EL INVENTO RAY COLLINS
INTRODUCCIÓN:
El texto que van a leer a continuación es el resultado de un pedido personal que le hice a Ray Collins, uno de los mejores y más secretos guionistas de la historieta mundial, para que nos contara a nosotros, sus lectores (tanto los presentes como los que seguramente lo esperan en el futuro), sus comienzos como guionista.
Mi relación personal con Collins tiene su origen en un artículo que escribí para Tebeosfera, donde contaba cómo él solito, luego de que Héctor German Oesterheld inventara la historieta adulta en Argentina, logró lo que pocos guionistas lograron: darle un estilo y un tono absolutamente personal al género, porque Collins fue uno de los primeros estilistas de la historieta mundial: un hombre capaz de llenar páginas y mas paginas con frases tan maravillosas y redondas como “La casa era hermosa, como el parque. Tenía ese frente de fin de siglo, marmóreo, casi de tumba. Sólo las flores eran cálidas”, en un medio absolutamente conservador en las formas que todavía era pensado por sus editores como un producto para personas poco ilustradas; sin su trabajo no puede entenderse a Robin Wood y a muchos de los guionistas que vinieron después como los exitosos hermanos Slavich.
Collins -como haría posteriormente el propio Wood- entendió perfectamente la lección de Raymond Chandler (“Mi tesis era que los lectores solo creían que no les interesaba ninguna otra cosa mas que la acción; que lo que realmente les interesaba a pesar de que no se dieran cuenta, y lo que a mi me interesaba, era la creación de emoción por intermedio del dialogo y la descripción”) y la aplico antes que nadie en Argentina con una maestría difícil de explicar, transmitiéndole a sus lectores –muchos de ellos, como yo mismo en esa misma época, chicos de apenas diez años- sensaciones reales en frases tan pulidas que no sobraba ni faltaba una coma.
Si Oesterheld había demostrado con “Sargento Kirk”, “Bull Rockett”, “Ernie Pike”, “Sherlock Time”, “El Eternauta” o “Mort Cinder” que la historieta podía ser tratada como un género para adultos, Collins confirmó el nivel al que se podía llegar si se ponía en manos de verdaderos artistas populares: hombres que, sin despreciar el medio ni a sus lectores, construyeran verdaderas obras de arte que cualquier persona –y no solo un público especializado- podían comprar, leer y disfrutar, de los hijos a los padres.
Collins lo hizo profesional y solventemente a lo largo de cinco décadas con títulos que los lectores todavía recordamos con placer (“Garrett”, “El Cobra”, “Bannister”, “Big Norman”, “Águila Negra” por citar solo unos pocos) aunque la envidia de los armadores oficiales del canon argentino prefirieron olvidarlo sistemáticamente por su larga relación con Editorial Columba, la bestia negra del principal canonizador argentino, Juan Sasturain, quien construyo la línea oficial nombrando exclusivamente a sus amigos.
En la nota que están por leer, Collins recorre breve y ágilmente su pasado contando su admiración por Oesterheld y las revistas que este edito en los cincuenta (Hora Cero y Frontera); como invento su pseudónimo; sus trabajos con el magnifico ilustrador chileno Arturo del Castillo (que merecen una reedición inmediata y justiciera); el pedido de Hugo Pratt que le hizo escribir el brillante “Precinto 56”, una serie dibujada por un jovencísimo y todavía desconocido José Muñoz; la aparición del primer número de la revista Skorpio donde publicaría un verdadero seleccionado de la historieta nacional y mundial (Oesterheld, Wood, Pratt y siguen las firmas...).
Sin nada más que decir, los dejo con el testimonio de un verdadero clásico de la historieta, un hombre que confiesa “los que escriben historietas (aspirantes a inmortales, abstenerse) sienten el placer que sólo dan amar, jugar al fútbol o disfrutar de una amistad o de un buen libro”.
Iván de la Torre.
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-Nada es casual- diría Henga, en pleno Neolítico tardío.
-Todo tiene su maldita explicación- agregaría Loggan, inédito todavía aquí. Todo es simple, dice Rocky Keegan entre piña y piña.
¿Qué es lo no casual? El aire de las cosas, la música, en fin: lo que se pone en cada historia, por sobre la historia misma.
Era abril del año en que el seleccionado argentino se dignó a participar en un Mundial; el año en que los futbolistas fueron recibidos desde Suecia con monedas y escupitajos, mientras Brasil se alzaba con la primera Copa.
Ese abril del ‘58 el devorador de historietas presentó cosas románticas que la editorial Abril encontró comestibles. Por razones escatológicas empezó a llamarse Eugenio Reynal Arrigo, Mario Galván, Pedro Morán y hasta Servando Mendizábal y, a falta de historieta, escribía fotocuentos y relatos para un público presuntamente femenino.
¿Ocupación visible hasta ahí? Un poco, cierto empleo contradictorio; otro poco, tejer a lo Corín Tellado: una especie dudosa de hombre mitad, título de un Dennis posterior. Abril lo atrapó como a una mosca y lo encerró en la “Sección Revistas Femeninas”, tentándolo con
dejar el contradictorio y blanquearse como escriba.
Por otro lado, por promesa tácita, triscaba en la UBA (Abogacía). Abril apretó la decisión:
“O con nosotros y con ellos”. El tipo, como Garrett, miró de reojo, escupió por un colmillo y se hizo el sordo. No sería la primera vez, ni la última.
Eran tiempos de revistas semanales que acogían sus pequeñas historias y algunos folletines por entrega (capítulos), tales como Estampa, Maribel, Damas & Damitas, Vosotras, Anahí, María Rosa, Idilio, Contigo, Nocturno, etc. Tiempos donde Nené Cascallar precedía a
Migré y Abel Santa Cruz era el H.G.Oesterheld de todo lo demás.
Sin embargo…
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Hubo una vez una década.
En todas partes. Urbi et orbe. La del ’60.
La década donde cada homínido competía consigo mismo, auxiliado por reliquias que hoy solo son visibles con el empleo del Carbono 14: amistad, solidaridad, palabra empeñada, etc., que hacían simple la tarea de trabajar y vivir, sin tener chaleco antibala.
Abril aceptó que se quedara con el otro empleo y lo zambulló en sus vericuetos editoriales.
Allí supo que cierto H.G.O. había publicado en Misterix “Sargento Kira” y “Bull Rockett”; dirigido la celebérrima Más Allá, donde había hecho conocer a Bradbury, Lovecraft & Cía, además de fundar colecciones de literatura infantil que todavía hoy se recuerdan.
A esas alturas, con el Viejo en su propia editora (Hora Cero y Frontera), cierto Julio Aníbal Portas, creador de revistas, dirigía Misterix, mientras en ratos de depresión y crisis de identidad, escribía los guiones de “Fuerte Argentino”, como Julio Almada, con el lápiz de Walter Ciocca.
Portas-Almada hizo llamar al redactor de cuentos almibarados, et dixit:
-Quiero cuatro argumentos del Oeste para mañana-. El autor de “Joe Gatillo” dejó la serie.
-Nunca hice historietas- esquivó el zángano implume.
-Usted las trae para mañana. Si hace fotonovelas, hará historietas. Cierre la puerta, al salir.
No fue por invitación.
Ni por simpatía.
Ni por talento.
Fue una orden destemplada, al uso de esos tiempos donde no se conocían el DVD ni el
sidenafil.
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El 4 de octubre de 1960 el señor Carlos Vogt, dibujante de la historieta de Edgardo Da Momio (Mark Shane), ayudó a la publicación de “Pasa un jinete”, la primera historieta del invento .Poco antes, en Leoplán, magazine respetable, le había publicado “La calle siniestra”, el primer cuento policial propiamente dicho.
Mientras Vogt dibujaba, el déspota entrañable (léase Julio A. Portas), ordenó:
-Invente un nombre de fantasía, preferiblemente americano. Para firmar.
-Mañana…
-Ahora.
Y aquella mezcla de amores truncos, fotonovelas y crónicas deportivas, que jamás había oído ni visto a un actor de reparto que figuraba (lo supo un año después) en la serie policial “Perry Mason” y en muchas películas que vería luego, balbuceó:
-Ray…Collins.
Se desmiente cualquier otra historia: el invento NO CONOCÍA al actor de ese nombre, ni lo asoció al músico Ray Coniff, ni nada de eso. Pudo haber dicho John Percha o Tiburcio Mackenna. ¿Cosa metafísica? Nunca lo sabrá.
Una cosa trajo la otra: se escribieron guiones de Misterix, marca que conservaba Abril.
Los lectores de cómics no sabían qué peste se les venía encima.
Randall, creado por Ray Collins
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Felizmente para ellos, alternaba ambas veredas con la misma alegre inconsciencia que después lo llevaría a ser novelista y guionista de culebrones televisivos. La historieta era, entre tantas cosas, algo esencial que tardaría en cristalizar porque el invento deja Abril y sigue de francotirador en otras publicaciones, mientras el inolvidable gallego Francisco Romay compra Misterix y funda la editora Yago, cosa que el invento desconoce, prendido a otros amores perros, como hacer libretos para radio y notas para revistas variadas.
Pero esta cosa, ¿qué siente por la Historieta, después o antes que nada?
Desde que el Viejo empapeló el universo de uno con “Ernie Pike” y el “Sargento...”, con “Randall” y “Sherlock Time”, se devoraban Hora Cero y Frontera como el dulce de leche necesario para pensar que había otro modo de conocer historias desconocidas y que H.G.O
estaba separando un siglo de otro, en la Historieta. Si Patoruzito (1945) había alumbrado a Leonardo Wadel y Tulio Lovato, presentado a H. Rider Haggard en Ella y Ayesha y Bulwer Lytton en sus Ultimos días de Pompeya, era la hora del “nacimiento” de la Historieta Argentina. Sin demérito de nadie, la gente sabe de lo que se está hablando.
Para contestar la pregunta anterior, vaya la anécdota:
En un trolebús impensado, convergen el invento y Romay.
Romay: Tengo Misterix.
Invento RC: Cuánto me alegro.
Romay: Tengo a Arturo del Castillo.
IRC: Te escribo gratis.
Es que seguía los dibujos del Enorme Chileno desde los 12 años. Por él conoció a Ibsen, Tugerniev, Balzac, como hicieron tantos que hoy son megaterios.
Con el Enorme se hizo “Garrett”, “El Cobra” y “Bannister”, en western, vikingos y sueltos.
No se puede pedir más.
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Cruzando una calle perdida que llaman Boulogne sur Mer, rumbo a un café de respiro, la Cosa Monstruosa dijo:
-Haceme una policial.
-Nunca hice historietas policiales.
La Cosa, que dirigía Misterix no dio bola.
-Quiero que escribas una policial.
-¿Cómo la querés?
-Vos sabés muy bien cómo la quiero.
Hugo Pratt, experto en paellas, uno de los mayores guionistas que el invento ha conocido, sino el más grande, el padre del Corto Maltés, el que no debía dejarnos nunca, eso. Parece mentira, fue el padre de "Precinto 56".
Joder.
Si se quiere triunfar en la publicación de historietas, siendo el dueño, tomar recaudos. El amor por el género enceguece y hay que vender. Francisco Romay enterró Misterix y la mítica Rayo Rojo y con ellas, la leyenda impar de haber publicado la Opera Magna del Viejo: “Mort Zinder”.
La historieta, como hoy, se quedó sin aliento.
Como una Corte de Milagros, los amantes y concubinos de la Historieta emprendieron el camino del ostracismo: poco antes, los vientos de Thule habían hundido las naves de H.G.O. Los títulos cayeron en manos de un acreedor llamado Lorenzo Martín y esas burlas de la
vida anegaron el género. El Viejo dejó el timón: había fundado y elevado la Historieta hasta cimas inalcanzables y ahora agonizaba en una sima irreversible.
Porca miseria, dijo el invento y como a esas mujeres que dejan huella en el rígido del varón que nunca olvida, olvidó la historieta, al punto que en las cercanías del final de la década, un piloso Horacio Altuna aún residente en Haedo, provincia de Buenos Aires, llegó y dijo:
-Usted es Ray Collins.
-Yo fui Ray Collins.¿En qué puedo servirle?
El invento había decidido cuándo moriría y que nunca más haría historietas, que era lo que más quería.
Conque en 1967 escribió su primera novela, Tiempo de Morir y fue finalista, el primero en Latinoamérica del Premio Planeta Internacional, en 1968 debutaría en una miniserie de 13 capítulos con una historia de las Republiquetas del Alto Perú, titulada Hombres y Mujeres de Bronce, dirigida por la entonces insigne María Herminia Avellaneda, con un elenco infernal. La historia, pensada para radio, tuvo como coautor a Ernesto J. Celery, colega de Vosotras y del trabajo contradictorio, que el invento conservaba todavía.
Los cuadritos dibujados se fueron perdiendo en un olvido blando, mientras en Columba un guionista completo comenzaba a derramar personajes que luego atravesaron el tiempo. En el ’70 Planeta publica De aquí hasta el alba. Nacen dibujantes que hicieron sus primeras armas en Misterix, Angel Fernández, Marchionne, Schiaffino, el eterno Enrique Rudecindo García Seijas, Juan Zanotto y otros que habían hecho el camino de Europa, como Víctor Hugo Arias, entre otros.
El invento ya hacía novelones televisivos sin gran notoriedad y tantos hizo, parece mentira, que Argentores terminó adjudicándole una breve pensión.
De tarde en tarde, recordaba aquel “Zero Galván” del Precinto dibujado por el hoy celebérrimo José Muñoz y de la pequeña travesura que hicieron juntos en la efímera revista Grillito llamada “Jim Suden”, un western hecho con muchas ganas. En esa publicación, el invento escribió su primer engendro de ciencia ficción para adolescentes: “El hombre del Planeta Y”.
De tarde en tarde, le traían algo de “Nippur”, de “Mi novia y yo”, de “Jackaroe”. Carajo, qué bueno es este tipo. Pero ya estaba en otra cosa: Frente a la Facultad, un novelón de año y medio por Canal 9. Adiós, historieta, adiós.
A la vida, como grela rechiflada, no hay manera de domarla, más que a punta de rigor, dice el tango. La historieta es como el mal aliento.
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Volvió el día menos pensado.
Aquel letrista, Lorenzo Martín, que era el dueño de las marcas del Viejo (una la vendió a Andrés Cascioli) se cruzó con el invento a la salida de una editorial de fotonovelas y habló de una desconocida fábrica de la calle Paraguay, a la vuelta, cien metros, ahí nomás.
-Decí que vas de parte mía-, dijo, sobrador y en winner.
El invento fue.
Al revés de todo, aquel mundo era nuevecito, prolijo, desodorizado y moderno. De Italia llegaba un fotocuento llamado Kiling, que vendía unos 80.000 ejemplares mensuales, y otros de los cuales ya no se recibían nuevos capítulos. Al invento le gustó retomar las historias que eran violentas y de aventura.
El cara visible dijo, pasado un tiempo:
-Vamos a hacer una revista de historietas.
El invento no dijo nada.
-¿Usted haría historietas?
-Tengo la mano fría- iba a sincerarse, pero no dejó de intranquilizarse. Habían pasado ocho años y ahora estaba en otras cosas que no tenían mucho que ver con “ese género menor”, pariente pobre de muchas artesanías.
Así es que…
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Pusimos Skorpio en la calle, nombre que el invento sacó de Scorpio, película con Alain Delon, cambiándole una letra. Se rescató “Precinto 56”, ahora con Lito Fernández. Se aportaron “Henga, el cazador” (que fue película en Italia), “El Cobra” y “Mandy Riley”, además de otras que lo ayudaron a volver.
En tanto Wood pavimentaba el camino. y el Viejo H.G.O., de regreso en Columba y Record acuñaba “Nekrodamus”, “Loco Sexton”, “Kabul de Bengala”, “Roland, el Corsario” y otras. En el ’78 llega Columba y en el ’82, con “Nippur Mágnum”, con 5 sobre 7 el invento convence de seguir por mano propia “Dennis Martin”, “Jackaroe”, “Big Norman” y “Grace Henrichsen”, que Wood había discontinuado para hacer otras series. Se venden 135.000 del primer número; el binomio, agradecido.
Luego, el trabajo directo con Italia, con otras 30 series, aún inéditas aquí. Otros libros, entre novela, historia y cuentos. Hasta el guion para llevar al cine un cuento de Poldy Bird, que terminó siendo Días de ilusión, con Luisina Brando y Andrea del Boca, dirigida por Fenando Ayala.
No se pudo pedir más.
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El invento Collins admite que escribe por afición, vicio y deformación.
Lo ayudaron la suerte, siempre necesaria, la buena salud, ganas y la alegría de poder hacerlo, rodeado de excelentes referentes como Carlos María Albiac, Alfredo Julio Gras, Eugenio J. Mandrini, Ricardo Ferrari, Roger King, Barreiro, Balcarce, Oscar Armador, José
Luis Arévalo, Sergio Almendro, etc., y perdón por algún olvido.
Del ciudadano paraguayo y del Viejo, la identificación y la pertenencia a la Historieta.
Admitir que se tiene el vicio de la escritura de guiones es tener la certeza que en ellos está la génesis del cine, la TV y la novela y que lo que se ha hecho en el país, tomando la globalidad, es nada menos que haber fundado en Europa un modo, una mirada, una especie de densidad en un tipo especial de cómic. Nippur es algo más que Superman, por ejemplo.
El invento siempre opina como lector; de ahí que escribe por deformación.
Porque en los tiempos que no conocieron la TV, la laptop y el ipod, se leía y se iba al cine, si las chirolas ayudaban.
Siempre habrá un resquicio que Internet no cubrirá con sus andanadas de información: por allí se colará el hombre que abre la jaula de la civilización cibernética y se lanzará a su propia aventura.
Escribir es la pequeña aventura que nos mejora y nos alienta a conocer a los otros. Cada personaje tiene algo de uno y si se apeló a la emoción, no fue por facilidad. Ponerse en Garrett o en cada Galván tiene ese peligro. Un tipo puede ser muchos hombres, según sueñe
su aventura-ilusión o naufrague en el mar del consumismo, dirían Braddock o cualquiera de la pandilla de Aguila Negra, circa 1950, después de la guerra.
* * *
Finalmente, los que escriben historietas (aspirantes a inmortales, abstenerse) sienten el placer que solo dan amar, jugar al fútbol o disfrutar de una amistad o de un buen libro.
Esta irrisoria definición explica un poco el poco deseo de la exposición personal.
No se trata de ignorar el medio, creerse la máxima o esquivar pertenecer. Reconozco que cuando Iván de la Torre da en la diana en muchas cosas respecto de lo que se ha escrito (halagos aparte, que se agradecen nuevamente) uno ya no tiene asignaturas pendientes con lo suyo.
Alguien lo ha leído. Ha comprendido la amistad del contador de historias. Ya son dos los infectados por el vicio de la historieta.
Mea culpa: no he buscado insertarme entre los mediáticos, porque soy agradecido. Cuando escribí sobre los autores de la novela negra (que enviaré oportunamente) lo hice para agradecer a todos aquellos que hicieron posible que yo también pudiera escribir.
Con los lectores, trataré a hacer lo mismo, al editar la novela de Precinto 56, que estuvo muy cerca de ganar un concurso en España, hace año y medio.
Usted, amigo, me ha obligado a mirar hacia atrás, algo así como medio siglo de una película que sin mística ni teologías, todavía me inyecta el combustible necesario para no defraudar y seguir buscando.
Un abrazo,
Ray Collins
Buenos Aires, 11 de mayo de 2009.