ARDE MADRID...
ANTONIO MARTÍN

Notas:
Texto que sirvió de prólogo libro tercero de la serie 36-39. MALOS TIEMPOS, escrito por Antonio Martín, editor también de estos tebeos. A la derecha, imagen de la primera página de este documento.

ARDE MADRID....

 

 

 “(...) Madrid, 1937,
En la plaza del Ángel, las mujeres
cosían y cantaban con sus hijos,
después sonó la alarma y hubo gritos
casas arrodilladas en el polvo,
torres hendidas, frentes esculpidas
y el huracán de los motores, fijo.
( ... )”

Fragmento del poema “Piedra de Sol”
México, 1957. Octavio Paz.

            El tercer libro de Carlos Giménez dedicado a la Guerra Civil Española lo forma un mosaico de historietas cortas que se estructuran en torno al personaje Marcelino, el obrero del que el autor se sirve para vertebrar los cuatro libros de la serie 36-39 Malos Tiempos. La acción se centra en el cúmulo de desastres que la guerra trajo a las gentes de a pie que vivieron y sufrieron la guerra, y específicamente en los bombardeos que asolaron Madrid.

 

 

La Batalla de Madrid

 

       Se ha hablado poco y se sabe poco a nivel popular sobre los bombardeos que los rebeldes descargaron sobre Madrid durante la guerra civil. El primer bombardeo tuvo lugar el día 7 de agosto de 1936, y fue realizado por una escuadrilla de aviones Junker-52, los primeros que la Alemania nazi facilitó al general Franco. El día 26 los aviones enemigos sembraron Madrid con miles de octavillas que decían:  Se ha dado principio ya a las operaciones aéreas precursoras de la ocupación de Madrid, que se hará en fecha muy próxima (...) Si se persiste en una suicida terquedad, si los madrileños no obligan al Gobierno y a los jefes marxistas a rendir la capital sin condiciones, declinamos toda responsabilidad por los graves daños que nos veremos obligados a hacer para dominar por la fuerza esa resistencia suicida. Saber madrileños, que cuanto mayor sea el obstáculo más duro será, por nuestra parte, el castigo (...)” . El texto es elocuente y la amenaza iba dirigida a todos los habitantes de la ciudad por igual, sin distingos.

 

       Amenaza que el general Franco cumplió sobradamente.

 

       El día 27 de agosto de 1936 Madrid fue bombardeada de nuevo. Lo mismo sucedió el día 31 de agosto, con un numeroso saldo de heridos y muertos pues el bombardeo se realizó sobre lugares muy céntricos de Madrid. También fueron bombardeados el Ministerio de Gobernación (Puerta del Sol) y el Palacio de Comunicaciones (Plaza de Cibeles). Los generales rebeldes, con Franco convertido ya en general de generales, acababan de dar un paso adelante en la guerra total: el bombardeo de las poblaciones civiles para desmoralizar al enemigo, un preanuncio de la guerra sicológica mediante el terror, que tan lejos llegaría durante la Segunda Guerra Mundial. En los meses siguientes continuó el machaqueo de la aviación sobre Madrid, con especial intensidad los días 23 al 30 de octubre de 1936, en que aumentó el ritmo de los bombardeos llevados a cabo por los aviones Junkers-52. El 23 de octubre de 1937 los Junkers 52 lanzaron sus bombas en la zona de las calles Fuencarral, Luna y Preciados, en pleno cogollo del Madrid popular y céntrico y se cobraron gran cantidad de vidas. Según cita Bravo Morata  --en su Historia de Madrid volumen 11 Extra--, el periodista Luís Enrique Délano escribió al día siguiente: “de una cola de mujeres que compraban alimentos sólo quedan trozos de carne quemada, hacinamiento de cadáveres”. Ese día y los siguientes casas y manzanas enteras de edificios se vinieron abajo reventadas por las bombas, mientras que niños, mujeres y ancianos cayeron bajo la metralla.

 

      Cuando las fuerzas rebeldes se estrellaron contra la resistencia que ofrecía Madrid y el asalto de su infantería fue frenado en la Casa de Campo, en la Ciudad Universitaria y en el Puente de los Franceses, aumentó el bombardeo sobre la ciudad. Por un lado, los cañones de largo alcance situados en el Cerro Garabitas en la Casa de Campo cubrían diariamente la distancia con la Gran Vía madrileña y sus obuses iban a estrellarse contra el edificio de la Telefónica, por entonces el más alto de la ciudad, y las fachadas de calles y casas cercanas. Por su parte, la aviación del general Franco descargaba sus bombas día y noche sobre la ciudad, abriendo grandes calveros en toda la geografía urbana, allí donde los edificios derrumbados se venían abajo impactados por las bombas. En el doble bombardeo, tanto sufrían las casas más altas e importantes como las corralas de vecinos y las casas proletarias y las callejas y plazas, allí donde niños, mujeres y ancianos tomaban el sol de la guerra. Los madrileños se refugiaban donde podían, siendo las estaciones de metro el más común de los refugios antiaéreos y cuando no llegaban hasta ellos morían.

       El 19 de Noviembre Franco y su Estado Mayor comprendieron que Madrid no iba a caer tan rápidamente como habían creído y anunciado al mundo entero. Por ello se decidió someter la ciudad a un constante bombardeo tanto artillero como aéreo, que iba a durar prácticamente hasta el mes de marzo de 1939. Tanto la aviación española, dotada con aviones italianos y alemanes, como la aviación militar de Alemania e Italia desplazada al escenario de la guerra de España, montaron un carrusel de bombardeos constantes. Tanto que en unas declaraciones al diario inglés The Times, Franco llegó a decir que prefería destruir la ciudad antes que dejarla en manos de la República, según el historiador Anthony Beevor  --en su libro La Guerra civil española--.

 

        Noviembre de 1936 terminó con un saldo de cientos de muertos y miles de heridos que la aviación enemiga había causado en las calles de Madrid más que en las trincheras de primera línea. Se ha hablado y dicho mucho públicamente sobre los terribles bombardeos que la Aviación Legionaria Italiana desencadenó sobre Barcelona, siendo el primero de fecha 17 de febrero de 1937. Y es verdad. Pero, como antes señalaba, es muy poco lo que se ha dicho del continuo bombardeo que Madrid sufrió. En diciembre de 1936 continuaron los bombardeos, que según los datos recogidos causaron en solo diez días 365 muertos y mil y pico heridos. El día 3 de diciembre de 1936 los barrios madrileños de Cuatro Caminos, Tetuán, Chamberí y Universidad sufrieron un fuerte bombardeo. El día 7 de diciembre una delegación de diputados laboristas ingleses hubo de soportar en Madrid un fuerte bombardeo y el teniente coronel Asensio, del ejército de Franco, que presenció el ataque desde sus avanzadillas en la ciudad Universitaria, dijo: “Ha sido una película de gran espectáculo y el mayor castigo de cuantos se han infringido hasta ahora a la capital  --según recogía el diario ABC, de Sevilla--. El día 9 de diciembre el eminente literato y notorio hombre de derechas José María Pemán dijo en una alocución desde Radio Castilla: “Después de ver Madrid desde sus puertas, debo deciros que la artillería y la aviación nacionales, antes de tomar la ciudad están purificándola”.  No creo necesario comentar estas sangrientas declaraciones. El día 12 de diciembre se desencadenó un fuerte bombardeo sobre las zonas de Argüelles, Paseo de Rosales y Moncloa, según parece a cargo de la aviación alemana. El día 31 de diciembre, al sonar las campanadas de las doce de la noche la artillería situada en la Casa de Campo inició un fuerte cañoneo sobre la ciudad, que no cesó en toda la noche.

 

      El año 1937 solo fue más de lo mismo. Y 1938 y 1939 más. Con la única variable de que las aviaciones conjuntas española, de Franco, de Alemania e Italia extendieron sus bombardeos a Almería, Málaga, Valencia, Alicante, Barcelona, Jaén y una mayoría de las ciudades republicanas. Con el terrible caso de la villa foral de Gernika, destruida en un 70% por un bombardeo de la Legión Condor alemana el día 26 de abril de 1937, durante el cual se lanzaron miles de bombas de diversos modelos sobre una población civil completamente indefensa.

La guerra acabó en marzo de 1939, cuando, por fin  --y en cierta medida debido al derrotismo y la traición de algunos militares, políticos y sindicalistas--  Madrid cayó en poder del ejército de Franco.

La guerra había acabado, según Franco se encargó de recordar en su Parte de la Victoria del 1 de abril de 1939.

 

 

La Guerra Civil española en la historieta

 

        La guerra civil española en el Madrid sitiado y bombardeado...  Aquellos días, cruzados por el trueno de las bombas y el rayo de la muerte, el estrépito de los edificios al venirse abajo tocados por el enemigo, los mil olores que se entremezclaban en las estaciones de metro donde se apiñaba toda clase de gentes para huir de los bombardeos, las fogatas improvisadas para paliar el frío de la Sierra madrileña, los niños pequeños llorando inconsolables ante la falta de todo y a veces por la falta de los padres, los colores de la guerra: gris, gris ceniza, negro con toques de amarillo y rojo producidos por la explosión de las bombas, el silbido de los obuses que pasaban de largo para descargar unas calles más allá.

 

      Ante aquella realidad tan cercana en el tiempo y en los sentimientos, que permanece viva en la historia personal de varias generaciones de españoles, qué pocos libros de cómics, que escasas historietas sobre la guerra civil, tenemos,  que sean válidas en su contenido y en su expresión, obras que objetivamente puedan valorarse y llevarlas a esa gran antología del cómic español que está aún por hacer.

 

     Apenas si tres o cuatro autores españoles y otros tantos europeos han sido capaces de descender al espanto de los días de la guerra civil y hundirse en la sangre hasta los tobillos, apestarse con el olor de los cadáveres, escuchar el rugir de las tripas llenas de hambre, herirse al pasar entre las ruinas de los edificios bombardeados... para  intentar comprender lo que no se puede comprender, para al final llevar al papel su visión de aquella guerra y contarnos, muchas veces con frustración y rabia, la historia de aquellos días y aquellas gentes.

 

     Carlos Giménez  ha explicado en reiteradas ocasiones, en público y en conversaciones personales, que no puede dibujar lo que no conoce, ya sea por conocimiento directo o a través de personas interpuestas, como es el caso de la guerra civil. Carlos Giménez necesita creer en lo que cuenta, asumir el tema o los temas en sí mismo, hacerlos suyos. Así, toda la materia narrativa que maneja se convierte en biográfica, no en el sentido literal de algo vivido personalmente sino en el más amplio de acontecimientos e historias que integra en su conocimiento y juicio, y a partir de los que se vuelve cronista de los mismos.

 

      Carlos Giménez hace en 36-39 Malos Tiempos la crónica de la guerra en la retaguardia, pero en la retaguardia de una ciudad que prácticamente toda ella era frente de batalla. Sus personajes deambulan por calles con casas con puertas y ventanas reventadas por la bombas, son víctimas de los bombardeos, padecen el hambre más desgarradora que les lleva a las puertas de la muerte y sufren a diario por la falta de todo.  

 

     Lo difícil es lograr contar medianamente bien, para transmitirlo al lector, lo que significó para aquellas gentes vivir los casi tres años de guerra, conviviendo a diario con la suciedad y los piojos, las heridas de todo tipo y la falta de medicinas, el frío y la escasez de combustibles, el hambre que no se calmaba comiendo el magro racionamiento que la Junta de Madrid podía lograr para los madrileños, ni siquiera con el suplemento de lo que algunos afortunados o desesperados lograban en el mercado negro, y menos aún con las gachas, sopas aguadas, hierbas y raíces –afortunado si podían cazar un gato--  y cualquier cosa comestible, aunque no siempre digerible, que los más sumisos, débiles y pobres echaban a su olla.

 

      Es imposible que el lector pueda hoy ver, tocar y conocer aquellos días. Ningún libro puede revivir aquello plenamente. Ninguna historia puede contarlo. Ninguna película ha logrado recrearlo tal como fue. Ninguna fotografía puede mostrarlo por completo. Es imposible. Y sin embargo, Carlos Giménez lo intenta.

 

      En este libro tres de 36-39 Malos Tiempos representa los bombardeos en las dos dimensiones  que la historieta permite, pero lo hace con tal dureza y gravedad que el estallido de las bombas puede retumbar en los tímpanos de los  lectores más atentos, mientras sus narices se atufan por olor mezclado de explosivos y cadáveres reventados. Giménez representa esos momentos en viñetas lúgubres, más lúgubres por las personas que dibuja, personas espantadas, que se retuercen de dolor por sus familiares muertos y que se descoyuntan en posiciones inverosímiles sin que Giménez respete la anatomía, que tan bien conoce y tan bien dibuja en otras obras. 

 

 

La Crónica del Madrid en llamas

 

       Tal y como Carlos Giménez se planteó al inicio de esta obra, en este tercer libro nunca se ven militares ni gente armada por las calles de Madrid, ya que lo que quiere es contar la vida y el sentir del paisanaje y cómo ni siquiera los bombardeos lograron derrotar a los madrileños que creían en la causa republicana. Cierto que en algunas páginas dibuja escenas de hazañas bélicas centradas en las defensas las trincheras madrileñas, en  viñetas que representan la primera línea de fuego. Pero la obra está dedicada a contarnos la vida cotidiana de los quienes sufrieron la guerra y no de quienes la hicieron activamente. 

 

     Con esta intención, Carlos Giménez siembra las páginas del libro con los carteles y pancartas, auténticas, que recogían  los eslóganes de la guerra en Madrid: “Evacuad Madrid”, “No Pasarán”, “Confiad vuestra familia a la República”, “Madrid será la tumba del fascismo”, “¡Al ataque, la consigna es vencer!”... y una y otra vez  “No Pasarán”, “Leed, combatiendo la ignorancia derrotareis al fascismo”, “Ni un paso atrás”, “No pasarán”...  Estos carteles no son decorativos, Giménez no los sitúa en sus páginas casualmente ni para “hacer bonito” sino que con ellos recrea el clima de guerra en que Madrid se encontraba inmerso.  Pero en su narración solo son elementos que ofrecen una lectura secundaria por debajo de la acción principal, de manera que la cotidianeidad de la guerra, vivida por personas anónimas sin importancia, resalta y se hace mayor y más destacada al vivirse sobre ese fondo altisonante de consignas heroicas y frases grandilocuentes. Y eso es lo que Giménez quiere contarnos, la vida de los adultos y niños que formaban la masa de la población de aquel Madrid en llamas, y el cómo, pese a la guerra, intentaban seguir viviendo cada día. 

 

      Por ello, el personaje principal del libro sigue siendo Marcelino, el trabajador anónimo que representa junto con su familia a los habitantes de la retaguardia del Madrid en guerra. Se trata del mismo personaje que Carlos Giménez ya ha utilizado en los dos libros primeros de 36-39 Malos Tiempos   --un personaje incrustado por el autor en la narración para servirse de el en el rol de testigo e intérprete popular de lo que el pueblo vive en el Madrid en guerra--.  Junto a Marcelino y con él están su mujer, Lucía, y sus hijos, que son la voz de la que Giménez se sirve para transmitirnos sus pensamientos y opiniones más personales. Curiosamente, Lucía es un personaje que le ha crecido entre las manos al autor, algo así como un personaje “durmiente” que toma más y más protagonismo a lo largo de la serie y este tercer libro casi sustituye a Marcelino en nuestro interés.  Ella educa, cuida, consuela, busca comida, cocina, limpia y enseña y da cariño a toda la familia, y cuando es necesario muestra su fuerza en defensa de los suyos, a los que pone por encima de la guerra y de toda consideración política. Tal y como muchas mujeres hicieron en la guerra y en la dura posguerra franquista. 

 

      Prodigiosamente, Carlos Giménez cada vez escribe mejor, según avanza la obra. Sus guiones están medidos y controla perfectamente el montaje, sus textos se mantienen en un dificilísimo equilibro entre lo que son hechos objetivos y lo que sus personajes dicen y lo que el, como autor comprometido y responsable de lo que está narrando, piensa. Y, con todo ello, nos lleva de página en página con el pulso de un narrador de primera. El dibujo se pone al servicio de la historia y aún más de los sentimientos y sensaciones que  les suponemos a los personajes. Es así como en algunos momentos, para mejor servir al dramatismo de la historia, a Giménez le importa poco ni nada el dibujar bonito, es cuando convierte a una multitud en meros peleles que  mueve a tirones. Cuando dibuja  personajes acartonados, rígidos, feos, distorsionados, apenas meros bultos con cara, con narizotas, con gafas, con gestos de horror, que nos abruman y forman parte del coro trágico de estos nuevos desastres de la guerra. Algo que no por obvio será evidente para todos los lectores. Sobre todo en la capacidad de asumir como parte de la historia propia  la tragedia de la guerra civil española.

 

      Después... Qué pocos cómics sobre la guerra civil española nos quedan entre las manos que sean válidos y no simples aventuras de buenos y malos. No se trata ya de seguir contando las batallas perdidas y ganadas y por quién. Ya sabemos cuál fue el final de la guerra. Ahora se trata de bajar a las zanjas, de sacar a la luz la memoria colectiva junto con los huesos de los asesinados al borde de los caminos o contra las tapias, de aprender y contar cómo vivieron los españoles aquellos tres años de guerra. Se trata de ser capaces de conocer y comprender lo sucedido. Aquellos tres años de guerra que millones de españoles vivieron con un miedo horroroso que les hacía cagarse por las patas abajo, con el corazón y el estómago convertidos en piedras endurecidas, con el alma desgarrada por las balas y las bombas, mientras recitaban para vencer el miedo como un mantra: “Mañana, mañana, mañana...”   

 

    Y es que muy poco autores de historietas nos han logrado contar la verdad, o al menos una parte de la verdad, de la auténtica guerra civil. La guerra que no está en los carteles de época, ni en las canciones coreadas, ni en los discursos, ni en los partes de guerra de aquellos días. La guerra de los que murieron voluntarios por un ideal y también la de los que murieron por obligación y sin quererlo. La guerra de los asesinados y la infinita, desesperada y desolada guerra de los muchos que descubrieron que detrás de la palabra “mañana” no había ningún mañana sino más muerte y la esclavitud reservada a los perdedores de las guerras.

De todo ello nos cuenta Carlos Giménez en los cuatro libros de 36-39 Malos Tiempos.

TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2009): , 2008, Antonio Martín
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Antonio Martín (2008): "Arde Madrid...", en 36-39 MALOS TIEMPOS, 3 (2008). Asociación Cultural Tebeosfera, Barcelona. Disponible en línea el 11/XII/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/arde_madrid....html