LA ÚLTIMA BATALLA DE ERNIE PIKE
HUGO MONTERO

Resumen / Abstract:
Una década después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la sensibilidad de Héctor Oesterheld y el talento de Hugo Pratt coincidieron en una de las sagas épicas más importantes del cómic argentino. Ernie Pike, el cronista que contaba las pequeñas historias que quedaban tendidas en el campo de batalla. / A decade after the end of World War II, the sensitivity of Hector Oesterheld and talent of Hugo Pratt agreed on one of the most important Argentine comic epic sagas. Ernie Pike, the chronicler who told little stories that were lying on the battlefield.
Notas: Texto publicado originalmente en el número 37 de la revista `Sudestada´, recuperado y ampliado posteriormente para su inclusión en el libro `Oesterheld. Viñetas y revolución´ (Editorial Sudestada, 2014).

LA ÚLTIMA BATALLA DE ERNIE PIKE

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Arranque del episodio "El centinales de Ernie Pike, publicado en Hora Cero Semanal nº 13 (27-XI-1957).

“Tengo que contarle algo. Un relato que hay que difundir, para que el mayor acto de coraje que he visto en toda la guerra no sea conocido tan solo por unos pocos… Un relato en el cual se demuestra que el hombre, el hombre verdaderamente humano, no tiene bandera. Es la historia del gesto de un soldado enemigo, señor Pike”. Dos siluetas sombreadas, una taberna en medio de la nada: un pueblito francés arrasado por la aviación alemana. Un viejo campesino, comandante de los guerrilleros maquis, tiene una historia para contar. Del otro lado de la mesa, un corresponsal de guerra que escucha. Escucha todo desde el principio. Una historia, un relato mínimo de hombres atravesados por la guerra. Una nena francesa, Clodia, y la amistad que cosecha por azar con un centinela alemán, el soldado distinguido Helmuth Gruber, apostado en las puertas de un viejo castillo ocupado por los nazis. Un vínculo extraño, la nena que intenta alimentar a los gatos de la torre y el soldado que la ayuda. Cada día, un saludo, una breve conversación, la soledad de la guardia. “Entre los nuestros, Clodia, hay muchos buenos y muchos malos, al igual que entre los tuyos… Tú eres buena, lo sé. Igual que una niña que conocí en Alemania”, explica él. Ella lo prueba, y lanza su muñeca al río: el soldado baja por la pendiente al rescate. No espera la trampa, la herida, la emboscada, la captura. Clodia tampoco advierte el plan de su tío, le reprocha haberla engañado a ella también: “Sí Clodia, soy malo… Pero lo soy para que mañana no tengas que serlo tú”, explica el viejo Planeta, en plena retirada. Al soldado Helmuth Gruber se lo llevan prisionero a las cuevas, al refugio que los maquis han montado para atender a sus heridos. Pero algo sale mal. Una distracción, algunos golpes, un rifle al alcance del nazi, y los cazadores ahora son presas. El soldado escapa por el bosque y lleva a Clodia como rehén. En la marcha, se detiene, se despide de ella, le comenta que le recuerda mucho a otra niña, Gretchen. Le muestra su foto. Y se va. Se enfrenta a sus superiores, entusiasmados por la chance de conocer la ubicación precisa del refugio de esos malditos maquis. Pero el soldado no dice nada. Nada. Sabe las consecuencias de su silencio. Pero su silencio vale la vida de Clodia, y vale también la vida de su hija Gretchen, allá lejos, en Hamburgo. 

“El centinela” es el nombre de esta historia, al menos en la versión publicada en España.

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El soldado alemán se despide de Clodia, recuerda a su propia hija y se va.

Quién sabe si es cierta la leyenda aquella que señala que Pratt se molestó con esta historia porque dejaba bien parados a los alemanes, y la dibujó a disgusto. No parece. La historia es de lo mejor que acuñó la dupla Oesterheld-Pratt. Camina por el contorno de la perfección, pero también sintetiza la calidez de la saga y de su protagonista. Ernie Pike, un corresponsal de guerra asqueado de la hipocresía de los uniformes, resuelto a romper con los panegíricos de gloria, relata en sus apuntes historias mínimas, la de soldados que, en medio del barro y la desesperación, buscan un resquicio de dignidad. Son hombres anónimos y están allí para matar y para morir, pero también son trabajadores, granjeros, médicos, estudiantes. Ellos son los protagonistas de las crónicas de Pike, el punto más alto en la historia del cómic argentino.

En la saga, los hombres son hojas al viento, marionetas de un titiritero sangriento llamado guerra. A contramano de la demonización de alemanes y japoneses, Oesterheld rescata los gestos humanos atravesando los bandos en pugna: imposible olvidar ahora a ese puñado de soldados brasileños que, atrapados por una patrulla nazi, aguardan en fila el balazo final, fusilados uno a uno en la nieve, antes de confesar cualquier dato sobre las tropas aliadas; como tampoco al guerrillero maquis Denis, que es abatido en su bautismo de fuego en pleno sabotaje de un tren, y todo por intentar impresionar al líder de la resistencia... “Cada hombre realiza su propio combate, tanto en la paz como durante la guerra. El resultado de este combate se conoce al morir, pues, según como se muere, se es vencedor o vencido. El cabo Mark Lenner, el teniente Bridge y todos los componentes de la patrulla fueron auténticos vencedores”, anota en su libreta un adusto Pike, saliendo casi del cuadrito final de “La patrulla”. En esa aventura, ambientada en Nueva Guinea, una patrulla australiana huye del ataque japonés en busca de la costa, a la espera del arribo de un barco salvador. Pero la patrulla es devastada y la ayuda nunca llega. Sin embargo, en mitad de la tragedia, a segundos del final inexorable, un par de hombres resuelve preservar la ilusión de uno de los sobrevivientes, ciego por una explosión, en un gesto que invade de humanidad la última página. Una historia que se repite sin happy endings y sin vencedores, ni buenos ni malos, ni banderas ni razas; apenas hombres lanzados a la muerte con un fusil en la mano ante el abismo del único enemigo “odioso, cruel e infame, más que cualquier otro: ¡la guerra!”.

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Página final de "La patrulla".

Para desarrollar su personaje, Oesterheld se basó en el trabajo de un verdadero cronista de guerra, de nombre Ernie Pyle, que recorrió varios frentes de batalla durante la Gran Guerra y dejó su impronta en la prensa estadounidense hasta pocos días antes del armisticio, cuando el disparo de un francotirador japonés lo abatió en una isla, al norte de Okinawa. “Estaba perplejo. ¿La guerra era un espectáculo o no? Uno podía ver auténticas tragedias, un heroísmo inaudito y también, casi siempre, un telón de fondo cómico. Pero cuando tomaba mi pluma para dar testimonio fiel, lo que debía relatar era el sufrimiento de los hombres en el frente que deseaban estar en otra parte; mientras otros, en la retaguardia, en puestos banales, sufrían por no poder estar en el frente; todos tenían una desesperada necesidad de hablar con alguien: no había mujeres frente a las que comportarse como un héroe, no había vino, ni aún menos canciones; hacía frío, iban sucios… Queda claro que el drama existía, y también la aventura”, escribe Pyle.

Según el escritor John Steinbeck, el autor de Viñas de ira, el trabajo de Pyle en el frente era ocuparse de aquello que los grandes diarios eludían en sus informes: “Hay dos guerras, y no tienen gran cosa en común. Está la guerra que comporta mapas y movimientos de tropas, campañas, ejércitos, divisiones, regimientos y teorías balísticas: esa es la guerra de los generales. Después está la guerra de los soldados, presa habitual de la nostalgia y el agotamiento, que a veces tienen gracia y a veces se dejan llevar por la violencia, de los soldados que se lavan las medias en el casco, que protestan por la rutina, que le guiñan el ojo a las chicas y que cumplen con dignidad, valor y una cierta dosis de humor, la tarea más repugnante que el mundo haya conocido. Ésa es la guerra de Pyle”[1].

Parafraseando a Steinbeck, esa también es la guerra de Pike, la guerra que le interesa registrar a Oesterheld. La guerra de los márgenes de los libros, la que protagonizan soldados que luchan por su compañero de trinchera, hombres para quienes la patria es una abstracción inasible, porque su patria es el otro, el de al lado. Por el compañero los cobardes son capaces de avanzar un paso, por el otro pueden realizar actos heroicos, impensados segundos antes, cuando el miedo los domina y la artillería los paraliza.

Para definir los rasgos del personaje principal, Oesterheld sugirió retratarlo como un tipo simpático, noble, buenazo, y terminó la nota dirigida al dibujante con un comentario divertido: “Bah, hacelo como yo”[2]. Pratt se tomó muy en serio esa recomendación: vistió al propio Oesterheld con una gorrita militar y utilizó su rostro para inmortalizar a aquel cronista que iba por las ruinas de una guerra que dejaba cientos de historias para apuntar en su libreta.

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Héctor Germán Oesterheld hacia 1957, caracterizado como Ernie Pike.
Imagen de H.G.O. (1999) de Víctor Baylo y Daniel Stefanello.

Pratt terminó ilustrando 34 episodios y fue la oportunidad de volcar por primera vez todos sus conocimientos en una historieta hecha a su medida. La guerra vista como nunca: no la guerra de los prolijos uniformes, de las órdenes firmadas por los generales. No, la guerra de Pratt es la otra. La de las sombras de la noche, la de soldados demacrados por sus miedos, sucios de trinchera y hambre. La de las explosiones que desgarran en serio, la de los disparos que atraviesan la carne. Incluso, los sonidos de la guerra de Pratt son diferentes, porque cambió para siempre la banda sonora de la historieta, como bien apunta Fontanarrosa: “Los disparos no sonaban bang-bang como en todas las otras historietas que yo había leído. En las tiras de Pratt los rifles sonaban con un crak-crak-crak seco, corto y novedoso. Tiempo más tarde, en mi vida no muy aventurera, me tocó escuchar disparos reales de armas de fuego y sonaban así, con la onomatopeya acuñada por Pratt, crak-crak, como martillazos sobre una chapa. Sin duda, a Hugo le desvelaba ser fiel a esos sonidos, y aguzaba el oído para decodificarlos”[3].

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El seco crack-crack-crack de los rifles en "Francotiradores".

Uno de los pilares de Ernie Pike fue la documentación. Y el secreto del detalle de aquellos uniformes, armas, secuencias tenía como raíz a la redacción de Il Gazzetino de Venecia. De allí Pratt sustrajo (“me afané”, confesó sin pudores y en un criollo impecable) una valija con centenares de fotos de guerra, registradas durante la ocupación inglesa y americana. Ahí estaban a la mano, instantáneas que eran alimento para la ambientación precisa y devastadora de Pratt, pero también para la imaginación de Oesterheld. “Las fotos, sí, son mi técnica. Con cualquier foto a la vista uno puede escribir un guión. Me acuerdo de la foto de una mula muerta. Me preguntaba qué fue o qué pasó para que la mula muriera. A lo mejor, la mula ni aparece en el relato. Pero es un método de trabajo, de hacer aflorar la inspiración. Es una receta, ¿eh? No debería pasarla, pero… Hace poco vi cuadros de la Guerra de Secesión, de los combates del Norte contra el Sur. No había un solo cuadro que no contuviera, en potencia, una historia. Ni uno”[4].

Amigo y biógrafo de Pratt, el francés Dominique Petitfaux, insiste en esfumar la frontera entre el guionista y el dibujante. Anota, por ejemplo, que el reparto del trabajo entre ambos fue “confuso”, y hasta dice que Pratt participó en algunos guiones. Además, sostiene de modo temerario y sin proponer una sola fuente confiable, que Hugo escribió cinco de las aventuras del corresponsal, entre ellas dos de las más famosas: “Tarawa” y “Los diecisiete de la nieve”. Habrá que desconfiar de Petitfaux porque su admiración por Pratt lo lleva incluso a un ninguneo absurdo con el hacedor de aquella serie extraordinaria, en el prólogo de la edición de Norma: “El tema del silencio es muy importante en Ernie Pike, y cuando uno descubre las largas secuencias mudas de las obras posteriores de Pratt, resulta fácil adivinar que esas viñetas sin texto son obra del dibujante, deseoso de compensar los bellos pero largos diálogos –y los recitados, a veces inútiles– del guionista. Si el silencio que sigue a Mozart es Mozart, el silencio que sigue a Oesterheld es de Pratt”[5]. El comentario es malicioso porque le otorga a Pratt las virtudes de un recurso narrativo que es propio de Héctor: como en ninguna otra historieta, en Ernie Pike el argumentista apela a la acción cruda y continua, se apoya en el relato oral que desanda cada episodio, y disminuye los textos de un modo considerable, si se la compara con sus trabajos de esta etapa. Por otra parte, no quedan dudas: es en Ernie Pike donde es posible vislumbrar a Oesterheld, con sus dudas y sus certezas, con sus principios y sus temores. Se trata de la historieta que mejor lo define, aquella donde se atraviesan los tópicos de su obra (la amistad, el sacrificio, el miedo) empujados al extremo por la guerra, ese arquetipo amplificado que exige del hombre común una respuesta de vida o muerte ante lo extraordinario que lo rodea.

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El dramático silencio en "El fusilamiento".

Después de todo, Héctor se encargó de destacar desde siempre el aporte de Pratt en la historieta, pero remarcando también los roles de cada quien: “Ernie Pike muestra a dónde puede llegar la colaboración estrecha de argumentista y dibujante: el personaje y las aventuras las creo yo, es cierto, pero también es verdad que en el proceso de creación tengo en todo momento presente lo que Hugo hará después: pienso en un guerrillero italiano y no pienso en un guerrillero cualquiera. Pienso en un guerrillero que Hugo pueda llegar a dibujar”[6].

En estos tiempos de guerras televisadas en directo y transmitidas por corresponsales que hablan desde la habitación de un hotel, donde apenas se vislumbran por la pantalla de CNN destellos verdes y ráfagas distantes en la noche, y donde el trabajo de los cronistas se reduce a reproducir informes oficiales, las crónicas de Pike nos recuerdan, por si acaso alguna vez lo olvidamos, la extrema fragilidad del hombre que, ante el peor de los escenarios posibles, elige convertirse en héroe cuando salva a un amigo, cuando rescata de entre los escombros de la miseria un luminoso retazo de dignidad.

 

 

NOTAS

[1] César Vidal, “El corresponsal más leído”, El mundo, 25 de noviembre de 2001.

[2] “Mis cien personajes y yo”, Siete Días, 23 de septiembre de 1974.

[3] Roberto Fontanarrosa, “El impacto que me marcaría para siempre”, Ticonderoga, Biblioteca Clarín de la historieta, 2004.

[4] Guillermo Saccomanno y Carlos Trillo, “El (¿último?) gran reportaje”, Oesterheld en primera persona, La bañadera del cómic, 2005.

[5] Dominique Petitfaux, “Para acabar con un malentendido”, Ernie Pike, Norma, 2003.

[6] Héctor Oesterheld, “Cómo nace un personaje de historieta”, Dibujantes, julio de 1957.

Creación de la ficha (2015): Hugo Montero. Edición de Félix López. · Datos e imágenes tomados de un ejemplar original
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
HUGO MONTERO (2015): "La última batalla de Ernie Pike", en SUDESTADA, 37 (9-IV-2015). Asociación Cultural Tebeosfera. Disponible en línea el 19/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/la_ultima_batalla_de_ernie_pike.html