LOS ÚLTIMOS 15 AÑOS DE LA HISTORIETA ARGENTINA
ANDRÉS ACCORSI

Resumen / Abstract:
Mientras se acerca a su centenario, la historieta argentina lleva varios años tratando de recuperarse de la crisis más profunda de su historia, lógico -pero no por eso menos abisal- correlato de la crisis que sacudió al país en el inicio del nuevo milenio. El colapso del 2001-2002 puso fin a una década de importante transición, con fenómenos, búsquedas y hallazgos muy propios. Esta es apenas una mirada excesivamente cercana a lo que fueron. / While it comes closer to its centennial, the Argentinean comic already for several years it is being about recovering of the deepest crisis in its history, logic -but not for that reason less abyssal- consequence of the crisis that shook to the country in the beginning of the new millennium. The collapse of 2001-2002 put an end to a decade of important transition, with phenomena, searches and very characteristic discoveries. This is hardly an excessively near look to what was.
Notas: Texto publicado en el número 24 de la Revista Latinoamericana de Estudios sobre la Historieta en diciembre de 2006.
LOS ÚLTIMOS 15 AÑOS DE LA HISTORIETA ARGENTINA

 

 

La historieta, que fuera sin duda una de las artes genuinamente populares, masivas, fértiles y prósperas del siglo XX, está completamente al margen de los hábitos de consumo de los argentinos. Y esto es así desde mediados de la década del ochenta.

Hoy la historieta argentina existe solamente fuera de nuestras fronteras: nuestros dibujantes y guionistas continúan con éxito sus carreras en publicaciones extranjeras que el público argentino desconoce, en un proceso que –si bien permite la subsistencia de un creciente número de artistas– horada irreversiblemente cualquier sesgo de identidad local que pudiera haber tenido nuestro noveno arte. Esto no constituye un dato novedoso ni mucho menos, pero aquella tendencia, iniciada tímidamente por José Luis Salinas y su «Cisco Kid» en la década del cuarenta, representa hoy un porcentaje abrumador de la producción argentina de historietas.

La década del noventa marcó un corte profundo que alejó definitivamente del gusto del público local a los historietistas argentinos más famosos en Europa, remplazados en gran medida por la ingente proliferación de historietas extranjeras –especialmente norteamericanas y japonesas– y por toda una serie de pequeñas aventuras editoriales gestadas en el país con distinta suerte. Quisiera centrar los próximos párrafos en ese particular proceso.

 

1990-1994

Para eso es preciso ubicarnos en 1990 y recorrer brevemente un panorama que abarcaba, en primer lugar, a una Editorial Columba –hogar de la mítica El Tony, más D’Artagnan, Fantasía, Intervalo y Nippur– anclada en las fórmulas que la habían llevado al éxito en décadas pasadas, pero sin ningún contacto con la profunda renovación a nivel mundial que había sufrido el cómic entre 1975 y 1990. Aislada en sí misma, Columba se limitaba a perpetuar personajes, temáticas y estéticas pretéritas, lo cual restringía seriamente la posibilidad de sumar nuevos lectores y resultaría, a mediano plazo, letal. El efecto más inmediato tampoco fue alentador: toda una generación que empezó a leer historietas en 1990 desconoce la obra –presente y pasada– de autores fundamentales como Robin Wood, Alberto Salinas, Carlos Casalla, Carlos Vogt, Lucho Olivera y otros clásicos colaboradores de las revistas de Columba.

En 1993 soplaron vientos de cambio en la otrora próspera editorial. Sin embargo, los intentos de Columba por remozar sus publicaciones llegaron tarde y fueron mal recibidos por el público. Pronto se volvió una vez más a las fórmulas tradicionales, agravadas por una crisis financiera que forzaba a la editorial a republicar viejos episodios en remplazo del material inédito. Aún así, las veteranas antologías de Columba llegaron ininterrumpidamente hasta mediados de 2000, cuando la editorial quebró definitivamente. Poco después, una de las empresas acreedoras lanzó una línea de comic-books con cuidadas rediciones cronológicas de «Nippur», «Dennis Martin», «Gilgamesh», «Savarese» y «Mark», pero la situación económica del país impidió que el proyecto llegara a buen puerto y estos legendarios personajes desaparecieron sin dejar rastros a mediados del 2001.

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Figura 1: Viñeta de «Viejos canallas» de Carlos Trillo y Roberto Mandrafina.  
En segundo lugar tenemos a Ediciones de la Urraca, liderada por Andrés Cascioli y hogar de la revista Humor (famosa por su irreverente estilo de resistencia política frente a la dictadura militar de 1976-1983) y de Fierro, la antología de historietas para adultos que desde 1984 seguía las fórmulas desarrolladas por prestigiosas revistas europeas como Circus , Comic Art , L’Eternauta o El Víbora, pero sin dejar de apostar a los nuevos talentos que surgían en el medio local, muchos de los cuales triunfarían más tarde en todo el mundo. Para 1990, sin embargo, las ventas de Fierro no eran para nada auspiciosas, y Cascioli lanzaba otras dos revistas que podrían eventualmente remplazarla. En la primera, Hora Cero –título rescatado de la exitosa publicación de Editorial Frontera, dirigida por Héctor Oesterheld a fines de la década del cincuenta–, reunió a varios autores de aventuras que trabajaban en estilos clásicos. Juan Giménez, Ricardo Barreiro, Oswal, Horacio Lalia, Carlos Albiac y algunos otros –incluyendo a algunos extranjeros, como Chester Gould y José Ortiz– intentaron revivir la ilustre tradición del título, pero solo duró seis números.

En la segunda nueva revista, País Caníbal, Cascioli reunió a los autores más experimentales tanto de Fierro como de Humor, para crear una revista muy interesante, llena de historietas modernas y transgresoras. Pablo Fayó, O’Kif, Esteban Podetti, Cuk, Agustín Comotto, El Niño Rodríguez, más dibujantes de Humor, como Pancu, Spósito y Pablo Zweig –un argentino que inició su carrera profesional trabajando en Alemania– parecían haber encontrado un lugar donde expresarse. Pero las bajas ventas liquidaron a País Caníbal tras su tercer número. Con ambos proyectos fracasados, Cascioli decidió mantener viva un tiempo más a Fierro, la única revista con un público fiel, aunque decreciente.

El inevitable cierre de Fierro llegó a fines de 1992, en el histórico número 100, y en el acto desaparecieron de la percepción pública, casi como si nunca hubiesen existido, la inmensa mayoría de los autores cuyas obras solían publicarse allí. Pero en ese mismo momento Cascioli lanzó el no. 1 de Cazador, un comic-book creado por Jorge Pereira Lucas –una de las figuras prominentes del movimiento underground de fines de la década del ochenta– y Ariel Olivetti, un notorio ilustrador convertido en historietista. Cazador, claramente inspirado en la versión de Simon Bisley del personaje Lobo –de la DC Comics–, inauguró una tendencia que se impondría a lo largo de la década del noventa: la adopción de temáticas y estéticas derivadas de los superhéroes norteamericanos y del formato de comic-book.

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  Figura 2: Viñeta de «Cazador», la exitosa historieta creada de Marco Lucas.
En 1994, después de siete u ocho números de periodicidad irregular y producción caótica, la notable mejora en las ventas permitió a Cascioli apostar fuerte por Cazador: la revista comenzó a publicarse en colores y poco después se estructuró un cronograma de trabajo serio, que garantizaba la periodicidad mensual del producto. La apuesta resultó exitosa a medias: las ventas subieron meteóricamente y Cazador logró un éxito espectacular, basado en gran medida en la fidelidad de un público que habitualmente no consumía historietas, pero que se dejaba atrapar gustoso por la estética cruda, agresiva y marginal de Cazador. Sin embargo, la estricta periodicidad mensual –y más tarde trisemanal– mató la calidad de la revista, al forzar al equipo creativo –del que se había retirado Olivetti– a producir cientos de páginas sin inspiración, apresuradas, sin historias originales, y con decreciente atención a los fondos, el color y la anatomía. Gradualmente se fueron incorporando más y más efectos de Photoshop e incluso imágenes escaneadas de otras revistas y libros.

En 1996 Cascioli decidió ampliar su línea de publicaciones, en busca de un suceso que compensara la caída en las ventas de Humor y SexHumor, una versión de la veterana revista, centrada en el erotismo. Se volcó desde luego por un producto que se asemejara lo más posible a Cazador –su único título exitoso– y así surgió Cazador Comix, una efímera antología en formato comic-book, con historias breves realizadas por el mismo equipo que producía Cazador, rediciones de material extranjero y trabajos de un joven autor que acababa de debutar en las páginas de la revista Comiqueando y que había captado rápidamente la atención de los lectores y del editor: Fernando Calvi.

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Figura 3: Viñeta de «Cybersix» de Carlos Trillo y Carlos Meglia.  
Calvi, a pesar de su corta edad, tenía un sólido background cosechado a lo largo de varios años de trabajo en un importante estudio de animación, y además había colaborado con Carlos Trillo en los guiones de varias series destinadas al mercado italiano, tales como «Borderline» y la exitosa «Cybersix». Tras su debut como autor completo en Comiqueando, Calvi fue contratado por La Urraca para integrarse al equipo de Cazador, y para realizar historias breves en Cazador Comix. Pronto obtuvo su propio comic-book, Megaman! –una ingeniosa e hilarante parodia de los superhéroes norteamericanos de la década del sesenta y del estilo narrativo de Stan Lee–, pero las ventas no cumplieron con las altas expectativas de Cascioli y el cómic fue cancelado luego de su tercer número.

La violenta y polémica aventura de Cazador terminó abruptamente a fines de 1999 –semanas después de la cancelación de la veterana Humor, tras veintiún años y más de quinientos números–: los autores se negaron a con tinuar produciendo para Cascioli, ya que el editor les adeudaba varios meses de paga. Jorge Lucas y su equipo recalaron entonces en una pequeña editorial independiente, donde realizaron un puñado de números de El Dié, un cómic con Diego Maradona como protagonista, en la línea cruda y visceral de Cazador. A fines del 2000 el auténtico Cazador reapareció con un nuevo no. 1, ahora en la poderosa Editorial Perfil, y con varios cambios en el equipo creativo. La nueva etapa no llegó a cumplir un año de vida y naufragó ante la indiferencia del público en algún momento del 2001.

La tercera etapa de este recorrido nos lleva a Ediciones Record, la empresa de Alfredo Scutti. Record era, además del hogar de la veterana revista Skorpio –fundada en 1974–, una actividad complementaria, supeditada a la verdadera fuente de ingresos de Scutti: la venta de historietas de autores argentinos a editoriales europeas, especialmente a la italiana Eura Editoriale. Aun así, la actividad de Record como editorial tuvo momentos de gran prosperidad económica y grandes logros creativos... que para 1990 habían quedado ya muy lejos. Es entonces que Scutti decide profundizar una serie de cambios que se venían dando tímidamente desde 1987, y que pondrían a Skorpio en condiciones de competir otra vez por la vanguardia del mercado.

En pocos meses el plantel de Skorpio se vio reforzado por nuevas series de Ricardo Barreiro y por el creciente aporte de dos nuevos guionistas: Walter Slavich y el magistral Eduardo Mazzitelli. También se sumaron dibujantes de talento como Rubén Meriggi –una de las estrellas de Editorial Columba–, y regresaron varias figuras que se habían alejado de la editorial a principios de la década del ochenta, como Horacio Lalia, Lito Fernández y Lucho Olivera. Ellos, junto a Juan Zanotto, Enrique Breccia, Quique Alcatena y varios autores jóvenes surgidos del underground –entre los que se destacó rápidamente Leonardo Manco–, se convirtieron en la espina dorsal de una etapa de Skorpio rica en experimentación, excelentes historias y ventas crecientes.

Esto motivó a Scutti a probar suerte con nuevas publicaciones en 1991, y no tuvo mejor idea que repetir la experiencia de Cascioli del año anterior. El estilo de aventuras clásicas cobró protagonismo en Tit-Bits, una revista de contenido genérico y poco interesante que –excepto por la redición de un clásico de Oswal y Albiac– parecía estar compuesta por sobras de Skorpio. Solo duró siete números. El estilo experimental –representado por muchos de los colaboradores de País Caníbal, más Pez, Max Cachimba, Ignacio Noé y los extranjeros Moebius y Richard Corben– recibió su propio título, El Tajo. Pero las bajas ventas hicieron que se desangrara tras solo 10 números.

Para mediados de 1992 solo Skorpio quedaba en pie. Scutti había perdido las ganas de experimentar y se dedicó simplemente a mantener la veterana revista en un nivel de ventas aceptable. Para 1995 esto ya resultaba imposible, y a fines de ese año Skorpio desapareció de los kioscos tras veintiún años y 235 números. Tal como había sucedido unos años atrás con Fierro, desde la cancelación de Skorpio el público argentino no ha vuelto a tener acceso a la obra de la inmensa mayoría de los artistas que colaboraban en esa publicación.

De aquí nos quedan por repasar distintos emprendimientos, muy disímiles entre sí, pero unidos por un factor común: ninguno surge de las editoriales tradicionales, sino más bien de editores incipientes, muchas veces centrados en publicar material de su propia creación. El primer intento que vale la pena ser mencionado es el liderado por el mundialmente famoso Carlos Trillo, quien en 1989 se convierte por primera vez en editor, con el lanzamiento del no. 1 de la revista Puertitas. En un principio la revista ofrecía una mezcla entre historietas humorísticas y de aventuras, pero a lo largo del primer año se fue excluyendo gradualmente el material humorístico –a cargo de Tabaré, Ceo y otros– en favor de historietas más serias. Trillo y su viejo amigo Guillermo Saccomanno escribían todas las series, apoyados en el talento narrativo de artistas como Horacio Altuna, Eduardo Risso, Carlos Meglia, Cacho Mandrafina, O’Kif y Jorge Zaffino, entre otros. Puertitas también ofrecía material de autores extranjeros –especialmente de Jordi Bernet, Milo Manara, Joe Kubert, Vittorio Giardino y los hermanos Hernández–, pero a pesar de la calidad generalmente alta, no logró superar el no. 48 y desapareció en 1994.

Ya antes del cierre de Puertitas Trillo había unido fuerzas con otro editor independiente, Javier Doeyo, con quien coeditó varios comic-books de «Cybersix» y una antología de historieta erótica llamada «Supersexy». La unión entre Trillo y Doeyo se continuó más allá de 1994, con ediciones argentinas de varios de los éxitos de Trillo para el mercado europeo, como «Cybersix», «Boy Vampiro», «Borderline» y «Clara de noche». Pero, paradójicamente, estos best-sellers europeos no lograron nada similar a una buena acogida entre el público local y ninguno llegó a publicarse en su totalidad.

Javier Doeyo, por su parte, fue el motor de uno de los proyectos independientes más importantes de 1991. En la revista quincenal Cóctel Doeyo reunió a los mejores artistas de todas las editoriales y todos los géneros. Durante sus seis números de vida, Fonta narrosa, Alberto Breccia, Risso, Oswal, Alcatena, Mazzitelli, Muñoz y Sampayo, El Tomi, Fayó, El Niño Rodríguez, Juan Giménez y Sanyú compartieron las páginas de Cóctel. Pero el costo de mantener a ese elenco multiestelar fue demasiado para una editorial pequeña y Cóctel desapareció, para volver unos meses más tarde con otros siete números, esta vez compuestos mayoritariamente por rediciones de material extranjero.

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Figura 4: Viñeta de Roberto Fontanarrosa.

Antes, durante y después de su alianza con Trillo Doeyo publicó todo tipo de comics, desde material humorístico de autores vanguardistas hasta recopilaciones de clásicos de Alberto Breccia, Muñoz, Mandrafina y Alcatena. También editó El Dié –con Lucas y el equipo de Cazador–, sketchbooks de grandes artistas argentinos, material de Oesterheld que permanecía inédito desde la década del cincuenta, y hasta parodias pornográficas de «Dragon Ball», «Sailor Moon» y otros comics japoneses muy de moda en la década del noventa. Sin embargo su escasa pericia en materia comercial logró que ninguna de sus publicaciones alcanzara la repercusión que se esperaba de ellas. La editorial de Doeyo cambió muchas veces de nombre y actualmente sigue en carrera, concentrado en el rescate de clásicos perdidos de Breccia y Oesterheld.

En 1992 otro proyecto independiente contribuyó a la tendencia iniciada por Cazador : Tres Historias , u n co mic-book editado por el historietista Sanyú, presentaba una colección de superhéroes argentinos de marcadas resemblanzas con sus pares norteamericanos, y un equipo integrado por varios autores jóvenes, entre los que destacaban Jorge Lucas –quien pronto abandonó el proyecto para concentrarse en Cazador– y Edu Molina.

Tres Historias no logró ni por asomo la repercusión de Cazador y el proyecto naufragó tras un puñado de números. Sin embargo Sanyú reincidió y lanzó un nuevo comic-book, Animal Urbano, esta vez con un sólo personaje protagónico y un sólo equipo creativo, integrado por Edu Molina y el guionista Guillermo Grillo. Animal Urbano inició su andadura en 1993 y fue uno de los pioneros indiscutidos en el rubro de los comic-books argentinos. La combinación entre la estética oscura de Frank Miller, peleas entre monstruos, logrados desarrollos de personajes y una sensibilidad claramente argentina, le permitió a Animal Urbano generar un público fiel y entusiasta, sobrevivir a tres cambios de editorial y mantenerse vigente hasta su cancelación definitiva, a fines de 2001.

 

1994-2001

Para 1994, un fenómeno externo al proceso creativo y editorial propiciaría la irrupción de más y mejores intentos de edición independiente: surgía con fuerza –primero en Buenos Aires y luego en el resto del país– el mercado de venta directa, compuesto por un creciente número de comercios especializados en comics y merchandising aledaño. La expansión de esta nueva alternativa para la comercialización de historietas fue rápida y efectiva, y se extendió hasta 1999, cuando la crisis económica obligó a la retracción del mercado y al cierre de la gran mayoría de las bocas de expendio que se calcula llegaron a ser más de 170 en todo el pais. Actualmente sobreviven unas 45. En ese año el dibujante Sergio Langer lanza el primer número de El Lápiz Japonés, una antología al estilo de la norteamericana Raw, con historietas vanguardistas e ilustraciones de muchos de los colaboradores de la extinta Fierro –José Muñoz, Max Cachimba, Podetti, etc.–, artistas plásticos, diseñadores gráficos y algunos de los nombres más recordados de la para entonces lejana primavera underground de fines de la década del ochenta. A un precio muy superior al de una revista de historietas normal, El Lápiz Japonés logró agotar la tirada del primer número y continuó saliendo con periodicidad anual, hasta 1998.

Y mientras varios de los grandes nombres de la movida underground de la década del ochenta encontraban refugio en El Lápiz, una nueva generación de dibujantes y guionistas, surgida a espaldas de la historieta argentina tradicional y de cara a la creciente invasión del cómic norteamericano, se preparaba para reverdecer el panorama independiente. En 1994 comienzan a aparecer tímidamente en los comercios especializados una nueva horneada de publicaciones de aficionados, algunos de enorme talento. Este fenómeno irá creciendo hasta desembocar, entre 1996 y 1999, en una verdadera primavera del underground, con una enorme cantidad de fanzines –llegaron a superar los 75 títulos– que encontraron un público pequeño pero fiel y que llegaron incluso a publicar material de los autores clásicos, preocupados por la desconexión con el público local que les imponía la ausencia de Fierro, Skorpio, u otras publicaciones similares.

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Figura 5: Página de «Osvoldo» de Gustavo Sala. Figura 6: Página de Dani the O.

Otra aventura editorial independiente que data de 1994 fue Comiqueando, una revista dedicada al periodismo especializado en historieta y dibujo animado, que intentaba condensar estilos tan antagónicos como los de las revistas norteamericanas Wizard y The Comics Journal. Comiqueando le brindó muchísimo espacio a aquel endeble panorama local y resultó fundamental para la difusión de los fanzines, los comercios especializados, los intentos editoriales y las convenciones que de a poco fueron poniendo en marcha al aletargado mercado argentino. A diferencia del resto de las otras revistas periodísticas, Comiqueando incorporó una sección de historietas especialmente producidas para la revista, de la cual emergieron cinco de los dibujantes más importantes de los últimos tiempos: Mariano Navarro –inicialmente un clon deJohn Byrne, que luego encontró su propia voz–, Gustavo Sala –lo más parecido a un Robert Crumb que se ha visto por estas latitudes–, Juan Bobillo –quien evolucionó de un estilo cercano a Bisley y Olivetti hasta convertirse en un ilustrador impactante, sofisticado y completo como pocos–, Lucas Varela –uno de los mejores diseñadores gráficos de Argentina, cuya inteligente comprensión del medio le permite trabajar en casi cualquier estilo– y Fernando Calvi –tal vez el más impredecible y difícil de etiquetar de los miembros de este grupo–. Por la sección de historietas de Comiqueando también pasaron Dani the O. –ex Fierro, Skorpio, País Caníbal, etc.), la internacionalmente famosa «Cybersix» –de Trillo y Meglia–, «Cazador», e historias breves a cargo de varios artistas consagrados – Alcatena, Solano López, Manco, que buscaban un medio donde m su obra reciente al público joven.

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Figura 7: Viñeta del «Caballero rojo" de Toni Torres y Mariano Navarro.  
Una de las historietas presentadas en Comiqueando, logró una repercusión inesperada y pronto pasó a su propio comic-book: «Caballero rojo», de Toni Torres y Mariano Navarro, era una serie enrolada en el género de los superhéroes inusualmente ambiciosa, compleja y rica en subtextos. Pronto logró una importante cobertura en los medios, un notable apoyo de los lectores y las colaboraciones de autores de primera línea como Solano López, Eduardo Risso, Alcatena, Ariel Olivetti, Walter Taborda y muchos otros. A principios 2000, y después de 15 números, Torres y Navarro decidieron intentar el camino de la autoedición, pero la nueva etapa del Caballero Rojo se extinguió luego de tan sólo tres números.

El siguiente intento de Comiqueando por lanzar a uno de sus personajes en una serie de comic-books no prosperó: el elegido fue «Bruno Helmet», de Fernando Calvi, pero a pesar de su excelente trabajo y de las colaboraciones de Carlos Trillo y Quique Alcatena, la revista se canceló tras apenas dos números, también en 2000.

Como toda la industria de la historieta argentina –y en Argentina– Comiqueando tuvo su período de auge entre 1996 y 1999, con cifras de venta muy alentadoras y la posibilidad de distribuirse también en Chile, Uruguay, México y España. Tras la desaparición de su línea de comic-books, Comiqueando persistió como revista periodística un tiempo más, hasta que –a principios de 2002– la crisis económica hizo inviable su continuidad y fue cancelada con el no. 55, tras casi ocho años de publicación ininterrumpida. Luego del cierre, casi no se editaron en el país nuevos trabajos de los historietistas que solían colaborar en la revista.

La ausencia de medios profesionales donde publicar se convirtió, en la segunda mitad de la década del noventa, en una especie de síndrome, al cual los autores jóvenes –volcados a la autoedición a través del circuito underground – respondían con indiferencia y con creatividad, mientras que los autores de más trayectoria respondían o bien con incertidumbre, o bien con desesperación. En 1996, dos intentos gestados por los autores buscaron suplir la falta de Fierro y Skorpio, sin lograrlo por supuesto. Uno de los proyectos fue Suélteme, una muy buena antología centrada en el humor de vanguardia, y capitaneada por Podetti, Fayó, Dani the O., Pablo Sapia y Darío Adanti –uno de los principales animadores de MTV–, entre otros. La falta de una periodicidad y una política comercial coherentes hundieron a Suélteme tras cinco números.

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  Figura 8: Viñeta de Enrique (Quique) Alcatena.

El otro proyecto fue Hacha, liderado por autores surgidos de las filas de Record y Columba, tales como Luis García Durán, Alcatena, Mazzitelli, Lalia, Slavich y Manco. Pero la revista nunca pasó de ser una imitación de Skorpio –de hecho, se componía básicamente de material del género de aventuras creado por estos artistas para la Eura Editoriale–, y cuando se decidieron a cambiar, y a incorporar autores jóvenes como Calvi y Lucas Varela, ya era tarde. La aventura de Hacha culminó en el no. 5. En esa misma tónica, pero con menos éxito aún, surgieron Óxido (pobre imitación de Fierro liderada por El Marinero Turco), Gritos de Ultratumba –con historietas de terror a cargo de los autores de Cazador– y Cabeza de Gorgona –de Alcatena y el guionista Gustavo Schimpp–, pero ninguna llegó al no. 3.

El fracaso de las antologías y el distinto grado de éxito de comic-books como Cazador, Caballero Rojo y Animal Urbano parecían consagrar a la fórmula de transplantar estéticas y temáticas del cómic norteamericano a personajes y sagas ambientadas en Argentina. Con esa consigna surgieron decenas de comic-books condenados al fracaso, entre los que se puede destacar a El Ojo Blindado, El Laucha, Convergencia y Mitofauno, todos cancelados antes de la cuarta entrega.

Otra fórmula que aparentemente valía la pena imitar resultó ser la de Comiqueando, y a partir de 1997 varias revistas periodísticas se sumaron a ese espacio. La única que realmente logró imponerse fue Lazer, de Editorial Ivrea, una publicación apuntada al público adolescente y centrada en los dibujos animados japoneses, de gran auge en la segunda mitad de la década del noventa gracias a su constante exposición en la televisión argentina. Con un formato y un lenguaje innovadores, Lazer obtuvo cifras de venta impensables para un producto de este tipo y experimentó un período de fenomenal repercusión entre 1998 y el 2000.

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Figura 9: Portada de 4 Segundos de Alejo García Valdearena y Feliciano García Zecchin.  
Leandro Oberto, director de la editorial, decidió volcarse también a la edición de historietas con distintos resultados. En un principio apostó por editar en Argentina los comic-books de Witchblade, The Darkness y otras series de Image Comics muy populares en Estados Unidos. Los resultados fueron desastrosos. También apostó por la historieta argentina, con la antología Ultra, compuesta por una historieta de su autoría, la magnífica «4 segundos» –de la cual hablaremos enseguida– y «Anita», un vehículo para el lucimiento de la dupla integrada por Juan Bobillo y Marcelo Sosa, otro gran dibujante de la nueva generación. A pesar de un nivel de calidad muy aceptable, la periodicidad errática terminó por hacer inviable el proyecto, que se extinguió luego de tres números.

El gran éxito de Ivrea llegó, una vez más, de Oriente. En 1999 Oberto comenzó a editar en Argentina mangas de gran popularidad, tales como Ranma 1/2, Neon Genesis Evangelion, Card Captor Sakura y muchos más que se fueron sumando hasta que, a fines del 2001, la crisis económica forzó a Ivrea a reducir drásticamente su línea de publicaciones. Poco después Oberto dejó a Lazer en manos de sus colaboradores y emigró a España, desde donde continúa editando mangas que se distribuyen primero en Europa y más tarde en Argentina. Con unas cifras de venta muy inferiores a las de su épocas de auge, Lazer aún sigue apareciendo de manera muy esporádica en el país que la vio nacer.

Una extraña mezcla entre Lazer y Comiqueando resultó ser Mutant Generation, una publicación periodística caracterizada por la escasa calidad de sus textos, que no logró pasar del no. 15. Sin embargo, llegó a lanzar una línea de comic-books –que por supuesto naufragó tempranamente– de la cual conviene destacar a Babetool, una interesantísima creación de José Luis Gaitán –uno de los exponentes del nuevo underground, iniciado como profesional en las páginas de Comiqueando– y el internacional Walter Taborda. Babetool fracasó en Argentina, pero fue editada con éxito en el Reino Unido.

El año 1999 marcó el fin de la expansión del mercado del cómic en Argentina, y de ahí en adelante todo fue cuesta abajo. Precisamente de ese año data otro proyecto independiente de enorme calidad y poca repercusión comercial: Se trata de 4 Segundos, un comic-book creado por Alejo García Valdearena –un guionista cuya trayectoria previa se limitaba a Área, un número unitario de poco éxito editado por Ivrea– y Feliciano García Zecchín, otro autor del nuevo underground que había colaborado en Comiqueando y en la editorial norteamericana Caliber. 4 Segundos se atrevió a dejar de lado los superhéroes y los géneros aventureros para centrarse en lo que podría definirse como sitcómic, una típica sit-com norteamericana, en formato de historieta. Con técnicas narrativas innovadoras, guiones sólidos y precisos y diálogos hilarantes, 4 Segun dos logró un público pequeño pero muy fiel, que incluía a gente que no solía consumir historietas. Lamentablemente el emprendimiento se extinguió con su no. 7, a fines del 2000, y poco después Alejo emigró a España. Feliciano también emigró a Europa en el 2002 y en ese año comenzaron a crear nuevas historietas para la revista española El Víbora, mientras que 4 Segundos era publicada por una editorial francesa.

El 2000 fue terriblemente negativo para la economía argentina y el mercado de la historieta comenzó a sentir fuerte los cimbronazos que se producían en el mundo real. Entre muchos proyectos frustrados, sin embargo ese año vio nacer a dos emprendimientos editoriales que dejaron su huella.

El primero que debemos mencionar es Mikilo, último exponente de los comic-books protagonizados por héroes argentinos basados en personajes norteamericanos. En este caso, el inspirador de «Mikilo» es Hellboy, el monstruoso investigador sobrenatural creado por Mike Mignola. A la sombra de este personaje, «Mikilo» se especializó en confrontar con demonios y criaturas fantásticas surgidas del folclor de los aborígenes argentinos, en interesantes historias que recorren a lo largo y a lo ancho la geografía del país. «Mikilo» fue creado por un guionista hasta entonces desconocido, Rafael Curci, y por una dupla de dibujantes integrada por Tomás Coggiola y Marcelo Basile, este último ex-colaborador de Jorge Zaffino y miembro semi-regular del staff de Columba en las décadas del ochenta y noventa. Pronto se les sumó otro autor de considerable trayectoria en Columba, Sergio Ibáñez, con lo cual quedó conformado el equipo que guió a «Mikilo» a lo largo de una novela gráfica y varios comic-books. Tras la desaparición del comic-book en el 2001, «Mikilo» remergió en 2002 con una novela gráfica, que contó con colaboraciones de Rubén Meriggi, Quique Alcatena y Solano López, entre otros notables invitados.

El segundo intento editorial que aún subsiste y sorprende por su calidad es La Productora, un sello integrado por los creadores de varios de los mejores fanzines de la primavera underground del 1996-1999. La Productora publica historias unitarias, cada una a cargo de un único equipo creativo y contenida en una única publicación. Con una periodicidad esporádica, este formato ha ido presentando obras de Ángel Mosquito, Jok, Cristian Mallea, Dante Ginevra, Carlos Aón, Gervasio y Diego Agrimbau, entre otros autores de gran talento y escasa producción para los medios comerciales.

 

2002-2006

Hoy la cantidad de historieta argentina que se puede comprar en Argentina es muy poca. Y desde la devaluación que sufrió el peso en el 2002 también hubo una fuerte merma en las importaciones, con lo cual muchísimos lectores se vieron virtualmente desprovistos de material que alimentara su afición. En los últimos dos años han aparecido –como en el resto de la actividad económica a nivel nacional– algunos síntomas de recuperación y varios nuevos emprendimientos, algunos acertados, muchos obstaculizados por canales de distribución que no han vuelto a reconstituirse tras la crisis, y otros sencillamente fruto de conceptos editoriales erróneos o extemporáneos.

Los pequeños sellos editores Iron Eggs, Puro Comic y Thalos se unieron a Doedytores en la tarea de recopilar en libros grandes historietas de las décadas del setenta, ochenta y noventa que en su momento se habían serializado en las extintas revistas de antología, e incluso ofrecen material del que los autores argentinos realizaron para el mercado europeo una vez que aquí ya no existían revistas donde publicar estos trabajos. La salida de estos libros es habitualmente espaciada y casi sin difusión, pero permite al lector argentino rencontrarse cada tanto con autores de primer nivel como Trillo, Risso, Wood, Lalia, Alcatena y Barreiro, entre otros.

Otro autor clásico que vive un feliz rencuentro con el público local es Francisco Solano López. La secuela de «El Eternauta» («El Regreso») que comenzó a producir en el 2001 para la editorial italiana Eura es publicada en Argentina por el propio autor –en sociedad con Doedytores–, y constituye desde el 2004 un modesto suceso editorial y la sana excepción a esa especie de axioma que asegura que la historieta creada por nuestros autores para Eura resulta invendible en el mercado local.

Mucho más difícil resulta producir desde cero nuevas historietas apuntadas prioritariamente a este mercado. Esa búsqueda fue emprendida en el 2004 por la revista Bastión –de la editorial Gárgola–, que combinó durante un tiempo muy buen material inédito de autores consagrados –Meriggi, Fernández, Mazzitelli– con trabajos gestados especialmente para esa edición por un verdadero seleccionado de autores jóvenes, provenientes mayoritariamente del underground, entre los que descollaron Salvador Sanz, Diego Agrimbau, Mauro Mantella, Juanmar y Tomás Aira, entre otros. Pero la fórmula resultó demasiado osada y Bastión remplazó a varios de estos autores nacionales por material de la editorial norteamericana Dark Horse.

Otro especialista en tratar con editores extranjeros, Leandro Oberto, creó en el 2006 una línea de novelas gráficas de autores argentinos con las que busca diversificar la oferta de la ya asentada Editorial Ivrea. Oberto –que, como dijimos, reside en Barcelona– se volcó por autores jóvenes con vasta experiencia en fanzines –Sanz, Agustín Dib, Patricia Leonardo, Luciano Vecchio– y edita sus trabajos con una excelente factura técnica. Hasta ahora no logró ningún éxito comparable al que obtuvo publicando manga, pero la apuesta parece ser al largo plazo.

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  Figura 10: Cuadrito de Maitena Burundarena.
Tanto Ivrea como Doedytores y los nuevos sellos entendieron el profundo cambio que sufrió el mercado. Por eso la apuesta a las obras completas, el formato de libro –o álbum, o novela gráfica– y un circuito de comercialización que privilegia a las librerías por sobre los kioscos y los negocios especializados en historietas. Este mercado, el de las librerías, fue abonado con éxito durante décadas por Ediciones de la Flor, el sello abocado mayoritariamente al humor gráfico –responsable de la publicación en libros de los trabajos de Quino, Fontanarrosa, Caloi, y éxitos recientes como Maitena y Liniers–, pero que también ha apostado por productos más riesgosos, como la fundamental «Perramus», de Alberto Breccia y Juan Sasturain.

De espaldas a estos cambios, de espaldas al interés del público, Editorial Perfil regresó al ámbito de los comics en el 2005 con varias revistas que solo se vendían en kioscos, estaban impresas en papel de bajísima calidad, e incluían historietas muy breves, o de continuará. La efímera aventura, capitaneada por el veterano Sanyú, no contemplaba derechos de autor, ni devolución de los originales, y proponía a los colaboradores precios denigrantes. Esto ahuyentó a los autores más fogueados, y las revistas de Perfil –Paja, Espía, Mosquito y Virus– terminaron albergando a novatos y principiantes a los que todavía les faltaba mucho oficio. Pero también publicaron trabajos de autores que ya se habían destacado en Comiqueando y en Bastión, como Calvi, Pietro y Mr. Exes. De todos modos la respuesta del público fue lapidaria y ninguno de los títulos superó el tercer número.

Bastante más feliz fue otro regreso del 2005, el de la revista de información Comiqueando, que desde fines del 2003 había resurgido como revista virtual en internet, pero que –con nuevo equipo y nuevo formato– volvió a los kioscos y comercios especializados, ahora en forma de especiales trimestrales. La nueva versión de la clásica revista recupera una amplia sección dedicada a la producción de los historietistas locales en ascenso, entre los que brillan Mr. Exes, Javier Rovella, Rodrigo Terranova, Adrián Sibar y El Bruno.

Estos emprendimientos –y algunos otros muy pequeños, desperdigados entre kioscos, librerías y comercios especializados– constituyen hoy la oferta de historieta argentina en nuestro país. Mientras tanto, los autores argentinos –clásicos y modernos, consagrados e incipientes– continúan recibiendo un notable reconocimiento y una incesante sucesión de encargos por parte de las editoriales más importantes de Europa y Estados Unidos. Un fenómeno cuya dimensión es tan grande que ya existe una generación de autores jóvenes con amplia trayectoria en los mercados extranjeros, pero que nunca han visto sus trabajos publicados en su país. Y lo que es peor: ninguno de los pasos adelante que se han dado en los últimos años parece ser suficiente para frenar o revertir esta tendencia.

Creación de la ficha (2015): Andrés Accorsi. Edición de Félix López. · El presente texto se recupera tal cual fue publicado originalmente, sin aplicar corrección de localismos ni revisión de estilo. Tebeosfera no comparte necesariamente la metodología ni las conclusiones de los autores de los textos publicados.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
ANDRÉS ACCORSI (2015): "Los últimos 15 años de la historieta argentina", en REVISTA LATINOAMERICANA DE ESTUDIOS SOBRE LA HISTORIETA, 24 (22-XI-2015). Asociación Cultural Tebeosfera, Ciudad de la Habana. Disponible en línea el 18/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/los_ultimos_15_anos_de_la_historieta_argentina.html