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«El humor es lo que sobrenada en la vida y ayuda a sobrevivir a una sociedad» 

Ponencia del arquitecto y humorista José María Pérez González, “Peridis”, sobre el futuro Museo del Humor de Alcalá de Henares, pronunciada en el III Congreso Internacional de Humoristas Gráficos desarrollado entre los actos de la IX Muestra Internacional de Humor Gráfico de Alcalá de Henares [ es parte 2 ]

Peridis, tras finalizar su intervención
 

[ Final de la hilarante intervención de Peridis. De izquierda a derecha, en pie: Harca, Che, Mordillo. Sentados: Peridis y Quino. Fotografía  © 2002 M. Barrero ]


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LOS MUSEOS DE LONDRES

luego, resulta que la vida me ha enseñado que quizá en el pecado he tenido la penitencia, y ahora os voy a contar por qué ha sido así. En primer lugar, el aspecto positivo es que gracias a la caricatura de Córdoba y a El Museo me enganché no a la cosa del desnudo y haber caído en malos ambientes en los que pregonaban los curas que no debíamos caer, pero me entró la vocación de la caricatura que en parte me ha dado para vivir. Como os decía, en el pecado he tenido la penitencia, porque me he ido a casar con una señora (señorita de soltera) que es restauradora de arte y conservadora de museos. Eso quiere decir que ella visita los museos en las ciudades donde va. Pero es que no visita uno, visita todos. Y no va a ver una obra, sino que se las ve todas. Hace unos años estuvimos en Londres, hace bastantes años... ¿y si os cuento los museos de Londres que hemos visto y las horas que estuve en cada uno? Os voy a contar dónde terminé y os va a parecer que es lo más lógico y natural:

Hay muchos tipos de museos, y en Londres están todos los tipos de museos que puede haber. Y para hacer un Museo del Humor hay que saber qué museo queremos. Lo primero que visitamos fue el British Museum en el que, como diría Gila, lo tienen todo roto..., puesto por ahí... muy grande... lo uno lo han cogido de Mesopotamia, lo otro se lo han robado a los griegos... es un museo del latrocinio, todo lo que robó el imperio está ahí. [ risas ] Está bien cuidado ¿eh? O sea, iluminado, en vitrinas, con focos, etcétera. Y mi mujer me dijo: «¡Este museo está lleno de joyas!», y dije yo: «¡Jo! Échale la mañana». Yo, como sé lo que me espera cuando voy a un museo con mi mujer, ya he aprendido y llevo un bloc de dibujo para practicar allí el oficio de dibujante, pues entre los dibujantes la cabra tiende a tirar al monte. Yo voy buscando el desnudo, claro, porque ya tengo hasta deformación. Me vi las metopas, las del Partenón me las dibujé con los pliegues de la ropa y todo, y luego todas las de Mesopotamia, con sus barbas. Me hice todos, todo dibujado. Mi mujer, que no viene. Hace una hora o dos horas que no viene. Pues digo, «Me la habrá secuestrado –pues estaba de muy buen ver (y lo sigue estando)– algún magnate de esos que vienen a los museos».

En general [en los museos], todo el mundo que pasa a ver las cosas no se para. El japonés si acaso, que se para a sacar una fotografía, si le dejan. Y pone prohibido hacer fotografías, pero la gente, cuando va a los museos, con flash o sin flash saca la foto, porque no se trata de ir al museo sino de decirle a la familia que has estado en el museo, y luego ponerle una barrita a los museos que has visitado. [ risas ] Bien. Este museo es muy grande, y no es fácil encontrar a tu mujer. Y al cabo de no sé cuántas horas, que yo ya me hice viejo en aquel museo, apareció y le dije: «¿Dónde has estado que llevo toda la mañana buscándote», y me dice: «En la exposición de joyas de Cartier». ¡Adiós, era una exposición de joyas de verdad en el British! Como ella ya se conocía el museo, a mí me dejó entre la gente y ella estuvo viendo la exposición de las joyas.

Yo dije: Santo Tomás una y no más. ¡Ja! No, qué va. Cuando estás casado pasan estas cosas porque hay confianza ¿no? Al día siguiente fuimos a ver otro gran museo de Londres, el Victoria and Albert. Como mi mujer trabajaba entonces en el Patrimonio Nacional y estaba inventariando todos los objetos de arte de la Corona Española (desde los orinales en los que orinaban los reyes hasta las zapatillas que se ponía Alfonso XII, todo lo inventariable) pues cuando entró en el museo de Victoria y Alberto, se lo visitó todo. ¡Ocho horas seguidas estuvo en el museo! Yo no sabía ya qué dibujar...

Al día siguiente teníamos que ir a la National Gallery y yo planeé coger el catálogo para escoger una obra para ver y echarle tiempo. A mí me gusta echar la siesta en los museos, pero los muy tunantes de los directores de los museos, como saben que hay mucha gente a la que le gusta echar la siesta en los museos, te ponen unos bancos de madera que no te dan ni para poner el abrigo, y entonces tienes que adoptar unas posturas para echar la siesta horrorosas. Pues mira por donde, en la National Gallery estaba La Venus del Espejo con todo su culo para mí. [ risas ] Y la espalda, y el cuello, y el espejo y el angelote. La venus estaba en el libro de El Museo de mi amigo Andresito y ahora, toda para mí. Me senté, la dibujé, la miré, la toqué con los ojos, con el recuerdo, con las manos... maravilloso. Me eché luego la siesta. Y cuando vino mi mujer me dijo: «Qué cochino, estás aquí frente a esto. No sabía yo de estas aficiones». Claro, esta aficiones no se cuentan, porque luego te malinterpretan y entienden cosas que pasan en la vida como obsesiones de la infancia. Al día siguiente, ¿qué museo nos vimos? El de John Soane, que es una casita de un arquitecto que se ve en 25 o 30 minutos y que tiene el despacho tal y como él lo tenía, y su colección. Y me dije: este sí que es un museo de los que a mí me gustan, un museo pequeñito, con señas de identidad, con objetos que han formado parte de la vida de una persona, con un ambiente, un olor, una atmósfera del siglo en el que este señor vivió, con los objetos del mundo que le rodeó, sus obras de arte, sus bocetos, sus maquetas. Y me dije: qué inculto soy, qué malformación  tengo que vengo a Londres y sólo me interesa el culo (y la espalda también, y el angelote y la manos) de La Venus del Espejo, y no el estudio de John Soane, que yo estudié en bachillerato y aprobé con notable...

UN MUSEO ACOGEDOR

Luego, al día siguiente, otros museos. Londres sólo lo veíamos de noche.

Luego, cuando teníamos hijos, tocaba una división del trabajo que era que ella veía el museo y yo entretenía a los chavales. Pero entretener cuatro horas, sin que te maten los vigilantes, a esas dos criaturas en el museo significa dar varias vueltas por la cafetería. Igualmente nos pasa cuando visitamos catedrales. Recuerdo la catedral de Sigüenza con especial vergüenza porque a mi hijo Froilán, que era fuerte cuando tenía 4 años, le intentamos llevar a visitar la catedral. Lo conseguimos, pero tuvimos que llevarle durante la visita a rastras, y el decía: «¡Turistas, socorro, que mis padres me quieren torturar!» [ risas ] No hay mejor definición para un museo que esta de mi hijo: «Turistas, socorro, que mis padres me torturan.»

Hace poco que estuvimos en el Louvre (o como decía Gila, en el museo de Lo-u-vre) y lo primero que hay en el museo es una cola de dos o tres horas, la cual es ya una pesadilla para todo el día. Cuando llegas al museo ya te conoces a todos los de la cola, te has comido un bocadillo, les has dado la tarjeta tuya, ellos te han dado las suyas, has hablado en japonés (porque normalmente en esas colas se suele hablar en japonés) y cuando llegas al museo es la hora de la comida. Y estás con la bandeja en la mano, bien comiendo cualquier cosa que has comprado en un supermercado, o en la cafetería, donde comes como en los aviones, en una sillita, sentado así, con unos cuchillitos de plástico, en una mesa triangular de diseño. Por lo general, las cafeterías de los museos, tengan o no antigüedades, se las encargan a arquitectos modernos y, claro, a nada que te bascules en la silla te desnucas. O sea que es un sitio para hacer equilibrio.

Cuando se ha hablado de hacer un Museo del Humor a mí me ha venido en seguida a la mente lo que NO tiene que haber ser un museo (...) Estamos en Alcalá de Henares, que es una pequeña ciudad que tiene muchos elementos visitables: teatros, algunos teatros / museo (como uno que restauré yo recientemente: un antiguo corral de comedias del año mil seiscientos y pico), un museo arqueológico, una Casa de Cervantes, y donde un Museo del Humor puede tener una razón de ser. Pero para eso se requieren varias condiciones. Primera, que la gente lo recuerde porque se puede echar la siesta. Primer elemento que tiene que haber en un Museo del Humor: uno, dos, tres o cuatro divanes para que, aquel que quiera, se eche la siesta tranquilamente. Segunda, un bar / restaurante, en las proximidades o dentro, que NO sea de diseño, con buenas mesas y mejor cocina, donde la gente diga: «¡Coño, he estado en el Museo del Humor de Alcalá de Henares; qué museo, estaba cansadísimo, me eché una siesta de media hora, me dieron unas codornices estofadas por tres euros, y si vas por las mañanas, un extraordinario chocolate con churros, pero churros crujientes!» Es decir, tiene que tener atractivos táctiles. Porque el humor es la añadidura, el humor es lo que luego sobrenada en la vida. ¿Cómo vas a ir a un Museo del Humor como yo al British, para ver barbas? ¡En absoluto! [ risas ]

Luego haríamos un pequeño recorrido por dentro y si hay alguna exposición temporal, nos enteraríamos de cómo están las corrientes del humor y qué dibujos tan interesantes se han hecho sobre una actualidad determinada, porque normalmente en las exposiciones del humor prima la actualidad más rabiosa, como puede ser la del bien y el mal (siempre estamos en la lucha entre el bien y el mal, y veremos muchos chistes sólo del mal, porque del bien no se suelen hacer chistes). Previamente habría un vestíbulo, donde una linda azafata te quitaría el abrigo de piel y podría darte, si fumas, pues un cohíba, para que no esté prohibido fumar. Porque en un Museo del Humor no debería haber prohibiciones. Salvo destrozar la obra de arte. Y se brindaría a acompañarte gustosamente en los diferentes ámbitos del museo. Y estaría el libro de El Museo de mi sastre, que tendríamos guardado en una especie de relicario, pues eso son reliquias que solamente se dejarían tocar a los humoristas con carné.

Luego se puede pasar a la sala reservada. Y no estoy diciendo ninguna tontería. Hace poco ha habido una maravillosa exposición en el Museo del Prado que ha hecho un compañero de despacho de mi mujer sobre el gabinete reservado de pinturas que tenían los reyes de España, los Austria, tan serios ellos. El mismo Felipe II, después de comer o de cenar, se retiraba a sus aposentos, donde tenía toda la pintura que compraban a Tiziano, a Veronés, a los italianos en general (...) o sea que los reyes también tenían su gabinete de desnudos, pinturas fundamentalmente de El Bosco y otros que guardaban en un gabinete reservado. Se ha hecho una exposición recordando aquella forma de coleccionismo, aquel estímulo al coleccionismo que es la misma pulsión que teníamos nosotros cuando visitábamos El Museo de mi amigo Andresito (que estaría bien a la vista a la entrada del nuestro). Posteriormente, la sala de exposición permanente, de obras de autores de diferentes nacionalidades que son relevantes en alguna medida o aportan elementos importantes a la trayectoria de la historia del humor.

También habría una tienda de venta de objetos porque hoy en día hay otro tipo de museos aparte de los faraónicos, de un tipo que no creo que vaya a ser el nuestro: no tienen obras de arte. O sea, hay museos, como el Guggenhein, que se hace el museo y ya vendrán los artistas. Son salas de exposiciones grandes, y lo que importa es el evento. Nosotros, en lo del evento, no tenemos otra opción que hacernos el harakiri a la vista del público, que eso vende mucho. Si una vez al año un humorista se descerraja y lo hacemos en directo en La 2, o en “La Tres”, podríamos tener una audiencia que nos garantizase la supervivencia del Museo del Humor. [ risas ] Bien, esto sería la primera planta. Lógicamente, tendría que haber un jardincito para la expansión. Al fondo estarían las oficinas, donde tendríamos el restaurante con esas codornices estofadas a tres euros y otros platos que serían objeto de degustación gratuita para todos los humoristas, lo cual tendrá que ser una condición (un humorista, eso se ha visto siempre, tiene que gorronear un poco) [ risas ]

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[ Transcripción: M. Barrero, para Tebeosfera 021127 ]