EL CÓMIC ESPAÑOL Y LA GUERRA CIVIL: TRANSICIÓN Y PRIMERA DÉCADA DE DEMOCRACIA - 1976-1992
MICHEL MATLY

Resumen / Abstract:
Ensayo que analiza la evolución de la representación de la Guerra Civil española en el cómic durante el período de la transición y los diez primeros años de la democracia. / Essay analyzing the evolution of the representation of the Spanish Civil War in comics during transition period and the first decade of democracy.
Palabras clave / Keywords:
Guerra civil española/ Spanish Civil War
EL COMIC ESPAÑOL Y LA GUERRA CIVIL: TRANSICIÓN Y PRIMERA DÉCADA DE DEMOCRACIA – 1976-1992

INTRODUCCIÓN

A pesar de la dispersión y del difícil acceso a los cómics de la época de la Guerra Civil, se ha llevado a cabo un esfuerzo de investigación de envergadura por especialistas del cómic como Antonio Martín[1], Manuel Barrero[2], Jorge Catalá[3] o Viviane Alary[4]. Todos ellos han puesto en evidencia la importancia de la historieta durante el conflicto. Los dos bandos utilizaron ampliamente el cómic con fines propagandísticos: el bando franquista lo usó con violencia y odio para despreciar al adversario y pintarlo de rojo, mientras que el bando republicano lo utilizó en forma más moderada, más bien para denunciar los países fascistas y condenar la no intervención de las democracias occidentales, y para divertir, educar al combatiente y disolver en risas las angustias del público juvenil. Por su parte, Mariella Colin[5] muestra que el cómic fascista se aprovechó del conflicto mostrando una guerra prácticamente ganada por si solos por los italianos. Las pocas referencias hechas a la época por los cómics de otros países como Francia (en su prensa católica y comunista) o en Estados Unidos (con sus aviadores o superhéroes) merecerían salir a la luz, aunque globalmente el tebeo de la época de la Guerra Civil empieza a ser bien conocido.

Entre el final del conflicto en 1939 y la muerte del dictador en 1975 existen pocas obras dedicadas a la Guerra Civil española, y la producción de la época no ha sido objeto de investigaciones específicas. En España se pueden citar: un breve resurgimiento del tema en el falangista Clarín en 1949-50 (con unas dieciséis historietas relacionadas con la contienda), al final de los años sesenta la hagiografía de un cura ejecutado en 1936 y una biografía de Franco, todas obras evidentemente al servicio de las tesis del régimen. En otros países, las escasas obras francesas, belgas o argentinas dedicadas al conflicto proponen también tesis franquistas, y la perspectiva de los vencidos y el punto de vista republicano no se encuentra casi nunca en los cómics entre 1939 y 1975. A pesar de su reducido número, los tebeos dedicados a la Guerra Civil durante esta época, y sobre todo los españoles y los argentinos, merecerían sin duda una atención particular.

A partir de la muerte de Franco en 1975, el cómic español y extranjero se vuelve a apropiar del tema de la Guerra Civil y lo hace de una manera muy consecuente. Varios trabajos de investigación se han dedicado a explorar la percepción de la contienda en el cómic español, tales como el libro Historias rotas (2006), de Pepe Gálvez y Norman Fernández[6] —que presenta o cita más de setenta obras sobre el tema—, las investigaciones de Benoît Mitaine[7] o Evelyn Hafter[8] sobre obras de mayor interés así como el reciente libro de Ángel Luis Arjona Márquez[9] sobre las Brigadas Internacionales a través del cómic.

El presente artículo se inscribe en un esfuerzo de sistematización, de recolección y análisis de todos los cómics que se han publicado sobre el tema desde 1975, con el objetivo de analizar la evolución en el tiempo de la representación de la contienda así como las diferencias entre los países de origen de las publicaciones. Se incluyen álbumes e historias cortas, obras que hacen del conflicto su tema principal o que lo tratan parcialmente: biografías, obras históricas o de ficción con una parte que se desarrolla durante o en relación con la guerra, al menos en una secuencia de imágenes.

Para reunir todos estos cómics ha sido necesario consultar cientos de títulos y hojear algo más de 12.000 revistas procedentes principalmente de España, Francia, Bélgica, Estados Unidos y América Latina, algunas de las cuales fueron de difícil acceso[10]. El resultado no pretende ser exhaustivo —es posible que algunas obras vayan a ser señaladas por otros investigadores— pero tal y como se presenta aquí, este corpus reunido puede considerarse suficiente para proporcionar una base de análisis sólida y adecuada.

Este artículo presenta los resultados de esta investigación para los cómics españoles realizados durante el periodo de la Transición y los diez primeros años de democracia. Sin embargo, para situar el contexto ofreceremos una idea de la producción en su totalidad, subrayando sobre todo su abundancia y el hecho de que no es una producción únicamente española, sino también de otros países con tradición historietística. Pondremos también en evidencia que el periodo seleccionado constituye un conjunto coherente donde se construyó, utilizó y desgastó una representación concreta de la Guerra Civil para terminar considerando que no se podía decir nada más sobre el tema.

 

UNA PRODUCCIÓN DE CÓMICS SOBRE LA GUERRA CIVIL ABUNDANTE TANTO EN ESPAÑA COMO EN OTROS PAÍSES

En 1986, cuando Laureano Domínguez entrevista para la revista Cimoc a Víctor Mora y a varios dibujantes de las historias que se reunirán más tarde en el álbum Tormenta sobre España[11],una pregunta se repite: «¿Por qué hay tan pocos cómics sobre la Guerra Civil?». Ángel de la Calle dirá lo mismo veinte años después en su prefacio de Historias rotas:

«A pesar de la importancia que la guerra de 1936-1939 tuvo en el inconsciente (y en el consciente) colectivo, su reflejo en el cómic no ha sido especialmente abundante en número de obras. Sobre todo si lo comparamos con los títulos y aventuras generadas a partir de otros enfrentamientos bélicos menos mitológicos o trascendentales»[12].

Entre álbumes e historias cortas, de 1976 a 2013 se han contabilizado 323 cómics, o sea 136 álbumes y 187 historias cortas, que tratan total o parcialmente sobre la contienda[13]. Aunque la Guerra Civil no puede rivalizar con la II Guerra Mundial en número de cómics, ha sido tratada en igual o en mayor medida que otros conflictos del siglo XX. Por ejemplo, Bruno Denéchère y Luc Révillon contabilizaron 120 cómics francófonos y otras tantas obras anglosajonas sobre la I Guerra Mundial en 2008 [14], y Jennifer Therese Howell ha contabilizado en 2010 unas cuarenta obras sobre la guerra de Argelia[15]. Con cerca de 7.000 páginas dedicadas específicamente a la contienda se puede estimar que el cómic ha tratado y sigue tratando con una cierta profusión el tema de la Guerra Civil española.

Era lógico pensar que la desaparición del régimen franquista provocaría en España una nueva lectura de la Guerra Civil y que esta encontraría su vía en el cómic español, tradicionalmente prolífico y de gran calidad. Pero el tema moviliza igualmente al cómic extranjero, de manera que el 30% de los cómics, el 50% de los álbumes y el 45% de las páginas dedicadas a la Guerra Civil española se han producido fuera de España, lo que demuestra un interés por el conflicto que sobrepasa con creces las fronteras españolas.

Se han podido identificar cómics sobre la Guerra Civil en trece países fuera de España. Entre ellos, tal y como se podía esperar, encontramos a los grandes países del cómic y también a los que están asociados en diferentes formas a acontecimientos de la guerra. Las producciones más importantes son, en Europa, las de Francia e Italia, y en América, las de Argentina y Estados Unidos[16]. El recuerdo de las Brigadas Internacionales y de la política de no intervención en Francia y en los países anglosajones, la expiación del compromiso fascista en Italia, y la herencia de la emigración de 1939  en Francia y América Latina hacen que la mirada hacia la Guerra Civil sea distinta para cada país y diferente también de la española.

 

EN ESPAÑA, UNA PRODUCCIÓN DIVIDIDA EN DOS ÉPOCAS DISTINTAS

Entre 1976 y 2013, la producción española de cómics cuenta con 206 obras que tratan de la Guerra Civil, de las cuales, 68 fueron álbumes y 138 historias cortas. Como pone en evidencia el gráfico siguiente, hemos dividido la edición española en dos épocas separadas. La primera se extiende entre 1976 y 1992, con una producción que culminará a mediados de los años ochenta, y la segunda comienza la primera década del siglo XXI para culminar en 2011. Sobre el total de páginas específicamente dedicadas al conflicto, un 30% se ha producido entre 1976 y 1992, menos del 5% entre 1993 y 2002, y un poco más del 60% entre 2003 y 2013.

Durante los años noventa, la producción es casi inexistente, y solo algunos autores confirmados, como Cava, Giménez o Gallardo, lograron ser publicados con obras sobre la Guerra Civil. A partir de la primera década de este siglo empieza una importante oleada de obras con nuevos autores dedicados al tema que va a durar hasta el principio de la segunda década del siglo XXI, con un aparente retroceso estos últimos años.

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Fuente: Contabilización de cómics por el autor, octubre 2014.

Esto, sin duda, refleja al menos en parte las evoluciones del mercado español del cómic: durante los años noventa sufrió una pérdida de lectores, desaparecieron una gran parte de las revistas y el cómic pasó del quiosco a la librería. La historia corta casi no tuvo espacio, y la única forma de publicar era el álbum. Era una época difícil para los autores españoles[17], que tuvieron que esperar a la primera década del siglo XXI para volver a encontrar un lugar visible en el mercado nacional. La edición de cómics conoció luego un fuerte crecimiento en los primeros años del siglo XXI, que benefició tanto a la importación como a la producción nacional, y en la siguiente década  tuvo lugar un resurgimiento de la historia corta. Para terminar, la crisis actual del sector de la edición, ligada al contexto económico español, incrementa el retroceso después de 2011.

Pero esta explicación solo nos avanza una parte de las razones de esta división de obras en dos épocas separadas por un periodo de silencio. Los años noventa fueron un periodo de producción sobre la Guerra Civil relativamente menor también en la narrativa[18] y en el cine[19], lo que señala un alejamiento temporal del tema por parte de la creación española. Este hecho no debe interpretarse como una pérdida de interés, sino más bien como un cambio en la representación colectiva del conflicto.

En otros términos, los dos grandes periodos de producción de cómics sobre el tema ponen en evidencia dos representaciones distintas de la Guerra Civil. La primera se construye en los años de la Transición, el fin de los setenta y principio de los ochenta. Por una parte, se pretende hacer borrón y cuenta nueva de la historiografía y la propaganda de los cuarenta años anteriores. Por otra, en una época donde los objetivos principales son la paz social y la construcción de la nueva democracia, el recuerdo de las fracturas de la Guerra Civil constituye una bomba de relojería que hay que desactivar.

La segunda tanda de cómics se publica en un contexto distinto, en los años de la “crispación” de la primera década del siglo XXI, donde el dialogo político se hace más tenso y la Guerra Civil vuelve a ser un tema de debate. Por un lado, se desarrolla el movimiento de la memoria histórica, con su reivindicación de la apertura de las fosas comunes, la eliminación de los símbolos franquistas del espacio público, la justicia para los niños republicanos sustraídos a sus familias, y se ratifica una ley que no satisface a nadie. Por el otro lado aparecen tesis revisionistas o negacionistas sobre la contienda y se multiplican beatificaciones de eclesiásticos mártires de la contienda.

Entre estas dos épocas, el silencio del cómic en los años noventa aparece como la señal de un periodo de mutación, de abandono de la primera representación por la segunda en el cómic español. Se puede juzgar que estas evoluciones, así como la diferencia de perspectiva sobre el conflicto entre los años 1970-1980 y 2000-2010, no son exclusivas del cómic sino que se inscriben en los movimientos más amplios de las representaciones colectivas de la Guerra Civil en la sociedad española.

Trataremos a continuación del primer importante periodo de producción, ubicado entre 1976 y 1992, dividiéndolo en dos épocas:

·La primera, entre 1976 y 1982, que cubre el periodo de la Transición y constituye una etapa pionera de construcción en el cómic. La representación de la Guerra Civil (evidentemente diferente de la versión impuesta por el régimen franquista) valoró en prioridad al bando republicano y omitió de manera expresa la exhibición del adversario.

·La segunda, entre 1983 y 1992, o sea, la primera década de la democracia española, que recuperó y utilizó esta representación en obras más allá del ámbito tradicional del cómic, y la aprovechó finalmente para dar por finalizada la memoria de la guerra.

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Fuente: Contabilización de cómics por el autor, octubre 2014.
 

 

LA TRANSICIÓN, 1976-1982

Durante el periodo de la Transición se han podido identificar treinta y siete obras, de las cuales once son álbumes y veintiséis historias cortas, es decir, más de 520 páginas de cómic dedicadas al conflicto. A pesar de los millares de revistas consultadas, no pretendemos que este inventario sea exhaustivo, y es posible que otras obras de esta época o de las siguientes aparezcan en el futuro. No obstante, el corpus reunido parece darnos una visión representativa de la producción española de cómic sobre la Guerra Civil.

Contrariamente a su representación a menudo idealizada, la Transición es la época más violenta que haya conocido España desde la Guerra Civil, como testimonian el número de asesinatos, represiones violentas, atentados contra editoriales, librerías y periódicos, que se convertirían en este periodo en los blancos preferidos por la extrema derecha. Es también un periodo de incertidumbre política —que culminará en el intento de golpe de Estado de 1981— así como de inquietud de los principales partidos, preocupados por alcanzar un sistema democrático sin enfrentamientos. Se trata, finalmente, de una época en la que una juventud alternativa busca al otro lado del Atlántico los signos de una nueva identidad.

En este contexto, los autores de mayor edad, como Mora o Clavé, tardaron en abordar el tema de la Guerra Civil, y otros, como Palacios, lo hicieron de una forma muy específica, enmascarando sus compromisos o disfrazando al adversario. Son principalmente los jóvenes autores “irresponsables” de la izquierda alternativa los pioneros que tomaron la palabra en un primer momento. Cava, Roger, Font o Gordillo, los que publicaron las primeras historias cortas sobre la Guerra Civil, tenían alrededor de veinte años, mientras que sus directores de publicaciones, como Antonio Martín, eran treintañeros o cuarentones. Otros autores de esta misma generación que llegó a la madurez política en los últimos años del franquismo, como Gallardo o Altarriba, publicaron más tarde álbumes sobre el tema.

 
Historias cortas

Estos jóvenes autores se situaron en un movimiento alternativo que compartía una cierta fascinación por el anarquismo, un desprecio por el imperialismo y las dictaduras de derechas o de izquierdas, y se expresaron en la multiplicidad de revistas de cómic nacidas en los años setenta. Una parte de este movimiento situó siempre sus compromisos políticos fuera del campo español, como se puede comprobar en Star, una de las revistas emblemáticas de la época, en la que, aparte del famoso retrato de Franco a lo Andy Warhol por Montxo en la portada del número 30, no se hizo ninguna referencia al pasado o a la política española. Los enemigos eran Hitler, el gran capital estadounidense y el estalinismo, y las prácticas importadas de la cultura underground servían de credo político. Encontramos en Star una sola viñeta que evoca la Guerra Civil, y viene de Estados Unidos, del “Stalin” de Spain Rodriguez[20]. En ella, el autor denuncia tanto la actitud de Rusia, que obligó a renunciar a la experiencia revolucionaria española, como a las democracias, que dimitieron frente al fascismo.

Hojeando Star encontramos algunos indicios que muestran la distancia que tomó una gran parte del movimiento underground español de esta época con respecto a la Guerra Civil. Así, en la relación de una exposición de la Bienal de Venecia de 1976 que mostraba carteles y documentos gráficos de la Guerra Civil española[21], el periodista hablaba de «asombrosos documentos sobre dos ideologías opuestas, en los que se manifiestan facetas y consignas alucinantes». Seguramente la Guerra Civil, la República o el franquismo no interesaban a esta juventud en rebelión. El equipo de Star tuvo el buen gusto de publicar una carta de un lector que en dos páginas reprochaba la falta de interés por la política y predecía su asimilación por el sistema[22], sin que ello cambiase ni un ápice su estrategia editorial.

En la revista vasca Metacrilato, la historia “Huida”[23], de Alberto Abadie, respondía de otra manera: la protagonista se encuentra enfrentada a problemas económicos, políticos y sociales, a hombres alcohólicos, drogados o locos, y elige la huida, pero esta parece imposible. «De todo mal, de toda guerra, de toda lucha quedan vestigios y esos vestigios debemos soportarlos...», concluye el autor, mostrando a un miliciano con el puño levantado y el caballo del Guernica, de Picasso. La juventud española de la Transición, lo quisiera o no, tenía que asumir la herencia de la Guerra Civil.

Una parte de esta juventud recordaría el conflicto en el cómic. Más politizada, se hartaba a veces de la elección de otros que evacuaban sus compromisos políticos en una esfera abstracta y hacían borrón y cuenta nueva del pasado. En 1977, sin hablar explícitamente de la Guerra Civil, Alfonso Font y Carlos Giménez, en una historia titulada “¡A!”[24], hacen salir a Durruti de la tumba para dar patadas a todos los que se declaran en aquel momento anarquistas, pero cuyo anarquismo consiste únicamente en gritar «Viva la mierda» o «Sandokán al poder»[25], a exaltar el amor libre pero a enviar a las feministas a sus labores domésticas y a juzgar que deben vivir en casa de sus padres hasta que sus hijos sean lo suficientemente mayores como para mantenerlos.

Los autores empezarían a evocar la Guerra Civil en revistas de historietas más marginales, más intelectuales o más políticas, como A la calle, Butifarra, Trocha / Troya. Sólo en el número único de A la calle encontramos tres historias que hacen referencia a la Guerra Civil, dos de Roger y Montesol, “Escuadrilla”[26] y “El Cuartel de la Montaña”[27], y una de Manel Rubiales, “Álbum de recuerdos del profesor Extravaganza”[28], y Butifarra publica en su número 12 una historia epónima de Rafa Gordillo sobre las colectivizaciones obreras en Cataluña durante la contienda[29]. Poco a poco se publicarían historias en revistas de mayor circulación, como Totem, Bésame mucho, El Víbora, Súper Bumerang, o en el semanario satírico El Papus.

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Página de "El Cuartel de la Montaña", de Roger y Montesol. "Si lo buscáis", historieta de Cava y Marzal publicada en Trocha nº 1.

Entre los autores más dedicados al tema de la Guerra Civil citaremos, evidentemente a Cava, que, ya sea en solitario o en el seno de El Cubri, publicó varias historias y continuó haciéndolo hasta las primeras décadas del siglo XXI. La primera historia sobre el particular, “Si lo buscáis“[30], situaba la Guerra Civil en la continuidad de las luchas sociales contemporáneas, no especialmente contra el franquismo, sino contra todos los poderes opresivos. Publicó otras en esta época, como “¡Viva la República! ¡Viva!”[31] y “Dossier Amparo Torrego”[32], en las que su mirada sobre el conflicto se fue matizando progresivamente, o “Sueños de plomo“[33], donde el héroe, como sin duda sus creadores, tiene pesadillas repetidas sobre la guerra.

Para rendir justicia, “¡Viva la República! ¡Viva!” trataba de un episodio anterior a la guerra, la masacre de los campesinos de Casas Viejas por la Guardia Civil enviada por Azaña en 1934. Sin embargo, es sin duda una de las obras más lúcidas para comprender la relación que tuvieron una buena parte de los combatientes republicanos con una República que no deseaban. Era también, por parte de los autores, una advertencia contra el espejismo de la democracia, entonces en el centro de las preocupaciones de los políticos. A partir de una reflexión sobre el papel de la mujer, el “Dossier Amparo Torrego” ponía, por su parte, en evidencia que el conflicto no fue solamente una lucha de poder y que en él había apuestas humanistas fundamentales.

Entre las historias cortas aparecidas en esta época se puede citar “Dehesas”[34], de Agustín Henche, e “Itaka”[35], del historiador Juan Antonio de Blas y Ángel de la Calle. De “Dehesas” retendremos el tratamiento en forma de western del conflicto local entre los habitantes de izquierdas y los “fachas“ del lugar, que testimoniaba la extraordinaria capacidad del cómic para adaptar sus géneros a un tema como el de la Guerra Civil, y la carga final de los toros que reducían a la nada las luchas políticas bajos sus cascos. Una conclusión parecida a la que se llegaba en “Itaka”, aunque esta vez con un tono poético bien diferente al del anterior: un emigrante vuelve a España a la muerte de Franco y reflexiona sobre esos cuarenta años de lucha y de exilio, que no tienen ningún sentido, y sobre su vida, que solo adquiere significación a partir del momento en el que vuelve a su país.

El Papus dedicó en 1978 algunas páginas de Adolfo Usero a la guerra, con el objetivo pedagógico de romper con la historiografía franquista. Citaremos “Aquel lejano 18 de julio”[36], dedicado al comienzo de una guerra que no se volverá a repetir, dado que los intereses de los ricos están ahora bien protegidos, y “Durruti”[37], probablemente el personaje más querido en los cómics sobre el conflicto, no sólo en España, sino también en el extranjero. El mismo año, Isaac del Rivero incluye una serie titulada “Las batallas de la guerra civil española”, de A. Abril y Francisco Blanes, en un suplemento juvenil propuesto a varios periódicos. Solo se ha podido tener acceso al primer episodio[38] dedicado a contar la batalla de Teruel, publicado en La rana verde, suplemento del periódico liberal moderado El Imparcial. A pesar del escaso material disponible para el análisis, el cómic parece adoptar un tono de reconciliación. Después de un cartucho introductorio que deplora a las 40.000 víctimas de dicha batalla y alaba el temple de ambos bandos frente a la guerra y el frío, la obra muestra a un veterano y un novato republicanos en medio del combate. Este último hace la siguiente reflexión: «¿Por qué han de matarse hermanos contra hermanos?».

Otra vez fue El Papus la revista que publicaría en 1980 el primer cómic humorístico sobre el tema, “El Matías“[39], de Já (Jordi Amorós Ballester). El protagonista es un antiguo republicano, hoy viejo invalido que tiene pesadillas de la guerra y defeca en las sábanas. El nieto se burla del abuelo diciéndole que no le extraña que haya perdido la guerra viendo cómo se ha «cagado de miedo». Aquí no hay intención política, sino la afirmación de que a partir de ahora es posible reírse de todo, incluso de las cosas más trágicas o las más sagradas.

En 1981, otra página cómica hacía de nuevo alusión a la guerra, “¡Arriba Espa... siudadano Tarsán!”[40], de Curco (Víctor Luna), en la que el protagonista, después de haber mantenido un discurso antifranquista sobre la Guerra Civil, se desacredita frente a su joven interlocutor cantando el “Cara al sol” bajo la amenaza de matones de extrema derecha. Este cómic sí tenía una fuerte carga política, al asociar la guerra al tiempo presente: las “hordas fascistas” de Franco pretendían sanear al país y no hicieron otra cosa que venderlo al capital y al imperialismo americano. Nada ha cambiado con la democracia, son los mismos los que gobiernan, los fascistas poseen la calle, y la policía les protege.

A veces, la guerra aparecía entre líneas en algunas historias cortas, sin que se la mencionase o comentase explícitamente. Era el caso del recuerdo mudo de “Guernica”[41], de Chanclón, o de la historia corta “El muro”[42], de Pedro Castro, que evocaban las ejecuciones sin citar a los verdugos ni las circunstancias: una historia que nos recuerda otra publicada aproximadamente en la misma época en Francia, “La conscience”[43], de un autor español emigrado a ese país, Tito. Este nos habla de ajustes de cuentas en el campo sin citar la guerra o los bandos presentes, como una manera de subrayar el peso de la violencia sin designar explícitamente a los responsables[44].

Esta violencia lleva a rechazar y a considerar el conflicto como una simple locura. Así fue en “Historia de Manuel”[45], de Luis Collado, en la que un soldado arrastrado por la guerra la juzga inútil y piensa que siempre hay otros medios para arreglar las diferencias políticas. El protagonista muere en Belchite[46] intentando proteger a mujeres y niños. Era también el caso en “El toro de la muerte”[47], de Cuesta y Blues, un título derivado de una poesía de Rafael Alberti. A pesar de que la obra inscribía la contienda española en las luchas sociales del pasado y las guerras del presente (guerra del Líbano), la mantiene a distancia y la vacía de cualquier razón o sentido. Al igual que la mirada sobre el conflicto libanés, el sentimiento que dominaba aquí sobre la Guerra Civil española es la incomprensión. El conflicto es ante todo un «horrible derramamiento de sangre hermana», un combate contra «vecinos, seres que hablaban el mismo idioma y profesaban la misma religión».

 
Historias largas

Entre las historias largas de esta época, citaremos Setenta días en el infierno. La gesta del Alcázar de Toledo, de los hermanos Fresno Crespo, editada en 1977; los dos álbumes de El comic de la Guerra Civil española, de Manuel Díez, publicados por la editorial Plan en 1979 y 1980; los tres primeros tomos de la saga Eloy, de Antonio Hernández Palacios, publicados en las mismas fechas, y, finalmente, la serie Emili Piula, de Roger y Montesol, cinco episodios publicados entre 1980 y 1982 en la revista El Víbora. Tendríamos que añadir, aunque la Guerra Civil no fuese su tema principal, otros dos álbumes: el primer tomo de Paracuellos, de Carlos Giménez, y Octubre 34, de Rodri (Rodrigo Hernández Cabos).

El primer álbum dedicado a la contienda después de la muerte de Franco, Setenta días en el infierno. La gesta del Alcázar de Toledo[48], inicialmente publicado en la revista Fuerza Nueva de la organización homónima de extrema derecha, contaba el asedio del Alcázar de Toledo defendido por una guarnición favorable al levantamiento militar. Obra de buena factura gráfica, su historia se ajustaba a la nueva historiografía española del tardofranquismo de los años sesenta. Setenta días… evitaba algunos excesos de propaganda pasada sobre los hechos (el supuesto fusilamiento del hijo del coronel Moscardó), pero mantenía el discurso del régimen. Para los herederos de Falange, se trataba de afirmar que ellos seguían estando presentes en el nuevo paisaje político del inmediato posfranquismo. La obra era también un testimonio personal del líder del movimiento, Blas Piñar, cuyo padre fue uno de los militares que defendieron la plaza y cuyo suceso él mismo vivió personalmente siendo niño.

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Portada de Setenta días en el infierno. La gesta del Alcázar de Toledo. Segundo número de El comic de la Guerra Civil española.

La serie de la editorial vasca Plan El comic de la Guerra Civil española quería dar una visión regionalista de la Guerra Civil: Andalucía primero, con Dolores[49], la traducción de Dolores de Villafranca, del francés Marijac, novela rosa anodina de perspectiva franquista, seguida de dos cómics originales de Manuel Díez de perspectiva republicana, Aquel caluroso verano del 36[50], que se desarrollaba en Aragón y Cataluña, y ¡No pasarán![51], en Madrid. Un cuarto volumen, La menor de la guerra, que partía del puerto de El Ferrol, en Galicia, y dedicado al conflicto entre oficiales y marinos, no se publicó.

Abandonadas en el olvido, las dos obras de perspectiva republicana de Manuel Díez, eran, sin embargo, historias negras con guiones y personajes complejos. Los límites entre grupos rivales resultaban borrosos, como también lo eran entre heroísmo y estupidez, y la violencia siempre ganaba a la razón. Encontramos así, en las obras, al oficial que rechaza el alzamiento militar, al soldado que iza la bandera blanca en el Cuartel de la Montaña provocando la confusión y la masacre, al marido persiguiendo en su propio bando al que cree el asesino de su mujer, al delincuente huyendo de la cárcel. Los hombres son duros y están devorados por los prejuicios y las pasiones o, al contrario, son tiernos y se encuentran sumergidos por la guerra, una guerra que no está hecha ni para ellos ni para nadie y que les devora a todos.

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Portada de Eloy, de Palacios.  
Con Eloy[52] en 1979, Río Manzanares[53] en 1980 y Euskadi en llamas[54] en 1981, Antonio Hernández Palacios inició lo que pretendía ser una serie de diez álbumes que describirían el recorrido de dos héroes, el castellano Eloy y el vasco Gorka, desde el principio de la Guerra Civil hasta la liberación de París. El cuarto y último álbum, Gorka gudari, tuvo que esperar a 1987, y la serie se interrumpió aquí definitivamente. Nacida a iniciativa de su editor, Ernesto Santolaya, la serie estaba influida por la época de su publicación: el comunista Palacios debió de tener en cuenta la situación todavía precaria del PCE de la época, y su moderación, por querer lograr su legalización y su reintegración en el paisaje político español. Por eso, propuso una obra que supeditaba una parte de los recursos narrativos que utilizaba el autor habitualmente en sus historietas y que, a pesar de su forma convencional de cómic moderno, funcionaba como una aleluya[55].

Los cartuchos, de discurso muy controlado, resultaban de esta manera esenciales para la descripción de los acontecimientos y la progresión de la acción, los protagonistas eran transparentes, y los diálogos, en general, sin peso ni interés. Palacios compensaba todo ello con un grafismo magnífico y sobrecargado, como si los límites que imponía a su discurso provocaran el abotargamiento de sus dibujos. Los primeros tomos se oponían así al último de la serie, creado en un tiempo menos restrictivo y cuyo dibujo era más fluido. Los dos primeros tomos de la serie, dedicados a la contienda en Castilla y Madrid, eran obras de perspectiva comunista de la guerra —sus personajes históricos son casi todos miembros de la Segunda Internacional, y las alabanzas ecuménicas del autor a los anarquistas de Durruti se asemejan más bien a puñaladas en la espalda—, pero en un momento muy difícil (controversia sobre la legalización del partido comunista), Palacios fue discreto sobre el punto de vista político que domina su descripción del conflicto. Los críticos de la época, en general desfavorables hacia la obra, le reprocharon la ausencia de compromiso político, el hecho de que sus críticas se reservaran únicamente al bando gubernamental y sus alabanzas a los regulares moros.

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  La serie Emili Piula de Roger y Montesol en la portada de El Víbora nº 22.
En este contexto, faltan, evidentemente, el catalán y el anarquista, que aparecerán por fin en la serie de Emili Piula, cuyos cinco episodios publicados en El Víbora[56] daban materia para un álbum pero que nunca volvieron a ser editados. Emili, el protagonista, era un joven maestro, un héroe romántico y un anarquista, aunque los autores no emplean esta palabra. Vive episodios destacados de la guerra, primero en Barcelona y después en Madrid. Después participa en la batalla de Guadalajara (una de las «victorias inútiles» de la República, en palabras de Emili), y para terminar pasa a Cataluña en mayo de 1937, primero en el momento de los enfrentamientos entre comunistas y anarquistas y después, al final de la guerra, durante una triste vuelta clandestina a Barcelona.

En esta obra se simboliza al enemigo en la figura de un monje soldado alucinado, rompiendo aquí con dos tabús : la designación del adversario más allá de una presencia muda y la evocación de la participación de la Iglesia en la Guerra Civil. El conflicto entre comunistas y anarquistas, latente en la primera historia, debería haber sido el tema de la cuarta, y finalmente se evocaba, pero no se trataba: este “conflicto en el conflicto” no se representaba finalmente más que como una peripecia política en el seno de un objetivo prioritario, el de la lucha contra el alzamiento militar, una conclusión curiosamente poco coherente con la postura anarquista. Para terminar, el tono del último episodio era más oscuro, entre una lucha antifranquista condenada al fracaso y un país que volvería a la normalidad de una paz donde se excluirá al héroe.

Cercano al comunismo, Carlos Giménez tenía unos treinta años a la muerte de Franco y publicó en aquel momento cómics políticos sobre la actualidad española en varias revistas. A diferencia de la mayoría de los autores que hablaban de la Guerra Civil evitando mostrar al adversario, él eligió hablar del franquista sin abordar directamente la guerra con el primer tomo de la serie Paracuellos[57]. En esta obra, el autor contaba su infancia a comienzos de los años cincuenta en un hospicio de Auxilio Social, organización caritativa de Falange destinada a acoger —y adiestrar— a los niños víctimas de la guerra, muchos de ellos provenientes de familias republicanas, y aunque la guerra no figure directamente, sin embargo la guerra está siempre presente en los niños más o menos abandonados porque sus padres están muertos, inválidos o exiliados. También en los educadores que aparecen a lo largo de los tres primeros volúmenes: la Sección Femenina, los curas y los falangistas, encargados de transmitir a golpe de reglazo, de bofetadas y de patadas los principios de la nueva sociedad derivada de la Guerra Civil.

Para finalizar, Octubre 34[58] describía los primeros días de la revolución de Asturias, que se consideran el primer acto de la Guerra Civil, y debería haber seguido en un segundo tomo, lógicamente sobre la feroz represión posterior. El hecho de que no fuese publicado jamás describe por sí mismo el cómic de la Transición, en el que hubo un pacto para ningunear los sucesos represivos del pasado. Se podía hablar del combatiente de izquierdas pero no del adversario.

 

LOS DIEZ PRIMEROS AÑOS DE LA DEMOCRACIA: 1983-1992

Se han podido contabilizar cuarenta y cuatro obras que tratan de la Guerra Civil durante estos diez primeros años de la democracia española, de los cuales treinta y dos son historias cortas y doce son álbumes. Si el volumen de producción fue más importante que en el periodo anterior (casi 800 páginas dedicadas específicamente al conflicto), se redujo sustancialmente en la segunda mitad de la década. Finalmente, el reparto entre álbumes e historias cortas es bastante cercano al del periodo precedente, pero esta similitud era sólo aparente, en la medida en la que la mayor parte de los álbumes eran obras históricas llegadas de horizontes distintos que los habituales del cómic.

La década de los ochenta empezó con mal pie debido al intento de golpe de Estado del 23-F, pero demostró ser una época relativamente más calmada que la anterior y en la que hablar de la guerra era cada vez menos arriesgado. El trabajo pionero llevado a cabo por jóvenes autores durante la década precedente liberó la palabra de los autores consagrados e hizo penetrar el tema en obras realizadas dentro y fuera del campo tradicional del cómic.

El mercado del cómic conoció entonces una época de efervescencia, preludio de una primera crisis. La década vio desaparecer un cierto número de revistas y aparecer otras, algunas de las cuales acogieron historias sobre la Guerra Civil, desde revistas generalistas como Cairo, Cimoc, Zona 84, el magnífico Madriz o el marginal El Wendigo hasta revistas de terror como Creepy. Aunque el semanario satírico El Papus desapareció en la mitad de la década, El Jueves y luego TMEO lo remplazarían acogiendo obras sobre el mismo asunto.

Algunos de los autores siguieron fieles al tema de la Guerra Civil: Palacios y Giménez progresaron en sus series, y Cava continuó publicando historias cortas. Autores de más edad abordaron por fin la contienda: Víctor Mora, bajo la iniciativa de su editor, realizó en Cimoc una serie ilustrada por diversos dibujantes que se reuniría mucho más tarde en álbum, y lanzó a sus héroes de ángeles de acero en la contienda, mientras que Florenci Clavé publicó una historia corta algo convencional sobre el tema de la amistad separada por la guerra.

Aunque algunos autores siguieron provocando la reflexión sobre la guerra, la producción en su conjunto se destinó más en esta época que en la precedente a contar los sucesos de la contienda. Este hecho se encuentra avalado por la multiplicación de álbumes con enfoque histórico que más que nada marcó esta década. No sólo España, sino también Aragón, Cataluña, Castilla-La Mancha, Andalucía o el País Vasco contaron a través del cómic “su” propia historia de la Guerra Civil.

 
Historias cortas

Globalmente, esta década estuvo marcada sobre todo por un distanciamiento con el conflicto que se resumía en “Y el latido del mar en la garganta”[59], de Cava y Raúl, en algunos recuerdos desgarrados y dispersos a través de la ventanilla de un taxi. Dos obras destacaban, sin embargo, en la medida en la que subrayaron la permanencia y la actualidad de la Guerra Civil en la sociedad española contemporánea. La primera fue un episodio de Nova-2[60], obra muy personal de Luis García, donde el autor ponía el acento sobre el miedo, fruto del conflicto pasado que había marcado su juventud, como la de una mayoría de españoles. La otra fue “Guerra Civil”[61], de OPS (Andrés Rábago García, que firma sus dibujos actuales en El País como El Roto), que proponía una explicación política de la Guerra Civil en una página impactante: dos hombres se encuentran uno frente a otro. Uno pinta al otro de rojo, después se sube a su espalda y se van. Una parte de España calificó de “roja” a la otra sólo para dominarla.

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Página de Nova-2, de Luis García. "La Guerra Civil", de OPS en Madriz n° 22 (1985).

En “Ajeno-Ceremonia”[62], Josep Maria Beroy alude a la Guerra Civil como uno de los episodios de lucha de un proceso mágico encargado de proteger a lo largo del tiempo el orden y los privilegios de los poderosos. Aunque el conflicto se situaba en el marco del bien (republicano) y del mal (franquista), sus razones eran muy imprecisas y poco concretas. Algunos años más tarde, en “En todos los sitios se cuecen… babas”[63], de Santiago Orúe, un antiguo republicano vasco comentaba una noticia salida en la televisión: un nostálgico del franquismo, desesperado por vivir en una sociedad en la que ya no se reconoce, ha ametrallado a los pasajeros de un autobús. Se nos presentaba aquí la guerra como una lucha entre el franquismo de las ciudades y la resistencia del campo, una dimensión que resultaba familiar dentro del imaginario social del separatismo vasco.

Pero en este momento se hacía alusión a la Guerra Civil sobre todo para deplorarla: la denuncia del exilio en “Noches de agua”[64], un episodio de Cava, Del Barrio y Fernández que describía el aislamiento progresivo de un niño exiliado en Rusia, en el que la derrota republicana haría que el mapa de España desapareciera de sus cursos de geografía. La denuncia de los sufrimientos se aprecia en “La broma”[65], de Alfonso Font, un cómic de fuerte carga emocional que describía la miserable sopa de los combatientes republicanos, hecha con cuatro cereales encontrados en un campo. Los soldados se burlan de la calidad de la carne, evidentemente ausente del brebaje. Pasa por allí una pequeña campesina que les oye y les ofrece su cuerpo a cambio de un plato de sopa para su hermanito.

La violencia, poco evocada en la década anterior, interpelaba sin embargo a los autores de los ochenta. Esta violencia podría tener un sentido político, como en la historia cruel e irónica “Moros”[66], del argentino Carlos Sampayo[67] y Damián. Mientras que en una reunión un notable franquista denuncia las fechorías cometidas por los “rojos”, los “regulares” marroquíes entran en su casa y violan a su mujer y a sus dos hijas. Este hecho no le impedirá más tarde apoyar a los golpistas del 23-F «porque Dios está de su parte», mientras que por la calle pasan los nietos de los “regulares” convertidos en inmigrantes ilegales de camino a Francia.

Pero lo más frecuente en el cómic español es que se denunciará la violencia como ciega e inútil. En “Fronteras. Tras el muro”[68], Josep Maria y Esteve Polls contaban la historia de un niño que asiste a la ejecución de su padre, que por culpa de la bebida ha criticado demasiado al bando republicano en la barra de un bar. Otra historia nos hacía reflexionar sobre los verdugos, “Hetsutasuna”[69] (“La ansiedad”), obra en euskera de Jesús de Miguel que, partiendo de la soledad del torero y de su chulería como forma de exorcizar su miedo, nos recordaba la Guerra Civil y la todavía más temible soledad del asesino cuando la víctima no era un toro sino un hombre.

La guerra se alejaba mediante el cinismo de Torpedo en “Érase un chivato”[70], de Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet, que niega al “soplón” la redención por el alistamiento en las filas republicanas. Torpedo lo mata y tira su cuerpo en el tren que va a Barcelona, a la «guerra ta ta ta». Antes de esto, su compañero americano, el mafioso McGee, había comparado la Guerra Civil con un combate de boxeo, lo que generaba un diálogo humorístico: «Apuesto por Frank (Franco), que derecha tiene el tipo […], que se prepare la República». Torpedo estaba probablemente algo más interesado por el conflicto que McGee, pero poco más.

Alejamiento del conflicto de nuevo en “El día que Alejandro instaló el contestador”[71], de la serie Los felices 90, en la que Onliyú nos ofrecía una de las raras interpretaciones eróticas de la Guerra Civil, con una franquista enamorada contra su voluntad de un combatiente de la columna de Durruti: «El anarquista desliza su mano entre los muslos de la bella franquista cuando...». Se trataba aquí de denunciar, burlándose, la explotación ultrajante que el cine español de la época hizo de la Guerra Civil.

Mientras que un número cada vez mayor de autores afirmaban su incomprensión de la Guerra Civil, asistimos en paralelo a una marginación voluntaria o involuntaria de la herencia del conflicto. Del lado franquista, los años setenta vieron nacer a Martínez el Facha, de Kim, y los años ochenta, a Roberto el Carca, de Pamiés, héroes ridículos defensores de los valores puros y duros del franquismo en desfase con la nueva sociedad española. Bajo la firma irónica de “El Flecha Gallárdez”, Miguel Ángel Gallardo nos ofrecía en “18 de Julio en Colón”[72] una aventura de un personaje parecido, Buitre Buitaker, que se encontraría luego, de forma algo sorprendente, durante tres años en el periódico conservador ABC.

Como todos los 18 de julio, Buitaker se cree en 1936 y revive con entusiasmo el alzamiento militar. Julio Buitaker de Tordesillas es otro avatar de los nostálgicos del franquismo, menos rancio y burgués que Martínez el Facha y también menos duradero (Martínez ocultará progresivamente su nostalgia franquista detrás de un discurso neoliberal, al igual que los verdaderos nostálgicos del régimen franquista), más bien el equivalente de extrema derecha de otro héroe de Gallardo, Ramón, el anarquista y “yonqui del espacio”, héroe efímero tan “chungo” como Buitaker (su grito de guerrilla urbana favorito es “Durruti”).

De hecho, en esta época no quedaban más que los anarquistas para reivindicar sin matices la herencia republicana, como testimonia “1936. Imágenes de la revolución española”[73], una obra provocativa por militante y anticlerical que fue publicada en el especial Anarkomiks de la revista anarquista mallorquina Estel Negre. Pero sobre todo fue por Carlos Azagra por quien fue reivindicada y se mantuvo esta herencia.

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Página de “1936 - Imágenes de la revolución española”, en Estel Negre. Anarkomiks. Página de la serie de Azagra Pedro Pico y Pico Vena en El Jueves nº 507.

En Makoki, Carlos Azagra nos ofreció una primera evocación de la Guerra Civil en “Asalto al cielo”[74], con las memorias de un borracho que pretendía ser un ángel capturado por los anarquistas en el frente de Aragón en 1937, un boceto de poca importancia. Más tarde, en su serie “Pedro Pico y Pico Vena”, publicada en El Jueves, el autor afirmó repetidas veces la correspondencia entre la Guerra Civil y las luchas anarquistas contemporáneas. En un episodio[75] que celebraba los treinta años del principio de la contienda, Azagra establecía la filiación entre los anarquistas de la Guerra Civil y el “Partido de la Gente del Bar” (PGB), fundado por sus héroes, oponiéndose al derrotismo encubierto de realismo de la generación que había vivido la contienda. En otro episodio de la misma serie[76], Pedro, después de haber recibido un golpe en la cabeza durante una manifestación estudiantil, sueña que los anarquistas históricos le salvan de una pandilla de matones de extrema derecha. Después de haber «puesto a Dios a trabajar» en el cielo, Durruti y sus compañeros regresan para poner orden en la tierra.

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  Portada de Longarón para Cimoc nº 66, con el inicio la serie  La Guerra Civil española.
Entre los más antiguos, Víctor Mora se vio incitado por el editor de Cimoc, Rafael Martínez, a publicar sobre la Guerra Civil, y creó así ocho historias[77] con diferentes dibujantes. Estas deberían haber sido reunidas en un álbum titulado La Guerra Civil española, pero aparecería bastante después, en 2008, bajo el título Tormenta sobre España.

Víctor Mora no renegaba en esta obra de los compromisos de la guerra: basándose en una crónica de Ernest Hemingway situada en un hospital de campaña, “Los voluntarios” rinde homenaje al compromiso de los brigadistas con el bando republicano. Con la batalla del Ebro al fondo, “La batalla más fea” cuenta lo absurdo del conflicto —un soldado quiere denunciar a su camarada porque se ha dado cuenta de que es un cura—, pero también da la razón al compromiso republicano evocando la violencia pasada contra los campesinos de los latifundios.

Pero sobre todo Mora deploraba una contienda que ha separado inútilmente a los españoles: “El cordel de los tebeos” es un relato intimista de dos niños separados por la guerra y por las convicciones de sus padres, en el que uno de ellos muere en los bombardeos de Barcelona. “Y tú, ¿qué has hecho para la victoria?” (título copiado de un famoso cartel republicano) muestra las fechorías cometidas contra las mujeres republicanas en la retaguardia conquistada por los franquistas y narra un amor separado por la guerra. “La loca de Brunete”[78] cuenta la historia de una madre cuyos hijos participan en el conflicto mientras que ella lleva comida a los soldados de los dos bandos en medio de la violencia y la muerte. La guerra termina por borrar las diferencias entre combatientes.

Mora nos mostraba también una guerra que había perdido todo límite o toda regla en dos historias vistas desde la perspectiva de los aviadores alemanes que participaron en el conflicto: “Un tiempo del führer” muestra el bombardeo de Guernica visto por un aviador alemán y las dudas que le asaltan frente a la violencia contra los civiles. “La guerra de siempre” cuenta el final de una guerra “de caballeros”, la guerra cortés de los ases de la I Guerra Mundial, que ya no existe. Ahora se dispara a los pilotos mientras saltan de sus aviones abatidos y se ametralla a las columnas de civiles.

A modo de conclusión, “Cincuenta años después…” nos propone la ejecución de combatientes republicanos con la bendición de un cura y la represión en los campos de concentración españoles. La historia nos transporta a los tiempos presentes: ¿si hubieran ganado los republicanos habrían actuado de otra manera? De todas formas, dice uno de los protagonistas, los revanchistas no sirven nada más que para empeorar las cosas.

Los “veteranos” del cómic publicaron también algunas otras historias: Víctor Mora y Víctor de la Fuente elaboraron “Carta desde España”[79], un episodio inédito de aventuras de sus héroes de Los ángeles de acero. El enemigo, una vez más, es alemán, y la turbulenta Ice intentará colaborar con los nazis, aunque con poco éxito.... Por su parte, con “La fotografía”[80], Florenci Clavé volvía a tomar el tema de los dos hermanos separados por el azar de las adopciones y que combatirían en líneas enemigas. Uno de ellos perece en la ofensiva del Ebro, quizás muerto por su propio hermano.

Finalmente, en esta década las producciones de inspiración franquista brillaron por su ausencia. Podemos citar “Las cadenas”[81], de Juan Antonio Abellán García Muñoz, cuyo verdadero héroe era el avión Heinkel HE 51 utilizado por la aviación franquista. Aquí no había ni mensaje político ni mucha historia, poco más que un piloto abatido y salvado por la Legión.

 
Historias largas

En 1987, Antonio Hernández Palacios publicó el cuarto y último tomo de la saga Eloy, Gorka Gudari[82], sobre los últimos episodios de la lucha en el País Vasco. Fue el único álbum de ficción publicado sobre este tema, los otros eran del género histórico, y a excepción de las historias de Forges de su Historia Forgesporánea[83] se financiaron fuera del mundo habitual del cómic.

Citaremos así Historia del socialismo español[84], de Octavio Cabezas, publicado justo antes de la llegada al poder de Felipe González; La Guerra Civil en España. 1936-1939. La Segunda República[85], de Jorge Alonso García, trabajo publicado en 1983 y reciclado en otras obras de interés regional como por ejemplo la Historia ilustrada de Castilla-La Mancha[86], o nacional, como la Historia de España[87] publicada en 1987.

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La Guerra Civil en España. 1936-1939 (1983). Tomo tercero de Historia de Andalucía (1983).

En paralelo vieron la luz diversos cómics que trataban parcialmente sobre la Guerra Civil, financiados por organismos públicos regionales o locales: citemos aquí el tomo 3 de Historia de Andalucía[88], con dibujos de Hernández Palacios; La Guerra Civil. La repressió i l`exili[89], tomo 17 de Historia de Catalunya, producto derivado de una serie animada realizada por la televisión catalana TV3; el tomo 8 de Historia de Nuestro Pueblo[90], del vasco Gabaí; Barcelona. La aventura de una ciudad[91], o también L`Hospitalet, una ciudad en marcha[92].

Si la abundante obra de Forges aborda todos los temas de la «guerra incivil» e incluso aquellos que pudieran ofender, si las historias de Gabaí quieren divertir tanto como enseñar, los cómics históricos ofrecen en general una versión aséptica de una Guerra Civil presentada como un episodio desastroso de la historia española, y describen sucesos y combatientes borrando las razones y las consecuencias políticas del conflicto.

En el mejor de los casos, se trata de volver a escribir la Guerra Civil con una supuesta objetividad y oponerse a los objetivos propagandísticos del pasado, tanto del régimen franquista como de la diáspora republicana. Pero también se trata de volver a escribirla para servir a los objetivos de paz social de la nueva sociedad española[93].

 

NACIMIENTO, VIDA Y MUERTE DE UNA REPRESENTACIÓN DE LA GUERRA

Después de treinta y cinco años de un discurso controlado sobre el tema y en un contexto político de límites todavía imprecisos, evocar libremente el conflicto seguía siendo una provocación. En la Transición, la libertad de hablar de la Guerra Civil no se regalaba sino que se tomaba. La palabra surgió de sectores jóvenes, radicales y marginales, mientras que los autores de más edad y más insertados en el mercado del cómic tuvieron dificultades para abordar el tema.

La juventud de una parte importante de estos autores no era en absoluto anecdótica: al igual que los dirigentes del régimen franquista, los miembros de la diáspora republicana eran ya personas mayores, y la libertad de palabra se ejercía tanto en contra de los segundos como de los primeros. Si los cómics de la Transición rompieron con el discurso trillado del franquismo, no alcanzaron tampoco un espíritu de revancha ni una identificación sistemática con el vencido. Sirvieron sobre todo para medir la distancia entre la contienda y la sociedad contemporánea, para subrayar la incomprensión de sus motivos y el peso de sus consecuencias. Este discurso sería aprovechado más tarde en las obras de los años ochenta (y más evidentemente en las obras históricas), que vieron con buenos ojos la posibilidad de presentar la guerra como un conflicto ilegítimo[94] cuyas razones no justificaban las violencias y los horrores.

Los autores españoles de la Transición no pudieron evitar ser pioneros: no tenían acceso a cómics más antiguos, ni españoles ni extranjeros. Tuvieron que contentarse con una iconografía republicana todavía poco disponible en España, lo que en las primeras obras generaba una impresión de repetición gráfica, con la reproducción de las mismas escenas fotografiadas antaño por Agustí Centelles, Joaquín Fanjul o Robert Capa. Más tarde, algunas obras exteriores fueron traducidas, como las historias del norteamericano Spain Rodríguez, las del argentino Carlos Sampayo, en Cimoc, o también las Phalanges de l`ordre noir de Enki Bilal,en Vértigo, la edición española de Pilote. Pero en general los autores españoles siguieron teniendo poco acceso a las obras extranjeras, lo que les impidió confrontar su mirada con la del exterior.

Inversamente, y después de un cierto interés inicial, las obras españolas dedicadas a la contienda se traducirían y exportarían cada vez menos. En Francia, Gotlib publicó los dos primeros tomos de Paracuellos en Fluide Glacial, pero el editor esperó a 2009 para presentar al público francés el resto en una edición integral. Gracias a Les Humanoïdes Associés, el primer tomo de Eloy tuvo el privilegio de una encuadernación lujosa; los dos tomos siguientes, solo a una edición más modesta, y el último no se traduciría. El público francés de la época no estaba dispuesto a escuchar un discurso que no fuera la expresión de un antifranquismo militante o que pusiera en tela de juicio la legitimidad del conflicto desde la misma perspectiva republicana.

A pesar de la diversidad de las obras, se pueden apreciar ciertas características comunes en su manera de contar la guerra. La perspectiva adoptada en las obras, esencialmente republicana, traducía la preocupación de acabar con la historiografía franquista y de expresar un punto de vista diferente, inaceptable en España durante cerca de cuarenta años. Pero se hizo de una forma particular, de modo que el franquista estaba prácticamente ausente del cómic de esta época: se muestra raramente al vencedor (lo mínimo posible), casi siempre mudo y a menudo presentado como moro, italiano o alemán antes que español.

Se trataba no tanto de contar la guerra desde una perspectiva republicana sino de mostrar al republicano en la guerra, y solo a él. Esta perspectiva se explicaba evidentemente por el vacío dejado por el discurso franquista durante el tiempo del régimen y la necesidad de afirmar la identidad de otra España aparte de la de los vencedores. Existían sin duda otras razones, ligadas a la preocupación de no introducir polémicas derivadas de la contienda en el campo político y social contemporáneo. Por tanto, era posible alabar al bando republicano, pero la única acusada debía ser la propia guerra.

El franquista estaba ausente, pero también se mostraba a su adversario de manera específica y característica. La mayor parte del tiempo se ignoraba o se enmascaraba la tendencia política de los protagonistas, de tal manera que socialistas, comunistas, miembros del POUM o anarquistas tendrán que esperar por lo común a las décadas siguientes para aparecer explícitamente en el cómic español. Asistimos así a la construcción y a la exhibición del “republicano”, un término que en su acepción actual fue inventado en los años setenta y ochenta[95] y se usa ahora de forma corriente, un calificativo en el que durante el conflicto pocos combatientes del campo gubernamental se hubieran reconocido[96]. Se trata de un concepto de verosimilitud histórica imprecisa pero que permite unificar el campo de los vencidos de la Guerra Civil y no mencionar etiquetas que podrían volver a encontrarse en la sociedad contemporánea. Se trata, de nuevo, de no suscitar polémica, de evitar interferencias de la evocación de la guerra en el espacio político contemporáneo de las obras.

El paso de los años setenta a los ochenta marcó una externalización de la mirada al conflicto, desde un “nosotros los republicanos” a un “ellos los republicanos”, que se formalizó y sistematizó en los cómics históricos de los años ochenta, con el fin de enviar a los combatientes de los dos bandos y a la Guerra Civil al pasado. La violencia contra los civiles, generalmente ausente de las obras de la Transición, apareció más a menudo —y más aún la violencia republicana que la franquista— pero no tanto para denunciar a los culpables como para desacreditar a las partes presentes y deslegitimar sus razones para combatir. Finalmente, los herederos de ambos bandos (o sea los pocos anarquistas fieles al pasado o los rancios nostálgicos de la extrema derecha) tendían a ser presentados como unos marginales extremistas, como si la sociedad española de la época en su mayoría renegaba de la herencia de la guerra.

La producción de los años setenta fue más reflexiva, la de los años ochenta estuvo más destinada a contar, pero el enfoque sobre la guerra era el mismo al final. Se puede considerar que la década de los ochenta recuperó de forma consensualizada las reflexiones y los discursos pioneros del cómic marginal de la Transición y los destinó a un más amplio espectro de público, preocupado sobre todo por que no se reprodujesen acontecimientos análogos a los de la Guerra Civil. La multiplicación de obras históricas nacionales y regionales tuvo probablemente otro objetivo: se trataba de contar la guerra bajo una forma definitiva para no tener que volver a hablar de ella más tarde y así neutralizar los efectos negativos de su evocación en el seno de la sociedad española[97].

 
¿ESTÁ TODO DICHO SOBRE LA GUERRA?

Los cómics del final de la década de los ochenta nos enviaron un claro mensaje de que todo estaba dicho sobre la Guerra Civil, de manera satisfactoria y de la forma menos polémica posible. En eso El Jueves no se equivocaba: en su número de la semana del 18 de julio de 1986, el semanario satírico anunciaba en portada un “especial cuadragésimo aniversario” y dedicaba su dossier a festejar el nacimiento del biquini en 1946. Habría que esperar al número siguiente para que se hiciese una alusión menor a la contienda.

No hay nada más que decir, y los años noventa, con muy pocos cómics dedicados a la Guerra Civil, serían una prueba adicional de que no había quedado nada en el tintero. Y sin embargo, tanto en España como en el extranjero, el siglo XXI estuvo marcado por una vuelta espectacular del tema en el cómic, con múltiples obras, nuevos autores y una representación diferente de la contienda con el retorno del franquista y un tono distinto, mucho más polémico. Finalmente, quizá no estaba todo dicho.

 

NOTAS

[1] MARTÍN, Antonio. (2000), Apuntes para una historia de los tebeos, Glénat, 212 pp., y MARTÍN, Antonio (1978), Historia del comic español: 1875-1939, Editorial Gustavo Gili, S. A., 245 pp.
[2] BARRERO, Manuel (2006), “Viñetas republicanas en la Guerra Civil española”, en Tebeosfera, Bilbao, Astiberri, pp. 33-60.
[3] CATALÁ CARRASCO, Jorge (2011), Vanguardia y humorismo gráfico en crisis: la Guerra Civil española (1936-1939) y la Revolución Cubana (1959-1961), tesis, Universidad de Nottingham, 355 pp.
[4] ALARY, Viviane (2002), Historietas, Comics et Tebeos, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 243 pp., y ALARY Viviane, et MITAINE, Benoît (2011), Lignes de front. Guerre et totalitarisme dans la bande dessinée, Chêne-Bourg, Georg. 364 pp.
[5] COLIN, Mariella (2010), Les enfants de Mussolini. Littérature, livres, lectures d’enfance et de jeunesse sous le fascisme. De la Grande Guerre à la chute du régime, Caen, Presses Universitaires de Caen, 390 pp., y COLIN, Mariella (2011), “La guerre espagnole vue dans les bandes dessinées de l’Italie fasciste”, in V. Alary y B. Mitaine, Lignes de front... (op.cit). pp. 17-45.
[6] GÁLVEZ, Pepe, y FERNÁNDEZ, Norman (2006), Historias rotas, Semana Negra / Gobierno del Principado de Asturias. 174 pp.
[7] Traductor de obras de Felipe Hernández Cava (Soy mi sueño, El artefacto perverso), Benoît Mitaine ha publicado varios artículos y comunicaciones sobre el tema entre las cuales se puede citar “El Cubri s’en va en guerre…” (2011), en V. Alary y B. Mitaine, Lignes de front… (op-cit), pp. 223-244; “Memorias dibujadas: la representación de la Guerra Civil y del franquismo en el cómic español. El caso de Un largo silencio”, en G. Tyras y J. Vila (eds.), Memoria y testimonio. Representaciones memorísticas en la España contemporánea (2012), Madrid, Verbum, pp.148-167; “Une guerre sans héros? La guerre civile dans la bande dessinée espagnole (1977-2009)” (2011), en M. A. Barrachina , J. P. Pantalacci (coords.), Guerres et guerriers dans l’iconographie et les arts plastiques, número monográfico de Les cahiers de la Méditerranée, n° 83, décembre 2011. pp. 227-236.
[8] HAFTER, Evelyn (2010), “Representaciones del pasado en una novela gráfica sobre la guerra civil española: memorias en conflicto en Un largo silencio, de F. Gallardo Sarmiento y M. A. Gallardo”, comunicación en el Primer Congreso Internacional de Historietas, Buenos Aires, 15 pp.
[9] ARJONA MÁRQUEZ, Ángel Luis (2014), Las Brigadas Internacionales a través del cómic 1977-2012, Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses, 358 pp.
[10] Este trabajo de recolección no hubiera sido tan completo sin el apoyo de muchos especialistas del cómic, entre los cuales una gran parte de los investigadores y un número notable de autores se encuentran citados aquí. El autor del presente artículo expresa su sincero agradecimiento a todos.
[11] MORA, Víctor. et al. (2008), Tormenta sobre España, Barcelona, Glénat.
[12] GÁLVEZ, Pepe, y FERNÁNDEZ, Norman (2006), Historias rotas, (op.cit.), p.3.
[13] Alrededor del 60% de dichas obras hacen de la guerra su tema central, y el resto de ellas la evocan parcialmente.
[14] DENÉCHÈRE, Bruno, y RÉVILLON, Luc (2008), 14-18 dans la bande dessinée - Images de la Grande Guerre de Forton à Tardi, Turquant, Cheminements.
[15] HOWELL, Jennifer Therese (2010), Popularizing historical taboos, transmitting postmemory: the French-Algerian War in the bande dessinée, tesis, Universidad de Iowa.
[16] Japón, otro gran país del cómic, presenta una sola obra, pero con una eminente firma, la de Hayao Miyazaki, que cuenta un episodio de L`espoir, de André Malraux. MIYAZAKI, Hayao (1985), “Noufu no Me” (“Los ojos de un campesino”), Model Graphix, Tokyo, Dainippon Kaiga.
[17] Esto puede ponerse en evidencia a través del análisis de diversas bases de datos sobre el cómic: en primer lugar la de Tebeosfera, con cerca de 13.000 títulos editados en España entre 1880 y 2010, muestra una baja significativa de la edición en primera mitad de los años noventa seguida de un lanzamiento no menos significativo en la segunda mitad de la década. TEBEOSFERA, http://www.tebeosfera.com/catalogos/, datos procesados por el autor en 2012. En segundo lugar, la base del Instituto Cervantes, con cerca de 1.200 títulos destacados de cómics de autores españoles entre 1975 y 2009, señala una baja de la producción nacional en la segunda mitad de los años noventa. INSTITUTO CERVANTES - Biblioteca Mario Vargas Llosa de Berlín, Memoria histórica, bibliografía en PDF, 36 p., disponible en http://www.cervantes.de/nueva/es/biblioteca/ bibliografien.php, consultado el 12 de octubre de 2011.
[18] Con respecto a este tema, véase la impresionante bibliografía de Maryse Bertrand de Muñoz, que censa 42.000 obras sobre la Guerra Civil entre 1936 y 2006, y que muestra un descenso en la edición de novelas sobre el tema en los años noventa, sito entre una fuerte producción de los años 1975-1990 y un resurgimiento después del año 2000. BERTRAND DE MUÑOZ, Maryse (2007), Bibliografía de la Guerra Civil española de 1936-1939, Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, CD, 2307 pp 103 pp (anexos).
[19] Véase la base de datos de Enrique Martínez-Salanova Sánchez e Ilda Peralta Ferreyra, que censa 119 largometrajes entre 1975 y 2011 y pone en evidencia una producción menor entre 1990 y 1995. MARTÍNEZ-SALANOVA SÁNCHEZ, Enrique, y FERREYRA PERALTA, Ilda, http://www.uhu.es/cine.educacion/cineyeducacion/historia_guerracivil.htm, consultado el 01 de febrero de 2012.
[20]Star nº 21, Barcelona, p. 20, 3-1.
[21]Star nº 21, p. 56.
[22]Star nº 27, pp. 37-38.
[23] ABADIE, Alberto (1981), “Huida”, Bilbao, Metacrilato nº 2. pp.23-25.
[24] FONT, Alfonso, y GIMÉNEZ, Carlos (1977), “¡A!”, Barcelona, El Papus extra especial elecciones, p.55.
[25] Sandokan es un héroe pirata, personaje principal de la más conocida serie de novelas del escritor italiano Emilio Salgari, muy popular entonces gracias a una serie de televisión difundida en la época por RTVE.
[26] ROGER y MONTESOL (1977), “Escuadrilla”, A la calle, p.14, Barcelona, Iniciativas Editoriales.
[27] ROGER y MONTESOL (1977), “El Cuartel de la Montaña”, A la calle, pp. 35-38, Barcelona, Iniciativas Editoriales.
[28] RUBIALES, Manel (1977), “Álbum de recuerdos del profesor Extravaganza”, A la calle, pp. 21-29, Barcelona, Iniciativas Editoriales.
[29] GORDILLO, Rafa, “Colectivizaciones obreras”, Butifarra nº 12 - Ocio, pp. 18-21, Barcelona.
[30] HERNÁNDEZ CAVA, Felipe, y MARZAL, Jaime (1977), “Si lo buscáis”, Trocha nº 1, pp. 27-31, Barcelona, Martín Editor.
[31] EL CUBRI (1977), “¡Viva la República! ¡Viva!”, Troya nº 5, pp. 36-39, Barcelona, Colectivo de la Historieta.
[32] HERNÁNDEZ CAVA, Felipe, y MARIKA (1978), “Dossier Amparo Torrego”, Totem extra 02, especial mujeres, pp. 35-42, Madrid, Nueva Frontera.
[33] EL CUBRI (1979), “Sueños de plomo”, Diario 16, Madrid.
[34] HENCHE, Agustín (1981), “Dehesas”, H2O nº 2, pp. 59-66, Madrid. MAM Ediciones.
[35] DE BLAS, Juan Antonio, y DE LA CALLE, Ángel (1980), “Itaka”, Bésame mucho nº 11, pp. 12-14, Barcelona, Producciones Editoriales.
[36] USERO, Adolfo (1978), “Aquel lejano 18 de julio”, El Papus  nº 218, pp. 28-29, Barcelona, Ediciones Amaika.
[37] USERO, Adolfo (1978), “Durruti”, El Papus nº 223, pp. 26-27, Barcelona, Ediciones Amaika.
[38] ABRIL, A. y BLANES, Francisco (1978), “Las batallas de la guerra civil española-Teruel”, La rana verde nº1, pp. 4-5, Madrid, El Imparcial.
[39] JÁ (1980), “El Matías”, El Papus nº 308, p. 23, Barcelona, Ediciones Amaika.
[40] CURCO (1981), “Arriba Espa… siudadano Tarsán”, El Papus nº 350, p. 11, Barcelona, Ediciones Amaika.
[41] CHANCLÓN (1982), “Guernica”, El Wendigo nº 22, p.17, Gijón, GAIRNI.
[42] CASTRO, Pedro (1982), “El muro”, Cairo nº 9, pp. 58-61, Barcelona, Norma Editorial.
[43] TITO (1983), “La conscience”, Soledad nº 1 - Le dernier bonheur, pp.10-16, París, Casterman.
[44] Tito trataría más tarde de la Guerra Civil en forma explícita en los dos álbumes de la misma serie, Soledad, con la historia de un “topo”, uno de esos hombres obligados a esconderse durante el conflicto, en La mémoire blessée y L`homme fantôme.
[45] COLLADO, Luis (1982), “Historia de Manuel”, Pacifik nº 3, pp. 27-34, Barcelona, Hitpress.
[46] Población “santuario mártir” conservada en ruinas por los franquistas como testimonio de las violencias republicanas.
[47] CUESTA, M. C., y BLUES, L. (1984), “El toro de la muerte”, Rampa nº 7, pp. 38-44, Barcelona, García y Beá Editores.
[48] FRESNO CRESPO, Carlos, y FRESNO CRESPO, Luis (1978), Setenta días en el infierno. La gesta del Alcázar de Toledo, Madrid, Fuerza Nueva.
[49] MARIJAC y GLOESNER, Noël (1979), El comic de la Guerra Civil española nº 0: Dolores, San Sebastián, Plan.
[50] DÍEZ, Manuel, y MARIN, Juan (1979), El comic de la Guerra Civil española nº 1: Aquel caluroso verano del 36, San Sebastián, Plan.
[51] DÍEZ, Manuel, y FRAJO (1980), El comic de la Guerra Civil española nº 2: ¡No pasarán!, San Sebastián, Plan.
[52] HERNÁNDEZ PALACIOS, Antonio (1979), Eloy, Vitoria, Ikusager.
[53] HERNÁNDEZ PALACIOS, Antonio (1980), Río Manzanares, Vitoria, Ikusager.
[54] HERNÁNDEZ PALACIOS, Antonio (1981), Euskadi en llamas, Vitoria, Ikusager.
[55] Aleluya: antecedente lejano del cómic que presenta una serie de estampas acompañadas por un texto sencillo al pie.
[56] ROGER y MONTESOL, “Arago” (El Víbora nº 12, pp. 31-38, 1980), “Madrid” (El Víbora nº 16, pp. 48-55, y nº 17, pp. 59-66, 1981), “Guadalajara” (El Víbora nº 19, pp. 31-38, 1981), “Mayo” (El Víbora nº 22, pp. 61-67, y nº 23, pp. 57-65, 1981), “Una historia de silencios” (El Víbora nº 26, pp. 65-74 ,1982), Barcelona, La Cúpula.
[57] GIMÉNEZ, Carlos (1970), Paracuellos, Barcelona, Amaika.
[58] HERNÁNDEZ CABOS, Rodrigo, (1980), Octubre 34, Madrid, De la Torre.
[59] HERNÁNDEZ CAVA, Felipe, y RAÚL (1984), “Y el latido del mar en la garganta”, Madriz nº 9, pp.68-71, Madrid, Ayuntamiento de Madrid.
[60] GARCÍA, Luis (1985), “Nova-2 - El consultante (2)”, Rambla nº 4, pp. 75-77, Barcelona, Distrinovel.
[61]OPS (1985), “Guerra Civil”, Madriz nº 22, p. 36, Madrid, Ayuntamiento de Madrid.
[62] BEROY, Josep Maria (1987), “Ajeno - Ceremonia”, Cairo nº 57 pp. 11-18, Barcelona, Norma Editorial.
[63] ORÚE, Santiago (1991), “En todos los sitios se cuecen … babas”, TMEO nº 12, pp. 51-54,Vitoria, Exten Kultur Tadea.
[64] HERNÁNDEZ CAVA, Felipe; DEL BARRIO, Federico, y FERNÁNDEZ, Raúl (1991), “Noches de agua”, Los derechos del niño, pp. 63-70, Vitoria, Ikusager.
[65] FONT, Alfonso (1984), “La broma”, Cimoc extra 04, especial aventuras, pp. 27-30, Barcelona, Norma Editorial.
[66] SAMPAYO, Carlos, y DAMIÁN (1986), “Moros”, El Víbora nº 79, pp. 81-84, Barcelona, La Cúpula. A falta de haber identificado los precedentes, suponemos que la historia fue publicada originalmente en El Víbora.
[67] Notemos que Carlos Sampayo ha sido, junto con José Muñoz, el primero en publicar en 1976, justo después de la muerte de Franco, una historia que trata de la Guerra Civil, “Constancio y Manolo”, aparecida por primera vez en Italia en la revista Linus. Se volvería a editar esta historia en Totem censurando la última página, que mostraba un Franco agonizante.
[68] POLLS, Josep Maria, y POLLS (1988), Esteve, “Fronteras - Tras el muro”, Cimoc nº 88, pp. 16-23, Barcelona, Norma Editorial.
[69] DE MIGUEL, Jesús (1990), “Hestutasuna”, TMEO nº 8, pp. 11-12, Vitoria, Ezten Kultur Tadea.
[70] SÁNCHEZ ABULÍ, Enrique, y BERNET, Jordi (1982), “Torpedo 36 - Érase un chivato”, Creepy nº 35, pp. 6-13, Barcelona, Toutain.
[71] ONLIYÚ y BOADA (1991), “Los felices 90 - El día que Alejandro instaló el contestador”, El Víbora nº 133, pp. 61-73, Barcelona, La Cúpula.
[72] GALLARDO, Miguel Ángel (1986), “18 de Julio en Colón”, El Víbora nº 79, p. 86, Barcelona, La Cúpula.
[73] LUSMORE, David (1991), “1936 - Imágenes de la revolución española”, Estel Negre. Anarkomics, pp. 22-24, Palma de Mallorca.
[74] AZAGRA, Carlos (1983), “Asalto al cielo”, Makoki nº 12-13, p. 16, Barcelona, La Cúpula.
[75] AZAGRA, Carlos (1986), “Pedro Pico y Pico Vena. 50 años después... 1936-1986”, El Jueves nº 478, pp. 34-35, Barcelona, Ediciones El Jueves.
[76] AZAGRA, Carlos (1987), “Pedro Pico y Pico Vena”, El Jueves nº 507, pp. 34-35, Barcelona, Ediciones El Jueves.
[77] MORA ,Víctor, y CLAVÉ, Florenci (1986), “Un tiempo del führer”, Cimoc nº 66, pp. 63-72. MORA, Víctor, y BLASCO, Jesús (1986), “La loca de Brunete”, Cimoc nº 67, pp. 69-72. MORA, Víctor, y GOETZINGER, Annie (1986), “El cordel de los tebeos”, Cimoc nº 68, pp. 64-72. MORA, Víctor, y ORTIZ, José (1986), “La batalla más fea”, Cimoc nº 69, pp. 61-69. MORA, Víctor, y DE LA FUENTE, Víctor (1986), “Los voluntarios”, Cimoc nº 70, pp. 78-81. MORA, Víctor, y FONT, Alfonso (1987), “Y tú, ¿qué has hecho para la victoria?”, Cimoc nº 72, pp. 74-81. MORA, Víctor, y MICHELUZZI, Attilio (1987), “La guerra de siempre”, Cimoc nº 75, pp. 73-80. MORA, Víctor, y THA (1987), “Cincuenta años después…”, Cimoc nº 77, pp. 78-81, Barcelona, Norma Editorial.
[78] El guión de “La loca de Brunete” fue enviado a dos dibujantes: Jesús Blasco, cuya versión fue editada en 1986 por Cimoc, y Antonio Parras, cuya versión volverá a editarse en 2008 en Tormenta sobre España. El caso nos proporciona informaciones sobre el trabajo de Mora, autor de los dibujos (indicando qué dibujar y cómo dibujarlo) tanto como del guión y de los textos.
[79] MORA, Víctor, y DE LA FUENTE, Víctor (1988), “Carta desde España”, Zona 84 nº 51, pp. 58-63, Barcelona, Toutain.
[80] CLAVÉ, Florenci (1985), “La fotografía”, Creepy nº 75, pp. 51-55, Barcelona, Toutain.
[81] ABELLÁN GARCÍA MUÑOZ, Juan Antonio (1984), “Las cadenas”, Modelismo e Historia, Madrid, Hobby Press.
[82] HERNÁNDEZ PALACIOS, Antonio (1987), Gorka Gudari, Vitoria, Ikusager.
[83] FORGES (1984), Historia Forgesporánea, Madrid, Zinco.
[84] CABEZAS, Octavio; BERROCAL MUELA, Manuel, y MARTÍN MUÑOZ, Juan Carlos (1982), Historia del socialismo español, Madrid, Ediciones MAM.
[85] GARCÍA, Jorge Alonso, et al. (1987), La Guerra Civil en España. 1936-1939. La Segunda República, Granada, Editorial Genil.
[86] GARCÍA, Jorge Alonso, et al. (1987), Historia ilustrada de Castilla-La Mancha, Granada, Editorial Genil.
[87] GARCÍA, Jorge Alonso, et al. (1987), Historia de España, nº 10, Granada, Editorial Roasa.
[88] CANTERLA, Juan Francisco, y HERNÁNDEZ PALACIOS, Antonio (1983), Historia de Andalucía - Tomo 3, Sevilla, Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Sevilla.
[89] PUJOL MOIX, Josep M. (1989), La Guerra Civil. La repressió i l`exili, Historia de Catalunya 17, Barcelona, G. E. Grijalbo-Junior.
[90] GABAÍ (1990), Historia de Nuestro Pueblo, tomo 8, Bilbao, Editorial Lur Argitaletxea.
[91] LURI, Gregori, y MARZAL, Jaume (1991), Barcelona. La aventura de una ciudad, Barcelona, Ediciones Junior / Ajuntament de Barcelona.
[92] MARZAL, Jaume, y LURI, Gregori (1991), L`Hospitalet, una ciudad en marcha, Barcelona, Ajuntament de l`Hospitalet.
[93] El hecho de que una obra como La Guerra Civil en España. 1936-1939. La Segunda República haya sido recientemente presentada en la página web del partido Unión Progreso y Democracia (UPyD) demuestra que esta visión de la contienda conserva su actualidad en algunos sectores políticos españoles.
[94] Mientras la legitimidad de la Guerra Civil es uno de los pilares del régimen franquista y será reafirmada por los intelectuales “negacionistas” de derecha en el siglo XXI, la ilegitimidad del conflicto es antes de todo una construcción de la izquierda española, el precio a pagar por su incapacidad para derribar el régimen franquista y para imponer sus puntos de vista tras la muerte de Franco. El historiador Santos Juliá señalaba la admisión de la ilegitimidad de la guerra por el exilio español y sobre todo por el PCE desde los años cincuenta y su aceptación oportuna en pocos meses por los franquistas reformadores durante la Transición. JULIÁ, Santos, “Echar al olvido. Memoria y amnistía en la Transición”, Claves de la Razón Práctica, 129. Véase también ROZENBERG, Danielle, “Le `pacte d`oubli´ de la transition démocratique en Espagne - Retours sur un choix politique controversé”, Politix, 2006/2 n° 74, pp. 173-188.
[95] Véase MATLY, Michel (2013), “La guerra de las palabras - Análisis lexicométrico de la bibliografía de Maryse Bertrand de Muñoz sobre la guerra civil española”, en Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea nº 12, Alicante, pp. 139-162.
[96] Durante la contienda, los combatientes se calificaban por sus etiquetas políticas y escasamente como republicanos. La legitimidad de la República, contestada por los anarquistas y comunistas, era materia de debate hasta dentro del grupo de los socialistas y otros componentes de la izquierda, oscilando entre mantener una institución considerada como burguesa o ir hacia cambios más radicales.
[97] El historiador francés François Godicheau también pone en evidencia la proliferación en España de libros de historia regional sobre la Guerra Civil durante los años ochenta y considera que dichos libros tienen sobre todo el objetivo de dar el tema por terminado. GODICHEAU, François (2007), “L``histoire objective´ de la guerre civile et la mythologie de la transition”, en D. CORRADO y V. ALARY (2007), La guerre d’Espagne en héritage, Clermont-Ferrand, Presse Universitaire Blaise Pascal, pp. 69-96.
Creación de la ficha (2014): Michel Matly. Edición de Félix López. Traducción del francés de Ana González Besteiro. Revisión y corrección de Manuel Barrero, Alejandro Capelo y Félix López. · Datos e imágenes tomados de ejemplares originales de las obras mencionadas.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Michel Matly (2014): "El cómic español y la Guerra Civil: Transición y primera década de democracia - 1976-1992", en Tebeosfera, segunda época , 12 (15-XI-2014). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 29/III/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/el_comic_espanol_y_la_guerra_civil_transicion_y_primera_decada_de_democracia_-_1976-1992.html