CARLOS NINE. DE CARLITOS A SAUBON (OTRO CARLITOS)
|
Un dibujo a lápiz de Nine es una obra magistral, lo es con tinta y más tarde con acuarela. Una de sus cualidades es la de mostrar estas tres etapas en un mismo plano.
Generalmente cuando se ha pasado por el boceto a lápiz, el entintado y el color, es cuando al lector le toca ver no por elección propia, sino porque el sistema de producción editorial es lo que permite ver la obra terminada. De otra forma tendríamos tres obras, y no obras que esconden otras obras. Desafortunadamente tampoco hay tantos autores que justifiquen al medio editorial este tipo de producción. En blanco y negro o en colores su trabajo es de un impacto visual desorbitante, de formas siniestras pero familiares. Una mezcla ingeniosa de cultura de masas para entendidos. Disney y Dalí juntos en un mismo plato. Un plato de tallarines rociado con discursos sociales y surrealismo rioplatense. Anécdotas arrabalescas, referencias literarias y prescripciones médicas firmadas por el relojero de «Alicia en el país de las maravillas». Es una incansable pelea, entre el ojo dispuesto a todo y el cerebro que duda por participar en una orgía de luz y sombra que hacen creíble lo abstracto.
Figura 1: Ilustración, Superhumor no. 27, mayo de 1983. |
Nine se define así mismo como neofigurativo y en su trabajo fluye un claro espíritu renacentista. Pero habrá que adentrarse en el terreno profesional para entender cómo es que este fenómeno no comercial se desenvuelve con éxito en un entorno para las masas.
Como muchos otros artistas de su generación, Nine encuentra atractivas la ilustración y la historieta, dos disciplinas que dependen directamente de la plástica y que la mayoría de los artistas de formación académica reniegan o catalogan como cultura de masas o arte automático. Esto tiene doble valor, porque se da a la tarea de jugar en la ambigüedad y asumir tales riesgos. Poseer una formación académica y lograr un resultado libre de complejos. Lo cual no es una decisión fácilista, cómo él mismo describe: «...una situación poco cómoda, fronteriza, pero al mismo tiempo interesante, porque en realidad lo que uno hace es una guerra de saqueo en ambos lados para tomar de esas regiones lo que le interesa» [1]. A todo esto hay que agregarle la difícil tarea de entrar en un mercado editorial de un país que siempre está en crisis, como Argentina.
Por una casualidad histórica, el país se encontraba en un momento interesante para el caldo de cultivo de este autor. Por un lado la dictadura militar (1973-1983) permitió que un medio impreso se desarrollara a su sombra como opción a la información política oficialista. Este medio fue la revista Hum® [2], donde a partir de 1982 Nine empieza a publicar ácidas caricaturas políticas en sus portadas. Y por otro lado, el final inevitable de la dictadura también permitió el lanzamiento, en septiembre de 1984, de la mítica revista de historietas Fierro[3] donde Nine empieza su obra historietística.
Figura 2: Página de «Un hombre en algún lugar» (guión de Dalmiro Saenz), Fierro no. 1, septiembre de 1984. |
De no ser por esta especie de destape con hedor a riachuelo, lleno de euforia democrática, donde todas las propuestas anticonvencionales eran muy bien recibidas por el lector, a Nine le hubiera llevado mucho más tiempo una inserción exitosa en el mercado historietístico y un desarrollo en el plano profesional, al menos relacionado con la historieta. En una época menos escabrosa, Nine hubiera sido, quizás, el accidente editorial de un despistado o amateur editor. Un ejemplo de este caso llegó a darse a principios de la década del noventa al intentar introducir la serie de «Keko el mago» en España [4], época en la que el lector promedio de historietas no lograba reponerse aún de la resaca que dejó a su paso el llamado boom del cómic adulto [5]. Así fue como en las páginas de la revista española Zona 84 [6], se cancelarían las entregas de «Keko el mago», donde el encargado de la comunicación con los lectores [7], apenas reconocía en una pequeña nota el hecho, disculpándose ante dos lectores españoles que querían saber por qué se había cancelado la serie de Nine en esa publicación. «Al parecer Keko quedaba algo más allá de lo que muchos lectores estaban dispuestos a ver en estás páginas. El enorme talento de Nine, que nunca dejamos de alabar entre profesionales, bordea por su libertad de planteamientos gráficos y narrativos una anticomercialidad de la que éramos y somos concientes» [8].
Sólo luego de que una generación rechazara su Keko, vendría la apertura del mercado europeo. El editor italiano Dario Mogno publicó su primer dibujo en Europa y Nine aún lo acuerda como uno de los pocos con conciencia política del género. La conciencia política en la obra de Nine es una dominante en su discurso narrativo, al igual que el manejo de códigos populares. Eso es obvio en «Keko el mago» y en «El patito Saubon», donde aparece siempre la anécdota desgarradora, sin eufemismos, llena de salpicaduras sociales, que en manos de otro autor quizás perdería elegancia.
Así como la gráfica y los contenidos en la obra de Nine, los personajes que interpretan sus historietas cumplen también una guerra de saqueo. En este caso el saqueo se da entre referencias infantiles y planteamientos de contenidos adultos. Su obra está plagada de animales antropomorfos que hablan sobre deseos y frustraciones sexuales, permitiendo en el lector adulto una identificación directa con los contenidos y con el autor.
En Francia el éxito de uno de los personajes de Nine, «El patito Saubon», publicado originalmente en la páginas de Fierro y quince años más tarde copilado y renombrado para el país francófono cómo «Le canard qui aimait les poulet»[9] se debe a que es una línea totalmente opuesta a la tan acostumbrada línea clara[10] con la que crecieron los lectores de BD[11] que ahora son adultos y buscan un tipo de lectura con códigos menos infantiles. Este es solo un ejemplo de una antigua polémica que existe en el viejo continente sobre la interpretación de los valores sociales que dejó como herencia la famosa escuela de Hergé[12].
Podría decirse que, en cuanto a secuencialidad se refiere, la etapa pre Saubon (1982-1989) es una etapa de desarrollo, donde el autor aún anda en busca de su propio espacio-tiempo. Sus primeros trabajos para la revista Fierro revelan precisamente una etapa de experimentación. Son trabajos de un período en que su carga de producción se reparte entre las portadas de Hum® y las primeras historietas para Fierro. Un problema que Nine enfrentaría de varias maneras, cómo podremos ver.
Una de las primeras historietas de Nine aparece en una sección llamada «La Argentina en pedazos» la cual corría a cargo de Ricardo Piglia, en la que se adaptaban cuentos cortos de destacados autores de la literatura argentina. Antecedido por un texto firmado por Piglia, que servía de introducción a las adaptaciones de las historietas, Norberto Buscaglia era el encargado de adaptar el cuento de Cortázar titulado «Las puertas del cielo»[13] y Nine de filetearlo[14] en blanco y negro durante ocho páginas. En los dibujos de «Las puertas del cielo», probablemente por ser una historieta por encargo o quizás por el tono del relato –el cual se basa en la desesperación de perder a un ser amado–, no destaca ni la gráfica, ni el discurso de Nine, mucho menos melancólico y anti-solemne. Por lo que es imposible predecir el destino del dibujante y mucho menos el del narrador. Lo que sí se advierte es la influencia del maestro Alberto Breccia en la forma de cómo el cuento original es llevado a la historieta, influencia que en esta adaptación se reconoce por la capacidad de apoyarse en recursos gráficos propios, con suma libertad, más que basarse literalmente en el texto original de Cortázar.
En unos números más adelante de Fierro nos encontramos con un trabajo más personal, en el cual Nine comienza a elaborar sus primeros planteamientos: la fábula criolla titulada «Carlitos»[15], donde se puede entrever la génesis de la serie «Keko el mago» y dos grandes referencias para crear mundos poético-fantásticos a Lewis Carrol y para recrearlos a Toulouse-Lautrec. Del primero rescata la interrelación entre humanos y animales antropomorfos, conviviendo al mismo tiempo en el mismo universo, sin demasiadas complicaciones ni explicaciones de espejitos transdimensionales o de tesitos y hongos, ya superados a esta altura. Y de paso deja en claro que no es a Disney a quien hace homenaje. La segunda referente ayuda a darle una atmósfera creíble de principios de siglo pasado.
Figura 3: «Carlitos», Fierro no. 21, mayo de 1986. |
Los dos personajes principales son el doctor Oligarcoechea y su nieto Carlitos, ambos de apariencia humana, salvo que a diferencia de la Alicia de Carrol son algo obscenos, en los dos sentidos, en el literario y en el gráfico. La escena transcurre entre los medanos de una playa donde se divisa un faro que es un foco gigante. En esta playa hay una casa de tres pisos estilo mediterráneo, dejando clara la posición social del doctor Oligarcoechea. Mientras este recita un poema soberbio y algo subido de tono, porque se encuentra de buen humor, su nieto le pregunta si se ha enamorado alguna vez. «No en el sentido literario del término. Te diré, sin embargo, que pasé por fuertes calenturas en mi juventud, pero no creo que fuera lo que denominan amor en los folletines». Y más tarde remata su enseñanza con la frase «El amor no existe, hijo, es un concepto teórico. La carne sí porque se toca». A ellos se une un ser antropomorfo, de aspecto taurino, quien conduce un auto elegante: el doctor Santoro. Este se lamenta escatológicamente de haber perdido su fortuna «Fui un güevón. Y ahora soy hombre muerto, doctor. Perdí todo en la bolsa. Y sólo quedaba un camino. Me vendieron como corned beef a la vieja y querida Inglaterra...»; «Dentro de todo es un consuelo terminar mis días allí, pero que quiere que le diga doctor... me viene un frío de pensar...»; «Lo comprendo, Santoro. ¿Cuándo parte? ¿en qué buque?»; «En el H.M.S. Mauritania»; «Excelente navío, doctor»: termina así el diálogo del doctor Oligarcoechea entre los dos doctores. El doctor Santoro se dirige al H.M.S. Mauritania que reposa en el horizonte junto a un ocaso, mientras del navío descienden botes con inmigrantes rumbo a la costa. «Lindo navío... lindo navío las pelotas!... Fíjese que cosa doctor, yo subo a bordo y ellos desembarcan 15 gallinitas. Las hay polacas, turcas, judías, francesas...».
Aquí se recrea la época de principios de siglo XX, como ya dijimos. Una época caótica llena de nacionalismo exacerbado y xenofobia a causa de las grandes oleadas de inmigrantes provenientes del viejo continente. Así, los criollos son doctores de alta sociedad y los inmigrantes, las gallinitas, son prostitutas. Luego el doctor Oligarcoechea le explica a su nieto cómo funciona la trata de blancas y cómo el valor en el mercado de una de estas gallinitas es muy superior a lo que los ingleses pagan la tonelada de carne vacuna.
Luego aparecería la serie «Muertes y castigos», donde se destaca la parodia ácida al género negro norteamericano, cargado de ese sentimiento pesimista de los años de la gran depresión al estilo Chandler. Respetando las reglas del género literario, conocemos a los personajes por lo que piensa el narrador y no por como actúan, no por las acciones. Al igual que en la novela negra, el protagonista es utilizando cómo un recurso narrativo para contar la historia, lo que en las películas equivale a utilizar la voz en off. Contradiciendo, de manera deliberada –y reduciendo– las posibilidades que sugiere cualquier género secuencial.
Por otra parte, contrariamente a la propuesta en «Las puertas del cielo», aquí la secuencialidad se limita al espacio interno de las viñetas y el texto es el encargado de llevar el hilo conductivo de la historia, la secuencialidad externa. El texto es un monólogo adaptado de forma por demás explícita. Al pie de una viñeta de una de las entregas de «Crimen...», leemos el párrafo «Un terrible fogonazo estalló ante mis ojos» y en el dibujo un arma que apunta a los ojos –primero del dibujante, luego del protagonista-narrador y por último del lector– estalla, directamente a cuadro. En la siguiente viñeta el texto reza «Besé el piso evitando el mortal abejorro de plomo» y la viñeta arriba del texto muestra cómo el protagonista-narrador (un detective privado con ojos de sapo, uno de ellos de vidrio, Babously), alcanza a esquivar una bala representada por una línea cinética, mientras cae al piso.
Esta es una manera de dibujar pleonasmos. En esta serie Nine no deja nada a la imaginación. No hay elipsis que valga, porque el narrador intencionadamente no da pie, lo cual también es un ejercicio. Y de paso plantea una antítesis irónica del discurso de la adaptación de la literatura a la secuencia gráfica.
Luego vendría la serie «Keko el mago», que es el trabajo con mayor continuidad de Nine en la revista Fierro. Siguiendo la premisa del discurso de Carlitos, en lo narrativo y en lo gráfico –y en lo obsceno–, la serie cuenta también con dos personajes emparentados, Keko –que es, obviamente, un mago– y su madre doña Teta, la cual tiene, justificadamente, la forma de un gran seno. Keko es un deplorable ilusionista argentino de barrio, bien porteño. Su vida es un quilombo[16] entre edipos no resueltos, y la frustración de no ser más que un chanta[17] argentino.
Figura 4: «Keko, el mago», Fierro no. 26, octubre de 1986. |
A ellos se unen la novia de Keko, una chica huérfana menor de edad –una lolita– llamada Mechita y el compañero inseparable, el señor Gelatina, un niño gordo, de rasgos andróginos y huérfano también. Todos ellos viven aventuras de libre asociación de ideas, donde los personajes se debaten entre planteamientos freudianos que nunca resuelven y trips kafkianos que no hacen otra cosa que empeorar tales confusiones.
En una de sus aventuras, «Keko contra Kantor»[18] , la propietaria de la fabrica de caramelos Bu-Bu le encarga a Keko y compañía ir al planeta Kantor a conseguir tapioka, preciada materia prima necesaria para hacer los deliciosos caramelos Bu-Bu que los niños adoran. El único peligro es el temible Pastenaka, quien custodia la tapioka.
Keko, Mechita y el señor Gelatina abordan una nave espacial, que más bien parece una caldera antigua, de forma fálica. Luego de un vuelo accidentado, llegan al planeta Kantor, con la falsa esperanza de evitar toparse con el señor Pastenaka. Este es un ser que habla como la gente típica de los barrios porteños y tiene el rostro de un tanguero endurecido por el tiempo, cuerpo de paquidermo o galápago gigante y un caparazón ornamentado con filetes a manera de un colectivo viejo. En la misión, Pastenaka obviamente los sorprende y pretende a la joven Mechita «shi me preshta un cacho la piba te doy bastante Tapioka. Un buen toco te doy de Tapioka!» Acto seguido Pastenaka embiste de Tapioka a Keko y al señor Gelatina, quien exclama «¡La tapioka es kaka de Pastenaka, Keko!». Una vez atrapados en una montaña de tapioka, Pastenaka trata de seducir a Mechita, que se ve acorralada contra unas rocas, mientras el inmenso rostro la saborea con su enorme lengua, «¡Socorro que me excito!» grita Mechita desconsolada. Más tarde el señor Gelatina es engullido por Pastenaka al intentar defender el honor de Mechita, lo cual aprovechan Keko y Mechita para salir huyendo en la nave espacial y abandonar a su suerte al pobre señor Gelatina. Los enamorados huyen con la tapioka y en un último plano secuencia de tres viñetas, se cierra el telón de un escenario de teatro. La aventura la remata una ultima viñeta donde Keko, doña Teta y Mechita desayunan despreocupados. Mechita cuenta atolondradamente lo ocurrido a doña Teta, quien al final se impone reprimiendo a su hijo «...te me vas ya mismo a buscar a ese pobre huerfanito». En segundo plano, Keko que no deja de masticar una gran barra de pan, reniega un último «¡ufa!».
Figura 5: «Le canard qui aimait les poules», Albin Michel, Paris, 2000.. |
De las primeras apariciones de Saubon, encontramos cuatro páginas que llevan por título «El patito Saubon»[21], todavía dentro de la serie «Keko el mago». Son cuatro páginas monográficas de dibujos de perros de raza, y al pie, en el formato antiguo de una tira cómica, aparece Saubon haciendo comentarios sarcásticos sobre los perros esclavizados por el hombre. Mientras, una pequeña perrita en celo llamada Fi Fi entra en escena sólo para hacer con el pato lo que los humanos hacen con los perros. Finalmente el pato pierde la cabeza y salta encima de Fi Fi, a la que no suelta hasta alcanzar la satisfacción sexual.
Este ejercicio experimental conjuga la ilustración con la secuencia, de manera que la primera es objeto te burla de la última, pero mofándose de ambas expresiones al mismo tiempo, expresiones que tanto defiende Nine ante los apocalípticos que rechazan estos dos medios masivos. Poco después le encontraría la veta al pato y comenzarían los conflictos personales del palmípedo y sus parejas.
«El patito Saubon», en muchos aspectos, es similar al esquema de «Keko el mago», aunque más politizado. «Saubon es, además de alcohólico, un mujeriego infernal y desaforado. Su novia es una gallina que se llama Cu Cu, pero ella es estéril e histérica y él se acuesta con todas: vacas, gatas, chanchas y hasta amas de casa. Él justifica esta promiscuidad diciendo que es la forma que ha encontrado para dinamizar sus ideas marxistas, darles cierta cuota de aventura e improvisación. Según él, la izquierda anterior a la caída del Muro era victoriana y moralista. Todo se ha derrumbado a su alrededor, pero él no puede dejar de pensar como pensaba»[22]. Además Saubon tiene problemas con sus orígenes: «Es un pato con problemas de identidad, que es un debate habitual entre nosotros. Él no es hijo de pata y pato, sino de pata con ganso. Y eso lo conflictúa»[23].
En el capítulo «Ovario sentimental»[24] Saubon comienza a narrar en primera persona, un monólogo autocompasivo y desesperante: «Angustia, incertidumbre. Una vida sin objeto. Rodeado de fantasmas. Ese era yo». «Las borracheras de papá y la eterna indiferencia de mamá Gansa me habían marcado para siempre. Qué era yo en definitiva, ¿pato o ganso? Esa duda, húmeda y obscena me perseguía a todas partes». Además del obvio problema de identidad que plantea Nine sobre los argentinos, juega con metáforas exageradas, satirizando la poesía desgarradora de los tangos. Como es el echo de asociar la duda con la humedad y la obscenidad, logrando recalcar, efectivamente, la pesadez y depresión, que vive internamente el personaje. Más tarde Saubon se encuentra a la gallina Cu Cu, quien está empollando el huevo ajeno de una pareja de patos de la alta sociedad. «No podía creerlo. ¡Eran los poderosísimos Leghorn! Ella era completamente estéril, a pesar de su orgullo y su fortuna. Y él un autentico imbécil. No en vano controlaban el monopolio del huevo duro». Luego de que los engreídos Leghorn parten con su nuevo hijo de ovario ajeno, dejan a Saubon ahogado en un mar de desesperación y celos. Al final este no puede más y le reclama enérgicamente a Cu Cu haber vendido su cuerpo por dinero y ella intenta explicarle entre lágrimas la razón de su deshonra: «Mañana es tu cumpleaños»; «Y yo quería regalarte un sombrerito nuevo...». Saubon lleno de desesperación corre al bar de Víctor, donde bebe hasta el desmayo, agobiado por la culpa. El problema de Saubon es que empieza mal cada capítulo y termina peor, cuando tiene suerte, bebiendo en el bar de Víctor hasta el black out. Él nunca progresa. Es ella, Cu Cu, la que llega a progresar en algún capítulo, pero no intelectualmente, porque no tiene pretensiones intelectuales, el pato sí. Por eso ella alquila o vende su cuerpo, pero esto no le crea ningún conflicto. Y cuando se vende, es por algún desengaño amoroso con Saubon. Es el típico retrato del macho latino –seudointelectual, pero con las mismas inseguridades que el macho vulgar–; y a diferencia de la relación edípica de Keko con su madre, doña Teta, esta es una relación de dependencia emocional, por falta de cariño.
Hasta aquí llegamos al final de nuestra revisión de la primera etapa de la obra de Nine. La segunda etapa –más enfocada al mercado europeo, inédita en Latinoamérica– merece una revisión más extensa de la que podemos hacer sin conocerla en su totalidad, ya que son ediciones que no se han publicado en castellano. Probablemente más adelante volveremos a esta publicación con una segunda parte sobre la obra de Nine.