OESTERHELD - PACO URONDO: LA PALABRA JUSTA
FERNANDO ARIEL GARCÍA

Resumen / Abstract:
Estudio sobre el homenaje póstumo que el historietista H.G. Oesterheld brindó al poeta Francisco 'Paco' Urondo
OESTERHELD – PACO URONDO: LA PALABRA JUSTA
 
Héctor Germán Oesterheld, guionista del El Eternauta, homenajeó al poeta y periodista Francisco “Paco” Urondo en una de sus últimas historietas. Publicada entre 1978 y 1979, cuando ambos escritores habían muerto enfrentando a la dictadura militar, Wakantanka corporizó, en un indio chippewa, el espíritu de lucha que movilizó a una generación.
 
Mendoza, 17 de junio de 1976, pasadas las seis de la tarde. Los policías se acercaron al Renault 6 que, aunque lo intentara con todas sus fuerzas, no pudo escapar de la persecución. Sentado al volante, Francisco “Paco” Urondo, muerto. Minutos antes, el poeta obsesionado con la palabra justa había tragado la pastilla de cianuro que siempre llevaba encima. La misma que la Conducción de Montoneros recomendaba ingerir para evitar la captura con vida.
 
Al enterarse de la noticia en su refugio clandestino, Héctor Germán Oesterheld empezó a hilar su próximo trabajo, una historieta que le rindiera homenaje al compañero caído. ¿Un personaje que le hiciera justicia a la humanidad de Paco? No, más que un personaje, una fuerza viva de la naturaleza. “El gran espíritu de la guerra justa, de la muerte necesaria”, escribió. Urondo y Oesterheld. Dos de los más grandes intelectuales que tuvo la Argentina. Poeta y periodista uno, guionista de historietas el otro. El autor de La patria fusilada y el creador de El Eternauta.
 
Cultores de su profesión como herramienta revolucionaria, sostuvieron con el cuerpo lo que dijeron con la boca. Consustanciados con el proyecto de Montoneros, conjugaron vida y obra en un indivisible verbo militante. Se encontraron en la redacción de Noticias, el diario dirigido por Miguel Bonasso, alrededor de 1974. Urondo como Secretario de Redacción y Responsable Político, Oesterheld como guionista de la tira La guerra de los Antartes, que firmaba bajo el seudónimo de Francisco G. Vázquez.
 
No se sabe si llegaron a hacerse amigos, pero queda claro que forjaron una entrañable camaradería y afianzaron el respeto mutuo que se profesaban como artistas y como personas. Juntos, ya en la clandestinidad y en beneficio de la causa, soñaban con montar un equipo de escritores que pudiera replicar las ideas político-culturales de la organización en diarios y revistas, espacios radiales y televisivos, largometrajes cinematográficos documentales y de ficción. En eso estaban trabajando cuando, el 24 de marzo de 1976, Videla, Massera y Agosti encabezaron el Golpe de Estado.
 
Urondo no atravesaba el mejor momento de su relación con Montoneros. La Conducción estaba descontenta por el estilo periodístico que le había impuesto al clausurado Noticias, popular pero no populista, siempre intentando nivelar hacia arriba. Y además, había iniciado una nueva relación sentimental, sin cortar la anterior, con una mujer 18 años menor que él. Una clara infracción al artículo 16 del Código Montonero, que penalizaba la infidelidad conyugal, agravada en esta ocasión con el nacimiento de una hija.
 
Para mayo de 1976, los dirigentes mendocinos de Montoneros habían caído presos. Se hacía necesaria una reorganización de los militantes y la Conducción estimó que la persona ideal para ese trabajo era Urondo. Sus amigos coincidieron en dos puntos. Enviarlo a Mendoza implicaba colocarlo en una posición sumamente vulnerable frente a la complejidad de las fuerzas que estaban en juego. Era un castigo por su relación extramatrimonial. Sabiendo esto, Urondo fue igual. Y pasó lo que pasó.
 
Los Grandes Lagos de Norteamérica, al sureste de Canadá y el noroeste de los Estados Unidos, durante la guerra anglofrancesa del siglo XVIII. La cultura nativa más importante de la zona corresponde a la tribu Chippewa. Y ese es el marco elegido por Oesterheld para Wakantanka, la historieta que Juan Zanotto ilustrará para Editorial Record, responsable de las revistas Skorpio y Tit-Bits, entre otras.
 
En el primer episodio, el joven Nakai comete un pecado imperdonable para la tribu. Tiene relaciones sexuales con la mujer de otro guerrero. Ha roto el código implícito de convivencia y el castigo que se le impone es ejemplificador y terminante: El Anzai, el destierro. “Nunca más el calor del campamento chippewa -piensa Nakai-, calor en la piel y en el corazón. Nunca más la alegría, la risa compartida. O la lágrima”. Siendo el mejor de la tribu, poseedor del espíritu Wakantanka, el de la guerra justa y la muerte necesaria, Nakai parte hacia su destino de soledad, sangre y fuego.
 
Oesterheld fue secuestrado por la Dictadura en abril de 1977. Se supone que lo asesinaron en algún momento de 1978 y sus restos continúan desaparecidos. Los últimos capítulos de Wakantanka fueron guionados por Carlos Albiac. El cómic se publicó, íntegramente, en la revista Tit-Bits entre 1978 y 1979. Fue compilado en libro, tanto en Italia como en la Argentina.
 
Hace muchísimos años, dos hombres caminaban por la pradera. Mientras avanzaban, uno le dijo al otro: “Crucemos la colina hacia el oeste”. Así lo hicieron. Y se encontraron con otra colina idéntica a la anterior. Cruzaron la segunda colina y se les apareció una tercera, también idéntica. Estuvieron así todo el día. A una colina le seguía otra. Y otra. Cansados, decidieron detenerse. “Ves, le dijo uno al otro, este es Wakantanka”.
 
Tanto los chippewas como los sioux utilizan esta historia para intentar definir el significado de Wakantanka, un vocablo que los blancos redujeron al más comprensible y manejable sinónimo de “Dios”. Los nativos insisten en que Wakantanka es mucho más, una idea que representa el diálogo entre el hombre y la naturaleza, porque la tierra, los árboles y el agua están vivos; y sus lecciones sólo se aprenden mediante experiencias espirituales. Experiencias que nunca son individuales, sino colectivas. Y con una cuota de misterio, porque el Gran Espíritu es una pregunta sin respuesta. Para ellos, el hombre forma parte del ciclo de la vida. Lo nutre y modifica con sus acciones. Lo importante es trascender la individualidad y asumirse como responsable por el funcionamiento del todo. Tener la fuerza y la entereza suficientes para cruzar la colina, aún sabiendo que al otro lado nada va a cambiar. Pero esperando cambiarlo en el camino.
 
“Empuñé un arma porque busco la palabra justa”, dijo Paco Urondo. Oesterheld la encontró. Era Wakantanka. Y se la ofreció.
Creación de la ficha (2008): F.A. García, con edición de Javier Mora Bordel
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
FERNANDO ARIEL GARCÍA (2006): "Oesterheld - Paco Urondo: La palabra justa", en Tebeosfera, segunda época , 1 (1-I-2006). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 15/XII/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/oesterheld_-_paco_urondo_la_palabra_justa.html