MATICES HISTÓRICOS DE LA CARICATURA CUBANA
AXEL LI

Resumen / Abstract:
An interesting presentation, that encourages to go into a thorough investigation, which as noted from the beginning is an approach to a study yet to be done. / Una interesante presentación, estimuladora para adentrarse en una investigación profunda, que como bien apunta desde el inicio se trata de un acercamiento a un hecho aún por estudiar.
Notas: Primer texto (de dos) de la sección `Debate´ publicada en el número 33 de la Revista Latinoamericana de Estudios sobre la Historieta en marzo de 2009.
MATICES HISTÓRICOS DE LA CARICATURA CUBANA

 

«La caricatura llegó a Cuba tempranamente, en los albores del siglo XIX.Y llegó, claro es, implicada en el arte del retrato. Cursaba el año de 1804»: estas eran las primeras líneas de un artículo que hablaba de la estancia en suelo cubano de un siluetista norteamericano que ganó dinero por sus servicios como caricaturista[1]. Su método de trabajo dependía de cierto equipo para lograr los perfiles caricaturescos de aquel deseoso por tener el suyo. Sin embargo, la obra resultante tenía como destino la pared interior de una vivienda.

La prensa en Cuba ya existía desde hacía algunos años, pero todavía en ella se notaba la ausencia de la caricatura, casi siempre asociada con tan efectivo medio de comunicación social. Semejante experiencia, más tarde devenida tradición, llegaría con los años a nuestro país, luego de haber demostrado su efectividad combativa a través de su línea política en tierras europeas. Pero mientras esto sucedía, hubo casos como los del norteamericano William Bache que se interesó en la parte gráfica de la caricatura, porque de la textual Heriberto Portell Vilá consideró casi como «preludio humorístico de los pies de nuestras caricaturas actuales»[2] los versos que acompañaron a la viñeta de portada de El Esquife Arranchador, cuyo primer número en su segunda etapa de vida editorial apareció el 1 de junio de 1820.

Los años mencionados no resultan familiares para quienes entre 1848 y 1857 sí tienen un sentido histórico dentro del humor gráfico cubano: distribución pública en el Teatro Tacón de la hasta ahora primera caricatura política contra el gobierno colonialista en Cuba, impresa en una hoja suelta, y el surgimiento de la primera publicación del país con caricaturas, La Charanga, periódico literario, joco-serio y casi sentimental, muy pródigo en bromas pero no pesadas, y en cuentos, pero no de chismes, muy abundante de sátiras, caricaturas y otras cosas capaces de arrancar lágrimas a una vidriera (1857-1860). Matizaba el carácter de esta revista[3] por medio de la preposición con, porque una buena parte de las publicaciones cubanas del siglo XIX que difundieron la caricatura realizada aquí tenían un mayor interés en lo literario, a pesar de que no desconocían el valor de la parte gráfica. De lo contrario, la inclusión del humorismo gráfico en algunos de sus espacios editoriales nunca se hubiese alcanzado. Específicamente, en La Charanga, al leerse su subtítulo se verificará esta idea.

La Charanga era una publicación humorística en lo literario y lo gráfico. Esta no era solo de caricaturas como tampoco lo fueron El Moro Muza (1859-1878), Don Junípero (1862-1869), Juan Palomo (1869-1874) y Don Circunstancias (1879-1884): revistas, también habaneras, seguidoras y defensoras de la filiación política con el gobierno colonialista imperante que La Charanga impusiese como premisa. Piénsese además, que quienes tenían los vínculos más directos con estas eran peninsulares radicados en la isla: Víctor Patricio de Landaluze (director de Don Junípero) y Juan Martínez Villergas (director de La Charanga, El Moro Muza y Don Circunstancias).

Si bien es cierto que las anteriores publicaciones son de las más mentadas del siglo XIX en su condición de revistas con caricaturas, por ejemplo, de Víctor Patricio de Landaluze, Augusto Ferrán, Tejada, Bayaceto, existieron otras[4], y varios caricaturistas más dejaron constancia de su labor en distintos ejemplares de este otro grupo. Es el caso de Nassaro, Francisco Cisneros, Juan Jorge Peoli, Federico Miahle, Francisco Camilo Cuyás, Codezo, Chaveta, Jorge Ritt, Ricardo de la Torriente, Feliciano Ibáñez... En esta enumeración aproximada deberían incluirse las otras variantes que se hicieron eco de la caricatura cubana de ese tiempo: periódicos, libros, almanaques, marquillas de cigarros. Un análisis detallado de los soportes señalados permitiría tener una visión más completa de cuanto conocemos de la caricatura cubana del siglo XIX, con sus peculiaridades gráficas en los aspectos de la concepción del dibujo y el técnico, y las temáticas trabajadas: social, caricatura personal y política.

En tales revistas el humorismo gráfico podía encontrarse en una gran página o en varias de estas, en pequeñas viñetas interiores y en aquella peculiar de la publicación que aparecía en la portada, integrada o en relación, con el título tipográfico de esta. El dibujo o la grafía de los caricaturistas tenía una influencia muy evidente de los cánones académicos del arte de aquel período. Su forma denotaba la preeminencia de una imagen precisa con un acabado casi perfecto y bastante realista[5]. Mas el complemento gráfico de cualquier caricatura se debía a un texto impreso, indicador tal vez de la sujeción de la imagen al texto en cuanto a ejecución creativa. Existen ejemplos en los cuales era empleado el globo y en su interior aparecía el mensaje con la letra del propio caricaturista. Y otros en donde solo se trataba de una caricatura personal y no era imprescindible el pie de imagen o texto.

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Figura 1: Portada de El Moro Muza del 31 de marzo de 1861.

Con estas características generales el humorismo gráfico siguió manifestándose socialmente por años prolongados. Pero las temáticas carecieron de igual manifestación. Todo dependía de ciertas circunstancias e intereses objetivos. En la línea de la caricatura política hubo de todo: obras con un enfoque en lo nacional e internacional. Uno de los más conocidos y asumidos es aquel que arremetió contra la hoy llamada guerra de los diez años. El inicio de la lucha independentista cubana coincidió temporalmente con algunos soportes –El Moro Muza, Juan Palomo– que apoyaban a los peninsulares y hacían sus chistes gráficos de manera constante en contra de los insurrectos cubanos. Parodias, falsedades, imágenes irrespetuosas fueron aprovechadas para herir e informar lo que estaba ocurriendo en algunas zonas de la isla[6].

La aparición del humorismo gráfico político cubano o mambí varios autores la ubican en las páginas de Cacarajícara. Batalla Semanal contra España (1897) y de Cuba y América. Periódico Quincenal Ilustrado, Dedicado a los Países Hispano-Americanos (1897-1898)[7], publicaciones neoyorquinas editadas por y para los cubanos exiliados y que apoyaban la nueva contienda independentista iniciada el 24 de febrero de 1895[8]. Se sobrentiende entonces que por parte de los insurrectos cubanos inmersos en la lucha de 1868 no había ocurrido una réplica necesaria a las ofensas y provocaciones de muchas de las caricaturas políticas cubanas al servicio de la corona española. Y en realidad sí la hubo, al parecer más de una vez, desde una publicación editada fuera de Cuba. Se llamó El Machete[9].

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Figura 2: Página de El Moro Muza del 21 de febrero de 1869.

Paralelamente a la caricatura política tuvieron una manifestación similar en distintas publicaciones la caricatura personal y la afín a la temática social o costumbrista. Estas fueron las tres únicas líneas creativas que tuvieron un desarrollo en el siglo XIX cubano y en buena parte del siguiente. A Cuba había llegado el humorismo gráfico de manos extranjeras y su reiterado uso llegó a ser un hábito modificado en tradición. Quienes de por sí eran cubanos y sintieron algún atractivo con este género artístico tuvieron que ajustarse a las características epocales.

Los pocos cubanos del siglo XIX que fueron caricaturistas tienen su resumen histórico en el nombre de un matancero que vivió en dos tiempos: Ricardo de la Torriente, uno de los nombres más reconocidos en la historia de la caricatura cubana. Todo un personaje en el siglo XX con su popular semanario La Política Cómica (1905-1931), que tantos dividendos le proporcionó en lo social y económico. Esta junto a otras dos publicaciones de ese mismo siglo aparecen entre las más célebres para el lector cubano. Y en esto mucho tuvo que ver el público directo al que estaban destinadas La Semana. Resumen de la Vida Criolla, en Broma y Serio (1925-1931; 1933-1935) y Zig-Zag. Semanario de Actualidad Humorística (1938-1960). Las favorables opiniones de sus seguidores permitieron en alguna medida que a nivel social se les estimara y que, más tarde, algunos cronistas del humorismo gráfico de Cuba incluyesen los nombres de estas en distintos artículos. Acciones así entraron en el terreno de la memoria histórica nacional. Súmesele también a todo lo anterior las ganancias informativas que se obtendrían al poderlas contextualizar en su momento socio-histórico.

La actividad de cada una en lo particular se adecua a tres instantes de nuestra historia. Por tanto, todo no está en ellas, pues otras publicaciones y caricaturistas hubo en Cuba de 1900 a 1959. Semanarios, periódicos, caricaturistas cubanos y extranjeros en todo ese tiempo heredaron giros gráficos del siglo anterior y las variantes temáticas conocidas para hacer caricaturas. Pero en la primera mitad del nuevo siglo nuestro humor gráfico tuvo ganancias formales y conceptuales tanto con la obra (caricatura original) y la copia múltiple (caricatura en las publicaciones periódicas); con las exposiciones personales y colectivas en distintos espacios públicos y con la fundación en 1949 de la (primera) Asociación de Caricaturistas de Cuba. Pasado el tiempo todo puede parecernos atractivo y sugerente según la lógica del distanciamiento necesario para la valoración eficaz. Ya casi no importa si la publicación fue la más popular o si en ella colaboraron las figuras más prominentes de un período determinado. Una pequeña prueba de nuestro pasado por insignificante que resulte ser contiene información. Tales pruebas existen –otras han desaparecido–, solo falta la conformación de criterios que (re)orienten nuestras curiosas ansias.

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Figura 3: El Moro Muza del 27 de septiembre de 1863: a.«Los Japoneses deseosos de llamar la atención». b. «Se fajan con todo el mundo de un modo poco evangélico». c. «Bien puede suceder que les hagan bailar la contradanza francesa». d. «Y el zapateo americano».

Sí queda claro que la caricatura en esos cincuenta años iniciales dependió mucho de ciertas posturas ideológicas, caprichos y aventuras editoriales, aprendizajes personales por parte de los humoristas, malentendidos sociales y de su relación con las publicaciones periódicas. Conocer el humorismo gráfico de la república neocolonial supondría la valoración y estudio de las siguientes segmentaciones estratégicas: caricaturista, publicaciones e incidencias suyas fuera del marco editorial (algoritmo que puede hacerse extensivo a cualquier etapa).

Cuando hablamos de caricaturas ignoramos un gran número de detalles, que tal vez solo dominen los creadores suyos. De cualquier naturaleza: artística, editorial, histórica. Y pienso ahora de manera específica en una de las cuestiones más problemáticas que influyen en el estudio del humor gráfico cubano: la carencia de un adecuado material sobre la prensa nacional que no se limite a los habituales enfoques y datos informativos. Antes de 1959 la prensa cubana era un negocio y defendía ciertos intereses grupales. El periodismo cubano de esa etapa tuvo otras características con respecto al periodismo que se hace hoy día en Cuba. Valdría preguntarnos entonces: ¿en qué medida el periodismo aquel influyó en la caricatura editorial que le correspondió o viceversa?, ¿creaban libremente los caricaturistas o tuvieron limitantes para hacerlo? Antes de proseguir quiero enfatizar una idea que resulta importante: en la Cuba de 1900 a 1959 los caricaturistas fueron individuos con múltiples vocaciones, oficios y un alto autodidactismo con esta profesión de los monitos que se aprendía de uno mismo y de mirar. No hubo una escuela para enseñarlo[10], pues los caricaturistas nacían siéndolo, y con la vida se enteraban de ello. Tenían dos vías fundamentales para hacerse conocer públicamente: las publicaciones y las exhibiciones (salones, exposiciones). Quienes se decidían por la primera tenían de recompensa lo mismo alegrías que disgustos. Y, por supuesto, dinero para vivir. Mucho de todo esto dependía de su relación con las oficinas de un periódico y/o semanario.

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Figura 4: Portada de Don Junípero del 9 de noviembre de 1862.

Eduardo Abela contó en una oportunidad que: «si las empresas tenían directores que pesaban sobre el imperio de la administración y se pagaba a un buen artista, las caricaturas llevaban cierta cantidad de decoro. Las publicaciones románticas, y por ello transitorias, tenían respeto absoluto por el arte. Las que respondían a un consejo de ad ministración, con base en el negocio editorial y en los dividendos, desdeñaron siempre la discrepancia entre lo bello y lo productivo. Las hemerotecas dan por eso una aportación al arte, en el sector de la caricatura, muy mezquina, comparada con la expresión culta de las ideas y la extensión de los conocimientos. Se ha pensado, en consecuencia, más de una vez, que el fenómeno se explica así: más que periodistas y periodismo, hay publicaciones y negociantes, que dedican su dinero o su influencia a publicar periódicos»[11].

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Figura 5: «Los estremos se tocan»: Don Junípero del 15 de noviembre de 1863

Y para tales casos ¿qué tipo de valor tendrían las caricaturas publicadas si el interés editorial en estas era más bien el económico? Posiblemente el de siempre: informativo, en varios sentidos. Por supuesto, que las opiniones de Abela responden a situaciones y contextos específicos diluidos en cierta uniformidad general. Le preocupaba la acumulación y mezcla inevitables de publicaciones de naturalezas disímiles, las cuales con el tiempo serían apreciadas de manera similar. Pero, a pesar de la línea editorial de cualquier fuente impresa y de la posible influencia (in)directa sobre un caricaturista en cuanto al mensaje por transmitir, lo original que sí se distingue en medio de una gran diversidad pasa al terreno visual o de la grafía peculiar de todo humorista gráfico. La caracterización y evaluación crítico-historiográfica cuenta con este otro elemento que es una peculiaridad única.

Sobre este aspecto formal David supo de algunas de sus limitaciones, ajenas al creador: «Al caricaturista se le cortó (sic) el impulso, la libertad creadora, para evitar extralimitaciones de la intención y asegurar que esta no llegara más allá del punto marcado con mentalidad administrativa por la dirección. Gravitaba sobre cada rasgo caricatural una vigilancia que impedía cualquier travesura de la línea o del juego sutil del humor. Censura callada, pero más tenaz que la de los tiempos infaustos en que actuaba la oficial»[12].

Son los recuerdos de un activo caricaturista sobre cierto instante antes de 1959. Cuestiones como estas no se toman en cuenta para un estudio, pues muchas veces no existen. Normalmente solo se tiene la obra, inserta en un espacio gráfico de la publicación. Los dos ejemplos valen por su carácter de testimonio y para contrastarlos con el proceder editorial de las publicaciones periódicas aparecidas con la revolución que incluyeron caricaturas. La proyección e intereses de estas últimas tendrían una base común, por lo que se deduce que ideológicamente serían otras. Ese primer momento que fue enero de 1959 para la historia del país, si bien cambió una realidad que lo necesitaba, buena parte de sus componentes debían hacerlo también.

Desde casi los primeros días la caricatura de la revolución ya hacía su presencia en varios rotativos de aquel momento. Fue el comienzo de una nueva etapa para el humorismo gráfico cubano que ya cuenta con más de cuarenta años de experiencias, con buenos y malos ratos y con la labor de distintos caricaturistas desde las páginas de las publicaciones periódicas de ahora, con un fin social desde lo estatal.

Fechas, nombres, frustraciones, salidas efímeras y duraderas de publicaciones, entrevistas, salones humorísticos, dinero, gratitudes, (auto)censura, experimentaciones gráficas, cambios expresivos, sustos, trabajos voluntarios, diálogo, premios... a esto y mucho más podemos reducir toda una historia del humor gráfico de esta isla que ha tenido distintos propósitos sociales y recurrencias de tópicos en tiempos aislados e infinidad de soportes impresos y talentos creativos. Como Gay-Calbó solo quedaría por decir que «la historia es cuanto ha ocurrido. Hasta esos espíritus hoscos hallarán un mínimo lugar en el almacén inagotable de los acaecimientos, solo por haber vivido»[13]. Algún día nos enteraremos de todos los detalles.

 

NOTAS

[1] Guillermo Sánchez: «Un documento para la historia de la caricatura en Cuba», Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, año 72, tercera época, vol. XXIII, no. 2, mayo-agosto 1981, p. 233.

[2] Heriberto Portell Vilá: «Caricatura y caricaturistas cubanos», Magazine Social, La Habana, año V, no. 7, julio 1949: p. 15. Estos eran los versos: «El que no quiere ser,/ vecino de Cayo-Putano/ obre como ciudadano/ y tenga buen proceder...». Mi agradecimiento personal a la profesora e investigadora Ana Cairo por haberme informado de la existencia de este artículo.

[3] En conversación con la especialista Araceli García-Carranza, para saber qué se entiende por revista,periódico, tabloide y suplemento, me habló de las categorías principales por tomar en consideración para la necesaria enmarcación. Las dos principales son la temporal y la de contenido. Si la publicación sale de forma diariaes un periódico, de no ser así, entonces es una revista. Me comentó además que nuestra Biblioteca Nacional tiene como norma considerar a los semanarios cubanos del siglo XIX como revistas, a pesar de que el formato de estos en muchos casos se ajusta mejor al de un periódico.

[4] Después de realizar una búsqueda de las publicaciones humorísticas cubanas del siglo XIX en la Biblioteca NacionalJosé Martí y el Instituto de Literatura y Lingüística supe de la existencia de numerosas con estas características, motivo por el cual no las enumero aquí.

[5] La historia visualde la caricatura cubana puede reducirse convencionalmente a los términos de imagen precisa e imagen subjetiva como señal del comportamiento aproximado del dibujo empleado por nuestros caricaturistas con el tiempo. Cualquiera que se adentre en la revisión de un variado y cuantioso número de revistas, periódicos y semanarios cubanos con caricaturas verificaría la idea del cambio visual ocurrido con la grafía de diferenteschistes gráficos en épocas nada similares.

[6] Véanse las caricaturas sobre el tema publicadas nuevamente en las dos ediciones de la única antología de la caricatura política cubana: «Cuba cien años de humor político», Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1971. Évora Tamayo, Juan Blas Rodríguez y Oscar Hurtado: «Más de cien años de humor político»,segunda edición, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1984, T. 1. Y Évora Tamayo y Juan BlasRodríguez: «Más de cien años de humor político», 2ª edición, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1984, 1.y 2.

[7] Cuba y América (1897-1917) fue publicada primero en el exilio y luego en Cuba. Durante su existencia modificó su subtítulo, formato, periodicidad de circulación y fines editoriales.

[8] De la primerapublicación había escritoÉvora Tamayo: «En 1896 Patria empezó a publicar un suplemento: Cacarajícara. Ilustrado con caricaturas de Ricardo de la Torrientey F. Ibáñez». Cfr. Évora Tamayo: «La caricatura editorial», Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 1988, pp. 14 y 15. El lapsus cometido por quien ya había caracterizado a Cacarajícara correctamente en «Apuntes sobre la prensa satírica habanera en el siglo XIX», EditorialOriente, Santiago de Cuba, 1979, es meritorio para exclamar: ¡ojalá Patria hubiese tenido un suplemento humorístico! O al menos que hubiese incluido caricaturas en el propio periódico desde su fundación, iniciativa que se hubiesedebido a José Martí. ¿Pudo el Maestro pensar en semejante posibilidad? Cacarajícara sí tuvo cierto vínculo con Patria, pero de otro tipo. Enrique Hernández Miyares, editor de esta publicación y antiguo directorde La Habana Elegante, lo hizo sabercon su «Por si acaso»: «En una carta de Nueva York dirigida a La Correspondencia de España, se dice que yo he sido destituido de Patria por autonomista, y que iba a fundar este periódico [Cacarajícara] para atacar a la Delegación. Todo eso es mentira. Yo no fui destituido de Patria, sino que fue suprimida mi plaza, por economía, según se me dijo, y nada más. Al principio,como era natural, (¡a cualquiera le sucede lo mismo!) viéndome sin una peseta, en el extranjero, sin ladrar el inglés y con familia, hube de quejarme en privado amargamente; pero luego vino la reflexión y me dije: noes Cuba quienme ha hecho daño sino una medida económica, y no va a pagar nadie mi poca suerte, ni voy a ser el que rompa la armonía por un destinejo, porque no hay de qué, ni sería esto noble, sino obra de despecho tonto» (Cacarajícara, año I, no. 2, Nueva York, 30 de octubre de 1897, p. 2). Con estas palabras colegimos perfectamente que de no haberse efectuado semejante reajuste económico en Patria, Hernández Miyares hubiese continuado con su labory Cacarajícara seríasolo el nombre de un combate liderado por Antonio Maceo en mayo de 1896.

[9] El irónico texto de una de las seis caricaturas publicadas por Bayaceto en El Moro Muza. Satírico y literario, año VI, no. 36, 20 de junio de 1869, p. 368 ofrece el valiosísimo dato: «La redacción de El Moro dedica una corona de laurel al caricaturista de El Machete, papel insurrecto que se publica en Nueva Orleans. ¡Honor al talento desgraciado!» En Santiago de Cuba se publicóen 1890 un bisemanario con igual nombre.Tenía como subtítulo Órgano Oficial del Partido de su Nombre y con Más Filo que una Navaja Barbera.

[10] En Cuba los caricaturistas han surgido así, pero en 1951 variosde ellos vieronrealizado el sueño de poder impartiruna asignatura sobre caricatura, en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel MárquezSterling. Fue el casode David, Hercar,Carlos P. Vidaly Heriberto PortellVilá, entre otros.Para más detalleconsúltense los números7 (agosto de 1951, p. 1) y 11 (diciembre de 1951, pp. 1 y 2) de la revistaCartón. Órgano Oficial de la Asociación de Caricaturistas de Cuba.

[11] Enrique Gay-Calbó: «El Bobo. Ensayo sobre el humorismo de Abela», Impresores Úcar García, La Habana, 1949, pp. 69 y 70.

[12] Juan David: «Lacaricatura: tiempos y hombres» (inédito).La cita corresponde a las páginas7y8 del capítulo 7 de este libro, que tuve la oportunidad de leer, por una copia digital que gentilmente me facilitó el editor Emilio Hernández Valdés. A él mi gratitudreiterada. Como ya fue publicado el libro de Juan David, estas son las referencias exactas de la cita utilizada: «La caricatura: tiempos y hombres», Ediciones La Memoria, 2002, p. 96.

[13] Enrique Gay-Calbó: Op. cit., p. 120.
TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2015): Axel Li. Edición de Félix López. · El presente texto se recupera tal cual fue publicado originalmente, sin aplicar corrección de localismos ni revisión de estilo. Tebeosfera no comparte necesariamente la metodología ni las conclusiones de los autores de los textos publicados.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
AXEL LI (2015): "Matices históricos de la caricatura cubana", en REVISTA LATINOAMERICANA DE ESTUDIOS SOBRE LA HISTORIETA, 33 (14-VI-2015). Asociación Cultural Tebeosfera, Ciudad de la Habana. Disponible en línea el 29/III/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/matices_historicos_de_la_caricatura_cubana.html