MOTIVOS ATÓMICOS EN EL CÓMIC DE SUPERHÉROES DE LA EDAD ATÓMICA
JAVIER FERNÁNDEZ

Title:
Atomic motifs in the superhero comics of the Atomic Age
Resumen / Abstract:
La segunda etapa de la Edad de Oro de los cómics es denominada con frecuencia Edad Atómica (1946-c. 1954). En este artículo, se discuten brevemente los factores que caracterizan dicho periodo, como la propia evolución del mercado del comic book y el contexto histórico. Y se detalla especialmente el uso de los motivos atómicos en el género de superhéroes durante esos años, desde una doble óptica: la energía nuclear entendida como progreso y como amenaza de proporciones catastróficas. Como se verá, lo atómico se instaló en el género de manera significativa, sentándose las bases de desarrollos posteriores. / The second half of the Golden Age of comics is often referred to as the Atomic Age (1946-c. 1954). In this article, I briefly discuss the factors that characterize this period, such as the evolution of the comic book market and the historical context. In particular, I detail the use of atomic motifs in the superhero genre during those years, firstly, focusing on the nuclear energy understood as progress and, secondly, as a threat of catastrophic proportions. As will be seen, the atomic motifs were installed significantly in the genre, laying the foundations for later developments.
Palabras clave / Keywords:
Guerra Fría, Divulgación sobre superhéroes, Historia del comic norteamericano, Edad de oro del cómic, Guerra Nuclear, Edad Atómica, Bomba atómica/ Cold War, About superheroes, Historia del comic norteamericano, Golden Age of Comics, Nuclear War, Atomic Age, Atomic bomb

MOTIVOS ATÓMICOS EN EL CÓMIC DE SUPERHÉROES DE LA EDAD ATÓMICA

 

La edad atómica

Cuando se habla de cómic estadounidense, y más concretamente del género de superhéroes, es frecuente dividir su desarrollo en etapas o edades, recurriendo a una consabida periodización (Edad de Oro, Edad de Plata, Edad de Bronce, etc.), que posee un carácter más divulgativo que científico y ofrece no pocos problemas a la hora de establecer los límites de cada periodo. Con todo, la división tiene su utilidad, pues nos permite situar con cierta rapidez los análisis, siempre que no olvidemos que se trata de una construcción discutida. Entre todas estas etiquetas, probablemente la más aceptada sea la de Edad de Oro, término que se refiere a los primeros años de existencia del formato comic book[1]. Así, por ejemplo, Jean-Paul Gabilliet la identifica inteligentemente con el florecer económico de la industria:

Las ventas de los comic books se incrementaron durante los años de la guerra. De hecho, toda la prensa periódica experimentó un crecimiento ininterrumpido en los Estados Unidos desde 1936 a 1954, en lo que sería una edad de oro comercial para las revistas ilustradas, al menos en términos de unidades vendidas (Gabilliet, 2010: 197).

El término Edad de Oro, aplicado a la historieta, había sido usado por los aficionados de las tiras de prensa para referirse a la producción de finales de la década de 1920 y la década de 1930, pero pronto fue adoptado por los lectores de comic books y es en dicho ámbito donde acabará adquiriendo mayor aceptación (Quattro, 2010). Desde que Richard A. Lupoff lo usó para denominar los publicados durante la década de 1940 (Lupoff, 1961), fue ganando popularidad hasta convertirse en el lugar común que es hoy. Como se explica en la introducción del enciclopédico proyecto Comics Through Time:

El éxito inmediato y espectacular de Superman propulsó a los comic books hacia una nueva era de prominencia, a menudo citada como la Edad de Oro de los comic books, aunque, en sentido estricto, la terminología solo se aplica realmente al cómic de superhéroes. Con todo, los cómics de superhéroes constituyen el género más importante de la industria del comic book en esta Edad de Oro, desde el momento en que Superman irrumpe en escena hasta los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial (Booker, 2014: xxviii)[2].

Portada de Action Comics #1 (1938).

Por no extenderme más en este asunto, convendremos en aplicar la denominación Edad de Oro al periodo que abarca desde el inicio de la industria del comic book, especialmente desde el debut de Superman[3] (puesto que vamos a hablar de superhéroes) hasta mediados de la década de 1950. Los aficionados al género suelen situar el comienzo de una nueva etapa, la Edad de Plata, en 1956, año de la aparición del nuevo Flash[4], pero me permitiré señalar que las audiencias llevadas a cabo por el Subcomité del Senado de los Estados Unidos sobre Delincuencia Juvenil en 1954 y la adopción por parte de la industria del sello de autocensura en 1955 son un punto de inflexión más determinante para explicar la serie de cambios drásticos que luego citaré (sin entrar en profundidad, pues queda lejos de la intención de este artículo) y que pueden justificar el fin de la Edad de Oro.

Aquí vamos a repasar la influencia que, sobre el género de superhéroes, tuvieron los avances nucleares (y la tensión derivada de ellos) en los años posteriores a la segunda guerra mundial, o sea, en el albor de la Guerra Fría[5]. Más allá de las consecuencias bélicas, económicas o ambientales, los avances atómicos fueron asimilados social y culturalmente, primero como ejemplo de modernidad y progreso y, muy poco después, como una terrible amenaza contra el orden establecido, especialmente desde que el armamento nuclear dejó de ser un recurso exclusivo estadounidense y fue desarrollado también por la Unión Soviética[6]. El miedo y la paranoia ante la posibilidad de una guerra nuclear de catastróficas implicaciones se apoderaron de la sociedad americana y cobraron expresiones de lo más diverso en la cultura popular.

Fuera del ámbito de los cómics, los primeros compases de este momento histórico se conocen frecuentemente como la era atómica, y, tal como indica Bill Schelly:

Algunos aficionados al cómic e historiadores se han referido al periodo desde el final de la segunda guerra mundial hasta el comienzo de la Edad de Plata de los cómics en 1956 como la Edad Atómica[7]. Al margen de haber sido usada por la influyente Comic Book Price Guide de Bob Overstreet, la denominación todavía no ha logrado una aceptación masiva (Schelly, 2013: 73).

Pero, si nos decidiésemos por utilizar la etiqueta de Edad Atómica, como fase final de la Edad de Oro, ¿cuáles serían sus características diferenciales?

Acabada la segunda guerra mundial, la industria estadounidense del comic book se encuentra en una encrucijada. Por una parte, se enfrenta a la pérdida de su mayor cliente, el ejército, que “ya no necesita los millones de ejemplares enviados a los soldados como suministros prioritarios” (Gabilliet, 2010: 29). Por otra, el baby boom que comenzó con el principio de los años 40 ha multiplicado el número potencial de lectores. Con algo más de una década de existencia, los comic books están consolidados dentro de la oferta de la cultura popular y saldrán reforzados de esta situación, logrando en los años posteriores al conflicto las mayores cifras de venta de toda la Edad de Oro:

El apogeo comercial de la industria del comic book tuvo lugar en el curso de los siete años que siguieron al fin de la guerra. [...] el número de lanzamientos y el conjunto de tiradas alcanzó niveles que no volvieron a igualarse posteriormente (Gabilliet, 2010: 29).

Este aparente milagro se explica por la ampliación del número de consumidores, tanto como por la estabilidad del precio del producto, fundamentada en la disminución del número de páginas y en el propio aumento de las tiradas: desde 1933 hasta comienzos de la década de 1960, se mantendrá en 10 centavos (en tanto que los pulps, sus competidores naturales, habiendo dispuesto de un rango de precios similar, llegarán a los años cincuenta costando 25) (Gabilliet, 2010: 30). En su alumbramiento, los comics books estaban dirigidos fundamentalmente a niños de ambos sexos y adolescentes masculinos, y sus protagonistas principales eran los funny animals y los superhéroes, pero, durante la guerra, la industria empezó a diversificar contenidos, buscando ocupar nuevos sectores del mercado. Dicha diversificación se acentuará en la posguerra, y ahí se encuentra una explicación a la amplitud de temáticas y géneros de la segunda mitad de la Edad de Oro, en la que proliferan los títulos de humor, ciencia ficción, históricos, educativos, de crímenes, terror y románticos (Gabilliet, 2010: 30). Adolescentes y jóvenes de ambos sexos, e incluso adultos, pasan a ser lectores potenciales de comic books. Paradójicamente, la mayor presencia del cómic en el punto de venta aumentará su visibilidad dentro de la sociedad estadounidense, y esto provocará una mayor presión por parte de los sectores que lo consideran un medio pernicioso para la juventud y que, como se ha dicho, terminarían incitando una cruzada desde el senado estadounidense. Entre esta particular caza de brujas y el auge de la televisión (un competidor inesperado y más poderoso que ningún otro), la industria del comic book no solo detendrá su expansión, sino que acabará menguando, al tiempo que se le impondrían una serie de restricciones narrativas[8], factores todos ellos determinantes para hablar con propiedad del final de la Edad de Oro y el comienzo de una Edad de Plata, tal como apunté antes.

Pero, volviendo al inicio de la posguerra, en estos años de crecimiento del mercado de comic books, el género de superhéroes, por su parte, experimentó una rápida decadencia que llegaría a amenazar su propia existencia. El superhéroe[9], tal como lo entendemos hoy, es una figura autóctona del formato comic book. En él confluyen diversos tipos de personajes como los héroes de habilidades sobrehumanas, los justicieros y vigilantes enmascarados o los héroes de acción y alcanza una formulación singular con la aparición de Superman en 1938. En este sentido, el superhéroe se muestra digno heredero del pulp y su capacidad de encarnar las ansiedades colectivas de la sociedad de su tiempo, más concretamente, la frustración del individuo común frente al peso de la desigualdad social durante la Gran Depresión. Enfrentado al sistema, reclamando justicia o venganza y elevándose por encima de la mediocridad, el superhéroe pulsó una tecla sensible y proliferó como la espuma en el preámbulo de la guerra mundial. Y fue precisamente la guerra lo que lo situó por encima de sus competidores en los quioscos.

De algún modo, y aunque no habían sido diseñados específicamente para ello, los superhéroes se mostraron como un vehículo perfecto de cara al conflicto[10]. La lógica de la guerra, no tanto el frente de batalla en sí, sino la existencia de una terrible amenaza (visible o escondida en suelo estadounidense) fue terreno abonado para el maniqueísmo y la propaganda inherentes al género. Y la paz, paradójicamente, desactivó la razón de ser de estos súper soldados. En palabras de Gabilliet:

la segunda guerra mundial fue el factor más importante que permitió que el género de superhéroes floreciera, alimentado del patriotismo del ambiente: más de setecientos superhéroes fueron creados durante los años de la guerra y el éxito del género alcanzó su cima con cuarenta títulos distintos en 1944. Una caída progresiva e inexorable comenzó al año siguiente: treinta y tres títulos en 1945, veintiocho en 1946, diecinueve en 1947, catorce en 1948, ocho en 1949, cuatro en 1950 y 1951 y tres entre 1952 y 1957 (Gabilliet, 2010: 34).

Esta situación no revertiría hasta comienzos de la década de 1960[11], y factores como la popularidad de Superman, bendecido con una seminal serie de televisión en 1952[12] que lo introdujo en todos los hogares y cimentó su condición de icono de la cultura popular, o simples cuestiones contractuales (especialmente el hecho de que DC debía devolver a sus propietarios los derechos de un buen número de personajes si dejaba de publicarlos) impidieron la extinción prematura del género. Sea como sea, sobrevivieron, y en aquellos años de decadencia buscaron adaptarse a la realidad posterior a la segunda guerra mundial con distintas estrategias. Entre ellas, la mezcla temática con otros géneros en auge, la adopción de un nuevo enemigo global (el comunismo) y el uso de la energía nuclear como reclamo comercial. El presente artículo se centra en este último punto, y de él les hablaré en los siguientes apartados.

En el primero, veremos algunos ejemplos de lo atómico percibido desde un punto de vista positivo, y, en el segundo, haremos lo propio con casos en donde fue usado como algo negativo, siempre dentro del género de superhéroes y en el periodo que hemos denominado Edad Atómica.

 

El poder atómico

Portada Action Comics #101 (X-1940).

En la portada del número 101 de Action Comics (octubre de 1946)[13], Superman graba con su cámara un hongo nuclear. La impactante y conocida imagen se completa con la siguiente leyenda: «¡En este número, Superman cubre los tests de la bomba atómica!». Ha pasado apenas un año de los primeros lanzamientos en Nuevo México y el evento salta de pronto a un tebeo del mayor alcance. “Crime Paradise!” es el título de la aventura de doce páginas escrita por Jerry Siegel y dibujada por Wim Mortimer a la que hace referencia la citada ilustración de Wayne Boring. En páginas interiores, la filmación en cuestión es una mera digresión en un típico argumento de pelea con mafiosos, pero su uso en portada denota que el poder atómico es ahora un fascinante motivo artístico y un reclamo para los lectores.[14] Como nos recuerda David A. Roach:

No es exagerado decir que el advenimiento de la era nuclear cambió el mundo como lo conocíamos, y el mundo de los cómics se hizo eco de ese sentido de maravilla e incertidumbre. Inicialmente, la bomba atómica fue vista como un desarrollo positivo, al menos en los que respecta a los esfuerzos de guerra, y los cómics lo explotaron rápidamente (de hecho, hay quien especula que el primer número de Atomic Bomb, publicado por Burtis Publishing, es anterior a la bomba de Hiroshima) (Roach, 2004: 41).

Portada de Headline Comics #17 (1946).

Comenzando en 1945, y hasta 1947, el género alumbrará un puñado de personajes que encarnan el poder atómico y que incluso lo esgrimen en su nombre[15]. El primero significativo fue Atomic Man, presentado en el número 4 del volumen 2 de la cabecera Headline (editada por Prize con fecha de cubierta de noviembre-diciembre de 1945). Fueron solo seis historietas cortas (todas de ocho páginas, menos la primera, que apenas tuvo 6), publicadas en el citado número y los cinco siguientes, y el personaje alcanzó hasta tres veces la cubierta. El creador gráfico fue Charles Voight (con un guionista no identificado) y un joven Gil Kane dibujó sus tres últimas aventuras[16]. «Estás a punto de conocer al mortal más poderoso y asombroso en la historia del mundo, creado a partir de una fuerza fundamental del universo, nacido de un increíble accidente químico: Atomic Man» reza el texto de apoyo de la primera viñeta panorámica del serial, en la que podemos admirar la extravagante figura del superhéroe rodeado de nubes y planetas y ataviado con un traje que roza lo ridículo (con su toga roja, un llamativo casco y un cinturón cuya hebilla muestra una explosión o un símbolo de la misma radiación que desprende su cuerpo). El protagonista es el joven investigador Adam Mann, quien recibe de inicio la noticia de que ha desarrollado leucemia linfática a partir de la malaria de la que enfermó estando en el ejército (tal cual, no me lo estoy inventado). Sentenciado a seis meses de vida, Mann se dirige al laboratorio de investigación de energía atómica en el que trabaja, derrama casualmente uranio-235 en un vaso de agua y se lo bebe, al tiempo que golpea una máquina de alto voltaje. Y “¡Blam!”, sale despedido hasta la calle, atravesando la pared. A partir de ahí, descubriremos que se ha convertido “en un contenedor andante de energía atómica” y que todo lo que toca con su mano derecha termina fulminado. ¿La solución? Ponerse un guante de plomo (gracias a dios que tiene uno en su casa) y emplear su poder para luchar contra el mal, pues «¡Ya no soy un hombre! ¡Soy una bomba atómica humana!». Sin más explicación, en el siguiente número lo veremos quitarse el guante y salir volando con su extravagante traje salido de la nada, “propulsado como un cohete por los rayos gamma que libera su mano derecha”. La adquisición accidental de superpoderes no era un mecanismo desconocido por el género, aunque vemos aquí elementos que serán recurrentes más adelante: la combinación de química y electricidad, la radiactividad milagrosa y hasta los rayos gamma. Tópicos que resultan familiares a cualquier aficionado al género.

Portada de Atoman Comics #1 (II-1946).

Más memorable, aunque de menor trayectoria, es Atoman, creación de Ken Crossen y Jerry Robinson para la editorial Spark. Debutó en el número 1 de Atoman Comics (febrero de 1946, con el hongo atómico detrás del superhéroe en cubierta), el primero de los dos únicos números de que constó una cabecera compuesta por distintos seriales. Suyas fueron solo dos historietas de quince páginas, pero cuentan con el oficio de Crossen y, sobre todo, la enorme elegancia gráfica de un Robinson en plenitud, asistido puntualmente por Mort Meskin. Claroscuros, variedad de planos y raccords en una misma viñeta para expresar movimiento acelerado son algunos de los recursos que convierten la lectura de Atoman en una experiencia deliciosa. «De la confusión y el horror de la guerra, nace una nueva era: ¡la era atómica! ¡Y con la nueva era..., un nuevo hombre aparece en el escenario del mundo! ¿Quién es este nuevo hombre cuyo cuerpo genera poder atómico, cuyos músculos le conceden la fuerza del universo? ¡Es Atoman!» El protagonista se llama Barry Dale, un investigador del Instituto Atómico que acude a la reunión de un comité en cuya agenda se discute el futuro de la energía atómica: los miembros rechazan su uso destructivo y proponen que sirva para mejorar la vida de “toda la gente de la Tierra”. Pero un tal Mr. Twist, el villano de la historia, tiene otros planes: pretende controlar el poder atómico para sus propios intereses y, como ya posee la fórmula nuclear, rapta a Dale y trata de obligarlo a que le construya una planta de energía. Obviamente, Dale se niega y es arrojado por la ventana, pero el protagonista no solo aterriza de pie, sino que lo hace vivo y de una pieza. ¿Cómo es posible? «Algo se desató en mí como resultado de ser tirado por la ventana, pero ¿qué es? Es como una explosión atómica, ¿como una explosión atómica?» En la lógica sencilla del cómic de aquellos años, basta con el siguiente razonamiento: «Madame Curie, quien descubrió el radio, se dio cuenta más tarde de que su cuerpo se había vuelto radioactivo. Yo he manejado radio durante años. Radio y uranio. ¿Seré radioactivo?». Y se siguen dos corolarios que dejan estupefacto al lector. El primero: «Puedo aplastar montañas... Destruir ciudades enteras... Saltar y atravesar miles de millas por el aire de un solo salto... Puedo moverme más rápido que el pensamiento... ¡No hay límites para mi poder atómico!» (Dale averigua todo esto con un simple test de laboratorio). Y el segundo: «soy la nueva clase de hombre que existirá cuando la era atómica se desarrolle». Convencido de que sus dones no deben pertenecer a un solo hombre, grupo de hombres o nación, sino al mundo entero, el protagonista se cose un traje rojo y amarillo (con antifaz y capa incluidos) y ya tenemos a nuestro nuevo superhéroe.

The Atomic Thunderbolt, «el héroe más dinámico y súper sensacional de la historia del comic book»[17], también debutó con cabecera propia, y también con fecha de febrero de 1946. La editó Regor Company y no pasó de su primer número. La trayectoria de este otro superhéroe atómico se compone solo de diez páginas, dibujadas por Mort Lawrence y Robert Peterson, y ya solo por la splash inicial merece la pena echarle un vistazo: «¡La transmutación! ¡El sueño de siglos hecho realidad! ¡Lo que los viejos alquimistas han tratado en vano de lograr, los científicos modernos lo han descubierto dividiendo el átomo!». Pues sí, con una ambientación a lo Frankenstein (el de la película de James Whale, no el de la novela de Mary Shelley), la historieta en cuestión está protagonizada por William Burns, un marino que ha quedado traumatizado por la explosión de un torpedo nazi y ahora es conocido como el vagabundo Willy, la rata de los muelles. En el puerto, el hombre se las pasa sentado, sin ser consciente de ello, sobre un cargamento de plutonio que forma parte de los suministros que espera el profesor Josiah Rhonne. Y viendo que a Willy lo mismo le da vivir que morir, el profesor le propone que participe como cobaya en «un experimento en transmutación, un intento de cambiar la estructura atómica del cuerpo humano para hacer los nuevos tejidos inmunes a la radioactividad de las explosiones atómicas». El experimento, claro está, resulta un éxito (otra página excelente, por cierto, la seis) y Willy acaba en el mar, despedido por la explosión que tiene lugar en el castillo de Rhonne. De regreso al puerto, repele los disparos a bocajarro de una ametralladora y declara en voz alta el clásico discurso por el que promete dedicarse a hacer el bien y “salvar a la humanidad de sí misma”. En todo momento, nuestro héroe se ha mostrado solo con traje y corbata gastados, pero, por fin, en la última viñeta, con el anuncio de un siguiente número que nunca llegó, aparece al fin un plano del superhéroe en su traje de faena, delante de unas barras y estrellas. Es un plano americano, nunca mejor dicho, de modo que gracias a que se le ve también en cubierta de cuerpo entero sabremos cómo habría lucido de arriba abajo.

A esta racha de personajes pertenece Atomic Tot, un niño rubio y risueño, de grandes ojos, vestido con bañador (o traje de troglodita, no sé bien cómo describirlo), que lleva guantes, zapatos y un rayo donde debería estar la raya del pelo. Poco más se puede contar de este serial humorístico, no demasiado brillante en el contexto de una editorial como Quality, dibujado por Ernie Hart (al menos en su primer episodio) y escrito por vaya usted a saber quién, cuyo protagonista “esconde el hecho de que, por sus venas, fluye la energía atómica”. Fueron doce episodios de cinco páginas cada uno, publicados en All Humor Comics, comenzando con el número 2, fechado en verano de 1946. Aunque, ahora que lo pienso, con sesenta páginas en total, es el más longevo del lote.

La breve cabecera X-Venture, de la editorial Victory Magazine Corporation, también presentó un personaje de esta naturaleza. The Atom Wizard dispuso de su única aventura en el primero de los dos números de la serie (junio de 1947): «El profesor Winthrop Lane crea, para su asombro, un nuevo elemento que, como explosivo, deja al propio plutonio obsoleto. ¡Un átomo tan inestable que no necesita ningún neutrón para separarlo, sino que le basta una sacudida!». El héroe tiene un traje rojo y ¿azul, verde?, con antifaz, guantes, capa y el símbolo del átomo en su pecho. Fueron diez páginas, quizá dibujadas por Al Camy, y quien adquiere los superpoderes no es el tal profesor, sino su hijo Drew. El joven participa en el experimento de su padre y se le aplica una solución de plomo capaz de resistir los neutrones, “un antídoto contra las explosiones atómicas”, después de que el profesor haya logrado concentrar los átomos en un raro material del tamaño de una pera. El argumento implica un par de terribles explosiones, en una de las cuales muere vaporizado el profesor, el intento de robo del elemento por parte de unos nazis que parecen no haberse enterado del fin de la guerra mundial y que buscan obtener la bomba atómica, y el clásico juramento altruista en boca de Drew, después de sobrevivir a los estallidos: «¡Este mundo está lleno de gente desalmada hambrienta de poder que usaría la energía atómica para sus propios y malvados intereses! ¡De ahora en adelante, dedicaré mi vida a la protección del mundo!». Supuestamente, para ello, el joven debería seguir aplicándose la solución de plomo, pero no hubo más continuaciones.

Los cinco que acabo de citar sirven como muestra de la irrupción del poder atómico en el género de superhéroes durante el final de la segunda guerra mundial y los años inmediatamente posteriores, si bien, en esta etapa temprana, ninguno de ellos logró un mínimo éxito que garantizase su continuidad. Puede parecer poca cosa, pero conviene remarcar que son personajes de nuevo cuño en un periodo de encogimiento del género. Son una punta de lanza, pues si echamos la mirada a las series que ya estaban consolidadas, veremos que, en esta época, los motivos atómicos proliferaron por doquier. Resumiéndolo mucho:

Incluso en esta fecha temprana hubo ambivalencia e incertidumbre acerca de la bomba. De un lado, encontramos historias “atómicas” claramente positivas en seriales tan diversos como los de Superman, The Shadow, Midnight, Robin, Superduck (en la que el pato cascarrabias construye su propia bomba atómica) y Pyroman, que se mostró en la cubierta de Startling Comics 41 abrazando jubilosamente su propia bomba atómica (Roach, 2004: 42).

De dichos ejemplos, me gustaría destacar la historieta “Midnight and the Atomic Dice!”, escrita y dibujada por el fenomenal Jack Cole en Smash Comics 68 (diciembre de 1946, publicada por Quality). La cosa va de un par de dados fabricados por Doc Mortimer Wackey, uno de los personajes recurrentes de la serie, que “contienen suficiente explosivo atómico para volar la ciudad”. Y es verdad que, en todo momento, mientras unos y otros se las pasan jugando con los dados, subyace el peligro de que realmente exploten, pero el tono humorístico le quita hierro al asunto. Y cuando finalmente estallan, lo hacen en el océano, sin más consecuencias que una ola que lleva a los villanos del relato ante la justicia. Justo antes de la explosión, uno de ellos exclama: «¿Qué es una bomba atómica después de todo por lo que acabo de pasar?», refiriéndose al mamporro que le ha propinado el héroe Midnight.

Portada de Atomic Mouse #1 (III-1953).

Mención aparte merecen el puñado de animalillos superhéroes con matices atómicos que publicó la siempre excéntrica Charlton Comics en la década de 1950. El primero de ellos fue Atomic Mouse, creado por Al Fago, cuyo debut tuvo lugar en Atomic Mouse 1 (marzo de 1953), ya al final de la Edad Atómica. «Un día tras otro el pobre ratoncito Cimota[18] trabajaba bajo el embrujo del malvado conde Gatto, el mago más famoso del mundo, y encaraba un futuro de lo más infeliz hasta que el destino decidió lo contrario en Una estrella ha nacido». Cimota vive esclavizado por Gatto y es obligado a participar en sus espectáculos de magia, donde primeramente le lanza cuchillos y, más tarde, hace aumentar y disminuir su tamaño. En una de estas, lo empequeñece tanto que el ratón acaba viajando al mundo subatómico y se topa con los “poderosos átomos”, que le cosen un traje de superhéroe y le dan la caja de píldoras de uranio-235 que le permitirán volver a crecer, concediéndole una fuerza extraordinaria y la capacidad de volar. Fago era un experimentado dibujante de funny animals, y las aventuras de Atomic Mouse se benefician de ello. No en vano, su primera serie duró la friolera de diez años.

Ese mismo año, en el número 1 de Zoo Funnies (julio de 1953), debuta Super Atomic Fox, un zorro volador con capa que protagoniza aquí una página y otras dos en el número 3 (noviembre de 1953), y del que no se nos da la más mínima pista de por qué lleva el adjetivo “atómico” en el nombre. Y el propio Fago, tratando de emular el éxito de Atomic Mouse, creó Atomic Rabbit en la cabecera homónima (agosto de 1955 en adelante), protagonizada por un conejo que también adquiere superpoderes, en esta ocasión al comer casualmente unas zanahorias que, cómo no, contienen uranio. Desde su número 12, la serie de Charlton pasó a llamarse Atomic Bunny, y dibujantes como George Wildman (trabajando probablemente con guiones de Joe Gill), mantuvieron el interés de los lectores hasta finales de 1959, pero esto nos adentraría ya en la Edad de Plata[19].

 

La amenaza atómica

Fijándonos ahora en la energía atómica entendida como algo abiertamente negativo, la lista resulta de lo más abultada. Por ejemplo, en el número 15 de America’s Best Comics (octubre de 1945, editado por Pines), el superhéroe Doc Strange (Thomas Hugo Strange, nada que ver con el mago de Marvel) se topa con una máquina capaz de aumentar el tamaño de cualquier criatura viviente mediante expansión atómica y que, según se dice, podría resultar letal en manos japonesas. Por otra parte, en el episodio “Anti-Atomic Metal” (Sensation Comics 56, agosto de 1946, publicado por DC), de Wonder Woman, aparece un metal que resiste los impactos atómicos, por cortesía de William Marston y Harry Peter, y que, tal como se explica en su segunda viñeta: «¡Ofrece absoluta protección contra la terrible bomba atómica!». Muy pronto, la amazona tendría otro encuentro con lo atómico. En Wonder Woman 21 (enero-febrero de 1947), Joey Hummel y Peter narran “The Mystery of Atom World”, que arranca con la heroína, protegida por un traje capaz de resistir la radioactividad del uranio, en un campo experimental del Pacífico donde acaba de explotar una bomba atómica. Y el argumento nos lleva a los dominios de la reina Atomia, del «tamaño de un átomo y con un poder capaz de desintegrar la Tierra».

Portada de Wonder Woman #21 (1947).

Sin movernos de DC, Superman recibe el impacto de una bomba atómica en “The Battle of the Atoms”, en Superman 38 (enero-febrero de 1946), con guion de Don Cameron y dibujos de Pete Riss. El villano de la historieta es Lex Luthor, quien, primero, inventa un arma capaz de producir «una perturbación atómica que acelera la velocidad molecular del acero y la piedra, haciéndolos fluidos» y luego arroja un pequeño ingenio nuclear contra el pecho del superhéroe, sin que este lo despeine siquiera. La splash page inicial del episodio incluía un significativo texto de apoyo que les traduzco: «¡Ahora sí puede ser contada! Debido a las restricciones de la censura en tiempo de guerra en lo que se refiere a los experimentos atómicos (véase Time, 20 de agosto de 1945, pág. 72, y Newsweek, 20 de agosto de 1945, pág. 68), esta historia no pudo ser ofrecida previamente al público».

El robo de elementos radioactivos forma parte del argumento del episodio sin título de Jaguar incluido en el número 2 de Zoot Comics (verano de 1946), que cuenta con la firma de Jack Lane, un nombre genérico usado por la editorial Fox. Resulta curioso que esta cabecera de funny animals contuviese una historieta de grafismo realista, pero supongo que el superhéroe en cuestión, un trabajador del zoo que pelea contra el mal disfrazado de jaguar (y acompañado realmente por un jaguar), tenía cierto derecho a asomar por su carácter animalesco. Al principio del episodio, una noticia de periódico nos informa de que: «Científica avisa contra el mal uso del radio atómico robado de su laboratorio. Suplica a los criminales que piensen en la humanidad y devuelvan el botín de valor incalculable». Extrañamente, cuando se encuentra el radio robado, este tiene la forma de una pequeña bola brillante, y el protagonista la coge con su mano sin tomar más precauciones.

De la futura editorial Marvel, merece la pena mencionar la historieta “The Atom Spells Doom”, protagonizada por Blonde Phantom y publicada en All Select Comics 11 (otoño de 1946), es decir, en el tebeo de presentación del personaje. Stan Lee recurre al robo de secretos atómicos en este interesante cóctel de superhéroes y género romántico ilustrado por un estupendo Syd Shores. También son reseñables un par de episodios de All-Winners Comics, la cabecera que presentaba, en su fase final, una combinación de los héroes marvelitas a la manera de la Justice Society of America de DC, o sea, mostrándolos reunidos al inicio y enviándolos a misiones separadas hasta su reencuentro en el capítulo de cierre. En el número 19 (otoño de 1946), escrito por el guionista Bill Finger, la escuadra formada por Captain America, Bucky, Human Torch, Toro, Namor, Miss America y Whizzer combaten “The Crime of the Ages!”, y en la conclusión, seguramente dibujada por Shores, se revela que el villano ha estado distrayendo a los protagonistas con pequeños crímenes cuando su verdadera intención es robar la bomba atómica. La última viñeta contiene el siguiente discurso de Captain America: «¡El poder atómico debe usarse para la paz, no para las guerras! ¡Debe usarse para mejorar la vida de toda la gente! ¡La futura edad atómica no es para un solo hombre, sino para el común de los hombres, para toda la humanidad!». Por su parte, Human Torch y Toro lidiarán con uranio-235 en el número 21 (invierno 1946-47)[20]: en la sección de “Menace from the Future World!” protagonizada por el dúo, el peligro es un fuego atómico que puede provocar la destrucción de América. Lo escribió el gran Otto Binder, y quizá Shores se encargó también de dibujar las páginas correspondientes.

Portada de Captain Marvel Adventures #66 (X-1946).

El propio Binder había escrito uno de los episodios más sobresalientes de esta temática: “Captain Marvel and the Atomic War!”, publicado en el número 66 de Captain Marvel Adventures (octubre de 1946), la cabecera de Fawcett:

el horror y la ansiedad resultantes de la devastación causada en Hiroshima y Nagasaki se reflejaron en una historieta de 1946 de Captain Marvel en la que toda clase de países se bombardean mutuamente hasta la extinción, dejando al Capitán como único hombre vivo en el planeta. Pero se trataba solo de una historia imaginaria, así que tampoco era para tanto (Roach, 2004: 42).

Dibujada por C. C. Beck y Pete Costanza, la historieta de uno de los iconos por excelencia de la Edad de Oro es una joya de principio a fin, y uno no se explica cómo maravillas como esta siguen en el olvido: «¡La guerra atómica! ¡Espantosa! ¡Devastadora! ¡Ruinosa! ¿Qué significaría para el mundo? Captain Marvel aprende la horrorosa verdad cuando el más terrible holocausto estalla sobre toda la Tierra!».

Motivos nucleares figuran en otro puñado de aventuras del mismo superhéroe y de esta época, como “Captain Marvel and His Great Invention” (Captain Marvel Adventures 62, junio de 1946; de Binder y Costanza), donde un motor atómico inventado por el protagonista corre peligro de caer en manos equivocadas y en donde, además, se nos explica con un par de diagramas cómo se produce la energía atómica cuando un neutrón es lanzado contra un átomo de uranio-235. El chiste (y el peligro) de “The Atomic Shop”, dibujada por Costanza (Whiz Comics 82, febrero de 1947), reside en una tienda que vende toda clase de productos atómicos, tales como píldoras, insecticidas, sopas o ácidos. Se presenta aquí el villano Archy Atomme, un simple matón que obtiene fuerza sobrehumana tras ingerir unos cereales atómicos y se dedica a robar bancos. En “Captain Marvel Faces Fear!”, de Bill Woolfolk, Beck y Costanza (Captain Marvel Adventures 89, octubre de 1948), una encarnación fantasmal del miedo provoca el pánico en la ciudad cuando un ingenio nuclear contenido en un paquete da vueltas de un lado a otro, y el episodio se cierra con el siguiente mensaje radiado por el científico responsable del ingenio: «¡Mi invención era perfectamente inofensiva! ¡El pánico vino del miedo, y el miedo prospera en la ignorancia! ¡Cuando los hombres comprendan los hechos, el miedo irracional y todos sus terrores desaparecerán para siempre!», aviso que adelanta la paranoia de años posteriores. “The Atomic Fire”, de Binder, Beck y Costanza (Captain Marvel Adventures 122, julio de 1951), igual que la historieta ya mencionada de Human Torch, lidia con un fuego atómico que pone al mundo al borde de la destrucción. Y “Station WHIZ Gets Atomic Power, del mismo equipo creativo, publicada en Captain Marvel Adventures 131 (abril de 1952), nos muestra una planta atómica en miniatura que asoma en la estación de radio de la serie, y a punto está de liarla.

Captain Marvel no fue el único miembro de la familia Marvel que tuvo su encontronazo con la amenaza nuclear. Captain Marvel Jr. evitaría que una bomba atómica impactase en la ciudad, haciéndola explotar en el océano, en “The Atom Bomb on the Loose”, el primer episodio de Captain Marvel Jr. 53 (septiembre de 1947), dibujado por Bud Thompson. En el número 56 (diciembre de 1947), el superhéroe adolescente retrocedería tres millones de años en el pasado, a la era cenozoica, para encontrarse con una civilización olvidada que alcanzó un gran desarrollo tecnológico, pero acabó destruida por culpa del poder atómico. El guionista Binder, ahora probablemente con el dibujante Bud Thompson, nos ofrece un emotivo colofón en la última viñeta: «Espero que nuestra era no use imprudentemente el poder atómico, o nosotros también seremos un tema de discusión entre dos futuros arqueólogos... ¡que se preguntarán si nuestra civilización existió o no!». Por su parte, Mary Marvel frustraría los planes de la malvada Georgia Sivana, dispuesta a arrojar una bomba atómica en miniatura sobre el pueblo de Berryville, en “The Atomic Panic”, de Otto y Jack Binder, publicado en Mary Marvel 26 (julio de 1948). Y me viene a la cabeza un episodio significativo de la Marvel Family, pero de este hablaré un poco más adelante.

Un personaje que tuvo varios encuentros con la amenaza nuclear fue el muy célebre Mighty Mouse, publicado primero por Marvel y luego por St. John. Por ejemplo, en Mighty Mouse 3 (primavera de 1947), unos gatos malvados roban los planos para construir una nave atómica con la que pretenden destruir Terrytown: “Menace of the Atomic-Powered Rocket Ship” fue escrita por Stan Lee y tiene un grafismo de lo más interesante. De ese mismo año, pero ya en la cabecera Terry-Toons Comics de St. John, más concretamente en su número 63, es “Prospecting For Trouble”, la historieta dibujada por Connie Rasinski, que combina una extraña ambientación de western y el robo de uranio. Y también el número 72 (febrero de 1949) ofrece un episodio que lidia con lo atómico como arma mortal: “The Atomic Mouse Trap”.

Por su parte, The Black Terror se topa con la amenaza de un puñado de bombas nucleares en “Threat of the Atomic Platter”, dibujada por Ralph Mayo en el número 22 de America’s Best Comics (junio de 1947, publicado por Pines). El Aquaman de John Daly cae junto a una bomba atómica en la primera viñeta de “Operation Justice”, publicada por DC en el número 122 de Adventure Comics (noviembre de 1947), que se abre con el texto: «En la mañana del 1 de julio de 1946, un B-29 rodea un pequeño atolón rodeado por 73 barcos. El mundo recibe el mensaje por radio: ¡Bomba lanzada, bomba lanzada y cayendo! ¡Y la primera bomba atómica se ha arrojado sobre Bikini! En ese estallido, la vida de un hombre pasa por sus ojos, pero es demasiado tarde». Y el episodio “The Television Spies”, de la elegantísima etapa de Phantom Lady atribuida a Matt Baker, incluido en el número 10 de All Top Comics (marzo de 1948, publicado por Fox), versa sobre unos granujas que tratan de hacerse con los planos de la bomba atómica.

En “A Superman of Doom!”, historieta publicada por DC en Action Comics 124 (septiembre de 1948), el Hombre de Acero lleva al espacio una especie de palé atómico que se ha descontrolado en una planta nuclear. Ya en el abismo interestelar y más allá de la gravedad terrestre, una viñeta nos muestra el hongo nuclear, con los siguientes textos de apoyo: «¡Abruptamente, el montón atómico explota en un increíble cataclismo de poder que casi sacude el sistema solar! ¿Podrá Superman sobrevivir a la terrible explosión atómica, a este Hiroshima en el espacio?». Y sí que sobrevive, pero se vuelve radiactivo y mortífero para animales, plantas y todo aquello a lo que se acerca en su regreso a la Tierra. Obviamente, esto no le impedirá ingeniárselas para atrapar a los bandidos de turno. Al final, se cubre con un traje de plomo que logra absorber la radioactividad y devolverlo a su estado normal.

Antes de seguir adelante[21], quiero llamar la atención sobre el hecho de que la gran mayoría de los ejemplos citados están fechados a finales de la década de 1940 y hablan del peligro de la energía atómica en sí misma, desde una visión, digamos, humanista y sin recurrir a un enemigo concreto o a la situación de tensión con el bloque del Este propia de la Guerra Fría. Los villanos de estas historietas son bandidos, ladrones, mafiosos que buscan sacar tajada[22], y solo Captain Marvel nos muestra abiertamente los efectos de una guerra nuclear o reflexiona sobre el miedo colectivo.

Para principios de la década de 1950, en el corazón de la Edad Atómica, el interés por los motivos nucleares se había atemperado, pero volvió a inflamarse cuando «la guerra fría y la guerra de Corea en particular puso a la amenaza roja firmemente en el mapa» (Roach, 2004: 42). Y esta segunda ola tuvo matices diferenciales, pues expresaba la amenaza de un enemigo concreto, tanto como el miedo y la paranoia de la sociedad estadounidense ante la posibilidad de que se desatase la guerra definitiva con el lanzamiento de las bombas atómicas por parte de ambos bandos. Para empezar, los nuevos personajes radiactivos ya no eran héroes, sino villanos:

[Ciertos títulos apocalípticos] reflejaron la histeria y la paranoia de principios de los cincuenta, e inevitablemente los superhéroes se vieron mezclados en todo ese barullo. A diferencia de los cómics de la década anterior, esta vez los que aparecieron fueron villanos atómicos, tales como Radioactive Man, enemigo de Doll Man, el Mr. Fission de Plastic Man o el Living Fuse de Airboy (Roach, 2004: 42)[23].

Portada de Plastic Man #32 (XI-1951).

El tema propagandístico se pone de manifiesto en el número 58 de Blue Beetle (abril de 1950): el que fue uno de los personajes estrella de Fox frustra los planes de un par de villanos llamados Ivan y Frederick, empeñados en robar los planes del generador atómico diseñado por el profesor Bulwer. Este le confiesa a Dan Garret, el policía que pelea secretamente contra el crimen como Blue Beetle: «Estoy realizando un importante trabajo atómico para el gobierno que los poderes extranjeros querrían detener». Y cuando el héroe enmascarado propina un gancho de izquierda a uno de los malandrines, también le espeta: «¡Y este es el golpe final lanzado contra los enemigos de la libertad, los enemigos de América!».

Muy cerca del final de su trayectoria inicial, la Justice Society of America, el supergrupo por excelencia de la Edad de Oro, se enfrentaría a “la guerra más extraña de todos los tiempos” en “The Secret Conquest of the Earth!”. Sucedió en el número 52 de All-Star Comics (abril-mayo de 1950, publicado por DC), y la historieta de John Broome, Irwin Hasen y Art Peddy tematiza una posible tercera guerra mundial en un argumento que incluye un corrupto partido político del sudeste europeo, hipnosis y manipulaciones mentales, una plataforma de misiles atómicos listos para lanzarse sobre cuatro países distintos y una terrible explosión nuclear en el clímax final.

Volviendo a Wonder Woman, hasta tres episodios de comienzos de los años cincuenta combinarán la cuestión nuclear con la amenaza comunista o el riesgo de una guerra global. El primero de ellos, “The Monarch of the Saragasso Sea!”, publicado en el número 44 (noviembre-diciembre de 1950), y obra de Robert Kanigher y Harry Peter, tiene como villano a un dictador submarino de indumentaria militar (con mandíbula cuadrada y casaca roja) que ha robado durante años “los modernos instrumentos de guerra de todas las naciones” y cuyos espías “han aprendido las debilidades en las defensas de cada país”. El personaje en cuestión, Master De Stroyer, confiesa a sus lugartenientes: «¡Tenemos suficiente munición para empezar la guerra con nuestro primer objetivo: América! ¡Solo una cosa me preocupa! ¡La bomba atómica! Nuestros agentes están trabajando duro en América para averiguar el secreto de su construcción. ¡Una vez que lo obtengamos, el mundo estará a nuestra merced!». Y casi logra robar un motor atómico que le habría permitido llevar a cabo sus planes. En el número 57 (enero-febrero de 1953), del mismo equipo creativo, es el reino sumergido de Atlantis el que declara la guerra a la humanidad cuando descubre que los terrestres disponen de submarinos atómicos, un arma demasiado poderosa como para dejarla pasar. “Vengeance of the Undersea Empire!” se llama el episodio, y tiene algún que otro momentazo, como la panorámica aérea de la ciudad invadida repentinamente por la vegetación. Y “The War That Never Happened!”, en el número 60 (julio-agosto de 1953), también de Kanigher y Peter, nos muestra cuál sería el destino de la Tierra tras una devastadora guerra atómica. Aquí, la superheroína viajará diez años en el futuro, hasta 1963, para detener el conflicto e impedir el retroceso de la humanidad a la barbarie.

Pero, seguramente, el personaje que mejor encapsula los temores de esta época es Marvel Boy, precisamente uno de los pocos que debutó en estos años:

Marvel Boy fue un personaje publicado en 1950 y 1951, justo cuando comenzó el periodo editorial de Martin Goodman conocido como Atlas Comics. Creado por el artista Russ Heath y un escritor no identificado, probablemente con alguna ayuda de Stan Lee, fue un superhéroe con sabor de ciencia ficción o un héroe de ciencia ficción similar a los superhéroes. Como tal, sirvió de figura de transición entre el periodo de Timely Publications, dominado por los superhéroes, y la era Atlas[24], de mayor amplitud de géneros (Booker, 2014: 246).

Aunque la trayectoria del personaje se limitó a seis números (dos de la cabecera Marvel Boy, que, a partir del número 3 pasaría a llamarse Astonishing), sus historietas reflejaron fielmente la paranoia de esos años:

Varias historias trataron de invasiones extraterrestres o alienígenas hostiles que se infiltran en la sociedad humana. Esta última clase era similar a las historias anticomunistas, que a menudo mostraban a simpatizantes americanos, ingenuos o equivocados, que acaban dándose cuenta de su error. El terror rojo estaba en marcha y Corea del Norte había invadido el sur en junio de 1950, pocos meses antes del debut de Marvel Boy, lo que haría del comunismo un tópico usual (Booker, 2014: 247).

Portada de Astonishing #5 (VIII-1951).

En lo que respecta a la cuestión atómica, queda ilustrada perfectamente en la historieta “Caves of Doom”, del número 5 de Astonishing (agosto de 1951), de un colosal Bill Everett (que escribe, dibuja a lápiz, entinta e incluso rotula las páginas). Un científico alienígena se establece en el Gran Cañón para desarrollar el arma que lo proteja de las consecuencias de una posible guerra global contra la Tierra. Un hongo nuclear y bombas anti-radiación son algunos de sus motivos argumentales. El propio Everett firmó la última etapa del personaje Venus, también de Marvel, dejando para el recuerdo algunas de las páginas más hermosas de la Edad Atómica, y no me puedo resistir a citar el episodio “Tidal Wave of Terror”, publicado en Venus 18 (febrero de 1952). La diosa superheroína se enfrenta aquí a Neptunia, la hija del mismísimo Neptuno, que arrasa la costa Este estadounidense con olas gigantes, en venganza por la muerte de su padre, causada por las explosiones atómicas en Bikini y Eniwetok.

Recupero ahora el cómic de la Marvel Family que mencioné antes. Se titula “The Marvel Family Battles the Atomic Crimes”, es obra de Otto Binder y Pete Costanza y apareció en el número 76 de The Marvel Family (octubre de 1952, publicado por Fawcett). «¡La larga lucha ascendente de la civilización ha conocido la Edad de Piedra, la Edad de Bronce, la Edad del Acero (sic), la Edad de la Razón y ahora, al otro lado de la esquina, espera la Edad Atómica!», así comienza esta historieta en tres partes. La cosa va de unos misteriosos duendecillos verdes que tienen origen extraterrestre y parecen un trasunto de agentes comunistas. Los bichos en cuestión manipulan la planta de energía atómica llamada “Operación Átomo”, con intención de apoderarse de ella y poder así fabricar armas nucleares con las que traficar. Por fortuna, los Marvel están atentos y lo impiden (y de paso impiden una explosión atómica como la que se nos muestra en la splash page inicial). Como es habitual en los cómics de esta singular familia de superhéroes, la historia termina en tono optimista: “¡Las investigaciones atómicas en tiempo de paz pronto llevarán al mundo a la gran Edad Atómica!”. Hubiera estado bien.

En 1954, ya en la frontera entre la Edad Atómica y la Edad de Plata, y como parte del breve relanzamiento de sus superhéroes clásicos, la editorial luego conocida por Marvel nos dejó varios ejemplos explícitos de esta asociación energía atómica-comunismo que caracterizaría los años siguientes de la Guerra Fría. Así, en el número 36 de The Human Torch (abril de 1954), en su primera historieta, Joe Gill y Dick Ayers nos presenta una pistola atómica de rayos que los soviéticos planean vender como juguetes a los niños estadounidenses y que “destruiría el equilibro de poder mundial y convertiría nuestro país en un esclavizado estado soviético”. Y en el número 38 (agosto de 1954), último de la serie, escrito por Hank Chapman y dibujado por Ayers, vamos directamente a la guerra de Corea. Allí, Human Torch impedirá que los comunistas se hagan con un cañón atómico. Captain America no se quedó atrás, y en el número 77 de Captain America (julio de 1954), Don Rico y un primerizo John Romita son los responsables de “You Die At Midnight!”. Aquí, un hombre tiene que robar los planos de un ingenio atómico que sirve de motor en los barcos de guerra y entregarlo a los espías comunistas si no quiere que estos maten a su hijo ciego, pero el superhéroe, en su etapa de commie smasher, no solo frustrará las intenciones de los malvados, sino que logrará, de manera casual, devolver la vista al niño.

Portada de Captain Flash #1 (XI-1954)

Por último, les citaré unos ejemplos de dos personajes de nuevo (y brevísimo) cuño. El primero es Captain Flash, dibujado por Mike Sekowsky para la editorial Sterling. En el episodio “The Iron Mask”, contenido en el número 1 de Captain Flash (noviembre de 1954), mientras nuestro protagonista, el profesor Keith Spencer (alias Captain Flash), «está dando su lección semanal de ciencias para niños en la planta de energía atómica», en la pared situada a su espalda se escribe de la nada un inquietante mensaje firmado por el villano The Iron Mask: «¡A las grandes mentes del laboratorio! ¡Una bomba de hidrógeno con radiaciones enmascaradas está escondida en la ciudad! ¡Tenéis 24 horas para encontrarla!». La historieta presenta diversos escenarios y personajes fantásticos que recuerdan la odisea del propio Ulises, y Sekowsky hace un trabajo destacable en tan solo seis páginas.

El segundo es The Avenger, de Magazine Enterprise, otro commie smasher, cuya creación es atribuida a Gardner Fox y Dick Ayers y que contó, además, con la intervención gráfica del soberbio Bob Powell. En el número 1 de The Avenger (febrero-marzo de 1955), con guion de Paul S. Newman y dibujos de Ayers, el héroe tiene que recuperar el misil atómico Pegasus III, perdido en medio del Pacífico, antes de que se hagan con él los soviéticos que despegan de un aeropuerto del sudeste de China. El misil finalmente explota, pero The Avenger consigue escapar navegando a lomos de una tortuga... Y luego captura a los espías y quema las fotos y planos secretos que estaban en su poder. “Death Has Three Faces!” es el nombre del episodio en cuestión. Y en el número 2 (abril-mayo de 1955), este sí de Gardner Fox y Powell, figura “The Sea Monsters”, donde aparecen agentes extranjeros y un invento que libera bombas atómicas bajo el mar, al paso de barcos o submarinos.

 

Conclusión

Como hemos podido ver, en los años posteriores a la segunda guerra mundial, la energía atómica se instaló en el género de superhéroes de manera significativa. Unas veces, sobre todo al principio de este periodo que algunos investigadores denominan Edad Atómica, se materializó en forma de motivos benignos, formando parte del origen y el nombre de determinados superhéroes, que no llegaron a cuajar en aquellos años de decadencia del género, o como una fuerza de progreso que podría conducir a la humanidad a un futuro mejor. Otras, las más numerosas, los creadores apelaron a su poder destructor, como reflejo de la catástrofe ocasionada por el lanzamiento de las bombas atómicas, el miedo a la radiación y la paranoia generada con el principio de la Guerra Fría, cuando “la amenaza comunista” abrió la posibilidad de una nueva guerra nuclear, de imprevisibles consecuencias.

En la lógica del aficionado a los cómics, el desarrollo del género está dividido en etapas, y se habla de estas como cotos cerrados, aunque la realidad es un continuo. Todos estos motivos aparecidos en la década de 1940, se mantuvieron vivos durante la de los cincuenta y estallarían en la de los sesenta, con el apogeo de la Guerra Fría y merced a la aparición de personajes de éxito masivo como Spider-Man o Hulk, pero eso es otra historia.

 

Referencias bibliográficas

BOOKER, M. Keith (ed.) (2014): Comics Through Time. A History of Icons, Idols and Ideas. Santa Barbara: Greenwood.

COOGAN, Peter (2006): Superhero. The Secret Origin of a Genre. Austin: MonkeyBrain Books.

GABILLIET, Jean-Paul (2010): Of Comics and Men. A Cultural History of American Comics Books. Jackson: University Press of Mississippi.

LUPOFF, Dick (1961): “Re-Birth”, Comic Art, 1, p. 2-6.

QUATTRO, Ken (2004): “The New Ages. Rethinking Comic Book History”. Disponible en línea en https://web.archive.org/web/20150905115607/http://www.comicartville.com/newages.htm.

ROACH, David A. (2004): The Superhero Book. The Ultimate Encyclopedia of Comic-Book Icons and Hollywood Heroes. Canton: Visible Ink Press.

SCHELLY, Bill (2013): American Comic Book Chronicles: The 1950s. Raleigh: TwoMorrows Publishing.

 

NOTAS

[1] Según reza en el glosario de Comics Through Time: «Comic Book. A diferencia de las tiras de cómic, que son generalmente pequeños segmentos de arte secuencial que aparecen en periódicos o revistas (o, más recientemente, online), un comic book es un trabajo autónomo de arte secuencial en el que una serie de paneles ilustrados se usan para transmitir una narrativa o información. La publicación no suele exceder unas pocas docenas de páginas y está típicamente encuadernada con grapas, presentando una cubierta (usualmente a todo color) que suele ser de mayor calidad que el papel interior. Los comic books se derivaron de las tiras de cómic a principios de la década de 1930 y sus primeros contenidos fueron simples colecciones de tiras publicadas previamente» (Booker, 2014: 1854).

[2] También en la cronología, se dice: «1938 El Superman de Siegel y Shuster debuta en el número 1 de Action Comics, iniciando la Edad de Oro de los cómics de superhéroes y desatando una fiebre por los superhéroes que dominaría los comic books durante la siguiente década» (Booker, 2014: xli).

[3] En Action Comics 1 (junio de 1938), publicado por DC. La fecha indicada entre paréntesis es la que aparece impresa en cubierta que, como es bien sabido, en el mercado estadounidense no suele coincidir con la fecha real de publicación (normalmente anterior).

[4] En el número 4 de la cabecera Showcase (septiembre-octubre de 1956), editada para DC por Julius Schwartz (si bien el editor acreditado fue Whitney Ellsworth), se presentó una nueva versión del superhéroe clásico Flash, a cargo del guionista Robert Kanigher y el dibujante Carmine Infantino, primero de una serie de actualizaciones de los personajes de la Edad de Oro que acabarían propiciando el resurgimiento del género en la década de 1960. Y no es momento aquí de discutir estos asuntos, así que me limitaré a citar la siguiente reflexión que lo explica con bastante claridad: «La introducción de una versión modernizada de Flash en Showcase 4 tiene más valor como símbolo retrospectivo que como un evento en sí mismo. Para empezar, el primer superhéroe de la nueva generación apareció cuatro meses antes que Flash: fue J’Onn J’Onzz, the Manhunter of Mars, protagonista de una discreta historia de complemento al final del número 225 de Detective Comics (noviembre de 1955). El nuevo Flash no fue una sensación de la noche a la mañana: dos años tuvieron que pasar hasta que se le concedió su propia cabecera. Fue realmente un evento menor según los estándares anteriores a 1955, cuando cualquier nuevo género era inmediatamente adoptado por los competidores» (Gabilliet, 2010: 52).

[5] Las detonaciones de las primeras armas nucleares en el desierto de Nuevo México y el lanzamiento de la bomba atómica sobre suelo japonés sucedieron en el verano de 1945. Y la Guerra Fría es el periodo de enfrentamiento, en distintos ámbitos y a distintas escalas, entre los bloques capitalista y socialista conformados con el fin de la Segunda Guerra Mundial.

[6] Les recuerdo que, en 1953, Julius y Ethel Rosenberg fueron juzgados culpables (y luego ejecutados) de vender a la Unión Soviética la información clasificada que le habría permitido construir la bomba atómica.

[7] Una traducción más ajustada sería “Edad del Átomo”, puesto que el original inglés es “Atom Age”, pero me permito usar “atómica” para sintonizarla con el término cultural, de mayor calado.

[8] Cuya marca visible es el sello de aprobación de la Comics Code Authority (estamento de la Comics Magazine Association of America creada en 1954) que los tebeos empiezan a lucir en cubierta a partir de 1955. Con esta herramienta de autocensura, la industria calmó las críticas y evitó una intervención directa por parte del gobierno estadounidense.

[9] Definir qué es un superhéroe también excede los límites de este artículo, pero, para el que quiera iniciarse en el debate, puedo recomendar, por ejemplo, la lectura del libro Superhero. The Secret Origin of a Genre, de Peter Coogan.

[10] Y, de hecho, lo resolvieron antes que nadie: Superman llevó a Hitler a los tribunales en 1940 (en la célebre historieta “How Superman Would End the War”), publicada por la revista Look; Captain America y Daredevil (el de la editorial Lev Gleason) se enfrentaron al dictador en 1941, el grueso de los superhéroes del momento se alistó para acabar con la amenaza nazi y los hubo como los Blackhawk (una cabecera bélica de Quality que posee no pocos puntos de contacto con el género) que hicieron de ello el argumento principal de sus aventuras.

[11] Con la creación de personajes como el nuevo Green Lantern (1959) o la Liga de la Justicia de América (1960) por parte de DC, que llevaba desde 1956 probando a revivir su catálogo de superhéroes, adaptándolo a los nuevos tiempos, así como con la consiguiente explosión del universo Marvel (1961 en adelante).

[12] Me refiero, claro está, a Adventures of Superman (1952-1958).

[13] Según el registro de copyright que se cita en la Grand Comics Database, la fecha de salida fue el 12 de agosto de 1946, o sea, casi exactamente un año después del lanzamiento de las bombas sobre Japón.

[14] Antes del desarrollo de la energía atómica con intenciones bélicas durante la segunda guerra mundial, son contadas las ocasiones en las que el género recurre a este tema. Por poner algunos ejemplos, se nombra un bombardero atómico en Flash Comics 1 (enero de 1940), publicado por DC; un desintegrador atómico en Action Comics 21 (febrero de 1940), también de DC; un generador atómico en The Flame 1 (verano de 1940), de Fox; un acelerador de partículas en USA Comics (verano de 1942), de Marvel; y el origen de personajes como The American Crusader, cuyo debut ocurrió en el primer número del volumen 7 de Thrilling Comics (agosto de 1941), de la editorial Pines, guardan relación con este ámbito (en su caso, los poderes son fruto de la reordenación de los átomos en un acelerador de partículas). No dejan de ser motivos aislados. A veces, la terminología ni siquiera presenta matices sensacionalistas. Así, por ejemplo, The Atom, el personaje de la JSA de DC que debutó en All-American Comics 19 (octubre de 1940), inicialmente era solo un tipo duro de corta estatura, de ahí su nombre. Solo a partir del número 41 de la misma cabecera (junio-julio 1948), cuando paró un camión de un imposible puñetazo, comenzaría a mostrar poderes sobrehumanos, haciendo honor a la fuerza irresistible que ahora se asociaba a lo atómico.

[15] Aprovecho la nota para recomendar la lectura de las seis páginas y media de Atoma, el personaje creado por Bob Powell en el número 15 de Joe Palooka Comics (diciembre de 1947), de la editorial Harvey. Es el try-out de un serial que, por desgracia, no llegó a arrancar, y no se trata de superhéroes, sino de ciencia ficción, pero nos habla de un futuro con artilugios atómicos portátiles y es una de esas raras lecciones narrativas de Powell que dejan al lector con la boca abierta.

[16] Para los fanáticos de los datos, la segunda de ellas, publicada en el número 8 del volumen 2 de Headline (julio-agosto de 1946), contó con tintas de Bernie Krigstein.

[17] Lema de la cubierta del primer y único número de The Atomic Thunderbolt (febrero de 1946), publicado por Regor Company.

[18] Sí, es “atomic” al revés.

[19] El siguiente de esta tanda de animales atómicos de Charlton sería Atom the Cat, aparecido en 1957.

[20] Curiosamente, el número 21 siguió al 19, pues la cabecera se canceló y siguió brevemente como Young Allies 20, antes de volver a aparecer en quioscos como All-Winners Comics 21.

[21] Hablando de bomba atómica y superhéroes, una rareza es el primer y único número de Atomic Bomb Comics (1946), de la editorial Gerona. El título de la cabecera no puede ser más explícito, y aparece un tal Captain Wizard en cubierta volando al encuentro de un maleante enmascarado que tiene a una chica como rehén. ¿Quién es este Wizard y qué relación guarda con lo atómico? Nunca lo sabremos porque no asoma en el interior. No creo que tenga suficiente relevancia para incluirlo en la revisión, pero tampoco quería dejar de mencionarlo.

[22] Quizá el enemigo de Blonde Phantom, Signor Korte, tenga matices políticos, pero, si bien no llegan a explicitarse, parecen apuntar más a un resto del nazismo que a otra cosa.

[23] Radioactive Man debuta y muere en el número 44 de Doll Man (febrero de 1953), de la editorial Quality. Mr. Fission se presentó en el número 32 de Plastic Man (noviembre de 1951), también de Quality. Y Living Fuse hizo lo propio en el número 3 del volumen 8 de Airboy (abril de 1951), publicado por Hillman.

[24] Timely y Atlas son etiquetas de la futura editorial Marvel.

Creación de la ficha (2022): Félix López
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
JAVIER FERNÁNDEZ (2022): "Motivos atómicos en el cómic de superhéroes de la edad atómica", en Tebeosfera, tercera época, 21 (14-XI-2022). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 13/XII/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/motivos_atomicos_en_el_comic_de_superheroes_de_la_edad_atomica.html