POR AMOR A LOS TEBEOS. QUIENES LOS VALORAN
REDACCIÓN DE TEBEOSFERA

Title:
For the love of comics. Those who value them
Resumen / Abstract:
Declaraciones de un grupo de personalidades de la cultura española sobre su aprecio a la historieta, en respuesta a la convocatoria de Tebeosfera con motivo de la celebración del Día del Cómic, el 17 de marzo de 2023 / Statements by a group of Spanish cultural personalities on their appreciation of comics, in response to the call by Tebeosfera for the celebration of Comic Book Day on March 17, 2023.

POR AMOR A LOS TEBEOS. QUIENES LOS VALORAN
En el Día del Cómic, un grupo de personalidades de la cultura española confirman su amor por la historieta

 

Los tebeos han sido una parte importante de la cultura española desde hace décadas, han formado parte de nuestra educación y nuestro bagaje cultural. Por eso, hemos querido consultar a un grupo de personalidades de la cultura (escritores, periodistas, actores, directores de cine, artistas), para conocer cuáles fueron sus primeros contactos con la historieta, indagar la influencia que el cómic tuvo en su desarrollo vital y profesional, y saber también si abandonaron la lectura de tebeos en su transición a la edad adulta, o si por el contrario han continuado con la lectura de cómics hasta el presente.

 

MIQUEL ICETA. Ministro de Cultura y Deporte

Recuerdo que, siendo muy pequeño, mis abuelos me regalaron una suscripción a Cavall Fort, una revista infantil, en catalán, que supuso mi primer contacto con el cómic o el tebeo, como decíamos entonces. Una publicación que nació bajo el franquismo y que todavía sigue existiendo. Creo que es un buen ejemplo de la calidad de nuestras revistas.

Portada de Cesc para el nº 37 de Cavall Fort (XII-1964).

Sin embargo, lo que yo siempre he sido es muy tintinófilo. Sigo releyendo de vez en cuando algún Tintín. Títulos como El secreto del Unicornio; El loto azul; El cetro de Ottokar o El templo del sol marcaron mi infancia y juventud. Milú, el intrépido reportero o el capitán Haddock me engancharon definitivamente a los cómics. De hecho, todavía de vez en cuando releo alguno de ellos. ¡Los tengo todos!

Más tarde me aficioné a los Astérix y a la poción mágica del druida Panorámix, con Obélix, los galos, los romanos y compañía. Pero entonces descubrí el cómic que, probablemente, es el que más me guste de todos: Corto Maltés, creado por el gran dibujante Hugo Pratt. ¡Qué grandes viajes he vivido en compañía de este marino intrépido, romántico, fantasioso, culto y, sobre todo, dotado de un exquisito sentido del humor! Aprendí mucho con esta colección de cómics.

Otras de mis grandes debilidades son los títulos japoneses, entre ellos me gusta especialmente La cantina de medianoche, de Yaro Abe. Y si hablamos de cómics contemporáneos, no puedo dejar de nombrar a Paco Roca, Premio Nacional del Cómic en 2008, y en especial El tesoro del Cisne Negro, que nos contó cómo el empeño de los servidores públicos del Ministerio de Cultura logró recuperar un tesoro expoliado por una empresa privada de EE UU.

Pues sí, me apasionan los cómics, creo que son cultura y de la buena. Y por ese motivo, porque consideramos a los tebeos y a los cómics cultura de primera, en julio del año pasado, desde el Gobierno, acordamos declarar el 17 de marzo Día del Cómic y del Tebeo. Un reconocimiento al valor del cómic y del tebeo, al peso de su historia y su importancia en el contexto actual, su diversidad, creatividad y calidad. Una medida con la que, además, queríamos ofrecer apoyo a un sector y a unos profesionales que juegan un papel fundamental atrayendo a nuevos y jóvenes lectores y fomentando el gusto por la lectura.

Por todo ello, no puedo estar más contento de que me hayáis invitado a compartir con vosotros la importancia que el cómic y el tebeo han tenido en mi formación como lector y, por supuesto, como persona. ¡Muchas gracias y feliz Día del Cómic y del Tebeo!

Portada de Paco Roca para El tesoro del Cisne Negro (2018).

 

FERNANDO SAVATER. Escritor y filósofo

Me es difícil recordar cuando los tebeos comenzaron a importar en mi vida porque no logro imaginar un momento de mi vida en que los tebeos no estuvieran presentes. Probablemente empecé a descifrarlos -leerlos sería mucho decir- a los tres o cuatro años y ahora, más de siete décadas después, sigo buscándolos y disfrutándolos con el mismo entusiasmo. Empecé, como es normal, por las revistas misceláneas del género, mayoritariamente humorísticas: el TBO que dio nombre al conjunto, Pulgarcito, el DDT, Pumby, Tres Amigos… Y naturalmente los de aventuras, mis preferidos: El Guerrero del Antifaz, El Cachorro, El Inspector Dan… junto a la aristocracia de la familia, El Capitán Trueno, El Jabato, El Cosaco Verde… Me gustaban mucho los que llegaban de más allá del océano: La Zorra y el Cuervo, El Gato Félix, Bugs Bunny, La Pequeña Lulú y mi preferido, Super Ratón. Por supuesto, la saga del oeste americano: Hopalong Cassidy, Roy Rogers, Gene Autry, Red Ryder…  Y El Capitán Marvel (Shazam! para los cultos), luego Superman. Y aún no hemos llegado a Tintín y Milú, con los que aprendí a leer en francés… ¿Ven? Estos son los nombres de los santos de mi paraíso. A ustedes la mayoría ni les sonarán, pero cuando muera quiero ir al cielo poblado por ellos. A ese Cielo y a ningún otro. Si faltan ellos, prefiero el infierno.

Portada del nº 1 de El Guerrero del Antifaz (1944), por M. Gago.

 

JOSÉ MARÍA CONGET. Escritor

Pasión por los tebeos

Me enseñó a leer mi madre, en dura competición con el hijo del médico del pueblo, de mi misma edad, a lo largo de un verano y en el balcón de la casa; en el de enfrente, la madre de mi rival advertía: “Manolico ya ha llegado a la ele”, y supongo que mi maestra me metía caña para no quedarnos atrás: “Pues Pepe ya está en la erre”. Así debió de ser, no lo recuerdo pero forma parte de la épica familiar que antes de cumplir cuatro años yo leía de carrerilla, azuzado por no perder el campeonato del catón y por el deseo, según me cuentan, de no necesitar que los adultos me explicaran las viñetas que ya me fascinaban. Mi recuerdo más antiguo es el de una tía mía contándome una página de El loco Carioco, que luego sería Carioco a secas. Y la primera historieta que leí a solas —pero seguro que la memoria remota me traiciona— fue una plana central del TBO, tal vez de Coll, en la que unos barrenderos pertrechados con manga de riego remojan de arriba abajo a una pobre transeúnte que resulta ser una bruja y convierte su utensilio de limpieza en una larga, sinuosa y agresiva serpiente.

Porada de Magos de la risa nº 17. Una aventura cómica de Carioco en "El tesoro embotellado", de Conti.

A partir de ahí los recuerdos de tebeos se solapan, incontables: en algunos casos conservo solo la emoción, un héroe enmascarado que huye de sus enemigos saltando de tejado en tejado, sin que haya logrado localizar al personaje, aunque sé que se trataba de un cuadernillo de gran tamaño; puedo evocar las sensaciones de excitación de otras historietas porque he conservado el tebeo original, como el que me regalaron al cumplir cinco años, Aventuras de la selva, un álbum con tapas en cartoné, con seis historias de safaris y exploradores que apenas terminaba volvía a devorar desde el principio. A un vecino y amigo, que había heredado dos tomos del Pulgarcito de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, le debo retorcerme de risa con Don Furcio Buscabollos, El repórter Tribulete (que en todas partes se mete), Carpanta, Leovigildo Viruta y todos los antihéroes del gran momento de Bruguera, y en especial el descubrimiento de que el terror proporciona placer si se integra en la ficción, me refiero, claro, al tétrico blanco y negro de El Inspector Dan de la Brigada Volante de Scotland Yard, mi historieta favorita hasta el deslumbramiento de El Capitán Trueno, a los ocho años. Y tantas viñetas sueltas que quedaron impresas en el museo de la memoria: el Cachorro enterrado en la arena de una playa por donde circulan cangrejos gigantes y hambrientos, el combate con centauros de Purk, el hombre de piedra, los vampiros de Nueva York en portada inolvidable de Aventuras del FBI… No había tebeo que no me interesara, no rechazaba los de hadas, los de tintes doctrinales en lo político o religioso, los que no entendía (aquel Ángel Audaz de las contraportadas de El Coyote) o los que se dirigían a lectoras mayores de cierta sofisticación, como Festival. Cuando se pusieron de moda unas blusas mambo, estampadas de historietas de Disney, yo seguía por la calle a los chicos que las llevaban para apreciar los dibujos; un pariente mío que trabajaba en la base americana me traía el suplemento dominical de cómics Stars and Stripes, que, aun sin saber palote de la lengua, yo repasaba una y otra vez tratando de descifrar qué les ocurría a Flash Gordon o Mandrake; creo que mi posterior interés en aprender inglés se debe tanto a poder disfrutar en original de su gran literatura como a penetrar al fin en la inmensa jungla de las tiras de prensa estadounidenses. Me faltó comer tebeos, porque olerlos los olía, y a ojos cerrados podía distinguir los valencianos de los barceloneses —el Guerrero y el Jabato, por ejemplo, se diferenciaban en muchos aspectos, pero lo que de inmediato los distinguía era su olor—, o los más escasos madrileños, por no mencionar los que procedían de México y cuyo perfume intenso asocio a lo habitualmente inalcanzable, ya que costaban cinco pesetas cuando los productos nacionales, tipo revista, no pasaban de las dos cincuenta.

Dicen que los amores primerizos son los más intensos. Yo tengo mis dudas, pero la frase es estrictamente verdadera si se refiere a mi amor por las viñetas, un amor sin celos, cansancio o despecho, resistente a la erosión del tiempo y de la rutina, siempre renovado y estimulante. Conforme los años van pasando factura de tantas cosas, hay algunas que permanecen inmutables: el gozo de la música, el cine en salas, las novelas de Galdós o de Dickens. Y los tebeos, un robusto enganche a la vida y, aparte de los afectos, a lo mejor que nos ha regalado la existencia.

Mis diez tebeos españoles preferidos:

  • “Satán vuelve a la tierra”, episodio de El Inspector Dan, de Rafael González y Eugenio Giner. En Pulgarcito.
  • “Tragedia en Oriente”, episodio de Cuto, de Jesús Blasco. En Chicos.
  • La familia Cebolleta, de Manuel Vázquez, en el DDT. Pero en realidad todos los personajes de humor de Bruguera en la década de los cincuenta del siglo pasado.
  • Las historietas de Coll en TBO.
  • El Capitán Trueno, aventuras de “Titlán el tirano” o “El conde Kraffa”, de Víctor Mora y Ambrós. Bruguera.
  • Apache, primera serie, de Luis Bermejo, con colaboración de José Ortiz. Editorial Maga.
  • Paracuellos, tres primeros álbumes, de Carlos Giménez. Random House Mondadori por ser la última edición
  • Historias de taberna galáctica, de Josep Maria Beà, Toutain o Glénat.
  • La casa, de Paco Roca. Astiberri.
  • El arte de volar, de Antonio Altarriba y Kim. Norma.

Si tuviera que añadir alguno, mencionaría Trazo de tiza, de Miguelanxo Prado, o Anarcoma, de Nazario, o Mis miedos, del olvidado Enric Sió, o El ladrón de pesadillas, de Puigmiquel, o unas docenas más.

 

MARUJA TORRES. Periodista y escritora

Mi infancia es los tebeos para chicos que leía en la barbería mientras les cortaban el pelo a mis primos: El Capitán Trueno, El inspector Dan… Algún Guerrero del Antifaz, pero me daba muy mal rollo. En casa compraban los tebeos de risa de Bruguera: Las Hermanas Gilda, Mortadelo y Filemón, Carpanta, con quien tanto nos identificábamos, Don Pío, El Botones Sacarino, y tantos, tantísimos. Yo entonces no sabía que los creadores de semejantes maravillas vivían tan cerca, no solo de nuestras vidas en aquellos años, que eso se intuía, sino geográficamente. Con el tiempo conocí a algunos. A Víctor Mora, tan buen buen buen ciudadano, que vivía cerca de Montserrat Roig.

Pero lo que verdaderamente fue mío y sólo mío fue Florita, un tebeo para relativamente modernas en el que las mujeres trabajaban, al menos como secretarias, se acicalaban para salir de noche y vivían aventuras. Allí estaban Belinda, las Hermanas Dolly…

Enfrente de mi casa, en la calle de la Unión, llena entonces de distribuidoras, un señor amable y compasivo me guardaba el Florita en cuanto llegaba.

No sé qué habría sido de mi sin esas viñetas, sin esas ventanas.

Portada de Florita nº 385 (1957).

 

ANDREU MARTIN. Escritor y guionista de cómics

No puedo decir cuál es el primer tebeo que me hipnotizó y me cautivó, como si ese momento se hubiera producido antes de tener uso de razón. Me veo enfermo, en cama, ese día que no había ido al cole, esperando la llegada de mi padre que seguro que se presentaba con tebeos de Bruguera. Me recuerdo en el comedor de casa de mi primo Alberto entusiasmado ante una historieta de Boixcar, leyendo en voz alta, casi a gritos, cuando un tanque de los suyos ilustraba el inicio de un contraataque. A una vecinita mía, de la que estaba secretamente enamorado, sus padres no le dejaban leer las Hazañas Bélicas y yo se las prestaba a escondidas. Ella las llamaba “Historias Bélgicas”. Y antes de los once años, cuando aún iba a la Academia Cuberes, me veo contando a mis compañeros una aventi del Inspector Dan (me encantaban: un asesino amenazaba a una persona que, para huir de él, se encerraba en una caja fuerte; el Inspector Dan vigilaba. De pronto, del interior de la caja salía un grito: «¡El asesino está aquí dentro!»). No podía saber que, años después, conocería al creador del Inspector Dan, Francisco González Ledesma y que él me pasaría el testigo para que yo escribiera episodios del Inspector Dan, que ilustraría Blasco. Y, por último, me recuerdo coleccionando con afán la colección de El Jabato, cada semana, a la salida del cole, también antes de los once años.

Portada de Giner para Inspector Dan nº 2 (1951).

Los recuerdos tiran unos de otros y, de pronto, cierro los ojos y me parece que el recuerdo más antiguo de mi placer ante un tebeo sea anterior a los seis años, antes de ir al colegio, en casa de una vecina de mi escalera que me acogía de vez en cuando y que tenía la colección completa de una publicación infumable y fascista de origen italiano: Kit el Pequeño Sheriff.

 

LUIS ALBERTO DE CUENCA. Escritor y filólogo

Yo creo que mi afición por los tebeos se pierde en la noche de mi tiempo. Tal vez la comadrona que me ayudó a salir del vientre de mi madre habría estado leyendo antes del parto un tebeo de Mis Chicas y me transmitió así la magia de las viñetas. Lo cierto es que nací con un tebeo en las manos.  

Portada de Mis Chicas nº 96 (1943), por Blasco.

Mis diez tebeos españoles favoritos (ahora, porque las listas de favoritos cambian 
continuamente). Los cito anárquicamente, sin orden de preferencias.

  • El Guerrero del Antifaz, de Gago.
  • El Capitán Coraje, de de Ayné y Macabich.
  • Revista Chicos.
  • Revista Mis chicas.
  • El Coyote, de José Mallorquí y F. Batet.
  • Rock Vanguard, de González Casquel y A. Guerrero.
  • Revista Pulgarcito.
  • Pumby, de Sanchís.
  • Pacho Dinamita, de Pedro y Miguel Quesada.
  • El Cachorro, de Iranzo.

Mañana o dentro de cinco minutos variaría la lista.

 

RAMÓN DE ESPAÑA. Escritor, periodista y crítico.

Si sigues leyendo cómics cuando te ha pasado la edad que la sociedad encuentra razonable para leer tebeos, puede que ello se deba a que te estás convirtiendo en un adulto infantilón o, lo más probable, lo que me pasó a mí y a mucha más gente, es que los cómics hayan crecido contigo y se hayan hecho mayores al mismo ritmo que tú. Esa es una suerte que tuvimos los de mi generación, ya que el inicio de nuestra adolescencia coincidió con una mayor apreciación de los tebeos y el surgimiento del cómic para adultos, lo cual nos permitió seguir leyendo esa peculiar mezcla de ilustración, literatura y cine que son los cómics. Y así hasta hoy, que lo seguimos haciendo porque el medio se ha ido haciendo mayor con nosotros y no hemos tenido que abandonar su lectura. Desde finales de los años sesenta hasta la actualidad, hemos dispuesto del suficiente material que alternar con libros y películas, y no parece que la situación admita ya la marcha atrás. Del Capitán Trueno a Daniel Clowes, pasando por Tintín, Astérix o Robert Crumb, los cómics nos han ido proporcionando alegrías como lectores y, sobre todo, han dejado de ser un producto de consumo exclusivamente infantil. Que el cómic independiente sea minoritario y no siempre asegure la manutención de sus autores y editores es un mal menor. Aunque el grueso del mercado se lo repartan los manga japoneses y los superhéroes norteamericanos, siguen surgiendo autores que nos recuerdan que hicimos muy bien en no dejar de leer tebeos cuando, teóricamente, nos tocaba. Es por eso que seguiremos leyendo cómics hasta que nos llegue el momento de diñarla, que esperemos no sea inminente.

 

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR. Escritor

Así empezó lo gordo

Recuerdo cuando salió la revista Mortadelo. Recuerdo que costaba lo mismo que un billete de autobús, seis pesetas. Yo nunca tenía tanto dinero. Y aquellas dos cosas eran las que más me gustaban. Ir en autobús y leer tebeos. Recuerdo la O de Mortadelo, la dibujaban diferente cada semana. Pero la magia de las viñetas ya la llevaba inoculada de antes. A saber cuándo fue la primera vez. Sí, ahora lo veo, era un vecino, entonces me parecía un hombre (los hombres eran un mundo paralelo y desconfiábamos de ellos; cuando jugábamos, a veces alguno de nosotros gritaba ¡que viene un hombre!, y salíamos pitando o disimulábamos). El vecino vivía con su hermana y con el marido de ella, y estaba a punto de irse a la mili. Entonces yo tendría seis años, lo que valía un Mortadelo. Todo tiene una lógica. El vecino leía tebeos, y le veo ahora con uno, sujetándolo con una sola mano, lo lee sonriente. Me los prestaba. La mayoría de los tebeos que leí eran prestados, y, poco después, de la biblioteca del cole (Tintín) y del barrio (Astérix y Tintín). Esta es mi trilogía fundacional: Bruguera, Astérix y Tintín. Una noche, el vecino vino a mi casa a ver la tele porque daban King Kong, y me pude quedar a verla. También iba a marcarme esa película.

Por encima de Mortadelo y Filemón, prefería a Rompetechos. Me iba la carcajada bestia, la risa dura, el humor violento. A Otilio, de Pepe Gotera, le envidiaba sus bocatas descomunales. Cuando en Verano azul, muchos años después, vi el personaje del Piraña, me acordé enseguida de Otilio, y de la importancia que se le había dado a comer siempre en España. El Lazarillo trata de no poder comer. Lo más parecido a Tintín y, en cierto modo, a Astérix, que veía en Bruguera eran las historietas de Sir Tim O'Theo, de Raf y equipo, como él firmaba. Raf también había creado un universo. Un mundo recurrente y consciente de su existencia. Lo que en Tintín era línea clara, en Sir Tim era luminosidad despampanante. Y quien dice despampanante dice repámpanos. Con el sargento Blops y con Otilio, iba en busca de Obélix. El amigo gordo que se zampa un jabalí, o un bocata de cocodrilo, o se bebe las cervezas por tanques. Esto me llevaba a Goliath, del Capitán Trueno. Su parche en el ojo le daba una autenticidad de pirata. Y aun así, el Capitán Trueno me parecía una antigualla al lado del Corsario de Hierro. Sin embargo, detestaba a Merlini, el ayudante del Corsario, me recordaba a Filetto, de Los Chiripitifláuticos, y encima, confundía a Filetto con Fideo de Mileto, del Jabato. Por otro lado, Mack Meck, del Corsario de Hierro, era más gracioso que Goliath, pero le faltaba aquella verdad del pobre.

Creo que ese fue el caldo de cultivo en el que empecé a quedarme enganchado de los tebeos. Una especie de laberinto del que no había manera de salir. Quizá ya va siendo hora de asumir que el Minotauro soy yo.

 Diez de los álbumes o series que más me han marcado:

  • Grouñidos en el desierto, de Ventura y Nieto.
  • Historias de taberna galáctica, de Beà.
  • El Habichuelo, sección de TBO, por Esegé, Paco Mir, Tha, Sirvent y TP Bigart.
  • Mortadelo y Filemón contra el gang del Chicharrón, de F. Ibáñez.
  • Sir Tim O'Theo. La verruga de Sivah, de Andreu Martín y Raf.
  • Fuga en la Modelo, de Gallardo y Mediavilla.
  • El invierno del dibujante, de Paco Roca.
  • Los profesionales, de Carlos Giménez.
  • El artefacto perverso, de Cava y Del Barrio.
  • De Coll a Coll, de Josep Coll (como recopilación de obra, aunque me marcó antes en sus páginas en TBO).
Colección Olé nº 73. Sir Tim O'Theo. La verruga de Sivah (1973), portada de Raf.

 

ANA MERINO. Escritora, teórica del cómic y profesora

La autora nos regala un poema:

 
Ilustración de Sonia Pulido para la muestra  Illustrating Spain in the US (2021).  

NO SE ADMITEN MUJERES,
habían escrito
con letras mayúsculas
sobre los tablones de la caseta
donde se reunían
Tobi y sus amigos
a fraguar secretas travesuras.
 
Ellos, aspiraban a ser un club selecto,
y de paso,
nos incordiaban a todas
con el trazo de unas palabras
que sabían a provocación
y a riñas encadenadas.
 
Los chicos y su club,
nosotras y nuestra genuina perspicacia,
y la satisfacción de sentirnos
siempre más listas,
más ingeniosas, más divertidas.

 

 
Ilustración de Irene Blasco para la novela de Ana Merino El mar de los afectos (2020).  

Lo mejor de la infancia
se mecía entre mis ojos,
en las finas líneas de las viñetas
que observaban con atención
el desenlace inesperado
de aquellas disputas
donde nosotras ganábamos
y ellos salían escarmentados,
pero pronto se olvidaban
de todo lo aprendido.
 
En cada nuevo episodio
continuaban las reyertas:
“A los chicos del club
les daremos su merecido”,
nos decíamos en voz baja.
 
Ellos nos esperaban,
convencidos de que esta vez
celebrarían su anhelada victoria,
y a nosotras nos daba la risa,
porque en todas las tramas
eran los perdedores engreídos
que no nos dejaban entrar
en su pequeña guarida,
y se aburrían mortalmente
sin nosotras.

  

JORDI COSTA. Periodista y crítico cinematográfico

Al igual que me pasa con el cine, tengo la sensación de que en mi vida los tebeos siempre han estado ahí. No recuerdo mi primera película, ni recuerdo mi primer tebeo, porque eso formaba parte tan cotidiana de mis años de infancia que no cuento con ningún momento epifánico que marcara un antes y un después. De lo que sí puedo hablar es de educaciones sentimentales. Creo que en mi caso me educó más Bruguera que los curas que me daban clase (y algún golpe de campana en la cabeza cuando me distraía), aunque el TBO también era una lectura regular que asociaba con un humorismo más blanco e ingenuo (y, de hecho, aunque no era consciente de ello, más antiguo, por lo menos hasta que en esas páginas irrumpió la revolución del Habichuelo).

Porada de Especial TBO nº 11: "El Habichuelo" (1970).

Lo que más me atraía del universo brugueriano eran (y de eso me he dado cuenta con el tiempo) las extravagancias, las aportaciones que marcaban una cierta distancia con respecto a la mirada costumbrista dominante: por ejemplo, personajes como Angelito o la familia Churumbel de Vázquez, o la Doña Urraca de Jorge (figuras que, por cierto, eran muy caras de ver cuando yo leía esos tebeos), pero también propuestas tan afortunadas como las páginas de 13, Rúe del Percebe.

Una de las sensaciones que me han ido persiguiendo toda la vida es la de haber llegado tarde. Tengo un hermano cinco años mayor que yo, y algunas de las revistas de historieta que fue dejando atrás me descubrían otras posibilidades de lectura: cabeceras como Strong, Gaceta Junior o Trinca, por ejemplo, que suponían ventanas abiertas a una experimentación gráfica o narrativa (Dani Futuro, Peter Petrake, el Es que van como locos de Ventura y Nieto…) que ahora interpreto como anticipación de las formas de la historieta que más me deslumbrarían en la vida adulta. Por suerte, en aquel tiempo, no solo los quioscos estaban llenos de estímulos multicolor, sino que en los grandes almacenes había unas muy bien provistas secciones de saldos que permitían reconstruir esos cinco años de desfase que me separaban de las lecturas y el bagaje comiquero de un hermano mayor que un buen día dejó de leer tebeos.

 

RAMONCÍN. Cantante y actor

Yo recuerdo desde que tengo memoria haber leído tebeos, creo que ya juntando las primeras palabras leía tebeos. En casa circulaban el Pumby, el TBO, que no solo leíamos los niños, sino que también los leían los adultos, los vecinos, los hermanos mayores, los primos… Anteriores a esos, El Guerrero del Antifaz, que leíamos de los primos mayores, y también estaba Roberto Alcázar y Pedrín, que también leíamos (los más avezados decían que el tal Roberto Alcázar se parecía a José Antonio Primo de Rivera [risas]). Bueno, recuerdo que había también por casa algunos Flechas y Pelayos... y las chicas tenían también unos de Sissi apaisados, en horizontal, que yo también leíaen fin había bastantes tebeos.

En mi época, recuerdo recibir cada semana los pequeños tebeos apaisados del Capitán Trueno o del Jabato, y era algo tremendo. Los chavales del barrio esperábamos a que llegara cada semana El Capitán Trueno especialmente, era nuestro favorito. Y había un señor en el barrio, el señor Paco, que lo que hacía era que los cambiaba. O sea, Paco te cambiaba algunos tebeos, a lo mejor tú le dabas dos y él te le daba uno, y si no, te los alquilaba, o sea, tú podías ir ahí y decir: “Me llevo este, que no lo he podido comprar”, y lo leías y se lo devolvías. Tengo recuerdos precisos, imágenes clarísimas: alquilábamos tebeos entre todos los amigos, nos sentamos en la calle y los leíamos todos juntos, lo que empezaba leyendo uno lo terminaba el otro… Era una cosa maravillosa.

Portada de Ambrós para El Capitán Trueno nº 1: "¡A sangre y fuego!" (1956).

Y ya llega un momento en el que uno decide leer los tebeos que más me gustan. A los chicos del barrio los que nos gustaban mucho eran los tebeos publicados por la editorial Dólar, con la que descubrimos a Big Ben Bolt, Juliet Jones, El Hombre Enmascarado… Mi favorito era Rick Kirby, que salió en esos formatos de Dólar recortados. Esos los compraba en la cuesta de Moyano de segunda mano, porque no llegaban a los quioscos habituales. Nosotros íbamos siempre a ver si encontramos en Moyano algo, y siempre comprábamos alguna cosa. Conservo los de Juliet Jones y también algunos de Ben Bolt, de Kirby y del Hombre Enmascarado… grandes tebeos. Estuve enamorado de pequeño de Eva Jones, la hermana de Juliet Jones.

Luego fui muy seguidor de algunas cosas de Marvel, tengo una buena colección también de Spiderman y hubo un momento en que no podía vivir sin un Conan. Los primeros de Windsor-Smith, luego los Relatos Salvajes… todo eso era maravilloso, el Conan tradicional era fabuloso. También recuerdo esa explosión que hubo maravillosa en los años ochenta y noventa, todas las revistas de historietas que salieron, como 1984, El Víbora, Cimoc, Tótem… También me gustó mucho el momento de la llegada de la “línea clara”, con Norma y Cairo. Todo aquello fue maravilloso.

Así que, bueno, esa ha sido mi relación desde niño con los tebeos, aunque mi amor por los tebeos es inmenso y continúa intacto a día de hoy. De repente me acuerdo de un tebeo, lo cojo lo leo… Tengo una colección enorme y disfruto muchísimo todavía de un buen tebeo, sobre todo de mi favorito, Blueberry.

 

 

CARLOS ARECES. Actor, cantante, dibujante y humorista

Uno de los proyectos que más lamento no haber podido llevar a cabo es un documental sobre Francisco Ibáñez. Durante un tiempo fantaseé con grabarle dibujando en su estudio, verle abocetar sus páginas, acceder a sus fotos personales, a sus originales, a las publicaciones que conserva en casa y, sobre todo, a sus recuerdos; conocer la trayectoria del historietista a través de sí mismo. Cuando conseguí presentarle el proyecto en persona, durante una comida en (creo) 2009, muy educadamente declinó la propuesta, argumentando que su vida carecía de interés y que su mano había perdido fuerza. Aunque en total desacuerdo con él, le vi tan convencido que no supe insistir, pese a que solo las anécdotas que compartió conmigo en aquella velada hubieran llenado medio documental.

Antes de conocer su negativa, me había documentado leyendo todo lo que pude sobre su vida y su obra. La mayoría de las entrevistas eran superficiales y repetitivas, y los libros sobre su persona prácticamente inexistentes, al margen de fragmentos parciales en publicaciones sobre historia o sociología del cómic. En medio de este nebuloso panorama de investigación, la mayor fuente de información la obtuve del exhaustivo El Mundo de Mortadelo y Filemón, la minuciosa tesis de Miguel Fernández Soto. El capítulo 4, “El despegue de Mortadelo”, daba un dato que llegaría a obsesionarme: “Valor y... ¡al toro!”, la primera aventura larga que leí de Mortadelo y Filemón, mi favorita, el primer álbum de tapa dura que me compró mi madre por comer bien durante una semana, había sido dibujada originalmente con otros personajes. ¿Era esto posible? No parecía algo tergiversado: la fuente era el propio autor, en una entrevista realizada por Santiago García, Joan Navarro y David Muñoz para U, el hijo de Urich #8. Se trata de su entrevista más extensa —veinticuatro páginas— y la única verdaderamente interesante de cuantas le han hecho, alejada de los habituales lugares comunes de periodistas inexpertos y las preguntas promocionales. Me hice con un ejemplar del fanzine para conocer más detalles.

La cosa era así: a principios de la década de 1970, Ibáñez mantenía serios desencuentros con Bruguera en lo económico y con Rafael González, su director de publicaciones, en lo personal, lo que le hizo plantearse un éxodo a otra editorial. Dado que no poseía los derechos de sus creaciones, comenzó una historieta con personajes nuevos de cara a ofrecerse a la competencia. Ocarino y Lentejo —cuyos nombres me desveló Ibáñez personalmente en 2018, si bien reconocía que su memoria no es fiable— fueron los sosias de Mortadelo y Filemón que protagonizaron las primeras páginas de la obra con la que pretendía dar el salto. Sin embargo, al poco de empezar el álbum, ambas partes llegaron a un acuerdo económico y el dibujante permaneció en Bruguera. Ibáñez recicló aquellas páginas pegando encima dibujos de Mortadelo y Filemón. No entrañó complicación argumental alguna, puesto que los anteriores personajes mimetizaban el mismo esquema de jefe y subordinado, e incluso uno de ellos recurría a los disfraces como gag recurrente. Allí, enterrados en las primeras hojas de Valor y... ¡al toro!, quedaron los cadáveres de Ocarino y Lentejo, si es que alguna vez se llamaron así.

En 2014, los fans de Bruguera tuvimos acceso a una pieza nunca antes exhibida: el original de la tercera página de Valor y... ¡al toro!, cedida por Ediciones B para la exposición itinerante Francisco Ibáñez, el mago del humor. Pudimos admirar en vivo el fascinante frankenstein de recortes superpuestos, un collage amarillento con restos de celo y típex, inconfundiblemente entintado por su autor. Se veían perfectamente los diferentes trozos de cartulina en los que habían sido dibujados Mortadelo y Filemón, pegados sobre la hoja original. Una cosa me llamó la atención: en su libro, Fernández Soto afirmaba que solo hubo que tapar las cabezas de los efímeros personajes para convertirlos en los agentes de la TIA. Y así ocurría con Filemón, pero no con Mortadelo, que había sido redibujado por completo, ocultando totalmente a su antecesor. Probablemente, la levita negra era tan reconocible que ningún personaje para otra editorial hubiera podido lucirla sin enfrentarse a una acusación de plagio. Esto no hizo sino estimular mi curiosidad por los genuinos protagonistas allí sepultados.

Portada de Ases del humor nº 4. Mortadelo y Filemón: Valor y... ¡al toro! (1970), de F. Ibáñez

En 2017 me ofrecieron participar en la película Algo muy gordo. La productora, Zeta Cinema, era parte del Grupo Zeta, propietario entonces de Ediciones B. Se trataba de un rodaje de bajo presupuesto, y acepté una rebaja en el caché a cambio de conocer los almacenes en los que se guardaba el archivo Bruguera. Pese a ser un falso documental, el filme recoge parte de la auténtica visita que realicé a las naves de Ediciones B. En una especie de cámara subterránea de compuerta blindada con ojo de buey, que más parecía un búnker que una oficina, frente a estanterías y estanterías de publicaciones Bruguera, dos personas escaneaban y catalogaban los más de 200.000 originales que acumulaban.

Durante las seis horas que pasé allí pude acceder a páginas de personajes de los que nunca había visto originales, como Sir Tim O´Theo, Hug el Troglodita o 13, Rúe del Percebe. Pero, sabiendo de mi especial debilidad por Mortadelo y Filemón, los encargados ya me habían preparado una selección previa, compuesta por infinidad de las primeras historietas de los dos detectives; numerosas portadas de las revistas Mortadelo, Mortadelo Gigante o Súper Mortadelo, y páginas de aventuras largas tan míticas como “Chapeau el Esmirriau”, “Los monstruos”, “El sulfato atómico” y... en efecto, “Valor y... ¡al toro!, la misma página que había sido expuesta tres años antes. Gracias a la amabilidad de los encargados y a la ayuda de un flexo, pude lanzar un vistazo a los personajes que estuvieron a punto de servir a Ibáñez de pasaporte hacia otra editorial.

La verdadera revelación fue la enigmática figura que ocultaba Mortadelo y con el que no compartía absolutamente ningún rasgo. Se trataba de un enano macrocéfalo de orejas despegadas, cuya nariz ancha y ojos pequeños recordaban a los de Sacarino, y que usaba bombín negro y un jersey de cuello vuelto —muy en la línea de Gastón Lagaffe— que luego heredaría Tato, uno de los parados creados para Grijalbo en Chicha, Tato y Clodoveo. La diferencia de tamaños era tal que, en ocasiones, Mortadelo debía agacharse para caber en el mismo espacio que el pequeño cabezón. También pude comprobar que la memoria de Ibáñez es más precisa de lo que él mismo piensa: en uno de los bocadillos podía leerse "Ocarino", de lo que cabe deducir que el canijo responde al apropiado nombre de "Lentejo". Lo que sentí al desvelar el gran misterio de una de las historietas que más me habían obsesionado de pequeño solo lo entenderán los que, como yo, se pasaron la infancia enterrados en viñetas.

Mi listado de obras de referencia:

  • Mortadelo y Filemón: Valor y... ¡al toro!, de F. Ibáñez.
  • 36-39 Malos tiempos I-IV, de Carlos Giménez.
  • Super López: Los alienígenas, de Jan.
  • Las hermanas Gilda, de Vázquez.
  • Toda la obra de Coll.
  • Pepe I-V, de Carlos Giménez .
  • Rabo con almejas: obras incompletas de Álvarez Rabo.
  • El invierno del dibujante, de Paco Roca .
  • Doña Tula, suegra, de Escobar.
  • Mirlowe y Violeta: Los crímenes de Jack el Estibador, de Raf.

 

GUILLERMO FESSER. Periodista, escritor y cofundador de Gomaespuma

El durito de los domingos

En mi infancia, la felicidad se producía frente al parque de El Retiro, a la salida de misa de doce en la iglesia de San Manuel y San Benito, cuando mi padre nos repartía la paga semanal: el durito de los domingos. Cinco pesetas cinco que, entonces, daban para mucho y provocaban la estampida de un puñado de hermanas y hermanos (los Fesser Pérez de Petinto somos nueve) hacia el quiosco de periódicos que se levantaba en la esquina de la calle Alcalá con la de Lagasca. 

Caían algunos sobres de cromos de la colección Vida y color (el más difícil de atrapar era el quintíptico del esqueleto) y un par de tebeos. Normalmente, el Pulgarcito y el Tiovivo. Luego comenzaba la pelea porque no había más remedio que leerlos por turnos y, claro, el tiempo no transcurría igual de rápido para quien gozaba en ese momento con las aventuras de Pepe Gotera y Otilio que para quien tenía que esperar a que terminase para enterarse de las novedades de esa semana en la 13, Rúe del Percebe.

Página de la serie 13, Rúe del Percebe, de F. Ibáñez.

Cada uno tenía sus personajes preferidos (unas Anacleto, otros las Hermanas Gilda) y también sus autores favoritos; porque, al final, todo el tebeo se lo repartían entre cuatro dibujantes. Yo era más de Vázquez, y mi hermano Javier, mucho más de Ibáñez (lo que luego nos llevaría a escribir juntos La gran aventura de Mortadelo y Filemón). Y así iba la cosa.

Luego, cuando nos fuimos haciendo mayores, la felicidad pasó a ser anual y se presentaba en primavera: el día en que nuestros padres, en lugar de ir a conocer el hielo, nos llevaban a la feria del libro del paseo de coches a comprar el nuevo Tintín y el nuevo Mortadelo. Gloria bendita. Y ya, algunos años más adelante, me puse yo con Juan Luis Cano a inventar personajes de tebeo por la radio en Gomaespuma. Pero eso es otra historia.

 

PABLO CARBONELL. Cantante, humorista y actor

Nunca podré pagar a mis padres que me comprasen el TBO o el Tiovivo cada mañana de domingo al pasar por el quiosco, y que todos los Tintín, los Astérix, los álbumes de Mortadelo y Filemón estuvieran en casa. Es imposible precisar, por su enormidad, el impacto y los conocimientos que recibimos con aquellas historietas. Para muestra este botón: un día saludé a Ibañez y le aseguré que me había hecho cómico gracias a él. Y es verdad. Y él se alegró.

Recuerdo cuando leí El nido del marsupilami, de Franquin, en la biblioteca de Cádiz: salí tan contento de haber conocido un animal tan fascinante, huba huba, y de repente, ponk, mi cabeza loca, volada, infantil, cayó en la cuenta de que ese animal no existía. Menudo disgusto. Pero ¿y el tiempo ilusionado en el que vi con mis propios ojos que sí existía? Ese éxtasis no me lo quita nadie.

Qué pasa ahora… Ay.

Hace poco, mi hija estaba estudiando para el colegio la civilización egipcia, y le recomendé que leyera Astérix y Cleopatra. La respuesta todavía la llevo clavada en la espalda: “Es que eso no es lo que me van a preguntar en el examen”. Me parece inaudito que algo que nosotros hicimos por placer hace cuarenta y cinco años los adolescentes de ahora lo vean como un castigo. Y me enciende las alarmas. ¿Adónde vamos?

Portada de Nazario para el primer número de El Víbora (1979).

A principio de los ochenta abandoné los tebeos (ojo, nunca del todo) y me inicié en el cómic, con Rambla, El Víbora, etc. Sentía que gracias a aquellas viñetas estaba aprendiendo cine, o estilos, o estéticas, o cómo sobrevivir en la calle, en la vida misma.

El Víbora no era un cómic, era el cuaderno de bitácora de la parte más salvaje, el diario personal del desquicie, las noticias bomba de la alucinación. Y así es como lo abríamos, como el periódico que leían los adultos. Aquellos descerebrados eran los que movían nuestro cerebro y los únicos que acompañaron nuestras inquietudes sobre el sexo, la droga y el rocanroll, gracias a ellos no estuvimos solos.

 

JAVIER ARNAU. Escritor y editor de la revista Planetas Prohibidos

Reflexión sobre el día en el que me alcanzó la magia del tebeo

Recuerdo muy de pequeño estar enfermo en cama una temporada más o menos larga, y que mi padre me traía, cuando volvía de trabajar, un chicle con un cromo de Mortadelo y Filemón. Creo que cada día. Un álbum en el que seguir una aventura e ir buscando pistas para resolver, con ellos, un caso. Además, llevaba algún regalo, una lupa creo recordar. También recuerdo cuando, semana a semana, me compraban al salir del colegio por la tarde, el número correspondiente de Tamar; y cuando los domingos, después de ir a la feria por la mañana me compraba cualquier tebeo que hubiera en el quiosco. Otro recuerdo es de los domingos por la tarde, de vuelta a casa de pasar el fin de semana fuera. Nada más llegar me compraba un sobre sorpresa que creo que valía cinco pesetas (no hace años, no) que llevaba un globo, una chuchería y un tebeo (DDT, Tiovivo, Pulgarcito, algo de eso), que me leía metido en la bañera comiéndome la golosina. Y los Súper Mortadelo, cuya historia "seria" me encantaba. Y qué decir del TBO, de Purk el hombre de piedra, Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, El Jabato... Y Pumby, por supuesto, que muchas veces leía en una tienda de un familiar (una droguería) que solía tener los números más o menos actualizados.

Portada de Borrell para Tamar -serie Ursus- nº 1 (1973).

En fin, como veis, todo lo que caía en mis manos. Pero vayamos con los superhéroes; en los remotos tiempos del siglo pasado, los pocos que se podían conseguir en ciudades pequeñas de España, los de Vértice: por eso las primeras Bibliotecas Marvel que salieron décadas después no me disgustaron, dado que estaba acostumbrado al tamaño bolsillo y al blanco y negro. Después, Bruguera. También Novaro, era de lo poco accesible entonces. Posteriormente, Cómics Forum, incluyendo los de Conan, y Ediciones Zinco. Leíamos superhéroes, jugábamos a superhéroes, coleccionábamos cromos de superhéroes. En definitiva, crecimos con los superhéroes. Ahora ya no tanto, estoy enfocado en otro tipo de cómic, tanto europeo (Spirou, Los Hombrecitos, Chick Bill, Spider, Zarpa de Acero, etc.) como americano (tiras de prensa: The Phantom, Agente Secreto Corrigan X9, Mandrake...) y recopilatorios de cómics de terror, ciencia ficción (Weird Science, Tales from the Crypt...). Mucho de ello, casi todo, para realizar reseñas pero, evidentemente, elegido por mis gustos. Sigo con algo de superhéroes, pero, como puede verse, he cambiado de temática, abriéndome a otros senderos: no es que antes no me gustasen, era que el dinero para cómics iba para superhéroes, y el resto lo leía prestado de bibliotecas o de amigos (Astérix, Tintin, Spirou, Metal Hurlant, Cimoc, Rambla, 1984, Makoki y otros).

Mis diez tebeos españoles:

  • Tamar, de R. Acedo y A. Borrel.
  • Mortadelo y Filemón, de F. Ibáñez. Venga, pongamos cualquiera de las historias sobre acontecimientos deportivos, por salirnos un poco de lo habitual.
  • El invierno del dibujante, Los surcos del azar o Las Calles de arena, de Paco Roca; no sabría con cuál quedarme si tuviera que elegir en ese trío.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.
  • Pumby; cualquiera, pero me quedaría con Receso al amanecer, El país de las cosas animadas, y alguna en concreto de Super Pumby.
  • Roco Vargas, de Daniel Torres.
  • Kraken, de Segura y Bernet.
  • Superlópez y el Supergrupo, de Jan y Efepé.
  • El Mercenario, de Segrelles.
  • Dani Futuro, de Mora y Giménez.

Sé que me dejo muchos fuera, icónicos la mayoría; Blacksad, Paracuellos, Los Profesionales, Hombre, Las mil caras de Jack el destripador, Historias de taberna galáctica, Caos, Capitán Trueno, Jabato, Iberia Inc., Triada Vértice... pero así de primeras, esa sería la selección que yo haría.

 

MARTÍN VITALITI. Artista plástico

Varias revistas de cómics circulaban por mi casa. Principalmente la revista argentina de historietas Fierro, de Ediciones de la Urraca, y aquellas que llegaban de España (Zona 84, Cimoc, Totem y alguna Metropol, en las que aparecían varios artistas argentinos: Altuna, Muñoz y Sampayo, Enrique Breccia, etc.). Revistas que mi padre habría conseguido en Buenos Aires a principios de los años ochenta y conservaba en sus estanterías, acompañadas también de otras publicaciones como Humor, El Libertino, El club del Misterio, El Péndulo, intercaladas con otros libros de novela policial, terror, misterio y ciencia ficción. Mi padre, un gran artista y empedernido lector. Por allí escondidos tenía también El Eternauta con su versión de Solano López, y de Breccia y sus Mitos de Cthulhu son cómics a los que accedí rápidamente a los ocho o nueve años de edad. En esa época, la nefasta crisis económica de finales de los ochenta en Argentina, en particular a mi familia le era imposible comprar un Tintín, un Ásterix o un Lucky Luke. El color no estaba disponible. Las revistas de formato quiosco eran más asequibles.

Portada del primer recopilatorio de El último recreo (1989), de Carlos Trillo y Horacio Altuna.

En aquella época me recuerdo fascinado por Altuna, Nine, Fontanarrosa, Enrique, Patricia y Alberto Breccia, Muñoz, Sampayo, Trillo, El tomi, Pratt, Crepax, Jordi Bernet, Mandrafina, con El ultimo recreo, Evaristo, Alack Sinner, Valentina, Kraken, Boogie el aceitoso, Corto Maltés… todo ese portentoso “blanconegrismo” indefinible, profundamente político, desterrado, fuera de serie, en el que todavía me extravío.

 

DAVID GALÁN GALINDO, escritor, guionista y director de cine

“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais” decía, bajo la lluvia, aquel replicante de Blade Runner para, a continuación, mencionar momentos inconexos de su existencia, transmitiendo muy bien esa nostalgia que trataba de poner en valor su vida única. A ver si a mí me sale la mitad de bien.

No recuerdo un momento concreto que marcara el pistoletazo de salida para mi amor por los cómics. En parte, porque no recuerdo mi vida sin ellos. Cuando nací, en mi familia ya había un “loco de los tebeos”, mi tío José, que leía el Capitán Trueno (y cualquier cosa de Ambrós), el Príncipe Valiente, el Guerrero del Antifaz… y también tenía todos los Astérix, que eran los que más me gustaban a mí.

Recuerdo eso sí, varias primeras veces y momentos que fueron míticos para mí…

Portada de Spider-Man nº 32 (Bruguera, 1981), ilustrada por John Romita Jr.

Mi primer cómic de Spiderman. El #32 de Bruguera (que apareció por mi casa ¿sería de mi hermano?). Lo que más me gustó es que traía una página que te contaba el origen de Spidey (y eso en un tiempo sin pelis, ni internet, molaba) y también que Peter tenía problemas “reales”, en ese número se le había desteñido el traje en la lavadora.

Mi primer cómic de Batman. El #22 de Zinco, con portada de McFarlane, con esa capa imposiblemente larga (como debe ser). Recuerdo leerlo con seis o siete años. En la primera escena encontraban el cadáver descuartizado de una mujer en un cubo de basura. La sensación de estar leyendo algo que claramente era para mayores, hacía todo más emocionante.

Mi abuela Librada, viniendo de Barcelona con un popurrí de tebeos aleatorios (todos los que tuvieran en el quiosco ese mes, seguro). Uno fue La Patrulla X #96 de Forum, con Logan crucificado en una equis de madera. Otro el Superman #77 de Zinco, con Jimmy Olsen coqueteando con ser Elastic Lad… cómics que te dejaban con la sensación de “cómo me ha gustado esto… pero no he entendido NADA” (pero lo entenderé).

Mi primera serie. Hasta entonces, mis tebeos eran Mortadelo, Superlópez (¡viva Efepé!) … cosas que podías leer en cualquier orden y con cualquier periodicidad. Eso se acabó con los números #1 y #2 de las Tortugas Ninja (Zinco). Había estado enfermo, y cuando estuve un poco mejor, para animarme, mi tío me llevó a una tienda a que me comprara tebeos. Y escogí esos dos. No sé si fue porque era mi primer “número 1”, pero volví a por los siguientes números como un clavo. Y así empecé a coleccionar.

Mi primer manga. Por supuesto, Dragon Ball, serie blanca. Y cuando salió la serie roja, la desesperación por encontrar cada número era mayúscula. Vivía en Ávila, y a las tiendas llegaba apenas un ejemplar de la serie de Toriyama, había que recorrer a veces cinco o seis sitios hasta dar con una que no lo hubiera vendido ya.

Mi primer cómic de Alan Moore. Sus Superman, seguro. Y siguen siendo mis favoritos suyos, junto con Supreme. Porque soy ese tipo de persona “loca de los superhéroes” a la que el Bardo de Northampton querría estrangular hoy. Da igual, le sigo queriendo y sigo creyendo que es el mejor guionista que ha existido nunca en el noveno arte.

La primera vez que leí Watchmen. O mejor dicho, MEDIO Watchmen. Sí, existió un tiempo (más de una década) en que Watchmen estaba agotado y nadie lo reeditaba. Así que los que nacimos tarde sólo podíamos encontrarlo en la biblioteca. Pero allí sólo tenían la edición de Glénat, que se quedó justo a la mitad. Fue duro. Pero hizo aún más valioso cuando por fin pude leerlo completo.

La primera vez que leí Maus. La primera vez que leí Adolf, de Osamu Tezuka. Saint Seiya. El Born Again. El Dark Knight. Sin City. Puto Miller.

Enamorarme hasta las trancas de Video Girl Ai. Amor de verdad.

La primera vez que leí Kingdom Come. Mi cómic favorito. Llegó después de años de sequía de DC en España y me hizo amar ese universo hasta sus entrañas. Hay tebeos capaces de eso. Como Avengers Forever de Busiek y ese dios entre mortales: Carlos Pacheco. Pacheco firmó unas páginas que eran capaces de convertir en ORO todos los cómics malos que rememoraban. Así era Carlos, el Rey Midas, pero con tebeos.

El Spiderman Classic de Forum. La muerte de Tía May en el Amazing #400. La rabia por el Mefistazo.

El olor de la tinta en las páginas de la colección One/Shot de Forum (en tomos como Bishop o Starjammers). Los cómics siempre huelen, pero esto era otro nivel. Siguen oliendo fuerte a gloria.

La primera hornada de cómics Image. Me compré dos veces el #1 de Spawn, para tener uno para leer y otro para conservar intacto (animalico).

La primera vez que leí un Fanhunter. Fue el #4 de cuando aún era un fanzine tamaño cuartilla, me lo regaló Paco de Antifaz Cómics, por la montaña enorme de tebeos que había comprado “este te lo regalo, te va gustar”. Y los narizones de Piñol se convirtieron en mi lugar feliz.

Portada del fanzine Fanhunter nº 4 (1990), de Ñolo (Cels Piñol).

El Víbora, El Jueves, Ruben Fdez, Albert Monteys y su Calavera Lunar. Azpiri. David Ramírez haciendo amigos.

Releer Secret Wars cada vez que estaba enfermo. Un ritual ineludible: si el termómetro daba fiebre y podía faltar a clase, lo siguiente que hacía era ir a la estantería a por los doce números de la serie y los ponía al lado de mi cama. La mejor medicina.

El Flash de Mark Waid. El Hulk de Peter David. El Thor de Walter Simonson. Cualquier cosa de John Byrne. Astro City. Esperar a que Dolmen publicara Supreme (el mes que viene). Esperar a que alguien, quien fuera, publicara StarMan. Las series de America's Best Comics. La DC de Geoff Johns previa a New 52. El Spiderman de Dan Slott devolviéndome la fe. Su Estela Plateada con Allred. El más grande de todos: George Pérez. Frank Quitely. Grant Morrison. Neal Adams. Roy Thomas. Roger Stern. Englehart. Los Romitas. Los Buscemas. Los cabos sueltos de Claremont. Steve Ditko. Stan Lee. JACK KIRBY.

Esperar a tener cinco tomos de One Piece antes de leerlos, para disfrutarlos más. Pillar Superman vs Muhammad Ali en inglés porque era imposible reeditarlo en España (luego lo hicieron). Leer la colección entera de Musculman en catalán porque no la sacaron en castellano. Comprar la edición francesa de Les Gardiens (Watchmen) para darme el gusto de tener la edición que leí inconclusa en la biblioteca.

Todos esos momentos no se perderán como lágrimas en la lluvia, porque no son lágrimas, es tinta de las viñetas de los cómics que me hicieron ser quién soy. ¡Feliz Día del Cómic, del Manga y del Tebeo! (yo creo que queda mejor así dicho).

Creación de la ficha (2023): Félix López
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Redacción de Tebeosfera (2022): "Por amor a los tebeos. Quienes los valoran", en Tebeosfera, tercera época, 22 (13-III-2022). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 15/XII/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/por_amor_a_los_tebeos._quienes_los_valoran.html