TEBEOSFERA \ SECCIÓN  

GOLDEN CH@T   /  3

Carlos M. Federici

por CARLOS M. FEDERICI 


Golden Age: Harold Foster y Chester Gould, bis


Golden Age... ¡La Edad Dorada! Todos éramos más jóvenes por entonces; y el  mundo también lo era. Más que un tiempo, un lugar. Un lugar adonde  ir. O adonde regresar. Uno de esos sitios (igual al barrio, que decía el Gordo inmortal) adonde siempre se está llegando.

ME COMPLAZCO en decir que mis dos propuestas de evocación nostálgica de las viejas y queridas “tiras” recibieron una más que entusiasta y amable acogida por parte de los lectores de Balazo en su día. Luego me llegaron varios pedidos a favor de un mayor abundamiento sobre el tema abordado en la entrega previa, de saber más acerca del maestro Harold R. Foster y de sus soberbios trabajos historietísticos, y de la mística de Chester Gould y Dick Tracy. Dado que el tema es por completo de mi predilección, vayamos sin más preámbulo a tan grato asunto.

Foster, nacido en 1892 en Halifax, Nueva Escocia (una provincia del Canadá), se trasladó con su familia a Winnipeg en 1906. Según algunos de sus biógrafos, el chico, de apacible talante y modales educados, fue antagonizado por los “matones” de su nueva escuela. En reacción a tan incómodo estado de cosas, se dedicó a perfeccionar sus habilidades boxísticas, y tan buen éxito tuvo que, más adelante, militó en filas del pugilismo profesional... Su derecha, sin embargo, iba a estar destinada a fines más elevados.

Cansado de la rutina burocrática a que se vio sometido en su primera juventud, optó por explotar sus habilidades artísticas, que también había demostrado poseer desde muy pequeño. Pero en un principio —suele ocurrir con los grandes talentos— lo eludió el éxito, de manera que, cambiando radicalmente el rumbo, tomó un empleo como guía en las remotas extensiones del Ontario occidental y zonas norteñas de Manitoba. Más adelante, buscó oro. En 1917, dice uno de sus biógrafos, localizó una veta de un millón de dólares. Por desgracia, su filón le fue usurpado tres años después por un oportunista. En vez de sucumbir a la cólera o a la desesperación, Foster se volcó al dibujo.

Cambiando su selvático hábitat por la abigarrada urbe de Chicago (donde arribó en bicicleta), asentó con firmeza ambos pies en el mundo del periodismo gráfico y también el del cómic. Y ya no habría de dejarlo.

Después de ilustrar las aventuras de Tarzan (entre 1931 y 1937), con el aplauso de público y colegas, pasó a crear su obra máxima, Prince Valiant, a cuya realización, de soberbia factura, increíble minuciosidad e indeclinable honestidad artística, consagró de 53 a 55 horas semanales durante más de tres décadas, desde 1937 hasta 1971. En este año abandonó la realización gráfica en manos de su colega John Cullen Murphy, aunque continuó escribiendo los guiones y supervisando el acabado general por varios años más.

Foster tenía pensado no ceder jamás a su criatura; incluso había planeado la muerte del héroe, en el campo de batalla, como corresponde a un adalid. Pero el King Features Syndicate decidió otra cosa: Val sobrevivió a su hacedor, y no sólo eso: una página de Internet que mantiene el KFS nos informa de la evolución sufrida por los principales personajes, ahora a cargo de John Cullen Murphy.

Cabeza de familia, padre de cinco hijos, Val se ha alejado de la gesta heroica para convertirse en consejero del Rey Arturo. Aleta, su hermosa mujer, mantiene un perenne encanto, cuya gracia no empaña ni siquiera su adquirida condición de abuela.

El Príncipe Arn (nacido en 1947 sobre suelo norteamericano) tomó la posta aventurera de su célebre padre. Casado con Maeve, hija de Mordred, el malvado hermanastro de Arturo, dio a Val y a Aleta su única nieta, Ingrid.

Las dos hijas gemelas de Valiente, Karen y Valeta (1951), sólo se parecen por sus rasgos. Karen es alegre e irreflexiva, mientras su hermana es más seria y discreta. Karen, una amazona guerrera en su adolescencia, se casó más adelante con Vanni, hijo del legendario Preste Juan (flagrante “licencia poética” del nuevo argumentista, por cuanto, históricamente, median unos siete siglos entre “los Días del Rey Arturo” y la hipotética existencia del Preste). Valeta, por su parte, ha puesto sus ojos en un sacerdote druida, Cormac. Galán, nacido en 1961, desentona de su belicosa familia: se inclina más bien al estudio de las ciencias. Y Nathan (tan joven que ni siquiera tengo sus datos de nacimiento), fue secuestrado al nacer, nada menos que por orden del emperador Justiniano..., pero lo rescató bizarramente su hermano mayor, Arn.

Dejando por el momento la fabulosa gesta medieval, trasladémonos a la época violenta de la Ley Seca y las guerras de gangsters en Chicago y Nueva York: en una palabra, el mundo de Dick Tracy, brillantemente gestado por Chester Gould.

Nativo de Pawnee, Oklahoma (1902), Gould comenzó a interesarse por el dibujo cuando todavía no había salido de la Secundaria. Tomó un curso por correspondencia sobre el cual no he hallado datos específicos, pero que indudablemente debió serle útil, pues le sirvió de pasaporte para el Tulsa Democrat, un antiguo periódico local.

Ansioso de mejorar, se trasladó a Chicago en 1923, para perfeccionar sus estudios en el Art Institute de esa ciudad. Una vez que, a su propio juicio, estuvo listo, se dedicó a forjarse el ingreso al ámbito del periodismo gráfico. Logró diversas asignaciones, pero la falta de perspectivas más auspiciosas lo descorazonaba.

En 1928 se enteró de que Sidney Smith —célebre en esa época por su tira “The Gumps”, aguda sátira de las costumbres norteamericanas—, acababa de firmar un contrato nada menos que por un millón de dólares con el Chicago Tribune. Vale decir, que le reportaría un ingreso anual de $ 100.000 ¡durante diez años!

Según se rumoreaba, Smith estrenaba un Rolls-Royce cada doce meses. Aquello decidió las cosas para Chester. Su objetivo estaba marcado..., tan inexorablemente como el rumbo letal de las balas de su futuro héroe.

El camino estuvo erizado de espinas (metafóricamente hablando), pero el sexagésimo séptimo intento de Gould se vio coronado por el éxito. Y tan excesivo fue el efecto “pendular” compensatorio, que el éxito se adhirió a Gould y a Dick Tracy por más de medio siglo, a contar desde el debut de la tira, el 12 de octubre de 1931.

Los temas de crimen y violencia, ampliamente tratados en el cine, eran, sin embargo, nuevos para los cómics de entonces. Podría decirse que Dick Tracy inició un género, ante la ferviente aclamación de una audiencia desprevenida; más adelante, también, conducida por la magistral narración de Gould, se anticipó a los filmes de police procedure (o sea, técnicas de investigación de la policía), describiendo minuciosamente los métodos que se usaban en la lucha contra el delito. Para lo cual, honesto documentalista, Gould asistió a cursos especializados, de los que se impartían a los detectives y agentes del FBI.

Pero por encima de todo la serie brilló en un aspecto: la grotesca caracterización de los villanos, tan repulsivos en su diseño gráfico como en los retorcimientos de su psiquis, que Gould describió de un modo que habría hecho frotarse las manos al propio Sigmund Freud.

Y aún hay más: la famosa “radio de pulsera” de Tracy (un alarde de anticipación), que, además de «convertirse en un objeto utilizado por la propia policía», según se afirmaba, sin mayor fundamento, en los años ’50, representó un jugoso ingreso adicional para su creador, ya que el modelo se comercializó para consumo de una ávida clientela infantil.

El éxito de la tira parecía asegurado. No obstante, en los ’60, Gould incurrió en un notorio traspié, al introducir en ella elementos de ciencia ficción en tono de comedia, poco acordes con el sombrío cariz de la serie. Quizás fuera que los gustos del público estaban cambiando, y una época llegaba a su fin... Chester Gould se retiró en 1977, justo el día de Navidad.

BALANCE FINAL: Tanto Harold Foster como Chester Gould (tan distintos entre sí como pueden serlo dos historietistas que actuaron contemporáneamente), tienen puestos destacados en la historia del cómic. Dijo del primero el especialista español Javier Coma:

«[Su] Príncipe Valiente fue casi siempre un fascinante espectáculo, magnificado por la reproducción en páginas de amplias dimensiones y color fastuoso. [...] Harold Foster logró henchir de magia creativa una historia monumental sobre la caducidad del mundo y del hombre.»

A lo que yo me tomaría la libertad de agregar que ese mismo esplendor visual opacó —injustamente— los notables méritos del Foster escritor. El fue, sin duda, uno de los más sensibles e inteligentes constructores de argumento y diálogos que hayan jerarquizado a la historieta. Repásense con cuidado sus páginas, intentando abstraerse por un momento de sus lujos gráficos, y podrá comprobarse la veracidad de este aserto.

Gould fue también (aprovechemos para consignarlo) un magnífico narrador, aunque su estilo se apoyó, contrariamente al de Foster, en todos los convencionalismos propios del género que tan eficientemente supo explotar.

Su dibujo, nada académico, carente de perspectivas realistas y proclive a la caricaturización, sirvió quizá para darle dinamismo a la historia, al par de mitigar su crudeza.

Ranking personal: ¡Dos Grandes!

Fiat Lux!


GALERÍA DE IMÁGENES ( haga clic para ampliar cada una de ellas) 

Este hermoso cuadro, en el que el Príncipe Valiente enfrenta con temeraria gallardía a una banda de feroces vikingos, blandiendo su recién adquirida Espada Cantante (hecha del mismo acero y provista del mismo encantamiento que la famosa hoja Excalibur, del Rey Arturo), figuraba en una de las páginas que Hal Foster obsequiara al por entonces joven admirador suyo, Ray Bradbury. Así lo rememora el autor de Crónicas Marcianas: «Coleccioné las historietas de “El Príncipe Valiente” durante más de 30 años y le escribí verdaderas cartas ‘de amor’ a su creador, al que informé que le tenía por el Más Grande de todos los artistas que viera en mi vida. El me recompensó enviándome dos de sus gigantescos originales..., de los cuales sólo me separará la Parca...».

“El Príncipe Valiente contra Atila” fue el segundo título de la serie publicada por “Acme”. Aunque estos libros no reproducían la secuencia completa de la historieta, tal como Hal Foster la concibiera originalmente para su aparición en las páginas dominicales de los diarios, sino que extractaban parte de los episodios, suprimiendo aquellas instancias que no comprometían la coherencia de la trama. Sin embargo, en este libro se ve el rostro del personaje Hulta, mencionándosele como uno de los aliados del Príncipe en la lucha contra los bárbaros, sin más detalles. Los lectores de la tira original, en cambio, conocieron el secreto de Hulta, una valerosa chica que se disfrazó de soldado a fin de poder vengar a su padre, muerto por las huestes de Atila..

Las guardas del segundo libro de “Acme” llevaban este mapa de “Europa en el siglo V”, cuyo pretendido verismo histórico resultaba absolutamente convincente para el joven lector de la época.

En este sugestivo cuadro de la historieta de Foster se revela el famoso travestismo de Hulta, omitido en el libro de “Acme”. Habría que aguardar unas cuantas décadas para que “Mulan” tomara una determinación análoga...

En 1938, segundo año de la publicación de Prince Valiant, Foster introdujo en sus páginas estas pequeñas imágenes (que llevaban el rótulo “guarde esta estampilla”), aplicadas al pie. Las mismas reproducían motivos relacionados con la historieta y con la época medieval.

En estas estampas se aprecian dos menciones de acontecimientos históricos: los sajones se establecen en Europa (455 D.C.) y Roma tiembla ante la amenaza de Atila. En tanto, en terrenos de la ficción, se nos informa que el Príncipe Valiente llegaba a Inglaterra en el año 425.

En el decenio de 1960, Gould intentó una suerte de “actualización” de su tira, introduciendo elementos de ciencia ficción y sustituyendo en parte la ácida ironía de los comienzos por un estilo de humor más cándido, manifestado en la cómica relación de Junior con la “Chica de la Luna”.

El sello editorial Mondadori ofreció en 1973 al público italiano una recopilación de algunas de las tiras de Dick Tracy, desde su inicio en 1931, bajo el título de Dick Tracy – Carriera di un detective. La introducción corría por cuenta de Ellery Queen, una de las firmas más populares en la narrativa policial.

Fragmento de una página dominical de Dick Tracy publicada en 1937. El dibujo no había llegado aún a la depuración de estilo que habría de caracterizarlo en las siguientes dos décadas.


  Carlos María Federici  (Montevideo, 1941) es autor de seis novelas, un par de colecciones de relatos de ciencia ficción y ficción detectivesca, también de diversos cuentos, artículos y trabajos periodísticos, recordándose su participación como estudioso de la historieta en Balazo. Su obra ha sido traducida a varias lenguas y le han sido otorgados galardones en certámenes literarios nacionales e internacionales. Para contactar, haga clic aquí.


 [ © 2003 Carlos M. Federici, para Tebeosfera 0303930 ]