Miguel Ángel Gallardo Paredes (Lleida, 1955), ilustrador e historietista catalán, figura del cómic underground español y miembro fundador de las revistas El Víbora (1979) y Cairo (1981), viene desarrollando desde finales de la década de los noventa un conjunto de obras en las que su presencia va más allá de la firma; en ellas se ha convertido, si no en protagonista, sí al menos en personaje secundario. Desde que acabó con su creación estrella, Makoki, en 1994, ha venido interesándose por su pasado y por su presente: Un largo silencio (1998), Toda la verdad sobre el informe G (2000), Tres viajes (2006), María y yo (2007) o Emotional world tour (2009) son las grandes piezas (a las que habría que sumar las numerosas historietas cortas para diferentes medios) mediante las que hemos ido conociendo la historia de su familia, sus reflexiones como artista, sus experiencias como viajero y las relaciones con su hija. Retazos, al fin y al cabo, de su biografía. Sin embargo, la presencia, anecdótica o crucial, consentida o espontánea, de Gallardo en sus propias viñetas no es un fenómeno nuevo. Se ha reído de sí mismo en diversas ocasiones, se ha tomado como ejemplo en muchas otras páginas, jugando siempre con su aspecto, con su nombre, con la manera de presentarse, con su peculiar lenguaje. El objetivo de este artículo es, por un lado, rastrear ese empeño de Miguel Gallardo de utilizarse a sí mismo como recurso narrativo, y por otro plantear si dichas obras pueden, y deben, ser consideradas diferentes capítulos de una (inesperada) autobiografía.
2. UNA NUEVA ETAPA
En una entrevista concedida a Antonio Trashorras para el segundo número de la revista U, el hijo de Urich,publicado con fecha de enero de 1997, Miguel Gallardo reconocía su hartazgo respecto a la historieta al tiempo que hablaba de un nuevo proyecto, que daría como resultado Un largo silencio (De Ponent, 1998) (1997: 35). Su último cómic hasta ese momento, las historietas de Roberto España y Manolín, había aparecido casi dos años antes en las páginas de la revista Viñetas (en concreto el capítulo final, “Contra el imperio del mal”, se publicó en el número 14 de dicha cabecera, con fecha de abril de 1995), así que, pese a centrarse en la ilustración, no había dejado los tebeos totalmente de lado. No obstante esa nueva obra puede considerarse la primera de una nueva etapa (tanto en lo referente al tipo de trabajos como en el estilo o la narración). Desde entonces, los libros de Gallardo que han venido apareciendo combinan páginas de texto con ilustraciones y bocetos, ya no son únicamente de historietas; la autoría es totalmente suya, ya no existe colaboración con guionistas profesionales (aunque algunos de esos trabajos, como iremos viendo, vengan firmados junto a su padre, como es el caso de Un largo silencio, o con su hija, María y yo), y se centran mucho más en personas reales y en vivencias propias o de gente de su entorno (bien es cierto que ya en las aventuras de Makoki existía un interés evidente por situar a sus personajes en lugares y contextos reales y reconocibles, apreciándose un proceso previo de documentación). Casualmente (o no), ese camino ha sido paralelo al experimentado en España por el llamado movimiento de la novela gráfica, al cual el propio autor no parece sentirse demasiado cercano:
«Todo esto de la novela gráfica no deja de ser una etiqueta pero que sirve para recuperar a toda esa gente que ahora tiene cuarenta, cincuenta años, que habían leído cómics antes, y decirles que en cómic también pueden leer otras historias que no son las que habitualmente ven, como manga y cosas así. Entonces han salido cosas muy interesantes, como Persépolis y cosas más variadas. Y lo que ha pasado en España es que han salido pequeñas editoriales, algunas con mucho capital, otras con menos, pero que son independientes, como Astiberri o Sinsentido, que cuidan muy bien la edición y sacan gente nueva completamente»[1].
Como hemos señalado en la introducción, Gallardo ya había hablado con anterioridad de su experiencia como viajero y confesado sus vicios como historietista, ya se había parodiado en numerosas ocasiones y se había basado en gente real, conocidos suyos, para dar forma a sus personajes, pero no con la intensidad, la intencionalidad y el interés que ahora viene persiguiendo. ¿Denuncia? ¿Testimonio? ¿Reportaje? Cada uno de esos trabajos merece una atención especial. Pese a que existen determinados puntos en común entre esos cinco títulos (llegados a este punto es preciso aclarar que Toda la verdad sobre el informe G es una recopilación de historias cortas de fecha y procedencia diversa), esas conexiones son posiblemente más débiles que las peculiaridades de cada obra, no tienen la fuerza suficiente como para obligarnos a realizar un examen conjunto.
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Portada de Toda la verdad sobre el informe "G" (De Ponent, 2000). | |
El álbum recopilatorio
Toda la verdad sobre el informe G (De Ponent, 2000) apareció con posterioridad a
Un largo silencio, el título que tomamos como punto de partida de nuestro trabajo; sin embargo, es preferible analizarlo en primer lugar, pues su condición nos permite utilizarlo como introducción a nuestros argumentos. Antes conviene recordar que aunque en este mismo periodo de la carrera de Gallardo que vamos a revisar a continuación han aparecido otras reediciones de trabajos previos (Glénat publicó en 1998
Héroes modernos y en 2002
Makoki integral, y La Cúpula hizo lo propio con
Fuga en la Modelo en 2009) sólo hemos considerado la inclusión de éste al ser el único que basa su contenido en material (paródicamente) autobiográfico. Así pues, se trata de una compilación de páginas dispersas publicadas entre los primeros ochenta y la segunda mitad de la década siguiente, justo un año antes de la aparición del libro realizado junto a su padre
[2]. Pese a la variada naturaleza de esas historietas, todas tienen en común la presencia de Gallardo y de su entorno, de su mundo particular. Está presentado precisamente como un informe psiquiátrico dividido en cinco partes, con la correspondiente introducción médica para cada una de ellas, que le toma a él como paciente
[3].
Y bien pronto comienzan a apreciarse las que serán sus constantes temáticas: la parodia de sí mismo –mención aparte merecería la ristra de seudónimos con los que firma sus planchas–, y de sus gustos, el afán por el pastiche, por la mezcla de intereses, la combinación de diferentes registros artísticos, un humor y un lenguaje muy personal, muy plano, muy callejero. El recorrido, desde la misma cubierta (una imitación de un cartel de cine con el logo de Hispacolor, el reparto, los adjetivos entre exclamaciones, las citas de los críticos) hasta la última plancha, nos muestra una evolución constante.
Cada uno de esos apartados en los que se divide el informe reflejan muy bien el crecimiento de Gallardo como autor, y los relatos incluidos están en sintonía con las obras de mayor extensión, por denominarlas de alguna manera, que estaba realizando por entonces de forma paralela. Si las primeras páginas –una peculiar historia de la Iglesia católica entre los siglos I y II, bajo la sombra evidente de E. C. Segar y de Gilbert Shelton– son todavía trabajos relacionados artísticamente con la creación de Makoki, en el segundo capítulo ya se aprecia una firma propia, y no sólo en lo referente al dibujo, sino también en la rotulación, en la manera de hablar de los personajes, con muchas variaciones de palabras inglesas, con un argot heredado de sus colaboraciones con Juan Mediavilla, en la cantidad de detalles dentro de las viñetas o en las anotaciones al margen, así como un evidente interés por su pasado (su infancia en un colegio religioso, su amistad con Mediavilla), por sus vivencias (en “Love story en Gran Canaria” describe el viaje de Barcelona a las islas para contraer matrimonio) y por su presente (los difíciles momentos de la transición, con el peso de la Iglesia, del Ejército y de los grupos ultracatólicos). En cambio, los temas centrales del tercer y cuarto capítulo del álbum son el arte contemporáneo (o aquello que los entendidos consideran arte) y los discursos estéticos y la cultura popular estadounidense de los años cincuenta y sesenta, e incluyen páginas que pertenecen al periodo en el que Gallardo empieza a desligarse de su personaje más popular para intentar dar rienda suelta a sus propias inquietudes. Es cuando nace Pepito Magefesa (1984), la obra que, según Trashorras, funciona como bisagra entre dos periodos: el de la denominada “línea chunga” y el de Perro Nick (1991), su ambicioso intento de abrirse al mercado europeo, que, pese a su innegable calidad, no encontró su público.
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| Página 40 de Toda la verdad sobre el informe "G". |
Finalmente, el último apartado se centra en su pretendida experiencia como dibujante, expuesta de una manera muy peculiar. Ahí se recogen en concreto tres trabajos que pertenecen a un mismo discurso: su condición de autor, cómo se ve a sí mismo y cómo concibe el lugar de los dibujantes dentro del mundo del arte en general. En la más antigua, “Del diario secreto de un dibujante”, narra las consecuencias que le ha supuesto actuar como una buena persona, aunque su oficio no esté muy bien visto por la sociedad. En “Yo fui dibujante de cómic”, se nos muestra con el rostro tapado por una bolsa de papel, mientras entre sollozos confiesa que se ha dado cuenta de su error y de por dónde le llevaba su dedicación a los tebeos. Por último, en “Así sucedió” aparece en lo alto de un estrado dando una conferencia a un público entregado, con el único problema de que no recuerda los detalles de ninguna de las anécdotas que han jalonado su carrera. Aunque físicamente pueda presentarse impecable, con traje y corbata, gesto sereno y altivo, sus palabras le delatan, y más su actitud, vulgar, distraída e informal. Se burla de su actividad, de su trabajo, de su situación. No olvida nunca exagerar las dimensiones y la forma de su nariz, ni el tamaño y la redondez de sus gafas, se ceba en sus defectos, no se toma en serio, ni tampoco a todos aquellos que, considerándose a sí mismos intelectuales, anteponen su propia figura al respeto por sus lectores y/o espectadores.
3. AFÁN TESTIMONIAL
Es evidente que Gallardo ya había hablado de sí mismo (y de los suyos) antes de embarcarse en Un largo silencio, pero lo había hecho más bien como chanza, como broma personal, y no con afán de servir de testimonio, de dejar huella. No significa que los temas abordados a partir de la biografía de su padre, Francisco Gallardo Sarmiento, sean más trascendentales ni más serios (no hay que olvidar que había tratado ya asuntos como la violencia doméstica, la delincuencia callejera, la droga y las consecuencias de su consumo de manera muy cruda, o determinados aspectos de aquello que podríamos denominar submundo), sino más bien que lo hace con un tono diferente, posiblemente menos gamberro, más convencional, menos caótico. Se percibe un afán más literario, más narrativo, más comedido. Se olvida de las parodias y el pastiche, la mezcolanza de géneros y estilos y se centra en el relato, en la explicación de una historia, en la comunicación de una experiencia vital. Y lo hace ahorrando en detalles innecesarios, simplificando su dibujo al mínimo, limpiando las viñetas hasta dar con el punto que la narración necesita. Brinda, por lo tanto, mucho más espacio al texto y a la ilustración pura y dura, siempre según convenga a aquello que está contando, situando así a sus libros a medio camino entre el cómic y el libro ilustrado.
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Portada de la primera edición de Un largo silencio (1997). | |
En entrevistas posteriores, sobre todo a raíz del éxito de
María y yo (Astiberri, 2007), Miguel Gallardo siempre ha confesado lo difícil que le resultó hallar el tono adecuado para
Un largo silencio (“Como mi carrera en el cómic ha sido básicamente humorística y la historia era dramática, me costó encontrar una voz narrativa adecuada”) (Trashorras 1997: 35). Las razones hay que buscarlas tanto en el tema del relato como en sus motivaciones, pues no se trataba sólo de elaborar una narración sobre la experiencia de una persona durante la Guerra Civil en España, sino de plasmar con respeto un periodo importante de la vida de su progenitor. De ahí que la forma resultara crucial: Gallardo hijo deja vía libre a Gallardo padre, se queda a un lado, para que el grueso de la historia lo cuente él con sus propias palabras, con su propia redacción. Por su parte, el Gallardo historietista se dedica a ilustrar el texto y a intercalar cinco historietas cortas de entre dos y cinco páginas, limitándose a interpretar lo dicho por su padre. Efectivamente, y por mucho que Gallardo hijo se contenga, al trasladar las confesiones de Gallardo padre a su propio lenguaje, el del cómic, ya las está interpretando, produciéndose un “entrecruzamiento continuo de las voces del padre y del hijo” en “un trabajo conjunto de transmisión generacional” (Hafter 2010: 1). Esos rasgos definitorios que estamos trazando lo acercan bastante a otro cómic, más reciente, como es
El arte de volar (De Ponent, 2009), de Antonio Altarriba y Kim. El padre de Altarriba, que fue también combatiente republicano, toma, como Gallardo Sarmiento, el turno de palabra que su hijo le cede para narrar su vida (narración que en lo referente a Gallardo padre llega hasta los primeros años de la posguerra), que se mantuvo oculta durante mucho tiempo a sus familiares, temerosos de hacer partícipes a sus vástagos de un pasado silenciado por la represión. No obstante, es en la presentación donde se hallan las principales diferencias entre las dos obras.
Miguel Gallardo buscaba que el formato también tuviera un significado propio: “Mi idea del libro es que sea como rústico, de los años cuarenta. Como aquellos libros de aventuras que iba el texto y de repente una ilustración. Entre medias alguna foto y al final documentos, porque tengo avales de los campos de concentración y cosas así” (Trashorras 1997: 35). Las dimensiones del ejemplar –encuadernado en cartón con lomo de tela– son las de un cuaderno de notas o un diario, la tipografía de los textos de su padre es la de una máquina de escribir antigua, incluye fotografías en las guardas, que antes se guardaban entre las páginas de los libros para que no se arrugaran, así como reproducciones de viejos documentos personales, un intento de demostrar el grado de veracidad de lo relatado. La intención del autor no sólo es homenajear a su padre, sino al mismo tiempo tomar un escenario histórico y una situación conocida y tratar de aportar con ella algo nuevo, situando como protagonista a una persona anónima que se ve superada súbitamente por una serie de acontecimientos que le obligan a seguir adelante sin saber muy bien cómo.
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Doble página de Un largo silencio, con la mezcla de texto e historieta. |
Si entendemos que, mediante las obras desarrolladas a lo largo de esta nueva etapa, Gallardo está dibujando sin pretenderlo su autobiografía, Un largo silencio vendría a ser, obviamente, uno de los primeros capítulos. Como es lógico, él no aparece aquí como personaje –de hecho, la narración abarca hasta 1941, el año en que sus padres se conocen–, pero ello no resta sentido a esta pieza concreta dentro del puzle, entre otras cosas porque toda biografía que se precie ha de arrancar explicando al lector de dónde viene el biografiado, cuáles son sus raíces. Pese al esfuerzo invertido y la importancia de lo descrito, la primera edición del libro pasó bastante desapercibida. Esa fría acogida, sumada al desencanto que el autor sentía hacia el medio, le empujó durante los siguientes años a centrarse más en su vertiente como ilustrador, desapareciendo del panorama editorial de tebeos, con las contadas excepciones de las reediciones ya comentadas o de los volúmenes que recopilaban precisamente sus colaboraciones gráficas en la prensa.
4. VIAJERO INCANSABLE
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| Portada de Tres viajes. |
No fue hasta 2006 cuando retornó. Haciendo acto de aparición casi de tapadillo, sin hacer demasiado ruido, con un proyecto, Tres viajes (De Ponent, 2006) que al parecer nació fallido. Vicente Romerales así lo explicaba en la introducción:
«Miguel Gallardo (nombre en clave: Gallardo) fue enviado a dar la vuelta al mundo comisionado por la célebre enciclopedia Monitor, con vistas a una extensa colección de fascículos sobre países y costumbres de nuestro planeta azul. Las notas de este diario dan fe de que el monumental proyecto no consiguió llegar a buen puerto. El carácter olvidadizo del agente Gallardo y el talante esquivo de los editores, poco dispuestos a soltar la mosca, sólo dieron para tres cortos viajes y una visita a la Gran Manzana»[4].
Sin embargo, detrás de esas, llamémosles, razones oficiales, había otras más personales, casi inconfesables, que justificaban la existencia de ese libro de viajes:
«No sé hacer fotos, pierdo las maletas y no leo muy bien los mapas, eso me convierte en el viajero accidental. Lo que sale en mis diarios es fruto de la casualidad y de tener abiertos los ojos y las orejas. Las cosas que pasan por casualidad son las mejores, y perderse es la única manera de encontrar, por eso en mis diarios lo que predomina es un estado de asombro continuo en el que las cosas que pasan me ayudan a comprender el sitio donde he caído. Viajar es perder el miedo a equivocarse de calle, comer lo que no debes y hablar mal en otro idioma»[5].
El primer destino al que le enviaron fue Tel Aviv (“la primera y única vez que he viajado a Israel es también la primera que llevé uno de esos bonitos cuadernos de viaje forrado en cuero lleno de páginas en blanco, un desafío que cambió mi vida y mi forma de dibujar”). La corta estancia sería resumida en unas pocas páginas en las que no se dibuja a sí mismo más que cuando se va a dormir, al final de cada jornada, y cuando ha de tomar el avión de regreso a Barcelona[6]. Son apenas unos esbozos de la gente que conoce y de aquello que más le llama la atención. La siguiente parada, Turín, adonde viaja en coche junto a su hermano, ya resulta algo más extensa. Aparece como coprotagonista, aunque adoptando un rol en cierto modo nuevo para él: el de narrador clásico, un papel al que a partir de Tres viajes nos iremos acostumbrando. Tras el paréntesis de Un largo silencio, Gallardo recupera aquella voz en off presente, por ejemplo, en las historietas cortas recogidas en Toda la verdad sobre el informe G. Pero mientras allí utilizaba un lenguaje exageradamente ampuloso, con un tono falso, paródico, vacío, mostrando una forzada locuacidad, ahora toma una voz real, limpia, sin efectos, sin segundas intenciones, sin trucos, útil para contar lo que ve. No deja, eso sí, de hacer chistes acerca de sus defectos: reconoce su incapacidad para hacerse entender en un idioma extranjero, chapurreando el italiano sin temor a equivocarse, o para orientarse en un territorio desconocido, perdiéndose a cada cuatro pasos.
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Doble página de Tres viajes. |
Lo que no hay es deseo por el detalle, ni por la documentación, no se detiene en la descripción de los lugares que visita, sólo busca la anécdota, la enumeración, el inventario de emplazamientos y situaciones. Su dibujo se mueve en el mismo sentido, es descuidado, apenas abocetado (lo cual no casa demasiado, todo hay que decirlo, con la cuidada edición repleta de extras, con el tamaño, la portada y la textura de un pasaporte). Él mismo, en el capítulo dedicado a sus días en Buenos Aires, lo reconoce claramente: “Lo siento, este diario ha acabado por seguir la filosofía caótica de esta ciudad, soy incapaz de seguir con un orden de alguna clase”. Estos rasgos lo alejan bastante de los diarios de viajes en cómic a los que estamos acostumbrados, o al menos a los más conocidos. Efectivamente, no se asemeja a los trabajos de investigación de Joe Sacco, reportajes periodísticos en toda regla, ni a los extensos anecdotarios de Guy Delisle por Extremo Oriente, pero tampoco a Viaje a Bosnia, de Sento, o Diario de Oaxaca, de Peter Kuper, más elaborados narrativamente, más estudiados, resultado todos ellos de una mayor planificación. Si hubiera que buscarle semejantes, la obra de Gallardo estaría cercana al Cuaderno de viaje, de Craig Thompson, y al Conejo de viaje, de Liniers, principalmente por ser los tres cuadernos –que no diarios– de recorridos por varios destinos, con nulas pretensiones y nutridos principalmente con bocetos y anotaciones. Pero sin duda el libro con el que más elementos comparte es Por el camino yo me entretengo (De Ponent, 2008), de Joaquín López Cruces, no por casualidad editado por la misma editorial y en la misma colección que Tres viajes.
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Muestra de Por el camino yo me entretengo, de López Cruces. |
Al igual que en el cuaderno de Gallardo, López Cruces es el protagonista del viaje, o sería mejor decir que lo es su punto de vista, su perspectiva. Y desde esa atalaya captura momentos sin concisión, relajado, de manera espontánea, “con mucha frescura” (tal y como reza el paratexto). Son volúmenes ambos que no fueron concebidos para ser publicados, o al menos no de esa forma. Son páginas y páginas de esbozos acompañados de breves explicaciones, y de reproducciones de los billetes de tren, de las entradas a los museos, de los tickets de las actuaciones, comprobantes al fin y al cabo de que no engañan al lector, de que estuvieron allí. Ambos poseen al menos uno de los dos rasgos más destacados de la llamada literatura de viajes: la heterogeneidad formal, el hibridismo entre géneros, la indefinición genérica. El otro rasgo, el que no les asimila a los relatos de viajes tradicionales, es el carácter paraliterario, la aspiración literaria (Maestre Brotons 2001: 315–330). En lo que no coinciden, en cambio, es en el modus operandi. Mientras López Cruces es un detallado observador de la realidad, alguien que se toma su tiempo para dibujar en vivo aquello que le interesa, al dibujante catalán no le gusta dibujar en la calle, prefiere ver y escuchar para, posteriormente, al final de la jornada, resumir con un trazo apresurado y conciso lo que considera perdurable.
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Viñeta de Tres viajes. |
En una reseña publicada en el suplemento Cultura(s) del periódico barcelonés La Vanguardia, Isabel Gómez Melenchón describe Tres viajes como “un cuaderno de viaje como ya no se hacen”, añadiendo además que “sirve de muestrario de la variedad de registros de Gallardo”, quien era conocido básicamente por sus historietas, porque “las historias no están contadas a modo de cómic, con viñetas, sino que fluyen libremente, combinando el texto con las imágenes” (2007: 10). Dejando de lado el hecho de que no es necesario que los dibujos de un tebeo vengan encuadrados dentro de unos límites para que éste sea considerado un cómic, y de que precisamente es en la historieta donde la libertad de la combinación del texto con las ilustraciones es una de las claves fundamentales, lo que llama la atención es la especial naturaleza de la obra en sí. Cuando se hace inventario de los tebeos de Gallardo se suele obviar este cuaderno de viaje, al entenderlo más cercano a los libros de ilustraciones o similares, lo que nos podría llevar a preguntarnos ¿qué hace aquí Tres viajes? ¿Tiene lugar en esta exposición? Aun sin haber viñetas, el libro sí utiliza determinadas herramientas propias de la historieta (globos, onomatopeyas, líneas cinéticas), siendo la más destacada el propio dibujo de su autor. Es un estilo sencillo, concreto, más narrativo –comunica más con menos trazos–, más directo. Caricaturiza los rasgos, exagera los gestos, estiliza los automóviles, y el mismo dibujo impone, dentro de la anarquía reinante, un tiempo de lectura. Pero la verdadera importancia de Tres viajes, independientemente de si su contenido lo podemos catalogar como historieta, es que nos ayuda a entender mejor la transición entre Un largo silencio y María y yo.
5. LA HORA DE MARÍA
Resulta curioso, por insistir en la idea anterior, que para la gran mayoría esté claro que Tres viajes no es historieta y que, por el contrario, María y yo suponga el retorno de Miguel Gallardo al mundo del cómic –tal vez porque sí contiene viñetas–, cuando si a algo se parece este trabajo es precisamente a un diario de viaje. Sin Tres viajes sería complicado situar María y yo dentro de la trayectoria gallardiana, y vendría a suponer un enorme salto estilístico desde su anterior obra entendida como un tebeo (Un largo silencio). No es casualidad que Gallardo lo aclare (“lo planteé como un libro de viajes”) afirmando que buscaba retomar en cierta forma el estilo de Tres viajes, el tono de un libro de apuntes[7]. En ese sentido, María y yo podría definirse como el escalón siguiente, que mantiene características de su antecesor pero que crece en contenido y en reflexión. Ahora sí estamos ante un trabajo bien planificado, estudiado, medido, sin que ello reste espontaneidad al aspecto gráfico, que sigue siendo franco y fresco, en gran medida porque se nutre de los centenares de páginas que Gallardo iba abocetando para su hija, al principio con la intención de recoger momentos para recordar, y posteriormente para comunicarse con ella.
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Portada y muestra del interior de María y yo. |
Como explica Miguel Gallardo en la introducción, “María tiene doce años, una sonrisa contagiosa, un sentido del humor especial y tiene autismo”. Ella vive con su madre en Canarias y un par de veces al año se reúne con su padre, bien en Barcelona, donde él reside, bien en el propio archipiélago, adonde él se traslada para pasar unos días juntos en algún complejo turístico. A partir de esa premisa, Gallardo construye un emocionante repaso de esos momentos que pasan uno al lado del otro, y sobre cómo es el día a día de María. De sus peculiares modos de comunicarse, de las dificultades que han de superar; es un retrato de instantes, de comportamientos, de situaciones, de personas. Pese a la complejidad del tema abordado, Gallardo huye en todo momento del drama para cobijarse mejor en la esperanza. Transmite mucho de una manera aparentemente sencilla: textos directos, muy descriptivos, y dibujos caricaturescos, muy depurados. Lo cual nos lleva de nuevo a relacionarlo con Tres viajes y con el rol que Gallardo había elegido entonces para sí mismo. Él es una vez más el narrador, quien explica con sus propias palabras lo que siente en cada momento, sin literatura, sin adornos. Esa postura sincera enriquece el relato, le da una dimensión cotidiana que nos acerca a padre e hija.
Jordi Costa lo explicaba muy bien a propósito del estreno del largometraje documental –realizado por Félix Fernández de Castro– basado en María y yo:
«En cierto sentido, María y yo prolongaba las virtudes de Un largo silencio, el tebeo memorialista en que Gallardo daba forma narrativa a los recuerdos de su padre sobre la Guerra Civil. La imagen es perfecta: Gallardo como persona que se explica en calidad de zona de tránsito en un árbol genealógico cargado de historias que necesitan ser transmitidas. Los lectores de Gallardo nunca hemos estado tan cerca de él como cuando nos ha hablado de su padre y de su hija: el trazo proyecta luz sobre el pasado y el presente, y demuestra que todos son gratificantes líneas de continuidad entre historias que, como podríamos afirmar versionando una de las camisetas de María Gallardo, son únicas»[8].
Y de ese modo volvemos a un concepto que ya hemos venido apuntando: Miguel Gallardo nos habla de sí mismo sin pretenderlo, no se considera protagonista, pero lo es. No es casualidad que ahora ya no se fije en cómo destacar sus rasgos (cosa que sí hacía en sus primeras historietas de humor), porque es una parte más del escenario, ya no hay grandes narices, ni lentes de aumento.
La buena acogida del libro recolocó a su autor en la escena del cómic nacional, posiblemente con más fuerza que sus trabajos más populares hasta entonces. Cosechó diversos premios (entre ellos el Premi Nacional de Còmic concedido por la Generalitat de Catalunya en 2008) y recibió la atención de los medios de comunicación, aunque no siempre con la etiqueta más adecuada (cómic social, humano, sensible, etcétera). El éxito logrado tuvo sus repercusiones, sobre todo una adaptación cinematográfica y una especie de secuela: Emotional world tour: Diarios itinerantes (Astiberri, 2009). Este nuevo libro, realizado al alimón con Paco Roca (autor de Arrugas, obra aparecida también dentro del sello Astiberri en el mismo 2007), es la consecuencia más evidente del eco alcanzado, al mismo tiempo que denota la sempiterna manía de la prensa de crear categorías. Cuando una obra, una novela, o cualquier otra manifestación artística rompe los esquemas y asombra al público, resulta complicado clasificarla genéricamente (como si esto fuera necesario). En 2007, los trabajos de Gallardo y Roca, que abordaban desde diferentes puntos de vista dos realidades como el autismo y el alzhéimer respectivamente, tomaron con la guardia baja a los mass media, que se empeñaron en emparejarlos. Ese condicionante llevó a que los dos autores coincidieran en diferentes actos a lo largo y ancho de toda España, gestándose así la idea de este nuevo trabajo. En cierto modo, la repercusión de sus obras superó con creces las expectativas y los unió en una espiral de presentaciones, charlas, salones y jornadas.
Emotional world tour se compone de dos piezas claramente diferenciadas. En la primera, Roca y Gallardo explican las razones que les empujaron a realizar sus respectivos y exitosos trabajos, lo cual supone una especie de epílogo a Arrugas y María y yo. Cuando le llega el turno a Gallardo, él insiste en las cuestiones que siempre ha venido planteando en las entrevistas, como son su deseo de transmitir esperanza y su apuesta por el optimismo, la sinceridad y la sencillez. La segunda se sitúa en otra onda, que no es exactamente la de un retrato entre bambalinas, como se ha sugerido en algún artículo de prensa, sino más bien la de un anecdotario acerca de las peculiaridades de su gira promocional: la gente que han conocido, los regalos que han recibido, los lugares que han visitado. Aquí llegan a complementarse el uno al otro al elegir los mismos eventos para su narración (en concreto, los celebrados en unos grandes almacenes de Valencia y en la Feria del Libro de Madrid), aunque desde sus correspondientes puntos de vista, y destacando diferentes detalles. Fueron muchos meses recorriendo kilómetros de norte a sur (de ahí el subtítulo), muchas horas de conversación, todo un bagaje que en manos de buenos narradores depara una agradable lectura, planteada sin ambiciones. El sentido del humor recorre cada una de las viñetas, porque aquí sí que hay viñetas, muchas, alrededor de nueve por página, no hay duda acerca de su condición de historieta. El estilo de Gallardo desplegado en los últimos años se adapta en esta ocasión al terreno narrativo de Roca, a un ritmo de lectura más pausado.
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Portada y muestra del interior de Emotional World Tour. |
Ya habíamos conocido previamente la vertiente como autor de Miguel Gallardo a través de sus propios (y críticos) ojos. Recordemos la retranca satírica de una década antes en historietas como “Yo fui dibujante de cómic” o “Así sucedió”, donde más bien se alejaba de su realidad desde la exageración, desde la burla. En el segundo capítulo de Emotional world tour rescata en cierta medida ese acento, aunque suavizándolo con un toque más comprometido, más reflexivo y, pese a que suene extraño, más maduro, sin perder por el camino la sonrisa ni el sarcasmo. Sin embargo, lo que más nos interesa de estos diarios itinerantes, desde nuestro planteamiento autobiográfico, es observar cómo es Gallardo desde la perspectiva de otra persona, en este caso concreto de Paco Roca. No son demasiadas las páginas donde aparece, siempre de forma esporádica, anecdótica, pero aun así llama la atención que no difiera demasiado de lo que él ya nos venía contando: el Gallardo de Paco Roca mantiene los rasgos identificativos conocidos, tanto físicos como psicológicos. Lo definiríamos, en suma, como una persona simpática, ocurrente, interesada por lo que hace, con el pelo encanecido, una gran nariz –una vez más– y unas llamativas gafas.
Costa, Jordi. “Una història universal”. Avui 17 julio. 2010: 38.
Gallardo, María, y Gallardo, Miguel. María y yo. Bilbao: Astiberri, 2007.
Gallardo, Miguel. Toda la verdad sobre el informe G. Onil: Edicions de Ponent, 2000.