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VÍCTOR MORA, EL CAPITÁN TRUENO Y EL AGUANTE DE UN GUIONISTA ( y 3 )

Texto de Eduardo Martínez-Pinna.

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[ Cubierta del número 299 de El Capitán Trueno, ilustrada por Ángel Pardo. Haga clic sobre la imagen si desea ampliarla, al igual que sobre el resto de las imágenes de esta página web. © 2003 Eds. B / V. Mora / Ambrós ]


Víctor Mora y Ángel Pardo.

Tras la desbandada de Ambrós en 1960, El Capitán Trueno se transforma en una franquicia de autoría editorial a la que sigue una serie de reediciones desafortunadas que apuntalan la leyenda negra de Bruguera, por otra parte, ignominiosamente cierta. Pero entre esa concatenación de hechos desventurados hay momentos de un refrescante brillo con lo que se desacelera el descenso irreversible de la obra hacia la mediocridad que apunta. Algunos de los tramos firmes en aquella ciénaga vienen definidos por determinados encargos de Ángel Pardo (1924-1995) que logra rescatar el pulso narrativo de Víctor Mora.

Su trabajo se circunscribe a los cuadernillos, de los que dibujó unos 280 (frente a las 166 realizaciones de Ambrós). Es pues el dibujante que más páginas ha realizado de la obra, y uno de los pocos que no sigue el estilo Ambrós impuesto por la editorial. Los mejores momentos de su obra se sitúan entre las ediciones 169 (28-XII-1959) y 332 (11-II-1963) interrumpidas por firmas como Ambrós, Buylla y Marco.

En teoría, los supuestos censoriales y laborales que afectan a Pardo en sus realizaciones son similares a los de la época de Ambrós, salvo en lo relativo a la aparición de una reiteración argumental, que Víctor Mora comenzaba a padecer. Pero buena parte de su oficio se mantiene y aprovechando la expresividad y tendencia a la caricatura de Pardo se inician entonces una serie de episodios cómicos de una incuestionable incorrección política que aportan a la serie un balón de oxígeno y una huida hacia delante que dilata el espacio argumental de la obra. En un claro homenaje a los Hermanos Marx, y en especial a la actriz Margaret Drummond (coprotagonista de muchas de sus películas), Víctor Mora dota de un irresistible magnetismo erótico a Goliat, convirtiéndolo en el objeto de pasión de una serie de mujeres cuyos rasgos comunes estriban en su gordura, fealdad y autoridad. El macho dominante y atractivo deja de ser el grácil Capitán Trueno (menos grácil en las figuraciones de Pardo) que es sustituido por la imponente presencia de su escudero, en unos guiones de agilísimos diálogos de alta comedia y bofetones ajenos a la violencia. Mora fuerza en demasía la situación a veces, dándose circunstancias muy similares en los episodios contenidos entre los números 191 al 198, 258 al 265, y 298 al 300. El gigante huye de unas amazonas ferocísimas, renuncia al fogoso amor de una matrona vikinga, que es reina en una soterrada burla de la antigua y finada Kundra, y finalmente burla el candor virginal y asesino de unas sacerdotisas extremadamente feas que quieren convertirlo en su macho único.

Hay pues una impía crítica contra las esencias del matriarcado en una comedia sexual de marcada impronta esperpéntica. La habilidad de Mora se expresa en la alternancia de estas tramas bufonescas con unos episodios tan dramáticos como los que hiciera con Ambrós, que retratan a un Capitán Trueno en permanente estado de angustia y sufrimiento. La excesiva presión de una censura que va cobrando fuerza y el ya evidente cansancio de Víctor Mora hacia sus personajes precipitan la obra hacia su final, convirtiéndola en una serie de episodios reiterativos, cómicos pero sin gracia, que toman todo su cuerpo a partir de 1964.

Algunos ciclos aventureros dibujados por Pardo, tanto cómicos como épicos, contribuyen a formar la leyenda del personaje aportando a la obra grandes momentos, pese a que sus limitaciones se hacen más evidentes que las de Ambrós. El quehacer de Mora coacciona al dibujante a dar lo mejor de sí mismo, esto es, dotar a la serie de unos personajes con una fisonomía esperpéntica, capaces de alargar las licencias argumentales de una serie que se va agotando.

Víctor Mora y Fuentes Man.

Con la perspectiva que da el tiempo, se podría definir el trabajo de Fuentes Man (1929-1994) como un intento de dignificación de la serie, cuando ésta estaba en los momentos de mayor insuficiencia. Es a partir de 1964 cuando el estilo de Fuentes se libera de las trabas que Bruguera había impuesto. Si su trabajo en cuadernillos es una simple anécdota (números 588-590) el realizado en el formato Extra interesa a la respetable cantidad de 161 números y algunos especiales, con lo cual se sitúa como uno de los dibujantes más prolíficos de la obra.

La pericia de Fuentes Man presenta unas notables diferencias con los dos autores anteriores, pese a que en un principio se le impuso la técnica de Ambrós. Es el dibujante que más importancia concede al escenario, apareciendo detallado en delicadas tramas de plumilla con planificaciones y encuadres más arriesgados. Sitúa con convicción a los personajes en ambientes nocturnos, sombríos y neblinosos, adoptando en poco tiempo una fisonomía ajena a la concebida por Ambrós. Los rostros están detallados, sobre todo los de los malvados, por lo que no desprecia el primer plano, aunque en ocasiones su trabajo se parece al de los grabadores, por lo que pese al virtuosismo, la frialdad ilustrativa está muy presente. Asimismo, sus figuras adolecen de movilidad, con errores anatómicos que confieren a los dibujos un aire de hieratismo que en nada beneficia a sus páginas. Pese a estos defectos, algunos de sus episodios son los que presentan la mejor textura y ritmo de todo el serial.

De los tres grandes dibujantes de la obra, Fuentes Man es el que menos química establece con Víctor Mora, por razones tan evidentes como puedan ser el agotamiento del guionista, adoptando un papel de mero cumplidor ya en plena monotonía argumental. Por si fuera poco, la madurez creativa del ilustrador, coincide con los máximos de la censura, apareciendo en los episodios más ridículos e impersonales de todo el serial.

Tan solo en momentos puntuales saca algunas historias, todas ellas similares, encuadradas en un ciclo que Juan Ramís Masiá ha definido con el nombre de “Goliat diplomático”, presentes en los números 257 al 259, 263 al 265, 278 al 280 y los que van del 381 al 383. Mora vuelve a las tramas cómicas, reasentando a Goliat en una situación absurda propia de una comedia enloquecida de los hermanos Marx. Si un diplomático ejerce como cualidades definitorias su sangre fría, su carácter moderado, la sonrisa permanente y un abuso de la falacia en sus parlamentos, el titán presenta un temperamento del todo opuesto.2 El estilo puntilloso de Fuentes Man, crea unos tramposos burdos y de humor primario con inevitables escenas de slapstick que se encajan en un engranaje adecuado, dando un resultado de rudimentaria hilaridad, sobrada de efectividad. El dibujante crea un escenario poblado de muebles que se rompen, charcos y barrizales que sirven de zonas de pelea, y ropajes de mucha galanura y ostentación que envuelven de manera chusca al protagonista de estos episodios. Es la presentación de un decorado adecuado, pletórico de brillantes diálogos y equívocos, que justifican la rotura de los muebles, las caídas al agua, y los desgarros de las ropas.

El propio Víctor Mora confesaba que la afinidad hacia Fuentes Man no llegó a más, reconociendo que tenía que haberle creado un personaje a su medida (Galax el cosmonauta no llegó a serlo) que hiciese brillar su estilo, quizás el más personal y arriesgado de los grandes dibujantes de la obra, y con mucho el más desaprovechado. Una lástima.

Conclusiones.

Atribuirle a Víctor Mora la paternidad global de una obra como El Capitán Trueno, puede que sea hacerle un flaco homenaje. En los créditos figuran además otros guionistas, y más de veinte dibujantes. Lo que a todas luces queda claro es que hay dos tipos de Capitán Trueno, parcial a las épocas de realización. Aquel que significa una buena obra, a veces extraordinaria, y siempre guionizado por Víctor Mora, y un segundo tipo, de autoría editorial, que merece menos comentarios. A lo largo del estudio, y por respeto al significado de esta obra, solo se comenta aquel que trasciende al tiempo, capaz de dejar una impronta en la memoria de sus millones de lectores. Es, junto a Mortadelo y Filemón, la obra más conocida del tebeo español, y la más vendida.

Uno de los mayores méritos de Víctor Mora reside en la capacidad de resistencia que tuvo que derrochar para trabajar en una editorial como Bruguera, haciendo suyo el aforismo que reza que aguantar es ganar. Su victoria se ratifica en su obra final, El Corsario de Hierro, triunfo casi absoluto de su narrativa sobre imposiciones editoriales, triunfo que ya venía asomando en los mejores momentos de El Capitán Trueno, aquellos en los que Ambrós daba forma a su concepto épico.

A partir de 1960, Mora abrió caminos a su trabajo escribiendo guiones para la agencia Selecciones Ilustradas de José Toutain, por lo que su obra se hizo adulta y habló en varias lenguas al destinarla a magacines franceses como Charlie y Pilote (Sunday, Felina, Ángeles de Acero, Las crónicas del Sin Nombre…) Pero eso es otra historia, para otro trabajo y otro momento. El modesto objetivo de estas líneas es el de agradecerle a este gran narrador el tiempo que pasó haciendo felices a muchos españolitos, en una época que culturalmente se caracterizó por el inmenso aburrimiento que la casta dominante reservaba para la población, incluida la infantil.

2 De la misma manera que Groucho Marx aparece como presidente de una república –que tiene que ser de locos para elegirle- en Sopa de Ganso de 1933 o, siendo un veterinario, dirige una clínica balneario de adelgazamiento para pacientes ricas y gordas en Un día en las carreras, de 1937

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[ leer texto sobre Mora de Ramón Pérez Rodríguez, con una sección de vínculos ]


[ © 2003 Eduardo Martínez-Pinna, para Tebeosfera, 031223  ]