ÍTACA TAMBIÉN ADMITE MUJERES
«Tu destino dice que serás tratada como un animal y que solo el mar podrá ayudarte». Estas palabras conforman el vaticinio que Fulú, la protagonista de cuyo nombre toma título la obra, recibe de Nder Sabá, un viejo espíritu protector según definición propia. Son también un buen resumen de lo que ofrecen Carlos Trillo y Eduardo Risso en la obra que representó su primera colaboración conjunta. Fulú es una joven africana que es raptada de su tierra y trasladada a Brasil como esclava a finales del siglo XVII. Los cinco años que transcurren desde que es robada de su tierra natal, amén de una serie de flashbacks en forma de secuencias oníricas, son los que nos narran las 250 páginas que componen la obra.
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Como decíamos un poco más arriba, Fulú fue la primera labor conjunta que realizaron Carlos Trillo y Eduardo Risso. Fue el propio guionista, cuando ya se acercaba el fin de la década de los ochenta del pasado siglo, quien se puso en contacto con Risso para ofrecerle la posibilidad de trabajar juntos; si bien hubo de pasar un año antes de que pudiesen hacerlo, por los compromisos que tenía en ese momento este último. Eduardo Risso había adquirido entonces notoriedad merced a su brillante trabajo con Ricardo Barreiro en Parque Chas y Caín. Carlos Trillo, por su parte, era ya toda una institución dentro del panorama argentino y mundial, habiendo colaborado con algunos de los mejores dibujantes de la historia del cómic, como Alberto Breccia (Un tal Daneri, Los ojos y la mente), Horacio Altuna (Las puertitas del señor López, El loco Chávez), Jordi Bernet (Custer, Light & Bold) o Enrique Breccia (Alvar Mayor, Los viajes de Marco Mono).
De este modo, en 1989 y para el mercado europeo, Trillo y Risso inician con Fulú la colaboración que mantendrían hasta el fallecimiento del primero; colaboración más espaciada desde el momento en el que Risso comenzase a realizar la mayor parte de su producción para el mercado norteamericano, y que generó además otras obras importantes, como Borderline, Simón, una aventura americana, Video inferno, Los misterios de la luna roja, Boy Vampiro o Chicanos.
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Una constante que mantiene la mayor parte de la producción conjunta de Risso y Trillo es la exploración de elementos relacionados con la identidad de los pueblos latinoamericanos: Simón, una aventura americana se desarrolla durante el proceso de independencia de Chile a comienzos de siglo XIX; Video inferno es una narración de terror ambientada en Buenos Aires, y en Chicanos es fácil intuir su temática a tenor de su título. En el caso de Fulú dicho elemento aparece asociado a la aportación de los habitantes provenientes de África a dicha identidad y a cómo se fueron estableciendo históricamente las relaciones entre los distintos grupos étnicos que conformaban la población.
Ten siempre a Ítaca en tu mente
Eso nos dice Kavafis en su célebre poema Viaje a Ítaca, y nos sirve perfectamente para caracterizar la trama esencial de Fulú, que no es otra que el constante deseo de la protagonista de recuperar su libertad y regresar a su tierra. Para Fulú será además mucho más complicado librarse de su explotación en su doble condición de esclava y mujer. Para ello contará con las armas que le dan unos poderes mágicos que se ven sobredimensionados por una sobrenatural sensualidad, que vuelve locos de deseo a cuantos hombres se cruzan en su camino. Y ese camino tendrá, desde el principio, un solo objetivo: el del regreso a su tierra natal. Ese viaje servirá también para encontrarse consigo misma.
Otro elemento que se encuentra en la mayoría del trabajo conjunto de Carlos Trillo y Eduardo Risso reside en la importancia de los personajes femeninos. Fulú es la primera de estas mujeres fuertes y decididas que deciden labrarse su propio destino pese a todos los obstáculos que se encuentren a su paso, y que no renuncian por ello a su condición femenina.
En definitiva, Fulú es una obra de lectura obligada, plena del talento de dos de los creadores más importante del cómic de cualquier momento y lugar. Una obra que, según parece, aún tendremos que esperar para ver editada en una edición definitiva, llamémosle canónica, a la misma altura que la de la calidad que atesora.
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