FUEYE. LA IDENTIDAD Y EL DESAPEGO
MANUEL BARRERO

Notas:
Este libro sin foliación que parece querer mecer al lector en una historia sobre la nostalgia y la argentinidad, mereció el primer premio del Premio Internacional de Novela Gráfica que organizan en Madrid el sello editorial Sinsentido y el comercio FNAC.

FUEYE. LA IDENTIDAD Y EL DESAPEGO.

Fueye es un tebeo amargo y que textual y gráficamente ahonda en esa amargura. La aflicción se traduce en sus páginas arrastradas y sucias, tornadizas al sepia o a veces abandonadas en el croquis. Todo está aparentemente concebido para representar una memoria desdibujada, o sucia (por turbia), con abocetado fosco y terminación aparentemente desatendida. Un efecto, deliberado en realidad, que su edición por Sinsentido roba parcialmente al lector a causa de su lujosa edición, con un satinado que resta brillantez a la obra, paradójicamente, aportando resplandores allí donde la luz es mortecina, apañando blancos en un marco de luz crepuscular. Hubiera merecido este libro un papel más graso y pulposo, con la esencia del tiempo contenido en sus arrugas.

Es importante destacar esta circunstancia, para aquellos que ojeen este libro y se les antoje un trabajo apresurado y tosco. De acuerdo con que el rotulado parece descuidado, que hay cierto moaré disgustante en alguna página; que los encuadres desequilibrados no facilitan la lectura y que al final todo es un batiburrillo de estilos y collages. Pero todo sirve al relato y a la intencionalidad del autor. Se dibuja un barco agigantado e irreal, que representa el origen. Se diseña un Buenos Aires apelmazado y cruzado por cables, casi como una guarida. Los burdeles huelen a burdel. Y se oye el quejido del bandoneón, o fueye, que también es una denominación de ‘nostalgia’. Desde estas viñetas borrosas se plantea un futuro de ideales florecidos que ya sabemos que no llegará. En las viñetas desfiguradas debe admitirse el soplo triste de José Muñoz o el realismo mágico de Nine. Y la narrativa lenta, arrastrada, es así, buscada. Anticipa la rigidez de los personajes por emprender cualquier viaje o empresa. Nada parece haber cambiado de 1916 a 1968. 

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Una de las primeras páginas del libro, abocetada, no muy diferente de la editada finalmente.

 Aparte de esta opinión personal sobre el innecesario lujo de la edición (que no llega a mitigar la calidad general del conjunto) Fueye es una historieta importante y sólida. Se trata de un trabajo de creación meditado y muy bien estructurado, con argumento y trama aparentemente deslavazados en un principio pero fieles al eje central del relato y que articula más de una lectura, concretamente en la coda en la que es el autor protagonista, que es metahistorieta de calidad contrastada. Porque accedemos a una obra de historieta bien narrada y con personajes muy bien construidos, a cuya identidad apenas alcanzamos (a algunos se les nombra poco) pero con cuya presencia queda perfectamente definida su ruta en la historia y, lo que es más importante, el contexto sociopolítico e histórico en el que se hallan encuadrados. El autor también construye un personaje de sí mismo, al final del libro, pero no estamos ante una nueva obra en la que un ‘autor’ narra sus vivencias y aconteceres, sin más trasfondo que la anécdota o el Sentir (eso a lo que se le ha dado tanta relevancia en la última década, tan vacía), estamos ante una reflexión con y sobre el Sentido. Fueye no sólo es un relato de inmigración y tristeza. Es un viaje hacia la negrura de las incertidumbres humanas, en concreto hacia y sobre dos preguntas capitales de la ética: ¿Quién soy? ¿Qué hago?

Para contestar a esas preguntas Fueye nos plantea un relato que bascula entre tres vértices, los que marcan tres personajes masculinos ligados entre sí por la política, el tango y la duda. Hay tres mujeres con las que se puede trazar otro triángulo, pero sus vértices distan lo más posible de los masculinos. Horacio, el protagonista del libro, acude de niño a tomar clases de piano de Nélida, que es amada por su padre pero sin llegar a fraguar esa relación. Adela pretende al mentor de Horacio en el tangueo, Vicente ‘Gordo’, pero éste es fiel a su mujer en España. Y Ágata representa la promesa de sexo y vida que sobresalta a Horacio en su madurez, y que acaba siendo un reto imposible de superar por miedo. 

El anarquista padre de Horacio es el aparente motor de esta historia, porque es el único personaje con talle de héroe: rebelde, romántico, artista, implicado con su ideología… Hace oídos sordos a la admonición que dejan en el aire en las primeras viñetas (“Uno no cae por ser débil sino por creerse fuerte”) y, resolutivo, defiende con uñas y dientes su identidad. Sabe quién es y por qué lucha. Sabe qué hacer. Ambas cosas le sumergen en el mar oscuro de la muerte…

Vicente es el segundo vértice de este triángulo de incertidumbre. Él es el más derrotista de todos y el más clarividente. Obeso y artista, rey del bandoneón, enamora con su música pero es consciente de sus debilidades y de su insignificancia en una sociedad marchita. De la obra, es el único personaje masculino (los femeninos controlan su vida en todos los casos) que es consciente de quién es. Y también de qué hacer, pues asume su insatisfacción y tristeza, planta la semilla de una carrera (la de Horacio) y luego comete un crimen que le arroja a una celda para el resto de sus días.


Horacio, el eje de Fueye, se plantea un proyecto nuevo de vida en su juventud al que da la espalda por no acumular suficiente valor. Pocos años pasan hasta que se da de bruces con el mito de Sísifo y ya se ha sumergido en una molicie de la que no puede escapar. Ejemplarizando el pesimismo camusiano, Horacio vive el cansancio de una vida mecanizada y desapasionada hacia el final de una carrera como artista que parecía ser muy prometedora en la bullente Buenos Aires de los buenos tiempos. Y ni la oportunidad del amor apasionado que le brinda Ágata, como una nueva representación de la posibilidad que Nélida implicó para su padre, mella su inmovilismo.
En su irresolución, va de la mano con su padre.

Y todos ellos, los tres hombres, parecen representar a un país a la deriva, atufado por la morriña y la inconstancia, indefinible e incierto, con olor a la mojada madera pisoteada por los bailarines y con el eco constante del tango cantado.

Que se hincha y que se deshincha. Como el bandoneón.

Lo único que parece quedar claro y no se plantea en la obra porque todos lo tienen asumido es la otra cuestión antropológica: ¿De dónde vengo? La respuesta que Jorge González da a esta pregunta es: De fuera. Del barco y del miedo; del olor a puerto y a humo; del temor a soltar la mano del padre en tierras extrañas.

Jorge González fragua un trabajo brillante, que también lo es en ejecución, y que apostilla con un ejercicio de reflexión magnífico en el epílogo (o Parte 2) titulado “Así nomás”. Este espacio historietístico es más colorista y fértil (hogar = color), más iconizado también (él es un monigote tintinesco la mayor parte de las veces), y lo utiliza para elaborar una propuesta plástica críptica con la que hace la reflexión más caustica sobre su país y sobre la memoria. González conjuga estilos y fórmulas gráficas para dejar clara la maleabilidad (o fragilidad) del ‘ser argentino’. Esto, al mismo tiempo que demuestra la gran capacidad del medio para plamar sensaciones y expresar emociones, le sirve para pasar por encima de las cuestiones políticas y abordar el hecho de la identidad que anteriormente ha querido encauzar con sus tres personajes. González no es como otros argentinos que para articular un mensaje necesitan asirse a la cuestión del poder (Arendt), y que prefiere sortear también la evidencia de la incapacidad política para resolver lo cotidiano (Morin). Entre estos dos extremos se sitúa el autor, perfectamente consciente de que no es posible un proyecto ético para hacer política integradora en Argentina; y que no es posible abandonar la Argentina. Él se declara también incapaz de escapar a los tentáculos del fueye, del amor a la patria, que se lleva intestino y no se arranca. Ese sentimiento que borra e iguala las individualidades o sus destinos, acaso extraños o ferruginosos (como ejemplifican las tres fotos de Buenos Aires que cierran el libro). 
Cada viaje tiene su retorno, que dijo el poeta.

Como este libro, al que habrá que regresar una y mil veces.

Creación de la ficha (2009): M. Barrero, con edición de J. Alcázar
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Manuel Barrero (2009): "Fueye. La identidad y el desapego". Disponible en línea el 12/XII/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/fueye._la_identidad_y_el_desapego.html