POR AMOR A LOS TEBEOS. QUIENES LOS CREAN I
REDACCIÓN DE TEBEOSFERA

Title:
For the love of comics. Those who create them I
Resumen / Abstract:
Declaraciones de un grupo de autores de cómic, los nacidos antes de 1976, sobre su aprecio a la historieta, en respuesta a la convocatoria de Tebeosfera con motivo de la celebración del Día del Cómic, el 17 de marzo de 2023 / Statements by a group of comic book authors, those born before 1976, about their appreciation of comics, in response to Tebeosfera's call for the celebration of Comic Book Day on March 17, 2023.

POR AMOR A LOS TEBEOS: QUIENES LOS CREAN I
Autores de cómic, de la Posguerra hasta la Transición

 

Quienes crean los cómics han tenido la amabilidad de compartir con nosotros sus listas de tebeos favoritos, sus anécdotas y sus historias sobre cómo terminaron dedicándose a guionizar y dibujar cómics. Como las contribuciones han sido numerosas, hemos separado las respuestas de los autores en dos grupos. Este es el de los autores nacidos antes de la Transición. 

 

JAN
1939, Toral de los Vados, León.

En mi época de juventud no me pegaban demasiado los cómics que circulaban, como no fuese por curiosidad o aburrimiento, y es que mi vocación eran los dibujos animados y estaba emperrado en seguir ese camino. Pero es verdad que me impresionó la obra de Blasco (Cuto), y también la de Alex Raymond y Harold Foster, que llegaba a ver en los suplementos de diarios americanos que un amigo de mi padre recibía de EE UU (tendría entonces como diez años). Prince Valiant era parte de mis ensoñaciones, y recuerdo una viñeta que siempre me impactó y que volví a encontrar de tanto en tanto... Era una página en la cual la princesa Aleta danza ante unos beduinos en un oasis; el dibujo, bellísimo, y el texto, de gran fuerza poética, se me quedó casi grabado: "... baila al son de los tambores y la melodía de las flautas, sus pies menudos revolotean como blancas mariposas trenzando su danza...". No se me ha olvidado.

Portada de Torpedo 1936 nº 0 (1988) ilustrada por Bernet.

¿Los diez tebeos españoles que me importaron más...? Solo se me ocurren historietas de Cuto, de Jesús Blasco; Torpedo, de Abulí y Jordi Bernet; los chistes de Tono en La CodornizEl Cachorro y La familia Pepe, de García Iranzo (que, por cierto vivía en el piso de encima del mío); Alatriste, de Joan Mundet; Haxtur, de Víctor de la Fuente; Manos Kelly, de Palacios; Hom, de Carlos Gimenéz; Clarke & Kubrick, de Alfonso Font; Los crímenes del gramófono, de Ángel Puigmiquel… Sé que habría más pero mi memoria no me deja.
Y es que yo soy más de libros.

 

CARLOS GIMÉNEZ

1941, Madrid

No puedo decir exactamente en qué momento de mi vida decidí ser dibujante de tebeos, o qué historieta me impactó lo suficiente como para hacerme desear serlo. Yo he dibujado siempre, desde que tengo recuerdos. Y estos se remontan a mis cinco años, antes de entrar en los colegios en los que estuve interno. Y siempre imitando o influido por los tebeos. Por una simple razón, porque los tebeos han estado siempre en nuestras casas y era fácil escogerlos como láminas de dibujo.

De todas formas, donde yo creo que mi afición a dibujar se desarrolló de mayor manera fue en esos colegios de los que hablo. Si en aquellos colegios hubiera habido alguna manifestación artística que hubiera podido impresionarme o influirme, como cuadros o libros ilustrados, quizá mi afición hubiera ido por otro lado, hubiera deseado ser pintor o ilustrador. Pero en mi colegio solamente tenía como modelo a imitar los tebeos. Mis láminas de dibujo fueron siempre los tebeos.

Me gustaban los tebeos más que nada en el mundo. Y eso hizo que ya en el colegio yo dibujara tebeos.

Pero sí puedo decir que hubo dos personajes que, siendo yo niño, me impactaron sobremanera el día que los descubrí. Uno fue El Cachorro, de G. Iranzo, y el otro, Apache, de Luis Bermejo, el primero sobre los ocho o nueve años y el otro sobre los quince. Cuando salieron estas colecciones, posiblemente yo ya había decidido ser de mayor dibujante de tebeos, pero si no hubiera sido así, es indudable que el impacto emocional que estas historietas produjeron en mí me habría hecho querer serlo.

Guardo como un tesoro y como un referente estas dos colecciones de tebeos. De vez en cuando las miro. Y cuando lo hago disfruto y aprendo.

Fragmento de Paracuellos donde Pablito decide ser dibujante de tebeos.

La lista de los diez tebeos españoles que me pedís pudiera ser (y seguro que me dejo fuera alguno muy importante):

  • Rayo Kit, de G. Iranzo.
  • El Cachorro, de G. Iranzo.
  • Chispita, de Ambrós.
  • El Capitán Trueno, de Ambrós y Mora.
  • Las aventuras del FBI, de Luis Bermejo.
  • El Guerrero del Antifaz, de M. Gago.
  • Cuto, de Jesús Blasco.
  • Apache, de Luis Bermejo.
  • Purk, el hombre de piedra, de M. Gago.
  • Jaimito, de Karpa y Liceras, en la revista Jaimito

 

JOSEP MARIA BEÀ. 1942, Barcelona.

Más que el azul del cielo, el primer recuerdo que guardo de la percepción del color se remonta a mis cinco años, cuando tuve en las manos un tebeo de El Capitán Marvel, de Clarence C. Beck, publicado por Hispano Americana de Ediciones. El color rojo del traje del superhéroe me dejó perjudicado. Amé al Capitán Marvel y llegué a enfermar por lamer las portadas del personaje volador recién impresas. El color rojo sabía a grosella, pero era tóxico; aun así, valía la pena jugársela.

La cosa se complicó cuando tres años después descubrí en la revista Pulgarcito, de Editorial Bruguera, las aventuras de El inspector Dan, dibujadas por Eugenio Giner. Por primera vez, en ellas descubrí la existencia de un horripilante elenco de criaturas de pesadilla jamás imaginadas por mi cerebrito: museos siniestros, momias asesinas, ominosos encapuchados y psicópatas de mucho cuidado que se ocultaban con sigilo en las brumas londinenses para saltar sorpresivamente sobre ingenuas víctimas. Tal era el pavor que me provocaba la lectura semanal de El inspector Dan que en ocasiones abría con suma lentitud la revista, con prevención, procurando atenuar el impacto terrorífico. Creo que nunca, a lo largo de mi vida, he pasado tanto miedo como ante aquellas historias asfixiadas de texto, con un clima de horror que el dibujante conseguía recrear de manera desconocida en aquella época.

Así pues, gracias a Eugenio Giner y a su Inspector Dan, a mis diez años decidí que quería ser dibujante de tebeos. Y así ha sido. Y juro que ha sido divertido.

 

Portada del monográfico de Vacaciones todo el año que recopilaba historietas del Inspector Dan aparecidas en Pulgarcito, con portada ilustrada por Giner.

Lista de los mejores diez cómics españoles. De más a menos interés:

  • El arte de volar, de Antonio Altarriba y Kim.
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Mis miedos, de Enric Sió.
  • Sangre de barrio, de J. Martín.
  • La casa, de Paco Roca.
  • Trazo de tiza, de Miguelanxo Prado.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.
  • Anarcoma, de Nazario.
  • ¡Universo!, de A. Monteys.
  • El inspector Dan, de González y Giner.

 

XAQUÍN MARÍN 
1943, Ferrol (Galicia)

Fuí un "devorador" de tebeos desde bien pequeño, también iba al cine con mucha frecuencia; al salir hacía, a veces, un relato dibujado y muy simple explicando la película.

Adoraba los cuadernillos de Hazañas Bélicas que dibujaba Boixcar, y hasta copiaba sus viñetas. Luego vino la pintura, y por fin volví al cómic. El primero que publiqué fue en el año 1971.

Portada de Boixcar para el primer número de la primera serie de Hazañas Bélicas (1948).

En cuanto a la lista de tebeos, así de memoria:

  • Hazañas Bélicas, de Boixcar.
  • Hombre solo, de A. Mingote.
  • La familia Cebolleta, de M. Vázquez.
  • Historias de Coll.
  • Trazo de tiza, de M. Prado.

Y otros muchos de autores extranjeros como Arzak (Moebius), Rowlf (Corben), Lone Sloane (Druillet), Valentina (Crepax), Mort Cinder (A. Breccia)...

 

ALFONSO FONT
1946, Barcelona

En mi caso, que tengo ya una edad (o dos), he de retroceder a tiempos de la posguerra —en una Barcelona sin televisión, sin móviles, ni PC, ni tablets, ni nada técnico que no fuera la radio, con lámparas que se fundían y había que cambiar para que siguiera funcionando—, para recordar cómo me fui introduciendo en el mundo de los tebeos. Me gustaba el dibujo desde muy niño, y me encantaban los cromos que aparecían en los chocolates Ametller, con sus aventuras y sus dibujos maravillosos. Así empecé en este oficio, por amor.

 

MARIKA VILA
1949, Barcelona

Para recordar mi primer contacto con el cómic he de remontarme a los domingos de mi infancia y al tan esperado paseo matinal con mi padre hasta el Mercado de San Antonio (mercado de libro viejo en Barcelona), donde él revisaba libros antiguos y yo cromos y tebeos y también una colección maravillosa de libros infantiles que recopilaba versiones adaptadas de los clásicos (Poe, Shakespeare, leyenda artúrica, etc.) con bellísimas ilustraciones delicadamente coloreadas, la Colección Araluce, dirigida por una gran periodista pionera, María Luz Morales; me encantaba su lectura, y sus imágenes ejercieron una gran impresión sobre mi mirada de niña. Así, la fuerte atracción hacia el dibujo me acercó a los tebeos. La elegante línea de Coll y la descriptiva pluma de Benejam me llamaban desde el TBO. La garra de Jorge, Escobar, Vázquez, Gin o Cifré, desde las revistas de humor como Pulgarcito, DDT, CAN CAN o Tiovivo… Poco a poco, la necesidad de contenidos me acercó a las aventuras de El Capitán Trueno y a otros territorios masculinos como El Jabato, Hazañas Bélicas o Diego Valor, que me llevaron a la travestización para vivir la aventura. En aquel territorio masculino las mujeres eran capturadas y ya no jugaban más que como objeto a salvar… La Dra. Fontana, capitana de la misión estelar de Diego Valor, podía serlo siendo mujer tan solo porque había sido inyectada con cerebrina, una fuerte droga que multiplicaba su función cerebral… Descubrí que el cómic no nos veía ni escuchaba, no se dirigía a nosotras, quizá por eso no he parado de intentar que lo haga algún día…

Portada del primer número de la segunda serie de Diego Valor (1957) ilusrtada por J. Moya, con la doctora  Beatriz Fontana siempre en segundo plano, como objeto a salvar por el protagonista masculino.

Mi primer héroe fue el gato Pumby, de Sanchis, y mi primera heroína, la pequeña y traviesa Lalita, de Pili Blasco. También cayeron en mis manos alguna Pequeña Lulú extraída de las pilas de segunda mano y algún Daniel el Travieso y, claro, allí descubrí la colección Azucena, con Rosa Galcerán, Carmen Barbará o María Pascual, y su modernización sesentera en las colecciones musicales Claro de Luna, Serenata o Rosas Blancas. En ellas y, a pesar de la falta de contenido, aún menor en el cómic para niñas (donde la aventura desaparecía para dejar paso a la pedagogía de género), la fantástica atracción del dibujo como promesa de acceso a los mundos de la imaginación no cesó de tentarme semanalmente en las preciosas portadas de estas dibujantes, o en las de Pepe González, Gómez Esteban, los hermanos Badía, Longarón, en los dibujos de Luis García en los tebeos del Dúo Dinámico o en tantos otros con sello de Selecciones Ilustradas, la agencia que, en poco tiempo, acogería mis inicios como dibujante…

Más tarde, y al lado de mis autores favoritos, ahora ya como compañeros, se inició el comprometido camino de dignificación del lenguaje artístico del cómic desde la responsabilidad de la autoría, en la que nuestro emocional enganche con el medio dibujó su construcción, generalmente fundamentada en un tierno amor infantil.

Lista de tebeos en mi recuerdo:

  • La familia Ulises, de Benejam, en el TBO.
  • Las travesuras de Lalita, de Pili Blasco, en Florita.
  • Pumby, de Sanchis.
  • Doña Urraca, de Jorge.
  • Carpanta, de Escobar.
  • Colección Azucena, de Rosa Galcerán.
  • Mary “Noticias”, de C. Barbará.
  • El Capitán Trueno, de Mora y Ambrós.
  • El que parte y reparte, de El Cubri.
  • Nova 2, de Luis García.

 

ALFONS LÓPEZ
1950, Lleida

Veamos, lo he comentado en otras ocasiones. Yo soy autor de tebeos porque en casa de mis abuelos había tebeos, es decir, mis padres y mis tíos eran lectores de tebeos. Había varios, desde los primigenios  cuadernillos con grapa de Hazañas Bélicas, de Boixcar, hasta los que más me impactaron incluso antes de saber leer: los míticos El Aventurero, con los grandes clásicos americanos, y el TBO, en especial con La familia Ulises.

Esos dos amores marcaron mi vida profesional. El Aventurero, por la calidad del dibujo, que me fascinaba, y La familia Ulises, porque, sin razonarlo en aquel momento (recordemos, era la primera mitad de los cincuenta, y yo había nacido en 1950), el costumbrismo que desprendían sus personajes y sus historias me los hacía identificables con mi entorno. Formaban parte de mi familia.

Como detalle, diré que a los catorce años ya sabía a lo que quería dedicar mi vida profesional: "Papá, mamá, yo quiero ser dibujante de tebeos”. Y me puse a estudiar todo lo que pude relacionado con el dibujo.

Primer TBO Dedicado a la Familia Ulises (1964), con historieta de Benejam.

Sobre la lista de los diez tebeos españoles más importantes de mi vida, ha de entenderse que es exactamente eso, no pretendo de ninguna manera que signifique que fueran los mejores. Ahí van:

  • Revista TBO.
  • Revista Pulgarcito.
  • Revista Jaimito.
  • Pumby, de Sanchis.
  • El Capitán Trueno, de Mora y Ambrós.
  • El Jabato, de Mora y Darnís.
  • Pantera Negra, de los hermanos Quesada.
  • Revista Trinca.
  • Revista Gaceta Junior.
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.

De lo que termino de escribir deduzco la importancia que tienen las primeras influencias…

 

RAMÓN BOLDÚ
1951, Tarroja de Segarra (Lleida)

No sé exactamente el porqué comencé a dibujar, desde una edad muy temprana (a finales de los cincuenta). Mis padres me daban cinco pesetas, y me iba al quiosco de enfrente de casa y le decía al quiosquero: ¿qué me puedo comprar con esto?, y siempre me daba un TBO. De todo lo que salía en el TBO, lo que me apasionaba eran Las aventuras de Eustaquio Morcillón y su fiel Babalí. Me di cuenta que con trazo simple, sin abigarramientos, te podías meter en plena selva, como si estuvieses allí, dejando a tu imaginación lo que intuías en los trazos limpios de Benejam. Comencé a dibujar posiblemente porque era muy simple para mí expresarme dibujando y me gustaba contar aventuras, imaginarme vidas, y que era más sencillo y natural hacerlo con dibujos. Con el tiempo fui descubriendo otras formas de expresión, pero la simpleza y el trazo gestual es lo que me ha atraído desde siempre.

Portada del TBO extraordinario dedicado a Morcillón y Babali (1966), por Benejam.

Lo que me ha enganchado de autores españoles:

  • Las aventuras de Eustaquio Morcillón y su fiel Babalí, del dibujante Benejam.
  • Cuto y Zarpa de acero, de Jesús Blasco.
  • El Capitán Trueno, de Víctor Mora y el dibujante Ambrós.
  • El inspector Dan, de Eugenio Giner.
  • El Cachorro, de Iranzo.
  • El Guerrero del Antifaz, de Gago.
  • Anacleto, agente secreto, de Vázquez.
  • Hazañas Bélicas, de Boixcar.
  • Peter Hypnos e Historias de taberna galáctica, de Josep Maria Beà.
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.

 

SENTO LLOBELL
1953, Valencia

En los primeros años sesenta, recuerdo ir al quiosco de "el Tendre" (el Tierno) todos los jueves a comprar el cuadernillo de El Capitán Trueno. Me producía una emoción total.

De camino a casa ya me había leído las diez medias páginas ... Aaarg! ... Entonces había que esperar al jueves siguiente.

Tocaba releer, con atención plena, una y otra vez, el cuadernillo reciente y los anteriores. Así inicié mi amor por los tebeos.

Mi lista podría ser:

  • El Capitán Trueno, de Mora y Ambrós.
  • Hazañas Bélicas, de Boixcar.
  • Historietas mudas de Coll.
  • Mortadelo, de Ibáñez.
  • Superlópez, de Jan.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.
  • Extraperlo y tranvía, de Alfonso López.
  • Marisco, de Micharmut.
  • Cleopatra, de Mique Beltrán.
  • La casa, de Paco Roca.

 

JOAN MUNDET
1956, Castellar del Vallés (Barcelona)

Rememorando ese tiempo, sí, hay algunas cosas que me pillaron y a la larga hicieron que me dedicase a los cómics, historietas, tebeos, novelas gráficas o como se llamen.

Los domingos de pantalón corto mi tía abuela, que era muy devota, me llevaba a misa, y al salir me dejaba escoger una revista en el quiosco al lado de la iglesia.

Compraba el Rin Tin Tin buscando las historietas de Beyloc, y hay una titulada “El pistolero”, del número 44, que la leía y releía porque me gustaban una barbaridad los dibujos; después descubrí que en esa historia había versiones de Arturo del Castillo, de Alberto Breccia, de Jesús Blasco, de Alberto Giolitti y algunos más que igual se me escapan.

Portada de Rin-Tin-Tin nº 44 (1962), de Beyloc.

Después fueron las cuatro páginas finales de Enric Sió, en el libro de Luis Gasca Los cómics en España, de editorial Lumen, especialmente las dos de Aghardi: era lo más moderno, lo más diferente, lo más cosmopolita… Después, dada mi insistencia, a través de un amigo conseguí casi todas las entregas de Aghardi de la revista musical Mundo Joven; ahí me di cuenta de que en cómic se puede explicar todo con infinidad de recursos.

Hay otro momento, la portada del número 1 de Tótem, con el mono astronauta, y dentro Arzach, de Moebius: eso ya fue el clic total. Todo es posible.

Y desde ahí hasta hoy, con algunas otras (bastantes), estas son mis referencias. A veces, cuando dudo o me pierdo en vericuetos extraños, entonces miro sus páginas, y ellos me ponen otra vez en la senda; los utilizo de consejeros mudos, pero muy importantes. De hecho, de ellos he aprendido todo lo que sé.

Diez tebeos más importantes:

  • Aghardi, de Enric Sió.
  • El Cid, de Antonio Hernández Palacios.
  • Haxtur, de Víctor de la Fuente.
  • Cuentos de un futuro imperfecto, de Alfonso Font.
  • Romances de andar por casa, de Carlos Giménez.
  • Nova 2, de Luis García.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.
  • Trazo de tiza, de Miguelanxo Prado.
  • Frank Cappa, de Manfred Sommer.
  • Historias de taberna galáctica, de José M. Beá.

 

VÍCTOR BARBA
1956, Puertollano (Ciudad Real)

Dibujo desde que iba a gatas, ya fuera en papel, si lo había, o en la primera pared que encontrara a mano si no era el caso. Por otra parte, cuando ingresé con cuatro años por primera vez en el colegio ya sabía leer y escribir. En esas circunstancias, las profesoras se plantearon que, en lugar de pasarme directamente a un curso superior, con el riesgo de no encajar por edad en un grupo de alumnos mayores, era mejor darme carta blanca en la actividad escolar, y durante ese curso potenciaron mi creatividad proponiéndome hacer un cuento, desarrollando una historia que ellas me daban y poniendo en mis manos papel y pinturas de acuarela (toda una novedad para mí).

Ese fue en gran parte el trabajo que hice aquel primer año de escuela, y se condensó en veinte hojas en formato A3 con un dibujo en cada una más un pequeño texto, luego cosidas primorosamente con una cinta de charol por aquellas maestras vocacionales y que durante décadas estuvo en un baúl de la casa familiar. Ellas mismas sugirieron a mis padres que para continuar fomentando mi afición a la lectura me comprasen “tebeos”. Así lo hicieron, y aquí sigo, con esa afición que pronto se convirtió en pasión. Desde ese recuerdo expreso un agradecimiento que ellas ya no pueden recibir.

Con esos antecedentes, a los diez años ya intentaba contar una historia en viñetas sobre cuartillas y folios, mientras cualquier dinero que caía en mis manos iba directamente a las del quiosquero del centro de mi ciudad a cambio de cuantos “tebeos” (entonces no era cómics ni, por supuesto, manga) podía conseguir a cambio.

Portada de Bravo nº 30 (1968), con "Fort Navajo", de Charlier y Giraud.

Mi colección se fue llenando de lo que entonces llegaba a aquel quiosco, desde cuadernillos horizontales con grapa a los tebeos importados de Novaro, los de formato novela de Sioux, Hazañas Bélicas, Brigada Secreta, Vértice, etc., pero sobre todo hubo alguno que dejó en mí una huella indeleble y me afianzó en la idea de querer ser dibujante; en el 68, Bruguera publicaba el primer número de la revista Bravo, con varias series nacionales y francesas. Allí descubrí el Michel Tanguy de Uderzo y, sobre todo, el Fort Navajo de Jean Giraud (después Moebius), que me enamoró con su dibujo y color. Un par de años después apareció la revista Trinca, con el Manos Kelly de Palacios. Su obra me dejó totalmente impresionado por el preciosismo de su dibujo y el uso deslumbrante del color, casi pop, que te transportaba al Oeste hasta hacerte sentir el calor del desierto. Sin duda, ambas obras influyeron notablemente en mi forma de ver y entender el arte en general y el cómic en particular.

Mis diez tebeos españoles:

Posiblemente hay algunas obras mejores, pero estas son las que dejaron por edad y circunstancias un recuerdo imborrable en mi vida.

  • Manos Kelly, de Palacios.
  • Paracuellos, de Giménez.
  • Revista Bravo.
  • El Capitán Trueno, de Mora, Ambrós, etc.
  • Teniente negro, de Grau, Kane y Ledesma.
  • El Cid, de Palacios.
  • Revista Totem.
  • Revista 1984.
  • Colección Sioux.
  • Colección Brigada secreta.

Descarto aquí obras importantes que influyeron en mí pero que, a pesar de ser publicadas en su día por editoriales españolas (recuperando clásicos) como Buru Lan, son extranjeras (Principe Valiente —fundamental en mi vida—, Flash Gordon, Spirit, El Eternauta…).

 

LUIS PÉREZ (LPO)
1957, León

Como quien retorna a la inocencia perdida, vuelvo a los chistes sin palabras. No se viven como el cine, trasladándose en alma y casi en cuerpo al mundo ofrecido, sino como un acertijo visual que esconde una idea. Cuando al fin la vemos se enciende una bombilla, nos inundamos de fósforo, más que comiendo toneladas de pescado, de besugo, merluzo o percebe, tan caros al tebeo español. El chiste sin palabras: un oasis de inmediatez que no se desdibuja al leer. Un oasis donde ejercitar de nuevo la fuerza viajera: a la isla del náufrago, a la consulta del oculista, al ring de boxeo, escenarios típicos de los gags del humor mudo, dando juego al ojo que ve. Ver: visualizar de golpe el regocijo encerrado en el dibujo. De una vez, sin necesidad de ir hasta las palabras. Entra por los ojos al mismo tiempo que uno entra en su vivo microcosmos, encuentra el interruptor y enciende la idea.

Hacia finales de los ochenta me cambié de casa. Las mudanzas suelen remover la vida, es sabido. En mi vida se reavivó esa experiencia primigenia del descubrimiento de mundo y lenguajes a través de los tebeos; o en los tebeos, por decirlo más precisamente. Empecé a ejercitarla como una habilidad abandonada, y durante medio año, cada noche, antes de acostarme, buscaba en la elaboración de un nuevo dibujo esa sensación primera de vuelo, transporte e iluminación ante la imagen pura.

Me enfrasqué de nuevo en ese vértigo hasta que lo actualicé, lo rehabilité, y pasé a otra cosa, pero desde entonces, cuando me satura el exceso de esta fabulosa herramienta evolutiva que es la palabra, busco la experiencia directa y renovadora de las imágenes puras, elocuentes, cuya energía original nos implica más directamente, saltándose convenciones. Leemos, luego nos comunicamos y entendemos; y tal vez pensamos. Imaginamos en silencio, luego existimos.

Los primeros impactos:

  • Revista TBO.
  • El Guerrero del Antifaz, de M. Gago.
  • Revista Tele Color.
  • El Cachorro, de Iranzo.
  • Revista Almanaque 1964.
  • Revista Pumby.
  • Revista Jaimito.
  • Pantera Negra.
  • Revista Gran Pulgarcito.
  • Revista Hermano Lobo.

 

CARLOS AZAGRA
1957, Morón de la Frontera (Sevilla)

Lo primero que cayó en mis manos fueron tebeos antiguos de Can Can y de La Codorniz, me acuerdo de jovencito de aquellos suplementos de humor del diario Pueblo, de los Hazañas Bélicas, de Boixcar, con esos degradados con la plumilla a base de hacer rayitas… tebeos que intercambiábamos por dos reales en la tienda de abajo (nunca me gustó mucho el sargento Gorila). También me impactaron el Gaceta Junior, donde descubrí a Carlos Giménez; esos tebeítos de Tony Batalla con esos Spitfire ingleses; Dick Daring de la Policía Montada del Canadá; el primer Strong, donde descubrí a Los Pitufos, Lucky Lucke...; Trinca me encandiló, ¡Es que van cómo locos!...; seguí con toda la escuela Bruguera. Mi padre me compraba cada domingo Pulgarcito, a veces Tío Vivo, DDT... Un día no había ninguno de esos y me pillé Lily, que era una revista para niñas, ¡casi me da algo!... Y, bueno, eso son un poco mis primeras andanzas. He de decir que de vez en cuando ojeaba el Pilote y esas revistas francesas tan guapas y tan caras, Tintín… (yo era más de Astérix y Obélix) de fuera me pillaba rebajado. También El Tony y Dartagnan, que eran tebeos argentinos, pero me gustaban. Ahora que lo veo con distancia, fue una auténtica válvula de escape. En una ciudad como Zaragoza, gris y con cierzo eterno, leer esos viejos tebeos siempre supuso una gozada garantizada.

Portada de Gaceta Junior nº 75 (1970), con Dani Futuro, de Mora y Giménez.

Mis tebeos favoritos:

  • Hazañas Bélicas, de Boixcar.
  • Revista Pulgarcito.
  • Revista Tío Vivo.
  • Revista Trinca.
  • Revista Strong.
  • Revista Mata Ratos.
  • Revista Pilote.
  • Revista El Globo.
  • Revista Totem.
  • Revista El Víbora.

 

MANEL GIMENO
1958, Valencia

No uno, sino dos recuerdos de mi remotísima infancia: tengo tres o cuatro años y un tebeo entre las manos. Miro los personajes dentro de esos cuadritos y unos globitos con signos que no entiendo, pero sé que ahí pone lo que dicen los personajes, así que me entran muchas ganas de aprender a leer.

Unos años después, suelo ir con mi padre los sábados por la tarde a comprar tebeos de saldo en una librería del barrio del Carmen. No me los compran “de la semana” porque son caros, pero salgo ganando porque, al ser más baratos, vuelvo a casa con seis o siete tebeos, sobre todo Pumby y Jaimito. No están usados y tienen una esquina cortada. Las aventuras de Pumby se publican por entregas de cuatro capítulos cada una. Como los compramos desordenados, cuando consigo completar una historia pongo los tebeos uno detrás de otro con las páginas dispuestas para leer la aventura de un tirón, y en ese momento siento una felicidad intensa y nueva que me marca de por vida.

Diez tebeos importantes. Hay más, claro, pero si hay que elegir...

  • ¡Es que van como locos!, de Enrique Ventura y Miguel Ángel Nieto.
  • Pumby, de José Sanchis.
  • Los profesionales, de Carlos Giménez.
  • Marisco, de Micharmut.
  • Cleopatra (integral), de Mique Beltrán.
  • Romance, de Sento.
  • Sir Tim O’Theo, de Raf y Andreu Martín.
  • 5 por Infinito, de Esteban Maroto.
  • Aventuras de Superlópez, de Jan.
  • El invierno del dibujante, de Paco Roca.

 

MANUEL MOTA
1961, Málaga

Lo que determinó mi deseo de dedicarme a los tebeos fue mi afición al dibujo y mi amor a los viejos cómics de terror de Marvel, creo que entre todos los que leí en mi infancia rural fueron los que más me impresionaron. Eso llevó a que unos años más tarde (1974, tal vez), leyendo una nota biográfica de Brocal Remohí en un Vampus, tomara la decisión fatal, la osadía, de intentar dedicarme a ello profesionalmente. Nunca lo conseguí, mi relación con el medio ha sido siempre adúltera y culpable.

El año 1976 o 77 leí en un Totem la primera historieta de un tal Moebius, y eso me volvió del revés. Su Garaje hermético me sigue pareciendo un prodigio. Después de esto, pensé, se puede hacer cualquier cosa.

Mi lista de diez cómics (no necesariamente en este orden):

  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • El invierno del dibujante, de Paco Roca.
  • Torpedo 1936, de Abulí y Bernet.
  • Drácula, de Fernando Fernández.
  • Ajeno, de Beroy.
  • Trazo de tiza, de Miguelanxo Prado.
  • El arte de volar, de Kim y Altarriba.
  • Kraken, de Segura y Bernet.
  • Historias de taberna galáctica, de Beà.
  • Dorian Grey, de Corominas.

 

LLUISOT
1962, Barcelona

El recuerdo más antiguo que conservo de mi infancia es el del día que entró la televisión en mi casa y vi la Hormiga Atómica. Recuerdo que en ese momento decidí que quería ser dibujante. Mis primeras influencias eran de la revista Patufet, que guardaba en secreto mi abuelo, porque estaba escrita en catalán y tras la guerra estaba prohibido. Esto le aumentaba mi fascinación, y empezó mi amor por lo prohibido. Después, sin duda, la escuela Bruguera, con mis favoritos 13, Rúe del Percebe, de Ibañez; Agamenón, de Nené Estivill; Angelito y La abuelita Paz, de Vázquez, y la lista sería larguísima, pero no hay espacio para tanto.

Portada del último Calendario d'en Patufet (1936), ilustrada por Cornet.

Los libros más importantes de mi vida (sólo diez se me queda corto):

  • La desaparición de Gonzalo Guerrero y La Pista Atlántica, de Miguel Calatayud.
  • Perro Nick y El Niñato, de Miguel Gallardo.
  • Bardín el superrealista y Peter Pank, de Max.
  • Artfobia y Modernas y profundas, de Cifré.
  • La máscara de goma y Pip, de Micharmut.
  • Los Garriris, de Mariscal.
  • Neo y Post, de Montesol.
  • Roco Vargas, de Daniel Torres.
  • ¡Es que van como locos!, de Enrique Ventura y Miguel Ángel Nieto.
  • Sam Balluga, de Mariel y Andreu Martín.

 

RAFAEL IGLESIAS
1963, Baracaldo

Creo recordar, con muy poca duda, dos situaciones concretas. Concisas. Dibujadas con rigor y veracidad en mi ya maltratada memoria. Primera: verano tórrido, hora de la siesta, silencio pesado y denso en toda la calle. Yo, leyendo en el suelo del salón de mi casa un Pumby, un TBO, un Pulgarcito o similar. De fondo, las carcajadas, como una catarata de risas infantiles, de alegre tintineo cristalino, de mi hermano Antonio, refugiado del sol abrasador bajo la sombra de la persiana del balcón. Leyendo, seguramente, uno de sus favoritos: Rompetechos o Mortadelo y Filemón. Pensar, fugazmente, como una de las partículas que se ven en algún resquicio de luz clandestina desde la sombra fresca y protectora: "Sería genial poder hacer eso. Eso mismo. Hacer reír, con dibujos". En otra viñeta sináptica aparece Manolo, "el de las novelas", un señor con minusvalía que había emprendido con éxito el colocar su negocio de cambio, compra y venta de revistas, novelas y tebeos, en el zaguán y hueco de escalera de un humilde edificio de mi barrio del Arenal. En la muy popular y sevillana calle Adriano, para más señas. Allí, mi hermano Antonio y yo le echamos una mano al hombre, ayudándole a ordenar, seleccionar, sacar y meter material del diminuto cuartillo donde atesoraba publicaciones, del tipo y pelaje mencionado y otras muchas extravagancias impresas. Él nos pagaba el trabajo con alguna propinilla y, lo mejor de todo, poder leer y releer tooOoodas las diversas y variadas maravillas que llegaban al lugar. La lista sería interminable, cuasi infinita, pero podría destacar los cómics del universo Marvel editados en España por Vértice, en su inicial formato pocket. A pesar del poco decoro de viñetas rehechas o totalmente retocadas (por un montador de fotomecánica con pretensiones, seguramente), fueron disfrutados memorablemente. Otro momento, catártico. Cuando llegó a mis pajilleras manos y ojos estupefactos de solo quince primaveras mi primer ejemplar de El Víbora, con portadón de mi admirado y muy querido Nazario. En ese momento, tras la lectura casi lisérgica de semejante transición iniciática, de tal cambio de paradigma, creo que decidí ser dibujeras. Muy en serio. Y así, ganar dinero a espuertas mientras groupies ansiosas y febriles deseaban mi canijo cuerpo y escaso conocimiento (de todo) de aquellos inocentes años. Posiblemente fueron la iniciación que me indujo a estar todavía, a mi edad ya, haciendo algo tan poco productivo realmente, pero altamente gratificante, como es hacer dibujillos e historietas para algún que otro fanzine descarriado. En papel, exclusivamente, a la antigua usanza. Uno es muy clásico para ciertos pecados inconfesables. Creo que a los dibujantes, a los de verdad, a los que esa actividad creativa y cultural no contiene exclusivamente un interés profesional, sino que supone una necesidad (en el estricto y elocuente sentido de la palabra) de expresión, de lenguaje y vía de comunicación. De una imperiosa actividad de supervivencia, en su binomio de lecturas de precariedad o hiperestesia, como es comer, beber, respirar. De vivir. Las pinturas rupestres, la columna de Trajano, los jeroglíficos egipcios, las aleluyas, pliegos de cordel o romances de ciegos o el tapiz de Bayeux estoy convencido que responden a la misma pulsión. A los músicos rockeros que conozco, que son muchos, les pasa algo parecido, creo. Independientemente del reconocimiento o que puedan ganarse la vida, o no, con su actividad creativa y artística, el hambre no desaparece hasta que sacian su creatividad comunicativa proyectándola y transformándola en obra. Y aquí estamos. Aquí, seguimos. Con el fanzine y la edición independiente como acto de fe, como pasión por la cultura, pero sobre todo, como AMOR AL ARTE. Nuestra vocación, nuestra devoción, nuestra pasión, nuestra edición…

  • El Capitán Trueno, de Mora y Ambrós.
  • El Jabato, de Mora y Darnís.
  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez.
  • Revista TBO.
  • Revista El Víbora.
  • Revista Cairo.
  • Revista 1984.
  • Revista Rambla
  • Revista TOTEM el comix.
  • Revista AJ.EN de Sevilla.

 

CARLOS HERMO
1964, Huelva

Huelva, año 1972 (después de Cristo). O año cinco (antes de Mercadona).

Érase una vez, en una ciudad de provincias. En una época donde aún no nos habían invadido los supermercados y grandes superficies.

Los sábados por la mañana era día de bajar al Mercado Central —mi madre y sus tres polluelos pequeños— a por la compra de la semana. Había que cargar con la comida de una familia numerosa sin coche propio. El mercado de Huelva era oscuro, más húmedo que frío, con olor a pescado y aliño fortísimo de aceitunas machacadas. Regaban continuamente el suelo de cemento basto para barrer, a presión, restos animales y vegetales indeseados bajo los pies de las amas de casa y sus vástagos. Dura expedición para un crío de ocho años. Aunque siempre había recompensa. Parada y compra en el kiosco de los Pulgarcitos (así llamaba mi santa madre a los tebeos). Era poco más que un tablero alargado sobre dos o tres caballetes, repletísimo de tesoros.

Portada de Gran Pulgarcito nº 1 (1969), con historieta de Vázquez.

Primero fueron los de Bruguera y algún Pumby. Después aparecieron los superhéroes. Recuerdo especialmente un número de Los Vengadores de Vértice (tamaño recortado), dibujado por Barry Windsor-Smith (eso lo supe después, claro).

También guardo un grato recuerdo de unos Texas Jack, de la Editorial Doncel: unos cuadernillos de grapa con portadas de cartulina glosando las hazañas de un émulo de Buffalo Bill (¿de autoría británica?). Eso sí, había que elegir rápido, no fuéramos a perder el autobús —cargados de bolsas de la compra— hacia el barrio lejano. El ansia y la premura me procuraron alguna que otra decepción. Como la de comprar un Spider/Hombre Araña de Vértice… Que resultó no ser mi “vecino y amigo” Spiderman/Peter Parker, sino el sofisticado antihéroe inglés (que también estaba muy bien dibujado, pero que no era lo que yo andaba buscando).

Poco después nos mudamos a un barrio con mejores servicios. Dado el asunto que nos incumbe, destaquemos la legendaria Papelería Ortiz: un negocio regentado por un matrimonio bastante seco, sin hijos, que atraía a la clientela con un magnetófono puesto a toda pastilla en la plazoleta, repitiendo en bucle su inamovible slogan publicitario: “Sí, sí, sí. Compre en Papelería Ortiz”.

A ellos les debí mi exhaustiva colección de Joyas Literarias (cuadernillos que fui perdiendo durante mis catorce mudanzas). Lamentablemente, solo conservo los retapados, que no incluían las fabulosas portadas de mi admirado Antonio Bernal Romero.

En aquel entonces (como diría el abuelo Cebolleta) solo había una televisión con dos canales, y muchos programas y películas tenían una calificación moral prohibitiva para mí. Un rombo (mayores de catorce años). Dos rombos (mayores de dieciocho). Así que mi refugio natural eran los Pulgarcitos. Esos Mortadelo y Filemón que me hacían reír, aun estando solo (“este niño está tonto”). O las aventuras de superhéroes que me hacían viajar a los tejados de Nueva York y más allá, incluido Asgard y otros mundos siderales. O hacia los paisajes del lejano Oeste, de la mano de Tex Willer y Manos Kelly.

A todo esto, yo ya soñaba en viñetas... Y sigo soñando.

Porque para mí, hoy en día, leer un Pulgarcito siempre tiene su recompensa.

(Carlos Hermo, en el año 2023, dC. O siglo Primero de la Era Mercadona/Amazon).

TOP TEN. No necesariamente en este orden:

  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Torpedo 1936, de Abulí y Bernet.
  • Blacksad, de Díaz Canales y Juanjo Guarnido.
  • Manos Kelly, de Hernández Palacios.
  • Mortadelo y Filemón, de Francisco Ibáñez.
  • Hombre, de Antonio Segura y José Ortiz.
  • Dieter Lumpen, de Jorge Zentner y Rubén Pellejero.
  • Joyas Literarias Juveniles.
  • Capitán Trueno, de Víctor Mora y Ambrós.
  • Drácula, de Fernando Fernández.

En el banquillo se quedan Superlópez, de Jan; Bogey, de Segura y Leo Sánchez; Frank Cappa, de Manfred Sommer; Iberia Inc., de Carlos Pacheco, Rafa Marín y Rafa Fonteriz…

A tener en consideración: es un listado de “obras”, no de “autores” preferidos. Si ese fuera el caso, sería un delito (perseguido por la ley tebeística), olvidar a Paco Roca, Alfonso Font, Víctor de la Fuente…

 

MAURO ENTRIALGO
1965, Vitoria

No tengo memoria suficiente para recordar algún momento de mi vida en el que todavía no me hubieran atrapado los tebeos como lector. Ni siquiera uno en el que no tuviera clarísimo que de mayor me iba a dedicar a escribir y dibujar historietas. Recuerdo que, incluso antes de tener edad para ir al colegio, los domingos por la tarde los dedicaba a copiar viñetas del Trueno Color, y me llamaba mucho la atención que los vestidos de los personajes fueran de distinto color en las portadas y en el interior. Aprendí a leer muy pronto, a los tres años, porque quería leer todos los tebeos que me diera la gana las veces que quisiera sin tener que recurrir a mis familiares adultos. Mi madre siempre me dice que cuando le hacía leerme algún Pumby, si se saltaba algún bocadillo para terminar antes, me daba cuenta siempre y le exigía leerme el texto que se había saltado.

Contaré, de todas formas, un recuerdo determinante en mi aprendizaje tebeístico. Durante mucho tiempo mi padre me había hablado de El Aventurero, que era su tebeo favorito hasta que la guerra interrumpió su salida. No conservaba ningún número, pero aun así, a menudo me explicaba, en un ejemplar imaginario invisible que formaba en el aire con las manos,  lo que contenía página a página: aquí en la portada iba Flash Gordon, aquí Jim de la jungla, aquí Merlín, el mago moderno… Casi todos los que mencionaba eran personajes míticos para mí porque en ese momento apenas había podido conseguir ver alguna imagen suelta y solo de los más famosos. De pronto, un día, en la televisión, empezaron a poner un anuncio que avisaba que salía una colección en fascículos de Flash Gordon de Alex Raymond. Encima, regalaban los dos primeros por el precio de uno. A mi padre no tuve ni que convencerle. El día que salió nos llevó a mis hermanas y a mí al kiosco e, incluso antes de llegar, él nos iba hablando de la ciudad de los hombres halcones, de Ming, de Mongo, del príncipe Barin de Arboria… Años más tarde ya supe que en esa edición las viñetas estaban remontadas y coloreadas, pero en el instante que leí el primer fascículo de Flash de Buru Lan en mis manos me pareció la mejor colección de cómics del mundo. Y no solo por la historia y los dibujos: la textura y grosor del papel, su olor, el diseño de las portadas… 

Primera entrega de los fascículos Héroes del cómic. Flash Gordon (Buru Lan, 1971).

No son los diez tebeos españoles más importantes de mi vida, pero sí diez tebeos españoles importantes en mi vida:

  • La familia Ulises, de Benejam.
  • Los guerrilleros, de Bernet Toledano y Andrade.
  • Anacleto, “El malvado Vázquez”, de Vázquez.
  • Peter Petrake, de Calatayud.
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Preludio de Sanfermines 78, de Simónides.
  • Cuttlas, de Calpurnio.
  • La noche de siempre, de Ramón de España y Montesol.
  • Un largo silencio, de Gallardo.
  • El capitán Torrezno, de Valenzuela.

 

ALEJANDRO GALINDO (“ÁLEX”)
1967, Alcantarilla (Murcia)

Yo aprendí a leer siendo muy pequeño. No recuerdo cuánto de pequeño, pero la cosa es que cuando venía una visita a la casa, mi padre me daba un periódico. Abría una página al azar y me decía: "Lee para estos amigos...". Era como una especie de atracción de feria. Ja, ja, ja. A eso se unió el hecho de que había un quiosco donde cambiaban tebeos muy cerca de casa. Eran esas novelas pequeñitas de Marvel. Me acuerdo de Los 4 Fantásticos y del Doctor Muerte sobre todo. Y me recuerdo haciendo muchos viajes a ese quiosco!...  Cuando llegaban las vacaciones de verano íbamos mucho a desayunar al pueblo, y después pasábamos por una tienda de artículos de playa. Allí mi padre se compraba una novela de Marcial Lafuente Estefanía y a mí me compraba un tebeo. Me gustaba mucho Sir Tim O´Theo, de Raf. Así era la felicidad en aquella época...

En cuanto a autores españoles, sobre todo recuerdo una exposición de originales de Max. Había gouaches también, y yo no podía creer lo que estaba viendo. ¡No sabía que un ser humano podía hacer algo tan bonito! ¡¡Pura magia!!

Pues la verdad es que huella han dejado todos, porque he admirado y respetado mucho a cualquiera que estuviese contando historias con viñetas, y además no quería dejar a nadie fuera.

Pensad que uno de mis hermanos mayores leía mucho Hazañas Bélicas, y yo pues leía cualquier cosa que cayera en mis manos, y que además en esa época yo no miraba ni quién dibujaba eso. Puedo hablaros de colecciones o revistas, que era lo que leía y solo hasta un cierto momento: TBO, El Jabato, El Capitán Trueno, El Víbora, 1984, Cimoc, Comix internacional, Madriz.

Luego hay huecos donde dejé de leer cómics para ver otras cosas y leía esporádicamente alguno.

Pero bueno diré algunos autores que puedo recordar en este momento: Carlos Giménez, Max, Javier de Juan, Ceesepe, Alfonso Font, Das Pastoras, Daniel Torres, Seguí, Rubén Pellejero, Guarnido y Paco Roca.

Estilos muy variados... Ya os digo, ¡hay tantos!

 

JOSÉ LUIS VIDAL
1968, Cádiz

Mi padre y mi tío eran lectores de tebeos, por lo que los mortadelos siempre estuvieron a mano. Pero el día más especial de la semana eran los domingos, en los que siempre pasábamos por el mercadillo, el rastro del casco antiguo de mi ciudad, Cádiz.

No había ocasión en la que no volviera a casa con un nuevo tebeo con el que pasar la tarde sumergido en sus viñetas.

Pero tal vez, el momento más importante, o al menos uno de ellos, que marcó mi camino se dio en casa de un primo, Javier. En una inalcanzable balda exhibía una buena colección de tomitos Vértice protagonizados por los héroes de la editorial Marvel.

Cada vez que iba a su casa le pedía que me dejara leer uno y así, poco a poco, me lancé de cabeza a un maravilloso universo hasta entonces desconocido para mí.

Con el paso del tiempo, los cumpleaños, la comunión, llegarían algunos de los lujosos (y caros para mí) álbumes protagonizados por la simpar pareja de galos.

Y claro, llegaron los años ochenta, las revistas de Toutain, y ahí sí que cambiaron las cosas para este lector irredento, rendido de rodillas ante el noveno arte, que me acompaña a diario y tanto amo.

Una cosa llevó a la otra, y de manera totalmente autodidacta, comencé a esbozar aquellas historias que en un primer momento nacieron como relatos cortos tecleados en mi máquina de escribir y, una vez aprendida la teoría gracias a un libro que aún conservo como oro en paño, se transformaron en mis primeros guiones de cómic.

Así hasta el día de hoy, y con no pocas dificultades, he logrado mi sueño, poder publicar profesionalmente en este medio que me lo da todo.

Y así espero seguir mientras me dejen…

  • Crepúsculo, de P. Ferry.
  • Sebastián Gorza. Nociones de realidad, de P. Ferry.
  • Arrugas, de P. Roca.
  • Trazo de tiza, de M. Prado.
  • ¡García!, de S. García y L. Bustos.
  • El Héroe, de D. Rubín.
  • Carne de cañón, de A. Travé.
  • Kraken, de Segura y Bernet.
  • Las mil caras de Jack el Destripador, de Segura y Ortiz.
  • ¡Universo!, de Monteys.

 

TERESA CASTRO

1968, San Sebastián

Desde siempre he sido una devoradora de cómics, mi momento favorito del día era cuando, de regreso del colegio, me paraba un rato en los expositores del quiosco de prensa de la avenida de la Libertad en San Sebastián para ver qué nuevo superhéroe salía en los cómics Marvel (en esa época editado en España por Vértice y posteriormente Bruguera) y qué nuevo número tenían de Spiderman, mi superhéroe favorito, que en aquella época tenía al menos dos cabeceras: Peter Parker, el espectacular Spiderman y El asombroso Spiderman. Acercarme al quiosco y fisgonear a ver si tenía paga suficiente para comprarme algún otro tebeo era mi momento favorito del día.

Pero sin duda el cómic que me llegó al alma en aquella época fue “La muerte de Gwen Stacy”, que vi expuesto en un escaparate de una librería un domingo y me quedé pegada al cristal de esa tienda, incapaz de comprender lo que estaba leyendo: ¿¡Va a morir de verdad Gwen Stacy…!? Esa noche no pude dormir pensando en cual sería en verdad el destino de la novia de mi superhéroe favorito. ¿Lo habría soñado? ¿Esa portada decía toda la verdad? Al día siguiente no sé muy bien qué paso en el colegio, lo que sí sé es que corrí hacia mi quiosco habitual y no pude aguantar hasta descubrir que sí, que Gwen había muerto de verdad. ¿Cómo podía ser eso? ¿Estaban todos locos o qué…? A partir de ahí comprendí que en los cómics todo es posible. Incluso que maten a la amada y maravillosa novia del protagonista que a mí también me parecía maravillosa, cómo no.

En mi juventud dejé de leer cómics porque aquellas historias ya no me llegaban, me hizo falta descubrir Malas ventas, de Alex Robinson, o Paracuellos, de Carlos Giménez, y muchos cómics más posteriormente, como Arrugas, de Paco Roca, o Asterios Polyp, de David Mazzucchelli, para darme cuenta de que el mundo del cómic es mucho más que los superhéroes y que se pueden, a través de él, contar toda clase de historias. Y por eso ahora cuento las mías.

Cómics españoles que me han marcado:

  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Arrugas, de Paco Roca.
  • El arte de volar, de Antonio Altarriba y Kim.
  • Trazo de tiza, de Miguelanxo Prado.
  • Alicia en un mundo real, de Susanna Martín e Isabel Franc.
  • María y yo, de Miguel Gallardo.
  • Carne de cañón, de Aroha Travé.
  • Us, de Sara Soler.
  • Face, de Rosario Villajos.
  • Totem, de Laura Pérez.

 

ABEL IPPÓLITO
1969, Lorca (Murcia)

Este autor contribuye con una breve historieta, de dos páginas, que reproducimos a continuación:

Listado de tebeos favoritos:

  • El Capitán Trueno, de Mora y Ambrós.
  • El Jabato, de Mora y Darnís.
  • Paracuellos, Carlos Giménez, 1975.
  • Clarke & Kubrick, Alfonso Font, 1980.
  • Los profesionales, Carlos Giménez, 1981.
  • El último recreo, de Altuna y Trillo, 1982.
  • Ficcionario, de Altuna, 1983.
  • Fragmentos de la Enciclopedia Délfica, Miguelanxo Prado, 1983.
  • Torpedo 1936, de Bernet y Abulí, 1981.
  • La casa, de Paco Roca, 2015.

 

TERESA VALERO
1969, Madrid

Muchas gracias por vuestro mensaje y por la estupenda labor de promoción del cómic que hacéis.

Lamento enormemente no poder redactar el texto que pedís. Estoy muy desbordada y no consigo encontrar el tiempo para ello. Pero os envío mi lista de diez comics que me cambiaron la vida.

  • Paracuellos, de C. Giménez.
  • Mortadelo y Filemón, “El sulfato atómico”, de Ibáñez.
  • Trazo de tiza, de M. Prado.
  • Memorias de Amorós.
  • Pinturas de guerra, de A. de la Calle.
  • El arte de volar, de A. Altarriba y Kim.
  • ¡Universo!, de Monteys.
  • Cuttlas, de Calpurnio.
  • La casa, de Paco Roca.
  • Eva Medusa, de A. Segura y A. Miralles.

 

GERAR COSE
1969, Rosario (Argentina)

Año 1973. El recuerdo está grabado en mi memoria a tinta y fuego.

Tal vez sea el recuerdo más antiguo que tengo de mi existencia. Mafalda número 9, que pertenecía a mi hermana Mónica. Aquella de la tapa verde militar con letras rojas, en la que se ve a la pequeña contestataria mirando un cartel en el que se prohíbe pensar.

Yo tirado de panza en el patio de la casa chorizo de barrio Candioti, rodeado de macetas y juguetes. Convencido de que a esa tapa le faltaba color, y con las fibras Sylvapen florcitas de seis colores le añadí azules, amarillos, verdes, y también adorné las páginas interiores.

Con ella aprendí a leer, a pensar y, sobre todo, que un día sería dibujante. Todavía hoy lo intento.

Edición argentina de Mafalda nº 9 (1973, Ediciones de la Flor).

Lista de tebeos de autores españoles (o de argentinos residentes en España):

  • Kraken, de Bernet y Segura.
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Cloaca Diez, de Segura y Ortiz (en Metropol).
  • Imaginario, de Horacio Altuna (en CO&CO).
  • Carne de psiquiatra, de Lluisot (colección Pendones del humor).
  • El Sueñero, de Enrique Breccia (en Zona 84).
  • Basura, de Carlos Trillo y Juan Giménez (en Zona 84).
  • Football, de Mordillo.
  • Mafalda, de Quino (es solo medio trampa, ya que el maestro Joaquín Salvador Lavado, además de ser premio Príncipe de Asturias, tenía ciudadanía española, sus padres eran andaluces).

 

SALVADOR GARCÍA ESPINOSA
1969, Cartagena (Murcia)

Es difícil hacer una selección cuando son tantos años leyendo tebeos, incluso desde antes de aprender a leer... Pero si me centro solo en el cómic español puedo recrear unos cuantos momentos muy especiales.

Pero en lugar de escribir sobre ellos, comparto una pequeña historia en la que hablaba de mis "momentos de tebeo"... creo que no será difícil relacionarlas con el tebeo o tebeos en cuestión.

VER EXPOSICIÓN - Espinosa: 50 años de tebeos

 

CRISTINA DURÁN
1970, Valencia

El primer recuerdo que tengo es de cuando era bastante pequeña. Esperaba ansiosa la llegada del sábado porque íbamos a dormir a casa de mis abuelos y allí nos esperaban, a mis hermanas y a mí, los tebeos que nos compraba mi abuelo en el quiosco. Tebeos como Lily, Mortadelo, Zipi y Zape, Gina, Olé, 13, Rúe del Percebe, Tío Vivo, etc. Recuerdo muchas de las historietas, pero hubo una que me impactó especialmente. Era una historia sobre dos niñas en la II Guerra Mundial titulada Margie y Nena (de Alison Christie y Carlos Freixas). Yo era bastante pequeña, tenía siete u ocho años, así que era la primera vez que leía una historia sobre la guerra, quizá por eso se me quedó tan grabada en la memoria. Puedo contaros también que llevaba mucho tiempo buscándola para leerla de nuevo, pero no la encontraba. Afortunadamente, hace poco pude hacerlo gracias a Tebeosfera, ya que Félix me hizo llegar algunas páginas y le abrió una ficha en el catálogo, cosa que le agradezco mucho. Además, casualmente, después un amigo me regaló algunos ejemplares de tebeos de la época, y en uno de los que me trajo había uno de la revista Gina y resultó que justo en ese ejemplar estaba el primer capítulo de esta historieta… podéis imaginar mi sorpresa y mi alegría cuando lo descubrí. Ahora ya vuelvo a tener en casa ese primer capítulo de Margie y Nena en papel.

Porada de la revista Gina nº 13 (1978).

Después descubrí la biblioteca de mis tíos (muy aficionados al cómic), y me pasaba horas y horas sentada en el pasillo de su casa devorando los cómics de su inmensa estantería. Allí descubrí a los autores de la nueva escuela valenciana; la de veces que leí allí a Miguel Calatayud, Sento, Daniel Torres, Mique Beltrán, etc. También fui muy lectora de todo lo de Jan, Quino, y de Astérix. Otra época realmente clave para mí fue la adolescencia, cuando tenía catorce o quince años descubrí todas aquellas maravillosas revistas de los ochenta: El Víbora, el Madriz, Cimoc, Cairo, Zona 84, etc., y conocí a otros muchos autores y a algunas autoras que son grandes referentes para mí, como Ana Juan, Ana Miralles o María Colino. También empecé ya a comprarme libros de esos de "como hacer cómics”, como el del gran Josep Maria Beà o el de Juan Acevedo.

Desde que recuerdo, siempre he querido ser dibujante de cómics, así que no me puedo quejar, porque (como algunos/as de vosotros sabéis) es mi profesión y a día de hoy me sigue apasionando como el primer día… bueno, más bien yo diría que me apasiona incluso más.

Y el listado (como os ha pasado a todos, me dejo muchos fuera, elegir solo diez es realmente difícil):

  • Los doce trabajos de Hércules, de Miguel Calatayud.
  • Requiem, de Ana Juan y Gordillo.
  • Trazo de tiza, de Miguelanxo Prado.
  • Duelo de caracoles, de Sonia Pulido y Pere Joan.
  • El ala rota, de Kim y Altarriba.
  • Los surcos del azar, de Paco Roca.
  • Walburg & Beach, de Javier Olivares y Jorge Carrión.
  • La isla, de Mayte Alvarado.
  • Tótem, de Laura Pérez.
  • Garafía, de Elías Taño.

 

CELS PIÑOL
1970, Barcelona

Desde muy pequeño estuve rodeado de tebeos. Mi padre era lector de Hazañas Bélicas, Zona de Combate y Sargento Rock; mi madre leía El Capitán Trueno y El Jabato, entre otras cosas. Era ella quien me traía cómics sin parar, pero recuerdo que el primer tebeo que me marcó fue El sulfato atómico, de Mortadelo y Filemón. Fue la primera vez que le dije a mi madre: trae más de estos, y menos de estos otros. Había desarrollado la predilección por un autor, por Ibáñez. Y descubrí la fuente de carcajadas que eran esos tebeos. La viñeta de Mortadelo gritando "Herunter Bruteztrausen! Herunter!” fue el *click* que me convirtió en lector, creo (entre otras escenas maravillosas de ese álbum). Creo que es el cómic que más veces he leído en mi vida. Estaba fascinado.

Desde entonces leo cómics de todos los géneros y estilos, los escribo y los dibujo. En cada época, la afición por los cómics se ha renovado, y han influido otros cómics que destacan entre una lista infinita de lecturas: Superman vs. Muhummad Ali; La maldición del Monolito, de Conan (Espada Salvaje); el Daredevil nº 1 de Forum; Rowlf, de Richard Corben; Batman, Dark Knight, de Frank Miller; Spiderman, de John Romita, y, sobre todo, La Patrulla X, de Chris Claremont y John Byrne (descubiertos en Vértice). Hay MUCHOS más, pero ahí está la base de mi afición.

  • Mortadelo y Filemón, “El sulfato atómico”, de Ibáñez.
  • Supersonic Man, de Sanchis (el de 1979, de Editorial Valenciana).
  • Fuga de la Modelo, de Mediavilla y Gallardo.
  • Gustavo contra la actividad del radio, de Max. 
  • Doctor Mabuse, de Beroy.
  • Crepúsculo, de Ferry.
  • “American Soldier”, de Moreno y Pacheco.
  • S.O.U.L., de Vane y De Felipe.
  • Torpedo 1936, de Abulí y Bernet.
  • Ambigú, de Sequeiros.

(pero ha sido difícil hacer una selección)  :).

 

MARC LLORENS
1970, Alcoy (Alicante)

Empecé a dibujar tebeos desde muy pequeño, alrededor de los cuatro años, influido por los cómics que nos compraba mi padre; las revistas de Bruguera, Astérix, Cocco Bill, Los Pitufos… pero el cómic que me marcó e hizo interesarme más aún por el medio fue Superlópez, concretamente, La semana más larga y El señor de los chupetes, que no recuerdo bien cómo llegaron a mis manos. Fue el primer cómic que empecé a buscar en los kioscos y a comprar con mi paga y al que sigo considerando como una de las mejores obras del medio. Más adelante descubrí mi otra gran influencia: Moebius y su Garaje hermético. Otros autores con los que he disfrutado especialmente son Crumb, Hermann, Bourgeon, Muñoz y Sampayo, Blain…

Portada de Superlópez nº 6 (1981): "La semana más larga...", por Jan.

Listado de cómics españoles:

  • Superlópez, de Jan.
  • Pulgarcito, de Jan.
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Los profesionales, de Carlos Giménez.
  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez.
  • El arte de volar, de Altarriba y Kim.
  • Anacleto, de Vázquez.
  • Clarke y Kubrick, de Alfonso Font.
  • Kraken, de Jordi Bernet y Antonio Segura.
  • U la grieta móvil, de Garcés.

 

HERNÁN MIGOYA
1971, Ponferrada (León)

Los tebeos me fascinaban desde niño, pero siempre asumí que eran cosas de ricos: solo los podía leer durante visitas a familiares, como en el piso de mi tío, que guardaba series españolas míticas como El pequeño luchador, Yuki el temerario o Purk, el hombre de piedra. La semanada de mi madre solo me daba para comprar novelas de kiosco, y yo ya tenía claro que sería escritor.

Pero se cruzaron por medio los superhéroes: a los catorce años, volviendo a casa desde el colegio, vi en la papelería del barrio la colorida portada de John Byrne para Alpha Flight número 1. Lo compré y me enganché irremediablemente. Era una colección mensual, por lo que la salida de cada nuevo número se hacía eterna, me daba tiempo a releerlos varias veces. Luego de ahí pasé al Daredevil de Frank Miller: con su Saga de Elektra decidí que no sería escritor, que sería guionista de cómics.

Al final fui las dos cosas.

Los diez tebeos españoles más importantes de mi vida:

  • El Cachorro, de Iranzo.
  • El Corsario de Hierro, de Ambrós y Mora.
  • Manolo e Irene, de Manel.
  • Ajeno, de José María Beroy.
  • La flor del nuevo mundo, de Alfonso Font y Enrique Sánchez Abulí.
  • Ángel exterminador, de Iron.
  • Las nuevas aventuras de Esther, de Purita Campos y Carlos Portela.
  • El experimento, de Juaco Vizuete.
  • Annemarie, de Susanna Martin y María Castrejón.
  • ¡Universo!, de Albert Monteys.

 

JAVIER DE ISUSI
1972, Bilbao

A life force

Yo tendría unos diecisiete años. Mi hermano mayor volvió de una estancia de un mes en Escocia y se trajo un cómic llamado A life force. Su autor era Will Eisner. Yo conocía a Will Eisner por Spirit, aquellas historietas de un poli enmascarado de los años cuarenta que siempre acababan siendo más divertidas y sorprendentes de lo que yo esperaba. A life force también me sorprendió, empezando por el formato, que se acercaba un poco al de una novela, pero su lectura, a pesar de ser en inglés, más que una sorpresa fue un auténtico vuelco. En ese cómic el dibujo te transportaba y te conducía a través de un drama intimista con buenas dosis de nostalgia en el cual no faltaban toques cómicos y un afilado retrato social. Pero además me pareció que la historia tenía una construcción argumental perfecta. El conjunto produjo que me emocionara íntimamente como jamás lo había hecho con un tebeo. A pesar de que yo era lector habitual de cómics, percibí algo nuevo ahí con lo que me sentí automáticamente identificado. Más tarde descubrí que a ese “algo nuevo” que había percibido, el propio Will Eisner le había puesto nombre: novela gráfica.

Y me entraron unas ganas locas de hacer historias así.

Portada de Comix Internacional nº 50 (1985), con "Afan de vida" ("A life force") de Will Eisner.

Listado de los diez tebeos españoles más importantes de mi vida (en orden cronológico de lectura):

  • Tom Sawyer, de Carlos A. Cornejo y Chiqui de la Fuente.
  • El Corsario de Hierro, de Víctor Mora y Ambrós.
  • Superlópez, de Jan.
  • El Cid, de Antonio H. Palacios.
  • Justin Hiriart, de Fructuoso y Harriet.
  • Francisco el Buenagente, de José Luis Cortés.
  • Los profesionales, de Carlos Giménez.
  • Atravesado por la flecha, de Luis Durán.
  • Las aventuras del capitán Torrezno, de Santiago Valenzuela.
  • El arte de volar, de Antonio Altarriba y Kim.

 

EL TORRES
1972, Málaga

¿Puedo recordar un momento en mi vida donde no tuviera un tebeo en las manos? Me enseñaron a leer a una edad muy temprana, unos tres añitos, y devoraba los mortadelos, los pumbys y los que me echasen encima. Reía en voz alta, muy fuerte, y releía las viñetas una y otra vez, siempre para reírme de igual forma. En esos tebeos aprendí a hablar de usted, lo que me dio fama de niño precoz y muy educado. Me daba igual, yo solo quería bucear en aquella pura diversión de viñetas. Recuerdo copiarlas, “unos hombres rana a los que ha habido que convertirles en hombres momia y bla, bla, bla…” de un Mortadelo que sigue incrustado en mi memoria desde entonces.

Es difícil recordar el tebeo que logró que me volcase a hacer esto. Los tebeos para mí eran más sensaciones que tenía incluso antes de comprarlos. Aquellos kioscos con los tebeos colgados de una pinza de ropa, aquella librería de segunda mano de donde volvía a casa con paquetes enteros y que me parecía un sitio de magia pura (aún sigo soñando, hoy día y con mis canas, que entro en aquel sitio para llevarme tebeos de Vértice), aquellos recreos en el patio del colegio de curas, intercambiando tebeos con los compañeros y descubriendo joyas, salpicadas, sin numeración ni coleccionismo ni nada. El placer puro de la historia en las viñetas.

Pero sí recuerdo una ocasión, sí, en la que tendría unos siete u ocho años, así que hablamos de 1979… El vecino de abajo de casa de mis abuelos era un coleccionista de Vértice. Los tenía todos (o a mí me parecía que eran todos), ordenaditos y casi sin dobleces. Y me los dejaba leer porque me los llevaba arriba, los leía con cuidado y se los devolvía casi al momento. Y un día me prestó la colección de La tumba de Drácula. Me asustó. Me fascinó. Lo releí una y otra vez, y aquella noche no dormí de puro miedo y excitación. Los vampiros, la hipnótica presencia de Drácula, los valientes cazadores… Recuerdo decir “yo quiero hacer esto”. Y así estamos hoy día.

La lista, sin orden alguno:

  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez (cómo no).
  • Superlópez, de Jan (en especial La gran superproducción).
  • Grouñidos en el desierto, de Ventura y Nieto (por motivos personales).
  • El Jabato (incluso antes de El Capitán Trueno), de Mora y Darnís.
  • Los cuentos del Tío Vázquez, de Vázquez.
  • Kraken, de Abulí y Bernet.
  • 666/999, de Beroy.
  • Las mil caras de Jack el Destripador, de Segura y Ortiz.
  • Los profesionales, de Carlos Giménez.
  • El último recreo, de Altuna.

 

RAQUEL GÜ
1972, Barcelona

La magia del tebeo

No recuerdo el día exacto en el que me atrapó la magia del tebeo. Sé que fue de niña, eso sí. Mi niñez estuvo llena de tebeos. Empecé a leer pronto, y lo hice con cuentos infantiles y con los tebeos de Bruguera, las tiras de Mafalda, los álbumes de Astérix y los de Tintín que mi madre y mi padre tenían en casa, porque los dos eran muy aficionados a los cómics y al humor gráfico.

También recuerdo que cuando íbamos a visitar a mi abuelo materno, que vivía en Barcelona, nada más llegar y después de los saludos de rigor, él o su esposa abrían un armario empotrado del largo pasillo que conducía al comedor y me sacaban un montón de tebeos: Mortadelo, Tio Vivo, Cavall Fort... Me pasaba la visita leyéndolos, completamente absorta. “Ja no hi ha nena!” (“¡Ya no hay niña!”), decían mis padres.

Después estaban unos amigos de mis padres, un matrimonio formado por un pintor y una maestra, que vivían en un piso antiguo de la calle Aribau, en el Eixample, con techos muy altos. Tenían el salón-estudio de pintura lleno de estanterías que llegaban hasta el techo, y esas estanterías estaban repletas de cómics. Allí descubrí primero al Príncipe Valiente de Harold Foster y a Adèle Blanc-Sec de Tardi, y después a Will Eisner, Hugo Pratt, Moebius, Didier Comes, Enki Bilal, Manara, Breccia, Corben… Aquello para mí era un paraíso, y a veces leía un poco a escondidas, para que mis padres no me sorprendieran con un tebeo que “no era para mi edad”, que por aquel entonces debería rondar los once o doce años.

También recuerdo con cariño revistas que me compraba mi padre, como el Pulgarcito de Jan, con aventuras de Pulgarcito, Tete Cohete, Tom y Jerry, Los Pitufos… y unos años después, la Fuera Borda (y Súper Fuera Borda), que me encantaba, con aventuras de Tomás el gafe (del gran Franquin); Los Frailocos, Isabel, Papyrus… Recuerdo que me encantaba merendar leyendo esas revistas, y también Las aventuras de Yoko Tsuno, Bermudillo… Y luego me venía arriba y me ponía a dibujar historietas de aventuras con protagonistas que eran intrépidas guerreras (incluso recuerdo una a la que le dibujé más de una historieta y a la que llamé Adrastea de Strenia, con todo mi flipe) o pandillas de chavales y chavalas que vivían todo tipo de aventuras. Los malos siempre querían dominar el mundo y… Y me acabo de dar cuenta de que mientras escribo todo esto tengo una sonrisa de oreja a oreja dibujada en la cara.

Portada de Fuera Boda nº 13 (1984).

Sobre los diez tebeos españoles: no sé si son los tebeos de mi vida, pero sí que puedo decir que son tebeos que me han calado hondo, y en algunos casos eso tiene que ver con el momento de mi vida en el que los he leído, como por ejemplo el de Núria Pompeia y los dos de Paco Roca que cito.

  • Mujercitas, de Núria Pompeia.
  • Perich Match, de Perich.
  • Pulgarcito, de Jan.
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Historias del barrio, de Beltrán y Seguí.
  • Los puentes de Moscú, de Alfonso Zapico.
  • Una posibilidad entre mil, de Cristina Durán y Miguel Ángel Giner.
  • He visto ballenas, de Javier de Isusi.
  • La casa, de Paco Roca.
  • Regreso al Edén, de Paco Roca.

 

 

PABLO PORTILLO
1972, Sevilla

A mis cincuenta la memoria ya no es la que era, por lo que me cuesta encontrar un momento único en el que me tocase la magia del tebeo. Lo que probablemente fue más importante es la labor continuada de mi padre de comprarme tebeos desde pequeño. Todos los fines de semana salíamos a desayunar juntos, él se compraba un par de periódicos, y a mi uno o dos tebeos, con lo que compartíamos esa liturgia que se podía prolongar por más de una hora, y mientras él repasaba la prensa concienzudamente, yo le imitaba con mis mortadelos y zipizapes, que luego se fueron convirtiendo en Spirou Ardilla y Fuera Borda hasta quedar enamorado de la historieta franco-belga.

Un segundo momento me vino cuando empecé a dibujar tebeos más en serio, bastante más reciente. Había empezado a recuperar el dibujar gracias a Pepe Cueto y su insistencia para ilustrarle algunos bolsilibros de su editorial Matraca cuando llegó la pandemia, y con ello la cancelación de los trabajos profesionales que tenía en ese momento. El primer lunes, mientras los niños estudiaban con sus portátiles y mi mujer teletrabajaba, me puse a dibujar una historieta de cuatro viñetas cuadradas, muda, que encajase en el formato de Instagram. Me abrí una cuenta en redes sociales y la compartí. Después de una semana se la enseñé a un amigo editor, que a su vez me puso en contacto con Diario de Sevilla, y de ese modo mis dibujos empezaron a llegar a más gente. Y aunque todavía estoy empezando, ya lo veo con otros ojos, con dos libros publicados a mis espaldas, y pensando ya en el próximo proyecto.

Una lista de tebeos españoles importantes para mí:

  • Valor y… ¡Al toro!, de Ibáñez.
  • El sulfato atómico, de Ibáñez.
  • El señor de los chupetes, de Jan.
  • La caja de Pandora, de Jan.
  • Pulgarcito, de Jan (lo leía en la revista, por lo que me cuesta escoger una sola historia).
  • Sir Tim O’Theo, de Raf (lo leía en la revista, por lo que me cuesta escoger una sola historia).
  • Las historietas de náufragos de Coll en TBO.
  • La parejita, de Manel Fontdevila.
  • Calavera lunar, de Monteys.
  • Mondo lirondo, de La Penya.

 

CARLOS HERNÁNDEZ
1972, Granada

Tuve la suerte de crecer en un hogar repleto de historietas. Mi padre era aficionado a los tebeos: El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, Príncipe Valiente, etc.; mis dos hermanos mayores coleccionaban los suyos: Spirit, Dossier Negro, 1984, los primeros superhéroes Marvel en Vértice, etc., y hasta mis dos hermanas mayores también disfrutaban de ellos: Astérix y Obélix, Superlópez, Don Miki, el Manual de los jóvenes Castores, etc. Yo los leía todos, aportando los de mi propia cosecha: Mazinger-Z, Mortadelo y Filemón y la etapa Forum de los superhéroes Marvel. Por todo esto me siento un privilegiado, al haber vivido la que posiblemente sea la mejor experiencia intergeneracional del cómic en mi propia casa y que despertó en mí la más absoluta convicción temprana de que yo debía intentar dedicarme a dibujar cómics!

 

JOSÉ LUIS MUNUERA
1972, Lorca (Murcia)

Recuerdo perfectamente el momento en el que descubrí que detrás de los tebeos que leía (devoraba, sería más preciso) había un autor, una personalidad, alguien que los hacía: andaría yo por los ocho años, y en las anónimas páginas del Don Miki, que atribuía todas sus historias a Walt Disney, destacaban sistemáticamente algunas por encima de las demás, a años luz. Entonces era incapaz de articularlo concretamente, pero aquellos dibujos poseían una vivacidad, una energía, una elasticidad, un desparpajo y una plasticidad de las que las demás carecían. No solo tenían un estilo, tenían una personalidad. Eran generalmente historias muy slapstick, entintadas con tremenda soltura, en las que los personajes parecían querer salir de la viñeta, de tanta vida que emanaban. Años más tarde supe que el autor detrás de esos tebeos era el italiano Giorgio Cavazzano, pero en aquel momento me golpeó la certeza de que yo también quería ser una de esas personas cuyo trabajo consistía en dibujar historias. Y si podía ser tan bueno como aquel anónimo y formidable talento del Don Miki, mucho mejor (sigo intentándolo cuarenta y tantos años después).

Portada de Don Miki nº 13 (1977), con portada de Cavazzano.

Mis diez tebeos españoles (no los mejores diez tebeos españoles, sino los míos)

  • Superlópez: La caja de Pandora, de Jan.
  • Sir Tim O'Theo, de Raf.
  • Koolau el leproso, de Carlos Giménez.
  • El prisionero de las estrellas, de Alfonso Font.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.
  • El hombre que ríe, de F. de Felipe.
  • Dieter Lumpen, de Zentner y Pellejero.
  • Peter Pank, de Max.
  • Roco Vargas, “La estrella lejana”, de Daniel Torres.
  • Blacksad, de Díaz Canales y Guarnido.

 

JORDI BAYARRI
1972, Alboraya (Valencia)

Siempre he leído tebeos. Y siempre he dibujado. No recuerdo el momento en que empecé a hacer lo uno o lo otro. Pero sí recuerdo leer mi primer álbum de Spirou a los once o doce años: QRN en Bretzelburg, tras insistir mucho a mi padre para que me lo comprara. Hasta entonces solo había consumido tebeos "como mero lector", pero aquella historia encendió en mí la chispa de la necesidad de HACER tebeos. Yo quería dibujar historietas y que fueran como aquella, con acción, aventura, humor... A partir de entonces todo en mi vida se enfocó en hacer cómics, así que se puede decir que la culpa de todo la tiene Franquin.

Diez tebeos españoles:

  • Superlópez (la serie en general), de Jan.
  • Reyes Elfos, de Víctor Santos.
  • Las aventuras de Roco Vargas, de Daniel Torres.
  • MIAU, de José Fonollosa.
  • Guido el Negro, de Gol y Pedro Camello.
  • Calavera lunar, de Albert Monteys.
  • Federico Mendelssohn Bartholdy, de Alfonso Font.
  • Billy Bob, de Manuel Castaño y José Fonollosa.
  • Las aventuras de Cleopatra, de Mique Beltrán.
  • Cazador de sonrisas, de Agustín Ferrer.

 

MONTSE MAZORRIAGA
1972, Terrassa (Barcelona)

No soy una lectora precoz de cómic, no recuerdo en mi casa de la infancia cómics o revistas en las que las historietas estuvieran presentes, soy lectora tardía pero enganchada hasta la médula.

Sí confieso ser una gran aficionada a la lectura, los grandes clásicos y novelas de realismo fantástico me han llenado horas y horas... pero el momento clave fue cuando fui madre por primera vez y tuve que ser consciente de comprar libros para alguien que tenía que empezar a fascinarse por aprender y comprender, en ese momento me di cuenta de que había un gran mundo por descubrir, para él y para mí.

Desde aquí aprovecho para decir a los padres: ¡compren muchos cómics para sus hijos!, léanselos, mírenlos, compártanlos con ellos, su comprensión lectora se enriquecerá y descubrirán muchos mundos. Desde ese instante nuestras estanterías se llenan de cómics para todas las edades, me decanto por el cómic social, histórico, aunque un From Hell, o un Locke and Key también me chiflan, y un largo etcétera que llenaría mil páginas.

Una de las virtudes del cómic creo que es la gran variedad temática: cada público y cada instante encuentran el adecuado.

Mi lista de cómics españoles:

  • Los viajes de Juan Sin Tierra, Asylum o La divina comedia de Oscar Wilde, de Javier de Isusi.
  • La casa, Los surcos del azar y Arrugas, de Paco Roca.
  • Un oso en Marruecos, de Lluc Silvestre y Mr. Ed.
  • ¡Universo!, de Albert Monteys.
  • Blackhand Ironhead, de David López.
  • Beowulf, de David Rubín y Santiago García.
  • Warburg & Beach, de Jorge Carrión y Javier Olivares.
  • Las Meninas, de Santiago García y Javier Olivares.
  • El paraíso perdido, de Pablo Auladell.
  • Brujeando, de Juanjo Guarnido y Teresa Valero.
  • Contrapaso, de Teresa Valero.

 

 

FERRAN VIDAL
1974, Caldes de Montbui (Barcelona)

Fueron varios los momentos en que recuerdo el chispazo de un cómic prendiendo fuego a mi afición. Quizás el primero fuera con la revista infantil Cavall Fort, leyendo a autores como Madorell (que dibujaba Jep i Fidel) o Picanyol (que dibujaba Ot el Bruixot),  además de todos los autores extranjeros que se publicaron en la revista de forma pionera en España, entre ellos a Franquin. 

Simultáneamente a Cavall Fort, la artillería de Bruguera se hizo un hueco en mis lecturas, pero cuando caí de forma ya irremediable fue con los superhéroes de Marvel. La Patrulla X y Los Vengadores fueron los primeros en engancharme, y no me dejaron hasta asegurarse de que los abandonaba para empezar con el cómic adulto de los ochenta. Entre ellos, mis favoritos fueron El Víbora y Cairo. El Víbora lo compré de principio a fin. Supongo que es el cómic que más me ha marcado.

Cavall Fort nº 11 (1962), con Jep i Fidel, de Madorell.

JAUME CAPDEVILA, “KAP”
1974, Berga (Barcelona)

Pues yo no recuerdo la primera viñeta que me enamoró o el primer tebeo que me enganchó… pero sí me recuerdo leyendo tebeos como un poseso desde muy pequeño… o antes. Es decir, en mis más remotos recuerdos ya están los tebeos, y allí estoy yo, devorando con pasión los dibujitos seguramente mucho antes de saber leer. Cuentos, revistas y álbumes diversos se apelotonaban en mi habitación, y no me bastaba con los míos, porque también me zampé todos los tebeos que encontré en casa de todos mis amigos. Y los ratos que no pasaba leyendo, los pasaba dibujando. El vicio es el vicio…

Listado de los tebeos que me marcaron o que me produjeron un impacto o algo así cuando los leí en su momento:

  • Mortadelo, de F. Ibáñez.
  • Revista Bichos.
  • Revista Garibolo.
  • Alicia en el país de les meravelles, de Albert Rué, 1969.
  • Groo, de Aragonés.
  • Ot el bruixot, de Picanyol.
  • Diario particular, Ivà, 1974, Amaika.
  • Ventura y Nieto atacan de nuevo, 1988.
  • Mirlowe y Violeta (para mí, toda la serie, pero si queréis un título que me requeteleí más que el resto: “Vampiros 86”).
  • Superlópez (ídem, pero si hay que elegir un título, “El señor de los chupetes”).

 

AGUILAR SUTIL
1974, Jaén

Uno de los recuerdos más vívidos e intensos de mi infancia eran aquellos quioscos repletos de tebeos (colgados de una pinza de madera o amontonados en un expositor) que poblaban nuestras calles y plazas. Los colores llamativos de sus portadas, que contrastaban con el blanco y negro (o bitono) que a veces encontrabas dentro, capturaban poderosamente la mirada del niño que fui (y sigo siendo). Bajo la atenta mirada del quiosquero gruñón (que te regañaba si los hojeabas y/o manoseabas demasiado), se exponían los Mortadelo, Pumby, Don Miki, El Guerrero del Antifaz y los cómics de Vértice (entre tantos otros). Hasta la última peseta que caía en mis manitas acababa convertida en aquellos cuadernillos grapados con un olor a tinta fresca que aún me sigue volviendo loco.

Dentro de esa neblina lejana (cada vez más densa) en la que ha acabado convertida mi niñez hay tres reminiscencias que aún brillan indelebles: el Superhumor n°39 que me regaló mi padre por mis buenas notas; el número 122 de Superhéroes Volumen II de Vértice (sin pastas), con un glorioso George Perez en riguroso blanco y negro, y Tintín y la estrella misteriosa, que fue el inicio de un romance eterno.

Sin ellas y sin otras tantas (¿cientos? ¿miles?) hoy no sería ese nostálgico pintamonas en que me he acabado convirtiendo, preso dentro de una viñeta, enfermo de cómic.

Portada de Super Humor nº 39 (1982).

Es muy difícil hacer una selección tan corta, pero ahí va:

  • Mortadelo y Filemón, “El sulfato atómico”, de Francisco Ibáñez.
  • Superlópez, “Las aventuras de Superlópez” (número 1 de Olé), de Efepé y Jan.
  • Bardín, el superrealista, de Max.
  • Leo Roa, de Juan Giménez.
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Arrugas, de Paco Roca.
  • Blacksad, “Un lugar entre las sombras”, de Díaz Canales y Juanjo Guarnido.
  • Roco Vargas, “La estrella lejana”, de Daniel Torres.
  • Para ti que eres joven, de Albert Monteys y Manel Fontdevila.
  • El demonio rojo, de Mauro Entrialgo.

 

CARLOTA PETIT
1974, Barcelona

Siempre me ha atraído mucho el dibujo como forma de expresión así que de pequeña me quedaba más con las imágenes que con los textos de los cuentos. Pero cuando ya pude apreciar mejor ambos lenguajes, quien me ha acompañado desde siempre ha sido Mafalda, y su pandilla y familia. Me llamaba la atención ese punto tierno y a la vez muy crítico de esta niña. Y lo divertidas que eran cada una de las personalidades de los demás (el indeciso llanero solitario Felipe, la repelente pero buena amiga Susanita, la combativa Libertad, el luchador Manolito,...) y el punto de feminismo que ya se imponía con la situación de la mujer representada por su madre y sus frustraciones. Copié hasta la saciedad tiras suyas, algunas todavía las guardo. Admiro la capacidad de transmitir tanto con tan poco. Así que durante mi infancia cada noche en la cama terminaba el día con unas cuantas páginas de Mafalda. Era mi momento de desahogarme de este mundo loco. De hecho, cuando tenía que hacer alguna dedicatoria para aniversarios siempre utilizaba guiños "a lo Mafalda". Y ya de mayor, a menudo me viene a la cabeza alguna tira de Mafalda para entender alguna cosa que me pasa. En fin... este fue el inicio de una larga relación con el mundo del cómic. 

Mis tebeos españoles esenciales. ¡¡Qué difícil!! Dependen del momento, de la memoria... En fin, vamos a ver:

  • Blacksad, de Canales y Guarnido.
  • El ángelus, de Homs.
  • Vidas a contraluz, de Raúle y Roger.
  • Ardalén, de Miguelanxo Prado (me valdría cualquiera de Prado pero por elegir alguno).
  • De mano en mano, de Miralles y Ruiz (... por no poner Djinn que el guionista es francés).
  • Ken Game, de Robledo y Toledano.
  • Absurdus Delirium, de Tha y Joan Tharrats.
  • Arrugas, de Paco Roca.
  • Valois, de Thierry Gloris y Jaime Calderón.
  • La força del traç, de Cesc.

Pongo dos de reserva por si no valen los que tienen guionistas extranjeros:

  • Torpedo 1936, Enrique Sánchez Abulí y Josep Bernet.
  • La cuenta atrás, Carlos Portela y Sergi San Julián.

 

JUAN ÁLVAREZ FUENTE
1975, Oviedo

Es todo un reto, al menos para mí, recordar esa viñeta o ese cómic que hizo que me enamorara de este medio y que quisiera dedicarme, no tanto por una cuestión de memoria sino porque son tantos que enumerarlos todos podría llevar a escribir un libro, pero como no es este el caso intentaré acercarme solo a algunos de ellos que me resultan más significativos.

De los primeros tebeos que recuerdo haber leído fue la aventura de Mortadelo y Filemón El sulfato atómico, de Ibáñez, y Astérix legionario, de Goscinny y Uderzo, pero de esa época también recuerdo números de El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrín, El Jabato, etc. A muchos de ellos se podía acceder en las zonas de intercambio de tebeos que había en los quioscos y librerías de barrio. En el Rastro se podían conseguir también números antiguos de Vértice, y fue el primer contacto que tuve con los personajes de Marvel, y en la misma época estaban los números de Surco antes de la llegada de Forum. Gracias a la biblioteca pude tener mi primer acercamiento a series como Tintín, Blueberry y algunas otras.

De la etapa Surco me quedaré siempre con que gracias a ellos descubrí Shang-Chi, que siempre será una de mis series favoritas, y a Doug Moench, uno de los guionistas “culpables” de mi interés en querer dedicarme a esto, aunque también fue mi primer contacto con La Patrulla X de Claremont y Byrne.

La llegada de Forum me supuso conocer a Los Vengadores, con esos pocos episodios dibujados por el genial John Byrne y la etapa de Jim Shooter y George Perez, así como retomar el contacto con Spiderman y uno de mis números favoritos, en el que se enfrenta al Juggernaut; la maravillosa etapa de Frank Miller en Daredevil, en la que el episodio “Ruleta” es de los que dejan huella para siempre, o el Conan de John Buscema, que me dejaba con la boca abierta cada vez que veía un número dibujado por él. Mientras podía ir descubriendo más personajes españoles en la colección Olé, como Benito Boniato, Sir Tim O’Theo, El Botones Sacarino, Zipi y Zape, 13, Rúe del Percebe y tantos otros.

Pero por no extenderme demasiado, si tuviera que citar los mayores “culpables” de mi interés en querer contar mis propias historias tendría que quedarme con tres cómics: El Superlópez de Jan, era capaz de mezclar con gran habilidad historias de aventuras en las que no parabas de reír; Johan y Pirluit, de Peyo, que siempre me ha parecido maravilloso, y Batman, tanto el de Frank Miller como la etapa de Dennis O’Neil y Neal Adams. Son cómics tan distintos como excelentes y recomendables para cualquiera que quiera acercarse a este medio.

Portada de Jan para el nº 1 de la revista Superlópez (Bruguera, 1985).

Mi lista de tebeos favoritos:

  • El Guerrero del Antifaz, de Manuel Gago.
  • El Cachorro, de Iranzo.
  • Superlópez, de Jan.
  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez.
  • El Capitán Trueno, de Víctor Mora y Ambrós.
  • El Jabato, de Víctor Mora y Darnís.
  • El Corsario de Hierro, de Víctor Mora y Ambrós.
  • Benito Boniato, de Fresnos.
  • El Espadachín Enmascarado, de Pablo Gago y Pedro Quesada y el dibujante Manuel Gago.
  • Zipi y Zape, de Escobar.

 

Creación de la ficha (2023): Silvia Sevilla
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Redacción de Tebeosfera (2023): "Por amor a los tebeos. Quienes los crean I", en Tebeosfera, tercera época, 22 (13-III-2023). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 29/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/por_amor_a_los_tebeos._quienes_los_crean_i.html