LA HISTORIA Y PERIPECIAS DE ANTONI BANCELLS EN EL MUNDO DEL TEBEO
JORDI RIERA PUJAL, TONI

Resumen / Abstract:
Retazos de la vida de un dibujante de la industria del cómic: Antoni Bancells. / Pieces of the life of an artist of the comic industry: Antoni Bancells.
Notas: Jordi Riera nos presenta unos apuntes autobiográficos de Antoni Bancells, frutos de la correspondencia mantenida con el autor, vía "e-mail", durante el mes de julio de 2014. A la derecha, el reporter Tribulete dibujado por Bancells.

LA HISTORIA Y PERIPECIAS DE ANTONI BANCELLS EN EL MUNDO DEL TEBEO

Hace algún tiempo, en ese lugar donde las risas y los sueños aventureros de los niños se vendían a porciones en forma de cuadernos y revistas, mandaba un rey. En los quioscos, y concretamente en la sección de tebeos, Editorial Bruguera utilizaba su poder “majestuoso” para intentar monopolizar todo el espacio disponible con sus cabeceras de siempre y con nuevos títulos en constante creación.  El problema de mantener tantas publicaciones en el mercado era el de casar cantidad con calidad.

En aquellos primeros años setenta, yo era un chaval que lo leía todo, desde la etiqueta con la composición de un refresco a las novelas de E. Blyton, revistas del corazón que pululaban por casa o relatos de E. A. Poe. Los tebeos, no podía ser de otra manera, también me los tragaba enteritos. Una de las grandes ilusiones de esa época era cuando me regalaban un álbum nuevo con motivo de alguna celebración familiar. Me gustaban las historias largas, sin el dichoso “continuará” de por medio: Gil Pupil·la (Gil Jourdan), Tintín, Astérix, Pere Vidal… Un día me regalaron el álbum El sulfato atómico, de Mortadelo y Filemón, y me divertí como un enano. El problema era leer esa serie en las revistas en historietas de pocas páginas. Algunas veces no estaban nada mal, pero otras muchas el dibujo no tenía gracia y a los relatos que contenían les faltaba chispa. ¿Qué le pasaba al tal Sr. Ibáñez que tenía estos bajones creativos?

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Dibujos de Bancells para la "factoría Disney".
 

En ese mismo periodo de tiempo, también leía las historietas de Walt Disney en revistas y álbumes. Algunas historias eran muy buenas, me encantaban las que protagonizaba el Tío Gilito. Mucho más tarde me enteraría de que muchas de ellas existieron gracias a un señor llamado Carl Barks.  Ya entonces tenía la certeza de que Disney era un estudio y me imaginaba a un nutrido grupo de autores, lápiz en mano, dibujando sin parar historietas en la soleada California. Lo que yo no sabía entonces es que diversos creadores trabajaban en la realización de dibujos para Disney al lado de mi casa. Barcelona fue la cuna de muchos dibujos del Pato Donald y cía. que iban destinados al mercado exterior.

El tiempo pasa y los chavales dejan de serlo, pero algunas preguntas pueden levitar en el aire esperando a ser respondidas. Hace unas semanas decidí contactar con el dibujante Antoni Bancells y le propuse una entrevista. Me interesaba conocer su experiencia como creador de nuevas series y también como “negro” en Bruguera. Por otra parte, también quería que me comentara su labor con los personajes de Disney a través de la relación que mantenía  con diversas agencias barcelonesas.  

Antoni Bancells i Pujadas (1949) es uno de nuestros autores de cómic más internacionales, pero eso lo saben pocas personas. La razón es que cuando se dibuja personajes creados por otro autor normalmente no se suele firmar los trabajos. Bancells, a lo largo de su carrera, ha realizado muchos cómics sin acreditar su firma.  Con los años, alguna cosa ha mejorado: Disney cambió su política editorial en los años noventa, y desde entonces sus nuevas historietas llevan el nombre del guionista y del dibujante.

En los años setenta, en el mundo del cómic se podía empezar a trabajar creando personajes e historietas  intentando labrarse un nombre en esa industria. De esa manera empezó Bancells, pero pronto decidió pasar a una segunda vía al dibujar las series creadas por otros autores. Una labor con menos reconocimiento, pero mucho más estable y tranquila económicamente hablando.

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Aún hoy en día, podemos encontrar en los quioscos obras del autor que firmaba como Toni en las revistas de Bruguera.  

El mundo del cómic —no olvidemos que es una industria— necesita los dos tipos de autores. La segunda vertiente implica una capacidad enorme de adaptarse a diferentes estilos gráficos. En el trabajo de Bancells se nota su dominio de los recursos técnicos, su alta capacidad para componer de manera brillante las viñetas y su interés en sacar la máxima expresividad posible de cada dibujo. En su labor profesional, quizá Bancells no tenga tanta libertad creativa como algunos otros autores de cómic, pero la que puede permitirse sabe utilizarla de una manera brillante.

Bancells, que vivió diez años en Dinamarca, sigue dibujando hoy en día cerca de su Alella natal. Últimamente ha tenido una alegría profesional: sus últimos trabajos para la revista Playmobil se pueden encontrar en los quioscos de nuestro país.

A través del intercambio de varios mails con Antoni la entrevista se ha reconvertido en unos interesantes y esclarecedores escritos de su puño y letra. Mi agradecimiento a este autor por  su cordialidad en el trato y su inmensa paciencia conmigo.

Les dejo con el maestro Antoni Bancells, con su historia, sus peripecias y con algunas anécdotas muy sabrosas del mundo del cómic.

Jordi Riera Pujal

 

1.      Rico y famoso

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  Una página de Mustafín publicada en DDT.

De jovencito conocí a algunos dibujantes de cómics. Eran unos tipos que solían vivir desahogadamente, eran libres, felices, y habían alcanzado la gloria. Yo quería ser uno de ellos, me sentía capacitado y dispuesto a luchar para convertirme en un artista rico y famoso y tener el mundo a mis pies. Además, los tebeos me apasionaban.

Corrían los años sesenta, la época dorada del cómic en nuestro país. Empecé mi vida como dibujante profesional en el año 1968... Me presenté en Editorial Bruguera varias veces con mis dibujos, hasta que se aburrieron de verme y me ofrecieron la oportunidad de crear un personaje.

Era la ilusión de mi vida y había triunfado... o eso creía. Después de pensarlo mucho nació Mustafín, que en principio iba a ir destinado a una revista llamada Gran Pulgarcito. Esta revista tenía un formato de cinco tiras (las otras tenían seis en aquellos tiempos) y también era de mayor tamaño. El personaje Mustafín empezó siendo un tipo larguirucho, hasta que decidieron pasarlo al DDT, una revista como las demás, de seis tiras. Esto me supuso un problema, ya que el protagonista rozaba el borde de la viñeta con la cabeza y no había espacio para los bocadillos... Entonces decidí cambiarlo y convertirlo en bajito y rechoncho. Hay quien dice que fue por otras razones, pero la realidad era ésta: tan sólo problemas de espacio.

2.      Me voy a marcar el paso

Después de un par de años con Mustafín y otro personaje: Sindulfo, el Terrible, me llamaron a filas (¡qué tiempos aquéllos!)... Desde las filas seguía dibujando y mandando mis dibujos, cosa que me permitía comer decentemente. Al terminar la mili me presenté lleno de ilusiones y energía a la editorial, sin saber que me habían preparado una trampa. Me sacaron casi a patadas, diciendo que mis personajes eran una birria, aunque tal vez me llamarían más adelante para ofrecerme algo... Deprimido, regresé a casa... Mi carrera artística y yo estábamos hechos pedazos, pero finalmente, después de unos días, sonó el teléfono.

3.      El Sr. Gutiérrez me engatusa

Me recibió el famoso Sr. Gutiérrez en persona (a quien le he cambiado el nombre) para proponerme entrar en nómina en la empresa, con sueldecito fijo, para ser entintador de Sanchís, que por aquel entonces dibujaba el personaje Anacleto. Vázquez había vuelto a desaparecer tiempo atrás, como hacía habitualmente, y no conseguían dar con su paradero.

No tenía otra cosa en mano, y con mis veintidós años, un saco de proyectos y mucho entusiasmo, mordí el anzuelo que me había tendido el maléfico Sr. Gutiérrez y acepté la oferta, pensando que en un lugar como aquél y con el tiempo me irían surgiendo oportunidades.

Una de las frases más conocidas de este hombre era: “Al dibujante hay que rechazarle sistemáticamente sus páginas cada seis o siete semanas, así mantiene su calidad”. Y cuando el pobre colaborador pasaba por caja, en vez de darle su dinero, le daban sus páginas de la semana anterior y se marchaba abatido y sin dinero, con la visión de la sonrisa malévola del pérfido Sr. Gutiérrez en la mente. Sé de lo que hablo.

Pero por aquel entonces yo ignoraba estas cosas y muchas más. Y así empezó mi periodo Bruguera, que duraría unos cinco años.

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  Las historietas de Pipo y Colás se publicaron en DDT y Mortadelo Especial.

4.      Voy trepando por el escalafón de los “negros”

Sanchís —un hombre que por aquel entonces pasaba ya de la cincuentena— y yo congeniamos rápidamente... Los “anacletos” iban viento en popa, y la vida en el departamento de redacción de la editorial era plácida y tranquila, aunque mi sueldo era pequeño y miserable. Creo que cobraba 11.500 pesetas al mes.

Las cosas empezaron a cambiar rápidamente gracias a Sanchís, que convenció al amable Sr. Gutiérrez, y éste me ofreció la posibilidad de dibujar El Reporter Tribulete (que en todas partes se mete) y Doña Urraca, además de unos personajes que me inventé: unos transportistas desastrosos y muy simpáticos llamados Pipo y Colás. Estos trabajos eran como colaboración; es decir, llegaba a mi casa y continuaba trabajando como un loco... Mi jornada laboral total era de doce horas diarias, pero ya ganaba una pasta respetable... por lo menos 20.000 al mes.

5.      El difícil mundo de los guionistas

No puedo dejar de contar una anécdota sobre los guiones de mis personajes y que yo inventaba. Había en la oficina una redactora con mucha experiencia y muy profesional, a quien también le cambiaré el nombre (la llamaremos Montse). Un día, Montse me ofreció la posibilidad de escribir guiones para otros dibujantes... Era algo que ella hacía, pero que en aquellos momentos le resultaba imposible por estar desbordada de trabajo. La oferta consistía en que yo debía escribir los guiones, que ella firmaría. El dinero sería para mí, pero el mérito para ella.

La proposición me pareció interesante, acepté y me convertí en un prolífico guionista. Era un trabajo fantástico que podía hacer en el tren, el metro o el autobús, y además de no entorpecer mi tiempo para dibujar, me permitía exprimirme todavía un poco más.

Unos meses después, el inteligente Sr. Gutiérrez me llamó a su despacho para decirme que mis guiones (Tribulete, Urraca y Pipo y Colás) eran un desastre... que yo nunca sería nadie en el mundo de los guionistas, y me aconsejó hablar con Montse, que era la mejor guionista de la editorial: ella podría ayudarme, darme consejos o incluso, si le pagaba, escribirme los guiones.

Hablé con Montse, y después de reírnos un rato, acordamos que ella firmara también los guiones de mis personajes. El jefe quedó muy satisfecho y convencido y ya no hubo más problemas.

6.      Crujidos amenazantes

Contaban que el conserje de Bruguera, ex guardia civil y cuyo nombre no logro recordar (le llamaremos Sr. García), subió un día alarmado al departamento de redacción, donde estaba situado nuestro estudio, para comunicar que se oían crujidos muy amenazantes en el techo, exactamente por encima de su cabeza. Justo en aquella parte estaba ubicada una cámara acorazada con una enorme puerta blindada, donde se guardaban miles de dibujos originales y que se iban acumulando, semana tras semana hasta alcanzar un volumen y un peso considerables. Evidentemente, el peligro venía de allí, y se decidió eliminarlo de cuajo.

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Un original mutilado de Cifré.  

Para ello se contrató a dos expertos que se dedicaron a fotografiar todas las páginas y convertirlas en fotolitos, unas hojas transparentes de celuloide de un tamaño de unos ocho centímetros de altura, más o menos. Después de algunos meses, el trabajo quedó terminado, y acto seguido, un batallón de inocentes secretarias se dedicaron a romper todas las páginas originales en cuatro pedazos y meterlas en sacos, en un proceso que duró varias semanas, para que pudieran ser convertidas posteriormente en humo.

Lo hacían ante nosotros, dejando el suelo amontonado de restos de páginas de los mejores dibujantes que habían pasado por Editorial Bruguera durante todos sus años de existencia, “mustafines” incluidos.

Estábamos horrorizados ante aquella atrocidad y queríamos salvar como fuera alguna parte de aquel patrimonio, sustrayendo alguna página para sacarla de allí, pero nos amenazaron si lo hacíamos, y cuando salíamos y cruzábamos ante el mostrador de conserjería, el Sr. García, emulando sus tiempos en la Benemérita, nos sometía a registros exhaustivos. Aun así, conseguimos rescatar algunas de ellas, pero la inmensa mayoría de aquel tesoro fue pasto de las llamas.

Contaban también, acerca del Sr. García, que fue sorprendido un día detrás del mostrador de conserjería con los ojos llenos de lágrimas, mientras se oían por toda la casa los estampidos de las botellas de champán, las celebraciones y las risas. Era la mañana del 20 de noviembre de 1975.

7.      La fábrica de “mortadelos”

Poco a poco, nuestro departamento iba creciendo con la llegada de chicos y chicas muy jovencitos, sin edad de trabajar, pero a quienes hábilmente se les falsificaba la fecha de nacimiento. Se había decidido crear un departamento de pasadores a tinta. Los dibujantes colaboradores entregaban su trabajo a lápiz, y los niños destrozaban impunemente sus obras... aunque poco a poco el nivel de calidad iba subiendo y los pobres colaboradores dejaron de protestar.

Pero la culminación del experimento fue la idea de dibujar los personajes de Ibáñez en el estudio. Hacer nosotros mismos el trabajo de Ibáñez, un hombre que por aquel entonces andaba sobresaturado de trabajo. Después de varios intentos fallidos, se me ocurrió proponer un sistema para conseguir el máximo parecido posible con el estilo Ibáñez: calcar sus propios dibujos. Parece tonto, pero no se le había ocurrido a nadie.

El éxito fue espectacular, y la editorial contrató a más dibujantes. Llegamos a ser más de veinte personas, y el pequeño estudio se convirtió en una factoría. La editorial vendió un montón de revistas, y ni tan siquiera me dieron las gracias.

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Algunos miembros de la "fábrica" alrededor de la "máquina de calcar".

8.      Abuelito, dime tú

Por aquel entonces, yo ya me había dado cuenta de que mi futuro debía dirigirse hacia otros caminos y me limitaba a dejar pasar el tiempo y pasarlo lo mejor posible. Para ello, el estudio, con tanta gente joven y alegre, ofrecía grandes posibilidades... Yo también lo era en aquella época. Se trataba de trabajar poco y reír mucho.

Un día, a través de otro departamento, me llegó la oportunidad de colaborar en las revistas y libros de Heidi, Marco y El perro de Flandes, series de televisión que provocaban admiración y lágrimas de emoción por todo el país. El gran Jan era quien había iniciado estas publicaciones, pero, como Ibáñez, se encontraba desbordado de trabajo y no podía con todo.

Colaboré con estas revistas, que eran semanales, viéndome obligado a dejar mis otros personajes en la cuneta, pero los precios de las páginas, tres veces superiores, mandaban.

9.      La locura de la tele

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  Una página de Marco (Bruguera, 1976).

En las revistas Heidi, Marco y El perro de Flandes había que reproducir el capítulo que había sido emitido anteriormente en televisión, y éste debía ser un proceso lo más rápido posible. No se disponía de ninguna documentación sobre este capítulo, aparte de un guión que nos proporcionaba TVE... un guión destinado a los dobladores, que era un auténtico galimatías y en el que tan sólo se podían leer los textos, pero desde donde era imposible averiguar o entender las situaciones.

Pongamos un ejemplo... En un texto podías leer algo parecido a esto: “Hola, Amedio, mira... Uy... ¿Qué haces? ¡Ja... ja... ja...! ¡No lo vuelvas a hacer! ¡Ay! ¡Uy!... Hola, señora”... y así podríamos seguir. (¿Y de qué señora estábamos hablando?) ¡Había que conocer y recordar a esta señora para poder dibujarla! Para ello era imprescindible ver el episodio en la tele y fotografiarlo. En aquellos tiempos no existía el vídeo y no nos suministraban ninguna clase más de información. Si por la razón que fuera no podías visionar el episodio, estabas acabado.

Luego había que llevar a revelar el carrete fotográfico a toda velocidad a un fotógrafo que me daba prioridad absoluta y cruzar los dedos para que las fotos fueran aprovechables en su mayoría... Normalmente, de las treinta y cinco iníciales (ya que el carrete no daba para más), se podían utilizar unas doce o trece. Seguidamente había que ponerse a trabajar con ello inmediatamente y entregar las páginas en una semana. Una locura, no apta para cardíacos.

10- Noticias de Disney

Esto duró un par de años... Un día recibí una llamada de la agencia Bardon Art para probar con Disney. El asunto terminó por funcionar bien, y finalmente decidí abandonar Bruguera. Fue más o menos en 1978, en una época en la que ya el tambaleo de la gigantesca empresa hacía presagiar un final dramático.

Después de una divertida bronca con el mítico Sr. Gutiérrez, abandoné aquella casa, dejando atrás un montón de buena gente y algún que otro enemigo de poco calado. Me esperaban Mickey Mouse y la editorial Egmont, que por aquel entonces se llamaba Gutemberghus. Los viejos tebeos de Bruguera iban a pasar a la historia y me iba a integrar al moderno y flamante  mundo internacional.

Desde entonces, después de más de treinta y cinco años, el terrorífico Sr. Gutiérrez sigue presente en mis pesadillas.

11- Las largas garras del Sr. Gutiérrez

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  Original del autor para el editor Egmont, 2009.

Salí de Bruguera junto con tres compañeros más, Sanchís entre ellos. En la empresa se pusieron inmensamente felices, ya que necesitaban desprenderse urgentemente de nóminas, y nos allanaron el camino. Nos ofrecieron, entre otras cosas, continuar nuestra colaboración como “mortadeleros”, y ello para nosotros era una garantía de algo seguro en unos momentos en que íbamos a enfrentarnos a un mundo desconocido. Yo, particularmente, tenía mis Mickeys, pero estaba empezando con ellos y tenía todavía algo de inseguridad y canguelo.

Después de unos meses me entraron deseos de reencontrarme con Mortadelo, a quien con el paso de los años le había cogido cierto cariño. Dibujé (con guión incluido, como siempre) un cómic de seis páginas y lo entregué. Pasada una semana me lo devolvieron por falta de calidad... La garra larga y afilada del implacable Sr. Gutiérrez actuaba de nuevo, y mi ingenuidad me había gastado una mala pasada. Hablé con un ex compañero “mortadelero” que todavía trabajaba en la editorial y le propuse que él entregara de nuevo mis páginas como si fueran suyas y repartiríamos el dinero, mitad y mitad. Dejó pasar un par de semanas y lo entregó sin tocar ni una línea. El trabajo fue aceptado, se cobró y repartimos el dinero. Así funcionaban las cosas... Fue el último Mortadelo que dibujé en mi vida.

12- Patos y ratones

Gutemberghus era una empresa danesa que editaba los cómics del Pato y el Ratón por toda Europa, y en aquellos momentos andaban desesperados buscando gente. Hay que tener en cuenta que en los años setenta los cómics funcionaban de maravilla, los dibujantes teníamos muchas alternativas e incluso nos podíamos permitir el lujo de mandar a tomar viento a cualquier editor.

Los daneses eran muy exigentes y, como buenos daneses, muy cuadrados. Pagaban bien y eran muy formales, pero adaptarse a sus normas no era un asunto baladí. Es por ello que tenían muchas dificultades para encontrar dibujantes que pudieran doblegarse como la plastilina.

Cuando recibí la llamada de Bardon, todavía en mi etapa Bruguera, para hacer una prueba de Disney, era debido al hecho de que estaba a punto de caer una visita del jefazo danés a la agencia. En la agencia me advirtieron que había que tener mucha paciencia con él, pero yo era un hombre curtido, y después de haber tratado con el despiadado Sr. Gutierrez, el resto del mundo me daba risa. No obstante, Mr. Kurt Smed era un hueso duro de roer. Bajaba de su querida Copenhague a Barcelona dos veces al año para leerles la cartilla a los dibujantes y de paso, si se podía, reclutar nuevos valores para engrosar las filas disneyanas. Allí estaba yo, ante aquel hombre, un tipo tranquilo de mediana edad y que emanaba seriedad por los cuatro costados, en un despacho de Bardon y con traductora entre ambos. No sé por qué, pero nos miramos a los ojos y nos caímos bien.

13- La cueva del terror

En aquellos tiempos era muy normal que los dibujantes se reunieran en un estudio. No importaba si sus trabajos eran iguales o trabajaran para diferentes editoriales o agencias. Lo importante era no estar solo en casa, sea por cuestiones familiares o para poder triunfar o llorar, junto con sus compañeros de fatigas, en momentos puntuales... o tal vez para no sentirse marginado y terminar hablando con el gato.

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Bancells en su juventud.  

Nosotros, al salir de Bruguera alquilamos un pisito y nos instalamos en él. Éramos cuatro personas, Sanchís incluido, ya que, como he dicho anteriormente, también había abandonado el barco. Teníamos cuatro proyectos distintos, y tan sólo coincidíamos en una cosa: nadie limpiaba nada. Después de un año, la mierda dominaba el panorama de una forma alarmante... Nosotros estábamos acostumbrados y éramos felices en aquel mugriento agujero, pero cuando recibíamos alguna visita podíamos ver cómo se le desencajaba el rostro... El olor intenso a tabaco rancio y el polvo acumulado hacían cada vez más difícil la supervivencia, y además, como solía ocurrir en todos los estudios, los pequeños problemas y las pequeñas manías personales iban acrecentándose con el paso del tiempo.

Había discusiones por diversas cosas, entre ellas por la música que queríamos oír. A mí me gustaba el rock, y a Sanchís, las marchas militares, y también habíamos organizado turnos consecutivos para darle la vuelta al disco. Estos turnos se saltaban sin ninguna clase de escrúpulos, así como el orden correlativo de la música. Pink Floyd era sustituido por Barras y Estrellas sin contemplaciones.

También las visitas femeninas, que complacían a uno y molestaban al resto, eran otra fuente de problemas, y si estas visitas se producían fuera del horario laboral, al día siguiente te podías encontrar con todas las mesas revueltas y tus páginas desparramadas por el suelo. Finalmente, como solía ocurrir en la mayoría de los estudios conjuntos, cada uno terminaba largándose a su casa. Allí, ante ti mismo, las cosas cambian. Si vives solo, te aburres desesperadamente, y si vives en pareja, ésta acaba por abandonarte, cansada de tener una estatua en un rincón.

14- El dibujante siempre pringa

Bardon Art era una agencia como otras muchas en Barcelona, una ciudad que en aquellos años era el centro absoluto del cómic en España. Pero ¿cómo funcionaban las relaciones dibujante-agencia-cliente?

Había muchos tipos de agencias. Las que yo conocía en aquella época funcionaban de la siguiente forma: las editoriales, y Gutemberghus en aquellos momentos no era una excepción, gustaban de centralizar habitualmente todas sus demandas en un solo punto para facilitar sus contactos con los dibujantes y así tenerles a todos controlados; por lo tanto, la agencia ejercía de muro infranqueable entre los de arriba y los de abajo; a cambio, se quedaba con un porcentaje de un veinticinco por ciento (a veces más, nunca se podía saber), traducían tus guiones, criticaban tu trabajo para que el cliente no recibiera porquería y hacían de carteros, mandando y recibiendo tus cosas.

15- Hasta aquí correcto, pero...

En teoría, los agentes eran tus representantes, y esto, también en teoría, les obligaba a protegerte y salvarte la vida si las cosas se ponían feas... pero cuando esto sucedía, si tenían algo a mano te lo daban, si no, lo que te daban era una buena patada al culo y se quedaban tan frescos. Además, los contactos con tu cliente eran siempre en presencia de gente de la agencia, y tenías absolutamente prohibida cualquier relación personal con la editorial... Si la había por alguna razón, te arriesgabas.

Otra cosa era el territorio económico: en mi caso, nunca dejé de cobrar puntualmente, pero las cosas no siempre eran así, y conocí a gente que no cobraba cuando debía o no cobraba nunca. Debo decir que éste no era el caso de Bardon Art.

16- Firmar tus trabajos

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  Tebeos Disney publicados en Japón.

Una cosa que despierta la curiosidad de la gente es el hecho de que aparezca, o no, tu nombre en tus dibujos... En mi caso, este hecho nunca me ha preocupado demasiado. Yo firmaba, encantado de la vida, mis páginas de Mustafín, Pipo y Colás o Sindulfo. Eran mis creaciones y estaba orgulloso de ellas, pero nunca me hubiera parecido lógico firmar las páginas de Mortadelo, Tribulete o Mickey Mouse, ya que eran obras de otros autores (y en la mayoría de las ocasiones tampoco me lo hubieran permitido).

Yo me limitaba a copiar un estilo y unos personajes que no eran míos, en esto consiste mi trabajo, así lo entendía y así lo sigo entendiendo. Es una opción que escogí hace ya un montón de años; la opción de trabajar con personajes ajenos, buscando así una cierta seguridad.

17- El autor es el autor

Lo que ocurre es que con el tiempo te vas encariñando con el personaje de turno... Poco a poco vas introduciendo tu estilo y tu manera de hacer a tus páginas, el cliente se va acostumbrando y lo va aceptando, y al final llegas a creer que eres el autor de la obra, que gracias a tu toque sin igual, aquello que haces tiene tu sello personal e intransferible... Vamos, que tú no perteneces al personaje, sino que el personaje te pertenece a ti.

Nada más lejos de la realidad. Aquello es de otro autor, y aunque aparezca tu nombre en la revista, nunca vas a ver ni un euro por muchas reediciones que se hagan de tus dibujos... Si así fuera, yo ahora mismo estaría escribiendo estas líneas desde la cubierta de mi yate, y éste no es el caso.  Quien se lleva el dinero siempre es otro, normalmente el cliente, y cuando se cansa de tu maravilloso estilo, adiós.

18- El guionista literato

Ya que fui guionista una larga temporada, me voy a permitir hacer unos pequeños comentarios sobre un tipo de guionista cada vez más abundante. Es un personaje muy peligroso para el dibujante y le llamaré: el guionista literato. Puede trabajar en nómina en las editoriales, a veces es un redactor camuflado, o en ocasiones va por libre. Este tipejo es alguien con aspiraciones de escritor y que utiliza el cómic como un escalón intermedio entre la nada y la literatura. Suele durar poco, hasta que termina escribiendo un libro que no se vende o se deshacen de él... siendo rápidamente sustituido por otro sujeto de idénticas características.

A los dibujantes nos suele importar poco la calidad literaria del guión: no es cosa nuestra... pero sí que nos importa el hecho de poder dibujarlo, y esto a veces se pone muy complicado, especialmente cuando se cruza en tu vida un guionista literato que nunca ha leído un cómic, porque no le gustan los cómics y se empeña en escribir novelas en lugar de guiones de cómic.

19- Sopa de letras

Sus obras son fácilmente reconocibles: largos textos para las viñetas, que ocupan grandes espacios, y a menudo con peticiones irrealizables o poco gráficas... en algunas ocasiones con extensas e inútiles explicaciones y en otras con escasas descripciones de ambientes o situaciones... Eso sí, todo ello aderezado con numerosos y enormes bocadillos; eso le hace sentir como pez en el agua.

Si además a todo esto le añadimos una traducción mediocre, el caos está garantizado.

También suelen ser peligrosos los flamantes redactores novatos que se dedican sistemáticamente a corregir cosas para demostrar que sin su necesaria presencia todo se iría al garete. De los unos y de los otros, líbranos, Señor... aunque, desgraciadamente, suelen ser personajes muy comunes y enemigos tenaces de los dibujantes.

20- Regreso al pasado

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  Plancha de Bancells copiando el estilo de Paul Murry, 1983.

Cuando empecé en Gutemberghus, allá por el año 78, la empresa exigía un estilo clásico y anticuado, más de los años cuarenta que del tiempo en que vivíamos... El mundo internacional no difería demasiado del de Bruguera, incluso era peor. Se trataba, en el caso de Mickey Mouse, de adaptarse lo máximo posible al dibujo de Paul Murry, un artista americano nacido en 1911. Te inundaban de fotocopias de sus dibujos, te machacaban el cráneo y exigían que fueras un clon de Murry. Todavía conservo algunas de aquellas fotocopias, y me siguen horrorizando. Debo confesar que estas normas me causaron una gran decepción y, evidentemente, no me encontré con la modernidad que esperaba, sino todo lo contrario.

Los dibujantes que se dedicaban al Pato Donald debían igualmente imitar, en este caso, a Carl Barks, otro gran dibujante, nacido en 1901. Todo ello me recordaba la experiencia de los mortadelos. Eso sí, en el caso de Mickey, un Mortadelo con orejas grandes, rabo y absolutamente vintage.

21- Un mundo antediluviano

A veces, en las reuniones te mostraban cómics amarillentos por el paso de los años, poniéndolos como el ejemplo de sus anhelos. Barks y Murry eran el estandarte de Gutemberghus, y había que seguirlos a rajatabla. Con todo mi respeto y admiración a estos grandes artistas, creo que el tiempo pasa para todo... A mí me encantan los automóviles de los años cuarenta, pero si debo comprarme un coche, lo prefiero del siglo XXI, y creo que el resto de la gente opina lo mismo. No obstante, la cosa funcionaba así y funcionaba bien, y cuando algo funciona bien, no se toca.

Ya en los noventa se impuso la línea italiana, sobre todo en los “Pocket Books” o minilibros en los que yo me movía. Tuve que cambiar mi estilo de nuevo para adaptarme a esta línea. Me lancé a por ello y lo conseguí. En la actualidad, y desde hace ya algunos años, los artistas de Disney gozan, afortunadamente para ellos, de una absoluta libertad de movimientos en cuanto al estilo.

22- Un gran tipo

El bueno de Mr. Kurt Smed se enamoró locamente de una alemana muy jovencita a quien llegué a conocer... Se fue con ella a aquel país, pero parece ser que antes montó algo muy gordo en la editorial y lo echaron con cajas destempladas. Nunca he sabido exactamente qué ocurrió, y hubo muy pocas personas fuera de aquella casa que lo supieran, pero su recuerdo quedó borrado para siempre de la memoria de Gutemberghus, y su nombre pasó a ser impronunciable en cualquier reunión. Prohibido preguntar. Murió, creo que muy feliz, algunos años después.

Después de él conocí a diversos mandamases que seguían con sus viajes a Barcelona, unos viajes a veces algo misteriosos y secretos, en algún caso con juerga incluida, pero nunca hubo nadie más con la clase y la sabiduría de Mr. Kurt Smed.

23- Corren malos vientos

Han pasado más de cuarenta y seis años desde que cobré mi primer trabajo y, como se puede uno imaginar, podría seguir escribiendo sin parar... tanto tiempo da para mucho. Con el paso de los años, la rutina diaria y el hecho de trabajar sólo en casa y con los mismos personajes durante largos periodos de tiempo (esto, si hay suerte) acaban por aburrir, algo que a mí también me ha ocurrido, y es por ello que he dado muchas vueltas, a veces por necesidad y otras por capricho. He conocido otras agencias, otras editoriales, otra gente, y he tenido grandes satisfacciones y grandes fracasos, como le ocurre a la mayoría de la humanidad.

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Dibujo para Playmovil Magazine, 2009.  

La mayor parte de estos años, más de treinta, los he pasado con Mickey y Donald. Hace unos años dejé de hacerlo. Egmont tuvo un bajón terrible de ventas, y las cabezas pensantes de la casa decidieron borrar del mapa a un montón de dibujantes, redactores y guionistas. Las ventas de cómics habían descendido hasta tocar la línea roja y para sobrevivir había que soltar lastre, y lo hicieron sin demasiadas contemplaciones. Afortunadamente, se veía venir desde hacía varios años y me pude preparar con tiempo.

24- Conversando con Mickey

En estos momentos colaboro con diversas editoriales alemanas a través de la agencia Comicon, con la que mantengo una excelente relación. Entre mis trabajos actuales se encuentran la revista Playmobil (los muñecos de plástico) y otros personajes y revistas que ocupan todo mi tiempo.

Han sido muchos años gastando lápices y escuchando música en la soledad de mi estudio, y finalmente he terminado teniendo grandes e interesantes conversaciones con mi gato, que se llama Mickey, y tan sólo espero que mi mujer me siga soportando muchos años más.

Antoni Bancells
 

       

Creación de la ficha (2014): Antoni Bancells y Jordi Riera. Revisión de Alejandro Capelo y Héctor Tarancón. Edición de Antonio Moreno. · Datos e imágenes tomados de ejemplares originales, de El rincón de Mortadelón, de Artcómics, etc.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Jordi Riera Pujal, TONI (2014): "La historia y peripecias de Antoni Bancells en el mundo del tebeo", en Tebeosfera, segunda época , 12 (15-IX-2014). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 20/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/la_historia_y_peripecias_de_antoni_bancells_en_el_mundo_del_tebeo.html