HUMOR Y SÁTIRA EN LA HISTORIA DE LA COMUNICACIÓN VALENCIANA. EL CASO DE LA TRACA
ANTONIO LAGUNA PLATERO

Resumen / Abstract:
Notas: Texto redactado para una conferencia del autor leída en 2008 en la Universidad de Valencia, publicado en el libro 'La risa periodística' y, ahora, cedido por su autor para su publicación en Tebeosfera nº 9. A la derecha, portada del número 1.223 de `La Traca´, dibujada por Carnicero, con el general Franco convertido en mujer para lograr la máxima ridiculización del militar.

HUMOR Y SÁTIRA EN LA HISTORIA
DE LA COMUNICACIÓN VALENCIANA:
EL CASO DE LA TRACA


1. Capacidad comunicativa del humor

El humor como la risa no sólo son formas de expresividad y comunicación, sino que, de acuerdo con distintas investigaciones psicológicas o fisiológicas, son medios importantes para la propia salud. Teorías sobre el poder curativo de la risa, sobre los beneficiosos efectos en todo tipo de traumas del ser humano, circulan hoy en día de una manera generalizada sustentadas en una amplia bibliografía
[1]. Incluso entre la amplia panoplia de ONGs que pueblan el universo, más de una tiene por objeto fomentar el buen humor y la risa entre los mortales.
 
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La sátira gráfica emite mensajes carentes de neutralidad y fácilmente identificables con personas o hechos. Arriba, un anuncio vinculado con la revista La Traca. Bajo estas líneas, una obvia portada de La Traca de 1936 y una página del interior.  
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En consecuencia, la receptividad del mensaje humorístico es y ha sido siempre elevada. No sólo por lo atractivo del mensaje, casi siempre adornado con imágenes y poco texto, sino por la predisposición del receptor a su consumo. Una predisposición que, como hemos señalado, supera el nivel intelectual para recalar en el emotivo. Con la risa, se ha teorizado, el individuo expresa emociones, libera tensiones, muestra placer. De aquí que el humor haya sido considerado como una forma de estímulo que busca producir una respuesta, un reflejo fisiológico estereotipado y predecible, la risa. El humor sería el estímulo que transmite el emisor y la risa la respuesta condicionada del receptor. No extraña, por tanto, que dentro del catálogo de sensaciones por las que estamos dispuestos a pagar un precio, la risa ocupe un puesto destacado. En el cine, en el teatro, en la literatura y en los medios de comunicación en general, el humor define buena parte de los contenidos porque consigue buena parte de las audiencias. Y si es cierto el principio establecido por Freud, acerca de que la risa –como el sueño- es la vía por la que el inconsciente se desahoga, en una sociedad cada vez más sujeta a presiones de todo tipo como la actual, la risa tiene el futuro asegurado.
 
A partir de este principio, considerando al humor como un estímulo comunicativo que produce efectos físicos y psíquicos, quedan cuestionadas todas aquellas interpretaciones que catalogan al humor como políticamente inocuo[2]. Por lo que esconde o por lo que denuncia, el humor nunca ha sido ni será neutro.
 
De aquí que el humor constituya una parte básica de la comunicación política. Y no sólo por la reconocida capacidad persuasiva que tiene el mensaje humorístico para provocar efectos en las audiencias, sino por la constante y reiterada presencia que el humor ha tenido en la historia de la comunicación política. Desde la literatura costumbrista, pasando por la comunicación impresa periódica hasta los modernos medios de comunicación actuales, política y humor parecen formar un matrimonio inseparable. Y no sólo en espacios y programas identificados como tales, como pueden ser el programa “Polonia” de TV3 o “El Intermedio” de La Sexta –que, por cierto, marcan máximos de audiencia-, sino en los propios telediarios de las cadenas. El infoentretenimiento ha pasado a ser una exigencia básica de cualquier informativo audiovisual para poder competir con el resto de cadenas. En el infoentretenimiento de los telediarios no sólo entran aquellas noticias que tratan acerca de las curiosidades, el interés humano o la vida de los famosos, sino que también incluye el humor como contenido habitual[3]. De nuevo, el principio de que lo que hace pensar aburre, expuesto por el propietario de Bild Zeitung, Axel Springer, se afirma como la máxima que guía la información audiovisual. Si lo repetirá veces el Gran Wyoming, en el programa “El Intermedio”, cuando recrimina a su compañera de mesa que es una aburrida por recoger informaciones “poco espectaculares”.
 
El humor también se ha instalado de forma habitual en las estrategias comunicativas de los políticos. Desde la premisa de que la risa es una respuesta refleja, estimulante y beneficiosa, es lógico entender que sea una de las claves básicas de la comunicación persuasiva, porque permite ganar la complicidad del público, premisa básica para lograr el cambio de actitudes. Además, la risa implica aceptación, objetivo último de la persuasión y el más difícil de obtener. Por esto podemos entender que los partidos políticos, sobre todo en campaña electoral, recurren con frecuencia al uso del humor y la caricatura para minar al rival. Aunque no siempre se consigue este objetivo. El último ejemplo aparece en la pasada campaña electoral estadounidense. La revista The New Yorker publicaba en portadauna caricaturadel candidato demócrata y de su esposa vestidos de musulmanes con pinta terrorista que provocó el efecto boomerang, esto es, el contrario al perseguido.
 
En resumen, ayer como hoy, el humor sigue siendo una forma especialmente crítica de reflejar el poder, la sociedad, las costumbres, las personas.... Sigue siendo una sección señera de la prensa diaria de calidad, convirtiéndose el humorista gráfico en el más reconocido de toda la plantilla, desde Forges a Ortifus, desde Mingote a Quino, la lista es larga y destacada. El humor es una estrategia clave en la competencia de los medios por conquistar audiencias. Y es también un instrumento básico del político actual en su pretensión de ganar adeptos para la causa. El humor aparece con fuerza en Internet, sobre todo con todas las posibilidades que ofrece hoy en día la fotocomposición. Y gracias al humor, la transgresión discursiva sigue siendo posible, ya sea porque se caricaturiza a Mahoma, ya porque se dibuja en postura atrevida a los príncipes de España.
 
2. La sátira gráfica: la importancia de la caricatura

La imagen gobierna hoy en día el mundo comunicativo. De tal manera que la prensa, desde hace ya bastantes años, no ha hecho sino correr todo lo deprisa que la tecnología le ha permitido para imitar ese modelo. Así, las noticias que se seleccionan en lugar preferente siempre tendrán una imagen impactante, esto es, provocadora. A su vez, esta imagen irá resaltada con titulares de grueso tipo y, a ser posible, contará con el refuerzo visual del color. El corolario lo pone el director de Le Monde Diplomatique cuando afirma que en el nuevo orden de los media las palabras, o los textos, no valen lo que las imágenes
[4].
 
Hagamos ahora un ejercicio de imaginación: supongamos por un instante que el electorado en particular y la sociedad en general no tuviesen más medio de conocer a sus líderes políticos que a través del semanario satírico, El Jueves... No podemos tirar de esta cuerda, ni siquiera aventurar qué podría pasar. Lo que sí toca señalar es que esto ocurrió en el pasado. Desde mediados del siglo XIX hasta la llegada de la comunicación audiovisual (incluso a pesar de la irrupción de la prensa gráfica) un importante sector de la sociedad, que no tiene medios económicos ni intelectuales para informarse por otra vías, descubrirá la imagen del poder a través de la caricatura
 
Recordemos que la caricatura es un mensaje en forma de dibujo, que no requiere ningún aprendizaje lingüístico previo para su comprensión, en consecuencia, que comunica por encima de frenos lingüísticos o cognitivos, y que posee la fuerza de la imagen, la riqueza de la imaginación y la capacidad de la provocación.
 
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   El lenguaje simbólico de la viñeta permite condensar mensajes ideológicos de gran penetración. Portadas de La Traca en las que se observan refuerzos y ridiculizaciones. Bajo estas líneas, viñetas de carácter anticlerical y sicalíptico, también aparecidas en esa revista.
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La caricatura es un retrato de los estados de ánimo del poder, una visión crítica del hombre público reflejando los aspectos más duros de su personalidad. Por eso va a ser frecuente la transmutación del personaje en un animal, en un ser que abandona la razón para ser únicamente instinto salvaje. No es que se humanice al animal, sino todo lo contrario. Los ejemplos se sucederán, pero podemos destacar a Bagaría el maestro, constructor de una “metáfora-collage con una yuxtaposición de elementos zoomórficos y fisonomías concretas, que le llevarán a configurar un brillante bestiario a partir de la plana mayor de la clase política de la Restauración”. De esta manera, Maura es pintado con cuerpo de pavo real, Romanones de vulpeja, Cambó de cuervo, Lerroux de cerdo y cocodrilo, etc. El efecto inmediato es conseguir que el público atribuya al político las connotaciones morales habitualmente atribuidas a este tipo de animales[5].
 
Finalmente, la caricatura es también una válvula de escape. De aquí que se le atribuya un efecto psicológico. De acuerdo con Freud, el humor es un principio de liberación, “es una alegría triunfante y representa la victoria del principio del placer” [6]. Es decir, el público que ve la caricatura del poderoso Cánovas en forma de mico, la de un engolado Maura o la de un afeminado Francisco Franco está siendo interpelado a traducir en términos cómicos y humanos la imagen del poder. Por ello no sólo sonreirá ante el dibujo o su mensaje, sino que experimentará una sensación de alivio al comprobar que el poder que le oprime tiene ese aspecto tan cómico, tan ridículo, tan cercano.
 
En buena parte de aquel siglo XIX, el principal portador de informaciones y por tanto único medio de conocer las realidades distantes o los rostros de quien decidía sobre sus vidas fue el periódico ilustrado. Este tipo de prensa constituyó una rama del tronco común que fue la publicación periódica. Sin embargo, su evolución iba a ser muy distinta a la del periódico diario, experimentando en su recorrido histórico diversas manifestaciones o géneros. De forma sucinta, diremos que en el principio, años treinta, fue la publicación semanal ilustrada con grabados; que luego, años sesenta, se le unió la publicación satírica ilustrada con caricaturas; que antes de llegar al siglo XX, la prensa ilustrada devino revista gráfica mientras la prensa satírica se acicalaba con el color. Con todo, este proceso evolutivo está determinado por varios factores interrelacionados, entre los cuales cabría no perder de vista:
 
1.   Los de orden técnico: inicialmente los recursos tecnológicos para incluir en un pliego impreso un dibujo eran tan dificultosos que apenas se podían permitir el lujo de mantener la iniciativa por largo tiempo. El mecanismo conocido consistía en practicar el vaciado del dibujo en la madera y luego utilizarlo de molde. Por este sistema se imprimieron imágenes que identificaron buena parte de las cabeceras de la prensa del XVIII, aquella que nació en su última década con el nombre de la ciudad; por este sistema se realizaron las primeras ilustraciones para anuncios; y por este sistema se editaron las primeras ilustraciones satíricas. No será hasta fines de siglo cuando se produzca el gran cambio tecnológico que permita la edición de fotografías y de dibujos con unas ciertas garantías de calidad y de rentabilidad.
 
2.   Los de tipo social: ya que sin público no existe el periódico ni cualquier otro producto que tenga como finalidad el consumo. El público de la prensa ilustrada o gráfica después será, tanto por el precio de lo que costará un ejemplar de este tipo de revistas como por sus contenidos, perfectamente identificable con la burguesía española decimonónica. De hecho, tanto los pintores que colaboran en este tipo de publicaciones como los fotógrafos tendrán estrechos lazos con esta clase social. Por el contrario, la prensa satírica será tildada con el calificativo de prensa popular. El calificativo aquí adquiere una dimensión cualitativa y cuantitativa, necesaria de precisar. En primer lugar, el aspecto cualitativo alude a la condición social del público susceptible de interesarse por este tipo de prensa. Sería el “pueblo”, tal y como lo podía identificar el abate Siéyès cuando se preguntaba acerca del tercer Estado, o tal y como lo perfilarían los discursos populistas que surgieron de inflados pechos nacionalistas en el actual siglo. Se trata, por tanto, “de lo que no es poder”, de capas sociales urbanas proletarias, pero también de productores mercantiles simples. Bajo esta premisa, diversas licencias son automáticamente justificadas: desde la forma hasta el lenguaje en que se realiza la publicación. La publicación popular se encuentra en el polo opuesto al diario de calidad, lo que la situaría en la base de las actuales producciones culturales masivas y adelantaría en muchos años algunos aspectos del dilema que apuntaran los filósofos francfurtianos sobre la cultura de masas. En segundo, el cuantitativo, se refiere al grado de consumo elevado que la amplia gama de prensa satírica podía generar. Este último aspecto tendría una evolución determinada por el grado de crecimiento del ocio y del poder adquisitivo de las capas sociales que antes identificamos.
 
3.   Los de orden político: mientras la prensa ilustrada apenas tendrá problemas de este tipo, la prensa satírica se moverá en su mayor parte en territorio marginal. Entre otras razones, porque la prensa satírica será un medio de comunicación que refleje la realidad más inmediata, que la critique y casi siempre la transgreda; un medio fundamentado en el humor pero con unas claves políticas obvias; un periódico que permite al que lo lee identificar de forma muy simplificada las contradicciones políticas que lo envuelven. Al menos así será hasta la dictadura de Franco. Incluso entonces, en algunas de las publicaciones “humorísticas” que aparecen se reconoce abiertamente que, si bien no se hacía ninguna crítica política, al menos sí que se hacía de costumbres y modos sociales[7]. Por todo ello, la existencia de prensa satírica está determinada por la coyuntura política en la que se enmarca. El periódico diario, en una situación política restrictiva, puede atemperar sus análisis, copiarlos de otros, puede dar cabida a folletines u otras colaboraciones literarias... Tiene, en definitiva, numerosos recursos para evitar el choque con la legalidad. Sin embargo, el periódico satírico no puede escurrir el sentido de su existencia a fuer de perder la razón de ser. Si no se hace sátira de la realidad, tan sólo se está aportando humor a esa realidad. Y el humor, consciente o subconscientemente, nunca es inocuo. La intencionalidad es insoslayable y tan sólo es cuestión de grado la diferencia. Recuérdese que el moderantismo del siglo XIX, frente al progresismo, se caracterizará por ser caldo de cultivo propicio para las publicaciones llamadas literarias o apolíticas. ¿Cómo no iba a serlo, si sus leyes de imprenta no dejaban el más mínimo resquicio para la crítica? Por contra, los semanarios satíricos brotarán generosamente en el Sexenio Democrático y en la II República.
 
4.   Los de tipo cultural: nos referimos al peso que la tradición tiene en este tipo de prensa y, por tanto, a su originalidad. De igual manera que la prensa ilustrada no perdió de vista los modelos surgidos en mercados tan desarrollados como el inglés o el francés[8], la caricatura a través de prensa diaria también tiene puntos de referencia con dibujantes y publicaciones extranjeras. Sin embargo, para el caso de la prensa satírica, ya no estamos tan seguros. M. A. Valls establece que la publicación satírica alemana de Olaff Gulbranson, Simplicissimus, fue modelo de publicaciones españolas como Buen Humor, o que la publicación anticlerical italiana L’Asino sirvió de ejemplo a La Traca[9]. Estos ejercicios de comparación son, con demasiada frecuencia, más alardes eruditos que explicaciones convincentes. Sobre todo, porque pierden de vista la enorme e importante tradición que la comunicación popular en clave de humor tiene en España. Caro Baroja, en una excelente obra, nos resuelve de forma certera cerca de tres siglos de formas populares impresas de comunicación, identificadas también como “literatura de cordel”[10]. Para el caso valenciano, diversos autores nos sitúan en las mismas coordenadas, destacando la importancia del coloquio y del auca como formas audiovisuales de dar a conocer, en plazas y lugares públicos, acontecimientos e historias[11]. Y esta tradición, lejos de desaparecer cuando llega la prensa, se mantiene y adapta. Por tanto, la prensa con imágenes puede tener todas las relaciones e influencias que se quieran, pero responde a una tradición propia y a unas condiciones históricas particulares.
 
En síntesis, en todo aquel siglo XIX, la única imagen que circuló a un cierto público fue la impresa en forma de grabado por las publicaciones ilustradas o en forma de caricatura por la prensa satírica, ya que los retratos pictóricos, primero, o los fotográficos después, estaban al alcance de unos pocos.
 
3. Tipología de la prensa satírica

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Don Manuel, una de las primeras publicaciones satíricas valencianas.

 
Por lo visto hasta aquí, podemos afirmar: que la prensa satírica juega un papel fundamental en la historia de la comunicación por varias razones: porque constituye un pilar fundamental de la comunicación popular, porque es un espejo muy especial que refleja la realidad más inmediata y por las importantes reacciones que sus críticas generarán.
Veamos cada uno de estos aspectos de forma más detallada.
 
3.1. MODELO DE COMUNICACIÓN POPULAR
 
Para caracterizar el tipo de público consumidor de este tipo de prensa, creemos que una buena vía es a través de las propias características que definen al periódico satírico. En primer lugar, por el lenguaje, donde se combina el texto y el dibujo, donde se incorpora el color… todo en aras a la amenidad, todo con tal de provocar los sentidos. En segundo, por el tipo de estilo, ya que se escribe tal y como se habla, siguiendo el modelo tradicional de la literatura popular o de cordel, con todo tipo de giros y expresiones populares. Desde esta premisa, la prensa satírica será mayoritariamente bilingüe en aquellos países de la corona española que posean lengua propia, como es Valencia. También por los estereotipos, por la forma en que se llaman, apelando a nombres de tipos tan populares como El Tío Mingolo (1869) El Tío Pesquis (1873), El Tío Cavila (1873), Don Manuel (1874), La Matraca (1916). Precisamente, un periódico madrileño como La Voz del Siglo, de 3-XII-1868, se hacía eco de esos nombres con la siguiente valoración:

“Unos agotan la lista de los mamíferos, aves, reptiles, peces..., hasta el punto de que no concebimos una colección de ellos sino entre alambres y barrotes y de que llega uno a sospechar si en la imprenta tendrán domador o regente: El Tiburón, El Gato, El Pájaro Rojo, El Ganso, La Sanguijuela, El Grillo, La Langosta, El Burro, El Tigre, La Pantera, El Abejorro, El Zángano, La Víbora, La Mariposa, El Mosquito..., llaman con sus bocados, maullidos, coces, rebuznos y picotazos. Otros se colocan bajo la advocación de algún hombre ilustre en las tabernas de Andalucía y de la Mancha: El Tío Pilili, El Tío Peneque, El Tío Caniyitas... han difundido entre todas las clases sociales los más delicados chistes de ventorrillo, la más fina sátira de despacho de vino, la más ática sal del porrón y del empiñonado. Los “Tíos” obran como lo que son, y suelen dar palmas, garrotazos y pellizcos.”
 
También por la publicidad, ya que prácticamente no hay anuncios en este tipo de publicaciones hasta los años veinte, a pesar de ser algunos de ellos ciertamente importantes en cuanto a las tiradas o la duración. Y cuando se incorpora, nunca lo hará en la proporción superior al 25% que ofrecía el diario, anunciando productos de consumo popular, como  los “cachets del Dr. Soivre”, lenitivo de “purgaciones por crónicas y rebeldes que sean”.
 

Finalmente porque el consumo de algunos de estos periódicos será muy superior al de la prensa diaria. Es el caso de La Traca valenciana, que superó el medio millón en 1931, tal y como veremos. Es el caso de El Cencerro, publicado en Madrid a partir de 1870 por el periodista andaluz Luis Maraver, cuya cabecera aparecía ilustrada con una especie de monstruo vacuno provisto de un cencerro descomunal, igual al que se utilizaba para la venta ambulante del periódico. No sabemos si sería esta original forma de reclamar la atención de los madrileños, o sus contenidos anticlericales y republicanos, lo cierto es que Manuel Ossorio le atribuye una cifra máxima de venta de 300.000 ejemplares[12]. Es el caso de algunas publicaciones que logran mantenerse por largo tiempo, como La Campana de Gracia (de 1879 hasta octubre de 1934), que alcanzó una tirada superior a los veinte mil ejemplares. A efectos comparativos, recordemos que en 1918, los 32 diarios madrileños vendían diariamente 656.000 ejemplares, los 18 de Barcelona superaban los 311.000, mientras en Valencia, sus seis diarios sumaban unos 75.000.

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Gil Blas, la revista satírica madrileña más importante del ecuador del siglo XIX.


3. 2. LA PRENSA SATÍRICA ES, SOBRE TODO, UN REFLEJO CRÍTICO DE LA REALIDAD MÁS INMEDIATA

 
Por ello, la coyuntura política marca la existencia de este tipo de periódicos. Será en el Sexenio Democrático y en la II República cuando más proliferen, si bien están presentes en toda nuestra historia contemporánea.
 

La aparición de Gil Blas en noviembre de 1864, de la mano de ilustres prohombres del Partido Demócrata Español (Federico Balart, Eusebio Blasco, Roberto Robert, etc.), confirma la mayoría de edad de la prensa satírica ilustrada con caricaturas[13]. De tal forma que el gobernante de turno fue dado a conocer a través del dibujo deforme. El poderoso Narváez, cuando en 1866 ocupaba por última vez la presidencia del gobierno, llegó a comentar públicamente que no temía a los textos de los periódicos, sino a las caricaturas[14]. Incluso ya en la II República, el historiador Pierre Vilar recordaba cómo su vida en la Barcelona de los años treinta estaba estrechamente ligada a la visión diaria que del mundo ofrecía la viñeta de Bagaría. Afirma que, en su recuerdo, “las figuras de Manuel Azaña o de Alejandro Lerroux no quedan fijadas por el inacabable desfilar de las fotografías oficiales, pero sí por las curvas sabias, irónicas, indulgentes o crueles, que Bagaría les daba” [15].

 
Gil Blas será reeditado en Madrid y Valencia, y su ejemplo será seguido dos años después por Jeremías, que consolida la irrupción del caricaturista como un nuevo profesional del periodismo. De esta forma, cuando a partir del Sexenio Democrático se conquiste la libertad de imprenta, el modelo de Gil Blas será ampliamente imitado en toda España. Incluso llegará por primera vez a la prensa diaria, al incorporar la edición de los lunes de Las Novedades una caricatura “por el estilo y tamaño de las que da el periódico francés Le Charivari, anticipándose en cierta manera a los Lunes de El Imparcial[16]. La otra consecuencia es que en el panorama de la profesión periodística, acaba de nacer una nueva especialidad: la del dibujante cómico profesional, un trabajo que contará con destacados especialistas. Incluso “grandes pintores e ilustradores ejercerán las labores de caricaturistas en sus principios: Juan Gris, Ramón Casas, Isidro Nonell, Juan Comba y el mismo Picasso”[17]
 
Con la restauración alfonsina, las restricciones para la crítica se extienden también al dibujo. Habrá que esperar, por ello, hasta la llegada de los liberales al poder en 1881 y, sobre todo, a la promulgación de la ley de 1883, para recobrar el impulso alcanzado en las fechas del Sexenio. El 10 de abril de 1881 nacía El Motín, “Periódico Satírico Semanal”, bajo la dirección del republicano federal José Nakens, que se publicaría hasta 1926. En este semanario destacará el dibujante Eduardo Sojo, que firmaba con el seudónimo de “Demócrito”. Sus caricaturas del clero, describiendo supuestas orgías de obispos gordos y lustrosos, marca un estilo que desarrollará posteriormente, entre otros, el gran referente de la prensa satírica española, el semanario valenciano La Traca.
 
 
3.3 LA PRENSA SATÍRICA DESTACA POR LAS REACCIONES QUE PROVOCA
 
Es decir, la crítica resulta cara. Así lo constata la enorme relación de respuestas que el poder ejerció sobre estas publicaciones. La mayor parte de ellas sufrieron la suspensión gubernativa y sus autores la cárcel, el destierro o la ruina. Aquí y fuera de aquí. El padre de la caricatura francesa, Honoré Daumier, sufrirá pena de cárcel por caricaturizar al rey Luis Felipe de Orleans como Gargantúa. Aquí, los ejemplos mas citados son el asalto a la imprenta del semanario satírico catalán ¡Cu-Cut!, protagonizado por un grupo de oficiales en noviembre de 1905 [18]. También el atentado con bomba, el 20 de septiembre de 1977 en la redacción de El Papus, que acabó con la vida del conserje del edificio. Y todos recordamos los más recientes casos de las amenazas de muerte por publicar la caricatura de un Mahoma con turbante en forma de bomba, o el secuestro del número de El Jueves de 18 de julio de 2007por un supuesto delito de injurias a la Corona al representar a los príncipes de Asturias en una postura sexual explícita[19].
 
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   Número 200 de La Traca nacida en el siglo XX, la más longeva y beligerante de todas.
Pero sin duda, el mejor exponente de lo que significa este tipo de publicaciones lo sigue siendo el semanario objeto de análisis en este trabajo. La evolución de La Traca compendia de forma fidedigna la trayectoria de la prensa satírica valenciana. La acción de la censura iba a recaer con reiteración y hasta con alevosía sobre las personas que escriben-editan este tipo de periódicos. Extractemos la relación:
 
-       El número 19 de su primera etapa, en 1885, fue denunciado por afirmar que en Valencia se realizaban juegos prohibidos.
-       En el número 34, también de 1885, manifiesta haber tenido ya tres denuncias por supuestas injurias al rey.
-       El número 39, de 13 de septiembre de 1885, será mandado recoger por el gobernador cuando ya lo repartían por las calles de la ciudad los ciegos.
-       El número 40, de 20 de septiembre de 1885, es multado por séptima vez desde su creación, ahora con la cantidad de 500 pesetas o pena de cárcel equivalente. Manuel Lluch se ve obligado a ceder la dirección de su semanario a Joaquín Ceballos Pañella mientras cumple la pena impuesta.
-       El 12 de noviembre de 1887, Lluch exponía al gobernador que “habiendo suspendido por más de 30 días la publicación del semanario político valenciano titulado La Traca del cual fue director y propietario el recurrente y perdido por consecuencia el derecho para su continuación (solicita permiso para una nueva publicación) que con el mismo título y carácter fundará y dirigirá un semanario que verá la luz pública todos los domingos a contar desde el 20 de los corrientes”.
-       En abril de 1888, tras haber sido suspendida la publicación por espacio de más 30 días, la solicitud se torna súplica ya que la pena impuesta lleva aparejada la supletoria de pérdida de derecho de continuidad, tal y como establece la vigente ley de policía de imprenta. El final de la primera etapa de La Traca fue, en apenas unos meses, realidad.
 
4. LA TRACA, exponente de la prensa satírica.

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Varios números de La Traca previos al gobierno de la CEDA.  
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Tal y como acabamos de ver, La Traca apareció por primera vez el 15 de noviembre de 1884, prolongándose por espacio de cinco años no sin alguna que otra etapa de silencio obligado. Se subtitulaba “semanari pa la chent de tró”, precisaba que la redacción estaba en “el polvorí de Paterna” y su primer grabado era una traca que llegaba hasta el “Micalet". A partir de ahí, su historia fue un rosario de suspensiones y penalidades. Si bien este currículo le dio prestigio y fama, manteniéndose cual Guadiana durante buena parte de la Restauración. Tras la suspensión impuesta durante la dictadura de Primo de Rivera, La Traca reaparece el 21 de abril de 1931, publicándose hasta la llegada de la CEDA en 1934. Tras el paréntesis conservador, reaparecerá en 1936 con el Frente Popular y cesará definitivamente en 1938. Sin embargo, la etapa culmen de La Traca será la vivida en el primer bienio republicano. Será entonces cuando el semanario valenciano se haga conocido en toda España, y su editor, Carceller, un hombre destacado del negocio editorial. Ni antes ni después la publicación volverá a repetir el éxito obtenido en estos primeros tres años de la II República.
 
Nuestro análisis, por tanto, se centra en este período dorado del primer bienio republicano. El primer número de La Traca constituye ya todo un modelo de lo que va a ser la publicación: reaparece con el sol de la República, tal y como exponía su portada de 21 de abril de 1931, y con el color rojo como predominante. Pero en esa portada había mucho más. Montones de papeles que llevaban títulos como “Monte Arruit, Annual, negocios sucios”, etc.; había ratas que salían huyendo, coronas, mantos y cetros tirados por el suelo... y la pierna de un labrador, identificada como “pueblo español”, que estaba dándole un patada a Alfonso XIII. La composición se cerraba con una esquela central que advertía: “El muy funesto señor Don Alfonso de Borbón Llapisera y Gutiérrez, ex rey de Jauja. Emperador de Annual. Príncipe de Monte-Arruit, Gran Duque del Barranco del Lobo y Montjuich. Comendador del “Tenorio”. Chupóptero de los Monopolios. Caballero de la Orden del Desorden. Accionista liberado de todas las malas Compañías. Presidente honorario de las sociedades El Polo, El Tennis, la Regata, El Parchís; primer Agricultor del Reino, primer Cazador del Reino, primer Pescador del Reino, primer ciudadano de Cádiz, condecorado con la gran Cruz de Unamuno y Alcalá Zamora y varias placas rotuladoras, etc., etc., LA HA DIÑAO...” En la segunda plana de este primer número, bajo el título de “Salud y República”, identifica a la publicación con la nueva forma de gobierno. Después, arriba y abajo de la página, las fotografías de Fermín Galán, García Hernández y Blasco Ibáñez, enfrentadas a las de Alfonso XIII y Primo de Rivera.
 
Este primer número provoca el delirio. Desde la puesta en marcha de la máquina impresora, en la tarde del 20 de abril, tres turnos trabajarán ininterrumpidamente para satisfacer la enorme demanda que vivía. Hasta tal punto, que por primera vez en la historia de la prensa española un semanario superaba la tirada de medio millón de ejemplares en un número. Nunca antes ninguna otra publicación había alcanzado esta cota.
 
En consecuencia, la capacidad de influir en la opinión pública de Carceller se convirtió en un hecho. Y no dudó en hacer valer esta posición. Los números siguientes de La Traca serán una reivindicación constante de pasar a la acción, de actuar contra los considerados enemigos de la República. “España entera reclama unos cuantos fusilamientos”, publicaba en titulares a principio de mayo. En el siguiente número, la portada era el ahorcamiento del rey y de otras figuras no identificadas, señalando a pie de fotografía el siguiente texto: “Juan Español.- Por ahí se debía haber empezado para que en España brillara el sol de la Justicia”. Acontece en esos momentos la quema de conventos. Y La Traca, por boca de Luis de Tapia, se plantea el siguiente dilema: “¿Sabéis cuántos conventos, según la cuenta, había en los madriles?... ¡Ciento setenta! ¡Ciento setenta centros de la incultura!... ¡Esto sí que es barbarie!... ¡Quizá el quemarlos sea pasar de la raya!... (Mas también es barbarie que los haya!).” El periódico se mueve en el peligroso juego de confundir la realidad con la ficción. Y por un momento, pensemos en la posibilidad de que el efecto del dislate vaya más allá de la carcajada inicial, que consiga la mixtificación, esto es, hacer realidad la burla de la sátira. Porque discernir dónde empieza la verdad y dónde la farsa no resulta tarea fácil en este periódico. Secciones como “Una interviu cada semana” son un claro ejemplo de la apuesta que hace por el equívoco. Se entrevista al rey, al cardenal Segura, a Unamuno, a Maura, a Hitler... al menos, eso es lo que señala el titular. Después, sólo si se adentra en el contenido se comprueba la farsa. Algo similar a esa guerra de los mundos que se inventara Orson Welles, o el incendio del museo del Prado de nuestro Mariano Cavia, donde todo parece real si no se tiene la paciencia de esperar hasta el final.
 
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La sátira anticlerical era habitual en La Traca. Arriba, religiosos vinculados al fascismo, batallando o (a la izquierda) animalizados. Bajo estas líneas, varias viñetas de M A. (Méndez Álvarez, fusilado tras la guerra civil).
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Finalmente, el número de La Traca que vino en coincidir con la explosión anticlerical del 12 de mayo saldaba el asunto con una especie de editorial, enmarcado por sendos dibujos de curas y monjas huyendo de las llamas, que, entre otras cosas, decía: “... el pueblo español, con ese sentido práctico que tiene de las cosas, optó por tomarse la justicia por sus manos, y en un santiamén sacó de sus guaridas a toda la inmundicia frailocracia, quemando además algunos conventos (...) No queremos analizar si los incendios fueron obra de los extremistas o de los agentes monárquicos; lo que sí afirmamos es que esas inmundas madrigueras, albergue de vagos, focos de sensualidad, centros de vicio y corrupción, tiempo ha que debieron ser desalojadas, desinfectadas y convertidas en escuelas”.
 
Como se puede comprobar, el anticlericalismo se plantea como una acción radical y violenta: cambiarlo todo de raíz y por la fuerza. Desde esta premisa, La Traca se convertirá en martillo de curas y monjas, además de serlo invariablemente de monárquicos y conservadores. La Iglesia y la monarquía, en el reduccionismo obligado que impone el discurso de base popular, son “culpables”, y tienen que pagar por ello. Carceller y su periódico se erigen en juez y verdugo de ese “pueblo atribulado”. Y para avalar el veredicto no existe mejor argumento que la historia. La Traca publicará, a partir del 25 de julio de 1931 y en forma de auca, una “Historia de los reyes de España”, “un verdadero estudio cronológico; una minuciosa disección de carroñas regias, y un justo muladar donde se confundirán las brutalidades godas con el ciego furor de los fanáticos”. Y como complemento, folletos especiales con títulos como: “Los Papas españoles”, “La mentira confesional”, “Las mentiras de la Biblia”, “Los misterios del Vaticano” y un largo etcétera.
 
Las portadas de La Traca serán el alegato más contundente de toda la publicación en sus 32 páginas de media. En todas y en cada una de ellas, esta idea de juicio-sentencia se reiterará semana a semana en imágenes altamente expresivas y a color. En una (19-IX-1931), Alfonso XIII aparece sentado en el banquillo reconociendo sus “responsabilidades”; en las siguientes, la personificación femenina de la república aparece, a) tirando “flit” a curas y monjas (26-IX-1931); b) arrojando a un cura por la ventana (3-X-1931); c) expulsando de una patada a todas las órdenes allende la frontera. La provocación está servida. También buena parte de sus artículos con nombre propio responden a esta dualidad de bueno buenísimo frente a malo malísimo. Ejemplo: “Marcelino Domingo, traquero de honor”; por contra, “Hay que quitar la cabeza a March”.
 
Todo lo señalado hasta aquí constituyen ingredientes suficientes para explicar el éxito de La Traca de 1931. Sin embargo, la oferta se enriquecía con otros aditamentos que igualmente multiplicaban el interés del público. Por ejemplo, el recurso al número extra. Cualquier excusa era buena para, cada breve período de tiempo, realizar una intensa campaña de lanzamiento de un “nuevo” suplemento. También ofertaba , de forma irregular, una revista de prensa sin igual. La Traca, al menos alguna de sus páginas, se convertía ocasionalmente en algún periódico de reconocida tradición monárquica y conservadora, provocando aparentemente el equívoco de haber reproducido la primera plana de un diario rival. Sucede con ABC, reproducido en todos sus detalles menos en uno, la cabecera pasó a llamarse ACyT; o el ultramontano El Debate, reproducido como El Dislate...
 
La Traca nº 65 (1932).
 
La Traca también ofrecía en su última página una revista de humor con los mejores chistes aparecidos en toda la prensa española, con firmas como las de Bagaría, Gori o Garrido. Pero, sobre todo, lo más profuso de la publicación son, sin duda, las viñetas donde se mezcla el sexo, la política y la crítica. Se trata de dibujos de una expresividad manifiesta, con una doble intención insinuante, una desnudez exclusivamente femenina siempre sugerente e imaginativa, con un pie de foto que apenas complementa el primer efecto de la visual y con una intencionalidad, a su vez, política. La escena tipo es siempre muy similar: junto a la mujer, oronda de formas al gusto de Rubens, un no menos orondo cura, arquetipo del clero que denuncia constantemente la publicación. También, aunque de forma muy ocasional, el medio empleado para mostrar los desnudos femeninos es la fotografía. Sin embargo, no hay comparación posible con la utilización auténticamente masiva que se hace de la viñeta.
 
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Portada de Bésame, una de las muchas publicaciones del industrioso y temerario editor Carceller.  
Carceller ya había venido recurriendo al dibujo femenino para ilustrar profusamente La Traca desde casi sus comienzos. Es más, cuando la censura militar obligó en 1924 al cambio de cabecera por La Sombra, primero, y La Chala a partir del 17 de abril de 1926,  dejó de lado la crítica política, pero en ningún momento renunciará al dibujo provocador. De tal suerte que en 1931, cuando de nuevo vuelva La Traca, La Chala, lejos de desaparecer, se convertirá en una publicación de contenido mayoritariamente erótico, con portadas que incluyen siempre un desnudo femenino como tema central. La fórmula, por tanto, se aplica con ligeras modificaciones y siempre con un éxito comprobado. Además de La Chala, cuya periodicidad semanal parecía ser insuficiente para el público, la editorial Carceller lanzó reiterados folletos que multiplican por varios puntos su osadía gráfica así como su precio. Es el caso de El Piropo o Bésame. La primera aparece poco tiempo después de renacer La Traca, con ”20 páchines de text, portá a varios colors, tirá en paper couché y profusió de grabats. Els notables dibuixants SADE, TRAMUS, MURO, OXIMEL y atres, avalorarán les seues pachines repletes de grasia, intensió y amenitat”. Escrita no obstante en castellano, alcanzará difusión nacional gracias a la “abundansia de carns y escasés de roba”. La segunda publicación era anunciada en La Traca de 14 de mayo de 1932, con este llamativo texto: “BESAME, la revista galante más amena, barata y divertida que vió la luz, aparecerá en breve. Precio 20 céntimos. Belleza, carne fresca, alegría, humorismo y algo más encontrará por sólo 20 céntimos en la revista galante BESAME”. Además de revistas, también saldrán almanaques como Fi-Fi o Rojo y Verde, en donde “desnudos artísticos y de los otros encontrará usted en cantidad abrumadora.
 
Como se deduce, no hay posibilidad para el aburrimiento, ya que la innovación será una constante desde el principio. Además de contenidos generadores de alguna sensación, está el continuo cambio de secciones que dinamiza la publicación, al tiempo que refuerza el interés del lector. Es más, la inclusión de concursos de todo tipo, como Mis Monja, Mister Fraile o el del español que le diera mas bofetadas a “Alfonsete del bombón”, constituye un eficaz método para implicar al lector o provocar su comentario público.
 
El efecto multiplicador que significa sobrepasar el medio millón de ejemplares de tirada incidió evidentemente en favor de la popularidad de la publicación. La provocación era una invitación a seguir, por cualquier medio, hablando de La Traca. En la calle, en el bar, en la iglesia y hasta en el Parlamento, el nombre de esta publicación, y su éxito, fue motivo de debate constante. Era una propaganda añadida que alimentaba la expectación por cada nuevo número.
 

La Traca dejó de publicarse durante el Bienio cedista, volviendo a reaparecer ya con la guerra civil. Su estilo apenas varió, tan sólo aparecieron nuevos personajes, como los militares insurrectos y sus aliados. Desde las caricaturas de La Traca se producía un efecto parecido al vudú con el enemigo: ridiculizado y descalificado moralmente, era imposible que ganaran. Incluso reedita la prensa fascista, eso sí, con nombre cambiado, para seguir jugando a inventar su propia realidad cómico-festiva. Es el caso de El Fascio, convertido ahora en El Furcio.

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En su última etapa, La Traca abandonó el tono sicalíptico parar centrarse en la propaganda política. Se satirizaba a los aliados de Franco, Hitler y Mussolini (en las tres portadas superiores), se ridiculizaba el fascismo como doctrina (abajo a la izquierda) o directamente a sus líderes, como a Queipo de Llano o Francisco Franco (portadas inferiores, a la derecha).
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Pero todo desapareció con el fin de la guerra: el propio Carceller, fusilado en Paterna en los primeros días de 1940; su negocio editorial, que había crecido de forma espectacular al socaire del tirón traquero; hasta la colección de este semanario, que tan profusamente circuló por las calles republicanas, desapareció de las hemerotecas valencianas durante el franquismo. Sólo una hemeroteca madrileña guardó una colección, desde la que hemos podido escribir este trabajo.

NOTAS

[1] PINTO LOBO, M. R. (1992): La influencia del humor en el proceso de la comunicación. Tesis doctoral inédita. Universidad Complutense de Madrid. Colección de Tesis Doctorales nº 18/92, pp. 52 y ss.
[2] RUIZ ACOSTA, M. J. (2001): “Dictadura, censura y prensa en España: 1923-1930”, en Comunicación, Historia y Sociedad. Homenaje a Alfonso Braojos. Sevilla: Universidad de Sevilla, p. 582.
[3] GARCÍA AVILÉS, J. A. (2007) “El infoentretenimiento en los informativos líderes de audiencia en la Unión Europea”, en Anàlisi, nº 35, pp. 47-63.
[4] RAMONET, I. (1998): La tiranía de la comunicación. Madrid: Editorial Debate, S. A., p. 23 (2ª).
[5] De acuerdo con VALLS, M. A. (1999): “Las leyes de la exageración (...) reposan en el fondo de la caricatura”, en La caricatura valenciana en la II República, 1931-39. València: Ajuntament de València, p. 23.
[6] TUBAU, I. (1987): El humor gráfico en la prensa del franquismo. Barcelona: Mitre, p. 17.
[7] TUBAU, I.: El humor gráfico en la prensa del franquismo. Mitre, Barcelona, 1987, pp. 229-231.
[8] ALONSO, C. (1996): “Antecedentes de las ilustraciones”, en La prensa ilustrada en España. Las Ilustraciones, 1850-1920. Montpellier: Coloquio Internacional- Rennes, IRIS, Université Paul Valéry, pp.13-38. 
[9] VALLS, M. A. (1999): “Las leyes de la exageración (...) reposan en el fondo de la caricatura”, en La caricatura valenciana en la II República, 1931-39. València: Ajuntament de València, pp. 30-31.
[10] CARO BAROJA, J. (1988): Ensayo sobre la literatura de cordel. Barcelona: Círculo de Lectores.
[11] RIUS, I.: y MARTINEZ, F. A. (1992): “Comunicació popular i literatura popularitzada: el plec de cordell a la València del segle XIX”, Montcada: Comunicación y Estudios Universitarios, Nº 2, p. 309. CAÑADA, R. (1990): “La impremta popular: auques, col·loquis i aleluies”, en La Impremta Popular Valenciana, València: Generalitat Valenciana-Bancaixa. BORDERIA, E.; MARTINEZ, F. A. y RIUS, I. (1999): Josep Bernat i Baldoví, 1809-1864. Entre la cultura popular y la política burgesa. Sueca: Ajuntament de Sueca.
[12] GOMEZ APARICIO, P. (1971): Historia del periodismo español. De la Revolución de Septiembre al desastre colonial. Madrid: Editora Nacional, p. 71.
[13] Corresponde a Valeriano Bozal, en uno de los primeros trabajos analíticos sobre el papel de la ilustración satírica, haber puesto de manifiesto cómo a partir de la década de los cuarenta del siglo pasado, “la imagen empieza a tener personalidad frente al texto”. Su punto de referencia es la prensa satírica catalana (El Papagayo) y madrileña (Gil Blas). BOZAL, V. (1979): La ilustración gráfica del siglo XIX en España. Madrid: Alberto Corazón, Madrid.
[14] VALLS, J. F. (1988): Prensa y burguesía en el XIX español. Barcelona: Anthropos, p. 143
[15] ELORZA, A. (1988): Luis Bagaría y la política. Barcelona: Anthropos, p. 475.
[16] SEOANE, M. C. (1983): Historia del Periodismo en España. Vol. 2, “El siglo XIX”. Madrid: Alianza Universidad, p. 203.
[17] DOMINGO, J. (1988): Un siglo de prensa satírica española. Madrid: Ayuntamiento de Madrid, p. 7.
[18] “La viñeta representaba a un paisano y un militar ante el Frontón Condal, en el que los catalanistas habían celebrado el día 18 el éxito en las elecciones municipales. En el pie podía leerse el siguiente diálogo: ‘–¿Qué se celebra aquí que hay tanta gente? –El banquete de la victoria. –¿De la victoria? Ah, vaya, serán paisanos’. La sensibilidad a flor de piel de los oficiales les llevó a asaltar las redacciones de Cu-CutLa Veu de Catalunya, lo que a su vez produjo como reacción el formidable movimiento patriótico de Solidaridad Catalana y, finalmente, condujo a la promulgación de la Ley de Jurisdicciones”. SEOANE, M. C., y SAIZ, M.D. (1996): Historia del Periodismo en España. Vol 3, “El siglo XX: 1898-1936”. Madrid: Alianza Universidad, p. 135-136.
[19] El juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo ordenó, a petición de la Fiscalía General del Estado, retirar de los quioscos y prohibir la difusión de El Jueves por un supuesto delito de injurias a la Corona (la tirada había sido de 120.000 ejemplares distribuidos en 5.000 puntos de venta).
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Creación de la ficha (2012): Antonio Laguna Platero. Con revisión de Alejandro Capelo y edición de Manuel Barrero. · Datos e imágenes obtenidos de todocoleccion.net.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Antonio Laguna Platero (2010): "Humor y sátira en la historia de la comunicación valenciana. El caso de La Traca", en COMUNICA, 5 (2010). Asociación Cultural Tebeosfera, Valencia. Disponible en línea el 27/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/humor_y_satira_en_la_historia_de_la_comunicacion_valenciana._el_caso_de_la_traca.html