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MANUEL MONLEÓN BURGOS : UÑAS Y DIENTES CONTRA LOS MONSTRUOS DEL FASCISMO


   Artículo por Francisco Agramunt Lacruz *

 

[ Cartel de Montelón ]   


Manuel Monleón Burgos (Valencia, 1904 - Mislata, 1976) fue uno de los más importantes cartelistas y fotomontadores de la guerra civil española. Se interesó por el naturalismo, el anarquismo y el esperanto, y fue uno de los primeros grafistas valencianos en emplear la técnica del fotomontaje como arma ideológica y propagandística. Por esa razón, y por la agresividad de sus carteles, pasó varios años recluido en los campos de concentración y cárceles franquistas.
Una exposición que recorre la actividad vanguardista de este artista valenciano se puede visitar hasta el 30 de abril de 2004 en la Biblioteca Valenciana. La muestra, titulada Manuel Monleón: un valenciá avantguardista, se acoge en la sala capitular del Monasterio de San Miguel de los Reyes y agrupa varias decenas de carteles de guerra, dibujos, fotomontajes, acuarelas, bocetos, esculturas y pinturas de este creador que desarrolló su actividad profesional en la Valencia de los años treinta.

 

 El aniversario del nacimiento el 23 de febrero de 2004 del pintor, ilustrador y cartelista valenciano Manuel Monleón Burgos (Valencia, 1904) es una magnífica oportunidad que tenemos para reivindicar, una vez por todas, la memoria y la obra de un artista que por su condición de combatiente antifascista, su ideología izquierdista y su carácter reservado permaneció durante la dictadura franquista silenciado, apartado en un voluntario exilio interior, fuera de la esfera mediática de los medios de comunicación y del ámbito universitario y académico. Sería a partir de la restauración de la democracia cuando su nombre comenzó a ser conocido y su actividad artística divulgada en revistas culturales y artísticas minoritarias, entre ellas, Triunfo, donde en sus comienzos trabajó como director artístico e ilustrador. De pronto investigadores, historiadores y críticos de arte, atraídos por su singular personalidad, le dedicaron libros, ensayos y artículos, que permitieron ahondar en su amplia producción artística en la que tocó casi todos los géneros. Una exposición conmemorativa del centenario de su nacimiento en febrero de 2004 en la sala de la Biblioteca Valenciana de la Generalidad Valenciana, en el edificio restaurado del Monasterio de San Miguel de los Reyes, permitirá al visitante conocer la obra de uno de los dibujantes, fotomontadores y cartelistas españoles más relevantes de la II República y de la guerra civil.

Un representante de la generación de los años 30.

¿Qué representó Manuel Monleón en la plástica valenciana de la II República? Fue uno de los máximos representantes de la generación de plásticos valencianos de los años treinta, tanto por las cualidades intrínsecas de su persona, como por la noble inquietud renovadora que animó sus realizaciones artísticas en distintos campos. A pesar de ser uno de los más importantes y agresivos grafistas de la guerra civil, no existe todavía un conocimiento y un juicio unánime entorno a su trayectoria artística, ni acerca del modo de valorar sus diferentes etapas creativas. Aún prevalece el criterio subjetivo que le presenta como un tipo curioso y prodigiosamente dotado, el cual, después de haber destacado como miniaturista, ilustrador, pintor y, tras haber alcanzado popularidad como cartelista y fotomontador, había seguido una vida enteramente suya, volcada hacia su familia y a su trabajo como publicista. Pero si su producción artística constituyó una de las más originales, lúcidas e impresionantes aportaciones al arte valenciano de la II República y Guerra Civil, el vivo testimonio de su recuerdo, la proyección inmediata de su personalidad, sobrepasaba toda indagación acerca de la mutua relación entre su vida y su obra.

De ahí que sea interesante conocer sus vicisitudes humanas y artísticas para no equivocarse con respecto a él. Porque existe una imagen engañosa de su figura, a la que seguramente han dado pie algunas de las múltiples anécdotas de su vida, que predispone al pintoresquismo y a hacer de él un personaje curioso solamente, por su acendrada condición de gimnasta, naturista, esperantista y comunista que, como modelos de un arquetipo de aquellos años republicanos, se le atribuye. Fue, sin embargo, uno de los cartelistas republicanos de iconografía más agresiva, el que llevó a último término un combate feroz, de “uñas y dientes”, contra el monstruo fascista representado en desgarradas, expresivas y amenazantes formas de serpientes, gusanos y diablos de todo tipo.

Todavía hoy aproximarse a su obra sea una de las tareas más difíciles que se pueda proponer a un historiador o un estudioso, a los que una tradición crítica dominada comúnmente por consideraciones de índole política cierra paso para encarar un juicio sereno y objetivo sobre este gran y polisémico artista valenciano. “Fue un español más –destacaba una editorial de la revista Triunfo- víctima como tantos otros de unas circunstancias políticas, que además empleó sus energías más en la ayuda a los demás que en la promoción de su propia persona. Aún así, deja a su muerte una considerable obra artística muy representativa del tiempo (o también de los diversos tiempos) que le han tocado vivir”

 Bucear en sus orígenes humildes.-

 Para conocer las claves de su actividad como cartelista, fotomontador e lustrador en las que consiguió un enorme prestigio, convendrá bucear en sus orígenes, en sus primeros pasos, en las personas que le influyeron y en los acontecimientos históricos que le marcaron y dejaron su impronta ideológica. Nació en Valencia en 1904, en el seno de una familia de labradores muy humilde de la Serranía que se habían establecido en la ciudad. Pasó necesidades en su infancia, por lo que se crió raquítico y enfermizo.

 Después de aprender en la Escuela Pública la primera enseñanza se colocó como aprendiz en el taller de abanicos del prestigioso Mariano Pérez, pintor de abanicos y miniaturista. A la influencia de su patrón se debió sin duda el fondo que informó toda su vocación futura, reflejo del entusiasmo que se le despertó con el arte. Con el tiempo se independizó de su maestro y protector y se dedicó de lleno a la pintura de miniaturas, destacándose inmediatamente en esta modalidad. En 1929 expuso una colección de miniaturas en la Sala Braulio, siendo muy agasajado por el público y la crítica de arte local. Al año siguiente volvió a exponer en una sala de arte de la barcelonesa Vía Layetana, donde vendió toda la obra y obtuvo comentarios elogiosos en la prensa local.

 Desde sus años de aprendizaje en el taller de abanicos, Manuel Monleón tuvo una profunda preocupación social y política, preocupación vivísima en la Valencia de su tiempo. Se interesó rápidamente por el naturismo, el anarquismo y, sobre todo, por el esperanto. Su ideología -muy cercana al anarquismo- se caracterizaba por una denuncia de los abusos de la sociedad capitalista y por la inspiración vehemente a una sociedad sin clases que estuviese fundamentada en las reglas democráticas y afirmada, sobre todo, en los progresos científicos y humanísticos, que habían de traer la salvación del mundo, creencia que muchos compartían.

 Monleón, que en su infancia había padecido raquitismo, afrontó la vieja idea helénica de que el dominio del cuerpo contribuía a formar el espíritu. Emprendió la tarea de la educación física de su cuerpo a través de espartanas reglas y ejercicio continuo en el gimnasio. Destacó en la practica de la gimnasia con aparatos y siempre estuvo agradecido a la higiénica modestia de esa disciplina atlética por haber modelado su cuerpo y su mente. Al mismo tiempo, adoptó en el cuidado de su cuerpo las reglas naturistas que propugnaban los anarquistas basadas en una alimentación sana y una vida en contacto con la naturaleza.

 Ideológicamente, Monleón se encontraba unido a todos los grupos de artistas e intelectuales de izquierdas, pero preferentemente a los comunistas. Entró en relación con el grupo que capitaneaba su amigo José Renau, y entre los que se encontraban, José Sabina, Eleuterio Bauset, Rafael Pérez Contel, Francisco Carreño, Armando Ramón, Francisco Badía, Juan Renau, Eduardo Muñoz Orts “Lalo” y Manuela Ballester. Las reuniones en Acció d, Art, donde se encontraba la Sala Blava, sirvieron para cimentar las relaciones entre él y el grupo de artistas y hombres de letras que constituyeron, más tarde, la Unión de Escritores y Artistas Proletarios (UEAP). Fue uno de los artistas valencianos que participo en la Primera Exposición de Arte Revolucionario organizada por la UEAP en su local social de la calle del Pilar. Por mediación de los círculos de esperantistas soviéticos, contacto con la Asociación de Artistas de la Unión Soviética, entidad para la que elaboró gran cantidad de retratos de personajes ilustres rusos.

 Entusiasta de la revolución soviética.-

 Entusiasta fervoroso de la Revolución soviética y también de los ideales comunistas, como obrero que era, sus obras realizadas entonces y expuestas en diversas galerías y salones de arte revolucionario en Madrid y Valencia respondían a esta creencia. Su idealismo le hacía ser un entusiasta pacifista, que condenaba al militarismo como cosa estúpida y no daba ningún tipo de valor a los actos heroicos de la guerra. Resultado de su ideología fueron sus múltiples colaboraciones en publicaciones como “Estudios”, “Orto”,” Cuadernos de Cultura” y “Nueva Cultura”, para las que dibujó magníficas portadas, ilustraciones y viñetas. También ejecutó dibujos y acuarelas en las revistas “Helios” y “Crisol”.

 Fue junto a José Renau, uno de los primeros grafistas en emplear la técnica del fotomontaje como arma ideológica y propagandística. La vanguardia política de entonces era, también, vanguardia artística. Y Monleón, como Renau, o el genial alemán John Heartfield, empleaban el arma de su arte frente a los incipientes arrebatos fascistas de las dictaduras totalitarias. Su popularidad fue inmensa. Se debía, sobre todo, a sus portadas, a sus carteles, a sus conferencias y, más aún, a sus polémicas.

 ¿Y su evolución estilística? Los primeros pasos dados en arte por Manuel Monleón -dejando al margen su labor de miniaturista- lo fueron de la mano de una figuración naturalista con ribetes de impresionismo que conectaba con las preocupaciones esteticistas de la llamada Escuela Valenciana. Poco a poco su configuración como pintor preocupado por la renovación tomó cuerpo y una realidad casi surreal empezó a ser la nota destacada de sus obras. Era el suyo un surrealismo sombrío, que nunca alcanzó el grado de suprarrealidad y onirismo propio de los sobrerrealistas franceses. A pesar de que cuando expuso sus primeras obras entre las de sus compañeros, eran de tan detonante factura como las de aquellos, produjeron cierto efecto extraño aún entre los más recalcitrantes partidarios de la tradición. Por de pronto, tenían dibujo y después, aquellos colores, si parecían raros e inverosímiles, a la segunda vez que se miraban no parecía tan disparatada la afirmación del autor de que si pintaba así era porque interpretaba lo que veía. Verdaderamente, su arte tenía un secreto, un atractivo misterioso, pues sin dejar de ser entonces lo que se llamaba vanguardia, sin haber hecho jamás concesiones al público, no tardó en comenzar a vender. La lucha constante que llevaba a cabo para mejorar su pintura, le llevó a resultados sorprendentes.

 Puños contra la barbarie fascista.-

 Al estallar la guerra civil, Manuel Monleón se adhirió a la causa popular y trabajó en la realización de carteles propagandísticos en el taller de Artes Plásticas de la Alianza de Intelectuales y como ilustrador del periódico Verdad, que dirigía el escritor y dramaturgo Max Aub. Allí publicó retratos de políticos y militares destacados. Pero en lo que realmente alcanzó una enorme popularidad fue en sus fotomontajes y en sus carteles bélicos, tal vez los más agresivos realizados en el bando republicano en la guerra civil por la expresividad, el simbolismo y la fuerza de sus mensajes, casi siempre contra el fascismo amenazador.

 Sus carteles eran singulares porque abarcaban una iconografía basada en una estética “bestiaria” poco convencional, y cuyo mensaje final era advertir de la amenaza de los invasores fascistas, principal tesis que utilizaba el gobierno republicano de cara a la propaganda exterior. Se hallaban influenciados por la gráfica soviética de la revolución de Octubre y la alemana de agit-prop, pues no en vano trabajó y colaboró con José Renau en divulgar y promocionar la obra de John Heartfield. Algunos de ellos, recuperaban e, incluso, trascendían, la imagen ingeniosa e imaginativa de Heartfield.

 Entre sus carteles más conocidos se encontraban los titulados “¡Compañeros! Alistaos en la Columna Iberia”, realizado por encargo de la CNT-FAI y “Partido Sindicalista”, en el que una barrera erguida de espinas detenía el viscoso gusano del fascismo mientras el puño del proletariado iba a destrozarlo. Fue uno de los cartelistas más destacados del subgénero que algunos críticos de arte denominaron “bestiario”, es decir, la presentación del fascismo como una bestia. En el cartel titulado “CNT.Comité Nacional AIT”, se presentaba al enemigo de forma de serpiente, personificación del diablo desde el Génesis y símbolo constante en la iconografía mariana.

 Su periplo carcelario.-

 Al finalizar la guerra civil el panorama que se le presentó a Manuel Monleón era para no quedarse. Las represalias de los vencedores con los vencidos eran durísimas. Simplemente haber pertenecido a un partido político o a un sindicato del Frente Popular, se consideraba una falta leve, y la cárcel o el fusilamiento, cuando estas mismas responsabilidades se consideraban graves. Por su compromiso político izquierdista y su labor propagandística durante la contienda, decidió embarcar y huir desde el puerto de Alicante. Pero su pensamiento lo compartían miles de republicanos españoles que intentaban huir por temor a las duras represalias.

 Fue detenido por las tropas italianas del General Gámbara y enviado al improvisado campo de concentración de los Almendros, donde permaneció cerca de una semana, para ser recluido en el de Albatera, un terreno yermo y salino, donde se hacinaban cerca de 20.000 cautivos republicanos. Tras recorrer varias cárceles alicantinas -Benalúa, San Fernando, Plaza de Toros y Santa Bárbara-, lo trasladaron a Carabanchel y más tarde a Palencia, pasando finalmente a la Modelo de Valencia.

No era placentero vivir en la prisión valenciana, de la que diariamente salían decenas de presos hacia los pelotones de ejecución de Paterna. Las noches se convertían en auténticas pesadillas, encendiéndose las luces de pronto y pasando lista de los que debían salir con todo, porque ya no iban a volver. La Ley de Redención de Penas por el trabajo permitió le permitió reanudar su trabajo artístico incorporándose a la recién creada Academia de Arte que se creó en la prisión y en la que se integraron otros artistas plásticos.

 En los dos años que permaneció recluido, realizó una silenciosa y prolífica labor artística y humanitaria. La vida cotidiana de los presos en las celdas fue perfectamente registrada por la mano del dibujante. ¡Con qué buen hacer captó la profunda tristeza de los hombres encerrados, la ferocidad del sistema carcelario, la hora innominable de los rediles concentracionarios ... ! Plasmó el lado sombrío de la vida, la parte triste del hombre y del mundo, de la sociedad y de la gente que sufría. Encauzando su actividad artística en torno al mundo carcelario, cumplió plenamente la misión que le fuera confiada por sus dones. Hay una serie de interesantes dibujos realizados esos años de presos leyendo, escribiendo cartas, sentados con la mirada perdida, como contemplándose a sí mismos... Apuntes testimoniales de gran fuerza expresiva, verdaderas crónicas gráficas de la vida carcelaria.

 Será en estos años cuando el dibujo, siempre sobre pequeñas cuartillas, se transformó en elemento dominante de su obra, mientras que el color pasó a ocupar un lugar secundario y siempre complementario. Era un dibujante por encima de todo, como la mayor parte de los artistas plásticos involucrados en la guerra. Se distinguió siempre en el dibujo, y de ahí la excelencia de sus ilustraciones, de sus litografías, y el poderoso dominio que al mismo tiempo ostentaba en la pintura al óleo y en la acuarela.

 Al abandonar la prisión, Manuel Monleón se encontró con que tenía que trabajar para sacar adelante a su familia. Emprendedor y de grandes recursos creó una pequeña agencia de publicidad que instaló en una buhardilla que su familia le había cedido. Junto con otros artistas, se dedicó a la realización de cabeceras para cartas, orlas, anuncios de publicidad para la prensa y propaganda médica. Al hacerse pequeño el estudio se trasladó a un local más amplio situado en la calle San Vicente, donde con el nombre de Publicidad Diarco, creó una agencia de publicidad y anuncios comerciales. Fue entonces cuando el periodista Angel Ezcúrra, conociendo su talento artístico, le propuso la dirección artística y maquetación de la revista Triunfo, que se imprimía en los talleres de Las Provincias.

 La falta de un ambiente artístico propicio y ciertas vicisitudes personales no superadas fueron la causa de que abandonara en 1950 España y emigrase a Colombia. Reanudó su actividad artística en un país exótico y desconocido para él. Su experiencia y su madurez intelectual no sólo le permitió remontar los nuevos obstáculos que se le presentaron, sino que supo amoldarse a la nueva situación y hacer útiles los factores inéditos que se le iban presentando. Gracias a la amistad con el doctor Manuel Usano, consiguió un contrato en la editorial Retina, donde trabajó como maquetador y dibujante. Luego se independizó y como había hecho ya en su ciudad natal montó su propia agencia de publicidad. Trabajó varios años en el campo de la publicidad y, al conseguir cierta independencia económica, reanudó su actividad pictórica.

 La oportunidad de mostrar su obra pictórica al público fue con ocasión de una gran exposición de acuarelas celebrada en el Museo Nacional de Bogotá, del 6 al 20 de mayo de 1955. La presentación del artista valenciano la hizo el maestro Luis Alberto Cuñat. Se exhibieron acuarelas con temas de Bogotá y España, así como numerosos retratos de personalidades colombianas. El éxito que obtuvo fue refrendado por la crítica de arte colombiana Dolly Mejía en las páginas centrales de la revista Cromos.”Manuel Monleón- escribió-, es uno de los descubridores de nuestras bellezas. Español, nacido en Valencia, vino un día a Colombia hace ya cinco años, con su bagaje de color, emoción y sensibilidad artística. Con su embrujadora paleta, se dio a recorrer nuestras calles, sorprendiendo allí un rincón colonial con su patina de siglos, aquí un pedazo de cielo acunado por brazos vegetales, más allá, una callejuela sombreada por rojos tejados y acá, una estampa costumbrista sencilla y elocuente”.

 Manuel Monleón realizó la restauración de una colección de dibujos del pintor colombiano Gregorio Vázquez de Arce Ceballos, artista del siglo XVIII. Dibujante ante todo, se sintió atraído también por la escultura en madera, recuerdo acaso de los entretenimientos en la cárcel. Se interesó por las influencias autóctonas y en el reflejo de los variados tipos del subcontinente americano. Las esculturas, en las que también se advertían influencias africanas, refinadas y talladas hasta límites increíbles de rigor técnico, aludían a un mundo de imágenes primigenias, tierno e ingenuo. Un universo perdido en el tiempo, revelado en unos volúmenes y realizadas con la delicadeza de un orfebre. Dio a la madera los contornos necesarios para conseguir un lenguaje escultórico suficientemente definido para asimilar su mensaje.

 En 1962, Manuel Monleón regresó definitivamente a Valencia, donde dirigió junto a su hijo, el también dibujante, Lenko, una agencia de publicidad. Los últimos años los pasó en su casa de Mislata (Valencia) pintando retratos, paisajes y bodegones. No dejó de pintar ni un solo momento a pesar de las cataratas que le habían anulado casi completamente la vista. Confinado desde entonces en su sillón de enfermo, vio pasar sus últimos días en esa inexorable inmovilidad que para el hombre arrebatado y vitalista de otros tiempos tuvo que ser exasperante. Comprendió perfectamente que su fin estaba próximo, y esa situación la plasmó magníficamente en un óleo cuyo personaje principal, un anciano decrépito y solitario, cabizbajo, observa cómo se extingue lentamente la llama de una vela. La enfermedad que arrastraba le fue minando poco a poco y su muerte se produjo en 1976, sin que su desaparición fuese advertida por los medios informativos locales.

 El tratar ahora de resumir la obra de Manuel Monleón seria tanto como resumir la historia moderna del arte valenciano de la primera parte del siglo XX. Se encuentra en su vasta y variada producción artística - dibujos, óleos, acuarelas, carteles, fotomontajes, portadas, ilustraciones y esculturas- una amplitud de referencias estilísticas que lo hacen difícilmente encasillable. Y esa libertad de creación se materializó en una plena legitimidad de elegir continuamente opciones distintas que el fácilmente superó.

 Su vida y su obra fue un intento continuo de llevar sus postulados artísticos e ideológicos a sus últimas consecuencias. Por ello fue encarcelado, silenciado y obligado a vivir en el exilio. Si no logró el reconocimiento y el aplauso del público y la crítica de su tiempo no fue por su culpa, sino por las particulares circunstancias políticas que tuvo que superar y que le marcaron como hombre, artista e intelectual de izquierdas comprometido con su época.


ENLACES:

Exposición en Valencia:

Reseña amplia

Reseña en Las Provincias

Reseña breve

 

Otros webs sobre Monleón:

Guerra civil . org

Texto en inglés


Francisco Agramunt Lacruz (Valencia, 1948) es doctor en Ciencias de la Información, Bellas Artes e Historia del Arte; también, académico de la Real Academia de Ciencias, Nobles Letras y Bellas Artes de Córdoba y de la Real Academia de San Carlos de Valencia. Desde 1981 coordina la Sección de Cultura, Educación, Universidad, Ciencia y Sociedad de la Delegación de la Agencia EFE en la Comunidad Valenciana, y compagina su labor periodística con la crítica de arte y la investigación artística. Su próximo libro será: Un arte en las cárceles. La represión, depuración y el exilio de los artistas republicanos en la guerra civil.


[ © 2004 Francisco Agramunt, para Tebeosfera 040306 ]