DEL RECATO DE LOS TEBEOS PARA NIÑAS BRITÁNICOS A LA LIBERACIÓN DE ESTHER
Número de 1909 de esta pionera revista para niñas.
Los cómics para niñas aparecieron por primera vez en el Reino Unido en época de la reina Victoria, y a pesar de toda la picaresca y sexualidad exultante en la burguesía victoriana, los argumentos de aquellas historietas eran tan recatados como hojas de parroquia. No eran cómics como los conocemos hoy, más bien se trataba de revistas con historias de texto ilustradas en blanco y negro y con títulos tan poco apetecibles como “Desamparada, y aun así, no olvidada” o “Solamente una esposa”. Eran de temática moralista y a menudo con narraciones tan mundanas como aburridas. The Girl’s Own Paper, nacida en 1880 y producida por una editorial especializada en literatura de orientación cristiana, puede considerarse la primera publicación para chicas. Con tales antecedentes, su objetivo era llegar a mujeres y niños de pocos recursos para animarles a la lectura. Multitud de títulos seguirían sus pasos, siempre en el mismo formato.
Las mujeres aparecían como personajes secundarios, desde el luego, y en los casos en que fueron protagonistas representaron los contados rasgos de independencia y “rebeldía” femenina permitidos a este sexo en el comienzo del siglo XX, como fumar (las jóvenes de “The Modern Maiden and her Ways”, historieta de William Kerridge Haselden publicada en Daily Mirror en 1904), vestirse de forma llamativa con prendas apretadas (las que se vieron en la serie Eve, de Anne Harriet Fish, publicada en la revista Tatler desde 1914) o desempeñar algún oficio tradicionalmente masculino (la excepcional Peggy, nacida en la revista Lark, una mujer policía en los cómics de los treinta).
La presencia femenina en las historietas británicas de principio del siglo XX fue parecida en su evolución a la estadounidense[1]
Tira de Our Dumb Blonde de 1941.
Los últimos años veinte y los primeros treinta fueron muy prolíficos para la industria británica de la historieta. Las chicas tuvieron marcada presencia en los cómics humorísticos infantiles, en los juveniles para chicas y también en las tiras de prensa dirigidas a adultos. Estas últimas las disfrutaban tanto el público femenino, debido a la asunción de modelos de comportamiento o por servir como catálogo de modas, como el masculino, en este caso por la sugerencia sensual. La obra más importante de este tipo y de este periodo fue Jane, tira de 1932 de Norman Pett que disfrutó de enorme popularidad durante la II Guerra Mundial, ya que fue usada como aliciente para las tropas desplazadas en el frente europeo. Estas historietas, en las que se mostró abiertamente la desnudez de la protagonista, compitieron en popularidad en los cuarenta con las delicadas viñetas de Arthur Ferrier, que dibujó varias series protagonizadas por bellas y a veces semidesnudas señoritas (como Our Dumb Blonde o Spotlight on Sally), que fueron mermando su atrevimiento según se avanzaba hacia la década de los cincuenta.
Lo erótico no fue la norma entre el resto de chicas de los tebeos británicos de la primera mitad del siglo. Las niñas dibujadas fueron mayormente de dos tipos desde los treinta: o eran terribles o eran adorables. Entre las primeras encontramos a niñas tan malvadas como los muchachos, caso de las inolvidables protagonistas de Keyhole Kate, serie que se publicó en la revista The Dandy, o Pansy Potter, aparecida en The Beano en 1938, que pasa por ser la primera superheroína británica (y del mismo año que Superman). Ambas fueron antecedentes de dos traviesas muchachas a cuyo lado los hermanos Zipi y Zape pasarían por dos querubines: la terrible Beryl the Peril, serie aparecida en The Topper en 1953, y Minnie the Minx, creación de Leo Baxendale para The Beano en 1958. Algunas de estas aterradoras niñas aparecieron en tebeos españoles como Zipi y Zape y otros, traducidas desde los paquetes de licencias vendidos por IPC a Bruguera.
Tiras diarias de Belinda.
Más recordadas son las niñas adorables que proliferaron en la prensa y las revistas británicas desde los años treinta, protagonistas de historietas sencillas dirigidas a las adolescentes en las que las niñas eran perfectos modelos de conducta, felices burguesitas y, ocasio-nalmente, intrépidas detectives. La serie Belinda fue la que abrió la puerta a este género en 1935 tras su aparición en Mirror, pero no continuó en los cuarenta. La industria se vería afectada gravemente cuando en 1940 los alemanes invadieron Escandinavia, cortando así el suministro del principal flujo de pulpa de celulosa al país, y muchos de los títulos de la época desaparecieron. El cómic no recuperó su esplendor en el Reino Unido hasta principios de los años cincuenta, produciéndose en aquella década una verdadera floración de títulos, tras la publicación en 1951 de Girl (que era como Eagle pero en versión “para chicas”) y el rescate del título School Friend, que popularizó el subgénero de “colegialas viviendo experiencias”. Son dignos de destacar de entre este tipo de cómics: Girl’s Crystal (1953); la sofisticada Carol Day, dibujada por David Wright para el Daily Express (1956); la serie The Four Marys, en el señero título Bunty (1958); las intrépidas Lesly Shane, Valda, Nikola o Sunny Sue, estas últimas aparecidas en la revista Princess (1960), y más chicas valerosas de papel, entre las que se cuentan Jill Crusoe, Betty Roland, Bella Barlow o la Avril Claire de June and Schoolfriend.
Jill Crusoe emulando a Robinson Crusoe en esta historieta dibujada para el School Friend Annual de 1959.
Todas las niñas mencionadas eran bravas adolescentes, proyectos de mujer singu-larmente atrevidas, que observaron un comportamiento levemente masculino, todo hay que decirlo, en contraste con la mayoría de protagonistas de historias amorosas que aparecían en esas mismas revistas o en los muchos títulos de género romántico que se publicaron en el Reino Unido entre los años cincuenta y sesenta. Abundaron las enamoradizas o pizpiretas muchachas, muy femeninas, que relataban sus experiencias sentimentales en tebeos a partir de los años sesenta, como Valentine, Star, Roxy, Love Story, Cherie Library, Judy, Mandy, Tammy y un largo etcétera, hasta llegar a Jackie en los ochenta. Fueron publicaciones que llevaron en muchos casos dibujos de autores españoles como Jorge Badía, Luis García o Purita Campos, muy popular por dibujar la serie Patty’s World, conocida en España como Esther y su mundo.
La norma de todos estos tebeos fue el recato. La sugerencia hacia lo erótico se fue canalizando en la historieta británica para adultos, que tenía su espacio en la prensa, en series como las de la modelo Tiffany Jones (desde 1964 en Daily Sketch, luego en Daily Mail) o las agentes especiales Modesty Blaise o Lady Penelope, hijas de los sesenta y de la explotación de modelos masculinos de éxito, en ese caso espías con faldas. El erotismo mostrado de forma abierta en otras series de prensa de los sesenta como Scarth o Axa pertenece a la esfera de lo fantástico, muy alejada del costumbrismo característico de los típicos tebeos para niñas británicos.
REVISTAS CON HISTORIETAS PARA CHICAS
Portada del segundo número de Bunty.
Las publicaciones dirigidas a las chicas, como Girl, Judy o Bunty, fueron algunas de las cabeceras más famosas de la época. Sus historias fueron siempre púdicas, en algunos casos infantiles, pero empezaba ya a fraguarse la división por edades de las diversas publicaciones.
Dejando atrás los tebeos para los más pequeños, como Twinkle, que puede con-siderarse la primera revista con historietas específicamente dirigidas a las niñas en 1968, y que reflejaba un contenido inocuo dedicado a las pequeñas que aún jugaban con muñecas y cochecitos a “ser como mamá”, o nos traía a personajes como “Nancy, la Pequeña Enfermera”, que junto a su abuelito regentaba un hospital para muñecas, o Betty Bright, a quien la aguja se le daba muy bien, o incluso “Las Tres Pennys”, tres criaturas con el mismo nombre cuyo mayor entretenimiento era coreografiar un espectáculo con su perro en el jardín. Otras niñas de edad temprana leían los tebeos de sus hermanos, con semanales como The Beano, Dandy, The Beezer, Topper, etc., que incluían algún personaje femenino –generalmente un terror, una versión femenina de Daniel el Travieso–, como las citadas creaciones Beryl the Peril, Swanky Lanky Liz, Minni the Minx, etc.
En contraste con estas publicaciones dedicadas a los chicos, comenzaron a llegar al mercado tebeos de un corte más adecuado para chicas. Incluso podría decirse que se hacían tebeos para niñas pudientes y otros más asequibles, si nos detenemos a comparar los precios de portada. Girl o Bunty ofrecían historias de aventuras y misterio, dramas e incluso hechos históricos reales protagonizados por féminas. Una de las primeras series históricas fue Pocahontas. Le seguirían las vidas de Juana de Arco, Mary Queen of Scots y otras heroínas… hasta que se dieron cuenta de que ésas eran las historias menos leídas por las lectoras, que preferían dejar el contenido histórico para los libros de texto y leer sobre chicas de su edad, con sus mismas inquietudes pero con un ancho camino de aventuras por delante.
Girl, número del 2 de noviembre de 1951.
Una de estas primeras revistas especializadas en asuntos “de chicas” sería Girl (la de los años cincuenta, de Hulton Press), cuyos personajes solían ser escolares de secundaria, con sus regios uniformes y sus estrictas normas, o bailarinas de ballet, con su glamour y sus cuerpos flexibles. Al contrario que las publicaciones dedicadas a chicas anteriores a la II Guerra Mundial, que sólo incluían ilustraciones y mucha letra, Girl era un soplo de aire fresco, un “tebeo de verdad”. A partir de Girl se fue dejando atrás el concepto de la mujer dedicada a su casa y su familia y sustituyéndola por otra que vivía aventuras más atrevidas y más cargadas de acción. Empezamos a ver a mujeres/niñas con profesiones que abrían sus puertas a las mujeres. Hasta entonces, las “trabajadoras” que aparecían en los tebeos se dedicaban al hogar, a la enseñanza, a la enfermería o a la oficina. Girl nos trajo a la intrépida Kitty Hawke y su tripulación femenina, creación de Roy Bailey, una versión mujeril de Dan Dare. Kitty era la hija del dueño de las Aerolíneas Hawke (y piloto de la misma), y la serie se basaba en sus aventuras y desventuras junto a las azafatas y resto de personal, dispuestas a demostrar al mundo que su pericia en un avión era cuanto menos comparable a la de cualquier piloto masculino que pudiera contratar su progenitor.
Sin embargo, Kitty no se ganaría el favor de los lectores, y poco después, establecidos ya los gustos del público, Girl comenzó a incluir personajes de diferente índole con los cuales las lectoras pudieran sentirse más identificadas, como Wendy y Jinx, una morena y una rubia, dos amigas de la Escuela Manor, que serían de las primeras en mostrarnos las interioridades de un internado británico, con una vida social muy diferente a la de las alumnas que acudían a las escuelas estatales.
Y, naturalmente, hubo seriales de diferente duración, como Susan at St. Brides, sobre una estudiante de enfermería, Vicky y la Venganza de los Incas, la historia de Vicky y su padre, un profesor en busca del oro perdido de los incas; Las Hermanas Peregrinas, dramón situado en el año 1600 en la localidad londinense de Cheapside, o la popular y larguísima saga de Belle of the Ballet, una alumna de Arenska Dancing School.
La serie Jane Bond-secret agent, publicada en Princess Tina, por Michael Hubbard.
A partir de aquí, las publicaciones inglesas para chicas comenzaron una andadura siempre cambiante. Princess y Princess Tina parecían dirigidas a un mercado de niñas de cierto estatus social en un principio. Entre sus páginas hallamos historias realmente infantiles, como las de los Trolls, el Zorro Willy o una pequeña sirenita, pero también nos trajo a La Familia Feliz, con su aire tan británico y sus dramas lejanos al de las familias perfectas; o las aventuras y desventuras de Candy, la modelo que no puede decir que su profesión sea aburrida, entre viajes e incursiones detectivescas. Y las inevitables historietas sobre bailarinas de ballet clásico, y las de corte hípico, algo que entusiasmaba a las niñas de toda Europa. Los caballos siempre estuvieron presentes en las páginas de los tebeos de chicas, pero ésa es otra historia.
Con los años y el crecimiento de las lectoras, nuevas publicaciones salieron a la parrilla de los quioscos. Títulos como Pink o Mates, dedicadas a unas chicas ya en la adolescencia y que comenzaron a incluir historietas de corte romántico, con personajes de cuerpos más estilizados, chicos malos por los que se sienten irremediablemente atraídas y besos de tornillo. Los españoles Jordi Franch, Santiago Hernández y Jorge Badía serían los prolíficos autores que plasmarían en papel las fantasías amorosas –a veces subidas de tono– de las adolescentes británicas, historias que posteriormente se publicarían en las revistas españolas Lily, Esther o Gina.
Reproducción de un original de Purita Campos para Patty's World (Esther y su mundo en España).
Princess Tina nos trajo también, en 1971, un personaje que tendría un éxito inesperado: se trataba de Patty’s World (Esther y su mundo en España). Con anterioridad, las aventuras de escolares habían sido recibidas con brazos abiertos por las lectoras, pero éstas eran escolares dedicadas a desenredar misterios. Y teníamos historietas de familias, como los Happy Days (La Familia Feliz). Incluso Candy tenía una familia con la que vivía, sus padres y dos hermanos pequeños. La familia de Esther, o la de los otros protagonistas de “su mundo”, sin embargo, no sería la habitual. Y Esther tampoco se dedicaría a resolver casos como una Sherlock femenina. Su familia la compone una madre viuda recién casada con un policía de barrio, una hermana rebelde con aires de grandeza que acaba sentando la cabeza con un médico y nos demuestra que la vida de hospital no es un lecho de rosas y una hermanita recién nacida a la que veremos crecer y con quien deberá actuar de niñera en varias ocasiones. Su mejor amiga, Rita, viene de una familia desunida: es hija única, y sus padres están en proceso de separación, con peleas de corte doméstico bastante violentas que la hacen ser una adolescente muy independiente en cuanto a su carácter; Juanito vive con una madre en silla de ruedas que apenas menciona a su padre, y a lo largo de las más de tres mil páginas que componen la historia nunca nos quedará claro si el padre es un viajante que nunca está en casa o si, por el contrario, murió. Doreen, por su parte, la Némesis de Esther, vive con toda clase de lujos y tiene una extensa familia que aparecerá aquí y allí a lo largo de los episodios.
Y tal vez precisamente por todo esto es por lo que cuajó de lleno en el mercado de la época: Esther era una chica como las demás, cuyas aventuras, sus desamores y sus frustraciones acaecían en el ambiente diario de una ciudad cualquiera británica.
EL CASO ESPAÑOL
España se convertiría en un espejo de lo acontecido en el Reino Unido, pero el gran salto no se daría hasta los setenta. En un principio, revistas para chicas como Florita, Mariló o Sissi o cuadernillos como Azucena y otros títulos mostrarían el recato propio de una sociedad poco permisiva, moralista y anclada en unos valores decadentes. Florita y Sissi nos mostraban trabajos de autores de gran maestría que más tarde podrían dar rienda suelta en otras publicaciones a sus verdaderos talentos, pero mientras tanto se veían obligados a dibujar a chicas de cuerpos proporcionados, escotes decentes y cinturitas de avispa. Las redondeces quedaban gratamente cubiertas por los hermosos vestidos que la moda de los cincuenta y sesenta trajo consigo, y sólo en el albor de los setenta comenzaríamos a recuperar el atisbo de algo parecido al erotismo, aunque muy sutil en aquellas “inocentes” publicaciones para las niñas de la época.
Cabeceras clásicas españolas para el público femenino.
Tras el cese de Sissi llegó, unos años después, Lily. Un nombre exótico y algo menos ñoño que el de Sissi, que Bruguera había “tomado prestado” debido al éxito de la célebre saga cinematográfica dedicada a la desdichada emperatriz austríaca. El título era lo de menos, pero era un nombre de chica, tomando ejemplo de los cómics femeninos británicos, como habían hecho allí sus coetáneos, creando cabeceras como Jackie, Judy, June, Penny, Tina, etc.
Podríamos pensar que el cómic para chicas estaba repleto de historietas anodinas creadas para un público poco exigente y poco comprometido, un simple entretenimiento para chicas “romanticonas”. Pero un breve estudio de algunos de los personajes y series puede contarnos una historia diferente. Aquella que no vimos o no quisimos ver cuando teníamos entre siete y doce años.
Poco tenían que ver las historietas de Íñigo destinadas al público femenino con las dirigidas al sexo opuesto.
Entre personajes “inocentes” como Fifí, del magnífico Nené Estivill, o Tica, de Jiaser, o incluso Montse, la amiga de los animales, existían otros caracteres que simplemente rezumaban sexualidad. Muy sencilla, es cierto, pero no por ello menos cargados de un erotismo latente y, probablemente, reprimido. Tenemos, por ejemplo, las chicas de infarto dibujadas de la mano de Ignacio Hernández Suñer, más conocido como Íñigo, “el autor de parejitas” como él mismo se define, que hizo de Mari Pili y Leopoldino, un Matrimonio muy Fino una de las series de parejas más célebres del cómic femenino. Él, un calzonazos atrapado entre un trabajo mediocre, un jefe abusivo y una mujer bastante mandona y con un tipo envidiable. Pero Mari Pili, aunque con una figura de las que quitan el hipo, era bastante recatada, y hasta cuando sale en la cama con su marido no duda en alcanzar la bata a la hora de levantarse, bata que cubriría un camisón tan casto y sin transparencias como los de su tía del pueblo. A Íñigo, además, debemos un mito erótico de los setenta que llegó a dejar huella en Japón, aunque ahora el personaje nos parezca bastante inocuo. Lola supuso un hito en su tiempo, logró burlar las restricciones de la censura y hasta llegó a publicar alguna tira en las páginas de esos “tebeos para niñas”.
Plancha de Purita y su agencia matrimonial, de Tran.
Siguiendo con la lista de personajes con figurines, no podemos olvidarnos de Purita y su Agencia Matrimonial, de Tran: larga melena rubia y dos pechos perfectamente redondos como bolas de mármol que bien podrían valer hoy para publicitar alguna clínica de aumento de mamas. Purita, además, gustaba de vestir siempre faldas muy cortas y botas hasta la rodilla, muy al estilo azafata del Un, dos, tres, otra gran cuna de divas del destape. O tenemos a Yolanda, de Joan Nebot, una muchacha amante de la minifalda y muy segura de sí misma y el poder que las curvas de su cuerpo despiertan en los hombres. La mayoría de sus aventuras –publicadas en la revista Esther–, girarían en torno a ese efecto enloquecedor que ejercía Yolanda en el otro sexo.
Las series de las que se nutrieron las revistas para chicas de los setenta y ochenta, provenientes del mercado británico o de agencia y firmadas por autores de diversas nacionalidades, pueden dividirse en varias categorías, y en el noventa y nueve con noventa y nueve por ciento de ellas no encontraríamos ni una pizca de erotismo. Sin embargo, otras nos llegaron intercalando escenas de desnudos, transparencias en las ropas o chicas con muy poca tela sobre cuerpos a menudo turgentes y firmes. Es el caso, por ejemplo, de una serie aparecida en Lily, llamada Nuestra Sonia (originalmente publicada bajo el titulo Our Terry en Oh-Boy! y Mates entre 1978 y 1980), compuesta de 210 páginas y firmada por Santiago Hernández, que acabaría su carrera dibujando tiras eróticas para un conocido tabloide británico. El cómo pasó la criba de la censura sólo puede explicarse por el año de publicación en España: 1980. El guión corrió a cargo de Phillip Douglas, guionista también de la saga Esther y su mundo, y la historia se nos presenta en un principio similar a la de esa serie: Sonia vive en un pueblecito sin sustancia con su madre, recientemente viuda, trabajando como dependienta en unos grandes almacenes. Su mejor amiga (Susan) es un calco de Rita físicamente, aunque no en personalidad, y es mecanógrafa en una oficina. Cuando la madre de Sonia comienza a salir con un productor de televisión al que conoce cuando éste acude a comer al restaurante en el que trabaja, Sonia rechaza la relación. No puede admitir que su madre rehaga su vida con tanta rapidez.
Página de Santiago Hernández para esta serie con guión de Phillip Douglas.
A lo largo de la serie, los argumentos se vuelven ligeramente más subidos de tono, sin llegar a rozar la sordidez (después de todo, estamos leyendo un cómic para chicas). Hernández nos demuestra sus conocimientos de anatomía femenina cada vez que tiene ocasión: Sonia no desperdiciará ocasión de llevar los más ajustados vestidos de noche (con escotes hasta la cintura) mientras sale a cenar con el chico guapo de turno. Incluso uno la lleva a cenar a un club con show de fondo donde una bailarina exótica domina el escenario con sólo una serpiente sobre su cuerpo. Y serán numerosas las viñetas en las que la protagonista se cambia de ropa, dejando ver a los lectores su perfecta figura en ropa interior, o se levanta por la noche con su corta y transparente négligé, muerta de frío –hemos de suponer– a juzgar por lo enhiesto de sus pezones. O simplemente se plancha la ropa en la cocina ataviada con bragas y sujetador. Para acabar de rizar el rizo, un antiguo novio por quien aún pena Sonia trata de forzarla en un pajar y ella acaba trabajando en un club de striptease con casino, establecimiento en el que se inicia como sexy crupier y en el que acaba sirviendo mesas vestida con un pantaloncito transparente sobre el bikini más escaso posible, mientras otras chicas en tanga bailan para entretener a los clientes.
Tal vez era una manera de Santiago Hernández –con el beneplácito de Phillip Douglas–, de rebelarse contra el sistema recatado de las publicaciones de chicas, no en vano poco después comenzaría su trabajo para el Daily Star con las tiras eróticas Ben and Katie, que continuaría produciendo hasta su temprana muerte, dando rienda suelta a su habilidad para dibujar cuerpos femeninos de redondeadas formas e historias de un calibre adulto.
En Las nuevas aventuras de Esther se añade un componente erótico a la serie.
Con Esther, mucho antes de que Nuestra Sonia llegara a las páginas de Lily, ya habíamos recibido un soplo de aire fresco en la insulsa temática de lo que se pensaba “nos gustaba a las chicas”, ese concepto del romanticismo simplón que tan bien había funcionado un par de décadas antes pero que ya en los setenta no convencía. Esther era moderna para sus tiempos y nos mostraba toda una sociedad desconocida para las niñas hasta entonces, a la vez que en cierto modo nos “escandalizaba” escapando de casa en medio de la noche para reunirse con sus amigos o cogiendo un tren a su edad y a solas para ir a la capital con su mejor amiga. Pero no había erotismo. Al menos, no aparentemente, aunque sí hallamos una policía especialmente atrac-tiva que activa las alarmas en la señora Parsons en un episodio, una especie de Nicole Kidman en sus mejores años. Y por supuesto, Glénat, en la reedición, haría replantearse a sus lectores qué sucedió en la casa bote que Esther tuvo durante un tiempo a raíz de un beso –oculto de la mirada de los lectores– y una supuesta noche de amor. ¿La primera vez de Esther con Juanito…? Tampoco podemos olvidar los juegos sexuales de Fenella, que durante un viaje como “doctora” del equipo de fútbol de Juanito se “lía” aparentemente con gran parte del equipo. ¿Hemos de suponer que se limitó a repartir abrazos y castos besitos cuando Fenella les llevaba al menos diez años? Difícil de creer…
De lo que no podemos dudar es de que el regreso de Esther a la historieta (de la mano de Carlos Portela y la gran Purita Campos) sí está cargado de tensión sexual en cada página, especialmente en el triángulo amoroso Esther-David-Juanito (aparentemente, los dos únicos hombres que han pasado por su cama, uno de los cuales es el padre de su hija). Con un guión fresco y actual, la serie Las nuevas aventuras de Esther y su mundo supone un cambio agradable en la vuelta del cómic femenino de mayor éxito en gran parte de Europa. A pesar de ser un producto para todos los públicos, nos ofrece imágenes cargadas de sensualidad y un punto de erotismo, y deja mucho menos a la imaginación de lo que sus predecesores hicieron. Esther dejando asomar un pezón de la manera más natural, o Juanito y su tableta, son imágenes que no dejan indiferente a nadie, en una saga que aún tiene mucho que ofrecer.
A finales de los setenta las revistas para chicas presentaban un tono más atrevido.
Pero no sólo de historietas y chicas de figuras divinas se alimentaba el cómic femenino de los setenta y ochenta. En las páginas de sus revistas aparecieron secciones de diversa índole que fueron evolucionando con el paso de los años. Los apartados de moda y belleza variarían de estilo con el cambio de las tendencias, y nuevas secciones se abrirían paso a marchas forzadas. Así, mientras en los setenta las chicas preguntaban preocupadas cómo atraer al chico de sus sueños o cómo convencer a mamá de poder llegar a casa una hora más tarde, la década de los ochenta nos traería un cambio casi radical: supuestas “historias verídicas” de chicas contando “su primera vez” o cómo un ex novio trató de propasarse mientras palpaba su anatomía bajo el vestido. La revista Gina sería pionera en este aspecto, especialmente tras dejar atrás sus portadas bellamente ilustradas por Pura Campos, Trini Tinturé, Bosch Penalva o Comos para dar paso a parejas de modelos en actitud cariñosa o “sonrisas Profidén”. Las fotonovelas que comenzaron a sustituir al cómic interior tratarían con frecuencia de “chicos malos” que querían robar la “inocencia” de buenas chicas, o sobre relaciones de pareja con supuestas infidelidades o malentendidos que hacían peligrar la relación. Pero lo que más llamaba la atención de esta época eran esas “historias reales” narradas por lectoras –nos decían– de sus experiencias con chicos –algunas bastante explícitas– que si algunas madres se hubieran molestado en leer con toda probabilidad habría terminado con la compra de la revista por parte de sus hijas. Gina se convirtió en un cruce entre Lily y Vale, esa revista “subidita de tono” que solía leerse en corrillo por las chicas a espaldas de sus progenitoras.
Tampoco fue la única “provocadora”. Lily, ya a principios de los setenta, ofrecía pixelados o recatados pósteres de las artistas de la época: Lolita, Conchita Bautista, Luisa Fernández o Ángela Carrasco. ¿Alguien se ha preguntado cómo a una revista recatada para niñas se le ocurrió ofrecer fotografías de Laura Antonelli, símbolo sexual de la época, o de Ornella Mutti, otra que tal baila?
De modo que cuando leo que los chicos de entonces se encerraban en el baño a leer a escondidas los tebeos de sus hermanas… disculpen si alzo una ceja.
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