EDITORIAL PARA TEBEOSFERA, TERCERA ÉPOCA. Nº 8
CLAUDIO ÁLVAREZ, KIKO SÁEZ DE ADANA

Palabras clave / Keywords:
Editorial Tebeosfera, Caricatura chilena, Historieta chilena/ Editorial Tebeosfera, Chilean caricature, Chilean Comics

EDITORIAL PARA TEBEOSFERA, TERCERA ÉPOCA. Nº 8

 

Más de ciento cincuenta mil ejemplares quincenales. Eso era lo que vendía la revista Tío Rico de Disney, la historieta más popular en Chile a fines de los años sesenta. O al menos eso es lo que asegura Germán Gabler, dibujante y guionista del segundo título más popular de la época, 007 James Bond, que llegaba a los setenta mil ejemplares. El cómic del agente creado por Ian Fleming, que, gracias a una licencia de la inglesa Glidrose, se realizaba directamente en Chile para la editorial Zig-Zag.

Era la edad de oro de la historieta chilena, cuya saludable industria producía títulos locales como Mizomba el Intocable, clon rubio de Tarzán; Jungla, protagonizada por nuestra propia Jungle Girl; Ruta 44, con las andanzas de Jimmy “Tornado” Salas y guiones del argentino Héctor Germán Oesterheld (creador del célebre El Eternauta); El Doctor Mortis, con su dosis de misterio y terror; El Capitán Júpiter, ungido como el primer superhéroe chileno, y una variedad de cómics de aventura, vaqueros y bélicos, muchos de ellos adquiridos a la Fleetway inglesa y adaptados con traducciones y portadas locales. La bullente producción local no solo poblaba los quioscos de todo Chile, sino que se exportaba a países como Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Colombia e incluso al gigante México, cuya editorial Novaro dominaba Latinoamérica.

Poco queda de esos años dorados. Hoy en un quiosco chileno solo conviven el incombustible Condorito (actualmente propiedad de un conglomerado mexicano y adaptado hace poco al cine en una versión “neutra”, hecha en Perú y doblada en México) y la producción local de títulos de DC Comics y Marvel que la editorial Unlimited, propiedad de uno de los grupos periodísticos más importantes del país, ofrece semanalmente. Pero ¿es que acaso la industria de la historieta chilena desapareció? Nada más lejos que eso.

La realidad dice que en Chile nunca se ha dejado de producir historieta. Ya sea de manera underground y con un carácter contracultural, como durante la dictadura de Pinochet, o con intentos fallidos en formato de revista durante los años noventa, lo cierto es que el cómic nacional ha sabido refugiarse en los malos tiempos y esperar a que pase el temporal. No fue hasta comenzado el nuevo milenio que la escena local volvió a tener una producción constante y visible, esta vez gracias a novelas gráficas en formato de libro.

Este “nuevo cómic chileno” ha tenido un mérito innegable: sobrevivir a sí mismo y a una atención mediática que no tardó en calificar de boom (con todo lo bueno y malo que ello implica) la aparición de títulos que, a partir de Road Story (Alfaguara, 2007) —adaptación del dibujante Gonzalo Martínez de la novela del escritor Alberto Fuguet— han proliferado y ampliado su oferta y temáticas, gracias a la aparición de una serie de editoriales pequeñas pero pujantes. Es interesante ver lo que ha pasado en los poco más de diez años transcurridos desde el hito que significó esa obra .

Hoy, la historieta chilena ha ganado un espacio considerable en las librerías, y no es extraño encontrar artículos sobre el último cómic publicado en periódicos de circulación nacional, escuchar entrevistas a sus autores en la radio o ver de vez en cuando a algún dibujante o autor comentando su obra en la televisión abierta. Esta visibilidad va de la mano de la mezcla que se da hoy en nuestro mercado, que incluye la producción de las grandes editoriales, como Planeta y Penguin Random House, que están publicando historieta chilena y utilizando el peso de su marketing para promocionarla, así como la aparición constante y variada de historieta independiente, que abarrota los stands de las cada vez más frecuentes ferias de cómics.

Es así como una obra como Mocha Dick, de Gonzalo Martínez y Francisco Ortega, puede llegar a vender diez mil ejemplares y ser parte del plan de lectura escolar; como Los años de Allende puede agotar sus ediciones y sumar versiones en Italia, Turquía y España, y como Juan Buscamares, de Félix Vega, puede superar los cinco mil y ser el tema de un reportaje en las páginas centrales del principal suplemento sabatino de El Mercurio, el diario más relevante de Chile. De igual forma, no es raro ver a esas obras compartir la vitrina de una librería independiente con libros de editoriales más pequeñas como El Viudo, de Gonzalo Oyanedel, o El Gran Guarén, si se me permite un ejemplo muy cercano.

Editoriales como Dogitia, Ariete, Anfibia, Arcano IV, Mitómano, InteriorDIA, Piedrangular, Mythica, Visuales, Pezarbóreo, Pánico Ediciones, Petroglifo, Grafito y Acción Comics, entre muchas otras, están haciendo ruido. Con tirajes por lo general no superiores a los mil ejemplares, estos microemprendimientos han logrado mantener a flote una oferta constante, que muchas veces ha variado del libro a la revista y que se centra en un público que parece no decrecer. A ellos se suman un movimiento de producción de fanzines sumamente vivo, y la elaboración de webcomics que ha permitido que artistas chilenos logren una notoria visibilidad en sitios como el desaparecido subcultura.es.

Las temáticas se han abierto, dando cabida a todo tipo de historias y públicos. No abuses de este libro, de Natichuleta, colaboró a un debate nacional sobre el abuso de menores; Gay Gigante, de Gabriel Ebensperger, no solo es un éxito de ventas sino que suma ediciones fuera del país; los cómics autobiográficos de Maliki son referente al hablar de la historieta femenina en Sudamérica; Sol Díaz cuenta con una edición francesa de su “¿Cómo ser una mujer elegante?”; las tiras de Alegría y Sofía, de Daniela Thiers, rompen récords de venta entre las niñas; la sátira política de Malaimagen pasó del semanario contestatario The Clinic a ser publicada por Penguin Random House; editoriales como Nauta Colecciones se atreven con catálogos que abordan de manera extensiva la obra histórica de nuestro cómic, y dos autores independientes llegan a ser destacados por la propia BBC por un cómic sobre Galvarino, uno de los héroes de la originaria etnia mapuche.

Eso es solo parte del entorno que rodea la historieta chilena, cuyo desarrollo ha llegado incluso a impactar en las políticas públicas: hoy existen fondos estatales concursables que apoyan la elaboración y publicación de historieta, la realización de eventos y la participación de autores y editores en eventos en el extranjero. De hecho, los dos últimos años el Gobierno ha organizado delegaciones para participar en ferias como la Comic Con de San Diego o el Festival d’Angoulême .

No es poco lo que está pasando en Chile, pero tampoco son menores los desafíos por delante. Entre ellos se cuentan la ampliación del público lector, especialmente los niños; la mejora en la distribución (un gran problema en un país muy estrecho, pero con más de 4.300 kilómetros de largo); la formación de agrupaciones representativas de artistas y editoriales, y uno central pero no exclusivo de nuestro país: la necesidad de encontrar un modelo en el que hacer cómics en Chile sea una actividad rentable para los artistas. Como en muchos lugares, los dibujantes chilenos se ven en la obligación de buscar trabajo en el extranjero para subsistir, lo que, con contadas excepciones, reduce la posibilidad de ver obras de los mejores talentos nacionales en las librerías locales.

Y uno de los desafíos más importantes es dar a conocer el pasado y el presente de la historieta chilena, al que no se le ha dado la cobertura que merece. Por eso, este número de Tebeosfera es una celebración: una muestra del amplio panorama de lo que es la historieta en Chile y un vehículo para permitir que este sea conocido fuera de sus fronteras. Con este objetivo, Jorge Montealegre abre con un estudio de la representación femenina en el humor gráfico chileno del siglo XIX. A continuación, Mauricio García entra ya en el siglo XX, haciendo un recorrido por la que, históricamente, fue la principal editorial historieta chilena, la antigua Zig-Zag.

Continuando en el ámbito del humor gráfico, Moisés Hasson hace un recorrido por más de siglo y medio de sátira política en Chile, relacionándolo con la situación política de cada momento, panorama que condicionó el qué y el cómo se publicaba. Catalina Donoso, por su parte, se centra en la revista infantil Cabrochico y en el imaginario de infancia que aparece en la misma teniendo en cuenta el contexto social y cultural que significó la llegada al poder de Salvador Allende. Y si hablamos de historieta dirigida a la infancia, en Chile no se puede obviar el personaje de Mampato, que Gabriel Castillo analiza en este número centrándose en lo que concierne tanto a sus construcciones heroicas como a sus modalidades de anticipación tecnológica.

Un punto de quiebre si se estudia la historia de Chile es la dictadura de Pinochet, que en los últimos años se viene tratando profusamente dentro de la historieta. Bernardita Ojeda realiza un recorrido a las obras que han tratado esa época en forma de viñetas. La dictadura militar tendrá como una de sus consecuencias, especialmente en sus últimos años, la emergencia de nuevos procesos creativos, anclados en la autogestión y el autodidactismo, algo que analiza Hugo Hinojosa en su artículo sobre cómic chileno y contracultura a finales de los años ochenta.

Por otro lado, Vicente Plaza muestra los cambios que la estructura narrativa de la historieta en Chile ha venido sufriendo desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días, cambios motivados, en muchas ocasiones, por las transformaciones del contexto histórico de cada momento. En ese devenir histórico de la historieta chilena, es fundamental el recorrido que realiza Carlos Reyes a una serie de obras (y algunos fanzines) que son claves para entender el panorama actual e histórico del cómic en Chile.

Una de esas obras es Kiky Bananas, publicada inicialmente en la revista Trauko, que surge también de la contracultura chilena ya mencionada y que es analizada en este número por Mariana Muñoz. Finalmente, Yosa Vidal explora las distintas y poco difundidas formas en que el escritor argentino Héctor Germán Oesterheld contribuyó a la industria editorial chilena.

Aun cuando seguramente muchos autores y temas quedarán fuera, hay que decir que estamos ante un número que realiza un recorrido atípicamente completo de lo que ha sido y es actualmente la historieta en Chile. Una historieta desconocida en muchos casos fuera de nuestras fronteras, pero que hoy busca encontrar su lugar en la historiografía del cómic, objetivo al que estoy seguro contribuirá la publicación de este número de Tebeosfera.

Creación de la ficha (2018): Félix López
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Claudio Álvarez, Kiko Sáez de Adana (2018): "Editorial para Tebeosfera, tercera época. Nº 8", en Tebeosfera, tercera época, 8 (23-IX-2018). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 20/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/editorial_para_tebeosfera_tercera_epoca._n_8.html