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EN UN LUGAR DE LA MENTE

En un lugar de la mente

Josep Mª Beà

Ediciones Glénat S.L., Barcelona, 2001

ISBN: 84-8449-121-8

Libro de cómics, cartoné  [recopilación de historias del autor, previamente publicadas por Toutain, en la revista 1984, desde 1981, y por García y Bea Editores S.A., en dos libros de la Colección Rambla, en 1983]  I  precio facial: 11,99 €.)  I  29,5 x 22 cm.  I  112 pp. –con lomo, cosido-, b/n.

Edición de Glénat de En un lugar de la mente

[ Ilustración de cubierta  © 2001 J.M. Bea ]


 EN ALGÚN LUGAR... , comentario por Javier Mora Bordel


A los Gatopatos...

 El punto de partida.

En Octubre de 1980 la revista Camp de l'Arpa publicó un número doble (comprendía los números 79 y 80) titulado genéricamente “La Literatura Dibujada”. Este hecho no revestiría más importancia sino fuera porque en sus páginas se recogió el que sin duda alguna podemos considerar como el primer manifiesto artístico del cómic español, el poco conocido El actual comic de vanguardia en España, trascripción fiel de un coloquio sostenido por cuatro de los autores españoles de historieta más relevantes en aquel momento, a saber: Eric Sió, Carlos Giménez, Fernando Fernández y Josep Maria Beà (mención aparte merece Javier Coma, moderador del evento). En dicha publicación se presentó al público un diálogo abierto que aún hoy con el transcurso de los años no ha perdido vigencia alguna: el escaso valor de la industria del tebeo en España; el comportamiento artesanal de los autores españoles sin pretensiones alguna por trascender a través de la obra bien hecha; el nulo peso del tebeo en el ámbito de la cultura nacional... Estas no son más que una pequeña muestra de las muchas y variadas inquietudes surgidas a lo largo de la conversación pero poca importancia tendrían las mismas sino les hubiera animado una voluntad manifiesta de renovación, de arte consecuente y sacrificado con su ideario, enfrentada necesariamente, como todo movimiento rompedor que se precie, con un pasado caduco. Y tanto es así que hemos de entender este pequeño ideario dicho en voz alta como el punto de inflexión que impulsó el definitivo (aunque fuera breve) despegue del cómic adulto en España.

Ya no estamos hablando de un momentáneo arrebato artístico que queda en agua de borrajas ni tampoco tratamos un postulado aislado. Para empezar estos cuatro autores ofrecieron y ofrecen como constante en su obra (salvo altibajos aislados) una voz absolutamente personal por encima del mero gusto comercial; y además tampoco han estado solos en esta intensa labor de reforma. Autores coetáneos como Luis García, Adolfo Usero, Hernández Cava... entre otros, podrían haber suscrito perfectamente sus palabras. ¿Podríamos decir entonces que nos encontrábamos ante el nacimiento literario de la primera generación de nuestra historieta conscientes de ser artistas? A boca llena sí. Tomemos si no la manida clasificación de Petersen: la diferencia de edad no puede sobrepasar los 15 años (sí); formación intelectual semejante (es evidente); relaciones personales (este es un buen ejemplo); "Acontecimiento generacional" (en el prefacio a este coloquio Javier Coma apunta un buen número de razones); rasgos comunes de estilo, opuestos a la generación anterior (ya hemos señalado la voluntad estética que los anima). Como podemos ver todas y cada una de las características expuestas se ajustan como un guante, todas menos una (excluida por esa misma razón del balance anterior) la presencia de un "jefe" o guía.

Si bien es cierto que la presencia de éste nos esta vedada ya que ninguno impuso su criterio al de otro (aunque si tuviera que escoger a uno, este sería sin duda Carlos Giménez. Más tarde veremos por qué), en este caso concreto sí podríamos considerar como determinante otro tipo de figura igual de relevante y comprometida o quizás más. Hablamos de la del exponente máximo de los rasgos aquí anunciados o si se prefiere del sujeto que mejor y más plenamente resume los mismos a lo largo de su vida y obra: Josep Maria Beà.

La vida.

Para proseguir nos resultará indispensable saber con detalle de quien hablamos, conocer en que situación vital y artística se encontraba en esos momentos.

Beà siempre ha sido un prematuro y si el lector moderno hojea el primer tomo de Los Profesionales de Carlos Giménez sabrá el motivo. Allí un tímido niño de 14 años “José María Abé”, inicia su periplo en las “Creaciones Ilustradas” (Selecciones Ilustradas) del célebre “Filstrup” (Toutain). Con 14 años, ahí queda eso. Desde entonces Beà compaginará durante cinco años su formación académica (se formará en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Barcelona) junto a, y nunca mejor dicho, una profesión que le agrada: la de historietista. Y eso es un problema. No porque no pudiera abarcar tanta actividad. Que va. Una de las principales cualidades de Beà es la de ser un hombre orquesta. ¿Entonces? Simplemente Beà fue también prematuro a la hora de reconocer los males de la historieta española.

Como muchos otros, había sentido el amor desinteresado por el medio: las aventuras de sus héroes iban a misa y era cuestión de vida o muerte que las dibujara de mayor. Así, es lógico que Beà al entrar de cabeza en el mundillo sintiera crecer en su interior ese cúmulo de fantasías infantiles que cualquiera a quien le gusten los tebeos ha debido de sentir también alguna vez. Lastima que se fueran derrumbando poco a poco. Pronto el “romanticismo” de poder dibujar a tus héroes favoritos quedó sepultado por una tonelada de historietas repetitivas destinadas al mercado extranjero y que requerían de un constante y metódico esfuerzo para el cumplimiento estricto de las fechas de entrega. El resultado final será el de un joven Beà aburrido como una ostra, un mal este que se irá acrecentando con el paso de los años.

A medida que Beà se fuera formando en otras disciplinas artísticas, a medida que fuera surgiendo en él la necesidad innata de encontrar respuestas a los dramas cotidianos, Beà encontraría la historieta cada vez más insuficiente. Resultado: En 1967, con 23 años, viajará a París para estudiar en la Escuela Superior de Bellas Artes y en la Academie Julian. Se sumirá así en el mundo de la pintura convirtiéndose esta etapa según sus propias palabras en la época más creativa de su vida y dónde más yo se sintió vestido con un traje militar del ejército republicano y retratando a turistas por la calle. Beà se entregó al arte por el simple hecho de que la historieta no cumplió con sus expectativas, un sentimiento éste de “derrotista” en relación a los tebeos que en breve habría de cambiar de raíz.

Quizás porque el conocimiento íntimo de la pintura no le dejara satisfecho del todo, quizás porque volviera a sentir la llamada del oficio (ambas no dejan de ser simples hipótesis sin contrastar), Beà volverá a la historieta en 1970 cuando es reclamado por el editor Luis Gasca para completar junto a otros grandes profesionales como Esteban Maroto o Eric Sió la plantilla de la revista Drácula. Pero no será este un retorno a cualquier precio. Tras estos años de paréntesis sin viñetas, Beà volverá a la carga con las ideas bien claras de lo que quiere y puede hacer.

Su amor a la historieta ha renacido de tal forma que aún sin haber dudado nunca de su validez como medio de comunicación ahora volverá a creer en sus posibilidades como medio artístico sintiendo por ende la necesidad de expresar sus sentimientos y pensamientos a través del mismo. Pero esta vez Beà conoce perfectamente las reglas del juego. En una industria totalmente plegada a los gustos e intereses de su público lector presentar una voz personal que primara por lo estético antes que por lo narrativo, era inviable. Y saberlo era su principal ventaja (no en vano, era una industria que conocía desde su más tierna infancia). Si quería encontrar dentro del panorama de la historieta un espacio propio tendría que hacerse hueco y para lograr este objetivo debía hacerse con un sector del público. ¿Cómo lograrlo?

A lo largo de prácticamente una década Beà someterá su historieta a un lento y arduo proceso de personalización paulatina. Primero en Drácula plantará las mimbres necesarias: adaptación total a una temática popular como era el terror alentado por la lectura de clásicos como Poe, Lovercraft, Stroker, etc; un dibujo académico apoyado en una narración de corte clásico... Algo más que una correcta producción que facilitará su inclusión (a través de Selecciones Ilustradas) en la nómina de la Warren norteamericana. Beà ha metido la cabeza dentro de la boca del lobo pero no debe sorprendernos que sepa amaestrarlo a su antojo.

A los pocos meses de su llegada (tras haber ilustrado guiones de autores tan ilustres como Doug Moench, Jan S. Stranad o el maestro Archie Goodwin) Beà decide dar un paso adelante proponiendo la ilustración de un guión propio al editor James Warren. Esto que puede parecernos hoy en día algo corriente, no lo era en absoluto para la época y menos aún en la meca industrial por excelencia de aquellos momentos donde primaba ante todo el trabajo en cadena: guionista, dibujante, entintador, colorista, rotulista... y así. Y Beà se propone romper el eslabón. Finalmente, la calidad del guión convence a Warren y así Beà publicará “The Picture of Death”. Una historia corriente de terror decimonónico que sin embargo encierra numerosas referencias al Bosco, a la escuela flamenca de Bosch, al Retrato de Dorian Gray de Wilde... Podría pensarse que para un público habituado al zombi come sesos de turno quizás iba a ser un trabajo demasiado “denso”. Todo lo contrario. A la semana de su publicación el despacho de Warren recibe cartas de lectores felicitando al autor. Un premio menor si tenemos en cuenta que con el tiempo este pequeño logro daría inicio a la etapa más importante de la historieta española contemporánea.

El siguiente golpe de efecto fue casi inmediato. Beà romperá ahora con los tópicos y moldes de la mass media norteamericana de una forma contundente: eliminará los nombres anglosajones de sus personajes, situará a los mismos en Cataluña y hasta le enfundará a todo un icono popular como el Creepy una señora barretina. Así nace “The acurssed flower”, adaptación fiel de la leyenda catalana, y el resultado no pudo ser mejor. En 1972 obtendrá el premio otorgado por la Editorial Warren al mejor guionista del año, algo que teniendo en cuenta la calidad de los nombres anteriormente apuntados es más que loable.

Tras un tiempo de maduración, el próximo objetivo sería el de la serie propia en el que a través de una continuidad encauzar el caudal de ideas que desde un primer momento inundan su obra. Así, en 1976 ideará para Vampus los Cuentos de Peter Hypnos. Se constituyen los mismos de nuevo como una nueva reformulación de distintas tradiciones literarias (la Alicia de Carroll), pictóricas (Isidore Grandville) e historietísticas (el Little Nemo de McCay) a través de una perspectiva estética común que a partir de ahora se convertirá en el eje sobre el que oscilará su obra: el surrealismo. Dos serán los elementos principalmente desarrollados. En primer lugar, un sentido del humor socarrón, sarcástico, cercano a la mofa y al donaire. Y en segundo, la exploración del inconsciente, quizás el tema central de su propia poética. Quizás no fuera el éxito de público el esperado, pero el camino hacia delante seguía despejado y ya quedaba poco para llegar a la meta final.Volumen primero de la edición de García y Bea editores

La última parada en este largo trayecto (o más bien trayectoria) la constituiría la publicación en 1979 y en el seno de la revista 1984, de Historias de taberna galáctica, su obra más laureada y popular. Quizás auspiciado por el escaso éxito de la fórmula decimonónica, Beà dará ahora rienda suelta a su mundo de fantasía, a su indagación interior, a través del ancho caudal de la ciencia ficción. Pero una ciencia ficción ahora más que nunca tomada como pretexto con el que dar cuerpo y forma a sus distintas inquietudes. Tanto es así que ahora nos encontraremos con una obra de cuentos breves inserta en la más profunda tradición del cuento oral del medio oriente en la que distintos narradores recogerán paulatinamente el relevo: según lo que quiera contar, un cuentacuentos nuevo. A este fin se subordina el estilo de las historias, aquel tan bien asimilado por Beà a su paso por la Warren: el ritmo, la forma de estructurar la historia, los tipos de personaje... De este modo surge un interesante conjunto de híbridos a medias entre el tebeo de ficción propios de las revistas de cómics, y la visión personal de un autor irreverente. Una combinación que dada la calidad resultante del producto no es de extrañar que encumbrara a Beà hasta el pedestal que él se merecía más que nadie y que le supuso meterse al gran público mayoritario en el bolsillo. Ahora sólo era necesario un giro de tuerca...

De vuelta al punto de partida: un inciso necesario.

Extraído de El actual comic de vanguardia en España:

«BEÀ.- Yo quisiera prescindir de si sería un hecho favorable la creación de series largas, pero veo inconcebible seguir una serie cuando pueden introducirse en la existencia del autor vivencias que lo alteran todo al cabo del tiempo.

COMA.- Una serie tuya como la de La taberna galáctica puede durar mucho tiempo reflejando problemas actuales de cada momento, y una serie de Sió como Mara, aún, por desgracia, sigue teniendo vigencia política.

SIÓ.- Creo que a lo que apunta Coma es que si nosotros, sin dejar de apartarnos de lo que nos interesa, halláramos el modo de encauzar nuestro trabajo en una serie, esto podría ayudar a la difusión.

BEÀ.- Pues yo empiezo a tener ganas de cerrar las puertas de La taberna y me da esperanza el que pueda volver a tener ganas de abrirlas más tarde; lo que no puedo hacer es estar condicionado a una serie.»

La obra.

La trayectoria artística de Beà en el momento justo de pronunciar estas palabras se encontraba en un auténtico punto de inflexión debido al fulgurante éxito de la Taberna galáctica (para hacernos a la idea incluso se planteó la posibilidad de un proyecto televisivo). En un mercado tan mercantilizado como el de la historieta, Beà se había convertido en una gallina de los huevos de oro y todo el mundo querría su parte con las subsiguientes presiones: del editor, Toutain, deseaba lógicamente que la serie nacida en el seno de su revista durase el máximo de tiempo posible; de los lectores, ávidos por devorar todo el material tabernario que pudiera caer en sus manos; de sus compañeros generacionales, a quienes podría defraudar si caía en la “tentación” de condicionar su trayectoria; de sí mismo, pues podría romper una trayectoria hasta ese momento intachable en la que siempre, como hemos visto, había procurado la progresiva personalización de su trabajo en vías de un arte de sentimientos auténticos.

Así que, ¿cómo lograría conciliar todo este conjunto de dispares perspectivas?

Si tomamos las palabras del epígrafe anterior podríamos observar como ya Beà había esbozado parte de la solución. La clave era la renovación del concepto de serie, el modelo editorial sobre el que se sustentaba buena parte de la industria europea de la época. A través del escaparate que suponía las revistas de moda, el editor presentaba el trabajo de diversos autores. Si estos tenían un relativo éxito (ya no decir ninguno) la serie acababa ahí sus días. En cambio, si sonreía la suerte el siguiente paso era el tomo recopilatorio, que después podría suponer, una nueva serie sobre los personajes o la temática anterior. Y así... Como vemos una concepción del continuará que se alargaba perjudicialmente en el tiempo pues bien podía darse el caso que desde la primera historia a la última se dieran varios años en los que perfectamente el autor podría haberse interesado por otros proyectos o haber perdido el interés. Así, bajo este imperio de la obra abierta, Beà fue el primer autor de éxito editorial en proponer las condiciones de una creación cerrada.

Pero no nos confundamos. Su planteamiento no trataba de seguir el modelo de la, también de reciente invención, novela gráfica. Lo que trató de proponer fue un moderno concepto de series limitadas cuyo principio y final estuvieran precisados desde su mismo origen. De este modo el autor recuperaba las riendas de su trabajo -las historietas no se alargarían a tenor de las ventas o del maleable gusto del público sino de su voluntad expresa- plantando la semilla para cualquier futurible planteamiento artístico. Y es este afán por la obra redonda el que domina un tebeo como En un lugar de la mente.

Creada inmediatamente después de la Taberna galáctica, En un lugar... se erige en la primera piedra sobre la que edificar una estética remozada. Tanto es así que podemos considerar la misma como el punto central sobre el que debe oscilar cualquier interpretación de su obra tomada en conjunto. Marca un antes, pues hasta entonces Beà había aceptado las reglas de la industria aunque hubiera tratado de llevarlas a su terreno acercándose hacia ese ideal artístico de la obra enteramente personal. Y un después, pues a partir del instante de su misma publicación Beà romperá con cualquier atadura que no sea la impuesta por él mismo: primero al asumir en 1982 la dirección artística para Distrinovel de Rambla la mítica revista creada en colaboración con Luis García, Alfonso Font, Carlos Giménez y Adolfo Usero; y luego, emprendiendo la aventura de la autoedición ya en compañía (junto a Luis García con la inauguración en 1983 de García / Beà Editores) ya en solitario (cuando en 1985 funda su propia editorial Intermagen).

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VÍNCULOS:

Ficha de J.M. Beà
Reseña de Historias de Taberna Galáctica
Reseña de La Muralla

Entrevista a J.M. Beà por Manuel Barrero
Galería de imágenes

Reciente entrevista con Beà


[ © 2003 Javier Mora Bordel, para Tebeosfera 030131 ]