HOMBRES INHIBIDOS, MUJERES AUDACES Y LECTORES PERVERSOS: EL EROTISMO EN LA OBRA DE JACQUES TARDI
CARLOS VADILLO SANTAOLALLA

Resumen / Abstract:
Notas: Texto redactado expresamente para el número 9 de TEBEOSFERA, especial sobre la imagen de la mujer en el cómic y el erotismo. La imagen de la derecha corresponde al libro `Le noyé à deux têtes´, sexto de las aventuras de Adèle Blanc-Sec.
HOMBRES INHIBIDOS, MUJERES AUDACES Y LECTORES PERVERSOS: EL EROTISMO EN LA OBRA DE JACQUES TARDI

Tardi y el erotismo

Desde 1970[1]  hasta nuestros días son muchas las obras publicadas por Jacques Tardi. Estas historias se desarrollan, pues, de manera paralela a un medio de expresión que en este periodo no deja de reivindicar unas señas de identidad adultas que hoy, por fin, parecen haberle sido mayoritariamente reconocidas.

Pero el término adulto no siempre ha tenido las mismas connotaciones. Y es que la historieta, que hasta entonces había sido dirigida de manera exclusiva a un público infantil y juvenil, conocerá un notable cambio en la Francia de los años sesenta. En esta década aparecerán Barbarella, de Jean-Claude Forest, y Jodelle, de Guy Peellaert, álbumes que serán protagonizados por heroínas cuyos máximos atributos reposan en su escasa vestimenta y que tendrán una gran repercusión. A partir de ese momento y durante un periodo bastante dilatado de tiempo, el adjetivo adulto se asociará con historias de contenido manifiestamente erótico.

Estas obras tuvieron una enorme influencia en un joven Tardi que por aquella época buscaba hacerse un hueco en el mundo de la bande dessinée. Los primeros balbuceos gráficos del autor son, según sus propias palabras, «… cosas de sexo, muy influidas por Jodelle o Barbarella y que no pueden de ninguna manera ser publicadas por Pilote»[2], revista a la que el autor se dirige con la intención de dar a conocer sus primeros trabajos.

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 Adèle Blanc-Sec no pudo aparecer desnuda en sus primeras historietas.

Tardi, como muchos de sus contemporáneos, no deja de asociar, pues, la historieta adulta a un erotismo que, tras años de puritanismo, parece encontrar por fin vías de expresión. No es extraño, pues, que cuando decide crear el personaje de Adèle Blanc-Sec para Casterman, el dibujante incluya imágenes de contenido erótico. Pero la editorial, con un público esencialmente juvenil, impide cualquier iniciativa del autor en ese sentido: «En las primeras páginas de Adèle Blanc-Sec dibujé una imagen en la que aparecía desnuda… y me obligaron a rehacerla» [3].

Pero si en esta popular serie ambientada en la Belle Époque, y por razones de política editorial, el erotismo está prácticamente ausente, éste tampoco constituye aparentemente el núcleo fundamental del resto de la producción del dibujante. Algo lógico cuando, como bien saben los amantes de la obra del autor, el grueso de su producción está firmemente anclado en una realidad en la que priman los escenarios bélicos o los oscuros espacios urbanos tributarios del género negro. No parece que estos decorados sean muy propicios para esparcimientos festivos o divertimentos eróticos.

Y sin embargo, como si fluyera de manera subterránea bajo los escenarios sangrientos, el sexo surge en las historias de Tardi de manera puntual y precisa. De hecho, exceptuando las obras protagonizadas por Adèle, pocas son las historias en las que no hay escenas de naturaleza erótica. Pero éstas no son en su mayoría resultado de un proceso de seducción ni consecuencia del deseo amoroso. Al contrario, se manifiestan de manera repentina y con una gran intensidad, confiriendo densidad a los personajes y dotándolos de una especial significación.

Sabemos [4]
que los personajes tardianos son en su inmensa mayoría hombres individualistas que han dejado de creer en soluciones colectivas, hombres desengañados y desprotegidos obligados a evolucionar en una sociedad violenta y que apenas disponen de ayuda para aliviar su pesada carga existencial. El amor brota de manera muy excepcional en la obra de Tardi, y cuando lo hace, es para ser negado mediante la muerte. No parece, pues, extraño que el erotismo, cuando aparece, lo haga desprovisto de componentes afectivos.

Son personajes que Claude Crépault incluiría entre aquellos que, según este sexólogo, practican un “erotismo antifusional”, es decir, aquel que no busca la unión ni la comunicación emocional y que

«… permite a Eros circular con mayor libertad, haciendo casi inexistente la ansiedad del abandono; el otro es sólo un objeto de placer, y su pérdida, por muy decepcionante que pueda ser en el plano individual, no entraña graves heridas afectivas»[5].

Pero ¿cómo y cuándo actúan estos hombres de escasa emotividad?, ¿de qué manera viven sus experiencias eróticas? En este terreno, como en otros, los personajes tardianos parecen alejarse de los parámetros mayoritarios que rigen las relaciones entre hombres y mujeres y se apartan de los modelos imperantes.

En estos modelos, tal como nos recuerda Crépault, el hombre es el que manifiesta el deseo, y la mujer es el objeto de ese deseo: «El hombre necesita reconocerse como objeto de deseo. Para él es una manera de sentir viva su masculinidad. Al desear se ve a sí mismo como aquel que elige, que tiene derecho a elegir»[6].
Y más adelante, añade: «El hombre desea, la mujer busca ser deseada: el hombre penetra, la mujer es penetrada» [7].

Sin embargo, en la obra de Tardi, los roles aparecen invertidos. Pero analicemos más de cerca la manera en la que hombres y mujeres manifiestan sus comportamientos eróticos en las historias creadas por el dibujante.

Hombres inhibidos

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Viñeta de La véritable histoire du Soldat Inconnu. 
Salvo en los álbumes incluidos en Las aventuras extraordinarias de Adèle Blanc-Sec, el protagonismo corresponde de manera mayoritaria a personajes masculinos. Esto parece normal si, como ya hemos mencionado, los escenarios por los que evolucionan las criaturas tardianas se sitúan preferentemente en el campo de batalla –territorio masculino por antonomasia– o en los decorados urbanos recorridos una y otra vez por los investigadores privados del género más negro.
La de soldado o detective es, pues, la vestimenta más habitual bajo la que se cobijan los protagonistas. Ropajes ambos que tradicionalmente simbolizan masculinidad y virilidad y que supuestamente confieren poder de seducción a quien los porta. Sin embargo, si hay seres poco predispuestos a mantener relaciones con sus congéneres femeninos, éstos son los soldados, excombatientes o investigadores privados que pululan por las historias dibujadas por Jacques Tardi.
En casi todos los casos, los protagonistas masculinos, cuando mantienen relaciones sexuales, lo hacen a su pesar, arrastrados siempre por circunstancias azarosas o empujados por mujeres que siempre toman la iniciativa ante unos hombres abrumados por una pesada carga interior.

Es lo que le ocurre al narrador de La véritable histoire du Soldat Inconnu (1974), historia con guión del propio dibujante y hasta ahora inédita en España. En ella, un soldado que agoniza en las trincheras es presa de terribles alucinaciones. El narrador, un antiguo autor de novelas populares, no puede evitar dirigirse al Hamman Palace, un gran burdel por el que transitan mujeres que fueron protagonistas de sus deleznables obras y que ahora, sedientas de venganza, se han convertido en prostitutas que se exhiben obscenas ante él. Éstas aparecen ante sus ojos tanto en su juventud más esplendorosa como en su más decrépita vejez. Angustiado, el protagonista intenta huir acosado no sólo por las prostitutas, sino también por proxenetas, monstruos prehistóricos e, incluso, por su antiguo editor. Durante esta orgía de sexo y de sangre, el narrador no dejará de sentir un terrible dolor de cabeza, que sólo al final de la historia sabremos que procede de la bala que está alojada en su cerebro y que le provocará la muerte en las trincheras.

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Escena de La Bascule à Charlot.

Choumacher, protagonista de La Bascule à Charlot (1976), relato corto con guión del propio Tardi e igualmente inédito en nuestro país, es un soldado que ha sobrevivido a la Gran Guerra y que vuelve a casa tras cuatro años de horror. En un bar, mientras ahoga sus recuerdos en alcohol, es abordado con descaro por una hermosa mujer y conducido por ella a su domicilio, no sin antes practicarle una felación en plena calle. Ya en casa de la mujer, ésta será poseída impulsivamente por el excombatiente, todo ello ante la mirada de un enano monstruoso. Cuando el protagonista despierta, algunos instantes más tarde, la mujer y el enano apareceren asesinados por arma blanca. Por este crimen, del que el propio Choumacher no es consciente, será condenado a la guillotina. 
La guerra parece haber inhabilitado a estos seres atormentados. Ya no luchan en las trincheras, pero la violencia y la sangre de las que han sido testigos les han incapacitado para relacionarse con los demás. René Girard lo expresa con las siguientes palabras: «Parece como si del lugar en el que se ha manifestado la violencia y de los objetos que han sido tocados por ella surgieran emanaciones sutiles que impregnan todo lo que está a su alrededor»[8].

Hay a este respecto en La última guerra (1997), adaptación de la novela homónima de Didier Daeninckx, una escena paradigmática. En 1920, apenas dos años después del fin de la Gran Guerra, Eugène Varlot, antiguo soldado y ahora investigador privado, se ve llevado en el curso de sus pesquisas a una sala de fiestas en la que mujeres de la burguesía se libran sin ningún pudor a tumultuosas orgías con pilotos de aviación. Una de estas mujeres es Amélie Fantin, esposa de un coronel del ejército francés. Para introducirse en su círculo, Varlot intima con una acompañante de la “coronela”. Ésta le conduce a una enorme estancia en la que decenas de parejas desnudas dan rienda suelta a sus pulsiones. El detective no puede dejar de asociar esta escena de gran promiscuidad con las trincheras, en las que había «… otros quejidos, otros gemidos, otros cuerpos enredados…» Varlot, incapaz, decide abandonar la escena dejando plantada a una acompañante que ya se había desvestido completamente.

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 Viñetas de La última guerra.

Curiosamente, tanto Varlot como antes Choumacher o el narrador de La véritable…, permanecen vestidos mientras sus partenaires exhiben su desnudez sin ningún tipo de pudor. Este retraimiento, esta renuencia a desvestirse y a participar plenamente en el juego erótico al que son arrastrados, caracteriza un rechazo profundo a diluirse, a fusionarse con el otro. Y esto, como muy bien señala Georges Bataille, es revelador:
«Toda la operación del erotismo tiene como fin alcanzar al ser en lo más íntimo, hasta el punto del desfallecimiento. El paso del estado normal al estado de deseo erótico supone en nosotros una disolución relativa del ser (…) La acción decisiva es la de quitarse la ropa. La desnudez se opone al estado cerrado, es decir, al estado de la existencia discontinua. Es un estado de comunicación, que revela un ir en pos de una continuidad posible del ser, más allá del repliegue sobre sí»[9].
Pero los excombatientes tardianos son incapaces de liberarse de la sombra alargada de la guerra, y sus inhibiciones les impiden relacionarse sexualmente con plena libertad.

Aunque no haya participado directamente en ninguna contienda bélica, Walter Eisenhower –el protagonista de El exterminador de cucarachas (1984), obra realizada en colaboración con Benjamin Legrand– es, de alguna manera, fruto de la guerra. Nacido en Berlín durante la II Guerra Mundial y vendido por su madre a un oficial norteamericano, vive traumatizado por un pasado que le empuja al aislamiento y la incomunicación. Envuelto en extraños complots, se ve obligado a refugiarse en el Bronx, en casa de Luis, un puertorriqueño que le cobija en su apartamento en compañía de una hermana con inclinaciones espiritistas y que no duda en abalanzase para poseer sexualmente a un desvalido Walter que parece traumatizado por la experiencia y que, como otros personajes tardianos, será incapaz de desvestirse completamente y conservará su gorra durante el acto sexual.

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 El exterminador de cucarachas. Eisenhower conserva la gorra durante el acto sexual.

Aunque Antoine Tarpagnan, uno de los numerosos protagonistas de la excelente El grito del pueblo (2000-2004), adaptación de la novela de Jean Vautrin, no da muestras de la pasividad de los personajes a los que nos hemos referido hasta ahora, comparte con ellos ciertas características. Es también militar, en este caso oficial, y aunque acaba al lado del pueblo, empieza capitaneando las tropas gubernamentales. Será precisamente una mujer quien desencadenará su deserción y su paso al bando de los communards. En efecto, Gabriella Pucci, más conocida como Caf’ Con’, desabrocha su blusa y muestra su generoso pecho a un Tarpagnan que, a partir de entonces, no dudará en seguir a los rebeldes. De nuevo un hombre vestido ante una mujer que exhibe su desnudez, de nuevo un hombre que será arrastrado hacia un escenario de desolación y violencia.

Pero además de estos personajes marcados por la guerra, hay otros héroes habituales de las historias dibujadas de Tardi que tampoco parecen gozar de experiencias eróticas especialmente satisfactorias. Nos referimos a los numerosos detectives, investigadores privados y personajes de los bajos fondos que protagonizan muchas de sus obras.

Cierto es que Nestor Burma, el detective creado por Léo Malet y brillantemente adaptado por Tardi, no sufre las inhibiciones ni conoce las dificultades relacionales de los personajes a los que nos acabamos de referir, pero tampoco puede decirse que sus escasos esparcimientos sexuales estén coronados por el éxito.

A Burma hay que atribuir, no obstante, una de las raras experiencias de naturaleza verdaderamente amorosa que encontramos en la obra de Tardi. En Niebla en el puente de Tolbiac (1982), el detective y Bélita viven una historia de amor que, desgraciadamente, acaba con la muerte de la joven gitana. La deriva depresiva que sigue a esta muerte guiará los pasos del protagonista en Una resaca de cuidado (1990), obra inspirada en los personajes de Malet pero con guión del propio dibujante. En ella, Burma ahoga sus penas en alcohol y se convierte en un ser frágil y autocompasivo. Serán precisamente el alcohol y la necesidad de afecto los que le lleven a solicitar los favores sexuales de su secretaria, Hélène. Pero esta transgresión no tendrá consecuencias, como muy bien precisa la propia ayudante del detective al reprochar su impotencia a un atribulado y resacoso Burma.

Algo parecido le ocurrirá a Martin Terrier, el protagonista de Cuerpo a tierra (2010), adaptación de la novela homónima de J.-P. Manchette. Decidido a abandonar su profesión de asesino a sueldo, Terrier vuelve a la pequeña ciudad en la que creció. Allí vive Alice, su amor de juventud, ahora casada con un rico hombre de negocios. Sin mucha convicción, Alice se decide a seguir a un Terrier acosado por sus enemigos. Pero en la primera ocasión, el aguerrido y feroz asesino a sueldo es incapaz de mantener la erección y de tener relaciones sexuales completas con Alice. En un segundo momento, y a pesar de los requerimientos de la atractiva mujer, Terrier rechazará sus ofrecimientos. Alice no esperará una tercera ocasión y no dudará en engañarle con Maubert, el guardián de la casa donde se cobija la pareja. Terrier sorprenderá en pleno acto a una Alice totalmente desnuda cabalgando sobre un Maubert que permanece completamente vestido.

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 Viñeta de Cuerpo a tierra.

Aunque no pertenece a ninguna de las anteriores categorías y Arthur Même no es soldado o detective, ni tan siquiera deambula por los turbios decorados del género negro, sus experiencias eróticas con las mujeres no tienen un final mucho más feliz. El protagonista de la excelente Ici Même (1979), con guión de Jean-Claude Forest, vive en Mornemont, el País Cerrado, y su única propiedad son los muros que separan las parcelas de las diversas familias que habitan tan extraño territorio. Desde esos muros, el frágil e introvertido Arthur se masturba mientras observa con sus prismáticos las cópulas nocturnas de respetables matrimonios y, sobre todo, las abluciones de la atractiva y lúbrica Julie. Ésta, consciente del interés que despierta en el joven Arthur, no tardará en insinuarse primero y en acosarle después, hasta introducirse en su lecho… para comprobar que el aterrorizado propietario de los muros de Mornemont es incapaz de reaccionar mínimamente a sus estímulos.

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Arriba, el hombre inhibido de Ici Même. Bajo estas líneas, página de Polonius. 
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Éste parece ser el estigma de los protagonistas masculinos en la obra de Tardi. Arrastrados por mujeres que se ofrecen a ellos, éstos, o bien responden de manera impulsiva, como Choumacher, o bien viven de manera traumática la experiencia, como el narrador de La véritable…

Walter Eisenhower; y si no, se muestran incapaces de satisfacer a sus acompañantes femeninas, bien porque la promiscuidad les retrotrae a las trincheras, como a Varlot, bien porque la angustia, la ansiedad o los recuerdos les impiden lograr una erección, como a Arthur, Terrier o el Burma de Una resaca de cuidado.

No son los únicos. En Polonius (1977), con guión de Picaret, y Jeux pour Mourir (1992), adaptación de la novela de G.-C. Véran –historias ambas nunca publicadas en nuestro país– sus protagonistas son igualmente incapaces, por unas u otras circunstancias, de vivir un erotismo placentero y satisfactorio con las hermosas mujeres que intentan seducirlos.

Y en las pocas ocasiones que parecen vivir relaciones sexuales dentro de la normalidad, los protagonistas masculinos aparecen siempre serios, tristes, silenciosos, en una especie de melancolía postcoital que todo lo invade. Es lo que le ocurre a Burma con Bélita o al detective protagonista de Griffu (1978), obra con guión de Manchette, en sus relaciones con la joven Évangéline[10].


Este comportamiento parece verificar la teoría de Bataille cuando en El erotismo, afirma que éste nace siempre de «una experiencia interior». Si esto es así, no debe extrañarnos que unos hombres invadidos por la angustia y la desolación sean incapaces de relacionarse con el sexo opuesto de manera reconfortante.
Los protagonistas masculinos de las obras de Tardi estarían, según esto, incluidos en una de las categorías a las que se refiere Claude Crépault. Éste habla de un “erotismo de excitación” que se opondría a un “erotismo de descarga”, en el que el primero sería un “erotismo que llena” y el segundo un “erotismo que vacía”. O, mejor aún, uno sería el reflejo de una “sexualidad completiva”, y el otro, de una “sexualidad defensiva[11].
No parece haber dudas acerca de en cuál de estas dos categorías deberían ser incluidos estos seres frágiles, aislados y traumatizados por las experiencias vividas en un mundo hostil.

Mujeres audaces

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 Tarjeta postal de Tardi inspirada en una escena de Ici Même, con Julia de espaldas.

Aunque los personajes femeninos creados por Jacques Tardi comparten con sus coetáneos masculinos una misma época histórica y son igualmente víctimas de un orden social injusto impuesto por los más poderosos, no parecen, sin embargo, asumir su suerte de la misma manera.

Cierto es que ellas no están obligadas a vivir la guerra en primera línea y que su rol en las obras inspiradas en el género negro es manifiestamente secundario, pero no por ello gozan de condiciones especialmente favorables. Al contrario, la guerra las obliga a ejercer de mano de obra barata, como vemos en La guerra de trincheras (1993) y ¡Puta guerra! (2008-2009)o, peor aún, a prostituirse, como queda reflejado en El soldado Varlot (2000). Y sin embargo, la actitud con la que afrontan las penalidades cotidianas es radicalmente diferente.

Ya desde su misma concepción gráfica la diferencia es llamativa. En efecto, los protagonistas masculinos dibujados por Tardi responden en su mayoría a un mismo prototipo: se trata de hombres altos y delgados, con una apariencia asustadiza e introvertida que les otorga un aura de desprotección e indefensión.

Todo lo contrario es lo que transmiten las protagonistas femeninas. Son, por lo general, mujeres jóvenes con formas generosas pero proporcionadas y con labios carnosos. Muchas de ellas exhiben además un rictus facial en el que se mezclan la sensualidad y un cierto aire de suficiencia irónica.

No debe, pues, extrañarnos que la manera de vivir el erotismo sea tan diferente en unos y otras. Ya lo hemos dicho: los parámetros tópicos de hombre seductor y mujer seducida no encuentran acomodo en la obra de Tardi. Esta transgresión de las normas se opera prácticamente en todas las historias creadas por el dibujante.

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 Julie Maillard, siendo observada. 
Hemos visto que, por razones editoriales, esto no era posible en los álbumes protagonizados por Adèle Blanc-Sec, precisamente la serie en la que es una mujer el personaje principal. Escritora de folletines, Adèle, movida por su incesante curiosidad, ejerce más bien de investigadora privada. No parece que los hombres, en general, le inspiren mucho interés. Sin embargo, en una vuelta de tuerca que acentúa el carácter transgresor y paródico de la serie, Adèle no duda en otorgar sus favores sexuales a un poco agraciado Mouginot. La única escena que deja constancia de ello tiene lugar en Momias enloquecidas (1978), y es el púdico desayuno que tiene lugar tras una noche de amor de la que el autor no suministra ninguna imagen.

Pero si de Adèle tan sólo intuimos su desinhibición en cuestiones sexuales, con el resto de los personajes femeninos, ya lo sabemos, no ocurre lo mismo. Tanto las mujeres que habitan el Hamman Palace en La véritable… como la libidinosa desconocida que aborda a Choumacher en La Bascule à Charlot o la enfebrecida puertorriqueña que asalta a Eisenhower en El exterminador de cucarachas no esperan indicación alguna por parte masculina para actuar. No lo hacen tampoco las burguesas que en La última guerra participan en las orgías que tan tristes recuerdos le traen a Varlot, ni siquiera las mujeres más o menos fatales que aparecen y desaparecen en las historias con trama policiaca.

Son ellas, como hemos visto, quienes toman la iniciativa ante esos varones apesadumbrados y vencidos por la angustia, ellas las que exhiben su desnudez voluptuosa ante esos hombres timoratos que temen despojarse de sus vestimentas; ellas, por fin, quienes no ahorran gestos provocativos ni acciones lascivas.

Todas responden en mayor o menor grado a estas características, pero si hay un personaje paradigmático entre las mujeres dibujadas por Tardi, éste es sin duda el encarnado por Julie Maillard en esa obra extraordinaria que es Ici Même. Tras su aparente ingenuidad va revelándose como una mujer de gran espíritu transgresor. No sólo es consciente de ser observada por Arthur cuando lava sus partes íntimas en el baño, sino que además mantendrá relaciones incestuosas con su hermano en presencia del atribulado guardián de Mornemont. Si esto no fuera suficiente, no esconde en ningún momento su promiscuidad: no tiene reparos en mantener relaciones con el viejo tendero del lago ni evita recordar su pasado en París cuando excitaba sexualmente al mismo presidente de la República orinando en su presencia.

Julie, es cierto, vive en ese limbo irreal que es Mornemont, el País Cerrado, y su libertad es casi total. No tiene, por tanto, que hacer frente a una realidad exterior problemática como el resto de las protagonistas femeninas de Tardi. Al contrario que Julie, muchas de ellas se ven obligadas a ejercer la prostitución, actividad ésta que parece ser objeto de una cierta fijación por parte del dibujante.
El burdel como escenario no es, en efecto, infrecuente en sus obras. Recordemos que el Hamman Palace por el que vaga el atemorizado narrador de La véritable… es un inmenso prostíbulo. Polonius, el protagonista de esa obra homónima tan poco conocida, verá igualmente cómo Ezzulia, la esclava que le han asignado, acaba siendo prostituida. Lo mismo le ocurrirá a él mismo, forzado a servir de gigoló a viejas y decrépitas alcahuetas. El burdel, igualmente, es el lugar en el que se ven obligadas a trabajar algunas mujeres de combatientes, como vemos en El soldado Varlot, y es uno de los escenarios más importantes en El grito del pueblo.

En esta última obra, Gabriella será al principio la ramera de lujo del mafioso Edmond Trocard, pero al enamorarse de Antoine Tarpagnan, será degradada y obligada a ejercer la prostitución en L’Escalier de Vénus, un burdel de mala muerte. Antoine no cesará de buscarla en todas las casas de citas, de las más lujosas a las más sórdidas, de una capital en la que reinan la sublevación y la violencia. Esas escenas en las que recorremos con el antiguo capitán los antros más míseros de un París decimonónico poseen sin duda un erotismo ciertamente turbador[12].

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 Burdel de El grito del pueblo.

Erotismo y pulsión de muerte

Sin embargo, Tarpagnan no logra encontrar a una Gabriella que, a pesar de todo, conseguirá escapar de L’Escalier de Vénus. Pero Caf’ Con’, no sólo renuncia a un amor en el que ya no cree, sino que a partir de ese momento acompañará a un tal Pouffard en su coche fúnebre y le ayudará en la macabra tarea de recoger los numerosos cadáveres que se amontonan en las calles de París. El cuerpo de la hermosa y sensual Gabriella ya no sirve de cobijo a los desesperados communards. Ahora, en una transmutación de alto contenido simbólico, acogerá en sus brazos a la misma muerte.
Si para Bataille lo que diferencia claramente al hombre del animal es su conciencia de la muerte y su práctica del sexo como deseo y no como instinto[13], estos dos territorios en los que se funden el origen y el final del ser humano aparecen íntimamente ligados en toda la obra de Jacques Tardi.

Ya hemos visto cómo influía la muerte –omnipresente en las trincheras y en los escenarios urbanos– en la manera en la que los héroes tardianos afrontan las relaciones sexuales. Esa pulsión de muerte tan arraigada en esos seres desamparados se manifiesta a veces en algunas imágenes de alta significación: Griffu agonizando en una sala de fiestas en la que un numeroso público asiste a un espectáculo de striptease o Burma, en Una resaca de cuidado, presenciando el obsceno baile entre Mauricette y un lúbrico esqueleto con el pene erecto.

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 Griffu agoniza.

El lector perverso

Decíamos al principio que la obra de Tardi no tiene a primera vista un carácter eminentemente erótico y que la descripción de un mundo en el que domina la violencia no deja mucho espacio para asuntos más livianos. No obstante, si consideramos al erotismo en su vertiente transgresora, no cabe duda de que nos encontramos ante una obra que, en algunos momentos, posee una extraña y turbadora intensidad.
El lector asiste a una trama en la que, como fogonazos, surgen breves pero intensos encuentros de naturaleza sexual y observa desde su atalaya a esas mujeres voluptuosas y carnales que ofrecen sus cuerpos a unos hombres derrotados por las circunstancias.

Desde su observatorio privilegiado, el lector es un voyeur que no puede reprimir esa leve excitación que le produce su transitoria incursión en los más sórdidos burdeles. Desde su soledad, el lector de cómic es un perverso que se detiene, a veces con delectación, en esas viñetas dibujadas por Tardi en las que se funden con maestría el sexo, la violencia y la muerte.


NOTAS
 
[1] En este año publicó su primer relato, “Un cheval en hiver, aparecido en la revista Pilote.
[2] Declaraciones del autor en Tardi. Entretiens avec Numa Sadoul, Éditions Niffle Cohen, París, 2000, p. 34. Las traducciones del francés al español, salvo mención expresa en sentido contrario, son del autor de este artículo.
[3] Ibid.
[4] Me permito remitir al lector a VADILLO, C., Jacques Tardi: la conciencia crítica de la historieta francesa contemporánea, Universidad de Burgos, 2000.
[5] CRÉPAULT, C., Les Fantasmes, l’Érotisme et la Sexualité, Odile Jacob, París, 20007, p. 43.
[6] Ibid., p. 134.
[7] Ibid., p. 136.
[8] GIRARD, R., La Violence et le Sacré, Grasset, París, 1972, p. 49.
[9] BATAILLE, G., El erotismo (1957), Tusquets, col. Fábula, Barcelona 2007, p. 22.
[10] La única excepción que hemos encontrado a esta regla aparece en la página 61 de Balada de la Costa Oeste (2005), adaptación de otra novela de Manchette, en la que el protagonista, Gerfaut, y su pareja eventual, Alphonsine, aparecen felices y sonrientes tras “haber realizado juntos el acto de la carne”.
[11] CRÉPAULT, C., op.cit., p. 213.
[12] El carácter erótico de la prostitución no sólo ha sido reivindicado por Bataille, sino por otros expertos en el tema. Véase, a este respecto, SCARPETTA, G., Variations sur l’érotisme, Descartes & Cie, París, 2004.
[13] Véase, a este respecto, “La conciencia de la muerte”, primer capítulo de su libro Las lágrimas de Eros (1961), Tusquets, Barcelona, 1997.
Creación de la ficha (2012): Carlos Vadillo. Revisión de Alejandro Capelo y edición de M. Barrero · Imágenes provistas por el autor, todas ellas de Jacques Tardi.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
CARLOS VADILLO SANTAOLALLA (2012): "Hombres inhibidos, mujeres audaces y lectores perversos: El erotismo en la obra de Jacques Tardi", en Tebeosfera, segunda época , 9 (23-V-2012). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 26/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/hombres_inhibidos_mujeres_audaces_y_lectores_perversos_el_erotismo_en_la_obra_de_jacques_tardi.html