EL HORROR EN EL CÓMIC DE ALAN MOORE
ANTONIO PINEDA CACHERO

Title:
Horror in Alan Moore's comics
Notas:
La versión original de este texto apareció como uno de los capítulos del libro 'El terror en el cómic' (páginas 133 a 181), editado por Jorge David Fernández Gómez, Jesús Jiménez Varea y Antonio Pineda Cachero, y publicado en 2003 en Sevilla por Comunicación Social Ediciones y Publicaciones. Ha sido revisado por su autor para la presente edición. A la derecha, una portada de la edición española de 'Swamp Thing'.
EL HORROR EN EL CÓMIC DE ALAN MOORE  
 
www.tebeosfera.comAlan Moore (Northampton, 1953) es, probablemente, uno de los guionistas más importantes de la historia del cómic. Escritor de talento y radicalmente experimental, el guionista británico ha desarrollado una inquietud por el medio historietístico que pocos más comparten, tanto en el aspecto temático (mediante la introducción en el cómic mainstream, o de tendencia principal, de cuestiones poco usuales en las historietas estándar) como en la investigación de las posibilidades narrativas propias del medio. Moore fue lanzado al estrellato en función de sus revisiones racionalistas y en parte desmitificadoras del género de los superhéroes en la década de 1980, como Miracleman o Watchmen. El estilo de Moore, sutil, poético e implacablemente lúcido a la vez, generó una horda de admiradores y –lo que es interesante en el contexto de este artículo– cierta tendencia a potenciar el aspecto siniestro de los personajes; una tendencia que, debido la falta de habilidad de la mayoría de los autores del comic book estadounidense, ha incurrido frecuentemente en obras sin trascendencia alguna. Centrándonos en el género de horror, la importancia de Alan Moore en la historia del cómic justifica, a nuestro juicio, un análisis del enfoque que adopta un género como el horror (tan proclive a los tópicos) en las (muy poco tópicas) manos de Moore.
 
LA NATURALEZA DEL HORROR
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The Saga of Swamp Thing nº20, enero de 1984, primera colaboración de Moore en la serie. 

Antes de la citada Watchmen, la obra que dio a conocer a Moore internacionalmente fue precisamente un cómic de horror, The Saga of the Swamp Thing, La Cosa del Pantano, su primer trabajo para el mercado de Estados Unidos y la obra en que nos centraremos especialmente a la hora de tratar el horror en la producción historietística de este guionista[1]. Si bien los sentimientos que podemos denominar “horror” o “terror” están desperdigados en una forma u otra por casi toda la obra de Moore, no es menos cierto que si nos centramos en el “horror” o el “terror” en cuanto géneros, el trabajo que mejor se ajusta al concepto es La Cosa del Pantano.

Los límites del “horror” como género se mezclan muy fácilmente con los de la ciencia-ficción, el pulp, el género policíaco o el thriller. No obstante, si queremos tratar con un mínimo de rigor el tema del “horror” en un autor concreto y unas obras concretas, estamos obligados a determinar, si quiera someramente, de qué estamos hablando. Lo primero es diferenciar, siguiendo a Noël Carroll y su obra The Philosophy of Horror, entre lo que puede denominarse “horror natural” (desastres naturales, lo que se hizo en los campos de concentración, etc.) y lo que Carroll llama “Art-Horror”, horror plasmado en expresiones del Arte y de los medios de comunicación. Dentro de este tipo de “horror-arte” también hay que distinguir, por un lado, el horror como género específico e individualizado (“Art-horror” propiamente dicho) y, por otro lado, el horror generado por cualquier manifestación artística o mediática[2]: por ejemplo, algunos escritos del Marqués de Sade pueden provocar auténtico horror, así como algunos cuentos de Jorge Luis Borges pueden crear la sensación de pánico intelectual, pero no son piezas de horror en el sentido genérico. H. P. Lovecraft, por su parte, consideraba que los escritores decadentes y simbolistas (como Baudelaire, y a pesar de la influencia que sobre éste tuvo Edgar Allan Poe) no eran artistas del horror, sino “del pecado”, pues sus “oscuros intereses” se centraban más en aberraciones del pensamiento y el instinto humano que en lo sobrenatural[3].

Lo que a nosotros nos interesa es el primer tipo de esa segunda subdivisión, es decir, el horror como género específico, cuyo nacimiento es localizado por Carroll alrededor del Frankenstein de Mary Shelley (1818), y que “ha persistido, a menudo cíclicamente, a través de las novelas y dramas del siglo XIX y en la literatura, los cómics, las revistas pulp y las películas del siglo XX”[4]. Otros teóricos del género, como Lovecraft, lo llevan más atrás en el tiempo. Carroll también lo hace, pero especificando que el género sólo cristaliza en el siglo XIX como una variación del horror gótico. En todo caso, nótese la inclusión del cómic entre las formas en que ha persistido el horror a través del siglo XX. 

 

 

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Lo monstruoso, esencia del horror.

Otra diferencia terminológica y genérica importante es la existente entre “terror” y “horror”. Sin duda, aquí los límites son extremadamente difusos, pero, también siguiendo a Carroll, distinguiremos entre “terror” como género que explora fenómenos psicológicos que están dentro de los límites de lo humano (por ejemplo, muchos de los cuentos de Poe), y “horror” como género caracterizado por la presencia de elementos anormales, más allá de lo humano (Drácula, Frankenstein)[5]; el horror, en definitiva, como lo monstruoso. En esto último nos centraremos al analizar el horror en Moore.

Una de las teorías más citadas sobre el fenómeno del horror es la expuesta en el clásico ensayo de Lovecraft Supernatural Horror in Literature (El horror en la literatura). En el primer párrafo de este ensayo, Lovecraft fija la emoción básica en la que se basa el horror como género: el miedo. 
La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido. Pocos psicólogos pondrán en duda esta verdad; y su reconocida exactitud garantiza en todas las épocas la autenticidad y dignidad del relato de horror preternatural como género literario[6].

La referencia de Lovecraft a lo “preternatural” está en consonancia con la diferencia conceptual básica entre horror y terror que hemos señalado: el primero abarcaría fenómenos sobrenaturales; el segundo, no necesariamente. Dado que el elemento definitorio del género de horror según Noël Carroll es lo monstruoso, habrá que dilucidar qué entendemos por “monstruo”. Podría definirse como algo consustancial al género, como algo que provoca horror, pero no es suficiente, dice Carroll, dado que hay elementos monstruosos en obras que no llamaríamos “de horror”, como la Odisea homérica. La diferencia fundamental es que “en las obras de horror, los humanos consideran al monstruo que se encuentran como algo anormal, como rupturas del orden natural”, por lo que “monstruo” sería “cualquier ser que se suponga que no exista hoy de acuerdo a la ciencia moderna”[7]. Otro elemento definitorio es la respuesta emocional que presentan los personajes de la obra (que se supone paralela a la de los receptores de la obra), respuesta que consta de dos elementos unidos y recurrentes según Carroll: sensación de amenaza o miedo, por un lado, y repulsión física o “impureza”, por otro.

Desde estos parámetros teóricos, ¿qué tratamiento otorga Moore al horror? ¿Cuál es la naturaleza de sus monstruos? O, si nos preguntamos por los principios rectores de la aproximación de Moore al género (como, personalmente, creemos que debe hacerse si queremos de verdad comprender algo científicamente, fuera del historicismo estricto), ¿cuáles son las causas del horror?

           
EL HORROR SOCIAL
 
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Obras de Moore de ciencia ficción para 2000 AD nº 270 (1980) y Doctor Who nº 51 (1981).

Antes de entrar en el estudio de La Cosa del Pantano, eje de la aproximación mooreana al horror, hay que especificar que Moore ya había jugado con monstruos en sus historias de principios de la década de 1980 para Dr. Who y la revista británica 2000 A.D. (publicación fundamental en la historia del cómic por el número de autores prestigiosos que han salido de ella), si bien bajo una óptica de ciencia-ficción. En todo caso, estos trabajos fueron, junto a lo que escribió para otra revista británica, Warrior, lo que llevó al editor Len Wein a ofrecerle a Moore el guión de La Cosa del Pantano. Retomando la idea del horror en esta serie, podemos extraer sus pautas principales de un texto que escribió Moore acerca de su trabajo en La Cosa del Pantano:
En un siglo repleto de paradojas, una de las más desconcertantes es seguramente el meteórico ascenso del horror como género en la literatura, cine e incluso música, justo cuando cada día parecemos más conscientes de los horrores de la vida real que nos rodea. Mientras caras de niños desaparecidos nos miran desde envases de leche, las colas para ver la última película juvenil de terror dan la vuelta a nuestras manzanas. Mientras el virus del Sida se extiende a través de la sociedad con estremecedora facilidad, nacido entre la gigantesca ola de ignorancia y prejuicios (…), [m]ientras nubes radioactivas viajan hacia Occidente y las pruebas nucleares inundan el cielo con hongos de humo venenoso[8], bandas punk consumen la imaginería de las películas de terror con una violencia y ferocidad que en el mejor de los casos indica un desafío sin esperanza y en el peor un conformismo perverso y nihilista de la situación.
Nos guste o no, el horror es parte de nuestro entorno, de nuestra cultura, de nuestras vidas (…)[9].

Está claro: el horror rodea nuestra cultura; es, en palabras de Moore, un “tótem” del siglo XX[10]. “Cuando lees algo en los periódicos que te afecta, te sientes inquieto, pero tienes que analizar tu reacción profundamente para saber por qué”, dijo Moore acerca de su método de trabajo en La Cosa del Pantano[11]. La primera pauta general del acercamiento de Moore al horror será, pues, su anclaje en la realidad social y política del mundo occidental contemporáneo; la realidad transformada en horror a través de los mecanismos del género.

El segundo principio rector del horror mooreano es, en realidad, aplicable a toda su obra: el planteamiento de un enfoque diferente del género en virtud de la propia naturaleza del cómic como medio artístico. Moore argumenta que el cómic presenta formas de expresión y “rasgos extraños y peculiares no compartidos por el mismo género [de horror]”[12]: por un lado, las grandes posibilidades que ofrece el ocuparse de una colección enmarcada en un universo de ficción dado (en este caso, el de la editorial DC Comics); por otro, la duración de las series, que dota de una historia potencialmente larga a los personajes. En una entrevista de 1984 Moore partía de la necesidad de renovar géneros como el de humor, el de aventuras o el de horror, dado que “lo que ha ocurrido gradualmente durante los últimos 30 o 40 años es que cada uno de esos géneros ha desarrollado gradualmente un arsenal de tópicos que han inundado y asfixiado totalmente los conceptos originales”. En el caso del horror, el género ha sido reducido a una especie de fórmula: “Si un hombre lobo salta de detrás de un árbol y le aúlla a una chica, dará miedo”. Pero, por supuesto, no es así... el shock del horror, y el parecido shock del humor, están basados en cierta medida en el reconocimiento repentino de algo totalmente extraño. Un hombre lobo que salta de detrás de un árbol es una imagen de almacén, hasta el punto de que no genera el más mínimo sobresalto en la mayoría del público"[13].

Veremos que la solución mooreana a ese “arsenal de tópicos” consistirá en fundar el sentimiento del horror en la propia mente humana. En una entrevista de 1997 Moore expondrá ideas análogas a los principios que rigen La Cosa del Pantano, en este caso sobre su aproximación a la figura de Drácula y el subgénero de vampiros:

El principal problema de los vampiros es que se han convertido en un motivo repetitivo, lleno de clichés como los ojos rojos, los colmillos, el murciélago de goma colgando de una cuerda… lo que he intentado es hacer de Drácula algo desconocido. Le he despojado del castillo gótico, ubicándolo en un contexto moderno preocupante. El efecto, espero, es refrescar la paleta hastiada de vampiros del lector[14].  
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Vampirismo en “The New European”, publicado en Vampirella / Dracula: The Centennial en octubre de 1997 (Harris Comics).

Frente a la fosilización y estandarización de la mecánica de las historias de vampiros, Moore dice que en la historieta sobre vampiros “The New European”, de 1997, intentó “restaurar algo del escalofrío sobrenatural del ser extraño [Drácula] haciendo de él un tipo de concepto desconocido”[15]. Esta insistencia de Moore en lo “desconocido” (“unfamiliar”) es análoga a lo expuesto años antes sobre “el reconocimiento repentino de algo totalmente extraño”, lo que demuestra la persistencia de su concepto del horror. 

En realidad, los dos principios rectores del horror mooreano que mencionábamos más arriba se funden en la práctica: la auténtica novedad de La Cosa del Pantano radica en anclar la fuente última del horror en (a) la conciencia humana y (b) la cultura y la sociedad, escapando así de los tópicos del género. No obstante, Moore también cumple con los cánones definitorios del género, y tenemos, por supuesto, muchos monstruos en la serie; sin ir más lejos, el mismo protagonista, la criatura vegetal conocida como “La Cosa del Pantano”. Pero conforme Moore va desarrollando el personaje, tanto biológica como psicológicamente, se transforma en algo más que una criatura amenazante y repugnante, por citar los elementos definitorios de Noël Carroll: un ser de asombrosos poderes generado periódicamente por la propia Naturaleza para que actúe en épocas en que el mundo afronta crisis extremas. Para que quede patente que no es un mero montón de tierra y de hierba, uno de los personajes lo define como la única persona que conoce “que no es estúpida o cínica”[16].   

Lo mismo sucede con la mayoría de los monstruos que pueblan esta serie, cuya supuesta amenaza es en realidad un reflejo de problemas y mecánicas sociales, según los principios rectores mooreanos. Hay que especificar, en todo caso, que por realidad social y política no debemos entender sólo las cuestiones de ecología, racismo, etc. que veremos a continuación, sino también su dimensión más elemental: las relaciones humanas y, en general, la vida cotidiana. La idea de que el horror y la monstruosidad están en el corazón de lo cotidiano y en la gente con que convivimos ya fue anticipada por maestros del género fantástico como Kafka u Horacio Quiroga; en el caso del cómic de Moore, el “horror que subyace en estas historias”, señaló el escritor Ramsey Campbell, “(…) puede irrumpir en cualquier momento sin previo aviso”[17]. Se trata, hasta cierto punto, de algo parecido a lo que en literatura se ha denominado “neofantástico”, por seguir la terminología de Jaime Alazraki (no por casualidad, uno de los más importantes estudiosos de otro de los pilares del género neofantástico: Jorge Luis Borges).

A través del discurso neo-fantástico se plantean posibilidades de percepción literaria que escapan al discurso realista. El relato neo-fantástico no se propone una descripción o representación causal de la realidad; busca, en cambio, establecer relaciones nuevas, que, aunque en apariencia niegan nuestro sistema de relaciones lógicas, propenden, en el fondo, a una expansión del campo de posibilidades de la lógica realista. Si sus mensajes resultan indescifrables es porque nos empeñamos en descifrarlos según un código que no es el suyo (...)[18].
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 Número 1 de Big Numbers, publicado en abril de 1990 por Mad Love Publishing.

Lo neofantástico implica una apertura significativa, múltiple y ambigua, que atenta contra el mismísimo principio de identidad y de no–contradicción que sostiene a la razón. Por otro lado, el personaje más definitorio de lo neofantástico se aleja de los esquemas clásicos (monstruos, fantasmas, espíritus, etc.) y se acerca al antropocentrismo: el hombre y su situación en el mundo van a ser los nuevos objetos del género. Ya veremos que la visión que del horror tiene Moore está basada esencialmente en la conciencia humana; es, de alguna forma, de naturaleza ética. Por otro lado, la teoría de lo neofantástico responde a transformaciones en la gnoseología y en la ciencia que, en general, ponen en cuestión el orden racional. El desarrollo de la geometría no euclidiana[19] es una de esas transformaciones que abren múltiples posibilidades creativas. Hasta cierto punto, estas nuevas posturas científicas podrían relacionarse con lo que hoy se conoce como “Teoría del Caos”; no por casualidad, Alan Moore ha demostrado un gran interés en la caología y, de hecho, llegó a proyectar toda una serie basada en las matemáticas fractales: Big Numbers.

La teoría lovecraftiana del horror también participa de algunas de las implicaciones de lo neofantástico. Para Lovecraft, lo cósmico es el elemento o tipo definitorio del auténtico horror. El horror cósmico se basa en el miedo “ante la idea de mundos ocultos e insondables de extraña vida que pueden latir en los abismos que se abren más allá de las estrellas, o acosar espantosamente a nuestro propio planeta desde impías dimensiones (…)”, y Lovecraft encuentra en Edgar Allan Poe, “deidad y fuente de toda la ficción diabólica moderna”, al gran maestro del horror en el sentido citado[20]. Para Lovecraft, el verdadero horror debe contener atmósferas de miedo a fuerzas exteriores y desconocidas, a “los ataques del caos y de los demonios de los espacios insondables”[21] que transgreden las leyes de la Naturaleza; miedo, en otras palabras, a mundos y seres ocultos que violan el orden natural y científico. A esta lista de cultivadores del horror puede añadirse a Arthur Machen, que prefigura los repugnantes monstruos lovecraftianos y es un importante paso adelante en lo relativo al concepto del horror como algo agazapado tras las apariencias de la realidad conocida.  

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 Página del episodio mencionado: "Another Green World", en su versión española.

Alazraki señala a Kafka como el punto de partida contemporáneo de lo neofantástico; como en Kafka, el horror mooreano juega con criaturas extrañas que se cuelan por las rendijas de la realidad. “Algo ríe mientras se desenrosca bajo la cama. Algo susurra al bajar por las cortinas. Matt Cable es feliz en un cielo muy personal…”[22], leemos en un episodio de La Cosa del Pantano. En otro episodio, “Another Green World” (título inspirado en un álbum del músico Brian Eno), Abby Arcane, amiga y futura compañera de La Cosa del Pantano, confiesa que “a veces imagina que la vigilan... que la rodea algo extraño y hostil”[23]. Así va gestándose una subtrama protagonizada por el marido de Abby, el mencionado Matt Cable, quien, tras una aparente normalidad, está poseído por una realidad plagada de monstruos lovecraftianos con los que Abby tiene alucinaciones. Se trata de una atmósfera parecida a la del extraordinario relato de Horacio Quiroga “El almohadón de pluma”, donde una mujer es vampirizada sin saberlo por un extraño monstruo oculto en la almohada de su cama. Otro episodio de La Cosa del Pantano combina una atmósfera de irrealidad propia de la película El resplandor, de Stanley Kubrick, con elementos definitorios del genéro, como la repugnancia física (en este caso, un olor repugnante), y con la misma idea del horror cotidiano: por un lado, la realidad percibida, una normalidad aparente que es, en verdad, una alucinación; por otro, la auténtica realidad, poblada de zombies. Ambas realidades son mediadas por pequeños signos e intuiciones que van indicando que la situación no es tan “normal”. Lo más horrendo de todo es que la protagonista se acuesta con su marido siendo éste en realidad un zombie, sin ella percibirlo. En definitiva, una realidad desestructurada donde se mezclan distintos planos, como la del neofantástico. Cuando la protagonista se percata de la verdad, las “sombras de la habitación se arremolinaron”, escribe Moore, “y ella se agarró desesperadamente al hilo de sus ideas, una luz negra en un paisaje aún más negro”. El horror encubierto por la realidad cotidiana sale a la luz, “y sus sueños son cosas apestosas e insoportables...”[24]. En la citada entrevista de 1997, Moore dirá que “lo sobrenatural no concuerda plenamente con el resto de la realidad, y por eso asusta tanto”[25].

La pesadilla, tanto en la literatura neofantástica citada como en los cómics de Moore, no suele estar oculta en una casa encantada, una mazmorra gótica o el laboratorio de un médico enloquecido, sino en un hogar cualquiera. Desde una perspectiva más general sobre el arte y el horror, Pedro Azara ha señalado que “el arte del horror contemporáneo, o el arte contemporáneo del horror, como todo arte contemporáneo, no revela nada, porque nada oculta. Todo está a la vista. Carece de trasfondo, de fin. Son expresiones que repiten la violencia diaria, muestras inútiles o redundantes”[26]. El cine contemporáneo ha reflejado esta transformación en el concepto de lo horrible. Roman Polanski intentó plasmar en su extraordinaria La semilla del diablo (1968) “una historia de terror que puede suceder aquí mismo, en la que los vecinos son gente normal y corriente”, tratando de evitar la atmósfera tradicional del cine de terror. Otro cineasta que ha cultivado el género fantástico, Álex de la Iglesia, comentaba a propósito de La Comunidad (2000) que el terror “no es una cosa fantástica y extraña, sino lo que nos rodea. El monstruo es ese señor que te mira en el ascensor sin decirte nada todos los días o esa señora con la que nos cruzamos cada mañana cuando vamos a comprar el pan”[27]. Reflexionando sobre la violencia en el cine contemporáneo, Gérard Imbert observa que se ha pasado “de una violencia fácilmente localizable –formalmente codificada, con sus escenarios tópicos, sus «campos de batalla» y también sus géneros establecidos– a una violencia difusa (…) donde la figura del enemigo ha desaparecido, donde la violencia está por doquier, en forma de violencia urbana, amenaza latente”[28], lo que podría relacionarse con la idea mooreana de que los códigos y escenarios del terror se han solidificado, haciéndose necesarias nuevas soluciones estéticas.  

Moore también parece ser consciente de la cualidad transparente del horror moderno. Así, defendía la labor artística del dibujante Eddie Campbell en From Hell (una de las obras por las que Moore ha sido más laureado) explicando que el estilo de Campbell “crea un naturalismo sorprendentemente creíble, y parece que todas las escenas suceden en el mismo mundo –no hay una excursión repentina al «Mundo del Horror»–”[29]. No es necesario tal viaje a un mundo de horror, porque el horror ya circunda nuestra realidad. Algo parecido dirá Moore sobre el estilo moderno y claro del dibujante Gary Frank, elegido para ilustrar “The New European”: el horror funcionará mejor sin la estética teatral del terror gótico. “Librándose de todos esos adornos de detalles góticos inútiles de mortajas y sombras, el horror se hace más espantoso”, afirma el guionista británico[30]. Insertar lo horrible en un entorno claro y reconocible es más efectivo que apelar de nuevo a las escenografías góticas.

No obstante, la mayoría de las historias de La Cosa del Pantano trata cuestiones sociales que trascienden lo cotidiano. Tenemos, en primer lugar, al Dr. Woodrue, El Hombre Florónico, un científico que se ha transformado en un híbrido de humano y vegetal para el que las personas normales son “ganado” o “filetes” de carne; un hombre mutado que quiere ser una planta y cuyo deseo de fusión total con el elemento vegetal le lleva a la locura y el crimen. Pero no es un mero mutante psicópata. Paradójicamente, usa argumentos ecologistas (por ejemplo, las talas de árboles a los que considera “su gente”) y dice que viene “a anunciar el milenio verde”[31]; es decir, intenta justificar el exterminio de la raza humana. Se trata de un rasgo clave en la escritura de Moore: nada es gratuito; incluso al mayor y más monstruoso psicópata se le dota de una psicología y unas razones. Lo clásico hubiera sido presentar a Woodrue como un monstruo que mata sin más; Moore hace de él un lunático con argumentos sacados de la cultura de su tiempo (recuérdese que La Cosa del Pantano se escribe en la década de 1980, en pleno despertar de la conciencia ecologista). “¡Destruye a las criaturas que nos destruyen, que destruyen la ecosfera con sus venenos y sus excavadoras!”[32], es el tipo de mensaje que, según Woodrue, le comunica el mundo vegetal. ¿Podemos imaginarnos al Hombre Lobo racionalizando sus ataques debido a que algunas especies salvajes están en extinción? Poco probable. Pero Moore, al poner estos argumentos en boca del Hombre Florónico, plantea el peligro de todo radicalismo que no respete lo diferente, incluido el de la defensa de la Naturaleza. Como revela La Cosa del Pantano, el Hombre Florónico es en realidad una anomalía del Verde, un elemento peligroso para el mismo.

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 Distorsión de los recuadros de las viñetas para romper la diagramación clásica. Página de la edición española de Swamp Thing 40 (septiembre 1985), publicada en La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 5, junio de 1989. Traducción de Dunia Gras, p. 19..

Como señaló Ramsey Campbell, Woodrue no es sino “el yo oscuro de La Cosa del Pantano”[33]. Para el Hombre Florónico, la humanidad es carne a sacrificar por el nuevo orden verde; para La Cosa del Pantano, una especie tan digna de protección como el mundo vegetal[34]. Simbólicamente, el Hombre Florónico le arrebata una sierra mecánica a uno de los lugareños del pueblo que pretende exterminar; una referencia intertextual explícita de Moore al cine gore de las décadas de 1970 y 1980, que se enriquece al ser relacionada con la tala de árboles: “La industria del cine ha canonizado este instrumento, ¿verdad?”, dice Woodrue. “Películas de carne… donde el horror es hacer a los humanos lo que ellos hacen a miles con los árboles”[35]. El que hasta ahora había sido un supervillano secundario del universo de DC Comics se convierte gracias a Moore en un rico juego de espejos entre la cultura de su tiempo y determinados subgéneros del terror. La maestría de los dibujantes Stephen Bissette y John Totleben para el género queda plasmada en imágenes impactantes, donde el horror inherente a la “impureza” (que diría Carroll) del híbrido humano-vegetal se refuerza con la disposición irregular de las viñetas, articuladas como trozos rotos de cristal; quizá un correlato metafórico de la locura de Woodrue. En este punto, es interesante subrayar el uso frecuente en La Cosa del Pantano de viñetas irregulares de tipo triangular o pentagonal que rompen el esquema rectangular habitual de la viñeta historietística, así como el empleo de viñetas superpuestas, descentradas o con bordes difusos. Un uso que influye en la connotación de semas propios del género de horror, como el desequilibrio, el caos o el movimiento violento.

El principio de que la política y la sociedad sean los auténticos temas bajo el disfraz del género prosigue en la historia de Cara-Nuclear, un hombre transformado por desechos nucleares y residuos tóxicos. Cara-Nuclear podría ser un supervillano cualquiera de un cómic de superhéroes, pero Moore le dota de un alcance mayor al relacionarlo con la política nuclear, el discurso militarista y la propaganda anticomunista estadounidense: “¿Quién puede soportar todas esas tonterías sobre la salud y el movimiento antinuclear?”, dice el personaje. “Estamos comprometidos con la energía nuclear. No podemos fingir que no existe… ¿«Energía natural»? Olvídala (…). ¡Necesitamos la energía nuclear!... ¡para la defensa! De [sic] las plantas nucleares se fabrican los missiles [sic] y todo eso… Ciérralas y acabaremos en una granja colectiva tragando vodka”. Un buen resumen de los tópicos de la propaganda conservadora de principios de la década de 1980, pero dotado de una ironía feroz: “¡Estamos comprometidos!”, grita Cara-Nuclear mientras la imagen muestra a un “americano” corroído por la misma energía que se supone ha de defender. Más irónico aún es que esta víctima de los residuos lleva puesta una vieja chaqueta militar[37]. La historia de Cara-Nuclear es un ejemplo evidente de cómo la política sirve de armazón de una historia fantástica: un mendigo transformado en una especie de contaminante radioactivo viviente tras beber agua expuesta a residuos nucleares, con una estética parecida a la de los monstruos de la ciencia-ficción post-apocalíptica (no hay que olvidar que el subtexto político es un recurso usado con frecuencia en la ciencia-ficción, género que en ocasiones se funde con el horror), y con el izquierdismo de Moore de fondo[38]: los residuos fueron vertidos en pozos por una corporación, en una mina abandonada a la que “sólo venían vagabundos y borrachos”[39]. Los abusos de estas corporaciones también son denunciados cuando intentan echar ilegalmente barriles tóxicos en el pantano. El peligro social, en fin, como una fuente de horror.  

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 Jason Woodrue, el Hombre Florónico. Página de la edición española de Swamp Thing nº 24, abril ’91, publicada en Clásicos DC nº 25. Traducción de Ernie Blitz, p. 47.

La historia “Pog”, homenaje a la serie de historietas Pogo, de Walt Kelly, incide especialmente en lo social y político. Está protagonizada por unos extraterrestres expulsados de su planeta por los horrores causados por “animales solitarios”: violencia, intolerancia, genocidio, canibalismo y experimentos médicos que recuerdan claramente a los del Tercer Reich (y que también están presentes en V de Vendetta, una de las principales obras de Moore). El líder de los pequeños y afables extraterrestres, el capitán Pog, cree que su búsqueda de un planeta sin crueldades ha finalizado al llegar a la Tierra, pero no es así. “Pog” se publica en 1985; un año después sale a la luz una historia de Moore sobre los Green Lantern Corps (superhéroes de DC Comics) donde se habla de un mundo parecido, lleno de indescriptibles máquinas de tortura y cuyos regentes (de apariencia monstruosa, por supuesto. Es difícil encontrar otra historia de Moore con monstruos tan repugnantes físicamente como los que dibuja aquí Kevin O´Neill) son “esencias (…) inmortales cuyas crueldades eran demasiado sofisticadas para sus formas mortales”[40], tienen poder absoluto y su imperio se llama “imperio de lágrimas”. La monstruosidad física, en este caso, nunca puede alcanzar los niveles de horror a los que llega la crueldad; en otras ocasiones, lo físico es un reflejo de lo moral (Oscar Wilde ya exploró el tema en El retrato de Dorian Gray –1891); en cualquier caso, la idea de la monstruosidad física como materialización del horror social o ético es una pauta recurrente en el tratamiento mooreano del horror.

La historia titulada “La maldición” es, a nuestro juicio, la cima artística de Moore en La Cosa del Pantano. Fuera de sus excelencias técnicas, es probablemente la narración donde puede verse con mayor claridad el anclaje social y político del horror: el “monstruo” del episodio es una mujer, Phoebe, que se transforma en un licántropo, una Mujer-Lobo. De entrada, el que sea una mujer ya implica una innovación en el arquetipo del “Hombre”-Lobo, pero es el nivel más superficial en la revisión de este arquetipo del horror. La Mujer-Lobo no quiere asustar a nadie, ni devorar víctimas indefensas; lo que quiere es escapar del “vergonzoso lugar” que han construido para ella: una cultura machista donde la mujer es poco más que un objeto, una cultura erigida en torno a la vida del ama de casa, la cultura del consumo y la publicidad (en una viñeta se ve un paquete de compresas “Feminex” con el eslogan “Tu libertad”), el culto a la imagen y la belleza física, el matrimonio (su marido es un imbécil y un machista), el mercado de la pornografía (donde la mujer es, más que en ningún otro sitio, un mero objeto) y, en general, el milenario sometimiento de la mujer a través de las culturas. Tras su mutación en lobo, Phoebe destruye los espacios de la cultura de la dominación (el hogar –incluido un buzón donde puede verse una carta publicitaria que reza “¡Señoras! ¡Podrían ser ganadoras!”–, una tienda de vestidos de novia, una tienda de pornografía y un supermercado), pero la única sangre que hay en el episodio es precisamente la de esta víctima del “vergonzoso lugar” diseñado por la cultura masculina: al final, se suicida empalándose en una hilera de cuchillos de plata puestos a la venta en un supermercado, cuchillos publicitados con el texto “¡Buenas noticias para las amas de casa!”. Las implicaciones simbólicas (las formas fálicas de los cuchillos sobre los que se inmola la mujer) e intertextuales (cuchillos de plata, que es la sustancia letal para los licántropos) son, por otro lado, evidentes.

 

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En resumen, el horror no radica en el monstruo de la historia (que es una víctima), sino en la cultura y la sociedad que rodean a las mujeres de la historia. Como ha dicho Moore, con “La maldición” los autores no sólo pretendían sorprender, sino expresar una opinión, una idea[41].

Un tema tan estadounidense como el del racismo no podría quedar fuera del escrutinio de Moore. La historia “Fruto extraño” comienza con un toque de ironía macabra a lo E.C. Comics y con uno de los elementos propios del horror de esta editorial, los zombies, pero adopta inmediatamente una óptica distinta a la de las versiones contemporáneas del tema zombie (por ejemplo, la de los caníbales del cine de George A. Romero), ya que el despertar de los zombies se transforma en un alegato social contra el racismo entre lo irónico y lo siniestro. Los zombies quieren “liberarse de esa tierra (…) donde la injusticia enterrada envenenó las raíces del mundo y todas sus culturas”. El racismo es lo que genera el horror físico de la historia, “emociones… tan crueles y violentas que han dejado su huella… hasta en la tierra…”[42]. De hecho, la trama de la historia se basa en una posesión por parte de espíritus que reviven el despellejamiento de un esclavo negro a manos del dueño de una plantación de Louisiana en el siglo XIX. La trama se presenta en el número anterior, “Costumbres del sur” (título que habla por sí solo): en 1842, el dueño de la plantación manda despellejar vivo al amante negro de su prometida (la violencia del racismo es así llevada al límite); más de un siglo después, el racismo persiste en algunos de los actores que protagonizan una serie de televisión en la misma plantación. Lo que también ha persistido es el aura de maldad de aquel crimen: la plantación es invadida gradualmente por una presencia que va poseyendo a los protagonistas y haciendo que reproduzcan palabra por palabra y acto por acto lo que ocurrió allí hace más de un siglo. En esta historia de La Cosa del Pantano, el origen de la realidad “X” que invade la realidad “Y” no es puramente extraterrestre o paranormal, como suele ser habitual en la cultura de masas; es en parte (y mediante el género fantástico) consecuencia de la depravación individual y social. En palabras de Moore, es el sueño de un lugar que rememora “viejos horrores”[43].

Una vez más, la sensibilidad neofantástica de Moore sale a la luz, pues el tema de la invasión gradual de una casa ya fue anticipado en la literatura fantástica por autores como Julio Cortázar, y tiene otro magnífico precedente cinematográfico en El resplandor, de Kubrick[44]. Y aunque los dos capítulos de esta historia están recorridos por la imaginería del horror vudú y la magia de la cultura negra de Louisiana y el sur de Estados Unidos (zombies, calaveras, muñecos de vudú, sacrificios de aves, nombres en francés, timbales), lo que realmente vertebra estos números de La Cosa del Pantano es, una vez más, la idea de lo social como fuente del horror[45].   

“Ghost Dance”, “Baile de fantasmas”, narra un cuento de fantasmas protagonizado por las víctimas de la cultura de las armas estadounidense que sigue en buena medida la trama de El resplandor de Kubrick: de nuevo, la invasión gradual de una casa por espectros del pasado. La casa está poseída por cientos de víctimas de la violencia que recorre la historia de Estados Unidos: personajes envueltos en duelos del Western, indios masacrados, víctimas de pelotones de fusilamiento, y hasta manadas de bisontes abatidos por cazadores. Todos ellos víctimas de rifles Cambridge: “las balas Cambridge”, se dice en un momento de la historia, “hicieron un país”[46].

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Todas estas figuras, excepto la del Hombre Florónico, están incluidas en una saga titulada, no por casualidad, “American Gothic”, “Gótico americano”, que es en realidad, bajo el desfile de vampiros y licántropos, un ataque demoledor a las peores lacras de la cultura estadounidense (y por extensión, diríamos, a las del mundo occidental en general): el horror de la energía nuclear, el machismo, el racismo, los serial killers, la violencia del Western y la cultura del cowboy (que se proyectan sobre la cultura de las armas)… Puede pensarse que son lacras antiguas, pero a lo largo de “American Gothic” queda muy claro que el horror no consiste en zombies y fantasmas del pasado que vuelven a la vida, sino en un fenómeno persistente en la sociedad. Al fin y al cabo, el nombre de la saga está sacado del famoso cuadro de Grant Wood que, según suele decirse, plasma a la perfección el espíritu de la América profunda; la respuesta de Moore sería que esa América profunda está llena de horrores. Y aunque se supone que los acontecimientos de “American Gothic” responden a una conspiración de brujos suramericanos que fomentan el horror por todo el continente, no es menos cierto que lo más jugoso de La Cosa del Pantano subordina lo metafísico y las fuerzas externas a las pesadillas de la sociedad y al interior de la conciencia humana. Así resume el protagonista todos estos hechos al final de “American Gothic”: “He visto… seres humanos… encerrados en un sombrío círculo… de dolor y castigo… sexo contra sexo… raza contra raza… generaciones perdidas… en un laberinto de muerte y culpa… he visto monstruos humanos… regocijándose… en la insensatez que ven en la vida… matando sin motivo…”[47].

Desde una perspectiva histórica, Moore no ha sido el primero en utilizar el género fantástico y de horror para deslizar una crítica social progresista. La misma E.C. Comics publicó historietas que “no dudaban en criticar el racismo imperante en los EE.UU., ni la violencia policial, ni el clasismo, ni el individualismo exacerbado, ni el intervencionismo militar en Corea, ni la corrupción política, ni cualquier aspecto que les pareciera criticable”[48]. No obstante, no lo hacen de forma sistemática como Moore, sino en números aislados. Además, en Moore lo social es mucho más que un recurso puntual a emplear en un género determinado: la reflexión sobre la sociedad es un tema fundamental que recorre toda su obra (probablemente, es el tema más importante de su producción). En el caso de La Cosa del Pantano podría decirse que, de la misma forma que el homenajeado cómic de Kelly, Pogo, fue un reflejo de la sociedad estadounidense de su época, los episodios de Moore suponen una formidable crítica y un espejo de la sociedad de su tiempo. 

El propio Moore nos ofrece en una entrevista con Jonathan Ross otra clave que verifica nuestra hipótesis de que la crítica política y social está en la base de la motivación de La Cosa del Pantano. Reflexionando casi veinte años después de empezar a trabajar para DC, Moore piensa que la línea de cómics Vertigo publicada por esa editorial, “su atmósfera, su ética, o lo que sea, parece estar basada en el mal humor que tenía hace unos 18 años (...). Estaba un poco molesto, ya sabes, sobre la política en general, debido a la etapa de Thatcher”[49], y no hay que olvidar que La Cosa del Pantano fue una obra de influencia determinante en la creación de Vertigo[50]. De la misma forma que Watchmen, una de las obras capitales de Moore, era en parte un alegato contra la política de Ronald Reagan, puede conjeturarse que obras como La Cosa del Pantano (y lo mismo puede decirse de V de Vendetta) responden a una reacción negativa contra el thatcherismo; en definitiva, una reacción básicamente política.     

 
 LA PESADILLA INDIVIDUAL

Moore declaró en 1985 que su objetivo era añadir, junto a los dibujantes, “una gran dosis de profundidad emocional y realismo” a las historias de horror; producir en la gente “impresiones (…) que no son percibidas muy a menudo” si se comparan con el “nivel más superficial de entretenimiento” que buscan otras historias[51]. Un año antes, el guionista había señalado en una entrevista lo siguiente:
En concreto, cuando me aproximé a La Cosa del Pantano encontré algunos problemas. El primero es que el concepto original del personaje que crearon Len [Wein] y Berni [Wrightson], que funcionó perfectamente a principios de los 70, no podría funcionar para el público de los 80. El público ha cambiado, su ambiente ha cambiado, y su noción del horror ha cambiado (...). Por ejemplo, un gran porcentaje de nuestro público tiene hoy día acceso a equipos de vídeo. Si lo desean, pueden ver con entusiasmo películas en las que a una mujer le arrancan los pezones con unos alicates. A un nivel más aceptable, pueden ver La Cosa, de John Carpenter y contemplar una vívida y desagradable rareza mucho más real e imaginativa que nada que se haya experimentado en el cómic... a pesar de la idea de que el cómic tiene un “programa ilimitado de efectos especiales”. Es decir, el problema es que mientras podríamos aproximarnos a ese programa ilimitado de efectos especiales con nuestras líneas sobre el papel, gente como Spielberg y Lucas tienen realmente un programa ilimitado de efectos especiales (...). En mi opinión, las únicas áreas en que podemos competir con éxito se encuentran en las novedades que podemos ensayar con nuestra narrativa, que no pueden ser duplicadas completamente por otros medios, así como en la medida, profundidad e importancia de nuestras historias (...). Con La Cosa del Pantano estamos haciendo todo lo que podemos para construir historias que tengan algún tipo de resonancia humana real en el alma humana y algunos momentos de genuina intranquilidad[52].
 
Esto nos lleva a la segunda dimensión del acercamiento mooreano al género de horror, que complementa el aspecto social. Si los tópicos clásicos del género están fosilizados y la violencia extrema del cine hardgore es difícil de superar, habrá que buscar esa “resonancia humana” de la que habla Moore: la preeminencia, en suma, de lo psicológico, como han demostrado en las últimas décadas obras maestras del terror como la ya citada La semilla del diablo de Polanski, si bien se trata de una constante del género desde (al menos) Edgar Allan Poe. Como recordaba Jorge Luis Borges, cuando Poe fue tildado de discípulo de los románticos alemanes contestó que “el horror no llega de Alemania; llega del alma”[53]. El mundo de Poe es un universo de obsesiones monomaníacas, de fenómenos que repugnan a la razón, de actos sádicos que bien pueden responder al título de uno de sus relatos, “El demonio de la perversidad”.

En este punto también podemos citar a Lovecraft, para quien “[l]a única prueba de lo verdaderamente preternatural es la siguiente: saber si despierta o no en el lector un profundo sentimiento de pavor, y de haber entrado en contacto con esferas y poderes desconocidos (…)”[54]. En otras palabras, la definición lovecraftiana de la literatura de horror depende de los efectos, de las emociones despertadas en el receptor, de la misma manera en que Moore pretendía conseguir una “resonancia real” y “momentos de genuina intranquilidad” con sus historias.   

La idea de la naturaleza psicológica del horror como trasfondo del puro miedo físico a lo sobrenatural se materializa en distintas ocasiones en La Cosa del Pantano; por ejemplo, en los horribles sueños que tiene el protagonista en uno de los episodios al saber que no es humano. No obstante, la figura central en el caso del horror psicológico es el monstruo llamado “Rey Mono”, una especie de vampiro psíquico que se alimenta del miedo infantil y es capaz de mutar (como el miedo) en mil formas lovecraftianas, según sea el horror del niño que sufra su ataque. Además, su aparición cumple con cánones del género como la repulsión física que causa el monstruo, y no sólo por su aspecto, sino también por el “asco” que provoca su olor. Además, se trata de un monstruo que ejemplifica a la perfección lo que señalábamos sobre el neofantástico: se dice que el Rey Mono penetró “con garras y dientes” en “nuestro mundo de cordura y razón”[55]. En la estela de Kafka, Borges o Cortázar, lo que Moore plantea de nuevo es un mundo por cuyos intersticios se cuelan dimensiones ajenas a la razón. El monstruoso Rey Mono que desafía los límites y la estructura de la realidad no chupa sangre, ni devora a la gente, sino que se alimenta del miedo de los niños, como ya hemos dicho. Este vampiro psíquico es producto del “sueño de la razón”, como insinúa Moore al cerrar el capítulo con una reproducción del grabado de Goya El sueño de la razón produce monstruos junto al rostro del Rey Mono. El episodio “La hora de correr”, en la misma historia del Rey Mono, apunta a los miedos más profundos: los infantiles, reforzando así la idea de horror psicológico. Como señalaba Henry James en una de las novelas pioneras del terror psicológico, The Turn of the Screw, Otra vuelta de tuerca (1898), los cuentos de fantasmas y apariciones tienen un mayor impacto emocional si hay niños de por medio[56]. “No hay palabra que describa el miedo de un niño”, repite Moore en la primera página del episodio (se trata de una cita del guión de James Agee para La noche del cazador[57]). Es uno de los episodios más terroríficos de La Cosa del Pantano, desde el título (la “hora de correr” es un elemento imprescindible en todo film de horror que se precie) a descripciones del miedo como “un gusano gordo y oscuro que se retuerce en los intestinos”[58], pasando por niños autistas que atacan a sus cuidadores o un monstruo introducido en este mundo por un tablero ouija. El Rey Mono, desde la perspectiva del género, es muy interesante y hasta innovador: si usualmente los monstruos del género de horror provocan miedo, el Rey Mono se alimenta del horror que genera, sacando a la luz los miedos más profundos de cada individuo al que se acerca: “Comía miedo. Vomitaba miedo. Vivía del miedo. Y mataba con miedo”[59]. En otras palabras, el monstruo es un reflejo de las experiencias de cada cual.  
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 El horror de los abusos. Página de Clásicos DC n? 27 [no se indica el traductor], p. 20
De este modo, tenemos el principal sema del género, el miedo, personificado. Lo más espantoso del capítulo es ver, mediante las excelentes ilustraciones, los distintos miedos de los niños víctimas del monstruo. En uno de ellos se verifica de nuevo el carácter social del horror mooreano, derivado de aberraciones éticas en este caso. El miedo que el Rey Mono encuentra “más grande”, “más delicioso”, “más intoxicante”[60] es el de una niña que ve a alguien diciéndole “Mamá no lo sabrá”; evidentemente, un caso de abuso sexual infantil que se transmuta en una imagen del violador no menos espeluznante. El miedo, en consecuencia, no es sólo una reacción de repulsa a un vampiro o un zombie; el miedo más profundo es psicosocial y está enraizado en las experiencias (infantiles o no) más espantosas. La representación visual de estos horrores a lo largo del episodio es puramente lovecraftiana, lo que supone un interesante contrapunto de horror físico al horror moral.

Hemos hablado de aberraciones éticas. Efectivamente, Moore cuenta entre las causas del mal y el horror determinadas conductas y rasgos de la personalidad escasamente dignos. La debilidad es uno de ellos: Matt Cable, acusado por Abby de débil y corrupto, le dice a La Cosa del Pantano que “no existe la maldad, Alec… ninguna oscuridad reservada a demonios y monstruos. Sólo existe la debilidad… hice una elección…”[62]. Aquí está la clave, una vez más: la pesadilla no es patrimonio de amenazas externas, sino que depende de las elecciones humanas, de la conducta, cuyos efectos negativos se transforman en horrores materiales (es decir, en monstruos) con consecuencias no menos horrendas para el que los causa y para otras personas. John Constantine, un famoso personaje de DC Comics creado durante el periplo de Moore en La Cosa del Pantano, afirma en el episodio “La hora de los cuervos” que estuvo en prisión “en una celda con un tipo que violó y torturó ancianas. Apestaba. No de sudor o suciedad. A maldad”; el mismo “olor” que Constantine percibe en la guarida de La Brujería, el grupo suramericano de conspiradores que está detrás de los horrores de “American Gothic”[63]. La debilidad que torturaba a Matt Cable aparece en este episodio en forma de la ambición que lleva a una amiga de Constantine, Judith, a traicionarle a él y a La Cosa del Pantano, coadyuvando así en el horror de La Brujería.

Otro ejemplo se encuentra en la visión que del infierno nos ofrece Moore en el Annual #2 (1985) de La Cosa del Pantano. Estéticamente, parece una mezcla de las criaturas de Lovecraft y los mundos que el dibujante Steve Ditko creó para el Doctor Strange de Marvel Comics; éticamente, es un lugar de pura maldad donde “hay criaturas que arrancarían las alas de los ángeles para salir de su aburrimiento”; metafísicamente, es un lugar creado por la Humanidad, no por Dios, “en una vida de locura irracional” y mediante faltas como la codicia, la soberbia y el desamor[64]. Esta visión del infierno reaparece en episodios posteriores de La Cosa del Pantano como “Reunión”, donde el averno se caracteriza por “la penitencia sin redención”, entre otros atributos poco agradables, y con las habituales imágenes repugnantes. La culpa y el remordimiento, podría interpretarse, son lo que conduce a los más espantosos horrores.
           
La conclusión es clara: el horror procede en última instancia de la conciencia y/o la conducta humanas. La conciencia individual contiene el infierno en su interior, y el horror es un reflejo (amplificado y mediado por lo monstruoso) de la misma. Esta concepción de lo infernal persiste en la obra del guionista británico Neil Gaiman[65], uno de los autores más renombrados del género de terror en la década de 1990, que no ha ocultado su admiración y pasión por la obra de Moore (La Cosa del Pantano en particular), la cual ha ejercido un indudable magisterio en él. En uno de los números de la serie escrita por Gaiman The Sandman, leemos que unos personajes “hacen lo mismo que siempre hicieron. Se lo hacen a sí mismos.
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Eso es el Infierno”[66]. Una definición, como puede comprobarse, en consonancia con algunos aspectos clave de La Cosa del Pantano.

En suma, la conciencia de la degradación moral es lo que canaliza en ocasiones el horror social. En la historia de Cara-Nuclear, por ejemplo, el auténtico horror no es contemplar el aspecto del mutante, ni los efectos de su radioactividad; el horror (ético y, por sus causas, social) es la escena donde Wallace Monroe, un ex–empleado de la compañía causante de los vertidos tóxicos, obsesionado por los crímenes ecológicos que ha encubierto, huye ante la ironía cruel de que su mujer, embarazada, también ha sido contaminada por Cara-Nuclear (para más inri, la chica es una persona bondadosa y humanitaria). El auténtico horror es ver a Monroe retrocediendo, alejándose de su esposa, casi enloquecido: “No puedo soportar tu mirada”, le dice a la mujer en voz interior. “Dí la vuelta y empecé a correr... sabiendo que nunca me detendría”[67]. Huir y no detenerse nunca… ¿cabe acaso mayor pesadilla? Esta idea de pesadilla infinita está también presente en la ya citada “Reunión”, historieta que muestra el averno. Como en el caso de Matt Cable, el horror está en la conciencia, en el remordimiento. Y más horror aún produce pensar en cómo puede afectar la radioactividad al niño que la esposa de Monroe porta en su vientre.

La saga “American Gothic”, que comienza justo después de la historia de Cara-Nuclear, también participa del principio de que el auténtico horror radica en la conciencia; más aún, es su principio rector. En la historia sobre el racismo del sur de Estados Unidos, uno de los personajes racistas que son poseídos dice hacia el final lo siguiente: “¡Esta pesadilla... este horror! ¡Miré en su interior, Billy, y... ¡... y me reconocí!”[68], con lo que el elemento social (racista) y el psicológico y ético (la reacción conductual ante ese elemento) se imbrican. En el número titulado “El retorno”, que va generando una atmósfera basada en la anticipación del regreso de una poderosa fuerza apocalíptica, el Mal venidero es identificado por cada personaje con su idea particular del mismo (Satán, un monstruo lovecraftiano, etc.) y, en concreto, se explicita que esta pesadilla depende de la psique humana: “Para generar la energía necesaria deberán aumentar la creencia en el mal de toda la humanidad”, dice uno de los personajes acerca de los conspiradores que planean traer el apocalipsis. “Sí, eso es lo que van a hacer. Es obvio”, responde otro. “Usarán los clásicos monstruos... hombres-lobo, vampiros, casas encantadas, sueños...”[69]. Palabras reveladoras que prefiguran una América corroída por la creencia de sus habitantes en lo espantoso (ese es el “Gótico americano”, generador del mal cósmico o, al menos, imán de los horrores que van surgiendo por toda América[70]) y, lo que es más destacable desde una perspectiva atenta a la historia del género, conciben las figuras clásicas del horror no como un detonante per se de la pesadilla o un fin en sí mismo que lleva a la gente a gritar y a esconderse, sino como la mera materialización (ahí entra el elemento fantástico: lo monstruoso, que define el concepto de horror) de las pesadillas de la conciencia. Lo que hace Moore es trasladar el origen real del miedo a la mente humana, a las creencias y experiencias del sujeto, más que a un objeto externo (las figuras clásicas del género: licántropos, vampiros, etc.) que, en todo caso, cumple una función instrumental. En otras palabras, la clave es que la oleada psíquica de horror ante lo que se encuentra en el alma humana (o en la sociedad) es lo que genera la monstruosidad, en vez de una monstruosidad que provoca, según los patrones clásicos, un sentimiento de horror. Una historia que sirve de intermedio a “American Gothic”, “Fruta del cielo”, verifica esta teoría. Dos personajes comen el mismo producto alucinógeno, pero sus visiones son muy distintas. Uno contempla un océano de amor y vida; el otro, un infierno plagado de horrores. No es casual que el segundo personaje esté motivado por el egoísmo y la crueldad, mientras que la chica que percibe amor y vida está motivada por estos mismos sentimientos.
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 La percepción del horror. Página de la edición española de Swamp Thing N.º 43 (diciembre 1985), publicada en La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, n? 7, agosto de 1989. Traducción: Dunia Gras, p. 28.
Una vez más, el infierno (o el paraíso) está en el alma humana, y el horror (o el placer) es percibirlo de forma amplificada. “Una ciudad, un continente, todo un planeta lleno de tortura, locura (...)”, dice el sujeto que percibe el horror, palabras ilustradas por las imágenes de Stan Woch y Ron Randall que muestran un panorama dantesco con cuervos carroñeros y niños quemando vivo a un perro. La sustancia alucinógena no hace sino amplificar “lo que ya hay en una persona”[71]; el elemento catalizador o mediador de esta amplificación de lo moral es lo fantástico.

Fuera de “American Gothic” existen también excelentes muestras de cómo el horror físico es un mero soporte o representación de su fuente, la conciencia. Las espantosas descripciones del desbaratamiento del mundo artificial e ilusorio creado por La Cosa del Pantano en el episodio “Mi cielo azul”, a medio camino entre el cine de David Cronenberg y el gore, son un reflejo de la conciencia de estar absolutamente aislado en un planeta vacío y de la locura que ha llevado al protagonista a intentar reconstruir una alteridad ilusoria: “¿Cómo? ¿Cómo... me he construido... esta cárcel? Este purgatorio...”[72]. La idea es crucial: la mente puede generar su propia pesadilla, su propio “purgatorio”, y la expresión de La Cosa del Pantano en la página citada lo dice todo al respecto. En otras palabras, la decadencia, la monstruosidad y la repulsión física son meros trasuntos materiales del descubrimiento de un hecho mental o conductual repugnante a la razón (la palabra “locura” aparece a menudo en “Mi cielo azul”) o a la ética (como ya vimos en los personajes de Matt Cable, el Rey Mono, etc.). En una de las últimas historias de Moore para la serie, “Toda carne es hierba”, el género de ciencia-ficción envuelve una situación monstruosa y basada en la conducta y la conciencia humanas. El espíritu de La Cosa del Pantano llega al planeta “J586” y se materializa en formas vegetales, pero encuentra un gran problema: esas formas ya son sensibles e inteligentes, generándose así una amalgama corporal (interpretable como una versión vegetal de Lovecraft) que destruye el principium individuationis y crea un espacio donde todas las conciencias coexisten y se (auto)contemplan de forma transparente. “El cielo y el infierno estaban en su interior”[74], sentencia Moore. Roto el principio de individuación, todo sale a la luz en este amasijo de cuerpos y conciencias vegetales. La soledad, el desamor o la amargura son la base de las experiencias que tienen algunos de los vegetales inteligentes absorbidos por La Cosa del Pantano.
“He visto la maldad… la crueldad con la que destruye… y la culpa que genera…”, dice La Cosa del Pantano en la conclusión de “American Gothic”.  Esta idea del mal como suma de crueldad y arrepentimiento (de nuevo, la conciencia) es, en definitiva, el trasfondo de las monstruosidades mooreanas. “Quizás… la maldad… es el humus formado por la virtud [de nuevo, la ética]…” cuando la virtud se ha acabado, expresa el monstruo, si bien “… quizás… de esa oscuridad… la virtud… renazca… más fuerte…”[75].

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El infierno mental. Página de la edición española de Swamp Thing 56 (enero 1987), publicada en La Cosa del Pantano, segunda maxiserie de 12 episodios, n? 5, julio de 1991. Traducción de Carlos Mayor, p. 30.

La Cosa del Pantano no es sólo una obra innovadora en el cómic de horror. Hasta cierto punto, y aunque no nos detendremos demasiado en ello, es también un compendio de muy distintas influencias del género procedentes de diversos ámbitos artísticos. Así, y para no desentonar con los clásicos, en esta obra hallamos zombies putrefactos llenos de gusanos y moscas, personas que se transforman en animales y todo tipo de criaturas repugnantes e insectos monstruosos. En general, y como tantas otras obras de Moore, La Cosa del Pantano es un auténtico tejido transtextual plagado de citas e influencias de todo tipo, desde el horror psicológico hasta la reelaboración de las figuras clásicas del género, pasando por el gore, Lovecraft[76] o la cotidianeidad macabra de los cómics E.C. Y, por supuesto, todo tipo de temas de actualidad que revelan la condición última del miedo: los horrores de la sociedad y la política humanas. En cuanto al aspecto estético, uno de los principales dibujantes de la serie durante la estancia de Moore como guionista, Stephen Bissette, además de estar especialmente interesado en el cómic de terror y el dibujo de monstruos, apuntaba entre sus influencias a los dibujantes Neal Adams, Richard Corben, Berni Wrightson (el creador visual de La Cosa del Pantano), Gene Colan (de estos dos últimos pueden provenir los inquietantes claroscuros del dibujo de la serie) o Frank Miller (de quien probablemente adapta Bissette los tipos de viñetas alargadas), así como “las texturas de los films de David Lynch y David Cronenberg”[77]. De Cronenberg, señalaríamos, adoptan Moore y Bissette la idea de la Nueva Carne, las mutaciones biológicas y cierta repugnancia visual[78]; de Lynch, la inquietante atmósfera de su cine neofantástico: un mundo extraño con puertas a otras dimensiones que pueden abrirse en cualquier momento. A Cronenberg y Lynch puede añadirse otro maestro del cine fantástico contemporáneo, John Carpenter (ya vimos que Moore cita La cosa como ejemplo de terror “real e imaginativo”) y su mezcla de Lovecraft y horror psicológico. Por nuestra parte, añadiríamos a estas influencias estéticas la de Graham Ingels, uno de los dibujantes más personales y admirados de E.C. Comics (lo que supondría un referente transtextual dentro del contexto del cómic de horror), que tiene una posible reminiscencia en las figuras retorcidas y barrocas y en el dinamismo desgarrado de Bissette y Totleben.  

Y no sólo son las influencias estéticas las que hacen de La Cosa del Pantano un catálogo del género de horror. Las técnicas narrativas y visuales también juegan un papel importante. Así, por ejemplo, encontramos la técnica de adelantar e insinuar el final, clásica en el género de suspense y terror, y que en algunos episodios adopta una forma simétrica, como en los cuentos de Borges.     
 
 
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Portada de la obra La broma asesina.
 
OTROS MONSTRUOS
 
Tras “American Gothic”, el tono de horror en La Cosa del Pantano se relaja bastante y cede paso a otros temas. Nos centraremos, por consiguiente, en otras obras de Moore donde el horror hace acto de presencia.
Si bien no puede encajarse estrictamente en el género de horror, la novela gráfica The Killing Joke, La Broma Asesina (1988), se acerca bastante al mismo (al menos, en sus efectos). Protagonizada por Batman y su archienemigo Joker, La Broma Asesina es un estudio sobre la locura con escenas propias de un cuento cruel cercano a la pesadilla y orquestado por el Joker y su particular circo de los horrores (donde están presentes los “monstruos” de los espectáculos de feria: enanos, siamesas, hombres lobo, etc., que dotan de una atmósfera siniestra al relato). Entre las humillaciones a las que el Joker somete al Comisario Gordon (personaje habitual de los cómics de Batman) y su pelea con el Hombre Murciélago, escuchamos las razones que da el maníaco para justificar su locura. Según el Joker, el hombre común es “el más extraño y trágico error de la naturaleza”; además, 
¿Cómo puede vivir? (…). ¿Cómo puede este pobre y patético espécimen sobrevivir en el cruel e irracional mundo de hoy? La triste respuesta es “No muy bien”. Frente al hecho inevitable de que la existencia humana es demente, azarosa y sin objetivos, uno de cada ocho se vuelve loco (…). ¿Quién puede culparles? En un mundo tan psicótico como éste… ¡cualquier otra respuesta no sería sensata!
 
El del Joker es un mundo “lleno de preocupación”, donde “cada titular grita desesperación”, lleno de “violaciones, hambrunas, guerra y vileza” [79]; en definitiva, el mundo que en otras obras de Moore genera la monstruosidad física, y que en este caso reafirma más que nunca el anclaje antropológico, social y político de la pesadilla. 
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 Viñetas de The Killing Joke (1988), p. 25.


Una obra que comenzó a publicarse antes que La Cosa del Pantano y que también incluye escenas de auténtico horror es Miracleman, uno de cuyos episodios ha sido descrito como uno de los cómics más violentos jamás realizados[80] debido a la masacre indescriptiblemente violenta que narra. La violencia, tema que aún no hemos tratado, es un ingrediente consustancial al género de horror. Hasta cierto punto, hay una especie de “puente” entre géneros que va desde el policíaco hasta el horror, pasando por la ficción criminal y los pulps, conforme se incrementa la violencia y (en el caso del horror) se incluye un elemento de corte fantástico[81]. La historia del cómic de horror está sembrada de ultraviolencia y gore, presentes tanto en los extraordinarios trabajos de la E.C. como en otros títulos de la década de 1950 que, por cierto, superaban en mucho los niveles de violencia de la E.C[82]. En general, y aunque la obra de Moore es pródiga en escenas violentas (impuestas, en todo caso, por géneros como el de superhéroes, el policíaco o el de horror, naturalmente violentos), no se limita al mero regodeo en los efectos (que resumen, al fin y al cabo, el papel de la violencia en estos géneros), sino atiende más bien a las causas. Analizar en la citada historia de Miracleman las causas últimas del despliegue del horror y la monstruosidad nos llevaría a entrar en el concepto que Moore tiene de la figura del superhéroe (lo cual excede este trabajo), en tanto en cuanto el causante de este festival hardgore es un antiguo superhéroe. Baste decir, en todo caso, que lo que ha hecho del antiguo Kid Miracleman un asesino de masas es la degradación moral y el abuso del poder; es decir, cuestiones éticas y políticas. 

Esto nos lleva al asesinato masivo y al monstruo que han hecho más famoso a Moore: los presentados en el último episodio de Watchmen, probablemente la obra maestra del guionista de Northampton. Como en Miracleman, el causante es un antiguo superhéroe, pero a diferencia de Miracleman las motivaciones del asesino son más humanas. Lo relevante, en cualquier caso, es señalar que aunque esta criatura cumple los cánones del género de horror (un monstruo de apariencia amenazante, y evidentemente repulsivo), no tendríamos que sorprendernos a estas alturas si descubriésemos que su monstruosidad física no significa absolutamente nada. El monstruo no ha sido creado en un castillo de sombras expresionistas durante una noche de tormenta, ni es una abominación proveniente de tiempos primigenios, sino un puro artificio con fines exclusivamente políticos e incluso antropológicos, pues lo que el creador del monstruo pretende es, hasta cierto punto, una transformación en el clima psicosocial del mundo, una renovación del espíritu humano. Evidentemente, el tema es demasiado complejo para desarrollarlo aquí, pues una de las cuestiones más discutidas de Watchmen es, a nuestro juicio, la postura de Moore como autor respecto a esta peculiar “solución final”. Quedémonos, en todo caso, con la que puede significar la subversión más profunda del género de horror: monstruosidad y violencia extrema provocadas no por lo paranormal, sino por seres humanos, y con causas sociales y políticas.
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El monstruo político de Watchmen. Página de la edición española de Watchmen, n? 12.

 Monstruos y hardgore. Página de la edición española de Violator nº 3 (VII/1994), publicada en Violator, edición española en formato libro, Mayo de 1995. Traducción: Fco. Pérez Navarro, p. 65.

La normalización del horror. Página de la historia “The New European”, publicada en Vampirella / Dracula. The Centennial, octubre de 1997, p. 27.


Moore también trató lo monstruoso en diversos trabajos de la década de 1990, como sus obras sobre el personaje Violator y el universo de la serie de Todd McFarlane Spawn, que persiguen una comercialidad evidente. De mayor calidad es la ya citada historieta de 1997, “The New European”, cuya aportación está en la línea de uno de los ejes de La Cosa del Pantano: la integración plena del horror en la sociedad contemporánea. Así lo percibe Jack Halloran, el protagonista de la historia, al perseguir a Drácula hasta un moderno pub de estética siniestra y sadomasoquista donde el público escucha al Señor de los Vampiros con indiferencia, sin pavor. El horror, pues, radica en el sentimiento de Halloran sobre la naturalidad/normalidad que un vampiro asesino supone en la sociedad contemporánea. “No les importaba”, dice Halloran sobre la gente del pub. “Es América, es 1997, es Drácula. ¿Por qué no?”[84]. El motivo del horror, como en La Cosa del Pantano, se eleva a reflexión sociológica. De hecho, Drácula es ese “nuevo europeo” que da título a la historia. “A la noche moderna no le importa. La noche moderna duerme para él, indefensa… Simplemente, pidiéndolo. ¿Por qué no?”[85], son las palabras que cierran este cómic, con un tono sadomasoquista y derrotista que describe a la sociedad contemporánea como corderos que piden ser llevados al matadero.


De 1997-1998 es la miniserie Voodoo, obra de escasa calidad pero que ilustra una vez más la sensibilidad neofantástica de Moore, además de reflejar, lógicamente, la imaginería del horror vudú (calaveras, esqueletos, brujos, etc.). En esta serie se muestra que junto al plano empírico “A” (lo que concebimos como la “realidad”, con apariencia de normalidad y tiempo lineal) existe un plano suprasensible “B” (una realidad fantástica, no sujeta a leyes racionales, y con un tiempo no–lineal que puede ser alterado y remontado por criaturas que no son humanas). El efecto del horror se produce cuando “B” se infiltra en y comienza a modificar “A”. El policía de la historia dice que sólo está viendo “la superficie de todo esto. Que hay otra historia completamente distinta ocurriendo tras la cortina”[86]. En la misma viñeta, un enorme ojo perteneciente a un ser sobrenatural que está manipulando al policía y a la protagonista (Vudú), les mira a través de la ventana sin que éstos lo perciban. Además, como en algunos episodios de La Cosa del Pantano, hay una relación entre el horror y el espacio, dado que la acción transcurre en lugares que, tras la apariencia empírica, encubren otras dimensiones, otros planos de la realidad, lo que supone una actualización de la casa encantada o el castillo gótico, clásicos en la tradición del horror. También como en La Cosa del Pantano, los seres fantásticos de Voodoo tienen, a su vez, una forma humana, falsa, y una forma natural, inconcebiblemente horrorosa (son seres de otros mundos), que lleva a los personajes a taparse los ojos ante su visión. Atmósferas extrañas, fantasmas que surgen de fotografías antiguas y se introducen a través de ellas en el mundo físico, fuerzas sobrenaturales del pasado que se apoderan de un edificio (como en la saga sobre el racismo de La Cosa del Pantano), y una realidad desarticulada –“(…) todo se ha roto”, se dice cuando esas fuerzas sobrenaturales regresan[87]–, son otros elementos de esta serie.

La noción de lo neofantástico como fenómenos que ponen en cuestión el orden racional también está presente en Voodoo:
Si no hubiera Puerta, el mundo sería mucho menos divino… pero también sería más razonable y más justo. Porque el tal Carrefour es quien puede lanzar al mundo los Demonios de la mala suerte, la desgracia y la destrucción deliberada. Ningún hombre… por mucho cuidado que tenga en construir la estructura lógica de un destino bueno y apropiado… está a salvo de tal disrupción[88].
    
Queda claro: la razón y la lógica presentan grietas ante las fuerzas del Caos; el Bien está a merced del Mal. Finalmente, Voodoo también evidencia el anclaje psicológico del horror: como dice un ser sobrenatural en la serie, “las aguas residuales del alma retroceden”, y lo obsoleto vuelve a la existencia “a través de la oscura y brillante puerta…”[89]. El horror y la putrefacción proceden del alma humana, en la misma medida en que cuando se habla del infierno se muestra una escena de sangre y cuerpos acuchillados, es decir, una escena de horrores humanos. Y el ser de apariencia monstruosa, cuya visión casi vuelve locos a algunos personajes, es en realidad una materialización del miedo –“¡(…) soy el Portal Oscuro! ¡Todo lo que el mundo teme!”[90]–; léase, una emoción humana, como ocurría con el Rey Mono.

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 El horror insoportable. Página de la edición española de Voodoo nº 2 (XII-97), publicada en Voodoo, edición española, nº 2, mayo de 1999. Traducción de Francisco Pérez Navarro, p. 9.
También hay monstruos y situaciones de horror en otros trabajos recientes de Alan Moore, como los que aparecen en la serie Top Ten (una versión de Canción triste de Hill Street protagonizada por superhéroes policías) o en The League of Extraordinary Gentlemen, que ganó en 2001 el premio Bram Stoker a la mejor narración ilustrada de terror del año[91]. En esta última asistimos a un interesante experimento transtextual basado en un grupo de héroes victorianos formado por personajes clásicos de la narrativa del siglo XIX, y también encontramos un monstruo: la simiesca y gigantesca versión que Moore y el dibujante Kevin O´Neill dan del Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson, así como escenas hardgore protagonizadas por el mismo. Pero este hombre-bestia y otras monstruosidades que aparecen en el serial no implican nada más allá de fabular una Inglaterra victoriana plagada de horrores ocultos. La única referencia a una de las premisas mooreanas de lo monstruoso, el aspecto sociopolítico, nos la ofrece otro de los protagonistas de The League of Extraordinary Gentlemen, el Capitán Nemo de las novelas de Julio Verne, cuando afirma en el segundo episodio del serial que el agente gubernamental que reúne a los protagonistas, Campion Bond, “colecciona monstruos”[92].


En todo caso, lo más interesante de The League of Extraordinary Gentlemen en lo relativo al horror según Alan Moore es el relato en prosa (con ilustraciones de O´Neill) que se publica de forma seriada en los 6 números de la colección: “Allan y el velo rasgado”, protagonizado por Allan Quatermain, aventurero creado por Henry Rider Haggard y protagonista de novelas como Las minas del rey Salomón (1885). “Allan y el velo rasgado” es un compendio intertextual de onirismo, erotismo, ciencia-ficción y, lo que más nos interesa, puro horror; horror que compendia los principios rectores de la aproximación mooreana, además de presentar elementos del horror clásico (como la ambientación gótica: “la masa decadente de [un] edificio que antaño había sido majestuoso y que ahora era una carcasa abierta y fantasmagórica”[93]) y la persistente influencia plástica de Lovecraft (“El vaho de la llama esmeralda iluminó brevemente algo que parecía un ciempiés monstruoso de gelatina translúcida, con un racimo de renacuajos con una docena de ojos agrupados en un extremo y que brilló momentáneamente bajo la fantasmagórica luz turquesa. Y peores formas se movían sugerentemente en la oscuridad que se encontraba más allá de ella”[94]). Junto a estas representaciones pueden hallarse también ecos de la idea del horror como perversión de la conducta. Por ejemplo, en un momento dado Allan Quatermain tiene acceso a una visión de su futuro, visión que lo muestra como “un anciano desgastado y casi esquelético (…) estirado sobre un jergón en lo que parecía una alfombrilla beige de un fumadero de opio (…). Cuando Quatermain se dio cuenta de que la criatura destrozada y drogada que estaba ahí tirada, sobre la mugre y rodeada de bichos, era él, tuvo un repentino acceso del más puro horror[95]. Esta misma idea aparece en la última parte del relato, tras concluir el viaje de Quatermain a los abismos del tiempo y la mente con una experiencia aún más horrenda, y que vuelve a insinuar la existencia puramente mental de la pesadilla.  

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 Allan Quatermain se horroriza de sí mismo. Ilustración incluida en la edición española de The League of Extraordinary Gentlemen nº 4 XI/99), publicada en The League of Extraordinary Gentlemen, edición española, nº 4, julio de 2000. Traducción de Jaime Rodríguez, p. 30.
 
Tan sólo tenía una mínima apariencia de un ser, de una identidad. En reposo, y en su estado natural, era una simple faceta de algo que podría definirse como una idea consciente de sí misma, un símbolo compuesto viviente que tan sólo existía en las profundidades más abismales de la mente humana, o en los océanos inmateriales, extraños y desenfrenados a los que daban acceso dichas profundidades[96].
 
Entre los entes que habitan estas simas de la mente se encuentran criaturas monstruosas que rompen el principio racional de identidad, y que, como en La Cosa del Pantano, se materializan en formas de horror repugnante. Si bien menos explícitamente, la idea básica es la misma que se vio en Voodoo: seres o estados puramente mentales que van “a la deriva en las oscuras aguas estancadas de la mente y el alma humanas”[97], y que al materializarse en el plano físico (usualmente mediante formas lovecraftianas, o del horror clásico en la colección de la criatura del pantano) provocan la repulsión propia del horror.      
Aparte de la referencia al horror como un hecho de las profundidades mentales o de la conciencia personal de la degradación, “Allan y el velo rasgado” también ofrece interesantes muestras de la sensibilidad neofantástica compartida por Moore. La idea de una geometría no euclidiana, fundamental en el género neofantástico, está presente en el relato mediante la descripción de una figura que se percibe en cuatro dimensiones[98], “con una forma procedente de una geometría alienígena”; una “forma no-euclidiana” que se agita “contraviniendo” violentamente “las leyes que rigen normalmente el espacio y la razón”[99]. Una inmejorable definición del universo neofantástico. Otro ejemplo lo tenemos en uno de los personajes del relato (probable trasunto del viajero del tiempo de la novela de H.G. Wells The Time Machine), quien revela que sus viajes por el tiempo le han convencido de que “nuestro propio Universo material, su pasado, su presente y su futuro, no son más que un plano con una estructura esplendorosa e infinitamente gigantesca”; no obstante, esta estructura (que reflejaría la existencia de un Orden en la realidad) está sometida a los ataques y desarticulaciones que suponen la esencia de lo neofantástico: “¡Comprenderán ustedes mi horror cuando descubrí que parece existir un agujero enorme, casi inimaginable, en el tejido de la Creación, y que determinadas atmósferas y entidades, que proceden de otro sitio, se están colando por ese pozo terrible y apocalíptico!”[100]. La naturaleza de esta sensibilidad neofantástica es también propia de Lovecraft: las fuerzas que desestructuran el tejido racional de la realidad son “grotescos e indescriptibles seres extraterrestres”[101]; en otras palabras, criaturas “de más allá de la frontera racional del ser, que flotaban en el límite del espacio y el tiempo y que tan sólo buscaban una forma de entrar en el mundo humano, para reclamarlo como suyo”[102].

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Página de la edición española de From Hell, Capítulo segundo, publicada en From Hell, edición española, Primera parte (III-2000). Traducción: Jaime Rodríguez, p. 58.  
Además de estos trabajos, suele decirse que la última historia de horror salida por el momento de la pluma de Moore es la famosa From Hell, Desde el infierno, una revisión del mito de Jack el Destripador popularizada aún más si cabe por su adaptación cinematográfica. Pero creemos que es erróneo caracterizar From Hell como una obra de “horror”; al menos, si atendemos al principio de monstruosidad y el carácter fantástico que caracterizan al género. Ciertas imágenes de From Hell pueden provocar inquietud, pero de ahí al horror hay un largo trecho. Las cosas que más aterrorizan de From Hell son cuestiones sociales como el relato de las condiciones de vida de la clase baja en la Gran Bretaña de finales del siglo XIX, o la impasibilidad de las clases altas a la hora de disponer de las prostitutas como carne de experimentos. Pero por muchas imágenes oníricas, amenazantes o hardgore que haya en este cómic, nunca se llega a la peculiar inquietud causada por el horror fantástico. En todo caso, From Hell participa de un concepto de “terror” muy amplio, que rebasa los límites de nuestro marco teórico y que nos llevaría a analizar casi toda la obra de Moore. Sí es cierto que From Hell desarrolla de un modo muy interesante y concienzudo la noción, ya apuntada en La Cosa del Pantano, de que el infierno está en la mente, o que, al menos, es una creación de la Humanidad, pero sus consecuencias derivan hacia los intereses actuales de Moore, como la magia, en lugar del horror puro. Y sólo la presencia de lo monstruoso, de lo sobrenatural, garantiza que los abismos de crueldad que (por desgracia) lleva en su interior el ser humano, así como los infiernos poco perceptibles que creamos en nuestras sociedades, salgan a la luz con el peculiar alcance y la amplificación emocional que implica el género de horror.
 
 
CONCLUSIONES
 
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Gótico americano. Portada de la edición española de Swamp Thing N.º 50 (julio 1.986), publicada en La Cosa del Pantano n? 12, primera maxiserie de 12 episodios, enero de 1990. Traducción de Dunia Gras.
La influencia del periplo de Alan Moore en La Cosa del Pantano es destacable tanto para el mundo del cómic en general como para el género de horror en particular, hasta el punto de que puede equipararse a la influencia ejercida por los cómics de horror de E.C. En lo que respecta al mundo del cómic en general, Moore es en parte conocido por haber elevado el nivel cultural de la historieta mainstream hasta límites que han permitido a sus obras recibir cierta atención por parte de los medios de comunicación y (en menor medida) la comunidad académica. Este hecho ha sido reconocido por los profesionales del medio, como Karen Berger (editora de La Cosa del Pantano y responsable de la línea de cómics Vertigo, lanzada en 1993 y generada en parte bajo el magisterio de Moore), para quien Moore fue el primer escritor de cómics mainstream que escribió para adultos[103]. También desde la etapa del guionista británico, La Cosa del Pantano fue uno de los primeros cómics en abandonar el Comics Code Authority, sistema de censura autoimpuesto por la industria para evitar la plasmación de determinados contenidos[104], aunque ya existían precedentes puntuales (como ciertos números de 1971 de la colección The Amazing Spider-Man, editada por Marvel Comics) en el abandono del Comics Code. Parece un caso de justicia poética que haya sido un cómic de horror como La Cosa del Pantano y su progenie, la línea Vertigo (que también posee un fuerte componente de horror y terror), las publicaciones que hayan coadyuvado a desechar a través de la etiqueta “Suggested for Mature Readers” el mismo Comics Code que, en buena medida, fue diseñado por la propia industria para apartar del negocio a los extraordinariamente comerciales E.C. Comics. Al igual que los títulos de E.C., La Cosa del Pantano y algunas de las series de Vertigo pasarán a la historia del medio como un intento de desarrollar historias inteligentes, adultas y (en la medida de lo posible) críticas, dentro de un formato tradicionalmente dirigido a un público infantil-juvenil, elevando así sus potencialidades[105]. Como ha señalado Stefan Robak, Moore y sus dibujantes crearon los “cómics de horror cerebrales” con La Cosa del Pantano[106]. Desde una perspectiva histórica más general, es plausible que esta serie, junto a otras obras de Moore, contribuyese al renacer de los géneros de horror y terror en la segunda mitad de la década de 1980 (incluso en la competidora de DC, Marvel Comics), ya sea reactualizando personajes clásicos como Drácula, introduciendo lo terrorífico en los superhéroes (Daredevil, Batman, etc.) o creando nuevas vías para el género (Hellraiser, Sandman, etc.)[107]. En esta línea, Moore mantenía en una entrevista de 1994 que “quería hacer La Cosa del Pantano tan versátil como fuera posible. No quería que fuese solamente un cómic de horror”, si bien cuando tratase este género “no habría barreras para el horror”[108]. La presencia y mezcla del horror en La Cosa del Pantano con otros géneros como el de superhéroes, ciencia-ficción o romántico, anticipa buena parte del enfoque que se le dará al horror por parte de las grandes editoriales estadounidenses en las décadas de 1980 y 1990.
 
Concluiremos este escrito intentando resumir en qué consiste, en concreto, la aportación de Alan Moore al cómic de horror. En primer lugar, hay que especificar que la renovación del género que Moore alumbró con La Cosa del Pantano responde, como es habitual en toda su obra, al deseo de expandir temáticamente y elevar cualitativamente el medio historietístico y, en concreto, el cómic mainstream o de tendencia principal y público masivo. En el caso del género de horror, el deseo de renovación responde al agotamiento y estandarización del horror clásico y al incremento de los niveles de representación de la violencia audiovisual[109]. En segundo lugar, esa renovación podría sintetizarse en función del siguiente principio rector: las manifestaciones de monstruosidad, que son el elemento definitorio del concepto de horror como género, se configuran en la obra de Moore como una plasmación física o materialización de (a) situaciones sociales y políticas criticadas por el autor (racismo, machismo, destrucción del medio ambiente, etc.) y (b) las experiencias, creencias y hasta entidades que martillean la conciencia humana creando un caldo de cultivo de culpa y miedo, y que sólo ulteriormente se articularán en forma de amenazas físicas; amenazas que de esta forma son resemantizadas y aportan una significación añadida a las figuras clásicas del licántropo o el zombie. La capacidad explicativa de esta hipótesis puede verificarse incluso en obras de Moore que no pertenecen genéricamente al horror, como la novela gráfica A Small Killing (1991), realizada junto al dibujante Oscar Zárate. En este trabajo hay una escena alucinatoria donde se ven unos insectos de tamaño monstruoso que hacen vomitar al protagonista, Timothy Hole; no es casual que tales monstruos sean en realidad una metáfora de la culpa de Hole, una materialización (ilusoria) de sus remordimientos de conciencia, un encuentro con sus faltas éticas del pasado. 
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La monstruosidad y el pasado. Página de A small killing (1991), p. 86.  

Los tres principios rectores mencionados, a saber, la búsqueda de novedad en el género, el trasfondo de situaciones sociopolíticas reales y la profundidad psicológica son, no por casualidad, los objetivos que Moore fijaba hacia 1985 para La Cosa del Pantano: generación de impresiones poco comunes, realismo y profundidad emocional. Otro aspecto de importancia a destacar en estas conclusiones es el concepto mooreano del Infierno en tanto que dimensión eminentemente humana, residente en la conciencia del sujeto. Una idea que reaparecerá en la obra capital From Hell y que se relaciona con el punto (b) señalado más arriba a través de la sustitución, en general, de lo que podríamos llamar una concepción externa del horror y la amenaza (es decir, la del horror clásico: el monstruo como estímulo externo que provoca una situación de miedo) por una concepción interna de los mismos (lo monstruoso como dimensión que habita en la mente humana y que se materializa a posteriori en el mundo físico)[110]. Y, como marco estético, no hay que olvidar la inclusión de la obra de Alan Moore en la sensibilidad neofantástica, cuyos motivos filosóficos y creativos tienen un buen exponente en La Cosa del Pantano y otros trabajos del guionista de Northampton.

 

 NOTAS: 

[1] Moore comenzó a escribir The Saga of the Swamp Thing en el número 20 de la colección, de enero de 1984. No obstante, Swamp Thing, la primera colección protagonizada por el mismo personaje, “Alec Holland” (si bien lo primero que hace Moore es renovarlo completamente), se publicó entre 1972 y 1976, y presentaba elementos del horror clásico (brujos, hombres-lobo, zombies, etc.) junto a otros modernos (como mutantes radioactivos). El personaje de La Cosa del Pantano fue creado originalmente por Len Wein y Berni Wrightson en el número 92 de la colección House of Secrets (junio de 1971), ambientado en 1905. Se trata de una Cosa del Pantano distinta a la que escribe Moore, pero su naturaleza y origen son idénticos.
[2] Véase Noël Carroll, The Philosophy of Horror. Londres y Nueva York, Routledge, 1990, pp. 12-13.
[3] H.P. Lovecraft, El horror en la literatura. Madrid, Alianza, 1989. Traducción de Francisco Torres Oliver, p. 46.
[4] Carroll, op. cit. Traducción propia, p. 13.
[5] Véase Idem, p. 15.
[6] Lovecraft, op. cit., p. 7.
[7] Carroll, op. cit. Traducción propia, pp. 16 y 27.
[8] Este texto está escrito en la década de 1980.
[9] Alan Moore, “Swamp-Horror”, en La Cosa del Pantano, miniserie de 4 episodios, nº 1. Traducción y adaptación de Sergio Pradera, p. 32.
[10] Idem.
[11] Fragmento de una entrevista realizada por Kim Thompson y publicada en Amazing Heroes nº 71, 15 de mayo de 1985. Reproducido en Sergio Pradera, “Cosas del pantano”, en La Cosa del Pantano, Miniserie de 4 episodios, nº 1, p. 2.
[12] Moore, “Swamp-Horror”, p. 32.
[13] Alan Moore, en “Alan Moore”, entrevista con Mark Burbey, en The Comics Journal nº 93, septiembre de 1984. Traducción propia, p. 5. Disponible en Internet (17.08.2002):
http://www.geocities.com/Paris/Arc/6084/temp/moore.htmlEn 1997, Moore definirá el miedo de forma parecida: “Sobre eso versa auténticamente el miedo –lo incierto, lo inesperado” (Moore, en “Dracula, Graveyard Poets, & an Interview with Alan Moore”, en Vampirella/Dracula: The Centennial, octubre de 1997. Traducción propia, p. 46).
[14] Moore, en “Dracula…”. Traducción propia, p. 45.
[15] Idem.
[16] Clásicos DC nº 27 [No se indica el traductor], p. 16.
[17] Ramsey Campbell, “Presentación” a Clásicos DC nº 25, p. 2.
[18] Jaime Alazraki, En busca del unicornio: los cuentos de Julio Cortázar. Elementos para una poética de lo neofantástico. Madrid, Gredos, 1983, p. 70.
[19] Véase Idem, pp. 59-62.
[20] Lovecraft, op. cit., pp. 10 y 55. 
[21] Idem, p. 11.
[22] Clásicos DC nº 26. Traducción de Ernest Riera, p. 37.
[23] Clásicos DC nº 24 [No se indica el traductor], p. 33.
[24] La Cosa del Pantano, miniserie de 4 episodios, nº 1. Traducción de Dunia Gras, pp. 22 y 24.
[25] Moore, en “Dracula…”. Traducción propia, p. 45.
[26] Pedro Azara, “Belleza y horror en el arte contemporáneo”, en ABC Cultural, 2 de septiembre de 2000, p. 21.
[27] Roman Polanski, entrevista en Blanco y Negro Dominical, agosto de 1999, p. 18; Álex de la Iglesia, citado en Fotogramas, septiembre de 2000, p. 110.
[28] Gérard Imbert, “Cine, representación de la violencia e imaginarios sociales”, en Gloria Camarero (ed.), La mirada que habla (cine e ideologías). Madrid, Akal, 2002, p. 93.
[29] Alan Moore, en “The House That Jack Built”, entrevista con Saxon Bullock, en Slate Magazine. Traducción propia, p. 2. Disponible en Internet (14.07.2002):
[30] Moore, en “Dracula…”. Traducción Propia, p. 46.
[31] Clásicos DC nº 24 [No se indica el traductor], pp. 46-47.
[32] Idem, p. 47.
[33] Campbell, op. cit., p. 2.
[34] Si bien hacia el final del episodio Moore expone alguna (y muy razonable) duda sobre si el hombre será capaz de respetar la naturaleza, en una de las típicas viñetas mooreanas donde la imagen y el texto se apoyan mutuamente para reforzar el significado, esta vez con un primer plano en sombra de una sierra mecánica mientras La Cosa del Pantano expresa sus dudas sobre el cuidado que el ser humano profesará al mundo vegetal.
[35] Clásicos DC nº 25. Traducción de Ernie Blitz, p. 37.
[37] La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 1, febrero de 1989. Traducción de Dunia Gras, p. 41.
[38] El propio Moore ha afirmado que su posición política es anarquista. Véase la entrevista de Moore con Jon B. Cooke, “Toasting Absent Heroes”, en Comic Book Artist, nº 9, agosto de 2000, p. 105.
[39] La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 1, febrero de 1989. Traducción de Dunia Gras, p. 34.
[40] Clásicos DC nº 18. Traducción de Ernie Blitz, p. 4.
[41] Moore, en Steve Darnell, “Some Moore. Part Two of the Interview From Hell!”, en Hero Illustrated nº 8, febrero de 1994. Traducción propia, p. 106.
[42] La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 6, julio de 1989. Traducción de Dunia Gras, pp. 1 y 2.
[43] Idem, p. 30.
[44] Otra figura fundamental del género neofantástico con la que pueden establecerse paralelismos es Jorge Luis Borges. Por ejemplo, la idea de un ciclo temporal que se repite sin cesar es típicamente borgeana (y, por cierto, está también presente en una excelente película de horror de John Carpenter, En la boca del miedo, de 1994).  Frases como la siguiente indican cuando menos una sorprendente coincidencia de motivos entre Borges y Moore: “Debéis romper... este terrible ciclo... lo que hicisteis hace tiempo... es ahora un laberinto... que captura a los vivos...”, dice La Cosa del Pantano en “Fruto extraño” (Idem, p. 33. El subrayado es nuestro).  
[45] Hay que señalar, no obstante, que el tema del racismo ya fue tratado por Len Wein y Berni Wrightson en un número de la primera colección de Swamp Thing, el # 10, donde se narra la historia de una vieja plantación de algodón cuyo dueño es calificado como “monstruo”. “Samson Parminter, era su nombre… Pero también podrían haberle llamado Lucifer… Belcebú… ¡o Satán! ¡(…) había… nacido con algo ausente en su alma… había nacido con una poderosa necesidad de hacer daño… de causar dolor a aquellos que le servían!” (Len Wein y Berni Wrightson, Swamp Thing: Dark Genesis. Nueva York, DC Comics, 1991. Traducción propia, p. 224). Como en “Costumbres del sur” y “Fruto extraño”, también en esta historia de Wein y Wrightson se muestran los horrores y la crueldad del dueño de la plantación y la aparición fantasmal o zombie de los esclavos negros (véase Idem, pp. 224-225 y 233-238). 
[46] La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 8, septiembre de 1989. Traducción de Dunia Gras, p. 41.
[47] La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 12, enero de 1990. Traducción de Dunia Gras, p. 7.
[48] Francisco José Cerrejón Aranda y Jesús Jiménez Varea, Historia de la E.C. Granada, Ediciones Veleta, 1999, p. 21. Para algunos ejemplos de este talante progresista, véase Idem, pp. 21-24.
[49] Alan Moore, en “Jonathan Ross Meets Alan Moore”, entrevista con Jonathan Ross, en The Idler nº 28. Traducción propia, p. 3. Disponible en Internet (10.06.2002):
[50]La Cosa del Pantano fue, probablemente, un modelo para los cómics de Vertigo en mayor medida en que lo fue Watchmen. En el caso de La Cosa del Pantano tienes todas esas historias que son realmente horribles, realmente oscuras y realmente deprimentes... pero también puedes encontrar esas pequeñas historias como el episodio sexual en el pantano, que es, más o menos, un poema de amor” (Moore, en Idem, p. 7). 
[51] Fragmento de una entrevista realizada por Kim Thompson, op. cit., p. 2.
[52] Moore, en Burbey, op. cit., pp. 5-6.
[53] Edgar Allan Poe, citado en Jorge Luis Borges, Obras completas IV. Barcelona, Emecé Editores España, 1996, p. 520.
[54] Lovecraft, op. cit., pp. 11-12.
[55] Clásicos DC nº 26. Traducción de Ernest Riera, p. 44.
[56] De hecho, “the turn of the screw” no significa sino reforzar el efecto del terror haciendo que se le aparezca un fantasma a un niño; con dos niños, se daría otra vuelta de tuerca. Véase Henry James, The Turn of the Screw and Other Short Novels. Nueva York y Toronto, The New American Library of World Literature, 1962, p. 292.
[57] Clásicos DC nº 27 [No se indica el traductor], p. 3.
[58] Idem, p. 8.
[59] Idem, p. 18.
[60] Idem, p. 20.
[62] La Cosa del Pantano, miniserie de 4 episodios, nº 3. Traducción de Dunia Gras, p. 20.
[63] La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 10, noviembre de 1989. Traducción de Dunia Gras, p. 26.
[64] La Cosa del Pantano, miniserie de 4 episodios, nº 4. Traducción de Dunia Gras, pp. 27 y 31.
[65] Hecho señalado por Francisco López Jiménez, “Comentario” de Swamp Thing, en Tebeosfera, Edición 020628 (Sexta Edición), p. 2. Disponible en Internet (29.06.2002):
[66] Sandman. Traducción de Ernest Riera, p. 25. , edición española, nº 18.
[67] La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 2, marzo de 1989. Traducción de Dunia Gras, p. 11.
[68] La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 7, agosto de 1989. Traducción de Dunia Gras, p. 8.
[69] La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 3, abril de 1989. Traducción de Dunia Gras, p. 5.
[70] En un cartel de Rosewood, la ciudad sumergida donde viven los vampiros subacuáticos que protagonizan una historia de “American Gothic”, se lee “Pride of the Midwest” (“Orgullo del Medio Oeste”). ¿Se trata de una ironía mooreana sobre el horror encerrado en el “Gótico americano”?  
[71] La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 7, agosto de 1989. Traducción de Dunia Gras, p. 32.
[72] La Cosa del Pantano, segunda maxiserie de 12 episodios, nº 5, julio de 1991. Traducción de Carlos Mayor, p. 30.
[74] La Cosa del Pantano, segunda maxiserie de 12 episodios, nº 9, noviembre de 1991. Traducción de Carlos Mayor, p. 11.
[75] La Cosa del Pantano, primera maxiserie de 12 episodios, nº 12, enero de 1990. Traducción de Dunia Gras, pp. 36 y 37.
[76] La influencia de Lovecraft en Moore, como puede comprobarse a lo largo de este escrito, no es meramente estética. El guionista británico escribió una historia, “The Courtyard”, “dentro de la mitología de H.P. Lovecraft, que no intenta regurgitar el estilo de Lovecraft”, en palabras del propio Moore. Esta historia “siempre ha sido una de mis favoritas en lo relativo a lo que he escrito sobre horror” (Moore, citado en “Avatar Ventures into Alan Moore´s Courtyard”, en Alan Moore Fan Site, noticia del 10 de octubre de 2002. Traducción propia. Disponible en Internet (13.10.2002):
[77] Stephen Bissette, citado en “Universo DC. Perfil Stephen Bissette”, en La Cosa del Pantano, miniserie de 4 episodios, nº 3, p. 26.
[78] Pueden citarse imágenes en La Cosa del Pantano, propias del cine de Cronenberg, que llevan la repelencia física al paroxismo, como la escena donde Matt Cable abre la boca para que se le introduzca una mosca parlante. Una mezcla de surrealismo y horror más propia de películas como El almuerzo desnudo (1991) que de cualquier historieta de horror. A su vez, esta película es una adaptación de la obra The Naked Lunch de William Burroughs, escritor reconocido como una influencia por Alan Moore.  
[79] Batman: The Killing Joke. Nueva York, DC Comics, 1988. Traducción propia, pp. 36 y 27.
[80] Véase la entrevista de Alan Moore con George Khoury, “Revival and Revelation”, en George Khoury, Kimota! The Miracleman Companion. Raleigh, TwoMorrows Publishing, 2001, pp. 18-20.
[81] Véase Armando Boix, “Los cómics de terror en Norteamérica”, en Sitio de Ciencia-Ficción, 11 de julio de 1999, pp. 2 y 7, y también para algunas reflexiones sobre la violencia en el cómic de terror. Disponible en Internet (27.03.2002): Http://www.ciencia-ficcion.com/opinion/op206.htm.
[82] Véase al respecto el interesante artículo de Lawrence Watt-Evans “Horror Comics of the 1950´s. The Other Guys”, en The Scream Factory nº 19, verano de 1997. Disponible en Internet (27.03.2002):
Http://www.sff.net/people/lwe/miscellaneous/articles/SCREAM.HTM. Este texto también desmonta más de un mito creado alrededor de la (siempre genial) editorial EC Comics.
[84] Vampirella/Dracula: The Centennial, octubre de 1997. Traducción propia, p. 27.
[85] Idem, p. 28.
[86] Voodoo # 3, enero de 1998. Traducción propia, p. 11.
[87] Idem, p. 23.
[88] Voodoo, edición española, nº 2, mayo de 1999. Traducción de Francisco Pérez Navarro, pp. 18-19.
[89] Voodoo # 3, enero de 1998. Traducción propia, p. 10.
[90] Voodoo, edición española, nº 4, julio de 1999. Traducción de Francisco Pérez Navarro, p. 15.
[91] Trama nº 4, junio de 2001, p. 20.
[92] The League of Extraordinary Gentlemen, edición española, nº 2, mayo de 2000. Traducción de Jaime Rodríguez, p. 11.
[93] The League of Extraordinary Gentlemen, edición española, nº 1, abril de 2000. Traducción de Jaime Rodríguez, p. 28.
[94] The League of Extraordinary Gentlemen, edición española, nº 2, mayo de 2000. Traducción de Jaime Rodríguez, p. 30.
[95] The League of Extraordinary Gentlemen, edición española, nº 4, julio de 2000. Traducción de Jaime Rodríguez, p. 30. El subrayado es nuestro.
[96] The League of Extraordinary Gentlemen, edición española, nº 6, noviembre de 2000. Traducción de Jaime Rodríguez, p. 27.
[97] Idem.
[98] “(…) si el hombre movía sus miembros de algún modo, se hacía aparente un fenómeno aún más horrible: cada gesto dejaba detrás, en el aire, un surco de imágenes de apariencia sólida (…)” (The League of Extraordinary Gentlemen, edición española, nº 2, mayo de 2000. Traducción de Jaime Rodríguez, p. 27). La contemplación de esta criatura por parte de uno de los personajes del relato tiene también tintes propios de la literatura de Borges, como la cualidad “aléphica” de dicha contemplación: la criatura podía percibirse “como si uno estuviera observando desde un punto de vista aventajado e inimaginable que permitiera ver dentro y fuera y que viera ambos aspectos a la vez” (Idem).
[99] Idem, pp. 27 y 28.
[100] The League of Extraordinary Gentlemen, edición española, nº 3, junio de 2000. Traducción de Jaime Rodríguez, p. 28. El subrayado es nuestro.
[101] Idem.
[102] The League of Extraordinary Gentlemen, edición española, nº 6, noviembre de 2000. Traducción de Jaime Rodríguez, p. 28.
[103] Karen Berger, citada en Mitchell Brown, “Saga of the Swamp Thing # 20”, en The 100 Greatest Comics Of The 20th Century,. Traducción propia, p. 2. Disponible en Internet (22.06.2002):
[104] El Comics Code Authority intentó censurar el número 29 de The Saga of the Swamp Thing, y DC Comics siguió adelante sin el sello de censura.
[105] No obstante, es necesario señalar que el propio Alan Moore ha criticado en ocasiones la óptica creativo-industrial del sello Vertigo, insinuando que se ha intentado crear “una especie de granja de Alan Moores. El problema es que los Alan Moore no crecemos en granjas (…). Parece que hay una orden no hablada en sitios como Vertigo, donde casi se espera que escribas una historia del tipo de Alan Moore, sea eso lo que sea. Ahí se han producido algunos buenos trabajos, estoy seguro, pero me da la impresión de que esa no es la forma en que yo me desarrollé como escritor” (Moore, en Steve Darnell, “Alan Moore: the interview from hell...”, en Hero Illustrated nº 7, enero de 1994. Traducción propia, p. 97). Moore salva de esta quema a Neil Gaiman y pocos autores más.  
[106] Stefan Robak, “Word Balloons: The Rebirth of the Swamp Thing”, en The Brunswickan Online, Universidad de New Brunswick, 26 de octubre de 2001. Traducción propia, p. 1. Disponible en Internet (16.08.2002): http://www.unb.ca/web/bruns/0102/07/entertainment/wordballoons.htm
[107] Véase el interesante artículo de Jesús Palacios “Terror en U.S.A. Un panorama del infierno”, en Krazy Comics nº 15, diciembre de 1990, pp. 14-17. Palacios destaca que, respecto a esa “nueva era dorada del comic de horror”, “todo comenzó con Alan Moore” (Idem, pp. 14 y 15).  
[108] Moore, en Darnell, “Some Moore...”. Traducción propia, p. 106.
[109] La profusión de escenas gore y hardgore en la obra de Moore (Miracleman, From Hell, Violator, Voodoo, etc.) parece implicar una pauta, pero no supone una premisa teórica y no es determinante en su representación del horror.
[110] Gérard Imbert señala el paso, en el ámbito del cine, “de una estética del terror –el mal es exterior, visible, social y moralmente localizable– a una estética del horror, de lo inminente, en la que el mal es potencial (acecha por doquier), virtual (se puede encarnar en cualquiera de nosotros) y evanescente (no tiene una cara única, sus plasmaciones son múltiples, a veces ni siquiera es encarnado: funciona como amenaza, creación de la mente, fantasma)” (op. cit., p. 94). Imbert ubica esta transformación en “el cine a finales de los 80” (Idem); salvando las distancias, Moore ya la había practicado en el cómic algunos años antes.
TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2010): Antonio Pineda. Edición de Oscar De Majo, Antonio Moreno, Rafael Ruiz y Manuel Barrero
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
ANTONIO PINEDA CACHERO (2010): "El horror en el cómic de Alan Moore", en Tebeosfera, segunda época , 5 (26-IV-2010). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 13/XII/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/el_horror_en_el_comic_de_alan_moore.html