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ENTREACTOS

Entreactos

Guión : Laura Vanesa Vazquez

Dibujos: Dante Ginevra

Editorial: Astiberri Ediciones: Lecturas compulsivas
 

Diseño: Manuel Bartual   

ISBN: 84-95825-53-8

Depósito legal: BI-101-05

 

Rústica   |   48 páginas   |   color   |   7 euros

[ Cubierta del libro © 2004 D. Ginevra ]


Narrativa universal, por Javier Mora Bordel


Prólogo.

Éste va a ser un ejercicio bien distinto al de otras veces. Hasta ahora siempre que hemos analizado un texto ha sido mediante la reseña, mediante la mirada externa y objetiva que suscita y sobre la que se sustentan sus dos preceptos básicos y fundamentales: un conocimiento interpretativo sobre el que asentar las especulaciones argumentativas y, ante todo, una cierta honradez a la hora de encarar los planteamientos expositivos. Pero con este tebeo que tengo entre mis manos, este fecundo Entreactos de los argentinos Laura Vázquez y Dante Ginevra, nuestro teórico punto de partida no puede ser el mismo ya que no se trata de una obra para nada ajena a mí. Entreactos es la culminación de una grata experiencia creativa dual a la que se me permitió asistir en los últimos momentos de su gestación, y esto mismo que en su momento me hizo acreedor de un conocimiento privilegiado (sé lo que movió a Laura a escribir cada capítulo, sé a qué responden cada una de las tonalidades empleadas por Dante…) ahora me supone un claro y evidente condicionamiento de partida. Así, tratando de ser críticos, ¿cómo podría estar seguro de mi labor crítica ha guardado la distancia suficiente?, ¿quién me dice que no he dejado pasar por alto, aún subconscientemente, algún error que otro?, o más llanamente, ¿qué credibilidad, ante los suspicaces, puede tener alguien que se presume buen amigo de ambos?

Ante esta tesitura hemos optado por la solución más sensata y sencilla (porque yo quiero y deseo hablar de Entreactos), que no es otra que buscar la tipología textual más conveniente. Una capaz de desarrollar el más riguroso de los análisis estéticos sin que ello nos impida mostrar nuestra cercanía con respecto a la obra y sus autores; que nos faculte a hablar de los entresijos del tebeo en cuestión a la vez que señale nuestro grado de comunión e implicación con el mismo; es decir, una especie de prólogo cajón de sastre que dentro de su carácter desligado y no oficial (no olvidemos que la edición española de Astiberri cuenta con uno del gran Carlos Trillo) de cumplida cuenta de nuestros intereses creados.

“Cualquier tiempo pasado fue mejor…”

Entreactos nace y se nutre en el seno de una tradición: la escuela de la historieta argentina; pero esta definición que puede parecer una obviedad no lo es si tenemos en cuenta la actual situación de la misma. Y es que hoy en día ésta no pasa de ser una triste sombra de antaño. El pasado lustroso en el que los Oesterheld, Breccia, Solano, Zoppi y un largo etc., se movían (editoriales de peso; un público amplio y fiel; reconocimiento exterior) se ha transformado en poco más que un sinfín de esfuerzos aislados tendentes a la caducidad de seguir así. Las editoriales han desaparecido, el mercado nacional es insuficiente, lentamente la industria de la historieta argentina ha sufrido un arduo proceso de desmantelamiento consecuencia tanto de un clima político, económico y social enrarecido, como a la inoperancia de todos a la hora de mantener sus propios valores tradicionales -que la hicieron única en el ámbito mundial- ante los nuevos gustos populares. Y en esta tesitura, ¿cuál es el lugar de los creadores? Prácticamente el vocacional.

Vivir de hacer historietas en Argentina es una pretensión utópica. Pocos son los “elegidos” para desempeñar este oficio, y quienes lo hacen son aquellos que han adaptado y plegado su estilo a los gustos y formas de otras tradiciones (léase norteamericana, japonesa o franco belga) radicalmente distintas en sus orígenes. La historieta argentina que durante buena parte de cuatro décadas (finales de los años cincuenta, las décadas de los sesenta y setenta, y principios de los ochenta) se había constituido en un modelo único en el que junto a un claro y marcado carácter popular prevalecían marcados y puntuales esfuerzos de voluntad artística, ha pasado a convertirse en un hervidero de artistas “buenos, bonitos y baratos” más próximos a una voluntad gremial o artesanal de siglos pasados, que al de un arte del siglo XXI. Parece irrefutable que cualquier voluntad o pretensión artística (entendida como faceta personal) en la Argentina historietística actual, esta irremediablemente condenada al mayor de los fracasos.

Huelga decir que el caso que nos ocupa, no sólo es aislado sino la excepción que confirma la regla. En Laura y Dante existe y se ha desarrollado a la par un claro interés de escuela (ambos se insertan plena y conscientemente dentro de su tradición propia) y otro creativo (desean ganarse el pan de cada día de esta forma pero no por ello van a renunciar a un ideal estético). Ambos hechos no han sido fruto de la casualidad o el deseo, sino de una intención manifiesta por destacar, contra viento y marea, a través de la consecución de un estilo, en forma y contenido, plenamente propio. Algo que no deja de ser toda una proeza ya sea en un plano como en otro, ya sea a la hora de escribir o a la de dibujar; ya sea, en suma, a la hora de contar su historia juntos o por separado…

Redundancia.

Atendiendo al resultado. la narrativa de Laura no es más que la depuración, la vuelta de tuerca, de un estilo que en cierto sentido podríamos definir ya como tradicional. Haciendo un poco de historia, recordando nuestras propias palabras, distinguimos en su momento unas líneas renovadoras, perfectamente delimitadas y marcadas, dentro de la escuela de guionistas argentinos: por un lado, un eje vertebral constituido por la obra de Oesterheld (renovación de temas; humanización de los personajes; utilización de técnicas y recursos literarios aplicados a la forma de hacer historietas…), y por otro las distintas ramificaciones que de este mismo concepto, que, con mayor o menor fortuna, desarrollaron a partir de los años setenta artistas del renombre de Carlos Trillo, Juan Sasturain, Ricardo Barreiro, Guillermo Saccomano o Carlos Sampayo (culminación de la estética humanista de los personajes; plena concomitancia expresiva con el dibujante en busca de un mismo fin expresivo; brotes de una consciente actitud individual referida en torno al cómic como medio artístico). Si bien ambos movimientos se constituyeron en su origen como plenas vanguardias enfrentadas a una tradición de corte populista (aunque no empleamos este término de modo despectivo o ¿acaso Oesterheld, por ejemplo, no es un autor eminentemente popular?, ¿o creaciones como el Loco Chávez no han calado en el público?), hoy en día han sufrido un proceso de reformulación: ahora son ellas y no otras quienes constituyen ese conjunto tradicional susceptible de ser renovado. Pero maticemos muy mucho esta afirmación pues si éstas se han erigido como el, aparentemente, nuevo cauce tradicional, ha sido más por convención (por la ausencia en el mercado actual de esa otra anterior a la que antes se enfrentaban) que por convicción propia (aprovechando de su carácter de canon han sido transformadas en unos clásicos populares de urgencia para paliar en la medida de lo posible el hueco anterior; ante las tradiciones foráneas que han extendido su influencia en el mercado argentino tratando de absorberlo en la medida de lo posible la historieta argentina presenta sus últimas pero mejores armas en un vano intento por recuperar su identidad).

Y dentro de este panorama, ¿cuál es el lugar que ocupa Entreactos? ¿desde y hacia dónde parte? Entendido como palabra, Laura, tenía claro el camino que debía seguir su obra: una expresión sustentada en el diálogo vivo de sus personajes, en la creación libre a través de sus pensamientos y sensaciones propias; una narración fluida, suelta, sustentada sobre las imágenes y símbolos que componen la visión particular de estos; una modalidad compositiva en el que ambos elementos (el diálogo ficticio de vidas humanas y la imaginería) se conjugan a través de la intensidad, de la búsqueda del punto álgido de los mismos. Hasta aquí todo igual a sus predecesores, o sus maestros según cómo se quiera ver.

Antes de seguir tengamos presentes una cosa. Tanto Laura como Dante son representantes y partícipes de una nueva generación. Y todo movimiento generacional –porque, si no, no lo sería- se nutre de la acción rebelde, del enfrentamiento con las fórmulas narrativas vigentes e imperantes en el ciclo anterior. Laura lo sabe, lo asume y lo aplica. Así, tomando como referencia este cúmulo de obras a las que aplicará sus conocimientos rastreará los errores de sus predecesores o al menos aquellos rasgos que consideraría susceptibles de mejora y dará cuenta de su principal cometido: innovar.

Inventado todo lo inventable, ¿cómo podría conseguir mejorar el estado de las cosas?, ¿cuál es el reto a asumir y con el que lograr un estilo propio? Laura lo tiene claro. La única manera es dar un giro de 180º: cambiar el orden de los elementos o variar su relación interna. Y es en este último punto dónde centra sus esfuerzos. Para Laura que la acción, la intensidad sea el modo exclusivo en el que se relacionen los personajes resulta ya aburrido, tópico incluso. Herencia directa de un género que se ha nutrido de la aventura o el misterio hasta sus últimas consecuencias. Y no es que ella tenga nada en contra. Ni mucho menos. Pero no es lo que le interesa. Su intención, su forma de narrar se sustenta y se sustentará sobre otro aspecto, otra fórmula, que ha quedado descompensada o escasamente desarrollada en la tradición anterior: el conflicto, la introspección.

Pero no hablamos de personajes que “sufren” desaforadamente ante la maldad cruenta del mundo o de sus actos propios; ni tampoco de enfrentamientos con cualquiera de los otros que pululen a su alrededor. No. Eso ya está. Eso se ve en cualquier parte. Eso es enfrascarte en tus propios pensamientos, eso es ver como se pelean tus vecinos… Eso es la vida misma. Eso es mimesis, imitación y causa; no un arte reflejo. Lo que nos interesa –y en esto Laura destaca por ser una narradora con un amplio conocimiento literario- es representar dichos actos pero a través de su recreación. No se trata de ofrecer todas las pistas y ángulos de una situación o sentimiento sino de ofrecer un único punto de vista, el del personaje, pero desarrollado de tal manera que todo quede en suspenso, que tenga que ser uno quien ponga de su parte (de sus sentimientos, de sus propias experiencias) para tratar de comprender cuál es el significado de esas palabras lanzadas al vuelo en cierto momento de la narración, o las miradas silenciadas que se entrecruzan y con las que finaliza la acción…

En semejanza a Pirandello y sus Seis personajes en busca de autor, Laura tratará de dejar suelto al repertorio que ha salido de su cabeza. Apartarse, darles paso y dejar que sean ellos quienes se encarguen de nutrir una trama que brilla por su ausencia. Sólo les mueve lo que a cualquier ser humano. Tratar de comprenderse a sí mismos, de llegar a alguna parte con su vida, de aprender de sus errores… Y para eso, el creador se debe ausentar. Desaparecer por la puerta chica. No pinta nada –salvo en la creación- en esta relación directa entre personaje y lector que en cierta manera aúnan en la necesidad sus roles: uno, para cobrar esencia; el otro, tratando de averiguar lo que motiva a los seres de papel, ganará conocimiento de si mismo.

Las concomitancias son evidentes pero no así las fórmulas de transposición. ¿Cómo llevar esta concepción de conciencia a la historieta? ¿Cómo desarrollarla a través de los medios propios de esta? Fácil en apariencia: mediante la recurrencia. Ya McCloud en Cómo se hace un cómic demostró como buena parte del lenguaje narrativo de la historieta se sustentaba en dicho recurso. El lector no necesita que se le muestren físicamente el desarrollo de todos y cada uno de los elementos de los que se compone una historia. Interpreta y da por sabidas un buen número de acciones.

Laura conocedora de esta teoría (entre otras cosas por poseer un conocimiento de lingüística envidiable; ya lo verán en sus futuros trabajos críticos) la aplicará en su máxima extensión pero en el campo de los sentimientos y acciones de los personajes. Por ejemplo. Cuando en el capítulo 2 (“Los egresados”) Mariana es perseguida hasta sus últimas consecuencias por la cámara de Gonza y ella reacciona dándole con las puertas en sus narices. ¿Sabemos con claridad y certeza por qué lo hace? En mi juicio no. Y no es por descuido. Tenemos todos los elementos a nuestra disposición: los personajes que se mueven sincrónicamente, la cámara que va de uno a otro, la típica historia del salto de la adolescencia a la madurez… Todo. Pero, ¿sabríamos decir con total seguridad por qué sufre y llora Mariana? Pero aún así, la entendemos. Comprendemos su reacción. Se nos hace sentir, dentro de la lectura particular de cada uno inserta en esta técnica de la obra abierta, su estado de ánimo.

¿Será por qué nosotros ya conocemos esta situación y no nos importa pasarla por alto? ¿será que sabemos interpretarla y no nos ofrece dudas? ¿será que hemos vivido por nuestra cuenta algo parecido y por eso nos resulta tan familiar? ¿será que en algún momento de nuestra vida nos hemos sentido igual de solos y hundidos? ¿acaso no lo sabemos y por eso lo saltamos? Hacer de los sentimientos propios algo universal mediante un uso económico de los medios de expresión, ésta es la difícil sencillez de todo arte. Este es el gran reto que ha decidido asumir, hasta sus últimas consecuencias, Laura.

Multiformidad.

Es obvio que si Laura decidía efectuar una experimentación con respecto a la concepción y realización de sus personajes, debía por lógica aplastante implicar a su copartícipe creativo para que el invento funcionara y llegara a buen puerto. Pero, y esta es la suerte, la misma no se produce por subordinación sino por la coincidencia plena de sus intereses con la evolución natural de Dante como artista gráfico.

Siendo justos, Dante es un autor más hecho a la historieta. Mientras que Laura tuvo una etapa en la que abandonó la lectura y conocimiento del medio por no encontrar trabajos que satisficieran sus gustos –no ha sido hasta hace unos pocos años que Laura recuperó la “fe” en el medio, gracias a la influencia directa del eslabón común a ambos, el también guionista Diego Agrimbau- Dante en este sentido ha tenido siempre más claras sus pretensiones al respecto: dibujar historietas a toda costa. Perteneciente a la que podríamos denominar como la generación de Fierro, Dante ha crecido entre sus páginas. En la mencionada revista, como tantos otros, encontraría buena parte de las primeras experiencias que le hicieran llamar la atención sobre nuestro medio. Y es normal, los trabajos en Fierro de autores como Muñoz, Nine, los Breccia... rompían, en especial en sus primeros veinte números, con gran parte de los moldes y parámetros del mercado argentino de ese momento: interés por cualquier tema o género sólo atendiendo a la calidad argumentativa de la misma; libertad artística en su consecución sin importar como prioridad absoluta la edad o gustos del público; recuperación de la memoria de la historieta nacional atendiendo ante todo a la formación de sus lectores… Era normal por tanto, esta fascinación. Fierro fue un producto fresco y original que despertó la conciencia creatividad de muchos constituyéndose, con el paso de los años, más en un medio de inspiración y referencia obligada que de simple lectura.

En Dante como en tantos otros este proceso se desarrollaría de un modo gradual: primero, la imitatio, el embelesarse con las líneas y los cromados de sus ídolos juveniles, con las historias intensas y vivaces con las que se sentía plenamente identificado..., y el tratar de reproducirlas más que por necesidad por juego infantil con el que entretenerse y pasar el rato. Luego, la toma de conciencia, cuando un buen día se descubre –a saber por qué- que eso de hacer dibujitos es lo más importante del mundo, su único fin y meta. Y hay que aprender a dibujar mejor que nadie, conocer todas las técnicas, empezar a publicar, moverse, buscar a gente que tenga las mismas inquietudes, con las que compartir esta pasión que de repente se ha adueñado de uno... Es entonces cuando se empiezan a abocetar páginas para los amigos, cuando se cree que uno hace auténticas obras maestras y no son más que copias subconscientes de lo que uno ha visto y degustado... Una etapa por la que hemos pasado todos, o casi.

Pero no olvidemos nuestro punto de referencia. Este tópico universal del creador, ha sufrido en Argentina un cambio radical. Si Dante hubiera nacido en otra década, posiblemente después de haber sentido en él la llamada de la profesión, hubiera ingresado como ayudante de algún dibujante de relativo renombre o en algún estudio profesional y habría aprendido sobre la marcha todos y cada uno de los secretos del medio para producir en masa esos mismos tebeos que tanto le han embelesado. Así es como han surgido creadores como Juan Giménez, Muñoz, Altuna... Mediante este modelo se empezaría de la base, poco a poco iría publicando y dependería de su esfuerzo y calidad abrirse más camino o menos. Sin embargo la realidad de Dante y muchos otros ha sido todo lo contrario. Las industrias comenzaban a desmantelarse (porque el anterior modelo lógicamente sólo puede darse si la industria es capaz de sustentar a sus creativos), los grandes creadores argentinos del momento vivían en el extranjero, se empieza a introducir nuevos productos como el manga... Todo cambia, pero el caso es que el nuevo creador tiene que buscarse las castañas del fuego si quiere algún día conseguir su sueño. Ha de tener iniciativa y esperar llamar la atención (es el momento de los fanzines, donde tantos y tantos nos hemos formado), confiando su propio trabajo a su voluntad, esfuerzo e intuición propias.

Ante este panorama muchos se van quedando en el camino. Unos van perdiendo paulatinamente la ilusión o bien porque la sustituyen por otra o bien porque despiertan demasiado pronto a la crudeza del mundo real. En fin, ley de vida. Pero los que continúan no están por ello exentos de peligros. Y es que este espíritu juvenil y festivo esta muy bien para encauzar con ilusión los primeros proyectos (y más si hay que invertir tanto tiempo y energía) pero pasado un tiempo puede convertirse en una carga. ¿Cuántos autores actuales de historieta hay en la actualidad que no son más que unos meros artesanos que se ganan la vida con el lápiz y el papel y que simplemente han amoldado su gusto –porque en ellos no vamos a hablar nunca de estilo propio- al infantilismo de cuero de las industrias como la norteamericana o la japonesa? Obviamente estos productos de entretenimiento que se crean y recrean hoy en día están muy bien para el ocio puntual pero a la larga lo único que producen es tedio en un lector que a los dos años los está tirando a la basura porque ocupan mucho sitio. También generan aburguesamiento en unos creativos que habiendo entrado de lleno en el juego de la mercadotecnia lo único que hacen es reproducir mecánicamente fórmulas repetitivas. Pero vamos que no se malinterprete mi discurso que esto no es cosa de estos tiempos de crisis o crispados. Que va. Esto es de toda la vida de Dios. Esto es lo único que ha producido la historieta. Quizá por falta de pretensiones.

El caso es que llega un momento en el que hay que crecer. Y esto ha sido precisamente la mayor cualidad de Dante. Evolucionar o ser ambicioso. Crecer a través del trabajo y las exigencias de la autocrítica. Tratar de llegar a ser algo pero no para ganarse la vida sino por necesidad comunicativa, por aportar su grano de arena al ciclo universal de la expresión. Es decir, que la historieta no es para Dante una elección laboral sino un medio de expresión en el que encontrar la auténtica definición de sí mismo.

Y el ciclo comienza de nuevo (pero esta vez va más rápido pues todo se precipita): de nuevo la imitatio (aunque esta vez no es formal. Es presuponer que la existencia de una actitud artística por parte de otros autores anteriores sería motivo suficiente para despertar su interés en descubrir nuevos caminos) tratando de comprender los conceptos que llevaron a tantos creadores populares a dar el paso hacia la autoría plena y consciente (ya no se trata de aprender a dibujar, sino de tratar de asimilar una actitud, un compromiso), de descubrir el gesto escondido detrás de un Alack Sinner o de un Perramus. Y otra vez de vuelta a la reunión pero ahora con amigos o conocidos, más cercanos, más cómplices en esta búsqueda de un ideal estético. En el caso que nos ocupa, esta claro que estos primeros pasos hacia una voz propia los dará Dante en compañía. El sello argentino La Productora se organizaría bajo este ideal estético sin perder de vista, a diferencia de otros movimientos similares, las características propias de la historieta: no un dibujo pictórico sino pleno de fuerza; no crear páginas estéticas sino desarrollar la inventiva en la secuenciación. Algo de compañía para ese camino prohibido -querer ser artista a través de la viñeta- que además exige sus requisitos si, como es el caso, se practica ante todo con coherencia: la demanda de una autoformación compulsiva en la historia y procesos creativos de otros medios artísticos; cubrir la necesidad de ganarse la vida con cualquier otro oficio; y, sobre todo, acarrear la carga de soledad e incomprensión que conlleva tal decisión.

Por eso, considerando lo periclitado de este contexto, y conociéndolo como lo conozco, imagino como se debió iluminar el rostro de Dante cuando escuchó en su momento a Laura hablar de todos estos temas: por fin alguien afín con quien compartir inquietudes; y más aún, cuando en casa de alguno surgiera, en torno a los mates y a las facturas precisas, el proyecto de una futura colaboración que por casualidad del destino llegaba en el mejor momento para ambos. Para una, recuperada de nuevo la ilusión en un medio que tenía más que olvidado; para el otro, finalizada su etapa formativa como artista y deseando dar ya (aunque eso pudiera asumir un papel más secundario dentro de La Productora) sus primeros pasos en “solitario”.

Dante tiene capacidad para ser autor completo (cualquiera que lea Grajal ve a un buen guionista) y desconozco si eso era lo que andaba buscando. Lo cierto es que se adapta a la propuesta de Laura con una facilidad pasmosa. Con Diego Agrimbau siempre hemos comentado el carácter camaleónico de su trazo, capaz de plegarse a los requerimientos de cada historia. No es Dante un autor que se repita precisamente. Y aquí no iba a ser menos, máxime cuando la misma historia necesitaba impregnarse de su misma cualidad denotativa. Recordemos que la premisa argumental de Laura es forjar el universal narrativo dentro de la historieta, es decir, crear situaciones y personajes, que aún dentro de su propia personalidad, puedan abarcar la esencia de todo lector. Y a este propósito lo amolda todo: los rostros de los personajes, el espejo de sus almas, son plenamente humanizados pero de tal manera que sus rasgos respondan a arquetipos y consideraciones populares y plenamente establecidas dentro del ideal común (el rostro ingrávido y fino de Jazmín, la soñadora; los ojos expresivos y la frente arqueada de Mariana, la quinta esencia de Palas; el rostro sin tacha de un Gonza estereotipo de la última moda; el taciturno y grave de un Lucas culpable de todo y culpable de nada) embelleciéndose o deformándose a tenor de la intensidad del momento en el que se encuentren.

La recreación de los espacios narrativos que parecen diluirse a medida que acercamos la vista es otro logro de los autores. No es necesario el detallismo, no ha de recrear Dante espacios históricos; sólo necesita aportar las pinceladas oportunas para hacernos saber por donde deambulan los protagonistas. Y nos percatamos que cualquiera puede ser el lugar más común de entre los comunes: es lógico que Dante pueble la historia de uno y mil símbolos fácilmente reconocibles e interpretables por ejemplo la ventana a la esperanza (la misma de la imagen elegida como cubierta del tebeo) que a veces encierra una mirada al futuro y otras al pasado.

En este subjetivismo con el que es planteada la narración de la historia, Dante encontrará rienda suelta para forjar y asentar por primera vez su estilo más personal. Un estilo en el que su dibujo adquirirá no una línea sino varias de lectura según los ojos de quien lo mire. Quien se sienta reflejado en la más apabullante de las tristezas, hallará su respuesta en unas líneas hinchadas de sentimiento; quien quiera ver unos personajes insertos y diluidos en su propia mediocridad, determinará la furia con el que son expresados unos tipos que parecen hundirse cada vez más en el abismo; quien quiera entender que ellos no viven más que una serie de etapas de cambio y desorden, descubrirá un estilo afectado por la incertidumbre de la vida.

Múltiples formas y rostros, para tratar de dar cabida a todas las posibles interpretaciones y sentimientos. Una forma abierta no sólo a la subjetividad propia sino a todas las posibles aunque sean ajenas. Un reto artístico de calibre en el que consumar las raíces de un nuevo modo de ver la historieta constituido paradójicamente en la disolución de la pluralidad de planos que la constituyen. El conocimiento del creador y de los posibles lectores se igualan. Uno crea y los otros recrean pero las barreras entre ambos han sido disueltas a favor de la comunicación universal entre todos los sujetos, el ideal al que se subordinan todos  y cada uno de los elementos de la misma ya sea desde el trabajo inicial a lápiz hasta el punto y final del color, desde la concepción del cuerpo de página hasta la disposición de sus distintas viñetas... Se produce así, o al menos se intenta, una plena identificación entre texto y sentimientos ajenos o propios según se quiera ver.

Y ese esfuerzo, tan huérfana de riesgo como se encuentra la historieta de hoy en día, ya merece la pena...


ENLACES:

Reseña de Carla Berrocal

Web de Astiberri


[ © 2004 Javier Mora Bordel, para Tebeosfera 040220. Astiberri hizo servicio de prensa con Tebeosfera ]