Con Carlos Raúl Martínez yo aprendí a amar la historieta. La argentina, pero también toda la historieta investigada, porque estudiar los tebeos, profundizar en sus encuadernaciones y texturas, en sus fabricantes y en las firmas que en ellos figuran, termina por generar nuevos aprecios que van más allá de las sensaciones y emociones que produce las historias o los estilos artísticos. Y Carlos es de esos tipos que anteponen el amor por el dato a cualquier otra consideración, incluso por encima de sus gustos personales.
Martínez ha lanzado hace pocos meses su primer libro monográfico, que consiste en un monumental nomenclátor de la historieta argentina titulado Próceres, figuras y laburantes de la historieta argentina. 90 años de historieta nacional a través de sus dibujantes. En esta obra de largo título llevaba trabajando desde hace muchos años, vertiendo sus hallazgos en su blog Mil Plumines de la Historieta Argentina, que ahora recoge con formato de libro. Ya cuando le conocí (recién fundada Tebeosfera) estaba en ello, con ese afán minucioso que caracteriza a los amanuenses y que parece condenado a apagarse tarde o temprano debido al agotamiento o al tedio. Pero él no se cansaba. Nada más conocerle supe que era un buen investigador, uno incansable, con ese estímulo latente que te lleva a culminar con éxito lo que nadie aborda con ganas. Era un hombre humilde pero docto que se negaba a afirmar nada que no fuese producto de lecturas y datos comprobados. Su aprecio por el contraste y la comprobación le ha llevado a construir este monumento al conocimiento de la historieta argentina partiendo de una premisa poco habitual: equiparar en importancia a las figuras más destacadas con las menos mencionadas del cómic de su país. O sea, el autor ha valorado tanto a los próceres como a los laburantes, lo que en nuestra lengua equivaldría a equilibrar a los artistas con los artesanos, algo complicado por estas latitudes, dado que hemos escogido el camino de valorar la aspiración de artista o la ruptura experimental por encima de otras cualidades.
Carlos me descubría nuevos pequeños mundos con cada una de sus colaboraciones para nuestra web, Tebeosfera, y también cuando intercambiábamos mensajes sobre autores y revistas de la Argentina. Me hablaba de labores ejecutadas por autores discretos, de series efímeras o de presencias momentáneas que, en su conjunto, habían ido formando el tejido de los tebeos latinoamericanos. Eran ellos, con aquellas piezas aparentemente poco importantes los que perfilaron una memoria gauchesca o porteña, los que mejor retrataron el escenario sucio de las dictaduras, los que describían el ambiente menos heroico dentro de las viñetas de la aventura. Era la historieta básica, cruda, la que no despertó vítores. Y era la clave de la evolución de la historieta real, la que movía a los fieles a consumir más historieta. Martínez no dejaba de afirmar que en la bibliografía argentina era necesario un diccionario de autores más completo. Algunos libros había, y yo celebré mucho el de Gociol y sus colaboradores, o los de La Bañadera, pero era cierto que en ellos destacaban generalmente un puñado de nombres, indiscutiblemente valiosos, pero que no eran los únicos ni alcanzaban a describir la multitud de firmas que menudearon por las revistas de historietas publicadas en los años de la edad de oro, antes de alcanzar la década de los años setenta. Por lo tanto, existía una laguna de conocimiento que ahora está un poco más llena. Aunque hay que advertir que Martínez se ocupa en este libro solamente de los autores ligados a la historieta aventurera, puesto que no recoge en sus más de doscientas páginas ni a los dibujantes satíricos ni a los autores con obra humorística dirigida a los jóvenes.
Su libro, pese a todo, es relevante. Se organiza de forma singular, alfabéticamente pero por bloques temporales, concretamente por décadas. Así, escoge a los autores de los años treinta y los coloca por orden de apellidos en su capítulo; a los de los cuarenta, igualmente; a los de los cincuenta, etcétera, y así hasta llegar a un corto epílogo en el que revisa los nuevos autores surgidos entre 2001 y 2016. Además, cada uno de los ocho capítulos que integran este diccionario lleva una breve contextualización histórica (brillantemente sintética) que resulta muy útil para comprender la época en la que desarrollaron sus carreras los autores. Luego, cada asiento viene acompañado con foto o retrato y con una muestra de su trabajo. Las biografías están escritas con la suficiente distancia y objetividad, y todas son piezas dignas. Los textos biográficos dedicados a los grandes (como Salinas o Breccia, por poner dos ejemplos), son magistrales, pero no son peores las biografías de otras muchas firmas que en algunos casos suponen verdaderos hallazgos para los que nos interesamos por el cómic argentino desde este lado del océano: Sesarego, Taggino, Arancio, Colonnese, Mankenn, García Durán, Macagno, Peiró, Szilagyi, Vitacc, Faluggi, Pedrazzini y bastantes más.
Nos ha llamado la atención la escasa participación de mujeres en la historieta argentina que se deduce de este recuento, y también la postura del autor con ciertas series y publicaciones, con un tono claramente desmitificador en algunos casos (como en su visión de Fierro), todo lo cual queda dentro de la esfera de lo opinativo, claro está. Los escasos e inevitables apuntes políticos no enturbian la lectura de este libro, al que solo se le puede reprochar que se queda corto en el repaso a los autores más recientes.
Como manual para conocer la historieta argentina y sus autores es ya un referente obligado, un trabajo que solo se ha podido realizar desde el amor por un medio y tras un esfuerzo enorme sostenido con voluntad durante veinte años de lecturas y de contraste de datos. Un libro que será de consulta y cita obligadas.
