Visión cómica de la noticia real del caso de Marjorie Johnson, quien obtuvo el divorcio de su marido por la compulsiva adicción de éste a los cómics. Akron Register Tribune (30 de septiembre de 1948).
Un juez de Chicago prohibió a un padre divorciado que les proporcionara cómics a sus hijos Jack y Thomas por considerar que eran perjudiciales para su formación moral. Oakland Tribune (21 de octubre de 1948).

La mayoría de las noticias que se referían a la adicción por los cómics tenían sin embargo como protagonistas a niños que, a la postre, acababan perjudicados por su afición. El menor de los males era que acabasen procesados, haciendo buena la frase de “crime does not pay”, como en el caso de dos niños que habían cometido hurto para saciar su hábito de adquirir cómics[96]. Lo peor era, sin embargo, que en ocasiones la adicción traía consecuencias irreversibles. Así, en Chicago, un niño acabaría con la vida de una menor de edad por querer cogerle prestados unos cómics[97], en tanto que en New Castle (Pensilvania) la disputa por unos cómics entre dos hermanos, de seis y diez años de edad respectivamente, acabó trágicamente cuando el menor de ellos disparó al mayor con una escopeta de su padre[98]. Unos hechos que fueron inmediatamente utilizados por la prensa para reclamar una acción estatal contra los cómics[99]; petición que hizo suya el propio forense del caso, quien acusó a los cómics de promover impulsos malsanos y recomendó una limitación legal que de ninguna manera podía excusarse amparándose en la libertad de expresión[100]. En contrapartida, también hubo quien criticó el uso de la noticia para fomentar irracionalmente la campaña anticómic[101]: parecía como si el objeto de disputa —los cómics— hubiera sido el responsable del homicidio[102].

Pero, tenaces en la criminalización de los cómics, sus detractores también advertían que adultos delincuentes podían llegar a utilizar la adicción de los niños a aquellas lecturas como reclamo para perpetrar sus actos criminales. Tal sería el caso de un soldado que atraía a niñas a su domicilio bajo la promesa de proporcionarles cómics[103]. Unos hechos, además, especialmente sensibles para Wertham, quien ya había advertido del incremento de los delitos sexuales contra los niños y la necesidad de los padres de concienciar a sus hijos de los riesgos que les rodeaban[104].

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La portada de un cómic trata un asunto que preocupaba especialmente a Wertham: el rapto y abuso de menores. Crime Does Not Pay, núm. 46 (Lev Gleason, 1946).
De forma recurrente, la prensa informaba de la situación de algún convicto menor de edad al que solía describir leyendo cómics. Una forma sibilina de conectar las historietas y la delincuencia juvenil. Gastonia Gazette (15 de noviembre de 1948).

En otros casos, los periódicos propiciaban indirectamente una imagen que ligaba cómics y criminalidad. La táctica consistía en vincular la lectura de cómics no ya con delitos, sino con delincuentes, ofreciendo un retrato del criminal como lector de historietas. Abundan los ejemplos de este tipo, en los que los cómics aparecían como una parte del mobiliario de los establecimientos penitenciarios[105]. Por ejemplo, el periódico Hayward Review (California) mencionaba cómo Billy Anderson, un chico de apenas dieciséis años que había matado a su padre con una escopeta de cañones recortados, permanecía en prisión, esperando el juicio, mientras leía cómics impertérrito[106]. Del mismo modo, Albert Jones, de catorce años, condenado por dos asesinatos y un intento de homicidio, también aparecía descrito en su celda, tras sus cómics y a la espera de que en un segundo juicio se determinase si padecía locura[107]. Otro diario, esta vez de Missouri, describía cómo dos adolescentes afroamericanos, Charles Trudell y James Lewis, condenados por el homicidio de un hombre, ojeaban cómics mientras esperaban a que se les ejecutase en la silla eléctrica[108]. En ocasiones incluso se acompañaba de una fotografía, como en el caso de Jimmy Ritchie, de Phoenix, quien había asesinado a un empleado de una estación de servicio y aparecía retratado en la celda «con sus cómics y el Nuevo Testamento»[109]: pecado y penitencia, faltaba sólo añadir.

La mayoría de las noticias referentes a crímenes y cómics solía pertenecer a un tercer tipo: las que narraban hechos delictivos perpetrados por menores de edad para, acto seguido, relacionarlos con sus hábitos de lectura. Se trataba de reforzar esa idea ya mencionada de que los cómics eran “escuelas de crimen” y que estimulaban la imitación de conductas delictivas. El cine de los años treinta ya había expresado el temor a que los menores (en especial de barrios marginales) emulasen el proceder de los delincuentes, a los que podían llegar a idolatrar. Basta ver la película Calle sin salida (Dead End, William Wyler, 1937), en la que Humprhey Bogart daba vida a un gánster que retornaba a su barrio natal en Nueva York, despertando la admiración de los pillos de la zona, que lo adoptaban como referente. Otro tanto sucede con Ángeles con caras sucias (Angels With Dirty Faces, Michael Curtiz, 1938), protagonizada por el eterno gánster, James Cagney, en el papel de un mafioso admirado por los niños de su barrio, para desconsuelo del sacerdote local, amigo de su infancia. En ambas películas existía el típico final “crime does not pay”: el personaje interpretado por Bogart resultaba ajusticiado por un “ciudadano de bien”, en tanto que el gánster al que daba vida Cagney acababa ejecutado en la silla eléctrica mientras, en un acto de contrición, clamaba clemencia a fin de que sus púberes seguidores pensasen que era un cobarde y no siguiesen su senda. Pero tan catárticos finales no servían para mitigar el temor social perceptible en ambas películas: el miedo a que los gánsteres se convirtiesen en referentes de la juventud. Es más, el problema parecía agudizarse con los cómics, ya que, si en las citadas películas se mostraba cómo los afectados eran sólo niños de barrios marginales, el hecho de que los crime comics llegasen a todos los niños con independencia de su situación socioeconómica mantenía preocupados también a los ciudadanos de clase media.

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Dos páginas de la historia “Charles Barrone the Murderous Bully”, donde se mostraba la juventud violenta del delincuente. Crime Does Not Pay, núm. 53 (Lev Gleason, 1947).

En realidad, la voz de alarma empezó disparándose, sobre todo, por casos de autolesiones de niños con resultado mortal y producidas cuando los niños intentaban imitar alguna viñeta de su cómic favorito[110]. Los sucesos de esta índole referidos en los periódicos resultan abundantes. Quitando alguna chocante situación (como la de un niño ahogado con un casco de buceo)[111], los casos más frecuentes eran los de menores ahorcados con cuerdas, ora intentando imitar a algún héroe selvático, ora tratando de reproducir alguna viñeta donde se representaba un estrangulamiento[112]. Algún caso, como el del niño de doce años Billy Becker, hallado ahorcado en su habitación en Pittsburgh, fueron además ampliamente difundidos por la prensa, que se hizo eco de las palabras de sus padres, quienes habían confesado que el niño leía a escondidas numerosos cómics[113]. El suceso, de hecho, sirvió para azuzar un vivo debate en Pittsburgh entre el forense —que apuntaba a los cómics como responsables de los hechos[114]— y quienes veían en el lamentable suceso un caso excepcional y aislado entre las miríadas de lectores de cómics[115].

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  Los opositores a los cómics acusaban a adminículos como éste de fomentar entre los niños la pulsión a volar.
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  Un quiosco a finales de los años cuarenta.
Dispuestos a criminalizar a personajes concretos, algunos periódicos apuntaron a superhéroes como Plastic Man, cuyas locuras eran a veces imitadas por los niños[116], y, sobre todo, Superman, que fue quien se llevó el premio de la crítica por ocasionar más autolesiones[117]. Los intentos de emular su vuelo obligaron, incluso, a que George Reeves, el actor que dio vida a Superman en la serie televisiva de los años cincuenta, presionara a National Comics para que dejara de vender disfraces del kriptoniano. El propio actor llegaría a advertir a los niños en un episodio de Adventures of Superman que sólo el Hombre de Acero podía sustraerse de la ley de la gravedad[118].

Pero más allá de las autolesiones, la mayor parte de los sucesos narrados en la prensa se referían a auténticas actuaciones delictivas que, según su parecer, nacían de un efecto de imitación de los cómics. Las conductas criminales que supuestamente derivarían de los cómics eran, además, enormemente variadas. Una de las primeras noticias de este tipo, publicada en 1944, acusaba a los cómics nada menos que de promover un delito prácticamente de sedición. Cinco niños de Michigan, con edades comprendidas entre los trece y los diecisiete años, sugestionados por la lectura de cómics, habían formado una sociedad denominada “The State”, cuyo objetivo era establecer un régimen totalitario en Estados Unidos para, a partir de ahí, ¡dominar el mundo en un plazo de quince o veinte años! La noticia parecía sacada, en sí misma, de un cómic, ciertamente. Según la crónica, los alucinados menores disponían de un local con numerosas armas, una imprenta doméstica para elaborar escritos antisemitas y racistas (que habrían llegado a difundir en la ciudad de Jackson) y manuales con instrucciones detalladas para propagar incendios, emplear técnicas de camuflaje y provocar descarrilamiento de trenes. Entre las fuentes de información de esos niños se hallaba una biblioteca de «Superman y cómics similares», reconociendo los propios jóvenes que habían maquinado sus planes a partir de la lectura de cientos de cómics que les habían servido como manual de instrucciones para la comisión de delitos[119].

Es fácil concluir que la noticia estaba íntimamente conectada con el momento político: Estados Unidos se enfrentaba a la Alemania nacionalsocialista, y no podía existir mayor temor que el que la ideología totalitaria se implantase en la propia Norteamérica. En un momento en que los crime comics no habían llegado aún a su apogeo, las historietas de superhéroes eran las que atraían las miradas. De hecho, no debe olvidarse que Superman era frecuentemente catalogado por sus detractores como un personaje fascista, con lo que no ha de extrañar que se le pudiera acusar de promover entre los menores conductas sediciosas.

Sin apuntar tan alto, otros delincuentes juveniles aprovechaban lo supuestamente aprendido en los cómics para su propio lucro. Tal es el caso de un niño de Omaha acusado de falsificar un cheque tras aprender (según su confesión) a hacerlo a través de los cómics[120] (como si resultase algo sencillo), o el de dos chicos de Titusville, lectores asiduos de crime comics, que sustrajeron dos vehículos, siendo acusados por hurto y actos de vandalismo[121], o el caso de tres niños de Hartford, lectores impenitentes de cómics, que acabaron en un reformatorio por perpetrar un robo[122], o, en fin, el de cinco jóvenes de Laporte (Indiana) acusados de un hurto y que habrían confesado obtener sus ideas delictivas de la lectura de cómics[123]. Muchos actos vandálicos y atentados contra la propiedad fueron también considerados como imitación de cómics: tal es el caso de un niño de Eau Claire (Wisconsin) acusado de cometer tres incendios tras asimilar la piromanía a través de los cómics[124], o la noticia referida a una “banda” de saboteadores de trenes, parte de cuyos integrantes no alcanzaban los diez años de edad[125].

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En el centro, una carta de una lectora de crime comics solicitando que se publicasen más historias de mujeres delincuentes. Varios cómics y pulp magazines se ocuparon de este particular género. La carta, en Crime Does Not Pay, núm. 44 (Lev Gleason, 1946).

Pero estos atentados contra la propiedad no representaban, ni mucho menos, los casos más graves. La situación resultaba más alarmante cuando la supuesta imitación de los cómics entrañaba conductas criminales que afectaban directamente a la integridad física, la intimidad o la libertad sexual de las personas. Siendo una de las principales acusaciones vertidas contra los cómics el estimular conductas sexuales “perversas”, no debe extrañar que se les responsabilizase de delitos sexuales o conductas con idéntica connotación. Desde casos de voyeurismo cometidos por un sujeto cuya habitación estaba regada de cómics[126] hasta violaciones[127]. De este modo parecía corroborarse la idea de Wertham de que la mezcla de criminalidad y erotismo presente en los cómics suponía una ecuación cuyo resultado sólo podía ser la proliferación de delitos de naturaleza sexual. No obstante, la mayoría de las noticias  que criminalizaban a los cómics se referían a homicidios y torturas que no solían contener connotaciones sexuales.

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En la foto, Janet Ann Rosenblatt, violada y asesinada, y su primo, Carl L. Carlson, igualmente asesinado. Los responsables fueron dos jóvenes de veintidós y veintitrés años respectivamente, asiduos lectores de cómics. Benton Harbor News Palladium (17 de noviembre de 1947). A los cómics se imputó también impulsar la comisión de delitos sexuales debido a su alto contenido erótico. Authentic Police Cases, núm. 6 (St. John, 1948), e imagen del mismo extraída por Wertham en Seduction of the Innocent.

En ocasiones, la intervención policial lograba evitar la previsible desgracia, como en el caso de un niño, hijo de un comisario, que había sustraído a su familia dinero y una pistola, bajo la supuesta inspiración de sus cómics favoritos[128]. La medida más severa que podía adoptarse para prevenir conductas criminales entre potenciales niños delincuentes —a saber, el ingreso en un reformatorio— tampoco era garantía de una mejor situación: según lo veían los promotores de la campaña anticómic, en dichas instituciones no faltaban los cómics, que acababan por desviar definitivamente a los internos[129].

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Varias noticias sobre el arresto de Carl de Flumer, responsable del asesinato de un niño de ocho años. Abilene Reporter News (18 de marzo de 1947), Kalispell Daily Inter Lake (20 de marzo de 1947) y Sandusky Star News (10 de julio de 1947).

Los periódicos hacían hincapié en los casos, mucho más numerosos, en los que la policía no había podido hacer nada para evitar que el lector de cómics perpetrase sus atroces actos criminales. Las referencias a torturas entre niños, imitando situaciones vistas en las historietas, resultaron muy habituales en la prensa[130]. Un suceso especialmente escabroso y enormemente difundido fue el protagonizado por un niño de catorce años de Albany, Carl de Flumer, quien colgó de un árbol a otro niño, de ocho años de edad[131]. El autor de tan atroz homicidio (calificado como uno de los más impactantes de la historia de Albany)[132] era un chico al que sus docentes calificaban como dotado de una inteligencia por encima de la media[133]. Lector habitual de horror comic books[134], había resultado impactante la frialdad con la que había descrito su acto criminal: «simplemente decidí colgar al muchachito»[135], que «gritó, pero dejó de hacerlo cuando le puse la cuerda sobre su cabeza»[136]. Todo ello mostraba, según el fiscal de distrito, que había actuado con una clara intencionalidad[137], a la que se añadía la circunstancia de tener la flema suficiente como para intentar ocultar las pruebas de su autoría[138].

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Carl de Flumer escucha la setencia que le condena a cadena perpetua. Winona Republican Herald (17 de marzo de 1947).

El abogado de oficio que actuó en defensa de Carl de Flumer[139] no logró evitar que un jurado de Albany, integrado por veintiún varones y dos mujeres, le imputase un delito de asesinato con premeditación[140], crimen que podía acarrearle la pena capital[141]. Para su fortuna, el tribunal lo halló culpable de asesinato en segundo grado, tomando en cuenta la edad del reo[142], el más joven homicida del condado de Albany[143]. Sentencia aceptada por el abogado defensor, ya que suponía sustituir la pena de muerte por cadena perpetua[144], de la que finalmente llegó a cumplir veintisiete años[145]. No es de extrañar que el caso saliese a colación en artículos periodísticos que promovían la campaña anticómic[146]. Como también lo sería el de Roy Adams, un niño de catorce años que acabó con la vida de una niña de ocho. En este caso la prensa se cuidó de destacar que el niño tenía «más de cincuenta cómics»[147] lo que, al parecer del diario, era ya una evidencia de la responsabilidad de los cómics en su delito.

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En esta historia, un padre de familia asesina a su mujer tras acusarle ésta de haber matado a uno de los vecinos que los despreciaba por su baja condición social. Arrepintiéndose de sus actos, el padre se suicida. Al final se descubre que el homicida del vecino había sido, en verdad, el hijo del matrimonio. “The Fixer”, en Crime SupenStories, núm. 26 (EC, 1955).  
Otros casos seguían unos patrones muy semejantes. En New Albany (Indiana), un niño de siete años fue atado a un árbol y torturado con cerillas por tres amigos, con edades comprendidas entre seis y ocho años, a imitación de lo leído en un cómic, según las autoridades. De hecho, al parecer los menores habían disfrutado tanto de su escenificación, que habían trazado un plan para torturar a otros niños en las semanas sucesivas[148]. También este caso levantó un gran revuelo, puesto que se trataba de niños de “buenas familias”, con una edad tan reducida que escapaba a las previsiones de la legislación penal de Indiana[149]. A solicitud de la Corte Juvenil, fueron examinados por dos psiquiatras[150] que concluyeron la existencia de trastornos de la personalidad y solicitaron para los menores tratamiento psiquiátrico[151]; un tratamiento que los niños recibieron en un correccional de Louisville[152].

La prensa hacía notar que no se trataba de casos aislados: en The Hartford Courant tan dispuesto siempre a publicitar delitos supuestamente relacionados con la lectura de cómics, se mencionaban varios casos de asesinatos y torturas, perpetrados por menores de edad fanáticos de cómics[153]. Estos hechos sirvieron para alimentar una campaña anticómic a nivel local: de pronto, las autoridades detectaron que existía una enorme preocupación social por la lectura de cómics[154], y concejales[155], fiscales[156] y jueces de distrito[157] solicitaron la aprobación inmediata de ordenanzas municipales que los limitaran. Los periódicos locales se llenaron de referencias a los hechos, acompañadas de las pertinentes solicitudes de poner fin a la venta de cómics en el municipio[158]. Apenas algunas voces se alzaron para mitigar el alarmismo con argumentos más comedidos: por una parte, se intentó desvincular de los hechos a los cómics, ora señalando que no eran los causantes de los actos, sino que se debían a los trastornos psicológicos de los niños[159], ora apuntando a los padres como responsables por no inculcar en sus hijos valores constructivos[160]. La prohibición de vender cómics se antojaba desproporcionada, ya que podía promoverse su mejora antes que su simple eliminación[161], amén de que vetar las historietas resultaba fútil cuando los niños podían obtener terror con menos esfuerzo aún simplemente encendiendo la radio[162].

En ocasiones, las víctimas no eran otros menores de edad, sino incluso adultos. Abundan noticias sobre asesinatos cometidos por lectores de cómics[163], que incluían a asesinos en serie, como el autoproclamado “asesino fantasma”, autor en Arkansas de cinco homicidios[164]. No contenta con comentar los sucesos de su propio país, la prensa estadounidense también se hizo eco de uno de los homicidios más sonados de Canadá: el cometido por dos niños de once y trece años en Dawson Creek, quienes, supuestamente imitando una historia de cómic[165], dispararon a un granjero que circulaba en coche[166]. El hecho de que los niños en cuestión confesasen leer entre treinta y cincuenta cómics semanales[167] sirvió de estímulo para la campaña anticómic canadiense, impulsada por el congresista David Fulton. Algo especialmente interesante, puesto que el propio Fulton sería llamado a declarar en el subcomité del Senado estadounidense que, en 1954, estudiaría la conexión entre cómics y delincuencia juvenil, según veremos.

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“The Wild Spree of the Laughing Sadist” muestra una imagen freudiana de los niños delincuentes. No es el contexto (como sugería Wertham) el que mueve al protagonista a ser violento, sino sus propios impulsos innatos. Crime Does Not Pay, núm. 57 (Lev Gleason, 1947).

Parecía que ni tan siquiera los agentes de la autoridad quedaban al margen de agresiones: el rotativo Valley Morning Star, en una edición de diciembre de 1946, narraba cómo un policía había resultado muerto de un disparo por un niño que portaba una Lugeralemana y que, mientras abatía al agente, gritaba: «¡Nunca me cogerás vivo, poli!»[168]. Obviamente, situaciones así servían para cargar tintas contra los crime comics, ya que proporcionaban la imagen de niños obsesionados con parecerse a gánsteres de las historietas.

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Varias imágenes que muestran la violencia imputada a los crime comics. Arriba, a la izquierda, Crime Does Not Pay, núm. 53 (Lev Gleason, 1947); a su derecha, Crime Does Not Pay, núm. 64 (Lev Gleason, 1948). En el centro, a la izquierda, Crime Does Not Pay, núm. 56 (Lev Gleason, 1947), y justo debajo, Authentic Police Cases, núm. 27 (St. John, 1953). En el centro, a la derecha, la imagen de mayor tamaño pertenece a Crime Does Not Pay, núm. 28 (Lev Gleason, 1943). En la parte inferior, de izquierda a derecha: Crime SuspenStories, núm. 22 (EC, 1954), y Crime SuspenStories, núm. 23 (EC, 1954).

En otros casos se trataba de homicidios involuntarios perpetrados cuando los niños, en el curso de sus juegos, imitaban situaciones violentas leídas en los cómics. La gente no podía sino sentirse alarmada cuando leía casos como el de Denis Sterling, un niño que murió de un disparo ejecutado por otro niño con el que jugaba[169]. Bastaba con que el padre de uno de los implicados reconociese que alguno de los menores era lector de cómics para que se señalase a éstos con dedo acusador. La prensa se mostraba más indulgente con el hecho de que un niño hubiese tenido fácil acceso a un arma de fuego propiedad de sus progenitores: la posesión del arma no era el problema, pero sí la de cómics. La situación llegó a ser tan grotesca, que en algunos casos los padres de menores de edad intentaban escudarse en que sus hijos eran lectores de cómics a fin de lograr una disminución de la responsabilidad penal[170]. En 1949, un juez de Nueva York desestimó un informe de Wertham declarando a un delincuente de veinte años inimputable por la lectura de cómics: «Muchos psiquiatras atribuyen la comisión de un crimen al hecho de que la persona había estado leyendo muchos cómics. Tras preguntarle al paciente si lee cómics, cuando éste responde “Sí” ya llegan a la conclusión de que los cómics son la razón del crimen»[171].

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Una crítica habitual era la presencia de anuncios de réplicas de armas en los cómics, estimulando con ello los juegos violentos. Otro anuncio de un juguete destinado a que los niños imitasen a su ídolo, Dick Tracy. Crime Does Not Pay, núm. 53 (Lev Gleason, 1947).

Junto a estas noticias, referidas a casos específicos, la prensa también recogió artículos y editoriales que hacían enumeraciones extremadamente imprecisas de presuntos delitos derivados de la lectura de cómics[172]. La predisposición a creerse tal relación causal hacía innecesario para padres y educadores mayores precisiones. Pero con ello se incrementaba paulatinamente el grado de alarmismo social. Sobre la base de casos aislados y vagas enumeraciones de delitos, se proporcionaba la falsa imagen de que existía más delincuencia que nunca, de que era imposible abrir un periódico sin hallar una nueva noticia sobre un crimen perpetrado por un menor de edad, y de que los cómics eran la causa principal de dicha situación[173].

 

4. “Nullo comic sine previa lege”: las autoridades intervienen

A finales de los años cuarenta la campaña anticómic ya había convencido a padres, religiosos y educadores sobre la existencia de una relación causal entre cómics y delincuencia, creando lo que se definió como una «epidemia de indignación pública»[174]. El respaldo de psiquiatras como Wertham había sido determinante para conferir a la cruzada un aire de cientificidad, y ya sólo faltaba que un último elemento se sumase al movimiento: los poderes públicos vinculados con el fenómeno de la delincuencia juvenil. No tardaron en incorporarse.

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  La policía entra en la campaña anticómic. Pittsburg Post-Gazette (28 de julio de 1947).
Los primeros en hacerlo fueron los policías locales, quienes, según una encuesta presentada en el Committee to Investigate Organized Crime (más conocido como “Kefauver Committee”, 1951), consideraban la delincuencia juvenil como el tercer mayor problema de orden público en el ámbito municipal, sólo por detrás de robos y hurtos[175]. Desde mediados de 1947, las autoridades mostraron su conformidad con la idea de que cómics y delincuencia juvenil eran conceptos íntimamente ligados. Considerando probado que aquellas revistas actuaban como inspiración directa de numerosos crímenes perpetrados[176], el tema fue objeto de tratamiento en diversas convenciones de agentes de la autoridad[177]. La inmediata aparición en la prensa de esas convenciones sirvió al propósito de demostrar que los policías —es decir, quienes mejor conocían de primera mano la delincuencia— se mostraban convencidos de la implicación de los cómics en el incremento de la criminalidad. Hallando insuficiente la legislación en vigor, en algunos estados, como Wisconsin, las asociaciones de sheriffs se aliaron con los fiscales para instar la aprobación de normativa que prohibiese la venta de cómics que ensalzasen las conductas delictivas. Por su parte, en Washington, la Oficina de Juventud del Departamento de Policía promovió un acercamiento con los distribuidores, convenciéndoles de que retirasen voluntariamente de la venta cómics “objetables”[178]. En otros casos, algunos agentes de la ley decidían por sí mismos emprender una campaña anticómic, con un espíritu de vigilante propio de los mismos tebeos que combatían[179].

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En ocasiones, la violencia en los crime comics sólo se sugería o no se visualizaba de forma directa. Arriba, a la izquierda, dos viñetas de Crime SuspenStories, núm. 3 (EC, 1951); a su derecha, Crime Does Not Pay, núm. 50 (Lev Gleason, 1947). En la parte inferior, Crime Does Not Pay, núm. 64 (Lev Gleason, 1948).

La policía no estaba sola en su persecución de los cómics. Numerosos jueces y fiscales también irrumpieron en la campaña para mostrar su postura crítica con los cómics. En algunos casos, simplemente se señalaba que se trataba de lecturas “sucias” y, de resultas, inapropiadas para menores de edad[180], pero abundaron los casos de jueces que afirmaban la existencia de una causalidad entre delincuencia y lectura de cómics: «Los cómics muestran que el crimen no compensa (crime does not pay) —señalaba el juez J. M. Braude, de la Corte Municipal de Chicago—, pero sólo después de que el niño se haya visto guiado a través de todos los detalles de un delito y se le haya dicho exactamente cómo se comete»[181]. De este modo, los aplicadores del derecho, los mejores conocedores de los procesos criminales, confirmaban que los cómics entrañaban un factor decisivo, o al menos determinante, en el incremento de la delincuencia juvenil[182]. No es de extrañar que también ellos se sumasen a la propuesta de introducir medidas normativas más severas para controlar la venta de cómics. En algunos casos se plantearon iniciativas concretas, como la de trasladar a dichas revistas las medidas de control ya implantadas en el cine[183] donde, no se olvide, desde 1934 regía el “código Hayes”, un código que pretendía precisamente evitar que los espectadores imitasen los delitos visionados en las películas, para lo cual impedía que aquéllos se mostrasen de forma precisa y detallada.

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El género “criminal” entremezclado con el de “terror” en Crime Does Not Pay, núm. 53 (Lev Gleason, 1947).

El nexo entre cómics y delincuencia también fue esbozado por fiscales[184] y por el director de la Agencia Federal de Prisiones[185], con lo que toda la cadena de instituciones ligadas al proceso penal parecía pronunciarse en un mismo sentido: desde los policías hasta los fiscales, jueces y, finalmente, responsables de establecimientos penitenciarios. De todos ellos habría que destacar el caso de los fiscales, ya que cumplieron un papel de primer orden no sólo en la persecución de los cómics, sino también colaborando directamente en la elaboración de normas tanto locales como estatales dirigidas a restringir la venta de dichas revistas[186]. En este aspecto, cooperaron estrechamente con concejales, representantes y senadores, quienes, por su parte, empezaron a incluir en sus programas electorales y en sus declaraciones políticas su firme determinación de controlar los cómics para poner fin a la delincuencia juvenil[187].

Las medidas no tardaron en ver la luz, primero a nivel local y estatal, y finalmente en el ámbito federal. No nos detendremos en analizar en detalle estas medidas reguladoras ya que, por una parte, se trata de un tema complejo que excede de los límites de este trabajo[188]; por otra, la legislación represora no sólo nació con la finalidad de reducir la criminalidad juvenil, sino también con otras pretensiones que no son objeto de este artículo (como la represión de la literatura obscena o la mejora en la calidad educativa de los cómics). Dicho en otros términos, la legislación anticómic desborda el problema de la conexión entre historietas y delincuencia juvenil, que apenas es una de sus dimensiones. A pesar de ello, conviene esbozar, siquiera a vuelapluma, una panorámica de las decisiones políticas que se adoptaron al servicio de la campaña anticómic conectada con el problema de la delincuencia juvenil.

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Long Beach Independent (24 de octubre de 1948).  
En un primer momento, la represión contra las historietas se llevó a cabo, de forma simultánea, en un nivel local y estatal. Respondiendo a la creciente demanda social —canalizada mayormente por asociaciones católicas, organizaciones de padres y profesores y agrupaciones de mujeres—, tanto las corporaciones municipales como los Parlamentos de los estados empezaron a aprobar medidas normativas que restringían la venta de cómics. A finales de 1948, la American Municipal Association estimaba que unas cincuenta ciudades estadounidenses habían aprobado restricciones a la venta y circulación de cómics[189], al punto que lo que podríamos definir como “campaña legislativa” había alcanzado dimensiones nacionales[190]. La competencia de los ayuntamientos para regular mediante ordenanzas municipales la distribución y venta de cómics se fundaba en sus facultades para tutelar la salud pública, la moral y la seguridad[191], y su normativa vendría a sumarse a la que adoptaban los propios estados a los que pertenecían.

Las regulaciones resultaron, no obstante, condicionadas por la situación legal vivida en Nueva York. Dicho estado contaba con una previsión en su Código Penal que podía extenderse a los crime comics, y que había sido introducida en 1884 fruto de la campaña promovida por Anthony Comstock y la New York Society for the Supression of Vice, junto con la New York Society for the Prevention of Cruelty to Children. Dentro del apartado de «Publicaciones y artículos obscenos» del artículo 106 (titulado «Indecencia») se incluía la prohibición de publicar, vender, mostrar o transmitir por cualquier medio publicaciones o material impreso referente «a noticias criminales, informes policiales o actividades delictivas, o imágenes o historias de actos sangrientos, lujuria o crimen» (Art. 106, Section 1141.2). Dicha regulación fue declarada inconstitucional por el Tribunal Supremo al entender que vulneraba la decimocuarta enmienda (“due process of law”) por fijar una limitación a la libertad de expresión que adolecía de vaguedad e indefinición[192]. A pesar de que el alto tribunal reconocía la legitimidad estatal para adoptar medidas destinadas a reducir el incentivo al crimen («particularmente en el campo de las publicaciones sanguinarias y lascivas que estimulan la delincuencia juvenil»), la determinación de cuándo una publicación incitaba a la comisión de delitos —y por tanto se hallaba prohibida— no resultaba suficientemente clara para el vendedor, que, de este modo, quedaba inconstitucionalmente expuesto a una imputación penal.

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  Consejo de censores de composición heterogénea en Rochester. Syracuse Herald Journal (9 de enero de 1949).
La sentencia actuó como condicionante para los municipios y estados que pensaban adoptar medidas contra los crime comics y, en algunos casos, las autoridades decidieron, al menos en un primer momento, reprimir sus impulsos censores (Arizona, Illinois y el propio New York)[193]. Por el mismo motivo, el National Institute of Municipal Law Officers consideraba que el mecanismo más apropiado para detener la difusión de los crime comics no consistía en prohibirlos, sino en buscar la colaboración con los distribuidores[194]. Sin embargo, numerosas ciudades y estados se arriesgaron a ir más lejos, y adoptaron medidas contra la distribución, venta y exhibición de cómics que contuviesen descripción de delitos y, por lo mismo, pudieran impulsar a los niños a imitarlos[195]. Renunciando a buscar una cooperación por parte de los distribuidores, estatuyeron prohibiciones penales para la distribución y venta de cómics, estableciendo penas que, aunque en algunos territorios eran pecuniarias (Nueva York, Ohio[196], Lincoln), por lo general acarreaban también privación de libertad (Luisiana, Pensilvania, Rhode Island, Wisconsin, Salinas, Riverside, San Leandro, Nueva Orleans, St. Cloud, St. Paul, Tacoma). Las más severas se hallaban previstas en el estado de Wisconsin, donde la osadía de vender, exhibir, transmitir o poseer con ese fin material obsceno o susceptible de corrupción moral podía acarrear hasta cinco mil dólares de multa y prisión de hasta cinco años.

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Comité de censores en Redwood City. San Mateo Times (2 de diciembre de 1948).  
Para constatar qué material resultaba prohibido, en muchos casos la normativa fijaba la creación de comités evaluadores o censores, encargados de elaborar listados de los cómics “objetables” (Hartford, New Britain, Georgia, Indiana, Ohio, Riverside, Sacramento, San Leandro, Canton, Forth Worth, Jacksonville, Miami, Oklahoma, St. Cloud, Tacoma, Wheeling…). Las facultades de estos comités abarcaban desde las meramente informativas o asesoras (Indiana, Sacramento, San Leandro, Fort Worth), hasta las abiertamente censoras, con poder para solicitar al gobernador o al fiscal la prohibición de que se difundiesen publicaciones, con la correlativa exigencia de responsabilidad penal (Georgia, Ohio, Riverside, Wheeling).

Estas medidas restrictivas adoptadas a nivel estatal y local se dirigían, frecuentemente, a eliminar la “literatura obscena”, pero, en lo que ahora nos interesa, también existían disposiciones que prohibían expresamente los crime comics o los comic books de temática criminal: tal es el caso de los estados de Connecticut (1955), Kentucky (1956), Maryland (1955), Oklahoma[197] (1955), Montana (1955) o Washington (1955). Se trataba, pues, de una normativa ad hoc, nacida para perseguir a esas concretas formas de ocio. Es más, a fin de evitar cualquier tacha de falta de precisión, muchas de las normas definían lo que consideraban como crime comics y detallaban los actos criminales que aquéllos no podían relatar, so pena de resultar prohibidos. Así sucede, por ejemplo, en los proyectos legislativos que se elaboraron en Pensilvania (1951 y 1953), Rhode Island (1953), California (1954), Riverside (1954), Sacramento (1954), Baltimore (1954), San José (1955), y los textos aprobados de Los Ángeles (1948), St. Cloud (1950), San Leandro (1954), East Baton Rouge (1954), Houston (1954), Jacksonville (1954), Nueva Orleans (1954), Oklahoma (1954), Ruston (1954)[198], Nevada (1955), Napa County (1955), Carolina del Norte (1955) y Ohio (1955). Un caso particular fue el de la ordenanza aprobada en la ciudad californiana de Salinas (Ordenanza de 4 de octubre de 1954), donde se prohibían, definiéndolos, los crime books, horror books y licentious books[199]. Otra legislación llamativa fue la aprobada en el estado de Texas, donde no se incidía tanto en los delitos concretos que no podían narrar los cómics, sino en la reacción que podían ocasionar en los menores de edad, de modo que estaba vetado que se mostrase «simpatía por un delincuente, promoción de desconfianza hacia la ley, enseñanza de métodos para cometer cualquier delito, o material que muestre al mal triunfando sobre el bien o escenas de excesiva violencia».

Habida cuenta de la extraordinaria diversidad legislativa que en relación con los crime comics estaba aflorando a nivel tanto estatal como local, se verificaron algunos intentos de homogeneizar las disposiciones jurídicas, proponiendo modelos normativos que los territorios pudiesen adoptar. Así, en el ámbito local, el National Institute of Municipal Law Officers (NIMLO) elaboró en 1954 un modelo de ordenanza municipal destinado a vedar los cómics «de naturaleza obscena». Sin embargo, en lo que ahora nos interesa, la obscenidad se interpretaba en un sentido amplio, ya que la ordenanza también prohibía la distribución y venta de cómics de naturaleza criminal, dando por sentada su capacidad para promover la delincuencia entre menores de edad. Como habían hecho algunas localidades anteriormente referidas, el modelo normativo castigaba la venta o distribución a menores de edad de cómics que describiesen tipos delictivos presentes en los códigos penales estatales y, en particular, especificaba una larga lista de dieciocho conductas criminales cuya descripción resultaba proscrita. Las sanciones previstas en el modelo eran tanto de multas como privativas de libertad, si bien se dejaba en blanco el espacio en el que debían figurar las cuantías exactas, a fin de que tal extremo lo decidiese cada localidad.

Por su parte, el Coucil of State Governments, amén de sugerir un convenio entre los Estados miembros para cooperar en la solución de la delincuencia juvenil[200], redactó un proyecto legislativo para los estados, cuyo objeto era restringir la venta y distribución a menores de cómics que, entre otras materias, adoptaran una temática criminal (sección 1). La norma prohibitiva castigaba a los editores (con penas de hasta mil dólares y/o prisión de hasta un año), pero también a los que conscientemente vendiesen o distribuyesen ese tipo de material a menores de dieciocho años (secciones 2 y 3), siendo castigados, en este caso, con la mitad de las ya mencionadas sanciones.

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The New York Times (20 de febrero de 1952).

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Fredric Wertham, en su despacho particular.

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  Censura de cómics en la ciudad de Long Beach (California). Long Beach Press Telegram (10 de octubre de 1948).
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  James A. Fitzpatrick, miembro de la Asamblea del Estado de New York, muestra un ejemplar de Crime SuspenStories en una sesión del Comité Legislativo del Estado de Nueva York para el Estudio de la Publicación de Cómics (1951). Fuente: Life.
El hostigamiento a los cómics por su presunto vínculo con la delincuencia juvenil no conocía de geografía, como lo demuestra el hecho de que los dos estados que se situaron a la vanguardia se hallaban en ambos extremos del país: California y Nueva York. En el primero, Los Angeles City Council actuó como referente para otras ciudades[201] al aprobar en 1948 una ordenanza municipal, a iniciativa del concejal Ed J. Davenport, que prohibía la venta a menores de dieciocho años de cómics que relatasen asesinatos, robos, hurtos, incendios provocados y asaltos con armas[202]. Parece que en la redacción de la ordenanza intervino el mismísimo Fredric Wertham, a quien los concejales tomaban como referente a la hora de vincular cómics y delincuencia juvenil[203]. La noticia sobre la nueva normativa de Los Ángeles se difundió inmediatamente por la prensa, y sirvió de acicate para que otras muchas ciudades empezaran a plantearse seriamente imitar la medida: de forma casi inmediata se produjo un contagio a otras ciudades californianas, como Long Beach[204], San Mateo[205] y Sacramento[206], pero también se planteó seguir esa pauta en localidades lejanas, como Chicago[207]. No obstante, la medida legislativa adoptada por Los Ángeles acabó truncándose cuando, con apenas diez años de vida, fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema de California[208], tal y como referiré en el último epígrafe.

El caso del Estado de Nueva York es, por su parte, llamativo, ya que la respuesta normativa estuvo precedida por la creación de un comité legislativo, constituido el 29 de marzo de 1949 y que pretendía estudiar el impacto de los cómics en la delincuencia juvenil, cuestión a la que se dedicó hasta 1956 (Joint Legislative Committee to Study the Publication of Comics).  El hecho de que el comité se instaurara en la ciudad en la que se concentraban la mayoría de las editoriales de cómics tuvo una especial significación. Pero, además, las actividades del órgano legislativo, recogidas en cinco informes (1950-1955), tuvieron enorme difusión y sirvieron como precedente para medidas similares adoptadas a nivel federal, como veremos enseguida.

En su primer informe, expedido en 1951, el comité ya dejaba clara una postura que mantendría inalterada en los años sucesivos: el convencimiento sin fisuras de que existía una relación causal entre la lectura de cómics y la criminalidad juvenil[209]. Para ello, se basaron en el testimonio de jueces y psiquiatras y en las respuestas proporcionadas por funcionarios en el comité federal del Senado reunido un año antes (Comité Kefauver)[210]. La apoyatura en estos testimonios resultaba falsa porque, como veremos en breve, dichos funcionarios habían concluido justo lo contrario: la inexistencia de suficientes indicios que apuntaran hacia la conexión entre delincuencia juvenil y lectura de cómics. En todo caso, partiendo de este falseamiento, el comité neoyorquino adujo la necesidad de que la industria de cómics se autorregulase a través de una asociación que controlase los contenidos de los cómics, amenazando con adoptar medidas legislativas si la autocontención no tenía lugar antes de que el comité reanudase sus sesiones al año siguiente[211].

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Tres imágenes utilizadas en el informe elaborado por el Comité Legislativo del Estado de Nueva York para el Estudio de la Publicación de Cómics que demostraría que los cómics incluían enseñanzas sobre cómo emplear métodos violentos.

En 1952, reunido el comité de nuevo, concluyó que sus recomendaciones no se habían llevado a efecto y que, de hecho, algunos crime comics habían empeorado sus contenidos[212]. No dispuesto el comité a conceder prórroga alguna a los infractores, acordó de inmediato proponer medidas legislativas para frenar la publicación de “cómics objetables”. Hasta seis leyes resultarían enmendadas para enfrentarse a la amenaza, siendo la más relevante el Código Penal, en el que se prohibiría la publicación, venta y distribución comercial de cómics sangrientos o en los que se describiesen crímenes y que incitasen a los menores a cometer actos violentos, depravados o inmorales. Como medida preventiva, una enmienda en la legislación educativa fijaba, además, la creación de una “División de Comic Books”, dentro del Departamento Estatal de Educación, a la que le competería censurar los cómics antes de su distribución[213]. Orgulloso de su propuesta —«expresión de la indignación popular»[214]—, el comité llegaba a vaticinar que tales medidas actuarían como modelo para otros estados[215].

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El congresista Fitzpatrick, relatando el contenido de un ejemplar de Crime SuspenStories en una sesión del Comité Legislativo del Estado de Nueva York para el Estudio de la Publicación de Cómics (1951). Fuente: Life. Un miembro del Comité Legislativo del Estado de Nueva York para el Estudio de la Publicación de Cómics examina estadísticas en una de las sesiones de 1951.

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Thomas Edward Dewey (1902-1971), cuadragésimo séptimo gobernador del Estado de Nueva York.  
Sin embargo, y a pesar de que las leyes se aprobaron por amplia mayoría en ambas cámaras del Parlamento del estado de New York, fueron vetadas el 14 de abril de 1952 por el gobernador, Thomas E. Dewey[216], quien ya había introducido un veto el 18 de abril de 1949 frente a una enmienda del Código Penal neoyorquino que había tratado de limitar las publicaciones obscenas y violentas[217]. Lejos de desanimarse, el comité volvió a proponer nuevas medidas legislativas en sus sesiones de 1954[218], reiterándolas en las de 1955[219]. Este último intento tuvo finalmente éxito, y ese mismo año entraba en vigor una reforma del Código Penal (artículo 49, secciones 540-543) que prohibía en Nueva York, con multa de hasta quinientos dólares y/o un año de prisión, la venta a menores de cómics “objetables”, incluyendo como tales todos aquellos que contuviesen en su título las palabras crimen, sexo, horror o terror[220]. Como punto de arranque, la ley consideraba demostrado que los cómics con contenido violento o de temática erótica o criminal contribuían a la delincuencia juvenil. Tal referencia no resultaba superflua, ya que el Tribunal Supremo exigía que, antes de adoptar una medida legislativa limitadora de un derecho (en este caso, la libertad de expresión), resultaba preciso que se justificase la existencia de un problema demostrado que requiriese de la intervención estatal por razones de interés público (legislative determination)[221].

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El congresista Joseph F. Carlino, presidente del Comité Legislativo del Estado de Nueva York para el Estudio de la Publicación de Cómics (1951). Enfrente, el número cuarto de Crime SuspenStories (EC, 1951). Sesión del Comité Legislativo del Estado de Nueva York para el Estudio de la Publicación de Cómics (1951). A la izquierda, el senador Harold I. Panken, a la derecha, el congresista Joseph F. Carlino.

Con estos precedentes, no es de extrañar que las asambleas legislativas de otros estados estudiasen muy detenidamente la constitucionalidad de cualquier medida legislativa para reprimir la venta de cómics. Así lo hicieron, por ejemplo, Illinois y Colorado, ambos en 1956. El primero se limitó a plantear más dudas que soluciones a un problema que, a su parecer, resultaba muy difícil de legislar, debido al límite marcado por la primera y la decimocuarta enmiendas de la Constitución (libertad de expresión y due process of law)[222]. Por su parte, Colorado sí llegaba a una conclusión: la mejor posibilidad de actuar, si no única, residía en el autocontrol por parte de los editores y en la vigilancia de padres y educadores respecto de las lecturas de los niños[223].

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Varias secuencias del documental What About Juvenile Delinquency (Centron Productions-Young America Films, 1955), en cuya elaboración intervino el juez del Tribunal de Menores de Denver, Colorado, Philip B. Gilliam. En el documental, unos chicos de una banda juvenil agreden al padre de uno de ellos, desconociendo su identidad. Cuando el hijo de la víctima se entera del hecho, se desvincula de la banda y denuncia a sus ex compañeros ante una reunión de ciudadanos y representantes municipales.

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Portada de la revista Time con Estes Kefauver como persecutor de la delincuencia durante la actividad del Comité Especial del Senado para Investigar el Crimen Organizado en el Comercio Interestatal que presidió (1950).  
Del ámbito local y estatal en el que la campaña anticómic se había gestado desde 1949 no tardó en pasarse al ámbito federal, cuando el Senado de los Estados Unidos decidió tomar cartas en el asunto. La primera toma de contacto llegó a través del Comité Especial del Senado para Investigar el Crimen Organizado en el Comercio Interestatal (1950-1951), al que me he referido ya con anterioridad. El comité, más conocido como “Kefauver Committee”, al asumir su presidencia el senador demócrata de Tennessee Estes Kefauver, dedicó parte de sus trabajos a analizar la posible influencia de los crime comics en la delincuencia juvenil. A tales efectos, el citado órgano elaboró un cuestionario que fue posteriormente remitido a funcionarios, editores y expertos en infancia y criminalidad, en el que se preguntaba la opinión del consultado sobre si consideraba que existía un incremento en la delincuencia juvenil, cuál era su parecer sobre las causas, cuál la relación entre cómics y delincuencia y, en fin, si, a su entender, la supresión de las historietas entrañaría una disminución de los crímenes cometidos por menores de edad.

No parece necesario señalar que los editores y autores[224] fueron unánimes en sus respuestas, alegando que ni había un apreciable incremento en la delincuencia juvenil ni ésta guardaba relación alguna con los cómics. La postura de los expertos en menores de edad resultó algo más variada, pero, salvo alguna excepción, mostraron la misma opinión que los editores[225]. En realidad, varios de los encuestados, como las doctoras Lauretta Bender y Josette Frank, eran ya conocidos por su postura procómic, e incluso desempeñaban tareas de asesoramiento para dicha industria[226]. El grueso de las encuestas se dirigía, sin embargo, a los funcionarios: un total de sesenta y cinco respondieron a las preguntas formuladas por el comité, frente a los apenas diez responsables de editoriales y los ocho especialistas en infancia. Entre los funcionarios se hallaba algún reputado personaje público, como Edgar J. Hoover, pero en su mayoría se trataba de fiscales, jueces e integrantes de servicios sociales relacionados con la infancia escasamente conocidos más allá de sus localidades. En este caso, las respuestas resultaron algo más heterogéneas. Aun así, la inmensa mayoría de ellas coincidía en señalar, en primer lugar, que, o no existía un incremento de la delincuencia juvenil, o el incremento resultaba apenas perceptible (sobre todo en relación con el aumento demográfico)[227]. En segundo lugar, que los delitos cometidos por los menores de edad no eran más graves que en años anteriores[228]. Y, en relación específica con los cómics, casi todos los encuestados decían desconocer casos de delitos cuya comisión pudiese derivarse de la imitación de conductas vistas en historietas[229], de modo que sólo cabía concluir la inexistencia de una relación causal entre los crime comics y la delincuencia juvenil y, de resultas, que la prohibición de aquellas lecturas resultaría fútil para controlar la criminalidad de los jóvenes[230]. Por lo general, todos entendían que la delincuencia juvenil era fruto de múltiples y complejas causas, de modo que resultaba dudoso que, «en ausencia de algunos otros factores, la lectura de cómics pueda convertir per se a un niño o niña en delincuente»[231]

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Encuesta dirigida por Kefauver a Fredric Wertham para su uso en el Comité Especial del Senado para Investigar el Crimen Organizado en el Comercio Interestatal (1950). Fuente: The Comics Journal.

Lógicamente, esta postura mayoritaria encontraba excepciones[232] y no pocos matices. Por ejemplo, algunos funcionarios, tras desconectar cómics y delincuencia juvenil, recomendaban que aquéllos se regulasen, por considerarlos —con poca coherencia— material perjudicial para los menores[233]. Otros funcionarios —entre los que puede citarse al propio Hoover— dudaban de la eficacia de prohibir los cómics, pero sí veían al menos una posible causa de criminalidad en ellos, aunque sólo en los casos de mentes inestables[234].

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Portada del libro Crime in America, escrito por Estes Kefauver y cuya primera edición data de 1951. Fotograma del documental Confidential File (1955). Paul Coates (a la izquierda) entrevista al senador Estes Kefauver (a la derecha). Cartel de la campaña demócrata para la nominación presidencial de Estes Kefauver (1956).

Aunque las sesiones del comité de 1950 finalizaron sin unas conclusiones específicas referentes a la relación entre cómics y delincuencia, Kefauver quedaría desde entonces convencido de que tal conexión resultaba incontestable. Como prueba de converso, llegaría a prologar un libro sobre la criminalidad de la adolescencia[235], escribiría él mismo un libro sobre la delincuencia en Estados Unidos[236] y, cuatro años más tarde de la formación de aquel comité senatorial, instaría la constitución de otro, esta vez centrado exclusivamente en analizar dicho vínculo. La competencia del Senado para investigar tales conexiones se basó en que la distribución de cómics entrañaba la violación de diversas leyes federales, como la Dyer Act[237], la Mann Act[238], así como la normativa sobre el comercio interestatal y la regulación postal. Así, en 1954 se erigiría el Subcomité del Senado para el Estudio de la Delincuencia Juvenil, dentro del Committee on the Judiciary del Senado de los Estados Unidos[239]. En esta ocasión la presidencia la asumía el senador Robert C. Hendrickson, pero es evidente que quien comandaba la nave era una vez más Estes Kefauver[240], que, a igual que sucediera con McCarty, tenía sus propios intereses personales ocultos bajo el paraguas de la defensa de un interés público. Conocedor de la aversión ciudadana a los crime comics, Kefauver pretendía que la campaña le sirviera como plataforma para las elecciones presidenciales. Vacuo intento, ya que en 1956 perdió la nominación demócrata frente a Adlai E. Stevenson, sufriendo una dolorosa derrota en California (donde sólo obtuvo el 37% de los sufragios)[241], justo uno de los feudos más activos en la campaña anticómic.

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Una muestra de cómics en el Subcomité del Senado para el Estudio de la Delincuencia Juvenil. A la izquierda, el asambleísta James A. Fitzpatrick. A la derecha, el senador Robert C. Hendrickson.

Las sesiones del subcomité —que habían estado precedidas por un previo estudio sobre el particular a cargo de la Biblioteca del Congreso[242]— se prolongaron durante tres días (21 y 22 de abril y 4 de junio de 1954), en los que testificaron editores (como William Gaines, de E. C. Comics), artistas (como Walt Kelly, Milton Caniff y Joseph Musial), especialistas en menores de edad (incluido Wertham) y políticos (como Fulton, el ya citado diputado canadiense impulsor de la legislación anticómic de aquel país). Tampoco faltaron referencias a las noticias aparecidas en la prensa, y muy en particular a los artículos anticomic publicados por The Hartford Courant entre el 14 de febrero y el 25 de abril de 1954[243]. Prescindiendo de cuanto habían dicho la mayoría de las autoridades del Comité Kefauver, el presidente del subcomité abrió las sesiones afirmando el incremento de la delincuencia juvenil, si bien, en un arrebato de moderación, señaló que los cómics no eran la principal causa de esa criminalidad. El objetivo del subcomité era, precisamente, ver su alcance[244].

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Varias portadas de Crime SuspenStories (EC, 1950-1955), una de las colecciones más criticadas en las sesiones del subcomité del Senado.

Los cuatro años transcurridos entre el Comité Kefauver y el Subcomité Hendrickson obraron un sensible cambio en el objeto específico de análisis. Si en aquél habían sido los crime comics, en éste lo eran también los horror comics, merced a la explosión de este género a partir del “New Trend” iniciado por William G. Gaines en E. C. Comics, la empresa heredada de su padre. Precisamente, Gaines, rememorando su voluntaria intervención en el seno del subcomité[245], recordaba sentir la sensación de hallarse como si de un reo en un juicio se tratase[246]. No en balde las sesiones tuvieron lugar en la Federal Court-House de Nueva York (el palacio de justicia del Tribunal Federal).

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William Maxwell Gaines testifica en defensa de los cómics ante el Subcomité del Senado para el Estudio de la Delincuencia Juvenil (21 de abril de 1954). Sala de la Federal Court-House de NuevaYork donde tuvieron lugar las sesiones del subcomité del Senado para investigar las causas de la delincuencia juvenil.

Mientras Gaines se sentía como si se hallase sentado en el banquillo de los acusados, Fredric Wertham aprovechó las sesiones para reiterar sus argumentos. Una vez más insistió en que, a su parecer, los crime comics eran todas aquellas historietas que contuviesen violencia —fuesen del género de gánsteres o no—, con lo que su rechazo alcanzaba, sin excepción, a la mayoría de las historietas que se publicaban[247]. Aunque se cuidaba de señalar que los cómics fuesen el factor único que incitaba a la delincuencia juvenil, volvía a acusarlos de ser «un factor de contribución esencial» que, además, no sólo afectaba a niños problemáticos, sino a cualesquiera[248]. Los cómics no eran, por tanto, inductores al delito, pero sí al menos colaboradores necesarios. Una afirmación a la que siempre decía haber llegado a través de su experiencia científica[249].

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Carta de Fredric Wertham al senador Estes Kefauver (21 de septiembre de 1954).

Wertham se mostró en los debates especialmente incisivo. Quizá consideraba que el ámbito federal era la última y definitiva batalla y estaba dispuesto a quemar todas las naves. No es de extrañar, pues, que el psiquiatra llegase a señalar un tipo específico de delito que, a su parecer, no tenía precedentes hasta que habían llegado los cómics: las lesiones ocasionadas a las víctimas en los ojos, sobre las que ya había hablado en Seduction of the Innocent[250]. Wertham se refería a historias como “Murder Morphine and Me!” (True Crime Comics, núm. 2, 1947), “The Giant from Beyond” (Strange Worlds, núm. 2, 1951) o a la portada de Mister Mystery (núm. 12, 1953).

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Wertham consideraba que los cómics mostraban un tipo de tortura poco habitual que estaba extendiéndose entre los jóvenes delincuentes: las lesiones oculares. Algunos ejemplos: en la parte superior, el pulp Thrilling Mystery, núm. 1 (1935); portada del cómic Mister Mystery, núm. 12 (Key Publications, 1953), y portada de Police Comics, núm. 24 (Quality Comics, 1943). En la parte inferior, viñeta correspondiente a DollMan, núm. 16 (Quality Comics, 1948), y un “homenaje” en la versión actual de The Spirit, núm. 7 (DC, 2010). Más imágenes de las torturas en los globos oculares, que recuerdan al “Perro andaluz” de Luis Buñuel. En la imagen superior, la más representativa viñeta de este tipo de tortura, perteneciente a la historieta “Murder, Morphine and Me” (True Crime Comics, núm. 2, Magazine Village, 1947). En el centro, un paciente de Wertham ante la imagen, a fin de ponderar su reacción. En la parte inferior, otra imagen citada por Wertham, perteneciente a “The Giant from Beyond” (Strange Worlds, núm. 2, Avon, 1951).

A pesar de su intervención, Wertham no logró sus objetivos. Es cierto que el dictamen del subcomité consideró probado que existía relación entre delincuencia juvenil y lectura de cómics[251]. Del mismo modo, las referencias a Wertham eran muy elogiosas[252], muy al contrario de las citas a Gaines (a quien acusaba de ridiculizar la campaña social)[253] o a Josette Frank (de quien insinuaba subjetividad por ejercer funciones de asesoramiento para National Comics)[254]. Hasta aquí parecería que la campaña anticómic había ganado la batalla. Sin embargo, a la hora de especificar soluciones, el subcomité rechazó adoptar medidas legislativas a fin de no restringir la libertad constitucional de prensa[255], optando por una solución que comprometía sólo a los agentes sociales implicados: por una parte a la sociedad, a la que se instaba a seguir presionando a editores y distribuidores[256], y por otra parte a estos últimos, en particular a los editores, fomentando la creación de un nuevo código autorregulador. La campaña anticómic, que había tenido amplio seguimiento en el ámbito local y estatal, quedaba de este modo truncada en el ámbito federal[257].

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Una sesión del Subcomité del Senado para el Estudio de la Delincuencia Juvenil, con Estes Kefauver en el centro (1954). Fotograma del documental Diagram for Delinquents (Robert A. Emmons, en preparación). William Maxwell Gaines, testificando, de forma voluntaria, ante el Subcomité del Senado para el Estudio de la Delincuencia Juvenil (21 de abril de 1954). Estes Kefauver, en el Subcomité del Senado para el Estudio de la Delincuencia Juvenil, mostrando un ejemplar de Crime SuspenStories. Aunque no se aprecia con nitidez, se trata del número 22 (EC, 1954). En el momento captado por la fotografía Kefauver preguntaba a Gaines: “¿Cree usted que esto es de buen gusto?”. “Sí, señor –respodió Gaines–. Lo es para la portada de un cómic de horror”.

 

5. “In dubio pro comic”: el rechazo a la vinculación entre cómics y delincuencia juvenil

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  Cambios sugeridos por la editorial a Wertham para la definitiva publicación de Seduction of the Innocent. Todos los que figuran en la imagen guardan relación con los crime comics. De gran trascendencia es la primera de las observaciones, donde se le pide que cambie la expresión “[Los niños] obtienen lecciones de crimen” por la más moderada “Se les muestra [a los niños] crímenes”. En efecto, el cambio fue aceptado (página 13 del libro). Fuente de la imagen: The Comics Journal.
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  Henry E. Schultz, consejero general de la Association of Comics Magazine Publisers. Hutchinson News Herald (31 de octubre de 1948).
A pesar del alarmismo general, no todo el mundo veía claro el supuesto vínculo entre la lectura de cómics y el incremento de la delincuencia juvenil. Es más, se ponía en tela de juicio incluso que existiese un auténtico crecimiento de la criminalidad entre menores de edad. De hecho, según ya hemos visto al analizar los informes del Comité Kefauver, la mayoría de jueces y funcionarios relacionados con la delincuencia en menores de edad habían adoptado esta última posición. No menos relevante fue la postura del Children’s Bureau, agencia federal creada en 1912, que no llegó a alinearse con las posturas de Wertham ni reconoció que los medios de comunicación tuviesen una influencia determinante en la delincuencia juvenil[258].

El principal rechazo a las tesis de Wertham llegó precisamente de mano de muchos de sus colegas, aspecto que le resultó especialmente doloroso[259]. Las revistas especializadas fueron con frecuencia el locus en el que cuestionar la postura de Wertham, como por ejemplo la Journal of Education Sociology, cuyo número de diciembre de 1949 dedicó gran parte de su contenido a trabajos de especialistas que cuestionaban la relación entre cómics y delincuencia. Y, seguramente para mayor desasosiego de Wertham, las conclusiones allí vertidas se ventilaron también en una revista de amplia difusión, cual era Family Circle[260]. Una de las acusaciones principales que psicólogos, penalistas y especialistas en niños vertieron sobre su postura era la de no hallarse suficientemente contrastada al no basarse en un método científico[261]: los promotores de la campaña anticómic empleaban datos aislados para conectar delincuencia y cómics de forma arbitraria. Bastaba con que apareciesen comic books en la casa de un niño delincuente para que el silogismo condujese a la ilógica conclusión de que existía una relación causal[262]. En un intento de mostrar tan frágil modo de argumentar, el historiador Albert Deutsch recordaba el caso de un veterano de guerra que había causado una matanza fruto de su fanatismo religioso: nadie se había planteado, sin embargo, prohibir la Biblia, acusándola de ser la detonante de los homicidios[263]. No menos ácido fue el ataque del ensayista Robert S. Warshow. Partiendo del hecho de que no le gustaban los cómics, y de que recomendaba a su hijo Paul que emplease el tiempo en mejores lecturas, Warshow no podía coincidir con Wertham en considerar que todos los cómics eran igual de nocivos. La relación de causalidad entre dichas lecturas y actos delictivos, o incluso autolesiones, resultaba, a su parecer, más que cuestionable. Por una parte, porque la delincuencia era un problema más complejo de lo que Wertham planteaba; por otra, porque el psiquiatra, sin un método deductivo adecuado, no tenía presentes las patologías que podía padecer el niño delincuente al margen de sus lecturas[264]. Además, la tendencia a responsabilizar a los cómics de todo acto delictivo suponía exonerar a los menores de todas sus culpas, lo cual resultaba igual de contraproducente para su proceso formativo[265]. Warshow concluía, con dureza: «El Dr. Wertham no tendrá en cuenta nada de lo que le comente un niño a no ser que constituya una evidencia de los efectos dañinos de los cómics (…) o un apoyo directo a sus planteamientos (…) Sospecho que cualquier niño complejo que acudiera a la clínica de Wertham acabaría concluyendo que los aspectos más problemáticos de su comportamiento pueden explicarse en términos de lectura de cómics»[266].

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Primera página del artículo de Robert Warshow “Paul, the Horror Comics, and Dr. Wertham”, publicado en la sección “The Study of Man” de la revista Commentary, vol. 17, junio de 1954. Recopilación reciente de los trabajos de Robert Warshow, publicada por Harvard University Press, 2001.

Estas acusaciones de falta de rigor en la obra de Wertham no estaban exentas de razón. Wertham estaba más ansioso por actuar como divulgador que como científico, y sus escritos no demostraban en términos psiquiátricos que los trastornos percibidos en menores se debieran principalmente a la lectura de cómics. De hecho, la reciente accesibilidad desde 2010 a los archivos clínicos de Wertham parecen demostrar que tergiversó muchos de los expedientes que refería en Seduction of the Innocent; en ocasiones, en realidad, él no había sido el especialista que había tratado personalmente a los niños, de modo que sus referencias eran indirectas, y en la obra ocultaba ese dato; en otros supuestos, en el libro se desvirtuaban las palabras de los niños, otorgando a los cómics un protagonismo muy superior al que se deriva de sus testimonios[267]. Otros estudios paralelos de la propia época demostraban, además, que la temática criminal no estaba tan extendida como Wertham señalaba, sino que el humor seguía siendo el elemento dominante en el mercado de cómics[268]. Por si fuera poco, estadísticamente el porcentaje de niños delincuentes, en relación con los miles de lectores de cómics era, cuando menos, irrisorio[269]. De resultas, parecía claro que los cómics, si afectaban a alguien, era sólo a niños con mentes ya inestables[270].

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Consejo Asesor de National Comics, en el que figuraban dos de las más destacadas defensoras de los cómics: Lauretta Bender y Josette Frank.  
El cuestionamiento de los planteamientos de Wertham parecía mostrar que éste, erigido en “el Savonarola del movimiento anticómic”[271], se había empecinado en una campaña en la que sus colegas se negaban a tomar parte al considerarla injustificada. Incluso algunos educadores empezaron a hacer públicos estudios que mostraban la ausencia de relación entre cómics y delincuencia[272], desmintiendo, pues, las teorías de Wertham: nada parecía evidenciar la existencia de la relación causal que este último daba por sentada[273]. Los argumentos de oposición a las teorías del psiquiatra germanoestadounidense eran variados. Por una parte, sus detractores consideraban que las causas de criminalidad infantil no podían reducirse a un solo factor determinante, sino a la confluencia de múltiples factores, sociales los unos, psíquicos los otros[274]. Bien es cierto que el propio Wertham siempre afirmaba que su postura no era “monocausal”, pero sus escritos parecían discurrir por otros derroteros: al centrar su campaña en los cómics, en realidad mostraba que éstos resultaban un factor decisivo, determinante, sin cuya presencia la criminalidad infantil no se habría activado[275].

Algunos autores llegaban no sólo a cuestionar la conexión entre cómics y delincuencia, sino que las lecturas —cualesquiera que fuesen— influyeran en los comportamientos; un asunto, señalaban, que todavía no se había demostrado científicamente[276]. Es más, hubo psiquiatras que acusaron a la campaña anticomic de generar entre los padres una situación de ansiedad que resultaba perjudicial para sus propios hijos[277]. De este modo, los progenitores habían hallado un chivo expiatorio a quien inculpar de su propia responsabilidad en el deficiente desarrollo de los menores[278]: «Los cómics llevan aquí apenas unos años —se relataba en un diario de Dakota del Sur—, en tanto que la delincuencia juvenil ha estado presente desde que David empezó a jugar con su honda»[279].

Por otra parte, muchos especialistas no veían diferencias sustanciales entre los cómics y los cuentos clásicos o el folclore[280]. También estos últimos contenían extraordinarias dosis de violencia, y no por ello se les acusaba de promover la delincuencia entre sus lectores. Esta afirmación, ponía el dedo en la llaga al mostrar que la crítica a los cómics encerraba un claro componente elitista, ya que acusaba a este medio de defectos que eran igual de patentes en la “literatura seria”. Su conclusión era clara: «los comics se convirtieron en el principal chivo expiatorio en la búsqueda sin fin de una causa y una solución al problema de la delincuencia juvenil»[281].

La equiparación de los cómics con los cuentos clásicos y de hadas servía también para afirmar que aquéllos cumplían una función educativa y, de resultas, positiva. Al igual que las narraciones infantiles clásicas encerraban enseñanzas de forma simbólica, otro tanto hacían los cómics, con la diferencia de que éstos mostraban mucho mejor los problemas contemporáneos[282]. La violencia mostrada en la literatura no era, en sí misma, un mal, porque ayudaba a los niños a conocer mejor la sociedad que les rodeaba, en la que el recurso a la fuerza era una realidad. Es más, algunos psicólogos y psiquiatras llegaban a considerar que la lectura de cómics reducía la criminalidad infantil, ya que actuaba como catarsis, permitiendo que el niño enfocara sus impulsos violentos a través de la lectura, en vez de proyectarlos en conductas agresivas[283].

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  Carta dirigida por Lev Gleason al presidente del Subcomité del Senado para el Estudio de la Delincuencia Juvenil, Robert C. Hendrickson, quejándose de que no se diera en las sesiones audiencia a los editores (22 de abril de 1954). Fuente: The Comics Journal.
Resulta ocioso decir que los editores de cómics también rechazaban cualquier conexión posible entre cómics y delincuencia. Muchos de sus argumentos eran eco de lo que sostenían los psicólogos y psiquiatras, algunos de los cuales, como Josette Frank o Lauretta Bender, trabajaban como asesores en sus empresas. La postura de las principales editoriales (como Fawcett o Marvel) quedó claramente expuesta en el Comité Kefauver, donde mostraron una posición unánime. Aparte de recordar una vez más que el problema de la delincuencia juvenil era complejo y no podía reducirse a la influencia de los cómics, los editores señalaron una contradicción evidente en los argumentos de sus detractores: si los cómics se habían convertido en una plaga, si se hallaban extendidos por el país convirtiéndose en el principal medio de entretenimiento de los niños, y si, además, fomentaban la delincuencia, ¿cómo era posible que la ratio de delincuentes infantiles no fuese muchísimo mayor? ¿Cómo podía acusarse a los cómics de pervertir a la infancia cuando sus lectores se contaban por millones, en tanto que los delincuentes juveniles eran apenas casos aislados?[284] Haciendo uso de una inteligente estrategia, los editores llegaron a invertir los términos de la acusación que sobre ellos se vertía: las estadísticas evidenciaban que la delincuencia juvenil había empezado a disminuir precisamente coincidiendo con el incremento en la venta de los cómics, lo cual demostraba que éstos habían servido para reducir las tasas de criminalidad entre la juventud[285]. De ahí que Lev Gleason, en respuesta a las cuestiones del Kefauver Committee, llegase a decir que sus publicaciones eran, en realidad anti-crime comic books[286].

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Las editoriales trataban de defenderse señalando que sus cómics mostraban la rectitud de la justicia, aunque siempre lo hacían en las últimas viñetas. Arriba a la izquierda: la alegoría de una inmisericorde justicia. Crime Does Not Pay, núm. 22 (Lev Gleason, 1942). Arriba, a la derecha: la pena capital para el delincuente. Crime Does Not Pay, núm. 26 (Lev Gleason, 1943). En el centro, la policía aplica su justicia. Men Against Crime, núm. 3 (Ace Magazines, 1951). En la parte inferior: el cómic muestra el asesinato, pero no la detención de los criminales, a la que apenas se alude en la última viñeta. Crime Does Not Pay, núm. 51 (Lev Gleason, 1947).  
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Fotografía de David Pace Wigransky aparecida en The Saturday Review of Literature (24 de julio de 1948).  
Y es que los editores insistían en que los crime comics transmitían siempre la moraleja de que el crimen no compensaba (crime does not pay), de modo que sus historias resultaban altamente moralizantes para la juventud[287]. A fin de demostrar la inocuidad de sus contenidos, insistieron en las técnicas de autocontrol a las que se sometían, en particular el asesoramiento de psicólogos, expertos en juventud o, incluso, agentes de la autoridad[288]. Ante la intensidad que iba cobrando la campaña anticómic, desde 1948 algunas editoriales trataron de hacer pública esta circunstancia a través de escritos insertos en las páginas de sus cómics. Tal fue el caso de Marvel Comics, que entre noviembre de 1948 y junio de 1949 publicó hasta cuatro editoriales distintos que vieron la luz en más de un centenar de sus títulos. En ellos, amén de anunciar que el doctor Jean Thompson —psiquiatra en el Child Guidance Bureau del Departamento Municipal de Educación de Nueva York— asesoraba a la editorial, se afirmaba que nada de su contenido podía dañar a los jóvenes, como demostraban los millones de lectores que tenían y que nunca habían cometido delito alguno[289]. Más cáustico fue, cómo no, William M. Gaines, tratando de movilizar a sus lectores contra aquellos «benefactores» que, bajo la falsa acusación de que los cómics promovían la delincuencia juvenil, habían emprendido una campaña de coacción contra vendedores y distribuidores. Campaña en cuya cabeza se situaba «un psiquiatra» (obviamente Wertham) «que ha hecho una lucrativa carrera a base de atacar los cómics»[290]. Ante tales ataques, Gaines llegaba a proponer que los lectores inundaran de cartas el Subcomité del Senado para el Estudio de la Delincuencia Juvenil, mostrando su discrepancia con la falsa inculpación a los cómics.

De hecho, algunos lectores decidieron contraatacar contra la campaña anticómic, tratando de mostrar cuán endebles eran los argumentos sobre los que se sustentaba. Especial repercusión mediática tuvo la respuesta “procómic” elaborada por David Pace Wigransky, un niño de catorce años que poseía una descomunal colección de casi seis mil cómics. En su madura misiva, publicada inicialmente en The Saturday Review of Literature[291] y reproducida parcialmente en numerosos periódicos[292], Wigransky se enfrentaba directamente a Wertham. Dudando incluso de la capacitación del psiquiatra para evaluar la psique de los niños, Wigransky demostraba lo irrisorio de sus argumentos. Frente a un pequeño número de delincuentes menores de edad, casi setenta millones de lectores de cómics eran niños perfectamente saludables y normales[293]. Pero argüía también que sustraer a los menores de lecturas que contuviesen violencia podría resultarles contraproducente, ya que, «cuando crezcan, tendrán que enfrentarse a un tipo de mundo muy distinto; un mundo de violencia y crueldad, de fuerza y competencia, un mundo impersonal en el que tendrán que luchar sus propias batallas»[294]. La carta fue incluso citada en las sesiones del Subcomité del Senado para el Estudio de la Delincuencia Juvenil, y la empleó Marvel Comics en una nota dirigida a sus lectores, en defensa de los cómics, publicada en el número cuarto de Kid Colt Outlaw y posiblemente elaborada por Stan Lee[295]. Un Stan Lee, por cierto, que opinaba de su némesis, Wertham, que era pura y simplemente un fanático[296].

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“¡Mira lo que has pisado!”. Una de las críticas más utilizadas contra los crime comics se refería a retratar a los agentes de la autoridad como incompetentes. Crime Does Not Pay, núm. 69 (Lev Gleason, 1948).

La publicación de esta misiva refleja el esfuerzo que llevaron a cabo las editoriales para contrarrestar la campaña anticómic, utilizando los propios cómics como vehículos para canalizar su campaña de autoexculpación. Así lo hizo de forma bastante evidente Lev Gleason a través de una de sus publicaciones más cuestionadas: Crime Does Not Pay[297]. Por una parte, frente a aquellos que acusaban a los crime comics de denigrar la imagen de los agentes del orden, Crime Does Not Pay incluyó desde 1949 una sección escrita en la que, bajo el título “Our Police Hall of Fame”, trazaba un perfil biográfico de policías ejemplares. Del mismo modo, se integró a policías en el consejo asesor de la revista, señalando que ellos eran los principales especialistas en criminalidad juvenil, lo que entrañaba negar que lo fueran los psiquiatras y psicólogos como Wertham[298]. Algunos cómics, de hecho, mostraban tanto en portada como en las historietas interiores el retrato de un agente de la autoridad respaldando con su placet la publicación.

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Lev Gleason publicó semblanzas de policías a fin de demostrar su apuesta por la legalidad. Crime Does Not Pay, núm. 81 (Lev Gleason, 1949). Al pie de la historieta, la policía Mary Sullivan “aprueba” el contenido del cómic. Crime Does Not Pay, núm. 75 (Lev Gleason, 1949). En la portada, el capitán Felix L. Lynch recomienda la lectura del cómic por su carácter instructivo contra la delincuencia juvenil. Crime Does Not Pay, núm. 76 (Lev Gleason, 1949).

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Autopublicidad incluida en los crime comics destacando sus virtudes. Crime Does Not Pay, núm. 22 (Lev Gleason, 1942).  
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Una recopilación de cartas dirigidas a la editorial Lev Gleason por madres alabando la virtud de sus cómics.  
Más allá de estas estrategias, Lev Gleason y Charles Biro utilizaron líneas de comunicación directa con sus lectores. Así, en ocasiones, el propio director se dirigió a la audiencia tratando de limpiar la imagen de sus cómics. Éstos —decía— servían a un loable objetivo, cual era mostrar que el crimen no salía impune, con la esperanza «de que ayudará a hacer jóvenes ciudadanos mejores y más limpios»[299]. En otros casos, la estrategia consistía en las cartas de los lectores, publicadas en la sección “What’s on your mind?”. La cuestión no reside en que allí sólo figurasen misivas laudatorias —algo obvio, que responde siempre a una estrategia publicitaria—, sino en el hecho de que muchísimas notas procedían de lectores que alababan cuánto servían las historias de Crime Does Not Pay como lecciones cívicas que llevaban por el buen camino de la ley[300], algo especialmente evidente desde 1947. Habitualmente eran los propios lectores —jóvenes y niños, se deduce— quienes, mostrando una sospechosa madurez, vertían tales afirmaciones[301]. A veces incluso referían cómo sus padres o docentes se sorprendían del excelso y provechoso contenido del cómic[302].

Como para demostrarlo, tampoco faltaban cartas redactadas supuestamente por adultos que confirmaban cuán beneficioso era ese material para sus hijos o alumnos. «Se trata de una revista que ayudará a los jóvenes —afirmaba Mrs. Frances E. Berkett (Detroit)—. No muestra glamour en el crimen, como hacen otros muchos cómics»[303]. «Toda madre debería comprarlo para su familia», afirmaba otra abnegada progenitora de Oregon[304]. Y mi preferida, la carta que mostraba el efecto catártico y regenerador del cómic: «Nuestro hijo empezó a robar —al principio caramelos, y luego otras cosas—. Le compramos un ejemplar de Crime Does Not Pay. Esa noche, durante la cena, se disculpó y dijo “Nunca más”. Los pocos peniques invertidos en la revista nos reportaron grandes dividendos»[305]. Mostrar a mujeres —particularmente madres— apoyando la revista era una hábil estrategia, toda vez que tanto las asociaciones de mujeres como las de padres eran destacadas protagonistas en la campaña social anticómic. De hecho, en su número 61, la revista publicaría una página con extractos de cartas de madres apoyando Crime Does Not Pay, englobadas en el título “Mother Knows Best!”[306].

Pero la editorial también quiso mostrar que los especialistas en delincuencia juvenil, o en general quienes trabajaban con menores de edad, respaldaban sus cómics: entre las misivas las hay de sujetos que se declaraban criminólogos[307], personal de prisiones[308], trabajadores sociales[309], enfermeras[310], profesores[311] o policías[312]. Todos parecían igual de encantados con una publicación que facilitaba sus tareas.

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Carta de un convicto señalando las virtudes de Crime Does Not Pay y lamentándose de no haber tenido la fortuna de haberlo leído antes de delinquir. Crime Does Not Pay, núm. 50 (Lev Gleason, 1947).

Copia de una carta de un convicto recibida por Lev Gleason Publishing utilizada como autopublicidad. Crime Does Not Pay, núm. 63 (Lev Gleason, 1948).

Algunos lectores —todos ellos identificados por sus iniciales— confesaban haber delinquido en su juventud, y cuánto les hubiera gustado haber dispuesto de Crime Does Not Pay antes, ya que tales lecturas les habrían impedido cometer la infracción penal[313]. En ocasiones se publicaban en más de un número misivas idénticas, o casi idénticas, enviadas supuestamente por el mismo convicto, algo que no deja de ser, cuando menos, sospechoso[314]. En todo caso, hay incluso alguna carta en la que un lector informaba de que en su barrio la delincuencia juvenil había disminuido notablemente desde que los jóvenes habían empezado a leer Crime Does Not Pay[315].

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Dibujantes y guionistas mostraron su particular rechazo a las ideas de Wertham incluyéndolo en historietas irónicas como ésta, bastante posterior, de Al Hewetson y Maelo Cintron, en la que el célebre doctor “invade” la editorial Skywald para acabar con sus responsables. Al final, el propio doctor Wertham no es más que un monstruo disfrazado de psiquiatra. “The Comics Macabre”, Scream, núm. 1 (Skywald, 1973).

Desde luego, se trataba de una campaña publicitaria bien orquestada, pero que no estaba llamada a convencer en absoluto a los detractores de los crime comics, cuya presión se mantuvo inflexible. El hecho de que las autoridades locales, estatales e incluso federales empezasen a intervenir en la campaña anticómic obligó a los editores a manifestar que cualquier medida censora sería contraria a la libertad de prensa, y que tendría que extenderse a otros medios de comunicación.

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Una ridiculización de las posturas de Wertham y sus acólitos elaborada por Stan Lee. “The Raving Maniac”, Suspense, núm. 29 (Marvel, 1953).  
Como alternativa, las editoriales mostraron su disposición a elaborar códigos internos de regulación que restringiesen las imágenes violentas y la descripción de delitos. Una de las primeras en llevarlo a cabo fue Lev Gleason Publications. A mediados de 1948, esta empresa editorial informaba a su público de que disponía de un código interno que sus guionistas y dibujantes debían observar[316]. Integrado por doce puntos, ocho de ellos se hallaban directamente dirigidos a limitar las referencias a la comisión de delitos incluidas en sus publicaciones: por una parte, se establecían restricciones a la hora de retratar a los personajes (la apariencia y carácter de los agentes de la autoridad debían ser tratados de la forma más favorable, justo al contrario que en el caso de los criminales, incluidas las mujeres); por otra, se limitaba la forma en que podía narrarse la acción criminal (los criminales no debían mostrar regocijo con sus delitos, y la acción delictiva siempre debía recibir castigo), y el modo de dibujar las escenas violentas (nada de sangre en una mujer y, en el caso de los hombres, no debía mostrarse sangre manando de boca o nariz). Ese mismo año, la Association of Comics Magazine Publishers, que acogía a algunas de las editoriales más potentes del sector (como Lev Gleason, Dell Publications o EC Comics), elaboró su propio código regulador, mucho más escueto, y cuyo punto segundo —el más detallado de cuantos incluía— se refería precisamente a la narración de delitos. Las previsiones iban claramente encaminadas en un doble sentido: reforzar la autoridad pública (la policía y funcionarios no podían retratarse como estúpidos o ineficientes, ni de forma alguna que debilitara su auctoritas) y evitar cualquier efecto de imitación (mostrando los delitos como algo reprobable y omitiendo detalles sobre los métodos de actuación criminal «cometidos por un joven»)[317]. Aunque algunos cómics, como Crime Does Not Pay, atenuaron su contenido más cuestionado a partir del citado código, el cambio resultó ser sólo temporal, debido al fracaso de la propia Association of Comics Magazine Publishers, de la que quedaron al margen más de la mitad de las editoriales de cómics[318].

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  El juez de Nueva York Charles F. Murphy se convertiría en el primer administrador de la Comic Magazine Association of America desde el 1 de octubre de 1954.
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  La censura aplicada a través de la Comic Magazine Association of America. Revisión, supresión y sellado de calidad.
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  Etiqueta adhesiva del “Comics Code” de la Comic Magazine Association of America para incluir en las portadas que habían superado la censura.
Pero el Código, con mayúsculas, fue el elaborado por la Comic Magazine Association of America el mismo año de su creación, en 1954, como respuesta autorreguladora de las editoriales al Subcomité del Senado. Mucho más largo que cualquiera de los redactados anteriormente, el código empezaba justo con una serie de disposiciones que, aunque calificadas como “General Standards. Part A”, se referían específicamente a los crime comics. Sistemáticamente, las restricciones podrían englobarse en cuatro grupos. En primer lugar, aquellas de carácter formal: el uso de la palabra “crimen” debía restringirse en títulos y subtítulos, y si constaba en ellos, nunca podía hacerlo sola ni en un tamaño de letra mayor que las restantes palabras que la acompañaban. En segundo lugar, se fijaban restricciones al modo en que debían representarse los criminales: no podían resultar glamurosos ni ocupar una posición digna de emulación. Por lo que se refiere a los agentes de autoridad —el tercer grupo de limitaciones—, se indicaba que debían ser presentados siempre de forma que inspirasen respeto, y nunca debían morir como resultado de acciones criminales (es decir, no debía mostrarse debilidad en las fuerzas del orden público). A diferencia del código autorregulador de Lev Gleason Publications, nada se decía del aspecto físico, ni de delincuentes ni de funcionarios. Finalmente, el grueso de las cautelas se refería al modo en que debían retratarse los delitos y la violencia. En algunos casos se evidenciaba el interés por evitar la emulación por parte de los lectores: así, cuando se prohibía la representación de crímenes de tal modo que pudieran inspirar simpatía o pulsión a imitarlos, o cuando se impedía detallar los métodos de actuación delictual y se prescribía que los delitos siempre debían resultar castigados. En otros casos, siendo el objetivo indirecto el mismo, la intención principal parecía residir en proteger al menor de imágenes impactantes: se prohibía el uso excesivo de escenas de violencia, torturas, agonía física, uso desmesurado de armas o empleo de éstas de formas poco usuales (es decir, como medio de causar un tormento mayor a la víctima). Y, en particular, se incluía una referencia explícita para un tipo delictivo: el rapto, que nunca podía mostrarse en detalle, quizá por ser uno de los delitos que frecuentemente más se imputaban a los menores de edad.

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Uno de los primeros cambios operados por el “Comics Code” se percibe en los títulos. En un primer momento, la palabra “crimen” estaba impresa con una tipografía mucho mayor que “castigo”. Tras la entrada en vigor de la censura es justo a la inversa. A la izquierda, Crime and Punishment, núm. 53 (Lev Gleason, 1952). A la derecha, el número 72 (Lev Gleason, 1955).

La aplicación del código tuvo una inmediata visibilidad tanto en las portadas como en el contenido de los propios cómics. Menos violencia y menos explícita, así como títulos menos estridentes. Privado de su fuerza original, el género empezó a languidecer, como también lo harían el resto de géneros —horror, superhéroes, bélicos…— afectados igualmente por el código. El fantasma de una supuesta responsabilidad de los cómics en un discutible incremento de la delincuencia juvenil supuso un factor que contribuyó a su declive, ya anunciado por la aparición de otros medios de entretenimiento, en especial la televisión.

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Otro ejemplo, el cambio de tipografía, disminuyendo la palabra “crimen” en el primer y más representativo crime comic. Crime Does Not Pay, núm. 98 (Lev Gleason, 1951) y Crime Does Not Pay, núm. 147 (Lev Gleason, 1955), ultimo número de la colección.

Aun así, a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta varias sentencias darían un respaldo —ya más moral que efectivo— al género de los crime comics. El primer caso fue el ya referido de la anulación de la ley aprobada en Los Ángeles a través de la sentencia Katzev v. County of Los Angeles[319], resuelto por el Tribunal Supremo de California, que consideró que no se demostraba suficientemente la conexión causal entre la lectura de cómics y la delincuencia juvenil. Faltando tal nexo, no resultaba proporcionada una restricción a la libertad de prensa.

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Un chiste publicado en la prensa local recordaba cómo los adultos que criticaban los cómics habían leído ellos mismos a escondidas sus predecesoras: las dime novels. Huntingdon Daily News (7 de abril de 1947).

Otro caso, menos conocido pero muy significativo, fue resuelto por el Tribunal de Apelaciones de Maryland[320] a partir de la demanda interpuesta por un librero que solicitó la declaración de inconstitucionalidad de la Crime Comic Books Act of Maryland(Art. 27, Sections 420-425, Code 1957, según reforma de 1959), que prohibía la venta, exhibición o anuncio de publicaciones obscenas o que contuviesen noticias o imágenes de hechos criminales o sangrientos. El tribunal dio la razón al demandante y declaró inconstitucional la norma por considerarla excesivamente vaga, según el parámetro impuesto por la ya citada sentencia Winters v. New York. Sin embargo, interesa señalar otro razonamiento del tribunal que suponía un respaldo adicional para los crime comics. Tras reconocer que los poderes públicos tenían facultad para adoptar medidas tendentes a minimizar los incentivos al delito, el tribunal de Maryland reconoció, sin embargo, que «el derecho de los jóvenes a leer lo que desean, dentro de los límites de lo permisible según la acción estatal o federal, no sólo es vital para ellos, sino también para toda la ciudadanía». El hecho de que las publicaciones obscenas pudiesen resultar constitucionalmente vedadas a los menores «no entraña el derecho a silenciar a jóvenes o mayores hechos o acontecimientos aunque sean desagradables, perturbadores o violentos».

Las sentencias llegaban un poco tarde, porque los crime comics ya eran especie en peligro de extinción. Anular la legislación ya servía de poco, porque hubo un efecto de ésta que no pudo reprimirse: más que la aplicación efectiva a casos concretos, la legislación local, estatal y federal actuó del mismo modo que lo hicieron la campaña social y la cruzada de Wertham; a saber, ejerciendo presión sobre los editores para que éstos se autocensurasen hasta el punto de condenar sus productos. Leyes y ordenanzas mostraron a los editores el patíbulo, pero fueron ellos mismos los que se inmolaron.

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La campaña anticómic puso fin al “New Trend” de Gaines y EC Comics. En la imagen superior, William Maxwell Gaines rompe simbólicamente un ejemplar de Haunt of Horror. A la izquierda, el epitafio de sus revistas, elaborado por el propio Gaines.

 

 

NOTAS


[1] Bryson, Bill: Aventuras y desventuras del Chico Centella. Mi infancia en la América de los cincuenta, RBA, Barcelona, 2011, pág. 162.
[2] Como es sabido, el término “teenage” (adolescencia) hace referencia a los años que comprende esta etapa humana, cuyos números ordinarios en inglés contienen la terminación “teen”; es decir, desde los trece años (“thirteen”) hasta los diecinueve (“nineteen”).
[3] No obstante, había posturas más progresistas que consideraban que los jóvenes no eran tan inmorales como se pudiera vaticinar, teniendo presentes los escasos ideales que en general habían recibido de sus propios padres. De este modo, se criticaba abiertamente a los adultos, al ser ellos los responsables de las conductas de los adolescentes que tanto criticaban. "People: The Younger Generation", Time Magazine (5-XI-1951).
[4] Patterson, James T.: Grand Expectations. The United States, 1945-1974, Oxford University Press, Nueva York, 1996, pág. 80. Igualmente, el extraordinario libro de Gilbert, James: A Cycle of Outrage. America´s Reaction to the Juvenile Delinquent in the 1950s, Oxford University Press, Nueva York, 1986, págs. 26-27.
[5] Oakley, J. Ronald: God´s Country: America in the Fifties, Dembner Books, Nueva York, 1990, pág. 271.
[6] Norton, Bonny: "The Motivating Power of Comic Books: Insights from Archie Comic Readers", The Reading Teacher, vol. 57, núm. 2, 2003, págs. 140-147.
[7] Tuttle Jr., William M.: "Daddy´s Gone To War". The Second World War in the Lives of American´s Children, Oxford University Press, Nueva York, 1993, en especial págs. 30-49. En la propia época se percibía que la guerra constituía una causa desencadenante del incremento de delincuencia juvenil. The effects of the war on children, New York State Board of Social Welfare, Albany, Nueva York, 1943, págs. 152-165. El Departamento de Trabajo sistematizaba los efectos de la guerra en la delincuencia juvenil en los siguientes aspectos: desorganización de la vida familiar, vida escolar irregular, captación laboral de los menores y malas zonas de entretenimiento. Lesser, Edith: Understanding juvenile delinquency, U. S. Departament of Labor (Children´s Bureau), Washington, 1943, págs. 17-20.
[8] Situación que la Childrens Bureau observaba con profunda preocupación, al considerar que el primer cometido de las madres, tanto en tiempos de guerra como de paz, era el cuidado de los niños. Lindenmeyer, Kriste: A Right to Childhood. The U.S. Children´s Buerau and Child Welfare, 1912-46, University of Illinois, Illinois, 1997, pág. 219.
[9] Sealander, Judith: The Failed Century of the Child. Governing America´s Youth in the Twentieth Century, Cambridge University Press, Nueva York, 2003, pág. 34.
[10] La situación fue analizada, con gran preocupación, por el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos, que percibía desde 1942 un constante incremento de las tasas de abandono escolar para ingresar en el mercado laboral. Según estimaciones del propio Departamento, a mediados de 1943 trabajaban alrededor de tres millones de chicos y chicas de entre catorce y dieciocho años, la mayoría desempeñando tareas en fábricas de material bélico. Estas cifras triplicaban las existentes justo antes de estallar el conflicto bélico. Wartime Employment Of Boys and Girls Under 18, United States Department of Labor (Children´s Bureau), Washington, 1943, en especial págs. 4-7. Un año antes de este informe la situación ya había sido denunciada por Time Magazine. "Labor: Children at Work", Time Magazine, vol. 39, núm. 24, 15-VI-1942. En 1944, un nuevo estudio señalaba que, de hecho, la contratación de adolescentes durante los años 1940 y 1943 había sido diez veces mayor que el de mujeres. "Labor: Children at Work", Bussinessweek, 17-VI-1944, pág. 102.
[11] En este sentido, el incremento de la delincuencia juvenil que desde 1940 se había percibido en Inglaterra hizo pensar que la misma situación tendría que verse repetida en Estados Unidos. Glueck, Eleanor T.: "Wartime Delinquency", Journal of Criminal Law and Criminology, vol. 33, núm. 2, 1942, págs. 119-135.
[12] Childers, Thomas: Soldier From the War Returning. The Greatest Generation´s Troubled Homecoming form World War II, Houghton Mifflin Harcourt, Nueva York, 2009, pág. 194.
[13] "Hoover Decries Increase in Juvenile Delinquency", The Cornell Daily Sun (10-II-1943), pág. 6, donde alarmaba de la inmoralidad de la juventud y la conectaba con el incremento de la delincuencia.
[14]ase por ejemplo el documental Time Marches On, que se encuentra disponible en Youtube: http://www.youtube.com/watch?v=1e6UPS1vAcU. El empleo en los establecimientos fabriles dedicados a la producción bélica aparecía, en el documental, como una ocupación digna de los menores que los alejaría de la delincuencia juvenil. La idea de que el entorno familiar era la base de la delincuencia juvenil fue recurrente en los escritos de Hoover: Hoover, John Edgar: On Juvenile Delinquency, Catholic Information Society, 1945. Hoover, Edgar J.: "J. Edgar Hoover Gives Startling Statistics on Juvenile Delinquency", The Bend Bulletin (9-XI-1953), pág. 5.
[15] Hoover, John Edgar: "Juvenile Delinquency or Youthful Criminality?", Syracuse Law Review, núm. 15, 1963-1964, pág. 660.
[16] Jones, Mark / Johnstone, Peter: History of Criminal Justice, Elsevier, Waltham, 2012 (5ª ed.), pág. 311.
[17] Binder, Arnold / Geis, Gilbert: Juvenile Delinquency: Historical, Cultural and Legal Perspectives, Anderson Publishing, Cincinnati, 2001 (3ª ed.), pág. 220; Gottschalk, Marie: The Prison and the Gallows. The Politics of Mass Incarceration in America, Cambridge University Press, Nueva York, 2006, págs. 70-71
[18] Véanse, por ejemplo, los testimonios incluidos en: Wartime Health And Education. Hearings Before a Subcommittee of the Committee on Education and Labor. United States Senate. Seventy-Eighth Congress. First Session. Pursuant to S. Res. 74. A Resolution Authorizing An Investigation of the Educational and Physical Fitness of the Civilian Population as Related to National Defense. Part I. Juvenile Delinquency: I (November 30, and December 1,2, and 3, 1943), Committee on Education and Labor, Washington, 1944. Véase igualmente Statistics, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947, correspondiente al estudio de la National Conference on Prevention and Control of Juvenile Delinquency (págs. 7-19).
[19] Judge Beckham. Juvenile Delinquency - Interstate. Hearings before a Subcommittee of the Committee on the Judiciary United States Senate. Second Session on S. 1578 (February 25 and 26, 1944), Government Printing Office, Washington, 1944, pág. 6
[20] Judge Beckham, ibíd., pág. 13.
[21] Judge Barnette, ibíd., pág. 38.
[22] Ibíd., págs. 45-46.
[23] National Conference on Prevention and Control of Juvenile Delinquency: vol. I: Report on Community Coordination, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. II: Report on General Recommendations for State and Community Action, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. III: Report on Juvenile Court Laws, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. IV: Report on Juvenile Court Administration, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. V: Report on Juvenile Detention, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. VI: Report on Institutional Treatment of Delinquent Juveniles, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. VII: Report on Role of the Police in Juvenile Delinquency, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. VIII: Report on Housing, Community Development and Juvenile Delinquency, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. IX: Report on Recreation for Youth, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. X: Report on Mental Health and Child Guidance Clinics, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. XI: Report on Youth Participation, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. XII: Report on Citizen Participation, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. XIII: Report on Case Work - Group Work, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. XIV: Report on Church Responsibilities, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol XV: Report on School and Teacher Responsibilities, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. XVI: Report on Home Responsibilities, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. XVII: Report on Rural Aspects of Juvenile Delinquency, U. S. Government Printing Office, Washington, 1947; vol. XVIII: Statistics, op. cit.
[24] Así, a modo de ejemplo: Thurston, Henry W.: Concerning juvenile delinquency; progressive changes in our perspectives, Columbia University Press, Nueva York, 1942; East, William Norwood: The adolescent criminal; a medico-sociological study of 4,000 male adolescents, J. & A. Churchill, Londres, 1942; Harrison, Leonard Vance / Community Service Society of New York: Correctional treatment of youth offenders, The Committee on youth and justice, Community service society of New York, Nueva York, 1944; Kvaraceus, William Clement: Juvenile delinquency and the school, World Book Company, Nueva York, 1945; Crow, Lester Donald / Crow, Alice: Our teen-age boys and girls; suggestions for parents, teachers, and other youth leaders, McGraw-Hill Book Company, Inc., Nueva York y Londres, 1945, en especial págs. 313-348; Manheim, Ernst, Kansas, City / Kansas, City: Youth in trouble, City of Kansas City, Community Service Division, Department of Welfare, Kansas City, 1945; Goldberg, Harriet L.: Child offenders, a study in diagnosis and treatment, Grune & Stratton, Nueva York, 1948; Ellingston, John Rocky: Protecting our children from criminal careers, Prentice-Hall, Nueva York, 1948; Henry, Nelson B.: Juvenile delinquency and the schools, University of Chicago Press, Chicago, 1948; Tappan, Paul W.: Juvenile Delinquency, McGraw-Hill, 1949; Neumeyer, Martin Henry: Juvenile delinquency in modern society, D. Van Nostrand Co., Nueva York, 1949; Williams, Bernard: Jailbait; the story of juvenile delinquency, Greenberg, Nueva York, 1949; Sussmann, Frederick B.: Law of juvenile delinquency; the laws of the forty-eight states, Oceana Publications, Nueva York, 1950; Deutsch, Albert: Our rejected children, Little, Brown, Boston, 1950; Mihanovich, Clement Simon: Principles of juvenile delinquency, Bruce, Milwaukee, 1950; Redl, Fritz / Wineman, David: Children who hate. The disorganization and breakdown of behavior controls, Collier Books, Nueva York, 1962 (primera edición, de The Free Press: 1951); Davidoff, Eugene / Noetzel, Elinor S.: The child guidance approach to juvenile delinquency, Child Care Publications, Nueva York, 1951; Bovet, Lucien: Psychiatric aspects of juvenile delinquency; a study prepared on behalf of the World Health Organization as a contribution to the United Nations programme for the prevention of crime and treatment of offenders, World Health Organization, Geneva, 1951; Glueck, Sheldon: Unraveling juvenile delinquency, Published for the Commonwealth Fund by Harvard University Press, Cambridge [Mass.], 1951; Hoyles, J. Arthur: The treatment of the young delinquent, Philosophical Library, Nueva York, 1952; Hill, Medora Young: The guidance approach to juvenile delinquency, Nueva York, 1952; Strang, Ruth May: Facts about juvenile delinquency, Science Research Associates, Chicago, 1952; Kramer, Dale / Karr, Madeline: Teen-age gangs, Holt, Nueva York, 1953; Stott, D. H.: Saving children from delinquency, Philosophical Library, Nueva York, 1953; Stephens, Ellis Arthur: Lawless youth; a psychiatric study of the causes and prevention of adolescent crime, Pageant Press, Nueva York, 1953. Bibliografías más detalladas de la propia época pueden consultarse en: Cabot, Philippe Sidney de Q.: Juvenile delinquency: a critical annotated bibliography / compiled by P.S. de Q. Cabot, H.W. Wilson, Nueva York, 1946 y Juvenile Delinquency. Causes, Prevention, Treatment. An Annotated Bibliography, U. S. Department of Head, Education and Welfare (Social Security Administration, Children´s Bureau), Washington, 1953.
[25] Fine, Benjamin: 1.000.000 Delinquents, Victor Gollancz, Londres, 1956, pág. 5. En realidad el vaticinio no era de su cosecha, sino que lo había hecho previamente el fiscal general de los Estados Unidos, Herbert Brownell, a quien Fine parecía dar el mayor crédito.
[26]Annual Message to the Congress on the State of the Union. January 6, 1955, en Eisenhower, Dwight David: Dwight D. Eisenhower: 1955: containing the public messages, speeches, and statements of the president, January 1 to December 31, 1955, Office of the Federal Register, Washington, 1959, pág. 25.
[27]Strictly Confidential Bureau Bulletin, No. 37, Series 1946, July 10, 1946, FBI 66-03-759, en Theoharis, Athan: From the Secret Files of J. Edgar Hoover, Elephant Paperbacks, Chicago, 1993, pág. 298. En el mismo sentido, el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos proponía, entre otras medidas de control de la delincuencia juvenil, la fiscalización de la literatura obscena: Controlling juvenile delinquency.: A community program, U. S. Department of Labor (Children´s Bureau), Washington, 1943, pág. 16.
[28] Report on Rural Aspects of Juvenile Delinquency, op. cit., pág. 12; Report on Recreation for Youth, op. cit., págs. 76-77.
[29] Report on School and Teacher Responsibilities, op. cit., pág. 6.
[30] Report on Recreation for Youth, op. cit., pág. 18; Recommendations for action by the panels of The National Conference on Prevention and Control of Juvenile Delinquency, U.S. Government, Washington, 1947, pág. 68.
[31] Baste citar, a modo de ejemplo: The Eagle-Bulletin (27-06-1940), pág. 2; Blytheville Courier News (24-X-1940), pág. 4; Manitowoc Herald Times (3-XII-1940), pág. 4; The Winsconsin State Journal (25-I-1941), pág. 4; Ironwood Daily Globe (25-II-1941), pág. 4; San José Evening News (26-II-1941), pág. 1.
[32] Lynn, Gabriel: The Teacher And The Comics, Post-Reporter, Minnesota, 1944, pág. 10; Lynn, Gabriel: The Case Against the Comics, Catechetical Guild, Minnesota, 1944, págs. 7 y 13.
[33] Lynn, Gabriel, The Teacher And The Comics, op. cit., pág. 16.
[34] Ibíd., pág. 17.
[35] Ibíd., pág. 18.
[36] Lynn, Gabriel, The Case Against the Comics, op. cit., pág. 3.
[37] Lynn, Gabriel, The Teacher And The Comics, op. cit., pág. 25. El estudio de Lynn fue comentado, sin cuestionarse su validez científica, en: Mihanovich, Clement Simon: Principles of juvenile delinquency, The Bruce Publishing Company, Wisconsin, 1950, págs. 46-48. Fue también comentado en la prensa, de forma acrítica, por Saunders, Mae: "Sharing between the Shears", The Bakersfield Californian (11-III-1944), pág. 6. Este último artículo recibió la felicitación de algún lector del periódico: The Bakersfield Californian (17-III-1944), pág. 16.
[38] Southtown Economist (21-03-1945), pág. 4. Los estudios sobre la campaña anticómic suelen mencionar la cruzada llevada a cabo por el periódico The Hartford Courant, de Connecticut. Vid. por ejemplo, Barnosky, Jason: "The Violent Years: Responses to Juvenile Crime in the 1950s", Polity, vol. 38, núm. 3, 2006, pág. 324, o Stewart, Bhob: "The Recognition of Shock", The Comics Journal, núm. 81, 1983, pág. 96. Es cierto que dicho periódico llevó a cabo una actividad frenética entre febrero de 1954 y julio de 1955, fecha en la que Connecticut aprobó su legislación reguladora de los cómics. La campaña fue principalmente dirigida por Irving M. Kravsow, quien llegó a obtener varios reconocimientos por su trabajo. "Kravsow´s Comics Series Wins Christopher Award", The Hartford Courant (24-VIII-1954), pág. 54; "Kravsow Honored By VFW For Comic Books Series", The Hartford Courant (5-XII-1954), pág. 2; "Kravsow, Courant Commended By Senate On Comic Book Series", The Hartford Courant (2-VI-1955), pág. 3. A pesar de ello, la historiografía parece haberse olvidado del Southtown Economist, al que le corresponde el mérito de haber iniciado las campañas anticómic en la prensa.
[39] "«Comic» Books - Blow Torches to Child Minds. Vicious Nature of «Thrill» Magazines Shown by Survey. Grime Stories in Unfunny «Comics» Lead Children Even to Suicide", Southtown Economist (25-III-1945), pág. 3.
[40] Southtown Economist (21-03-1945), pág. 4; Southtown Ecomomist (28-III-1945), pág. 4; "Comic Books Continue Instruction in Murder", Janesville Daily Gazette (20-VIII-1949), pág. 6; Barbour, Richmond: "Parents´ Duty To Study Comic Books", Oakland Tribune (29-X-1948), pág. 25; Edson, Arthur: "Comics Assailed As Guides To Crime, Other Misdeeds", Indiana Evening Gazette (30-X-1948), pág. 12; "Comic Books Assailed In Meet Of Women´s Club", Jacksonville Daily Journal (30-X-1948), pág.7; "Pros And Cons Of Comic Books Heard", Morning Herald (30-X-1948), pág. 2. Las mismas ideas en "Books That Teach Crime Methods", Mansfield News Journal (1-XII-1948), pág. 12.
[41] Southtown Economist (21-III-1945), pág. 4.
[42] Comstock, Anthony: Traps for the Young, Funk & Wagnalls Company, Nueva York, 1883 (4ª ed.), pág. 25.
[43] "The Comic Book Menace", Syracuse Post Standard (8-I-1949), pág. 4.
[44] A pesar de esta afirmación, se ha puesto de manifiesto que el género superheroico todavía logró mantenerse vivo al finalizar la II Guerra Mundial, de modo que, más que de una crisis, se podría hablar de una madurez de ese tipo de cómics. Rodríguez, José Joaquín: "Una nueva mirada al ocaso de los superhéroes durante la edad dorada del comic book estadounidense (1944-1949)", Tebeosfera, 2ª época, núm. 10, 2013.
[45] Me remito al imprescindible libro de Hajdu, David: The Ten-Cent Plague. The Great Comic-Book Scare and How It Changed America, Picador, Nueva York, 2008, págs. 53-70. En palabras del autor: Crime Does Not Pay fue el primer cómic de este tipo no por el hecho de mostrar la criminalidad, sino por el peso y la forma como la retrataba”. Ibíd., pág. 63.
[46] Wright, Bradford W.: Comic Book Nation. The Transformation of Youth Culture in America, The Johns Hopkins University Press, Baltimore, 2001, págs. 75-77 y 84. Un libro, como el de Hajdu, absolutamente indispensable para entender la evolución del cómic en Estados Unidos. Bradford recuerda que el título de la publicación de Charles Biro, Crime Does Not Pay, se había inspirado en una serie radiofónica de la Metro-Goldwyn-Mayer que llevaba ese mismo título.
[47] Ibíd., pág. 83.
[48] Wertham, Fredric: The Show of Violence, Doubleday & Company, Nueva York, 1949, pág. 13, donde refuta el concepto del “criminal por nacimiento”. Es curioso, sin embargo, que en esta obra, dedicada a la criminalidad en Estados Unidos, Wertham no se refiriese específicamente al problema de la criminalidad juvenil. Eso sí, Wertham mostraba una honda preocupación por el incremento de la violencia en Estados Unidos, que se había convertido en la causa de fallecimiento más común del país, por encima de cualquier enfermedad. Wertham, Fredric: "It´s Murder", The Saturday Review of Literature, 5-II-1949, pág. 7.
[49] Wertham, Fredric: Seduction of the Innocent. The influence of comic books on todays youth, Rinehart and Company, Nueva York-Toronto, 1953, págs. 7-8.
[50] El simposio halló eco en revistas tan difundidas como el Time Magazine que, sin embargo, sólo mencionó las posturas críticas contra los cómics a cargo de Legman y Wertham. "Medicine: Puddles of Blood", Time Magazine (29-III-1948)
[51] Johann G. Auerbach, en VV.AA.: "Proceedings of the Association for the Advancement of Psychotherapy", American Journal of Psychotherapy, vol. 2, núm. 1, 1948, pág. 489.
[52] Crist, Judith: "Horror in the Nursery", Colliers, 27-III-1948, págs. 22-23, 95-97.
[53] Ibíd., pág. 96.
[54] Ibíd., págs. 23 y 95.
[55] Ibíd., pág. 23.
[56]rmino utilizado por Brown, John Mason: "The Case Against the Comics", Saturday Review of Literature, 20-III-1948, pág. 31. El calificativo empleado por Brown para referirse a los cómics sería empleado por el propio Wertham poco después: Wertham, Fredric: "The Comics... Very Funny!", The Saturday Review of Literature, 29-V-1948, pág. 27. Sin embargo, cuando Brown utilizó esta calificación para los cómics (luego muy difundida) no lo hizo para referirse a la relación de aquéllos con la delincuencia, sino que la suya era una crítica fundamentalmente elitista y centrada en el déficit cultural que suponían los comic books.
[57] Wertham, Fredric: "The Comics... Very Funny!", op. cit., págs. 6-7, 27-29.
[58] Ibíd., pág. 23.
[59] Oakley, J. Ronald, God´s Country: America in the Fifties, op. cit., pág. 258.
[60]lo a modo de ejemplo baste citar algunas referencias en los meses inmediatos a las primeras intervenciones de Wertham: Pella Chronicle (1-IV-1948), pág. 6; Altoona Mirror (14-IV-1948), pág. 8; Kokomo Tribune (15-IV-1948), pág. 6; Blytheville Courier News (17-IV-1948), pág. 4; Daily Ardmoreite (18-IV-1948), pág. 22; Long Beach Press Telegram (21-IV-1948), pág. 9; Dunkirk Evening Observer (29-IV-1948), pág. 6; Kingston Daily Freeman (13-V-1948), pág. 4; Joplin Globe (2-VI-1948), pág. 4; Salt Lake Tribune (3-VI-1948), pág. 9; Edwardsville Intelligencer (3-VI-1948), pág. 4; Amarillo Daily News (10-VI-1948), pág. 15; Wichita Daily Times (11-VI-1948), pág. 8; Mansfield News Journal (15-VI-1948), pág. 12; Chester Times (21-VI-1948), pág. 6; Olean Times Herald (26-VI-1948), pág. 12; Winsconsin State Journal (28-VI-1948), pág. 4; Council Bluffs Nonpareil (30-VI-1948), pág. 10; Portland Sunday Telegram and Sunday Press Herald (4-VII-1948), pág. 18; Ironwood Daily Globe (7-VII-1948), pág. 8.
[61] Wertham, Fredric, Seduction of the Innocent..., op. cit., págs. 106, 107 y 159. Las mismas palabras en Wertham, Fredric: "What Parents Don´t Know About Comic Books", Ladies´ Home Journal, November 1953, pág. 217. Una síntesis de “Seduction of the Innocent” vio la luz en Readers Digests: Wertham, Fredric: "Comic Books - Blueprints for Delinquency!", Reader´s Digest, mayo 1954, págs. 24-29.
[62] Wertham, Fredric, Seduction of the Innocent..., op. cit., págs. 6, 10, 14-15.
[63] Ibíd., pág. 53.
[64] Ibíd., págs. 156-158.
[65] Ibíd., pág. 103. «El padre típico no tiene ni idea de que cualquier tipo de delito imaginable se describe en detalle en los cómics (…) Tomando en cuenta toda posibilidad concebible, los cómics muestran los detalles de cómo cometer crímenes, cómo ocultar las pruebas, cómo evitar la detención, cómo herir a las personas». Wertham, Fredric: "What Parents Don´t Know About Comic Books", op. cit., pág. 215. En la revista Scouting, Wertham afirmaba que el elemento clave de los cómics era, simplemente, la violencia: Wertham, Fredric: "Let´s Look at the Comics", Scouting, septiembre 1954, pág. 2.
[66] Wertham, Fredric, Seduction of the Innocent..., op. cit., pág. 77. En palabras acertadas de Wright: «El mensaje era claro: el crimen no sale impune, pero resulta muy entretenido». Wright, Bradford W., Comic Book Nation, op. cit., pág. 79.
[67] Wertham, Fredric: "What Parents Don´t Know About Comic Books", op. cit., pág. 51. Este artículo contiene un anticipo del libro de Wertham, haciendo uso de muchas de las imágenes que luego reproduciría en él.
[68] Ibíd., pág. 218.
[69] Wertham, Fredric, Seduction of the Innocent, op. cit., págs. 31 y 42.
[70] Wertham, Fredric: "What Parents Don´t Know About Comic Books", op. cit., pág. 219.
[71] Ibíd., pág. 220.
[72] Beauford, Fred: The Rejected American, Morton, Irvington, 2002, pág. 25.
[73] Sobre este interesante caso, véase Reibman, James E.: "Fredric Wertham: A Social Psychiatrist Characterizes Crime Comic Books and Media Violence as Public Health Issues", en Lent, John A., Pulp demons: international dimensions of the postwar anti-comics campaign, Fairleigh Dickinson University Press; Associated University Press, Madison [N. J.], 1999, págs. 254-260.
[74] Wertham, Fredric: The Circle of Guilt, Rinehart & Company, Nueva York, 1956, pág. 89. Añadía Wertham que los comics en español resultaban especialmente dañinos porque, amén de su contenido, obstaculizaban el aprendizaje del inglés, contribuyendo a la segregación. Ibíd., pág. 101.
[75] Ibíd., pág. 86.
[76] Ibíd., pág. 88. Las palabras de Wertham fueron contestadas por Albert Deutch, a quien más adelante me referiré como uno de los más activos opositores a las ideas del psiquiatra. Deutsch, Albert: "What Makes a Boy Bad?", The Saturday Review of Literature, 20-X-1956, pág. 25.
[77] Legman, Gershon: Love and Death. A Study in Censorship, Hacker Art Books, Nueva York, 1963 (primera edición, de 1949), págs. 44-45.
[78] Ibíd., págs. 31 y 50.
[79] Ibíd., pág. 32.
[80] Ibíd., págs. 49 y 35.
[81] Los ejemplos son innumerables. Baste citar sólo algunos casos en la prensa: "Juvenile Expert Raps Comic Books", Tucson Daily Citizen (1-IX-1948), pág. 2; Craig, May: "Inside In Washington", Portland Press Herald (30-X-1948), pág. 11; "You Can Lead A Horse", Gastonia Gazette (5-XI-1948), pág. 4; "High Happenings", Albert City Appeal (2-XII-1948), pág. 5.
[82] Así, a modo de ejemplo, baste reseñar la resolución adoptada por los delegados de la Asociación de Profesores de Albany, donde se afirmaba que «los escalofriantes y espantosos efectos de la amenaza de los cómics que glorifican el crimen y el sexo ahora se hallan plenamente reconocidos». "Excelent Idea", Olean Times Herald (28-X-1948), pág. 24.
[83] "Civil Leader Says Comic Books Bad", Bakersfield Californian (26-VIII-1948), pág. 14.
[84] "More Government Money For Schools Urged In Resolution", Lethbridge Herald (1-III-1947), pág. 5; "Thriller Comics Deplored by P-TA", Oakland Tribune (15-IX-1948), pág. 44.
[85] Oakland Tribune (4-IX-1948), pág. 18. En algunos casos se reproducía la literalidad de las palabras de Wertham. Así, a modo de ejemplo, una de las más célebres frases del psiquiatra, “crime does not pay, but crime comics do”, fue utilizada como título en Dixon, Kenneth L.: "Comics, Not Crime, Pay", Charleston Gazette (2-XI-1948), pág. 3. Un artículo, este último, que, en la línea de Wertham, trataba de demostrar que los crime comics ensalzaban al delincuente.
[86] Cadenas como la WCSH,Portland Press Herald (4-I-1947), pág. 10; WGAN, "Good To Listen To", Portland Press Herald (21-IX-1947), pág. 57, y WJEJ, "3d Annual Forum Series Launched", Hagerstown Daily Mail (8-X-1948), pág. 26, trataron en programas especiales el problema de los cómics ligados a la delincuencia juvenil.
[87] Cuestión recogida también en la prensa: "Good Parents, Good Homes", The Washington Post (11-XI-1953), pág. 26; "The Comic Book Menace", op. cit., pág. 4.
[88] Barbour, Richmond: "Comic That Makes Murder A Realty", Oakland Tribune (22-XII-1948), pág. 44; "The Comic Book Menace", op. cit., pág. 4. Apenas unos años antes, algunos promotores de la campaña anticómic consideraban que esas lecturas afectaban exclusivamente a mentes subnormales o submorales”. Declaración del reverendo William A. Gorey, en Southtown Economist (4-IV-1945), pág. 1.
[89] El documental se encuentra en el DVD que acompaña al libro Trombetta, Jim: The Horror! The Horror! Comic Books the Government Didn´t Want You to Read, Abrams ComicArts, Nueva York, 2010. No obstante, también puede verse íntegro en Youtube: http://www.youtube.com/watch?v=GI8IJA8kdkI
[90]lo a modo de ejemplo: "Too Much Murder -- Or Not Enough?; Movies, radio and comic books raise an issue concerning the mind of the child. Too Much Murder?", The New York Times (30-XI-1947), pág. 15; "Urges Comic Book Ban. New York Psychiatrist Says They Pollute Minds of Children", The New York Times (4-IX-1948), pág. 16.
[91] Guthrie, Barbara A.: "Juvenile Delinquency", The Washington Post (21-III-1946), pág. 6; "Film, Radio, Comics Hit on Crime Fare", The Washington Post (17-VII-1949), pág. 12; Nicholson, Soterios: "Youth Training", The Washington Post (11-IX-1953), pág. 26; "More Crime Than Ever", The Washington Post (7-X-1953), pág. 12; "Senators Ask D.C. Delinquency Count", The Washington Post (15-X-1953), pág. 14; "Comic Crime", The Washington Post (26-XII-1953), pág. 8.
[92] "Spiritual Poison", The Hartford Courier (20-II-1954), pág. 8.
[93]ase a modo de ejemplo entre la prensa: "Children, Books and Comics", Oakland Tribune (14-VII-1947), pág. 4; "Lone Plane Trip From China Impresses Lad Only By Its Lack Of Comic Books", Annapolis Capital (24-XI-1948), pág. 1.
[94]  "Priest Assaults «Marijuana Comics»", Southeast Economist (14-X-1948), pág. 1.
[95] "British War Bride Wins Divorce From «Comics» Bug", Hattiesburg American (1-VII-1947), pág. 3; Mason City Globe Gazette (1-VII-1947), pág. 1; "British Bride Wins Divorce. Said Spouse Too Fond of Comics and Auto", Lowell Sun (1-VII-1947), pág. 2. La misma noticia en: Lowell Sun (1-VII-1947), pág. 2; Millett, Ruth: "The Femenine Viewpoint", Lubbock Evening Journal (9-IX-1947), pág. 12; "British Bride Wins Divorce. Said Spouse Too Fond of Comics and Auto", op. cit., pág. 2.
[96] "Two Young Austin Boys Confess to Oakland Robbery", Albert Lea Evening Tribune (12-VII-1945), pág. 1.
[97] "Youth Is Captured In New Haven After Attempted Holdup", The Hartford Courant (8-VII-1948), pág. 2.
[98] "Boy 6, Kills Brother Over Comic Books", Racine Journal Times (4-X-1948), pág. 17; "Boy, 6, Kills Brother, 10", Evening Independent (4-X-1948), pág. 18; "Comic Book Row Ends in Death", Amarillo Daily News (5-X-1948), pág. 3. En otros periódicos se fijaba en doce años la edad de la víctima. "Trace Tragedy To Comic Book", Racine Journal Times (12-XI-1948), pág. 6.
[99] "Another Comic Book Tragedy", Chester Times (5-X-1948), pág. 6; "Comic Book Culture", Florence Morning News (17-X-1948), pág. 4.
[100] "Blame Comic Books", Altoona Mirror (12-X-1948), pág. 14; "Urges Regulation Of Comic Books", Warren Times Mirror (12-X-1948), pág. 6; "Coroner´s Jury Urges Action On Crime Comics", New Castle News (12-X-1948), pág. 3.
[101] "Those Dreadful Comics!", Valley Morning Star (6-X-1948), pág. 4.
[102] Elm: "After All", Hutchinson News Herald (13-X-1948), pág. 4.
[103] "Soldier Questioned in Cases Involving 7-Year-Old-Girls", Madison Wisconsin State Journal (29-III-1945), pág. 1.
[104] Wertham, Fredric: "What to Tell your Child about Sex Offenders", Pageant magazine, diciembre 1957, págs. 131-135. El tema de la delincuencia sexual preocuparía especialmente a Wertham, partidario de un tratamiento psiquiátrico y reeducador de estos delincuentes. Freedman, Estelle B.: "«Uncontrolled Desires»: The Response to the Sexual Psychopath, 1920-1960", The Journal of American History, vol. 74, núm. 1, 1987, pág. 95.
[105] Hendry, Kay: "Visiting Day at Country Jail Is Lively, Interesting", El Paso Herald Post (19-IV-1945), pág. 18; "What, No Comic Books? No Way To Run A Jail", Portland Press Herald (27-IV-1947), pág. 69.
[106] "Teen-Agers Lodged in Separate Jails", Hayward Review (18-IX-1946), pág. 4.
[107] "Convicted Youngster Reads Comic Books", Council Bluffs Iowa Nonpareil (7-III-1947), pág. 9; "Young Killer of Two Reads Comics Waiting For Trial", Lowell Sun (7-III-1947), pág. 32.
[108] "Electric Chair Awaits Teen-Age Negro Slayers", Statesville Record And Landmark (4-I-1947), pág. 1.
[109] "Decision Due By Ritchie", Phoenix Arizona Republic (27-I-1947), pág. 7.
[110] La idea de que los cómics incitaban al suicidio se encuentra presente en algunos periódicos como Southtown Economist (21-III-1945), pág. 4, y "Wolves Club Hears Rev. Fr. John Unger", New Castle News (18-XII-1947), pág. 21.
[111] "«Comic» Books - Blow Torches to Child Minds. Vicious Nature of «Thrill» Magazines Shown by Survey. Grime Stories in Unfunny «Comics» Lead Children Even to Suicide", op. cit., pág. 1.
[112] Los datos se completan en una noticia posterior, en la que se narra el fallecimiento de la madre del menor. Según esta información complementaria, el niño, Eddie England, había intentado imitar a Tarzán. "Mother of «Comic» Strip Victim is Dead", Southtown Economist (1-IV-1945), pág. 1. Un caso muy repetido en la prensa fue el de Robert Dale Fosey, de doce años, que se ahorcó a sí mismo en el interior de un almacén de leña, supuestamente intentando imitar lo leído en un lurid comic. "Boy Hangs Self After Seeing Lynching Tale", Wisconsin Rapids Daily Tribune (6-XI-1948), pág. 1; "Boy, 12, Hangs Self While Playing In Shed", Edwardsville Intelligencer (6-XI-1948), pág. 1; "Boy Dies Trying to Imitate Western Hero", Oelwein Daily Register (6-XI-1948), pág. 1; "Comic Books Blamed for Boy´s Death", Wisconsin State Journal (7-XI-1948), pág. 18. Un supuesto del mismo calibre: "Boy´s Death Accidental, Police Find", The Hartford Courant (12-V-1948), pág. 2. En algunos casos se lograba evitar la desgracia sólo merced a la rápida intervención de un adulto: "Censor´s Son Thoroughly Enjoys Reading Comics", Long Beach Press Telegram (26-VIII-1948), pág. 20; "Judge Takes Rap at Comic Books", Council Bluffs Nonpareil (5-IX-1948), pág. 18.
[113] "Blame Comic Books In Boy´s Hanging", Gettysburg Times (15-IX-1947), pág. 5. La noticia se reproduce en otros diarios. Sólo a modo de ejemplo: Pulaski Southwest Times (15-IX-1947), pág. 6; Portland Press Herald (15-IX-1947), pág. 2; Biloxi Daily Herald (15-IX-1947), pág. 5; Mason City Globe Gazette (15-IX-1947), pág. 2; Florence Morning News (20-IX-1947), pág. 5. "Comic Books Are Blamed In Death", Kingsport News (15-IX-1947), pág. 1; con el mismo título en Paris News (15-IX-1947), pág. 7. Al menos una veintena de diarios locales publicaron la noticia durante la semana siguiente a los hechos.
[114] "Campaign Against Comic Books with Crime Base Ordered", Charleroi Mail (15-IX-1947), pág. 8; "Coroner Blasts Comic Books As Bad For Youth", Chester Times (15-IX-1947), pág. 13; "Coroner Opens Drive Against Dime Thrillers", Huntingdon Daily News (16-IX-1947), pág. 11. En su crítica añadió el caso de otro niño, Al Cappoccia, que habría fallecido del mismo modo.
[115] "It´s Up Again", The Daily Ardmoreite (17-IX-1947), pág. 4.
[116] Treneman, James H.: "Regarding Literature", Sioux County Capital (7-VI-1945), pág. 4. En realidad, este articulista mencionaba a “Rubber Man”, pero parece claro que se refería en realidad al célebre personaje de Jack Cole.
[117] Jordan, Frances: "Youngesters Find New Interests, Identifying Themselves With Weird Heroes of Comics", Waterloo Daily Courier (27-VIII-1944), pág. 11. Casos como los de un niño que se ahorcó en South Bend con un arnés intentando imitar el vuelo de Supermán eran habituales. "«Comic» Books - Blow Torches to Child Minds. Vicious Nature of «Thrill» Magazines Shown by Survey. Grime Stories in Unfunny «Comics» Lead Children Even to Suicide", op. cit., pág. 1. Esta historia fue luego aprovechada por detractores del héroe. Tiwit, Idkata B.: "Tips For Teens and No So Teen", Roblin Review (6-II-1947), pág. 2. Los accidentes intentando volar también fueron referidos en The Hartford Courant para apoyar su campaña anticómic: "Little Boy Dies Trying To Fly Like Comic Book Hero", The Hartford Courant (14-I-1951), pág. 1. Otros personajes derivados del éxito de Superman, como Mighty Mouse, también ocasionaron supuestamente fatídicos accidentes, como el de Dickie Bonham, de seis años de edad. "Manners & Morals: I Almost Did Fly", Time Magazine (22-I-1951).
[118] Tye, Larry: Superman. The High-Flying History of America´s Most Enduring Hero, Random House, Nueva York, 2012, pág. 166.
[119] "«Comic» Books - Schools for Crime. Economist Indicts Them As Menace To Child Readers", Southtown Economist (21-III-1945), págs. 1-2. A fin de resultar más impactante, en la página segunda, donde continuaba el artículo, se cambiaba el titular: “«Comic» Books Indicted By Economist as Menace to Millions of Children: los lectores se habían convertido, pues, en “millones”. La noticia volvió a traerse a colación en "«Comic» Books - Blow Torches to Child Minds. Vicious Nature of «Thrill» Magazines Shown by Survey. Grime Stories in Unfunny «Comics» Lead Children Even to Suicide", op. cit., pág. 1.
[120] "«Comic» Books - Blow Torches to Child Minds. Vicious Nature of «Thrill» Magazines Shown by Survey. Grime Stories in Unfunny «Comics» Lead Children Even to Suicide", op. cit., pág. 3.
[121] "Three Titusville Boys Paroled For Five Years", Titusville Herald (27-III-1946), pág. 2.
[122] "Three Local Youths Go To Reformatory", The Hartford Courant (22-IX-1949), pág. 4.
[123] "LaPorte Youths Face Questioning On Petty Crimes", Valparaiso Vidette Messenger (9-XII-1948), pág. 1; "Burglars Got Ideas From "Comic" Books", Dunkirk Evening Observer (10-XII-1948), pág. 15; "Burglary Gang Got Ideas From Comic Books, Charge", Middletown Times Herald (10-XII-1948), pág. 6; "Burglars Get Ideas From Comic Books", Holland Evening Sentinel (10-XII-1948), pág. 3;
[124] "Sheriff Cites Comic Books", Wisconsin State Journal (18-XI-1948), pág. 15.
[125] "«Comic» Books - Blow Torches to Child Minds...", op. cit., pág. 1.
[126] "Police Capture Peeping Tom", Chicago Garfieldian (26-III-1948), págs. 1 y 11.
[127] Entre otros muchos: "Wisconsin Rape-Murder Suspects Are Surrounded", Benton Harbor News Palladium (17-XI-1947), págs. 1 y 10; "2 Surrender And Confess", Evening Independent (18-XI-1947), págs. 1 y 10; "Two Seized in Slaying, Rape In Wisconsin", Moberly Monitor Index (18-XI-1947). El caso narrado en estos diarios fue protagonizado por dos jóvenes, Bufford Sennet (veintidós años) y Robert Winslow (veintitrés años), ex convictos, que, además del mencionado delito de violación, cometieron un homicidio y dos homicidios frustrados. "2 Surrender And Confess", op. cit., pág. 10.
[128] "«Comic» Books - Blow Torches to Child Minds… ", op. cit., pág. 1.
[129] "We All Helped Kill Carlson, Patton Says", The Winsconsin State Journal (23-XI-1947), pág. 1.
[130] "«Comic» Books - Blow Torches to Child Minds…”, op. cit., pág. 1, donde se menciona que cuatro niños causaron a otro heridas de arma blanca jugando a comandos. No abundan, sin embargo, las referencias a adultos delincuentes a los que se les relacione con la lectura de cómics. Entre las excepciones, una difundida por la prensa de gran tirada: "Man Reads Crime Comic Book, Kills Wife, Her Friend", The Washington Post (11-II-1949), pág. 25.
[131] "Schoolmates Bury Albany Rope Victim", Syracuse Herald Journal (18-III-1947), pág. 2; "Schoolboy Held For Murder Of New Playmate", Kokomo Tribune (17-III-1947), pág. 8. El asunto fue portada en numerosísimos rotativos. Sólo a modo de ejemplo: "Teen-Age Youth in Jail in Hanging of Eight-Year-Old Boy", Biloxi Daily Herald (17-III-1947), pág. 1; "Boy, 14, held for murder; hanged companion, 8", Dunkirk Evening Observer (17-III-1947), pág. 1; "Youth Admits Albany Killing", Pottstown Mercury (17-III-1947), pág. 1; "Youth, 14, Says He Hanged Boy, 8, Due To Sudden Whim", Anniston Star (17-III-1947), pág. 1; "Albany Boy «Sorry» Playmate He Hung From a Tree Died", Pittsfield Berkshire Evening Eagle (17-III-1947), pág. 1; "14-Year-Old Boy Hangs Companion, 8, To Tree", Indiana Evening Gazette (17-III-1947), pág. 1; "Young Slayer Faces First Degree Trial", Olean Times Herald (19-III-1947), pág. 1; "Albany Boy Pleads Not Guilty When Arraigned Today", Dunkirk Evening Observer (20-III-1947), pág. 1; "14-Year-Old May Face Electrocution In Hanging of 8-Year-Old Companion", Canandaigua Daily Messenger (17-III-1947), pág. 1; "Albany Boy, 14, Admits Slaying Playmate, 8", Titusville Herald (17-III-1947), pág. 1; "Boy Killed On Impulse, Is Charge", Portland Press Herald (17-III-1947), pág. 1; "14-Year-Old Lad Hangs Playmate", Altoona Mirror (17-III-1947), pág. 1; "Eight-Year-Old Lad Hanged by Youth", Huntingdon Daily News (17-III-1947), pág. 1; "Boy Arraigned For Hanging", Salamanca Republican Press (20-III-1947), pág. 1; "Victim of Hanging, 8, Laid To Rest", Indiana Evening Gazette (18-III-1947), pág. 1; "Playmates Bear Slain Child to Resting Pace", Canandaigua Daily Messenger (18-III-1947), pág. 1.
[132] "Albany Boy «Sorry» Playmate He Hung From a Tree Died", op. cit., pág. 1.
[133] "Albany Youth Arraigned For Slaying", Troy Record (21-III-1947), pág. 8; "High School Boy Held for Murder", Council Bluffs Iowa Nonpareil (17-III-1947), pág. 6.
[134] "Youth Accused Of Slaying is Horror Book Fan", Salamanca Republican Press (18-III-1947), pág. 10; "Schoolmates Bury Albany Rope Victim", op. cit., pág. 2; "Victim of Hanging, 8, Laid To Rest", op. cit., pág. 1; "De Flumer Boy Pleads Guilty In Albany Court", Troy Times Record (30-VI-1947), pág. 1; "Playmates Bear Slain Child to Resting Pace", op. cit., pág. 1.
[135] "Boy, 14, Hangs Nude Playmate", Racine Journal Times (17-III-1947), pág. 16; "Youth, 14, Says He Hanged Boy, 8, Due To Sudden Whim", op. cit., pág. 1; "Youth Blames Brutal Slaying On «Whim»", The Arizona Republic (17-III-1947), pág. 2; "Eight-Year-Old Lad Hanged by Youth", op. cit., pág. 1.
[136] "Boy, 14, held for murder; hanged companion, 8", op. cit., pág. 1; "Youth Says Sudden Whim Caused Him To Hang Pal", Lima News (17-III-1947), pág. 1.
[137] "Hangs Playmate On an «Impulse»", Manitowoc Herald Times (17-III-1947), pág. 3; "New York Boy Hangs Playmate On Tree Gallows", Winona Republican Herald (17-III-1947), pág. 2.
[138] "New York Boy Hangs Playmate On Tree Gallows", op. cit., pág. 2.
[139] "Albany Boy Pleads Not Guilty When Arraigned Today", op. cit., pág. 1; "Not Guilty Plea In De Flumer Case", Canandaigua Daily Messenger (20-III-1947), pág. 1; "Boy Enters Plea In Strangling Case", Long Beach Independent (21-III-1947), pág. 4.
[140] "Jury Indicts Boy For Play Murder", Middletown Times Herald (19-III-1947), pág. 23; "Young Slayer Faces First Degree Trial", op. cit., pág. 1; "Jury Indicts Youth For Albany Murder", Pottstown Mercury (19-III-1947), pág. 2.
[141] "14-Year-Old May Face Electrocution In Hanging of 8-Year-Old Companion", op. cit., pág. 1; "Boy Killed On Impulse, Is Charge", op. cit., pág. 1; "Youthful Hangman May Pay Penalty in Chair", Lowell Sun (17-III-1947), pág. 16; "Junior High Pupil Confesses Hanging 8-Year-Old Boy", Hattiesburg American (17-III-1947), pág. 11; "Burial Held For Albany, N. Y. Youth Killed By Friend", Clearfield Progress (20-III-1947), pág. 14; "Boy Charged With Murder Of Playmate", Abilene Reporter News (17-III-1947), pág. 2; "Child Is Buried At Albany Rites", Kingston Daily Freeman (18-III-1947), pág. 11.
[142] "De Flumer Boy Pleads Guilty In Albany Court", op. cit., pág. 1.
[143] "Postpone Trial of Carl de Flumer", Troy Times Record (16-VI-1947), pág. 11.
[144] "Boy´s Guilty Plea Ends Death Threat", Bradford Era (1-VII-1947), pág. 1 y "Impulse Slayer Dodges Electric Chair Threat", Bluefield Daily Telegraph (1-VII-1947), pág. 1 donde ya se preveía que la condena no sería a pena de muerte por ser declarado culpable de asesinato en segundo grado, y no en primer grado; "Youthful Slayer Given Prision Sentence Of 20 Years to Life", Billings Gazette (8-VII-1947), pág. 8; "Young Slayer Sentenced From 20 Years to Life", Titusville Herald (8-VII-1947), pág. 1. Los periódicos siguieron el traslado de Carl de Flumer desde la prisión de Clinton al Statal Vocational Institute de West Coxsackie, alargando la noticia. "De Flumer Boy Taken to West Coxsackie from Clinton Prison", Troy Times Record (19-VII-1947), pág. 7; "Young Slayer Going To West Coxsackie", Syracuse Herald Journal (8-VII-1947), pág. 9.
[145] El caso de Carl de Flumer es realmente espeluznante. Con 43 años logró salir de prisión gracias a la intermediación de un parlamentario del Partido Demócrata, Thomas Brown, quien se había entrevistado con él en el establecimiento penitenciario y había concluido que merecía una nueva oportunidad. Nada más obtener la libertad, Carl de Flumer fue nuevamente procesado por el secuestro y abuso perpetrados contra un menor de edad. Charleston Gazette (10-II-1976), pág. 12; "Parole Effort Wasted?", Syracuse Post Standard (11-II-1976), pág. 4. Un ejemplo de cómo las prisiones no suelen servir a su cometido teóricamente rehabilitador.
[146] "What About the Comic Magazines?", Oelwein Daily Register (6-I-1947), pág. 8.
[147] "Boy Recoounts Death Of Girl At Chicago Trial", Jacksonville Daily Journal (27-VIII-1948), pág. 1; "Boy on Trial for Murder. Says Confession Was Forced", Waukesha Daily Freeman (26-VIII-1948), pág. 9; "Testifies He Didn´t Intend to Kill Child", Ironwood Daily Globe (27-VIII-1948), pág. 1. Roy Adams fue sentenciado a la menor pena posible, de catorce años de prisión. En la sentencia, el juez, Cornelius J. Harrington, le recomendó mantenerse alejado en lo sucesivo de la pérfida influencia de los cómics. "Chicago Boy Slayer Draws 14 Year Term", Council Bluffs Nonpareil (1-IX-1948), pág. 15; "Girl´s Slayer, 14, Gets Light Term", Long Beach Press Telegram (1-IX-1948), pág. 11. Otro caso muy difundido por la prensa fue el de un niño de dieciséis años, Seymour Levin, a quien la prensa describía como adicto a los cómics y que mató a otro niño con unas tijeras, tras atarlo de pies y manos. "Comic Books Addict Slays 12-Year-Old", Canandaigua Daily Messenger (10-I-1949),pág. 1; "Accuse Youth Of Slaying Boy", Racine Journal Times (10-I-1949), pág. 15; "Youth, 16, Admits Slaying Boy, 12", Troy Record (10-I-1949), pág. 1; "Youth Held In Slaying of 12 Year Old Boy", Clearfield Progress (10-I-1949), pág. 1; "16-Year-Old Boy Accused Perverted Scissor Slaying", Lethbridge Herald (10-I-1949), pág. 1. En los días sucesivos la noticia apareció en docenas de periódicos locales.
[148] "Test Minds of Comic Book Fans Who Planned Murder", Waterloo Daily Courier (19-VIII-1948), pág. 2; "Boys Planned Murder «Every Third Sunday»", Lima News (19-VIII-1948), pág. 13; "Comic Book Torture Plot Nearly Fatal", The Hartford Courant (19-VIII-1948), pág. 2.
[149] "Will Examine 3 Small Boys", Valparaiso Vidette Messenger (19-VIII-1948), pág. 1.
[150] "Psychiatrists to Examine 3 Small Boys", Hope Star (19-08-1948), pág. 8; "Boys Torturers To Have Exam By Psychiatrist", Harrisburg Daily Register (19-VIII-1948), pág. 13; "Kids Who Tortured Playmate Examined", Statesville Daily Record (20-VIII-1948), pág. 16; "Boys Planning Murders Will Be Examined", Mason City Globe Gazette (21-VIII-1948), pág. 42. Esta última noticia también en Valley Morning Star (23-VIII-1948), pág. 11; "Torture Boy, 3 Admit", Logansport Press (19-VIII-1948), pág. 5.
[151] "Boys Who Tried To Hang Playmate Have Personality Troubles - Fault Of Society", Sandusky Register Star News (26-VIII-1948), pág. 6.
[152] "Regular Murder Plan of Youths Nipped in Bud", Lima News (29-III-1948), pág. 9.
[153] "Comic Book Fan, 14, Convicted of Murder", The Hartford Courant (28-VIII-1948), pág. 13; "Boy, 14, Held In Shooting Of Youth, 17", The Hartford Courant (29-V-1952), pág. 2; "Boy, 14, Repays Kindness By Confessing To Shooting", The Hartford Courant (30-V-1952), pág. 2; "National Awakening To Our Violence", The Hartford Courant (27-VIII-1954), pág. 14.
[154] "Comic Books Blamed after Three Small Boys Tie Up Playmate and Torture Him", Valley Morning Star (19-VIII-1948), pág. 1; "Comic Books Blamed As Source Of Ideas For Near-Tragic Case", Huronite And The Daily Plainsman (19-VIII-1948), pág. 2.
[155] "Playmates Torture Minister´s Son", Racine Journal Times (18-VIII-1948), pág. 3; "County Officials Ask Comic Ban After boy Hurt", Kingsport News (19-VIII-1948), pág. 6, "Ban Comics After Near Misfortune", Huntingdon Daily News (19-VIII-1948), pág. 1 y 9; "Seek Ban On Comic Books After Youth Is Tortured", Olean Times Herald (19-VIII-1948), pág. 1.
[156] "Comic Books Give Idea For Torture", Morning Herald (19-VIII-1948), pág. 20.
[157] "Boys admit the plan regular torture meets", San Antonio Express (19-VIII-1948), pág. 2.
[158] "Comic Books Continue Instruction in Murder", op. cit., pág. 6; "Censor´s Son Thoroughly Enjoys Reading Comics", op. cit., pág. 20; "Charge Against Comics", Racine Journal Times (28-VIII-1948), pág. 4. El mismo artículo en Kingston Daily Freeman (28-VIII-1948), pág. 4, Holland Evening Sentinel (31-VIII-1948), pág. 4, Lima News (31-VIII-1948), pág. 6. También en: Logansport Press (1-IX-1948), pág. 2; Janesville Daily Gazette (1-IX-1948), pág. 6.
[159] "Pottstown Parents Approve Comic Books As Favorable Reading Material for Children", Pottstown Mercury (20-VIII-1948), pág. 16; "Comic-Book Addicts", Olean Times Herald (26-VIII-1948), pág. 33.
[160] "Youthful Sadism", Benton Harbor News Palladium (20-VIII-1948), pág. 2.
[161] "Comics under attack", Robesonian (24-VIII-1948), pág. 4.
[162] "Radio Thrillers Hit In Torture Probe", Logansport Press (26-VIII-1948), pág. 1.
[163] Por ejemplo, Joseph Manuel (dieciséis años) autor de la muerte de un adulto de cuarenta años que rehusó ayudarle en un parking. "Youth´s Crime Spree Blamed On Comic Books", Bluefield Daily Telegraph (20-X-1948), pág. 1; "Crimes Blamed Upon Comics and Radio", Warren Times Mirror (21-X-1948), pág. 18; "Boy Gets Life Term For Slaying Motorist", Tyrone Daily Herald (29-X-1948), pág. 12. Otro ejemplo es el de un chico de dieciséis años autor de un disparo a un camarero y que, según habría confesado, se había inspirado en cómics. "Contrasting Stories of Building Citizens", Salt Lake Tribune (9-XI-1948), pág. 8.
[164] Montana Standard (6-I-1948), pág. 7; "«Too Many Comic Books...». Student Confesses to Murder; Takes Poison", Ardmore Daily Ardmoreite (7-XI-1948), pág. 1.
[165] "Boys Convicted Of Killing Man", San Antonio Express (28-XI-1948), pág. 4.
[166] "Blame Comic Book Crimes", Lethbridge Herald (23-XI-1948), pág. 1; "2 Boys Charged In ´Comic Book´ Slaying In B.C.", Winnipeg Free Press (23-XI-1948), pág. 2;
[167] "Boy Murderer To Lead Normal Life", Lethbridge Herald (30-XI-1948), pág. 3.
[168] "Kid Obsessed With Gangster Role Kills Cop", Valley Morning Star (15-XII-1946), pág. 6.
[169] "Store Blast Kills Boy. Gun Tragedy Laid to «Comics»", Southtown Economist (5-VIII-1945), págs. 1 y 11.
[170] "Judge Sentences Boy to Life; Blames Parents", Bradford Era (29-X-1948), pág. 10.
[171] "Court Ignores Psychiatrist´s Report, Gives Killer 45 Years to Life Sentence", The New York Times (6-V-1949). En un sentido bastante similar, Louis Goldstein, del Consejo de Jueces Locales de Kings County (Brooklyn, Nueva York), señalaba que, según algunos agentes de la policía, los niños usaban en ocasiones la supuesta imitación de cómics sólo para excusar sus conductas ilegales.
[172] Así, por ejemplo: Giordano, Anne Marie: "Comic Books and Youth", Syracuse Post Standard (21-VIII-1948), pág. 4, donde mencionaba, sin más datos, el caso de “un niño que mató a su compañero de diez años porque le insultó, o un niño que golpeó a otro de siete años para ver qué se sentía al matar”. Más larga era la lista de agravios de Godson, Frank A.: "Are Comic Books, Movies and Juke Boxes Producing A Crop Of Criminals", Amarillo Daily News (18-IX-1948), pág. 3: «Un niño de doce años mató a su hermana; un niño de trece comete un robo con una pistola; otro de trece dispara a una enfermera y es enviado a un reformatorio (donde, incidentalmente, tendrá más cómics); otro de diecisiete deja una nota firmando “el Diablo”; dos de doce años y uno de once disparan a un hombre en la calle con una semiautomática; tres de dieciséis matan a un niño de catorce “por venganza”. En un colegio público de N. Y. dos policías tienen que evitar la violencia en los pasillos y patios. Un profesor de matemáticas tiene a un policía en clase durante los exámenes».
[173] "Juvenile Expert Raps Comic Books", op. cit., pág. 2.
[174] "Comic Books Are Big Business in City, to Tune of $30,000 Annually", Wisconsin Rapids Daily Tribune (12-XI-1948), pág. 11.
[175] Hearings Before the Special Committee to Investigate Organized Crime in Interstate Commerce. United States Senate, Eighty-Second Congress. First Session Pursuant to S. Res. 202 (81st Congress), Government Printing Office, Washigton, 1951, pág. 666.
[176] Así lo hicieron los jefes de policía de Pensilvania: "Chiefs Call Comic Books Crime Source", Gettysburg Times (24-VII-1947), pág. 13. Otro tanto sucedió con en una convención nacional celebrada en Indianápolis (“National Convention of The Fraternal Order of Police”), donde se adoptó una resolución vinculando delincuencia y lectura de cómics. "Nation´s Police Strike A Blow Against Glorified Crime As Depicted In Bloodcurdling Comic Books", Murphysboro Daily Independent (11-VIII-1947), pág. 1; "Comic Books Hit By Police Group", Kokomo Tribune (12-VIII-1947), pág 3; Logansport Pharos Tribune (13-VIII-1947), pág. 7; "Resolution Adopted At Police Meeting Condemning Movies", Ruston Daily Leader (13-VIII-1947), pág. 1; "Police Body Condemns Praise for Criminals", Pottstown Mercury (13-VIII-1947), pág. 9."Police Attack Media «Glorifying Criminal»", Charleston Gazette (13-VIII-1947), pág. 16; "Police Criticize Movies, Books That Glorify Criminals", Kokomo Tribune (13-VIII-1947), pág. 10; "Police Denounce «Private Eyes» And Comic Books", Harrisburg Daily Register (13-VIII-1947), pág. 7; "Police take a stand", Titusville Herald (14-VIII-1947), pág. 8. Algún diario consideró que esta declaración de la policía era el resultado de las quejas planteadas por los padres. "Shouting Get Results", Pella Chronicle (16-X-1947), pág. 6. En otras ocasiones fueron autoridades policiales a título individual las que se manifestaron en contra de los cómics. "Civil Leader Says Comic Books Bad", op. cit., pág. 14 (jefe de policía en Los Ángeles). También con carácter genérico, y sin mayores concreciones, se empezó a indicar que “la policía” establecía habitualmente conexiones entre cómics y delincuencia. "What Is Junior Reading?", Lethbridge Herald (2-IX-1948), pág. 4.
[177] "Lurid Comic Books are hit", New Castle News (23-VII-1947), pág. 5. En Cedar Rapids (Iowa), la convención anual de la Asociación de Jefes de Policía de Iowa aprobó una resolución urgiendo la eliminación de los cómics por considerar que eran un “manual nacional para la delincuencia juvenil”. "Chiefs of Police Set for Attack on Crime Comics", Waterloo Daily Courier (17-IX-1947), pág. 2; "Police Assail Some Comic Books", Mt. Pleasant News (18-IX-1947), pág. 8; "Iowa Police Chiefs Lash Comic Books", Mason City Globe Gazette (19-IX-1947), pág. 2.
[178] Rhyne, Charles S.: Comic Books. Municipal Control of Sale and Distribution. A Preliminary Study (Report n. 124), National Institute of Municipal Law Officers, Washington, 1948, pág. 3.
[179] "Comic Books Purge Due to D.C. Policeman", The Washington Post (7-X-1948), pág. 1.
[180] "Judge Takes Rap at Comic Books", op. cit., pág. 18; "Judge commends «Comic» Book articles", Southtown Economist (13-V-1945), pág. 4; "Chicago Boy Slayer Draws 14 Year Term", op. cit., pág. 15.
[181] "«Comic» Books - Blow Torches to Child Minds. Vicious Nature of «Thrill» Magazines Shown by Survey. Grime Stories in Unfunny «Comics» Lead Children Even to Suicide", op. cit., pág. 1. Otros casos aparecieron incluso en la prensa de tirada nacional: "Comic Strips, Radio, Movies Called Propaganda for Crime", The Washington Post (14-X-1948), pág. 1.
[182] "Judge Hits Comic Books", Charleston Daily Mail (4-X-1948), pág. 6; "Norfold Officials Take Dim View of «Bloddthirsty» Comic Books", Bluefield Daily Telegraph (8-X-1948), pág. 11.
[183] "Daly Tells Legal Stand On Comics", Southtown Economist (8-IV-1945), págs. 1 y 7.
[184] "Commendable Movement Against Dirty «Comics»", Salamanca Republican Press (4-XII-1948), pág. 2.
[185] "Comic Books Get Roses, Brickbats", Findlay Republican Courier (30-X-1948), pág.7; Edson, Arthur: "Comic Books Guide To Crime, Chief Says", Oakland Tribune (30-X-1948), pág. 5. El debate, organizado por una asociación de mujeres, tuvo como conferenciantes a James Bennett, director de la Agencia Federal de Prisiones, y Henry E. Schultz, de la Association of Comic Magazine Publishers, y allí se pusieron de manifiesto las dos posturas contradictorias sobre los cómics. Dixon, Kenneth L.: "Assignment: America", Bakersfield Californian (1-XI-1948), pág. 29 ; Dixon, Kenneth L.: "Publishers Conted Adults Biggest Comic Book Readers", Lima News (1-XI-1948), pág. 6; Dixon, Kenneth L.: "Unfunny «Comic Books»", Mansfield News Journal (7-XI-1948), pág. 12; "Comic Book Publishers Seen Inviting Restrictions", The Washington Post (31-X-1948), pág. 12.
[186] "Comic Books a Problem in Janesville, Survey Shows", Janesville Daily Gazette (18-IX-1948), pág. 2.
[187] "Juvenile Delinquency is Greatest Problem Facing US Says Kelly", Salamanca Republican Press (23-IV-1947), pág. 5; "Feinberg Readies Comic Book Curb", Middletown Times Herald (24-XI-1948), pág. 27; "Feinberg Has Measure", Kingston Daily Freeman (24-XI-1948), pág. 2; "Feinberg Plans To Curb Undesirable Comic Books", Olean Times Herald (24-XI-1948), pág. 1.
[188] El tema obliga, amén de examinar la legislación local, estatal y federal, a detenerse en la jurisprudencia dictada sobre dicha normativa, que, por otra parte, es muy interesante. Un análisis general de este tema puede verse en mi artículo: Fernández Sarasola, Ignacio: "¿Héroes o villanos? Cómics y derechos fundamentales en Estados Unidos", Belphégor. Popular Literature and Media Culture (Journal of the Dalhousie University, Canada), vol. 10, núm. 2, 2011.
[189] "Unfunny Comic Book Featuring Lust And Mayhem Being Banned", Hutchinson News Herald (5-X-1948), pág. 6; "Progress Being Made in Banning Lurid Comics", Salamanca Republican Press (6-X-1948), pág. 2. Un resumen de estas prohibiciones en: "50 Cities Ban Undesirable Comic Books", European Stars And Stripes (10-X-1948), pág. 9; "Increase Shown On Comic Book Ban In Cities", Altoona Mirror (19-XI-1948), pág. 28; "About 50 Cities Prohibit Selling Of Comic Books", Monessen Daily Independent (22-XI-1948), pág. 8; "Comic Book Bank", Cumberland Evening Times (23-XI-1948), pág. 20; "Many Comic Books Held Objectionable", Miami Daily News Record (24-XI-1948), pág. 2; "Ban Increases on Comic Books", Mason City Globe Gazette (24-XI-1948), pág. 2; "50 Cities Ban Comic Beoks", Indiana Evening Gazette (24-XI-1948), pág. 6; "Cities Join Ban Against Comic Books", Mansfield News Journal (25-XI-1948), pág. 53; "Comic Book Ban Imposed", Walla Walla Union Bulletin (25-XI-1948), pág. 17; "50 Cities Planning Ban on Comic Books", Amarillo Daily News (25-XI-1948), pág. 9; "Comics Banned in 50 Cities", Oakland Tribune (25-XI-1948), pág. 29; "50 Cities Act to Ban Comic Books", Council Bluffs Iowa Nonpareil (25-XI-1948), pág. 20; "50 Cities Take Steps to Ban Comic Books", Statesville Landmark (25-XI-1948), pág. 5; "Ban on Comic Books Spreads As Cities Set Up Censorship", Chariton Herald Patriot (25-XI-1948), pág. 6.
[190] "Betterment Suggestions Wanted By Mayor Vinson", Limestone Democrat (21-X-1948), pág. 1; "Ban on Comics Spreads, Cities Try Censorship", Valley Morning Star (29-X-1948), pág. 8, y Dothan Eagle (2-XI-1948), pág. 3; "Comic Book Ban Spreads, Report", Racine Journal Times (1-XI-1948), pág. 19; "Ban on Comic Books Spreads To Many Cities", Kokomo Tribune (3-XI-1948), pág. 9; "Comic Book Ban Spreads", Oakland Tribune (3-XI-1948), pág. 68; "Ban On Comic Book Spreads", Beckley Raleigh Register (4-XI-1948), pág. 22 (la misma noticia en Statesville Daily Record, 4-XI-1948, pág. 22); "Unfunny Funnies Ban Spreads to 50 Cities", Reno Evening Gazette (8-XI-1948), pág. 5; "Ban on Comics Spreads in U. S.", Reno Evening Gazette (25-XI-1948), pág. 18.
[191] Sullivan v. City of Los Angeles, 116 Cal. App. 2d 807, 1953.
[192] Winters v. People of State of New York, 333 U.S. 507 (1948).
[193] Feder, Edward L.: Comic Book Regulation, University of California, Berkeley, 1955, pág. 24 y 27.
[194] Rhyne, Charles S., Comic Books. Municipal Control of Sale and Distribution. A Preliminary Study (Report n. 124), op. cit., pág. 3; Rhyne, Charles S.: "Municipal Control of Comic Books", American City, Diciembre 1948, pág. 153. Ésta fue la medida adoptada o al menos proyectada por las localidades de Hammond (Indiana), Hillsdale (Michigan), Columbus (Wisconsin), Washington, Peoria (Illinois), Martinez (California), así como por el estado de Massachusetts.
[195] En ocasiones, como en Los Ángeles, se redactaban amplios informes jurídicos a fin de demostrar que las ordenanzas municipales se ajustaban al estándar constitucional fijado en Winters v. State of New York. Vid. el citado informe en Rhyne, Charles S., Comic Books. Municipal Control of Sale and Distribution. A Preliminary Study (Report n. 124), op. cit., págs. 6-10.
[196] En el caso particular de Ohio, la reincidencia en publicar material objetable suponía un incremento gradual de la multa, y de repetirse en una tercera ocasión la infracción, acarreaba la revocación de la licencia para publicar en el estado.
[197] En realidad, la normativa de Maryland y Oklahoma resultaba más amplia, ya que prohibía cómics de contenido violento que incitaran a los menores de edad a la comisión de actos de esa misma naturaleza.
[198] De estas regulaciones, hay que destacar las de San Leandro y Houston por el gran detalle de las enumeraciones de delitos que no podían relatarse en una publicación, so pena de resultar prohibida.
[199] La prohibición de estos tres géneros también se estableció en una ordenanza aprobada en Nueva Orleans en 1955.
[200] Governments, Council of State: Interstate compact on juveniles; with explanatory statement and suggested enabling legislation from "Suggested state legislation; program for 1956". Developed by the Drafting Committee of State Officials of the Council of State Governments, Council of State Governments, Chicago, 1956.
[201] Schultz, Henry E.: "Censorship or Self Regulation?", Journal of Educational Sociology, vol. 23, núm. 4, 1949, pág. 222. Esta postura la había anticipado en Schultz, Henry E.: "The Comics as Whipping Boy", Recreation, Agosto 1949, pág. 239.
[202] "L. A. Council Joins Comic Book Fight", Bakersfield Californian (19-VIII-1948), pág. 29; "Supervisors Weigh Fate of Comics", Long Beach Press Telegram (19-IX-1948), pág. 3; "Only Comedy in Comic Books, Supervisors Vote", Manitowoc Herald Times (22-IX-1948), pág. 9; "LA Officials Rule Against «Comic» Books", Arizona Daily Sun (22-IX-1948), pág. 1; Sheboygan Press (22-IX-1948), pág. 21; "Critics Hit Art In Comic Books", Indiana Evening Gazette (22-IX-1948), pág. 2; "L. A. Puts Ban on Unfunny Comic Books", San Mateo Times (22-IX-1948), pág. 9; "Los Angeles Prohibits Unfunny Comic Books", Alton Evening Telegraph (22-IX-1948), pág. 14; "Comic Books Should Stick to Comedy, L. A. Board Rules", Jacksonville Daily Journal (23-IX-1948), pág. 11; "Board Wants Comic Books To Stay Funny", Biloxi Daily Herald (23-IX-1948), pág. 13; "Ban Comic Books That Aren´t Funny", Huronite And The Daily Plainsman (23-IX-1948), pág. 3; "L. A. Comic Book Ban Court Test Welcomed", Oakland Tribune (23-IX-1948), pág. 5; "Declares Anti-Comic Book Law to Stand", Abilene Reporter News (24-IX-1948), pág. 48; "Sale Of Crime Comics Banned", Evening Independent (22-X-1948), pág. 18; "Comics Outlawed", Montana Standard (22-X-1948), pág. 13; "Objectionable Books of Comics Disappear From Los Angeles Stands After New Law", The New York Times (4-X-1948), pág. 26.
[203] Véase la respuesta del concejal de Los Ángeles Harold W. Kennedy en el “Kefauver Committee”: Juvenile Delinquency. A compilation of information and suggestions submited to the special Senate Committee to Investigate Organized Crime in Interstate Commerce relative to the incidence of juvenile delinquency in the United States and the possible influence thereon of so-called crime comic books during the 5-year period 1945 to 1950, Government Printing Office, Washington, 1950, pág. 106.
[204] "Curb on Lewd Comic Books Being Drafted", Long Beach Press Telegram (6-IX-1948), pág. 15; "County Laws to Curb Comic Books Delayed", Long Beach Press Telegram (15-IX-1948), pág. 27; "Comic Books Question Put Up to City Manager", Long Beach Press Telegram (24-IX-1948), pág. 19; "Juvenile Bureau Chief Reading 350 Comic Books", Long Beach Press Telegram (10-X-1948), pág. 13; "Comic Books Called Harmful, Stupid", Long Beach Independent (24-X-1948), pág. 44; Williams, Harold: "The Passing Show", Long Beach Press Telegram (25-X-1948), pág. 15; "Comic Books Survey Given to City Council", Long Beach Press Telegram (26-X-1948), pág. 15; "Report Influences Council to Table Comic Book Ban", Long Beach Press Telegram (27-X-1948), pág. 19; "Two Clubs Back Comic Book Drive", Long Beach Independent (20-X-1948), pág. 24; "Urges Comics Ban", Long Beach Independent (3-XI-1948), pág. 16.
[205] Elm: "After All", op. cit., pág. 1; "County Acts on Comic Books", San Mateo Times (19-X-1948), págs. 1 y 2; "Laurel Carnival", San Mateo Times (20-X-1948), pág. 12; San Mateo Times (1-XI-1948), pág. 2; "Board To Talk About Comics", San Mateo Times (9-XI-1948), pág. 10; "County Plans For Voluntary Censor Group", San Mateo Times (16-XI-1948), pág. 1; "Private Group To Be Censors", San Mateo Times (2-XII-1948), pág. 8.
[206] "Civic Group Seeks Comic Books Ban", Bakersfield Californian (29-X-1948), pág. 8.
[207] Chicago: "Judge Forbids Blood, Thunder Comic Books", Valley Morning Star (19-X-1948), pág. 6. En octubre de 1947, el alcalde de Chicago había ordenado a la policía la persecución de los crime comics. De resultas de las pesquisas, el cómic Crime Does Not Pay fue retirado de circulación. Wright, Bradford W., Comic Book Nation, op. cit., pág. 100.
[208] Katzev v. County of Los Angeles, 52 Cal.2d 360, 1959. Y ello a pesar de que, en el momento de diseñarse la ordenanza, los servicios jurídicos de Los Ángeles habían elaborado un cuidadoso informe en el que expresaban la constitucionalidad de la norma. El informe en Rhyne, Charles S., Comic Books. Municipal Control of Sale and Distribution, op. cit., págs. 6-10. Sobre esta sentencia véase Lamn, Richard: "Constitutional Law, Freedom of Expression, Constitutionality of Local Ordinance Prohibiting Distribution and Sale of «Crime Comic» Books", California Law Review, vol. 48, núm. 1, 1960, págs. 145-151.
[209] Report of the New York State Joint Legislative Committee to Study the Publication of Comics, William Press, Albany, 1951, págs. 7, 10, 13, 14 y 19.
[210] Ibíd., págs. 13, 14 y 18.
[211] Ibíd., pág. 21.
[212] Report of the New York State Joint Legislative Committee to Study the Publication of Comics, William Press, Albany, 1952, págs. 12-13.
[213] Las medidas legislativas pueden consultarse en ibíd., págs. 19-24.
[214] Ibíd., pág. 16.
[215] Ibíd., pág. 12.
[216] "Comic Book Curb Vetoed by Dewey", The New York Times (15-IV-1952), pág. 29. Para un análisis del veto y su contenido véase Prescott, Frank Williams / Zimmerman, Joseph Francis: The Politics of the Veto of Legislation in New York State, University Press of America, New York, 1980, vol. II, págs. 788-789.
[217] Wright sostiene que el veto fue dictado el 19 de abril, en tanto que Nyberg lo fecha el día anterior. Wright, Bradford W., Comic Book Nation, op. cit., pág. 105. Nyberg, Amy Kiste: Seal of Approval: The History of the Comics Code, University Press of Mississippi, Jackson, 1998, pág. 42. La fecha parece ser la que menciona Nyberg. Esta autora hace un recorrido exhaustivo de los intentos reguladores del estado de Nueva York, en las págs. 42-52.
[218] Report of the New York State Joint Legislative Committee to Study the Publications of Comics, William Press, Albany, 1954, págs. 39-48.
[219] Report of the New York State Joint Legislative Committee to Study the Publications of Comics, William Press, Albany, 1955, págs. 15-18.
[220] Y ello por considerar que la autocensura que se impusieron las editoriales resultaba insuficiente. Weaver, Warren: "Comic Book Code Called Failure", The New York Times (22-III-1955), pág. 33; "Assembly Votes Comic Book Curb", The New York Times (23-III-1955), pág. 33.
[221] "Crime Comics and the Constitution", Stanford Law Review, vol. 7, núm. 2, 1955, pág. 251; "Regulation of Comic Books", Harvard Law Review, vol. 68, núm. 3, 1955, pág. 491. En el caso particular de la legislación neoyorquina, algún jurista se mostró convencido de que la justificación de la intervención pública prevista en la ley resultaba suficiente para evitar cualquier tacha de inconstitucionalidad. Collins, John J.: "New York - Laws of the 178th Session - Publication and Distribution of Comic Books - Sale to Minors", Villanova Law Review, vol. 1, núm. 2, 1956, pág. 325.
[222] Restrictions Upon Comics. Report Pursuant to Proposal 437 Sponsored by Representative Ralph T. Smith. Bulletin 2-585, Illinois Legislative Council, Chicago, April 1956, en especial págs. 26-28. El informe de Illinois es excepcional, por la gran claridad que demuestra a la hora de abordar las diferentes posiciones que tanto doctrina como poderes públicos mantenían en relación al problema de los cómics y la delincuencia juvenil.
[223] Legislative Council. Report to the Colorado General Assembly. Comic Books: Related Matters and Problems. Research Publication n. 19, Colorado Legislative Council, Denver, noviembre 1956, pág. 21.
[224] El único autor era, en realidad, Milton Caniff. El resto de encuestados tenían cargos directivos en diversas editoriales: Fawcett Publications, St. John Publishing Co., Marvel Comics Publications, Lev Gleason Publications, Harvey Publications, National Comics Publications y Eastern Color Printing Co. También intervino un representante de la American Comics Group (empresa que gestionaba anuncios en los cómics) y de la Association of Comics Magazine Publishers.
[225] La excepción más notable corrió a cargo del psiquiatra del New York City Board of Education,  Dr. Hilde L. Mosse, quien consideraba que las estadísticas no reflejaban el verdadero incremento de la delincuencia juvenil; un incremento en el que la influencia de los cómics era para él una realidad, ya que éstos habían insensibilizado a los niños, familiarizándolos con la criminalidad. Juvenile Delinquency. op. cit., págs. 179-180.
[226] Las respuestas de Lauretta Bender (profesora asociada de psiquiatría, New York University-Bellevue Medical Center) y Josette Frank (psiquiatra de la Child Study Association of America) pueden consultarse en: ibíd., págs. 182-184 y 185, respectivamente.
[227] Hay que tener presente que no todos los encuestados contestaron a la totalidad de las preguntas. Sobre esta concreta cuestión se pronunciaron 57, de los cuales 41 entendían que no existía incremento en la delincuencia juvenil o que, incluso, ésta se había reducido. De los 16 que sí percibían un incremento, seis señalaban que era muy ligero.
[228] El número de encuestados que consideraban que la violencia juvenil era de idéntica gravedad que en otras épocas, o incluso menor, doblaba al de aquellos que entendían que existía un incremento cualitativo de los crímenes cometidos por menores de edad: 34 frente a 14.
[229] El número de encuestas que respondían a esta pregunta es escaso, pero de ellas, doce señalaban que jamás habían visto un caso de delincuencia juvenil relacionado con la lectura de cómics, en tanto que ocho decían que sí. Sin embargo, en este último caso las respuestas no eran contundentes: todas ellas señalaban que era sólo uno o dos casos, y que en ellos resultaba dudoso que en realidad los cómics hubiesen sido un factor determinante.
[230] El desequilibrio de la balanza en este caso resulta arrollador: 41 encuestados señalaban con toda claridad que no existían vínculos entre delincuencia juvenil y lectura de cómics; otros cuatro consideraban que la relación de causalidad resultaba muy difícil de demostrar; por su parte, veintitrés de los encuestados entendían que sí había conexión entre ambas circunstancias; aun así, siete de ellos señalaban que la conexión resultaba prácticamente imperceptible.
[231] Reply of Katharine F. Lenroot, Ciehf, Childrens Bureau, Federal Security Agency, en Juvenile Delinquency op. cit., pág. 8. En un sentido similar se pronunciaban, por ejemplo, el juez E. W. Brewer (ibíd., pág. 29), el director del New Castle County Family Court, C. Wilson Anderson (ibíd., pág. 40), el Dr. S. Harcourt Peppard, director de la Essex County Juvenile Clinic(ibíd., pág. 44).
[232] Tal es el caso de quienes afirmaban sin tapujos la existencia de una relación de causalidad entre delincuencia juvenil y lectura de cómics, como Harold R. Muntz (ibíd., pág. 14), R. K. Jones (ibíd., pág. 32), Charles T. G. Rogers (ibíd., pág. 35) o Harlod W. Kennedy (ibíd., pág. 106). No es ocioso señalar sus Estados de procedencia: el del primero era Ohio, y el de los tres últimos California. Ambos Estados adoptarían medidas contra la circulación de cómics. Otro caso es el de los fiscales Lottie Ramspeck (Atlanta, ibíd., pág. 57), J. V. Zbaracki (Minnesota, ibíd., pág. 59) o H. W. Bittle (Knoxville, Tennessee, ibíd., pág. 107), quienes también conectaban con claridad la lectura continuada de cómics y la criminalidad.
[233] L. W. Amborn. Ibíd., pág. 20; William C. Beuthin. Ibíd., pág. 54. Este último, tras afirmar que no se detectaba un incremento en las tasas de delincuencia juvenil y de afirmar la escasa influencia que en la criminalidad tenían los cómics, añadía que sería muy beneficioso retirarlos de la venta. Lo mismo señalaba Grace A. Riggins, asistente de la Fiscalía de Menores (ibíd., pág. 79). Algo más comedido, Ralph W. Fisher (secretario ejecutivo del Comité de Juventud de Los Ángeles) entendía que la disminución de delitos se vería sólo a largo plazo. Ibíd., pág. 91.
[234] Ibíd., págs. 6-7. A la misma conclusión llegaba A. H. Conner, director de la Agencia Federal de Prisiones. Ibíd., pág. 11. Éste fue el único que, además, citó casos de “personas implicadas en crímenes como resultado de crime comics, películas etcétera”, señalando además en algunos casos las lecturas de los implicados (“Case of Comics” y “Crime Does not Pay”). Aun así, se trataba de referencias obtenidas muy posiblemente de la prensa, a la que el propio Conner calificaba como la principal fuente para ligar lectura de cómics y criminalidad juvenil.
[235] Kramer, Dale / Karr, Madeline, Teen-age gangs, op. cit.
[236] Kefauver, Estes: Crime in America, Doubleday and Co., Nueva York, 1951.
[237] Éste era el nombre por el que comúnmente se conocía a la National Motor Vehicle Theft Act, de 1919, que penaba el robo de vehículos.
[238] La Mann Act o White-Slave Traffic Act, de 1910, debía su nombre a quien había sido su promotor, el congresista republicano James Robert Mann, y tenía por objeto punir el traslado interestatal de mujeres o niñas con objetivos sexuales, como expresaba su título: An Act to further regulate interstate commerce and foreign commerce by prohibiting the transportation therein for immoral purposes of women and girls, and for other purposes.
[239] Senate Resolution 90, 83rd Congress, 1st Session; Senate Resolution 190, 83rd Congress, 2nd Session.
[240] De hecho, Hendrickson asumió la presidencia hasta el 13 de diciembre de 1954, sustituyéndole luego el propio Estes Kefauver.
[241] Anderson, Totton J.: "The 1956 Election in California", The Western Political Quarterly, vol. 10, núm. 1, 1957, pág. 104.
[242] Survey made by the Library of Congress on Crime Movies, Crime Comic Books, and Crime Radio Programs as a Cause of Crime [Exhibit n. 2], en Hearings before the Subcommittee to investigate juvenile delinquency of the Committee on the Judiciary. United States Senate. Eighty-Third Congress. Second Session pursuant to S. 190. April 21, 22, and June 4, 1954. Printed for the use of the Committee on the Judiciary, Government Printing Office, Washington, 1954, págs. 12-22.
[243] Algo, dicho sea de paso, que llenó de orgullo a los propios editores de The Hartford Courant. "Senate Probers To Use Courant Comics Expose", The Hartford Courant (7-III-1954, págs. 1-2). Este periódico realizó un seguimiento de las sesiones del subcomité y resumió las intervenciones de algunos de los más destacados testigos, como Gaines y Wertham. "Comics Probe Opens In New York Today" (20-IV-1954, pág. 1); Kravsow, Irving M.: "Senate Comic Book Probers Learn Publisher Attempt At Cleanup Failed" (22-IV-1954, pág. 1); "Child Study Body Charged With Comic Book Deceits" (23-IV-1954, pág. 1); "Man of Taste" (23-IV-1954, pág. 18); "Senate Comics Probers Spotlight Name Rentals" (25-IV-1954, pág. 10); "Sen. Hendrickson Assails Juvenile Horror Comics" (29-VI-1954, pág. 17).
[244] Juvenile Delinquency (Comic Books). Hearings before the Subcommittee to Investigate Juvenile Delinquency of the Committee on the Judiciary United States Senate, Government Printing Office, Washington, 1954, págs. 2-3.
[245] Fue Lyle Stuart quien propuso a Gaines acudir voluntariamente al subcomité para testificar a favor de los cómics. Jacobs, Frank: The Mad World of William M. Gaines, Bantam, 1973, págs. 85-86.
[246] Groth, Gary: "An Interview With William M. Gaines", The Comics Journal, núm. 81, 1983, pág. 78.
[247] Juvenile Delinquency (Comic Books). Hearings before the Subcommittee to Investigate Juvenile Delinquency of the Committee on the Judiciary United States Senate, op. cit., págs. 82 y 84.
[248] Ibíd., pág. 53. El alcance de la influencia de los cómics en la delincuencia juvenil había ocasionado a comienzos de 1949 una pequeña discusión entre Fredric Wertham y el editor y periodista Norbert Muhlen. Este último había sistematizado la postura de Wertham afirmando que imputaba a los cómics el incremento en la delincuencia juvenil, así como la defensa (en alguno de sus escritos) de una teoría simplista de la causalidad, conforme a la cual los cómics serían la principal causa en aquel incremento. Muhlen, Norbert: "Comic Books and Other Horrors", Commentary, vol. 7, núm. 1, 1949, pág. 85. Wertham replicó en la misma revista señalando que él no había afirmado un incremento de la delincuencia juvenil, sino de la virulencia de los delitos cometidos, y que, además, en ningún caso había sostenido jamás que la criminalidad fuese fruto de una sola causa. Wertham, Fredric: "Violence in the Comics", Commentary, vol. 9, núm. 1, 1949. Consultado en: http://www.commentarymagazine.com/article/violence-in-the-comics/
[249] Argumento al que nunca renunció. En 1967, el fanzine The Collector, en su número 13, publicó un trabajo de Tom Cristopher (“EC Meets Censorship”), al que el psiquiatra respondió en el número 16 señalando: «Yo nunca me he empeñado en una “lucha” con los cómics de temática criminal. Soy un doctor que está interesado en cuanto pueda dañar a la juventud. Estoy siempre de parte de los jóvenes, los he tratado, defendido, alejado de reformatorios, etc. Cuando me percaté de que los cómics de temática criminal estaban causando daño, así lo hice público, basándome en hallazgos clínicos estrictamente científicos». Wertham, Fredric: "Fredric Wertham Speaks about Comics", The Collector, núm. 16, 1967, pág. 14.
[250] Wertham, Fredric, Seduction of the Innocent, op. cit., pág. 112.
[251] Comic Books and Juvenile Delinquency. Interim Report of the Committee on the Judiciary pursuant to S. Res. 89 and S. Res. 190. A Part of the Investigation of Juvenile Delinquency in the United States, Government Printing Office, Washington, 1955, págs. 1-2, y muy en especial págs. 11-16. En coincidencia con Wertham, también afirmaban que los cómics no sólo promovían la delincuencia entre menores de edad conflictivos, sino en niños no problemáticos. Ibíd., pág. 12. De la postura del subcomité se hizo inmediato eco la prensa: "Senate Report Hits Comic Books For Glorification of Crime", The Washington Post and Times Herald (2-I-1955), pág. 18.
[252] Comic Books and Juvenile Delinquency. Interim Report , op. cit., págs. 12, 14. Se ha señalado incluso que el subcomité utilizó la presencia de Wertham como una cláusula de garantía de sus propias conclusiones, coincidentes con las que el psiquiatra había difundido. Park, David: "The Kefauver Comic Book Hearings As Show Trial: Decency, Authority and the Dominated Expert", Cultural Studies, vol. 16, núm. 2, 2002, págs. 259-288.
[253] Comic Books and Juvenile Delinquency. Interim Report, op. cit., pág. 25.
[254] Ibíd., pág. 26.
[255] Ibíd., págs. 1, 23.
[256] Ibíd., págs. 24-25 y 33.
[257] "Reform of Comic Books is Spurred by Hearings", The New York Times (13-VI-1954), pág. 7. Barnosky, Jason: "The Violent Years: Responses to Juvenile Crime in the 1950s", op. cit., págs. 315 y 319.
[258] Gilbert, James, A Cycle of Outrage, op. cit., págs. 60-61. Encuestas realizadas a nivel nacional entre fucionarios públicos y miembros de servicios sociales llegaban a esa misma conclusión. "Comics Held No Factor in Delinquency", The Washington Post (12-XI-1950), pág. 20.
[259] West, Mark I.: "Fredric Wertham and his Comic Book Campaign", The Comics Journal, núm. 133, 1989, pág. 79. Se ha señalado que la discrepancia entre Wertham y otros colegas respondía también a sus diferentes concepciones de la psiquiatría. Mientras Wertham partía de un mayor peso del contexto social en la psique del menor, algunos de sus críticos seguían la ortodoxia freudiana, considerando que existían tendencias innatas hacia la violencia. Beaty, Bart: Fredric Wertham and the Critique of Mass Culture, University Press of Mississippi, Jackson, 2005, pág. 132.
[260] Zorbaugh, Harvey / Gilman, Mildred: "What can You do about Comic Books?", Family Circle, Febrero 1949, págs. 61-63.
[261] Pittman, David J.: "Mass Media and Juvenile Delinquency", Rou?ek, Joseph Slabey, Juvenile Delinquency, Philosophical Library, Nueva York, 1958, pág. 239. Schultz decía de Wertham que hablaba emocionalmente, y no científicamente. Schultz, Henry E.: "Censorship or Self Regulation?", op. cit., pág. 216. Pero merece atención especial Thrasher, Frederic M.: "The Comics and Delinquency: Cause or Scapegoat", Journal of Educational Sociology, vol. 23, núm. 4, 1949, pág. 195, cuya crítica no puede ser más clara: «Esta postura extrema [de Wertham vinculando delitos y cómics] no se encuentra sustentada en investigación válida alguna». Psicólogos especializados en criminología y delincuencia juvenil, como Michael Hakeem, también criticaron con extrema dureza a Wertham, cuyos planteamientos psiquiátricos sobre la criminalidad tachaban de prepotentes, llenos de juicios de valor y carentes de método. Hakeem, Michael: "A Critique of the Psychiatric Approach to Crime and Correction", Law and Contemporary Problems, vol. 23, núm. 4, 1958, pág. 651.
[262] Schultz, Henry E.: "Censorship or Self Regulation?", op. cit., pág. 216. Ernest Osborne, en Hearings before the Subcommittee to investigate juvenile delinquency of the Committee on the Judiciary, op. cit., págs. 187-188.
[263] Deutsch, Albert, Our rejected children, op. cit., pág. 213. El mismo argumento que más tarde fue considerado por Cawelti, John G.: "Myths of Violence in American Popular Culture", Critical Inquiry, vol. 1, núm. 3, 1975, pág. 523.
[264] Warshow, Robert S.: "The Study of Man: Paul, The Horror Comics, and Dr. Wertham (1954)", The immediate experience: movies, comics, theatre and other aspects of popular culture, Harvard University Press, Massachusetts, 2001, págs. 64-65.
[265] Ibíd., pág. 70.
[266] Ibíd., pág. 66. Seguramente no le agradaría a Wertham ver cómo un diario de la importancia de The Washington Post se hacía eco de la postura de Warshow. "Paul´s a Fan But He´s No Addict", The Washington Post and Times Herald (11-XI-1954), pág. 63.
[267] Tilley, Carol L.: "Seducting the Innocent: Fredric Wertham and the Falsifications That Helped Condemn Comics", Information & Culture, vol. 47, núm. 4, 2012, en especial, para el tema que nos ocupa, véanse las págs. 398-401.
[268] Malter, Morton S.: "The Content of Current Comic Magazines", The Elementary School Journal, vol. 52, núm. 9, 1952, pág. 508.
[269] Stickgold, Simon: "The Influence of Motion Pictures, Radio and Comic Books on Children (Conference at the National Conference of Social Work, 15-VI-1950)", Juvenile Delinquency, op. cit., pág. 158; "It´s Up Again", op. cit., pág. 4.
[270] "Crime Tales Seen Bad for Ill-Adjusted", The Washington Post and Times Herald (22-IV-1954), pág. 25.
[271] Deutsch, Albert, Our rejected children, op. cit., pág. 214.
[272] "No Correlation Found Between Juvenile Crime and Comic Books", Galveston Daily News (16-V-1947), pág. 24; "Funnies Don´t Make Children Gangsters", Paris News (18-V-1947), pág. 3. Especialmente interesante fue el estudio realizado en San Francisco por profesores de la Universidad de Standford. El estudio fue financiado por el Congreso de Padres y Profesores de California. "Comic Books Hold No Peril To S. S. F. Pupils", San Mateo Times (1-X-1947), págs. 1 y 2; "Comic Books Upheld by California Educators", Dixon Evening Telegraph (2-X-1947), pág. 6; "Investigators Put O. K. on Comic Book Reading", Estherville Daily News (2-X-1947), pág. 1; "Comic Books Get Partial Exoneration", Bakersfield Californian (3-X-1947), pág. 12; "Has Good Word for Comic book", Gettysburg Times (3-X-1947), pág. 3.
[273] Así lo afirmaba,  por ejemplo, el Dr. Louis M. Foltz. "Boys Who Tried To Hang Playmate Have Personality Troubles - Fault Of Society", op. cit., pág. 6. Postura en la que,  por ejemplo, coincidía el psiquiatra castrense John R. Cavanaugh: "Psychiatrist Discounts Effect of Comics", Portsmouth Herald (20-XI-1948), pág. 2; "Influence Of Comic Books Difficult To Judge, PTA Told", Portland Press Herald (20-XI-1948), pág. 19.
[274] Basta señalar la postura “progresiva” de Eleanor y Sheldon Glueck en sus libros Unraveling Juvenile Delinquency (1950) y Delinquents in the Making (1952), donde no señalaban a los cómics como causa potencial de la criminalidad, sino al entorno familiar del menor. Por su parte, el doctor Robert Lindner también consideraba absurdo imputar a los cómics la criminalidad infantil, señalando a causas psiquiátricas como principales responsables. "Medicine: Rebels or Psychopaths?", Time Magazine (6-XII-1954). Esta idea de un factor psiquiátrico y patológico en la delincuencia, al margen de los comics, halló eco entre otros sectores relacionados con la infancia: "Pottstown Parents Approve Comic Books As Favorable Reading Material for Children", op. cit., pág. 16; "Comic-Book Addicts", op. cit., pág. 33. Más amplia era la perspectiva de otros psiquiatras, que consideraban la delincuencia juvenil como el resultado de una mixtura de patologías psicológicas, ausencia de supervisión parental y desatención por parte de asistentes sociales y autoridades. "Roots of Delinquency", Wisconsin Rapids Daily Tribune (20-XII-1948), pág. 12; San Mateo Times (20-XI-1948), pág. 10; "Serious Parents", Traverse City Record Eagle (10-XI-1948), pág. 4. El mismo artículo en Corsicana Daily Sun (11-XI-1948), pág. 18.
[275] Aspecto en el que incidió con especial agudeza el profesor de Educación y ex secretario de la Society for the Prevention of Crime, Thrasher, Frederic M.: "The Comics and Delinquency: Cause or Scapegoat", op. cit., pág. 201.
[276] Russell, David H.: "Some Research on the Impact of Reading", The English Journal, vol. 47, núm. 7, 1958, en especial págs. 399, 403, 406, 407 y 410.
[277] Frank, Josette: Comics, Radio, Movies -and Children, Public Affairs Committee (Pamphlet), núm. 148, 1949. Consultado a partir de su reproducción en: Juvenile Delinquency, op. cit., pág. 213. También en: Frank, Josette: "Some Questions and Answers for Teachers and Parents", Journal of Educational Sociology, vol. 23, núm. 4, 1949, pág. 210.
[278] Postura sustentada, por ejemplo, por Edwin J. Lukas, director ejecutivo de la Society for the Prevention of Crime en "Parents Are Warned Not to Blame Comic Books for Juvenile Crime", The New York Times (7-X-1948). Véase también una postura similar en el doctor C. F. Lindberg: "Fifty Attend PTA Meet", Valparaiso Vidette Messenger (10-I-1941), pág. 2 y en artículos de prensa: "No Known Substitute", Hamilton Daily News Journal (15-X-1948), pág. 8. El mismo artículo en Independent Record (18-X-1948), pág. 4.
[279] "Editorial: Youth Month And Your Community", Huronite And The Daily Plainsman (1-IX-1948), pág. 4.
[280] Harris, Sydney J.: "Harris: Ban on Comic Books Is Hypocrisy", Waterloo Daily Courier (1-XII-1948), pág. 4.
[281] Deutsch, Albert, Our rejected children, op. cit., págs. 214-215. Esta misma idea de considerar a los cómics como “cabeza de turco” de la delincuencia juvenil fue difundida por otros especialistas a lo largo del país, y tales opiniones se vieron reflejadas en la prensa, contribuyendo así a avivar el debate. ase a modo de ejemplo: "A Little Too Pat", Charleston Daily Mail (30-X-1948), pág. 4; "Delinquency Doesn´t Come Easily, Expert Tells Parents", Oakland Tribune (31-X-1948), pág. 16.
[282] Bender, Lauretta: "The Psychology of Children´s Reading", Journal of Educational Sociology, vol. 18, núm. 4, 1944, págs. 223- 231.
[283] Así lo veía uno de los autores más leídos en materia de cuidado infantil: Spock, Benjamin: The Common Sense Book of Baby and Child Care, Duell, Sloan and Pearce, Nueva York, 1946, págs. 320-321. En la misma línea:  "Divergent Views On «Comic» Books", Daily Capital News (22-X-1948), pág. 6; "Authorities´ Views Differ on Children´s Comic Books", Long Beach Press Telegram (22-X-1948), pág. 22. Lauretta Bender en Juvenile Delinquency, op. cit., pág. 183.
[284] En palabras del doctor Osborne, miembro del Consejo Asesor de Fawcett, sólo uno de cada quince millones de niños era delincuente. Difícilmente se podía, pues, culpar a los cómics. "What´s wrong with family life? Nothing to Worry About Says Dr. Osborn", Long Beach Independent (4-XI-1948), pág. 17. Una idea semejante en el editorial: "Unfunny Funnies", Freeport Journal Standard (30-XI-1948), pág. 4 y en "Unfunny Funnies", Rhinelander Daily News (8-XII-1948), pág. 4.
[285] Juvenile Delinquency, op. cit., pág. 148.
[286] Ibíd., pág. 136.
[287] Ibíd., págs. 120, 124 y 127.
[288] Ibíd., págs. 118-119, 127, 128, 137, 150, 151 y 165.
[289] Este último dato se señalaba en el segundo de los editoriales, publicado en los meses de enero y febrero de 1949. Todos los editoriales, con cumplida referencia de los cómics en que se publicaron, están referidos con todo detalle en la extraordinaria web de Stephen O’Day dedicada a Wertham: http://www.lostsoti.org/MoreAntiComics.htm.
[290] Gaines, William M.: "This is an Emergency Bulletin! This is an appeal for action!", The National E. C. Fan-Addict Club Bulletin, vol. 3, June 1954.
[291] Wigransky, David Pace: "Cain Before Comics", The Saturday Review of Literature, 24-VII-1948, págs. 19-20. La carta se encuentra reproducida de forma casi íntegra en Gilbert, Michael T.: "Mr. Monster´s Comic Crypt!", Alter Ego, núm. 90, 2009, págs. 63-67.
[292] "Attack Decried On Comic Books", Oakland Tribune (18-XI-1948), pág. 48. El mismo texto en Greenville Record Argus (19-XI-1948), pág. 13; "Teen-Ager Calls Adult Row Over Comic Books ´Silly and Needless´", Denton Record Chronicle (19-XI-1948), pág. 4; "Youth Writes 70.000 Word in Defense of Juvenile Comic Books", Newark Advocate (19-XI-1948), pág. 4; Eads, Jane: "Youth Delivers Blow To Comic Book Critics", Lima News (20-XI-1948), pág. 4; "Schoolboy Rises To Defense of Criticized Comics", Rhinelander Daily News (22-XI-1948), pág. 6; "Comic Book Issue", Anniston Star (9-XII-1948), pág. 4.
[293] Wigransky, David Pace: "Cain Before Comics", op. cit., pág. 19.
[294] Ibíd., pág. 20.
[295] Gilbert, Michael T.: "Mr. Monster´s Comic Crypt!", op. cit., pág. 66. En este interesante artículo se hace un seguimiento de la vida de Wigransky, truncada a la temprana edad de treinta años.
[296]Lee, Stan / Mair, George: Excelsior! The Amazing Life of Stan Lee, Fireside, Nueva York, 2002, pág. 92.
[297] Gleason también utilizó la tribuna de The New York Times en una carta en la que se oponía a cualquier tipo de censura por contrariar la primera enmienda, y alegando que un buen número de los lectores de Crime Does Not Pay eran adultos. Gleason, Leverett S.: "Comics Censorship Opposed; Trend to Control Cultural Level of Adult Taste Protested", The New York Times (5-II-1949), pág. 14.
[298] Juvenile Delinquency, op. cit., pág. 137.
[299] Gleason, Lev: "Crime Does Not Pay. A Completely New Kind of Magazine", Crime Does Not Pay, vol. 1, núm. 22, julio 1942.
[300] Al menos un lector decía sentirse inclinado a ser agente del FBI gracias a la lectura del cómic. James Adams (Norton, Virginia), en Crime Does Not Pay, núm. 82, diciembre 1949.
[301] Algunas tan llamativas como la del niño que señalaba que el cómic asentaba “los principios de la Declaración de Derechos” (Bill of Rights). Walter Apperson, en Crime Does Not Pay, núm. 51, mayo 1947.
[302] A veces tanto las situaciones referidas en las cartas como las expresiones que se citan resultan tan forzadas que resulta casi cómico: «Una monja me descubrió leyendo Crime Does Not Pay en la sala de estudio de mi colegio. Me lo quitó. Más tarde me lo devolvió y me dijo que era un libro que no le importaría que leyesen los niños y niñas. Le pregunté por qué. Me respondió: “Resulta contundente para ayudar a los jóvenes americanos de hoy en su futuro”». Peter P. Chin (San Francisco), en Crime Does Not Pay, núm. 49, enero 1947. En el mismo número, un niño señalaba que su padre era abogado y que, aunque estaba en contra de los cómics, aprobaba la lectura de Crime Does Not Pay: «[Mi padre] dice que si más jóvenes leyesen esta revista la tasa de crimen descendería mucho». Robert L. Whitlook (Long Beach), núm. 29, enero 1947. Otra niña relataba cómo su profesor le había devuelto un cómic requisado diciéndole que era «el mejor cómic que jamás había visto», y que el docente había comparado varios ejemplares para la clase. Jean S. Galdie (Menominee, Michigan), núm. 51, mayo 1947. Algún alumno afirmaba que el cómic había sido utilizado en su centro escolar como manual en clases sobre prevención de delitos. Ann Laughman (Cross City, Florida), núm. 58, diciembre 1947. Los ejemplos de la supuesta aceptación de padres y profesores son muy numerosos: Buddy McCoy (Huntington, West Virginia), núm. 55, septiembre 1947; Martin Shennen (Nueva Jersey), núm. 55, septiembre 1947; Eleanor Brown (Tarboro, Carolina del Norte), núm. 56, octubre 1947; Don Graham (Kentfield, California), núm. 58, diciembre 1947; Richard McIntyre (Michigan), núm. 63, mayo 1948; Thomas Heisey (Marheim, Pensilvania), núm. 63, mayo 1948; Evelyn L. Long (Washington D. C), núm. 64,junio 1948; Merlin Mang (Nueva Orleans), núm. 64, junio 1948; Jeanette Goldberg, núm. 69, noviembre 1948; Harrison Morson (Wayne, Pensilvania), núm. 73, marzo 1949; Angela Labianca (Nueva York), núm. 78, agosto 1949; J. H. (Phoenix, Arizona), núm. 81, noviembre 1949; Sara Kattan (Brooklyn, Nueva York), núm. 78, agosto 1949.
[303] Crime Does Not Pay, núm. 49, enero 1947.
[304] Mrs. Lyle Waddle, Crime Does Not Pay, núm. 50, marzo 1947. Otros ejemplos de madres igual de obnubiladas por las provechosas lecturas de sus hijos: Mrs. Mabel M. Huff (Shawnee, Oklahoma), núm. 51, mayo 1947; Mrs. Leland Washburn (San Diego, California), núm. 60, febrero 1948; Mrs. F. Corey (Caribou, Maine), núm. 66, agosto 1948; Mrs. Mildred Kain (Buffalo, Nueva York), núm. 66, agosto 1948; Ruby A. MacDonell, núm. 81, noviembre 1949.
[305] Mrs. A. H. (Chicago), Crime Does Not Pay, núm. 50, marzo 1947. En el mismo ejemplar, una niña mencionaba a otro compañero del colegio que “fumaba y robaba” hasta que leyó Crime Does Not Pay, “eso le curó”. Jackie Sheidler (Leipsic, Ohio), en Crime Does Not Pay, núm. 50, marzo 1947. Otra curiosa carta procedía de un ciudadano de Ohio cuyo coche había sido robado por un chico de dieciocho años. Puesto que en el vehículo había un ejemplar de Crime Does Not Pay que el delincuente había tenido ocasión de leer antes de resultar apresado, la víctima del delito decía hallarse convencido de que el chico no volvería a delinquir, ya que había quedado muy impresionado con la lectura. Ned Hanlo (Akron, Ohio), núm. 56, octubre 1947. No menos llamativo es el caso de un tendero que repartió el cómic entre varios niños que habitualmente hurtaban en su local, y desde ese momento acabó con el problema. Albert Zorabedian (Providence, Rhode Island), núm. 83, enero 1950.
[306] Crime Does Not Pay, núm. 61, marzo 1948.
[307] J. R. Bishop (Iowa), Crime Does Not Pay, núm. 51, mayo 1947.
[308] Harold A. DeLain (U.S. Naval Prision, Portsmouth), Crime Does Not Pay, núm. 51, mayo 1947; Herbert L. Turney (Massachusetts), núm. 64, junio 1948.
[309] J. Arthur Wutsbough, en Crime Does Not Pay, núm. 69, noviembre 1948;
[310] Bertha Kirschner (Bronx, New York), en Crime Does Not Pay, núm. 55, septiembre 1947.
[311] Arlene Molstad (Wadena, Minnesota), en Crime Does Not Pay, núm. 56, octubre 1947; Jay Franklin (Big Spring, Texas), núm. 64, junio 1948. Los casos de profesores son muy abundantes, aunque en la mayoría de los casos se identificaban también como padres o bien eran sus estudiantes los que se comunicaban con la revista para notificar el apoyo que recibía por parte de sus docentes.
[312] Leroy Headley (Atlantic City, Nueva Jersey), en Crime Does Not Pay, núm. 74, abril 1949
[313] Por ejemplo, las cartas firmadas por J. J. J. (Chicago), en Crime Does Not Pay, núm. 49, enero 1947; H. L. W. (Maryland House of Correction) y J. B. F. (Meriden, Connecticut), núm. 50, marzo 1947; A. F. (Boston) y “TEX”, núm. 51, mayo 1947; G. G. Jr. (Charleston, South Carolina) y Mrs. J. C. (Nebo, Kentucky), núm. 55, septiembre 1947; T. C. (Boston), núm. 56, octubre 1947; G. P (Springfield, Massachusetts) y J. S. G. (San Antonio, Texas), núm. 60, febrero 1948; L. P. D., núm. 63, mayo 1948; J. D. V. (Cleveland, Ohio), núm. 64, junio 1948; J. J. D. (Filadelfia) y J. T. E. (Nueva York), núm. 71, enero 1949; S. W. (Bronx, New York) y W. C. (Nueva York), núm. 73, marzo 1949; S. S. y J. D. J. (Atlanta, Georgia), núm. 74, abril 1949; B. R. (Toledo, Ohio), C. C. W. (Long Island, Nueva York), y D. G. (Brooklyn, Nueva York), núm. 75, mayo 1949; W. M. L. (Parchman, Mississippi), núm. 78, agosto 1949; J. F. (Texas), núm. 81, noviembre 1949.
[314] Así, el caso de una carta firmada por H. L. W., que se publicó en Crime Does Not Pay, núm. 50, marzo 1947, y que, prácticamente idéntica, volvió a ver la luz en elnúm. 51, mayo 1947.
[315] Sam Chiodc (Rocks, Pennsilvania), en Crime Does Not Pay, núm. 58, diciembre 1947; K. T. Roberts (Harrisburg, Pensilvania), núm. 75, mayo 1949.
[316] "A Message from Bob Wood, Lev Gleason, Charles Biro", Desperado, vol. 1, núm. 1, 1948, pág. 2.
[317]  El código puede consultarse en el extraordinario libro de Nyberg, Amy Kiste, Seal of Approval: The History of the Comics Code, op. cit., pág. 165.
[318] Wright, Bradford W., Comic Book Nation, op. cit., págs. 103-104.
[319] Katzev v. County of Los Angeles (341, P. 2d. 310, 1959).
[320] Police Commissioner of Baltimore City et al. v. Siegel Entreprises Inc., 223 Md. 110, 1960.
TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2014): Ignacio Fernández Sarasola. Revisión de Alejandro Capelo, Juan Agustí y Javier Alcázar. Edición de Félix López.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Ignacio Fernández (2014): "Cómics y delincuencia juvenil en Estados Unidos durante la Golden Age", en Tebeosfera, segunda época , 12 (25-VIII-2014). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 19/III/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/comics_y_delincuencia_juvenil_en_estados_unidos_durante_la_golden_age.html