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Viñeta extraída del volumen 3 del cómic Chobits (CLAMP 2003: 5), donde puede observarse la estética erótica del personaje de la robot protagonista, Chi. |
La historia de Chobits nos cuenta la relación entre un joven humano, Hideki, y una robot, llamada Chi. Hideki se encuentra recién llegado a Tokyo, donde compagina trabajo y estudios, al tiempo que intenta, sin éxito, conocer a alguna chica con la que perder su virginidad. Esto último, unido a su torpeza e ingenuidad, hará del protagonista un personaje cómico al tiempo que entrañable. La ingenuidad de Hideki se acentúa debido a que, al proceder de un entorno rural, le resulta difícil adaptarse a algunas dinámicas de la gran ciudad, por ejemplo, la convivencia con esos ordenadores con forma de mujer que encuentra por todas partes. Las persocons son unas computadoras, con anatomía generalmente femenina, diseñadas por un reconocido científico informático, y aunque Hideki apenas había oído hablar de ellas, en Tokyo el invento de este informático ha tenido tal éxito que ahora las persocons se encuentran por todas partes, resultando imposible no reparar en ellas.
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Viñeta extraída del primer número del cómic Chobits en su edición inglesa (2001: 3), en la que se muestran los diversos modelos de ordenadores personales con forma de mujer. |
Un día cualquiera, mientras Hideki caminaba por la calle lamentándose de las limitaciones económicas que le impedían adquirir uno de estos atractivos dispositivos tecnológicos, se encontró entre un montón de basura a una persocon, aparentemente estropeada, y decidió llevársela a casa; una vez allí, intenta reiniciarla, algo que le llevará su tiempo, ya que no consigue dar con el botón de encendido, puesto que, como descubre finalmente, se encuentra en el interior de la vagina de la autómata. Después de accionar el botón la autómata despierta pero, para sorpresa de Hideki, todos sus datos parecen haber sido borrados y no tiene memoria. Ni siquiera sabe hablar, tan solo emite un quejumbroso susurro: “chii”, y es con esa onomatopeya como Hideki termina por bautizar a su persocon.
A pesar de la aparente disfuncionalidad de Chi, Hideki decide conservarla: comienza a enseñarle a hablar, la viste como si de una muñeca se tratase, le compra cuentos e incluso, más adelante, le consigue un trabajo. Paulatinamente, entre este humano y su ordenador personal, comenzarán a establecerse una serie de nexos emocionales que terminarán por conformar una historia de amor: la atracción de Hideki por la autómata crece día a día, y a pesar de que es consciente de que ella no es más que una máquina, no puede evitar sus sentimientos hacia ella. Por otra parte, si no fuera porque sabemos que los autómatas carecen de emociones, diríamos que la autómata Chi corresponde a Hideki.
Las dudas de Hideki con respecto a sus sentimientos por Chi y el conflicto interno que le supone verse atraído por una máquina conforman el eje central del cómic, donde el resto de historias secundarias vienen a ejemplificar la compleja relación de las persocons con sus amos en este Tokyo futurista. En todos los relatos se repite una constante: los dueños, generalmente hombres, empiezan a desarrollar sentimientos de deseo hacia sus sirvientas mecánicas, llegando incluso en algunos casos a contraer matrimonio con ellas. En algunos casos, este deseo maquínico desencadena un conflicto social de gran calado: la obsesión de los hombres por las robots hace que lleguen a rehuir sus relaciones con las mujeres reales, que comienzan a notar cómo van siendo desplazadas progresivamente por estas sirvientas perfectas y sumisas.
En general estas autómatas son entendidas como objetos sin otro propósito que servir a sus dueños masculinos, ya sea ayudándoles en las tareas domésticas, haciendo las veces de empleadas domésticas, operando como una computadora para ayudarles con la contabilidad, o satisfaciendo sus necesidades sexuales. El valor sexual de estas autómatas se aprecia claramente en la figura de Chi, que aparece en un principio como la respuesta al anhelo de Hideki de perder su virginidad. Chi es caracterizada por las autoras acentuando ese atractivo físico y sexual que perturba y excita constantemente a Hideki, quien al comienzo del manga fantasea con poseer sexualmente a su computadora. Esta objetualización de la mujer autómata se hace explicita por completo cuando Hideki acude a visitar a Minoru, un niño que posee un ejército de explosivas sirvientas persocons a las que ha vestido de maid,[1]unas sirvientas que Minoru no duda en ofrecer a Hideki diciéndole que puede disponer sexualmente de todas ellas si así lo desea, simplemente le pide que tenga cuidado con no mancharlas.
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Chi es un robot cuyo aspecto sería por completo indistinguible al de una mujer, de no ser por sus puertos USB en forma de orejas de gato. |
2. En la historia de Chobits detectamos algunas de las características más repetidas en las múltiples variaciones del mito de la mujer robótica, como es su tendencia a objetualizar a la mujer, a presentarla como un elemento de disfrute sexual para el hombre, al mismo tiempo que como un producto manufacturado por el varón.
Primeramente, resulta paradigmático que Chi, la mujer artificial, haya sido creada por un varón: todas las persocons han sido fabricadas por el mismo científico informático, lo que reproduce el tópico patriarcal que presenta al hombre como el artífice de la mujer. Desde los orígenes de nuestra cultura, desoyendo el hecho de que era la mujer quien acarreaba durante nueve meses en su interior a cualquier nuevo ser humano, el hombre comenzó a soñar con la posibilidad de engendrar vida él solo: tanto en el contexto griego como en el judeocristiano, un dios masculino fue el que creó prácticamente ex nihilo a la humanidad, dando forma a lo informe, al barro y al polvo.[2] Más aún, el hombre, que según la visión mítica que tiene de sí mismo es el que da vida a toda la humanidad, hace especial énfasis en presentar a la mujer como producto suyo. En el relato bíblico, a pesar de que tanto Adán como Eva son criaturas de Dios, Eva es una creación cuyo grado de artificialidad es mayor, es un subproducto, puesto que es un sucedáneo de la copia del original. Eva, así como Pandora, la mujer diseñada por el dios Hefesto, son figuras femeninas que presentan a la mujer como un producto manufacturado por el hombre. En ese sentido, Chi se presenta como una nueva Eva, una nueva Pandora, adscribiéndose a la tradición de este mito donde la mujer artificial supone siempre la sublimación del deseo masculino de crear vida sin concurso de la mujer. El carácter misógino de este gesto se reproduce por duplicado: por una parte, en estos mitos, el hombre ostenta exclusivamente la prerrogativa de crear, marginando a la mujer, y, por otra, presenta a la mujer como un producto manufacturado y diseñado por él mismo; así, la existencia vicaria de la mujer la coloca en una posición de subalternidad.
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La reflexión sobre la tecnología en Chobits nos hace pensar a la mujer como un artefacto técnico más, pero esta vez dotando de subjetividad a este objeto artificial. |
En el mito de la mujer robótica, el patriarcado vuelca sistemáticamente su sueño de encontrar a una mujer pasiva que obedezca todos sus designios y, concretamente en Chobits, se puede reconocer fácilmente esta premisa al analizar el personaje de Chi, ya que no solo el trazado de la biografía de esta persocon ha sido prácticamente prediseñado por su padre, como explicaremos más adelante, sino que su manera de estar en el mundo depende de las enseñanzas de Hideki, su nuevo dueño, quien se encarga de instruirla y ahornarla a su antojo. La mujer robótica diseñada por el hombre es un sueño que fascina al hombre patriarcal, puesto que esta mujer necesariamente ha de responder dócilmente a todas sus apetencias, incluidas sus apetencias sexuales, o al menos así había sucedido hasta ahora en todos los relatos sobre mujeres autómatas.
Desde las primeras historias de mujeres autómatas hasta las más recientes, como la película 2046 de Wong Kar-Wai (2004), donde la mujer robótica es representada como una ingenua y cándida muñequita diseñada para satisfacer los deseos sexuales del hombre, se ha tendido a crear un ideal artificial de mujer, haciendo hincapié en las posibilidades sexuales de esta creación. Esto sucede en la historia de Pigmalión, que según el mito era un escultor con grandes habilidades manuales, capaz de crear la imagen perfecta de la mujer, una mujer artificial que cobró vida con su tacto; el escultor, una vez que la mujer artificial había adquirido vida, se dedicó a sacarle partido a la realización de este ideal femenino, como el lector puede imaginar, poseyéndola. Se remarca siempre que con estas criaturas el hombre ha encontrado la imagen perfecta de la mujer, y es con tal afirmación como la mujer robótica, con su falta de criterio, su pasividad, su sumisa obediencia y su disponibilidad sexual, se convierte en paradigma de la feminidad, un modelo con el que las mujeres de carne y hueso han de medirse. La mujer autómata parece ser una Barbie hermosa y pasiva que toda fémina ha de imitar.
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Fotograma de la adaptación anime de Chobits, donde se representa la torpeza de Chi al adaptarse a las costumbres sociales y sexuales humanas. |
Por otra parte, si hacemos un estudio diacrónico de la figura del robot en nuestras culturas, nos sorprende que, mientras que las historias de robots femeninos ponen el acento sobre la naturaleza sexual de la mujer, presentándola literalmente como un objeto erótico, las historias de robots masculinos plantean otras cuestiones, y en muy pocas de ellas se alude al carácter sexual de los robots; por el contrario, se conforman con ser una metáfora de la propia condición humana y abordar dilemas morales del varón, sin referirse a su sexo.[3] El género del robot solo se remarca cuando es femenino, en el resto de ocasiones se neutraliza. En la película Planeta Prohibido de Fred M. Wilcox (1956) nos encontramos con Robby, un entrañable robot que hace las veces de sirviente de la princesa del planeta Altair-4; cuando desembarca una nave espacial en Altair-4, uno de los tripulantes (que lleva mucho tiempo en la nave, recluido, sin contacto con ninguna mujer) se interesa por saber si Robby, que no presenta caracteres sexuales femeninos marcados, tiene algún tipo de sexualidad, pero como el propio Robby señala, no es una mujer y, en su caso, su sexualidad es irrelevante. La dicotomía genérica del robot se aprecia aún más claramente en el film Blade Runner de Ridley Scott (1982), donde se pone especial énfasis en la condición objetual de la mujer robótica; a pesar de que todos los replicantes son máquinas, ellos, como en la serie cinematográfica de Terminator, son máquinas de matar con dilemas morales, mientras que ellas son simplemente «máquinas de amar» (Pedraza 1998). Las replicantes de Blade Runner no dejan de desempeñar roles estereotípicos femeninos: Zhora es una bailarina de streptease robótica, Pris es una modelo de placer, y Rachael es la mujer objeto en una de sus manifestaciones más hermosas. Rachael, como Chi, o como Olimpia, la autómata del relato de “El hombre de la arena” de E.T.A. Hoffmann (2007), responden al ideal patriarcal de la mujer: bella, frágil, delicada, dulce, ingenua, hermética... Chi, como Rachael, es una muñeca candorosa con mil vestidos adorables, que de vez en cuando se suelta la melena y se entrega a los brazos de su amado. Además, en Blade Runner se aprecia un claro erotismo focalizado en la figura de la muñeca muerta, de la mujer maniquí rota y vejada, que no es más que la máquina de follar bukowskiana, creada para ser usada y luego desechada, como así hace el protagonista masculino. Mujeres de usar y tirar, que tiene sus ecos en esa Chi arrojada a la basura del comienzo del cómic.
Artwork que representa a Chi con un vestido de sirvienta maid. |
La máquina tiene sexo cuando su género es femenino, para los casos en los que es masculina o de género neutro, no se atiende a su sexo pero, curiosamente, sí a sus sentimientos. Este sería el caso de Eduardo Manostijeras, de la película de Tim Burton (1990) que, a pesar de ser un autómata a medio hacer, reclama su derecho a poder amar. Por tanto, la diferencia reside en que, mientras que la máquina masculina es una máquina que puede amar, la máquina femenina es una máquina para ser amada: una máquina sin sentimientos. El androide del film mudo El Gólem, de Carl Boese y Paul Wegener (1920), se enamora de una muchacha; Frankenstein, en la versión cinematográfica de James Whale (1931), se muestra tierno y sensible al jugar con la pequeña María junto al lago; Pinocho sufre por no ser un niño de verdad; así como David, el niño robot de la película Inteligencia Artifical de Steven Spielberg (2001), desolado por su incapacidad de olvidar el amor que siente por sus padres; Robby, el robot de la cinta Planeta Prohibido de Fred M. Wilcox (1956), y su dueña tienen una hermosa relación amistosa; incluso el robot HAL 9000, de la película 2001: Una Odisea en el espacio de Stanley Kubrick (1968),nos demuestra que los robots no solo pueden amar sino que también odian. Pero nada sabemos de los sentimientos de las sirvientas de Hefesto en el poema La Ilíada de Homero (2004), no sabemos qué pensaba Olimpia, ni siquiera sabemos si Hadaly, la autómata de la novela La Eva futura[4] de Villiers de L'Isle-Adam (2000), tenía emociones; María, la androide del film Metrópolis de Fritz Lang (1927),es un ser frío y descorazonado; y en cuanto a las azafatas robóticas de la película 2046, de Wong Kar-Wai (2004), son unas novias inorgánicas tan herméticas que nos vemos forzados a reconstruir sus sentimientos, a fabular con ellos.[5]
La idealización de la mujer en el mito de la mujer robótica termina por estimular la compulsión de reemplazar a la mujer real por un simulacro más perfecto, cuya perfección radica en que puede ser manejada a gusto del consumidor masculino.[6] Así, podríamos afirmar que el mito de la mujer robótica, un punto central a la hora de comprender la trama del manga Chobits, presenta un ideal de mujer diseñado por el hombre para cumplir todas sus expectativas, terminando por desplazar a la mujer real, cumpliendo con su objetivo de marginarla.
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Fotograma de la versión anime, donde aparece el niño inventor Minoru, rodeado de su ejército de exhuberantes persocons programadas por él mismo. |
3. Por otra parte, ¿cómo podemos estar seguros de que las autómatas no son mujeres reales? No se trata solo de que su carne, su pelo, sus ojos, su boca, sus andares, sean humanos, es que, quizás, hayan desarrollado sentimientos humanos.
El elemento original que incluye Chobits, y que complica el mito de la mujer robótica, contradiciendo sus máximas, consiste en que Chi, al parecer, es la única de todas las mujeres robóticas que ha sido creada con capacidad de desarrollar emociones y de tomar decisiones. Es decir, que sigue siendo un objeto sexual, pero con intelecto. Enel cómic se remarca que, como pasaba con tantos otros robots en la tradición cultural (siempre masculinos), Chi incumple los tres principios de la robótica, tal como los enunció Asimov (2004: 7): «1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por inacción, dejar que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes se oponen a la primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda Leyes». Chi no es una simple máquina que obedece un programa implantado por los humanos, sino que tiene capacidad de decisión, personalidad y sentimientos.
La problemática de la mujer real se presenta en Chobits también desde el punto de vista de las mujeres robóticas, analizando la posición de estos simulacros de mujer al narrar el romance entre el humano y la autómata, no solo desde el punto de vista de Hideki, sino también desde el punto de vista de la robot Chi, para que podamos darnos cuenta de que el sentimiento de deseo es recíproco, y que la autómata también es un cuerpo deseante.
Se da el caso de que, por primera vez en la historia del mito de la mujer robótica, se propone que las autómatas puedan ostentar el estatus de sujetos, y por lo tanto, la lógica del mito, que describía a la mujer como muñeca desechable, quede completamente subvertida, pues estas muñecas son capaces de amar, pensar y tomar decisiones, en definitiva, capaces de gestionar su capacidad de agencia.
La novedad del manga Chobits también es la de igualar el mito de la mujer robótica con el del autómata masculino, donde siempre se planteó la posibilidad de que estos cuerpos artificiales amaran. Una desjerarquización que no está exenta de problemas, ya que la mujer robótica, al contrario que el robot masculino, arrastra consigo todo el imaginario misógino que la entendía como un objeto sexual. Por tanto, ¿qué sucede cuando nos percatamos, como nos propone el colectivo CLAMP, que lo que antes se pensaba como un mero objeto de deseo, también es un objeto deseante?
La respuesta de las autoras parece clara: si estas autómatas también tienen sentimientos, a pesar de ser meros simulacros de mujer, son simulacros reales y por tanto deben contar con los mismos derechos que ellas. El dilema se lleva al límite, instando al varón a reconocer la subjetividad de estas mujeres de metal, al obligarlo a elegir entre seguir entendiéndola como un pedazo de carne artificial dispuesto para satisfacer sus deseos o reconocerla como un sujeto, con un estatus político simétrico al suyo, con el que pueda mantener un intercambio emocional recíproco. Resulta que, como hemos dicho, Chi es una persocon única, que pertenece, según el manga, al legendario tipo de ordenadores Chobits, unos ordenadores que no necesitan ser programados ni dependen de un software para impostar la personalidad humana, sino que pueden adquirir una identidad propia, contando con la posibilidad de generar espontáneamente sentimientos, de experimentar amor y sufrimiento, sin que tales emociones les sean instaladas o respondan a un patrón de comportamiento prediseñado. Sin embargo, el padre/diseñador de Chi, el científico informático que diseñó a todas las persocons, percatándose del trato que los humanos estaban dando a sus creaciones, y temeroso de que a Chi solo la quisieran por su cuerpo y de que ella sufriera a causa de esto, diseñó la anatomía de Chi con una disfuncionalidad, colocándole un botón de reinicio en el interior de su vagina.
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Viñetas extraídas del volumen 8 de Chobits (CLAMP 2003: 83), que coinciden con la confesión de Chi a Hideki de su disfuncionalidad sexual. |
Por tanto, una vez que Hideki ha puesto en marcha a Chi, debe asumir la responsabilidad de que, en el caso de que mantenga relaciones sexuales con ella, Chi perderá su personalidad.[7] Esto, que no habría supuesto ningún problema para otros artífices de autómatas que las concebían simplemente como unidades de placer, supone un problema para Hideki, quien ama a Chi por todas las experiencias que han compartido juntos. Para Hideki, descubrir tal disfuncionalidad le obliga a replantearse su relación con su persocon, pues activar ese botón de reseteado implicaría perder la personalidad de su amada.
Al final, ante la disyuntiva de disfrutar sexualmente de una hermosa mujer robótica, borrando su memoria cada vez que se hiciera uso de su cuerpo, o conservar junto a él la identidad de su amada, Hideki decide optar por la segunda alternativa, decantándose por el amor que siente por Chi,[8] que está por encima de sus necesidades sexuales. Finalmente, cerrando la serie con la imagen de Chi cogiendo de la mano a Hideki, Chobits, además de reconocer la subjetividad y la capacidad de agencia de la mujer artificial, nos habla de la posibilidad de que los humanos y las mujeres robóticas se amen mutuamente.
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La ingenua Chi, acompañada de una persocon portátil, Sumomo. |
4. Descubrimos que, tras tratar de redimir el mito de la mujer robótica de su cariz machista y desembarazarlo de su carácter misógino, para proponer al robot femenino como un objeto que puede ser amado y corresponder al amor del varón, Chobits hace converger este mito con el del robot masculino, coincidiendo con él a la hora de plantearnos una última pregunta: ¿qué diferencia hay entre los seres orgánicos y los seres artificiales una vez que hemos admitido que los sentimientos de ambos son reales?
El desenlace de Chobits nos obliga a hacer una relectura del cómic, llevándonos a percatarnos de que quizás Chi no sea la única persocon que puede amar: la consolidación del amor entre Hideki y Chi parece inducir a la interpretación de que el resto de persocons del relato también habrían desarrollado sentimientos propios y adquirido autonomía, algo que se insinuaba en varios de los relatos secundarios del cómic, donde algunas de las autómatas parecían actuar por decisión propia e infringían los ya mencionados principios de la robótica de Asimov (1950: 7), lo que podemos comprender y reconstruir adecuadamente tras el desenlace.[9]
Chobits termina por unirse al discurso que cohesiona la mayoría de los imaginarios robóticos: no hay diferencia entre lo natural y lo artificial, los simulacros son reales, y también las máquinas. Por lo tanto, no estaríamos hablando de un universo de sexualidades prostéticas, un universo contrasexual, a la manera de Beatriz Preciado (2002), donde elementos maquinales y prostéticos sirven como depositarios de nuestro deseo sexual; tampoco es un universo al estilo del cineasta David Cronenberg donde la máquina, retomando el ideal futurista de Marinetti, despierta nuestros instintos sexuales (Crash) o puede mediatizar los mismos (Existenz). Al contrario, nos encontraríamos con un universo «tecnorromántico», por tomar el término empleado por José Luis Molinuevo (2004): un universo donde tecnología y romanticismo se aúnan, donde las máquinas también sienten deseo hacia nosotros y donde, por ende, es posible tener una relación romántica con un objeto tecnológico.
NOTAS:
[9] La historia de amor entre otras computadoras antropomorfas que aparecen en el cómic, entre dos persocons de diferente sexo (es la primera vez que se presta atención al robot de sexo masculino en este manga), se corresponde también con la idea de que las máquinas pueden autogestionar su agencia y sus deseos, en este caso para amarse entre sí. Estos dos persocons trabajan juntos para la Seguridad del Estado y, a pesar de que tenían la misión de frustrar el amor entre Hideki y Chi, finalmente toman la decisión personal de no obedecer a sus dueños humanos. Esta historia guarda cierta analogía con la historia del film Blade Runner, de Ridley Scott (1982),en tanto que, una vez que nos percatamos de que Rick Deckard también es un Nexus, descubrimos que nos encontramos ante dos máquinas que se aman, tal como sucede con estos dos persocons de Chobits. Así pues, no se trata exclusivamente de que humanos y máquinas puedan amarse, sino que nos percatamos de que las máquinas también pueden amarse entre ellas, como sucede en las obras plásticas de Marcel Duchamp, como en “La novia desnudada por sus solteros, incluso (El Gran Vidrio)” [el título original es La Mariée mise à nu par ses célibataires, même (Le Grand Verre)] de (1915-1923), donde se retrata lo que muchos han denominado máquinas de amar, una serie de artefactos industriales que narran una secuencia amorosa y que establecen nexos eróticos entre ellos, lo mismo en “La parada amorosa” de Francis Picabia (1917), donde se mostraba a dos máquinas en medio de un apasionado y mecánico encuentro sexual; también en aquel videoclip, dirigido por Chris Cunningham (1999), de la canción “All is Full of Love” de Björk (1999), donde dos autómatas femeninas se besaban apasionadamente.