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MALAS VENTAS 

Malas ventas

Guión: Alex Robinson.
Dibujo: Alex Robinson.
Editorial: Astiberri Ediciones SL / Altercomics: El sillón orejero, # 1 (de # 5)  |   Dirección editorial: Fernando Tarancón    |   Editor: Jesús Serrano    |   Redacción: Aptdo 485, 48080, Bilbao, www.astiberri.com

Título original: Box Office Poison, Alex Robinson, 2001  |  Traducción: Raúl Sastre  |  Diseño de cubierta: Raúl Sastre  |  Realización técnica: Estudio Fénix  |   Edición en rústica. 24 x 16,5 cm.   |   144 pp. (cada volumen)   |   b/n   |   9,99 €

ISBN : 8495825120   |    Depósito Legal: BI-956/02

Cover de Malas Ventas

[ Portada de la edición española © A. Robinson ]


DIÁLOGO SIN PALABRAS, comentario por Javier Mora Bordel 


Dentro del movimiento independiente norteamericano se ha venido desarrollando de un tiempo a esta parte una suerte de costumbrismo basado en la propia experiencia: un creador nos presenta su visión personal del cúmulo de vivencias que conforman su día a día y por medio de ellas desarrolla una línea argumental, o dicho de otro modo, sus quehaceres cotidianos se convierten en puras peripecias a través de una visión lírica de las cosas. Ya sea por medio del autorretrato (por ejemplo el Peep Show de Joe Matt), o a través de diversos personajes (técnica esta empleada por Tomine en el conjunto de historietas que constituyen El sonámbulo) el autor consigue reflejar y transmitir sus estados de ánimo y de pensamiento.

El tebeo que nos ocupa, Malas Ventas de Alex Robinson, rompe sin embargo los moldes de esta concepción al proponer una nueva vía de costumbrismo más conformada en torno a lo narrativo. En este caso, el autor no esta interesado en ofrecernos una representación más o menos fiel de su propia forma de ver el mundo sino que por el contrario trata de mostrarnos tal cual las variadas percepciones que una realidad común despierta en distintos personajes. Y cumple a la perfección con esta tarea. Para empezar su voz se ausenta por completo (salvo en las abundantes notas a pie de página) tratando de dejar de lado, de disimular, todo viso que marque su presencia. Todo ello en beneficio de unos personajes convertidos así en auténticos amos y señores de la acción y su desarrollo: son ellos quienes marcarán la pauta a seguir, quienes darán su particular visión de la vida.

A lo largo de los dos primeros tomos en los que se ha fragmentado la serie (desconocemos si Astiberri ha seguido para esta división indicaciones ex profeso del autor pues no olvidemos que la publicación original en EE UU fue a través de un conjunto seriado de cómics books posteriormente fueron recopilados en un único volumen) asistimos a una representación coral. Cada una de las voces de esa polifonía tiene algo que decir, cada una aporta nuevos datos a una historia aparentemente desnuda de trama, que se deja llevar a golpe de diálogo. En el primer libro (¡Ríndete Dorothy!) los personajes se nos revelan, asumen sus roles, sus lugares en el escenario; en el segundo (El regreso de Irving Flavor), la historia inicia un crescendo temático paulatino (la crítica metalingüística a la industria parece por extensión ser el motivo más recurrido en este número) que suponemos culminará en los números siguientes. Pero no es este el hecho que nos interesa destacar sino ver como sin ninguna finalidad trascendente, los personajes van tejiendo sus vidas en el diálogo; cada uno tiene su visión del otro y su opinión sobre él, pero el autor no detiene su diálogo para decirnos cómo son estos de verdad, ni quién tiene razón. Finge no saberlo y orienta nuestra mirada hacia quienes debemos atender y escuchar.

Es una conversación polifónica, como ya hemos señalado, que surge de los retazos de un quehacer diario, en el que los personajes se enfrentan a situaciones cotidianas sobre las que no tienen control. Viven, se desenvuelven ante las circunstancias en la medida de sus posibilidades y eso es todo. Un ir quemando etapas de la vida, un paso de los días sin un motivo aparente en el que cada uno tiene su manera de enfocar las cosas, de comportarse, de ser individual en suma. Y todo ello sin dejar de ser unos arquetipos con los que el lector puede identificarse fácilmente.

Alex Robinson nos muestra unos personajes redondos. Se ha cuidado de crear unos protagonistas lo más cercanos posibles al lector en potencia de la obra (lógicamente no sólo atendiendo a una necesidad expresiva; también es una buena manera de lograr unos cuantos lectores fieles). Respetando su individualidad definitoria, la base de los mismos son sentimientos y pensamientos colectivos. El Robinson creador toma como arcilla, tópicos y lugares comunes: el del crédulo advenedizo (Sherman), el del viejo gruñón (Flavor), el del ingenuo bonachón (Ed), el de la soñadora despierta (Jane), el del gigante dormido (Stephen), el de la solitaria (Dorothy)... Y a partir portada del libro original americanode ellos modela con precisión unos nuevos elementos, nada que ver con el punto de partida original. Los actualiza. Algo que consigue a través de una visión personal, reformulando viejos conceptos. Y no creemos caer con ello en contradicción. Hemos dicho que es el autor quien no deja entrever sus sentimientos o sus pensamientos singulares pero no hemos hablado de nosotros, sus lectores. En mi opinión la mayor cualidad que exhibe Robinson (entre otras muchas como por ejemplo su excelente sentido de la narración y su más que correcta composición de página) es este juego consciente y premeditado con el lector gracias al cual este pasa a convertirse en sujeto activo y fundamental de la obra. Somos nosotros quienes aportamos nuestra óptica diferenciadora y somos nosotros quienes hacen singulares a los personajes.

En nuestro papel, no somos unos simples testigos materiales de los hechos. Las anécdotas que nos son presentadas, a las que asistimos desde detrás de la barrera, responden a un ideal de síntesis. Robinson intenta condensar al máximo las mismas para ofrecernos el producto más depurado posible, lo más libre posible de subjetividad. Al igual que con los personajes, Robinson se mantiene al margen y apenas si aparece para darnos las piezas de un puzzle que deberemos resolver solos. Vivencias simples (que no simplonas) encadenadas unas a otras, cada una, muestra del sentimiento en estado puro de un personaje ficticio que cobrará vida con nuestra propia visión, con nuestra interpretación particular de sus actos, con la identificación (o no) con su respuesta y posterior comportamiento.

Este es el costumbrismo puesto en escena: una libre representación de la realidad como la vida misma. Donde no hay una intriga que llegue a solución, sino la presentación de unas premisas; donde no hay una conducta lineal que busque un fin, sino un resultado casual;  y donde se presupone una participación activa del público en la ardua tarea de averiguar por sí mismo lo que, por razones de verosimilitud, el diálogo tiene que callar.


[ © 2003 J.Mora Bordel, para Tebeosfera 030131. Tebeosfera recibe servicio de prensa de Astiberri ]