EN LOS DÍAS DEL REY ARTURO: PRÍNCIPE VALIENTE
RAFAEL MARÍN

Title:
IN THE DAYS OF KING ARTHUR: PRINCE VALIANT
Resumen / Abstract:
En este artículo se realiza un recorrido a la trayectoria de Harold Foster en la serie de páginas dominicales Príncipe Valiente desde sus orígenes. Se muestra la evolución artística del autor y como, paulatinamente, la serie va adquiriendo la grandeza artística que es la principal característica de la misma. / Harold Foster’s trajectory in the series of Sundays Prince Valiant from its origins is scoped in this paper. The artistic evolution of the author is shown as well as how, gradually, the series acquires the artistic grandeur, which is its main feature.
Palabras clave / Keywords:
Príncipe Valiente, Harold Foster, King Features Syndicate, Camelot, Tiras de prensa/ Prince Valiant, Harold Foster, King Features Syndicate, Camelot, Comic strips

EN LOS DÍAS DEL REY ARTURO: PRÍNCIPE VALIENTE                        

«Foster era Foster»

                                                                                    Will Eisner

            Harold Foster (1892-1982) fue inventor de una gramática. Dos veces: con la adaptación de la primera de las novelas de Tarzan de los monos, desde el 7 de enero de 1929, a las tiras diarias (aunque ya sabemos que no lo fueron, en tanto se publicaron un año antes en Tit Bits, un semanario inglés) y dos años más tarde con las páginas dominicales en color del mismo personaje. En ambos casos, Foster, que venía de la publicidad y aceptó obligado por las circunstancias de la Gran Depresión dedicarse a dibujar historietas, se encontró, por un lado, con la enorme ventaja que le proporcionaba su prodigiosa, casi mágica, capacidad para el dibujo, y por otro, que los cómics de aventuras (eso que llamamos cómics realistas o naturalistas) estaban aún por explorar. Volvería a inventar una nueva gramática para uso propio con Prince Valiant.

            En las tiras en blanco y negro, todavía con los textos al pie redactados de corrido y sin calle entre viñetas, el autor canadiense luego nacionalizado estadounidense ya experimenta con las angulaciones, los planos, las masas de sombra y gris que más tarde  harían famosos, por ejemplo, a Noel Sickles o Roy Crane. En la versión en color, constreñido siempre por la estructura casi inamovible de la página, muestra un Tarzan noble, fuerte sin dejar de ser proporcionado y esbelto, sereno, en constante evolución gráfica (recordemos que es con Foster con quien Tarzan pierde el  atuendo de piel que le cubre un hombro y reduce su iconicidad al taparrabos que desde entonces lo define), con una persuasiva exploración de tipos humanos (egipcios, árabes, vikingos, cazadores sin escrúpulos, damas enmascaradas, legionarios franceses, mujeres piloto, nativos africanos) y un continuo ir y venir de la “cámara” que enfoca  las aventuras del hombre-mono, y que alterna los primeros planos con los paisajes que luego le serían característicos y los picados y contrapicados que transmiten la sensación de que la gravedad no puede con la libertad de Lord Greystoke.

 Tiras diarias y página dominical del Tarzan de Foster.           

Quizá Foster ansiaba también esa libertad, o comprendió que su futuro (y el del medio) estaba en hacerse con las riendas de las historias que ilustraba y los personajes  a los que daba vida. Porque Tarzan, por mucho que durante una época se pusiera de moda, es en todo momento un material ajeno, alquilado, de empresa, con unos guiones simplistas (para colmo, redactados en pasado) que no satisfacían al narrador completo que, posiblemente sin sospecharlo siquiera, llevaba dentro y que no puede bajo ningún concepto compararse con su obra magna, y personal, a la que dedicaría el resto de su vida. La historia de Tarzan y los vikingos es buena prueba de que ya hacia 1935 Foster buscaba nuevos pastos, ser dueño del material que producía, no un engranaje más en la rueda de United Feature Syndicate y el popular personaje de Edgar Rice Burroughs.

            Sin embargo, UFS  no quiso arriesgarse a que su dibujante estrella renunciara a su lucrativo salvaje selvático a cambio de experimentar con otro título. La competencia, la agencia King Features Syndicate, propiedad del mogul William Randolph Hearst, sí supo jugar mejor su mano y aceptó la propuesta. Es difícil imaginar qué tiras y aflojas pudieron existir entre Foster y los mandamases de KFS, cuántos borradores tuvo que reescribir, cómo fue capaz de dividir su tiempo entre la serie de Tarzan, que no abandonó (de hecho las dos series dibujadas por él llegaron a publicarse simultáneamente durante tres meses sin que Tarzan bajara en su calidad, sino todo lo contrario[1]) y el proyecto de Derek, Son of Thane, el título original previsto para lo que luego conocería la historia como Prince Valiant.

            La época medieval no había sido explorada aún en la historieta de aventuras (es, incluso hoy, quizá el momento histórico menos explotado en cómic), y resulta sabido que en un primer acercamiento al tema Foster pensó en situar su historia en las Cruzadas. Al comprender que eso constreñiría demasiado su radio de acción, indicativo ya del rigor con el que se planteaba su trabajo, se decidió entonces por los mitos artúricos. Presentó así el proyecto del mencionado Derek, hijo de un noble menor, un conde o thane. En el syndicate, sin embargo, con esa fascinación que los norteamericanos sienten hacia la nobleza y la realeza que ellos mismos descartaron en su declaración de independencia, pensaron que era mejor que se narraran las aventuras de un príncipe. El otro nombre propuesto por el autor, Prince Arn, fue rechazado nuevamente, y Foster acabó por claudicar ante la propuesta final, Prince Valiant in the Days of King Arthur. El nombre del personaje, en inglés, tiene en efecto las mismas resonancias un tanto ridículas que en nuestra lengua (aunque quizá no más que en alemán, donde se llama Eisenherz, “Corazón de Hierro”; o en Noruega, donde se llamó “Valemon” durante la ocupación nazi del país; o en Italia, donde Il Principe Valentino intentaba igualmente ocultar su origen norteamericano a los jóvenes futuros camisas negras del Duce), por lo que no es extraño que Foster prefiriera siempre llamar a su héroe “Val”, apócope que coincide demasiado con su propio diminutivo, Hal, para pensar que se trata de una simple coincidencia. Porque Hal y Val, y basta ver las fotos del joven Foster desnudo en su extravagante, liberal y aventurera juventud, son alter egos el uno del otro. Y Prince Valiant no puede entenderse sin la ingente cantidad de elementos biográficos con los que, como la gran novela americana del siglo XX que es, Foster sazonaría las andanzas de su héroe: la naturaleza, la experiencia de la caza y de la pesca, el amor al bosque, el mar y el viaje, la relación amorosa con Aleta (basada como es sabido en su esposa Helen), la familia unida y en ocasiones separada o rota, el retrato de su amigo de correrías Eric Bergman como modelo para el jovial Sir Gawain...

     
La primera plancha de Prince Valiant.
     

            Hoy, a los ochenta años ininterrumpidos de la creación de la serie, cuesta trabajo creer que quizá no tuvo siempre, pese a su innegable calidad artística, vocación de obra maestra. Mientras las grandes strips del momento ocupaban  los suplementos dominicales a color, Prince Valiant se inició el 13 de febrero de 1937, un sábado, en apenas ocho periódicos, lo que indica que posiblemente no gozó de la confianza plena de los powers-that-be; pasarían meses, justo hasta el inicio de la primera de las grandes aventuras de Val, el secuestro de Ilene y la introducción del príncipe Arn, hasta que el título ganara su lugar indiscutible los domingos, situación que ha mantenido desde entonces.

            Los primeros años de la serie, no obstante, son un ejercicio de prueba y error. Foster se decide al principio por una cuadrícula similar a la de Tarzan, para ir poco después  experimentando con viñetas y formatos hasta establecerse, con las ocasionales excepciones, en la familiar retícula de nueve u ocho viñetas. Son los tiempos en que Foster se libra de las ataduras formales de su anterior serie y ofrece en grandes viñetas la caída de Val desde el poni velludo que pretende domar, la llegada a Camelot o el rompedor ejercicio de montaje del salto al foso desde las almenas del castillo de Sinstar. Cada vez más cómodo con la estética a la que se entrega con pasión, Foster se permite poco después momentos espectaculares que forman ya por derecho propio parte de la historia de los cómics: la defensa de Val en el puente contra las hordas de vikingos, la balada en las jarcias del drakar, el encuentro con Sligon y la pose tranquila y hermosa de un Arn enfrentado al tirano donde quizá  pueda verse cómo habría sido el personaje protagonista de haber sido el príncipe rival el centro de las historias[2]. Son ejercicios de experimentación que, sabiamente sazonados, crean en la primera década de la serie  escenas álgidas que ocupan hasta dos tercios de la página: el asesinato de Aecio a los pies del templo romano, el pulpo en el pozo tan repetido y homenajeado luego,  las espectaculares escenas de llegada y combate en Andelkrag, el desfile tras la victoria contra los hunos,  la irrupción del elefante africano o la bella lección moral cuando Valiente renuncia ante los generales de su tiempo a convertirse en un nuevo Alejandro Magno.  Se sabe, no obstante, que el syndicate no dio luz verde a la publicación de una rompedora viñeta-página (la llegada de Val al remolino en su periplo por el Mediterráneo), que luego sirvió de portada en libros y reediciones (y cuyo original se perdió en un incendio): es el motivo, sin duda, de que Foster no intentara jamás una nueva viñeta de similares características, aunque su espíritu inquieto, para nada complaciente, sí le permitió mostrarnos otros experimentos de montaje (la viñeta-página donde se muestra la charla con el gigante bonachón y los flashbacks de su pasado en escenas concatenadas alrededor; la ridícula lucha sin viñetas entre los quijotescos caballeros gordo y flaco; una página entera sin recuadros muchos años más tarde). Y es que en realidad  el dibujo tan trabajado y lleno de detalles de Foster no prescinde jamás de lo espectacular en su puesta en escena, no importa qué tamaño tengan sus viñetas: cada una de ellas, especialmente las escenas de masas, está cargada de elementos narrativos, y cada uno de sus personajes, como en un cuadro, tiene su importancia y su protagonismo.

            Lo cual nos lleva a la segunda de las molestas acusaciones que se hacen a Harold Foster[3]: el estatismo de sus viñetas. Basta leer la serie en la espectacular reproducción-restauración del portugués Manuel Caldas para advertir que el dibujo, en blanco y negro, es muchísimo más suelto y nervioso de lo que se percibe en las reediciones en color y fotolitos quemados, que hay líneas cinéticas, se percibe un acabado muchísimo menos estatuario de lo que puede pensarse, y que debido al gran tamaño de los originales (el llamado “efecto globo”) Foster utiliza el pincel, a su modo, tan libremente y de manera tan suelta como pudiera hacerlo Milton Caniff, un buen amigo con quien estéticamente podríamos considerar que está en sus antípodas.

 


La llegada a Camelot (media plancha del 19-VI-1937).


            
La grandeza de la serie se fue haciendo con los años. No por la calidad de los dibujos, insisto, sino por lo exquisito de su propuesta. Prince Valiant no fue nunca un cómic para niños, sino que ya desde sus inicios se planteó como una historia seria, adulta, rigurosa, una novela-río en toda regla (lo que hoy llamaríamos una “novela gráfica”, aunque los popes del término no quieran reconocer que todo estaba ya inventado en la historieta y que incluso lo que potencian como características únicas del término está ya, y explotado a conciencia, en Prince Valiant) con proyección de futuro épico: la profecía de la vieja bruja Horrit (“Horrid” la primera vez que se la menciona) indica ya los sueños de futuros posibles que albergaba Foster, sueños que no siempre se cumplieron, en tanto el elemento fantástico al que apuntaba la profecía con «el unicornio, el dragón y el grifo»  (y plasmado en el monstruo antediluviano en los pantanos, la colosal tortuga, el cocodrilo gigante, los poderes mágicos de Merlín y Morgan le Fay, la guardiana de la Cueva del Tiempo, la misma bruja Horrit) acabaría por dejar sitio a un acercamiento mucho más realista al medievo, tiempo de supersticiones pero donde la razón contemporánea es lo que explica, con cierta ironía en ocasiones,  la falsa percepción de lo insólito.

            Foster, en todo caso, es siempre fiel a la estructura narrativa que elige desde el principio: la narración cuasi-novelada, los textos al pie (aquello de que los personajes en Prince Valiant “no hablan”) y la eliminación de los bocadillos de diálogo y de pensamiento. Pero ya desde el principio la serie añade un elemento moderno que la pone por delante de la otra gran serie que Foster había dejado atrás: donde los textos de Tarzan aparecen redactados en pasado, en Valiente están en presente, lo que comunica mejor la sensación de inmediatez y calidez. Lo que está sucediendo en las imágenes (que se complementan siempre a la perfección con lo escrito, de modo que no puede entenderse la historia sin una y otra) tiene lugar en el ahora del lector, no en una ubicación pasada que, rémora de la novela, aleja innecesariamente lo que la historieta cuenta.

            Foster elige, pues, y la mantiene durante décadas, una difícil conjunción entre palabra escrita e imagen dibujada, lo que redunda en beneficio de una narración diferente, no tan acelerada como pudieran ser las andanzas de Flash Gordon, su competidor estético más inmediato, que osciló continuamente entre el bocadillo y la narración al pie,  sino pausada, al ritmo de una página semanal, donde puede incluso pasar mucho tiempo entre una escena y otra, especialmente en los abundantes momentos viajeros de la serie, todo ello sin olvidar el consabido cliffhanger de la viñeta final ni la sinopsis escrita en la primera viñeta de cada entrega, donde Foster experimenta en ocasiones con su cáustico sentido del humor.

            ¿Cuándo rompe Prince Valiant los grilletes que amarraban y aún amarran buena parte del medio? La primera llamada de atención se produce con el desenlace del secuestro de Ilene por parte de los piratas vikingos. La que parecía destinada a ser la novia eterna del protagonista, rubia, angelical y adolescente como él, muere ahogada en un naufragio: las viñetas que muestran la desesperación de los dos jóvenes pretendientes, Val y Arn, son desoladoras. Todavía estaba lejos el impacto de la muerte de Raven Sherman en Terry and the Pirates y, por supuesto, las de Gwen Stacy o Jean Grey en The Amazing Spider-Man o X-Men. Foster no se anduvo con chiquitas: el amor adolescente de Val desaparece de escena, y el joven príncipe vikingo tiene que rehacer su vida: una inyección de realismo y tragedia inesperada que marca el tono de lo que está narrando con su tira: la misma vida.

 

Viñeta que resume lo acontecido en la serie durante sus dos primeros años de publicación (página del 27-XI-1938).


            
El cantar de gesta que es Prince Valiant tiene su segundo giro rompedor cuando, negando cualquier tipo de compromiso con el inmovilismo narrativo-temporal de las series aventureras al uso, Valiente y la reina Aleta contraen matrimonio el 10 de febrero de 1946. Y ya nada sería lo mismo, porque el irónico humor que había sido contrapunto de la épica de la serie se vuelve ahora cotidiano, familiar, mucho más cercano, un retrato casi biográfico de experiencias que todos hemos conocido: Foster, una vez más, sabe de lo que habla más allá del retrato de caza y pesca en bosques y su descripción de la naturaleza. Y los lectores se identifican con las situaciones, los contrasentidos, los pequeños momentos de absurdo o felicidad de los personajes. Lo que podría haber sido una decisión peligrosa en el devenir aventurero del personaje (¡un héroe casado!) se convierte en el mayor de sus triunfos.

            Y luego, consecuente una vez más con la historia que ha trazado, Foster concede un hijo a la pareja. Un hijo que es el primer niño nacido en los cómics (en tanto Skeezix, de Gasoline Alley, era un expósito luego adoptado), el príncipe Arn, que nace en Canadá como el mismo autor, un homenaje que redondea la incursión de Val y sus vikingos en Norteamérica.

            Todo viene en consonancia, naturalmente, con la idea que está en la superficie de Prince Valiant desde su primera página: el paso del tiempo. En la presentación de la trama apenas vemos a Val niño en segundo plano durante las dos primeras páginas, y no es hasta el final de la tercera cuando la imagen se centra en él, con un texto que, de puro claro, resulta abrumador: «Para el joven príncipe la vida comienza entonces». Y eso nos va a contar Hal a partir de entonces: la vida de su alter ego Val, a quien veremos ir pasando por la niñez y la adolescencia,  sufrir la muerte de su madre, enamorarse, sentir la pérdida de ese amor primero que fue Ilene, entregarse a la batalla y ser armado caballero, reconquistar el trono de Thule, salir a la aventura, conocer a Aleta, sentirse hechizado por ella y rechazarla primero para después secuestrarla, casarse al final de una aventura que mezcla Ilíada con Odisea, tener hijos (muchos hijos),  convertirse en un respetable caballero de edad indefinida pero ya no joven,  conocer a un plantel de secundarios como no se había visto antes ni después (y definidos a la perfección con apenas unos trazos), e ir siendo testigo del paso de las estaciones y los años.

       
 Página del 30-IV-1939 (en la versión española de Planeta DeAgostini) con el encuentro de Val con Padre Tiempo.

     

            De la primavera al otoño de su personaje, Foster se permite el lujo de mostrar el más bello tempus fugit que jamás hayan creado los cómics, un ejercicio de poesía e imágenes, luego “homenajeado” en múltiples ocasiones, pero jamás con la fuerza ni el sentido de la maravilla de la escena original. Me refiero, naturalmente, al gran momento mágico de la saga, si no es una ilusión, cuando el joven príncipe, a la aventura tras descubrir lo aburrida que es la paz en Thule, y a punto de vivir las más épicas y emocionantes páginas de su historia, encuentra a la hechicera de ojos de lechuza de la Cueva del Tiempo e, hipnotizado o drogado, se enfrenta al mismísimo Padre Tiempo, que lo hace envejecer y marchitarse en su lucha de una página. La huida de Val y el regreso a la juventud (y el bello momento en que, desperezándose, se sabe en la flor de su vida) quedan como uno de los grandes hitos de la serie... y del medio.

            Foster fue fiel al estilo narrativo que inventó para su historia. Lo fue durante todo el tiempo que estuvo al frente y lo han seguido siendo quienes han continuado su obra, o lo han intentado al menos: la perfecta adecuación entre el texto y la imagen,  al servicio siempre de la narración. Hay un afán de experimentación constante en la serie que quizá no haya querido verse, en tanto en el mundo de la historieta tendemos demasiadas veces a centrarnos en el dibujo en detrimento de lo que se propone o investiga desde el  guión. En un caso tan flagrante como Harold Foster, donde el dibujo es apabullante y perfecto durante décadas, no se es justo con la admirable capacidad de Hal como guionista. El excelso dibujante se completa con uno de los mejores guionistas, si no el mejor, de la edad de oro de los cómics, un hombre que estuvo siempre muy por delante de modas y encasillamientos, y que trató a su personaje y las situaciones en las que iba metiendo a su personaje con la seriedad y el rigor con que se escribe una novela.

Tal es la grandeza de Príncipe Valiente que casi no captamos los grandes momentos experimentales que el guionista prepara y va soltando, bombas de profundidad que, por inesperadas y sutiles, casi pasan desapercibidas: el juego escénico de estar teóricamente basándose en los pergaminos escritos por uno de los personajes, Arf/Geoffrey; el irónico carpetazo que traslada a los personajes en el tiempo narrativo porque uno de esos pergaminos (redactados en latín) se ha perdido, por lo que el cronista contemporáneo (el propio Foster) sólo puede especular mientras coloca a sus personajes en un nuevo tablero narrativo; la aparición de dos eruditos de la época augusta que examinan muy serios otras páginas de esos mismos legajos...

Prince Valiant fue, en suma, la historia de dos vidas. La de Valiente y la de Foster. Uno embelleció la del otro, le dio significado al otro. Leída hoy la serie, desde sus inicios hasta el momento en que el dibujante, por su avanzadísima edad, deja los bártulos, ante nuestros ojos se despliega un fresco vivo y vibrante de una Edad Media ficticia, pero hermosa; terrible, pero noble, a través de un protagonista y unos secundarios que no son, en ningún momento, de una sola pieza. Foster no mira a la historieta para hacer historieta, sus referentes no están en los cómics: su estética procede de los grandes maestros ilustradores (desde Leyendecker a los prerrafaelistas), su literatura bebe de sus gustos como lector (Lord Dunsany,   James Branch Cabell)[4] y de su propia experiencia como aventurero, cazador, pescador, esposo y padre: “Vivir para contarla”, que dijo García Márquez. De ahí que podamos decir que la grandeza de la serie se debe precisamente a que se toma en serio a sí misma y nunca rebaja su nivel de autoexigencia, ni en lo gráfico ni en lo argumental. Any time you wanted download porn siterips at once? Here you have chance - takefile siterip download.

     

La caída de Andelgrag (16-VII-1939), uno de los episodios más celebrados de la serie.

     

La paradoja: siendo una serie que se lee de corrido, donde apenas hay separación clara entre una historia y otra (el concepto, ya saben, de novela-río o gran novela americana contemporánea que en el fondo es), el lector que aborde hoy Prince Valiant desde las muchas y nuevas ediciones que se ofrecen por fin con un mínimo de calidad y justicia al trabajo original quizá no puede atinar a comprender ni saborear qué significó, durante décadas, la experiencia de leer las aventuras de Val de una semana a la siguiente, la sorpresa de sus dibujos, los quiebros argumentales, el guiño cómplice continuado o la magistral alternancia entre los momentos épicos y los domésticos. Leer en apenas tres o cuatro años un trabajo de casi cuarenta, en efecto, nos descubre cierto abuso del secuestro como detonante narrativo, o nos chocan los momentos en que (aprovechando Foster algunas vacaciones) se repiten durante unas semanas momentos álgidos  de historias ya publicadas veinte años atrás, o incluso que en algún detalle puntual lo que Val (o Foster) recuerda del pasado remoto de la tira no coincida exactamente con lo que en realidad sucedió. Son, en todo caso, insisto, concesiones al esplendoroso pasado del título, y una manera de recordarnos que la lectura no tendría que hacerse con ojos de lector de hoy en día que bebe de un tirón un par de años de narración, sino que fue una serie pensada y puesta en marcha con un sentido del ritmo adecuado a su cadencia de publicación dominical.

            Poco importa, en todo caso, cuando el viaje al que el lector se suma es tan rico, tan plagado de anécdotas y emociones, tan sincero y humano, tan absorbente y enriquecedor. Foster sabe tocar las teclas de lo sensible sin ser sensiblero, de lo humorístico sin ser sarcástico. Muestra tipos humanos y los mima y los cultiva, llenándolos de matices que se expresan en su lenguaje corporal y se complementan con la narración escrita, que a veces es contrapunto que los redondea. El juego escénico de Aleta y sus mil peinados, la gestualidad de los niños, los momentos de salvajismo bélico de Val y su contrapartida como sumiso esposo, las payasadas de Sir Gawain complementadas con sus momentos como recio guerrero al que debe tomarse muy en serio siempre, el desfile de malvados antagonistas (muchos de los cuales tienen además matices positivos, como Sligon, o son presentados de manera que pueden entenderse sus motivaciones personales),  el rico muestrario de criados y escuderos llenos de cualidades nobles que los ponen en ocasiones por encima de sus amos, la seriedad que el poder marca en el ceño de Arturo o de Aguar de Thule, la espectacularidad de los paisajes y las escenas de grandes batallas, el juego escénico que proporciona siempre el viaje y la descripción de la naturaleza. Todo ello hace de Prince Valiant un águila que vuela muy por encima de los cómics al uso, entonces y ahora: un título que busca siempre la coherencia, el rigor, la diversión. La obra maestra absoluta del medio para la eternidad.

 

Bibliografía

Caldas, M. (2007): Foster y Val. Palma de Mallorca, Dolmen, 2007.

Goldberg, T. H. y Horak, C. (1992): Prince Valiant Companion. Seattle, Fantagraphics.

Goulart, R. (1984): “Mirando hacia atrás, mirando hacia adelante” en Historia de los Cómics, vol. 1, Javier Coma (ed.). Barcelona, Toutain Editor.

Kane, Brian M. (2001): Hal Foster: Prince of Illustrators. Lakewood (New Jersey), Vanguard Productions.

____________ (2009): The Definitive Prince Valiant Companion. Seattle, Fantagraphics.

Marín, R. (2004): Hal Foster: una épica post-romántica. Madrid, Ediciones Sinsentido.

Martínez-Pinna, E. (2013): El Rescate Emocional de un Clásico: 'Prince Valiant', la Obra Cumbre de Hal Foster. Póvoa de Barzin, Libri Impressi.

Vázquez de Parga, S. (1984): Harold R. Foster. Barcelona, Toutain Editor.

 

Notas


[1] Foster dibujaba Tarzan de día y las primeras páginas de Prince Valiant de noche.

[2] Foster, sin embargo, llegó a confesar a Arn Saba que «se piensa en rubio para lo femenino», y que su personaje siempre fue moreno. Que fuese vikingo es una concesión al nombre de Thule, que no es reconocido hasta muchos años después de la creación de la serie, al igual que su padre, Aguar, tarda décadas en recibir su nombre.

[3]  La primera, naturalmente, es la estupidez de negar que Prince Valiant sea un cómic.

[4] Urge un estudio, quizá ya imposible, sobre las influencias de  las lecturas de Hal Foster en su obra.

Creación de la ficha (2017): Rafael Marín. Revisión de Alejandro Capelo. Edición de Antonio Moreno · Datos e imágenes obtenidos de diversas fuentes
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
RAFAEL MARÍN (2017): "En los días del Rey Arturo: Príncipe valiente", en Tebeosfera, tercera época, 3 (11-VI-2017). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 26/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/en_los_dias_del_rey_arturo_principe_valiente.html