HOM, EN EL LENTO MORIR DE FRANCO
ALBERTO GARCIA

Resumen / Abstract:
Notas: Sexta entrega del "dossier Carlos Giménez" incluido en el núm. 3 de Tebeosfera, especial "La generación del compromiso"

HOM, EN EL LENTO MORIR DE FRANCO

www.tebeosfera.comLa creación artística es, casi inevitablemente, tan hija de su tiempo como de su autor. Si además esta creación pretende trasmitir un mensaje social, político o ético, es fundamental el conocimiento del contexto en el que la obra se lleva a cabo a la hora de valorarla. Este contexto no solamente es origen e impulsa Hom, la historieta de Carlos Giménez, sino que amplifica y acaba de completar el significado de la misma. Es decir, no es lo mismo leer Hom hoy en día que hacerlo en el momento de su creación, hace 35 años; ni tiene el mismo significado para quien vivió aquella época y décadas precedentes que para las nuevas generaciones. Tampoco se debe olvidar el carácter reivindicativo de su autor, otra pieza más del "puzzle" de motivos históricos, culturales y humanos que van a dar lugar a Hom. La confluencia del compromiso político que hace de Hom una historia "con algo que contar" y las inquietudes narrativas de Giménez, convierten esta obra en la primera realmente personal de su autor, colocándolo en el lugar de privilegio que le corresponde entre los historietistas mundiales y marcando un punto y aparte en su producción.

Pelos largos, tiempos duros

Evidentemente, las circunstancias que abonan la realización de Hom no se dan de la noche a la mañana. En 1967, Giménez alquila un chalé junto a Esteban Maroto, Luis García, Suso Peña y Adolfo Usero. El Grupo de La Floresta, se llaman o les llaman, y además de hacer historieta se dedican a leer poesía, escuchar música, discutir de política y peinarse barbas y melenas. Ya por aquel entonces Giménez enarbola un ideario de izquierdas, nada raro si tenemos en cuenta el relato de su vida que más tarde leeríamos en las series Paracuellos y Barrio, pero en aquel momento el horno no estaba para bollos y trabaja fundamentalmente en encargos de agencia para el extranjero ideológicamente inocuos.

Entra de lleno en el género de la ciencia ficción primero con Delta 99 (con guión de Jesús Flores Thies y más tarde de Víctor Mora), y después con Dani Futuro (con guión de Mora, generalmente). Es en esta última serie, ya a principios de los años '70, y en historias cortas como El miserere o El extraño caso del Señor Valdemar (ambas adaptaciones literarias, ambas recopiladas en el álbum Sabor a menta), donde Giménez se destapa como un autor reflexivo a la hora de plasmar ideas en imágenes y de encadenarlas satisfactoriamente para obtener una respuesta en el lector. Ya no se trata de ilustrar un guion, sino de hacer historieta, de indagar en el medio y explotar el potencial de la concatenación y la yuxtaposición de imágenes y palabras. Y así llegamos a 1975, con un Giménez con 34 años de edad y 16 de experiencia en la realización de historietas; un Giménez con la necesidad de expresar sus opiniones en una España de futuro incierto ante la inminente muerte de Franco y con la necesidad de crecer como autor.

El carácter explotador y muy a menudo irrespetuoso de las agencias artísticas provoca que acaricie la idea, junto a Luis García, de autogestionar una revista propia con contenidos adultos, Bandera negra. En cualquier caso, Giménez vuelve a apoyarse para la realización de su guion en una obra literaria, En el lento morir de la Tierra, de Brian W. Aldiss, y emprende la realización de Hom, su obra más ambiciosa hasta el momento. Pero Bandera Negra nunca verá la luz, y en una España convulsa y todavía temerosa ante los estertores agónicos del franquismo, no hay sitio para la edición de Hom, que se publica en Italia por entregas en la revista Alter Alter y queda inédita en España hasta 1977, año en que Amaika decide editarla en forma de álbum.

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Un héroe muy humano

El argumento de Hom es simple, y el hecho de que se adscriba al género de ciencia ficción permite dotarlo de un carácter de parábola sin que por ello quede enmascarado su auténtico objetivo de proclama política y social. De hecho, Giménez volverá en el futuro a utilizar la fórmula de escenificar en el futuro con buenos resultados en las historias que componen su recopilación Érase una vez en el espacio, adaptando a Jack London o Stanislaw Lem. En Hom, habiendo tomado como base para su relato la novela de Aldiss, Giménez puede concentrarse en pulir escenarios, personajes y situaciones y, sobre todo, en elaborar el apartado gráfico con mimo, no sólo en los acabados, que también, sino en aspectos narrativos como la composición de página, el encuadre o el ritmo. Además, la estructura de la historia encaja punto por punto en el esquema básico del relato heroico, con el héroe que parte de su hogar y en el camino sufre una transformación a través del sacrificio y la superación personal, alcanzado un estado de conocimiento superior al inicial y que muy a menudo transmite a sus semejantes al regresar al punto de partida. Con estos robustos mimbres, Giménez elabora la siguiente trama...

Huyendo de la aldea de su tribu, Hom, protagonista que da título a la historia, es atacado por un hongo parásito (que no simbiótico)  que se aposenta sobre su cabeza y dirige en adelante sus acciones, no tanto obligándolo a realizarlas (aunque puede hacerlo y en momentos puntuales lo hace) como convenciéndolo en cada ocasión de que se trata del curso de acción más beneficioso para ambos. Curiosamente, las decisiones del hongo pasan por subyugar la voluntad de otros y apropiarse del fruto de su esfuerzo, estableciéndose a lo largo de todo el libro un diálogo entre hongo y Hom en el que se discute la moralidad de sus acciones y en el que hay una serie de palabras y conceptos que se repetirán a menudo: poder, gobernar, ordenar, obedecer, fuerza.... En su periplo, Hom y su hongo se encuentran con un pueblo de pescadores bastante estúpidos unidos físicamente a unos árboles que los dominan, con un campo de setas alucinógenas y con un extraño delfín anfibio, el Gran Yo, personificación del egoísmo y la utilización abusiva del prójimo.

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Con la simple lectura de esta sinopsis, quien no haya leído Hom ya es capaz de intuir que nos hallamos ante una metáfora de la situación social en España (o en cualquier otro país sujeto a una dictadura más o menos explícita), donde Hom personifica al anónimo individuo (al hombre, claro, como su propio nombre indica), y el hongo hace el papel más abstracto de ese conjunto de temores que se pretenden inculcar al pueblo desde los gobiernos para alienar al individuo, aislarlo y evitar la cooperación y consenso entre ciudadanos, toda la serie de conceptos castrantes y represivos que se transmiten tanto desde el sistema educativo en estos regímenes como desde los medios de comunicación. Porque, como ya se ha dicho, el hongo no obliga a Hom a comportarse como un canalla, a reforzar su insolidaridad y su egoísmo, simplemente lo conduce de forma que él mismo acepte decisiones que sabe moralmente reprobables, pero que inciden, al menos a corto plazo, en su propio beneficio. Se trata de un lavado de cerebro en el que el hongo es quien piensa, y no es de extrañar por tanto su enfado cuando Hom prueba unos hongos alucinógenos que abren las puertas de su percepción. En este contexto podemos comparar la ingesta de hongos por parte de Hom con la adquisición de cultura y conocimientos por parte del hombre alienado, y ya se sabe que el conocimiento nos hará libres. El conocimiento y, como promulga Giménez en Hom, la unión de los pequeños frente al grande y poderoso, idea central que recorre toda la obra. Ya las primeras viñetas del libro introducen la idea de que "el pez grande se come al chico", y este motivo se repite a lo largo de toda la historia hasta que al final, de un modo catártico, comprobamos cómo muchos peces chicos son capaces de acabar con un pez grande si unen sus fuerzas. Una idea simple... cuya formulación en 1975 podía acarrear serios problemas de censura y represión.

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El personaje más despojado de segundas lecturas en Hom es el Gran Yo, que viaja a hombros de un decrépito y resignado porteador seguido de un séquito de mujeres mudas. Perfectamente podía haberse llamado "el Generalísimo", claro está. Es la representación en el papel de lo que en el mundo real es el tirano en el poder, con alguna pincelada que muestra cómo parte de su poder se cimenta en aspectos místicos, o lo que es lo mismo, religiosos. Es significativo cómo logra que el resto de personajes accedan a sus deseos aludiendo a una supuesta amenaza, los aulladores, que les persiguen pero nunca vemos, seguramente un contubernio de judíos rojos masónicos. Hacia el final del libro, el Gran Yo anuncia su partida (reflejo de la muerte de Franco), pero anuncia que volverá (reflejo del temor a un nuevo dictador sustituyendo al antiguo). Llegado este punto, un Hom moribundo y liberado al fin de hongo, encuentra en la rabia acumulada la fuerza necesaria para administrar justicia, justicia en su nombre y en el de todos los inocentes sacrificados por el poder, aunque para ello requiere de la ayuda de sus semejantes. Acercando aún más la ficción de Hom a la realidad de España, Toni Segarra, padre de la idea, revela que cuando en el álbum se alude a que San, Txi, Ga, Hum y Ota han muerto, se está haciendo una referencia directa a José Luis Sánchez-Bravo Solla, Txiki Paredes, Ramón García Sanz, Humberto Baena y Ángel Otaegi, miembros del FRAP y ETA, fusilados en septiembre de 1975 por el régimen franquista.

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A pesar de cierto tono maniqueo en algunos puntos (muy comprensible en su contexto), hay que reconocer que en Hom, Giménez sabe repartir responsabilidades. Si bien es cierto que el abuso de poder y la represión están representados por el hongo y el Gran Yo, aquellos inocentes pescadores unidos a unos árboles que marcan su pauta de vida no salen indemnes del reparto de culpas del autor. En cierto modo sí, son inocentes, ya que desde su infancia son educados en la obediencia y sumisión absolutas, y no tienen mayores aspiraciones que sobrevivir y alimentar a sus superiores, pero aún así Giménez los representa como seres repulsivos y pusilánimes, absolutamente opuestos a cualquier modelo de vida deseable. De algún modo son también el reflejo un Hom despojado del halo heroico del protagonismo, y como él, no son ajenos a la corrupción moral. Cuando entre estos seres de un mismo estamento social uno se erige jefe, inmediatamente desarrolla nefastos instintos opresores. No es tanto que el poder corrompa como que en todos nosotros existen las semillas de la crueldad y la egomanía que el poder hace germinar. Así, para Giménez, la salida de la dictadura pasa por la cultura, el sacrificio individual, y la adquisición de una conciencia de clase que impulse la lucha por la justicia, nunca la resignación o la apatía.

¡Autor! ¡Autor!

Si sólo fuera por los aspectos ideológicos que se plantean, podríamos decir que Hom es una obra comprometida pero previsible y no excesivamente profunda ni innovadora. Pero estamos hablando de una historieta con vocación de llegar a un amplio público, y tampoco podemos obviar los valores artísticos contenidos en los elementos formales que articulan su mensaje. Y ahí Giménez da un auténtico recital. Aborda nuevas aproximaciones narrativas, impactantes y memorables acabados estéticos, y utiliza recursos estilísticos que enfatizan, subrayan o matizan el sentido de las secuencias, según el caso. Esta eclosión como narrador de Giménez coincide aproximadamente con el nacimiento de la revista Métal Hurlant en Francia, pistoletazo de salida para una nueva manera de entender el cómic mucho más libre y moderna. Por estética e ideología, Giménez podría haber encajado en aquella revista: lo que le pudiera faltar de trasgresor o surrealista, el español lo suplía con creces con su habilidad como narrador, superior en aquel momento a la de cualquiera de los colaboradores de la revista, Moebius incluido (con quien, por cierto, compartía algunos rasgos estilísticos). Pero puede que precisamente esta subordinación de la imagen al relato que practica Giménez, esa funcionalidad extrema, mucho más evidente en obras posteriores como Paracuellos o Barrio, sea la que le mantiene lejos de la revista francesa y de otras de la época que se publican a su rebufo. Al contrario que otros autores españoles (y franceses) coetáneos, Giménez  prefiere la vía de la experimentación narrativa antes que la estética, y el tiempo le daría la razón, demostrando que aquella última no era sino un callejón sin salida. Así pues, si no exhaustivamente, merece la pena comentar en cierto detalle algunas de las aproximaciones y recursos narrativos utilizados por Giménez en Hom.

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Llama la atención en la época en la que se realiza esta historia la ausencia de textos de apoyo en la totalidad de la historia, un reto que se impuso el propio Giménez y que culmina con éxito, a pesar de la pequeña argucia que supone la voz "en off" en la secuencia del "flash back". En este sentido, elementos como la localización, el paso del tiempo, el estado anímico de los personajes y otros aspectos de la narración deben ser reflejados mediante la imagen, lo que obliga a pulir aspectos como la ambientación, el lenguaje corporal y, muy especialmente, el ritmo. También los diálogos deben ser capaces de suplir parte de la información que típicamente se relegaría a un cartucho de texto, y este es el motivo de que en algunos momentos resulten tal vez un poco demasiado teatrales y recargados, aunque esta teatralidad tampoco desentona con el acabado del dibujo de Giménez, principalmente realista pero que introduce algunos elementos cercanos a la caricatura. El conjunto se aleja del naturalismo y adquiere tintes expresionistas alimentados por otros factores como el encuadre o la utilización del blanco y negro por parte del autor.

En Hom, Giménez presta atención a cada detalle, procurando siempre que cada una de las líneas sobre la página impulse de alguna manera la historia que trata de contar. No es casual que la voz del hongo adquiera un tipo de rotulación especial ni que esté libre de la delimitación del bocadillo. Ambos aspectos dan idea tanto de su mayor peso respecto a otras voces como de su impersonalidad, a la vez que remarcan su naturaleza telepática. La variación en las ambientaciones es necesaria para ilustrar el viaje del protagonista, que atraviesa selvas de apariencia alienígena, yermos terrenos rocosos, cuevas, turbulentos ríos. En cada ocasión Giménez dibuja algunas viñetas de gran tamaño detallando estos paisajes en las que sitúa a los personajes vistos desde la lejanía, remarcando su pequeñez y la indefensión del individuo en el entorno natural (planchas, por ejemplo, 5, 24, 37). Es tan detallado en la representación de estos parajes, tan impactantes son sus imágenes y tanto se graban en la retina y la memoria, que el lector apenas percibe cómo Giménez prescinde absolutamente de ellos cuando el ritmo y el énfasis en los personajes lo requiere (planchas 10, 27, 35). Este juego es constante en toda la obra, manipulando también otros elementos que contribuyen a la densidad gráfica como la alternancia de escenas con profusión de diálogo aliviadas por otras mudas en las que predomina la acción (planchas 8 a 12, o último capítulo, donde tras cuatro páginas de diálogos encontramos tres páginas sin apenas un texto). La distribución de la cantidad de texto, trazos y masas de blanco y negro en la página para dotar de un determinado ritmo y equilibrio a la historia son fundamentales en Hom y representan otra muestra de la madurez de Giménez, que no se limita a desarrollar un preciosismo del que por otra parte da sobradas pruebas de ser capaz.

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No es nuestra intención enumerar todos y cada uno de los artificios narrativos del autor en esta obra, pero no podemos pasar por alto tampoco el modo en que las propias viñetas adoptan la forma y dimensión adecuada en cada momento a lo narrado. Basta con ver cómo la segunda y tercera planchas se resuelven en viñetas verticales, ya que también así se desarrolla la acción, o cómo estas viñetas verticales vuelven a hacer acto de aparición cuando hay que remarcar la presencia de riscos y barrancos. O cómo la línea del recuadro de la viñeta desaparece para dejar respirar a las figuras y descargar algunas páginas demasiado recargadas y desaparece igualmente en todas las páginas del "flash back" para remarcar su condición de salto en la continuidad. O cómo las calles entre viñetas varían su grosor en función de su proximidad temporal, las necesidades de espacio de Giménez, o incluso el efecto estético deseado. O... nos hacemos una idea, ¿no? Si la forma y características de la viñeta son importantes, no lo es menos el encuadre y disposición de figuras en su interior. Utilizando casi siempre un encuadre en el que el lector queda situado a la altura de los personajes y, sobre todo, mediante la abundancia de primeros y primerísimos planos, Giménez logra implicar al lector en el relato de un modo subliminal y entablar con él un diálogo de tú a tú. Incluso la escena en la que se resuelve el destino del Gran Yo está narrada de forma subjetiva, convirtiendo al lector en el tiránico delfín por unos instantes, dejándolo prácticamente fuera del encuadre y centrando el peso de la narración en los actos de Hom (ver imagen superior). Sin duda, si algo se puede asegurar del autor es que nunca ha optado por la frialdad expositiva ni por la imparcialidad ideológica. Sus obras transmiten a las claras un mensaje y utiliza todos los recursos posibles para conmover e involucrar al lector en lo narrado, y esto no se logra tan sólo mediante la palabra, sino también, y de forma muy importante, mediante la imagen (aunque aquí, en Hom, Giménez resulta menos histriónico y caricaturesco que en obras posteriores; todo sea dicho).

Uno de los hallazgos más importantes del autor en este libro, que ya estaba presente en las citadas El miserere y El extraño caso del Señor Valdemar, es su fabulosa capacidad para yuxtaponer imágenes deformando a su antojo tanto el tiempo como el impacto emocional de la secuencia. En este sentido, Giménez no escatima en recursos ya conocidos pero que refina y combina de manera magistral. La fragmentación de la imagen en numerosas viñetas con planos de detalle cuando quiere generar tensión dramática (plancha 35), los travellings atmosféricos y reflexivos, la repetición de viñetas con ligeras variaciones con las que congela el tiempo, muchas veces primeros planos del rostro de los personajes (plancha 36) en los que enfatiza su reacción emocional (plancha 12), la relevancia de un diálogo (plancha 21), de un silencio (plancha 5)... 

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A un nivel superior (nos hemos movido, más o menos, de trazo a dibujo, de dibujo a viñeta, de viñeta a secuencia de viñetas), está claro que Giménez también tiene muy presente la función de la página como unidad narrativa, y no es difícil aislar secuencias que comienzan en la primera viñeta de una página y terminan en la última, pero tampoco es raro que esta última viñeta, por la disposición de sus elementos, empuje nuestra mirada hacia la siguiente, salvo en casos en que el autor quiere marcar un punto y aparte. La obra se divide en cuatro capítulos y un epílogo, y en cada uno de ellos podemos distinguir también un tema principal: en el primer capítulo comienza el viaje de Hom junto al hongo, o lo que es lo mismo, la reacción antiética del individuo ante el temor de perder sus privilegios. El segundo capítulo ahonda en la relación que existe entre el poderoso y el subordinado y remarca la injusticia de la situación. El tercer capítulo supone un "flash back" que explica los motivos por los que Hom huye de su aldea y ejemplifica el surgimiento de la figura del líder y los subordinados, y cómo esta figura del más fuerte desequilibra la armonía del grupo. El cuarto capítulo pone por fin las cartas sobre la mesa y es un grito de justicia resuelto mediante páginas de una expresividad absoluta donde Giménez utiliza de nuevo todas sus armas de narrador para (con)vencer al lector. Por último, el epílogo supone tanto el regreso del héroe al hogar, tan caro al relato heroico (la recién adquirida sabiduría debe transmitirse al resto a los congéneres), como la advertencia de nuevos peligros en el horizonte. La lucha por la justicia no termina nunca, y el ansia de poder en el ser humano no se erradica con facilidad.

Quedan cosas en el tintero, y este texto explicativo no hace más que arañar la superficie de las resonancias morales y políticas del argumento y de los recursos como narrador de uno de los genios de la historieta mundial en uno de momentos álgidos. Casi nada. Saquen un par de horas de su ajustado tiempo, siéntense cómodamente, y lean o relean esta obra maestra del cómic. Porque es una experiencia intelectual y emocional, y porque la historia es cíclica y conviene estar preparados para cuando se repita.

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Creación de la ficha (2009): Alberto García, con edición de Oscar De Majo
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
ALBERTO GARCIA (2009): "Hom, en el lento morir de Franco", en Tebeosfera, segunda época , 3 (4-VII-2009). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 20/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/hom_en_el_lento_morir_de_franco.html