LA ETERNA ADOLESCENCIA DE ASTÉRIX
LA HIJA DE VERCINGÉTORIX
Aguantar sesenta años en el mercado es una proeza para cualquier producto cultural. Es una proeza para la que se necesita mucho talento… o un buen trago de poción mágica.
En el caso de la serie Astérix, sus autores lo han logrado combinando el mejor humor francés con un elemento siempre latente en todos los álbumes de la serie: el inconformismo. Si los galos de la remota Armórica existieran hoy, lucirían un chaleco amarillo, porque lo que les caracteriza es esa peculiar forma de entender la vida de los franceses de las regiones más alejadas de París, pobladas de espíritus nobles, gentes trabajadoras, algo hedonistas y siempre contrarios al servilismo. ¿Y qué mejor contexto para desarrollar una ficción paródica en la que poner en juego estos elementos que la época del Imperio Romano? Aquel mundo repleto de diversas culturas (hoy diríamos “nacionalidades”) sometidas bajo el yugo de un poder omnímodo sostenido por la fuerza del ejército. En la saga de Astérix se plantea aquel mundo dándole la vuelta de un modo orgullosamente tramposo: los soldados romanos son unos botarates y los galos son astutos e irreductibles. Esta fórmula ha funcionado hasta hoy magníficamente, desde aquel mítico Astérix le Gauloise que comenzó a ofrecerse por entregas en la revista Pilote en 1959 porque había mucho terreno por explorar: la posición resistente del poblado, el contraste de su idiosincrasia rural con la vida en las grandes urbes, la comparativa jocosa de sus costumbres con las de otras regiones galas, a lo que siguió la visita de culturas lejanas en diferentes viajes (Egipto, Grecia, Córcega, Germania, Britania, Helvecia, Hispania, Gallia Belgica, la misma Roma, la lejana India, incluso las tierras de más allá del océano). Para el que esto escribe, sin embargo, los mejores episodios de esta sexagenaria saga son aquellos cuyo argumento se queda en casa para incidir sobre las emociones menos nobles de los personajes, como la envidia (La cizaña), la soberbia (La residencia de los dioses) o la avaricia (Obélix y compañía).
La última entrega aparecida de la serie, La hija de Vercingétorix, trata sobre la vigencia de los símbolos y aborda el tema de las pulsiones adolescentes, teniendo como misión los dos aguerridos Astérix y Obélix proteger a la hija de un gran líder. La mezcla de ambos elementos en la trama funciona mejor que en el caso de otros guiones de Jean-Yves Ferri y desde luego mejor que en los escritos por Uderzo. Ya Goscinny había jugado con los cuadros cómicos a que podía dar lugar la infancia, la paternidad o el enamoramiento, pero no se había detenido en la bullente adolescencia, con lo fácil que era trazar un paralelismo entre la rebeldía juvenil y la resistencia a la invasión romana. Este álbum se basta con crear esa situación (por fin hay adolescentes en el poblado galo) y enhebrarla con una trama de espionaje, cuyos intrigantes buscan un símbolo de poder que interesa a Roma y que termina implicando a los piratas que cruzan su camino con los galos más habitualmente de lo que se espera de la amplitud océana.
El desenlace de esta aventura es poco brillante, previsible y conciliador, pero su desarrollo es equilibrado, con acción bien dosificada, con parodias bien guiadas y una buena mezcla de personajes, todo lo cual da lugar a muchos gags ingeniosos. Entre ellos: la forma de hablar de los arvernios, la elusión constante del nombre de Vercingétorix, las pendencias entre el pescadero y el herrero alimentadas por sus vástagos, la eterna adolescencia de Obélix y las parodias musicales (Aznavour es uno de los piratas, que cantan a coro un tema de Fernandel, y un remedo de Mozart incentiva a los bogadores romanos). Hay más, pero solo con estos se hubiese conformado un fan de Goscinny. Por otra parte, Ferri teje buenos juegos de palabras, como aquellos a los que da pie el nombre de la protagonista (Adrenalina) o los de algunos personajes, como Lititbix o Bertinosbornix, en este último caso genial hallazgo de los traductores. Y resulta grato comprobar que Didier Conrad no solo dibuja bien (aunque carece de la elegancia armoniosa de Uderzo), también utiliza la caricatura como lo que es, un ejercicio de comicidad antes que una humillación, y afortunadamente el vigía de los piratas no ha visto modificado su rostro por causa de la corrección política. Me temo que en cuanto se queje algún lobby le afinará los labios…
Este álbum de la serie de Astérix es un álbum redondo, francamente. La trama de partida es original y los personajes resultan creíbles. El ritmo del relato es muy ágil y el encadenamiento de gags resulta fluido, con algunos guiños al lector avispado que son muy de agradecer. Un buen tebeo que va a ser el superventas editorial de Francia de 2019, reavivando la presencia de Astérix en el mundo de un modo fresco, tanto que parece un mozalbete a sus sesenta años. Da gusto que se sigan haciendo tebeos de buena calidad para todos los públicos.
