REÍRSE EN TIEMPOS DE TENSIÓN. LA REPRESENTACIÓN DE LA GUERRA FRÍA EN EL HUMOR GRÁFICO (1979-1989)
CORAL MORERA HERNÁNDEZ(Universidad de Valladolid (UVa))

Title:
Laugh in times of strain. The Cold War representation through graphic humor (1979-1989)
Resumen / Abstract:
El presente estudio analiza la década final de la Guerra Fría a través del humor gráfico publicado en las tres cabeceras españolas de referencia y mayor difusión de la época: La Vanguardia, ABC y El País. La investigación pone de manifiesto la importancia de la prensa como agente de cambio histórico capaz de crear estados de opinión, y la importancia de un género opinativo por antonomasia cuya función es emitir juicios. A través del humor nos trasladamos a una época dramática y absurda durante la cual tuvieron lugar crisis y cumbres que pusieron fin a un periodo de máximo interés sobre nuestro pasado más reciente. / The present study analyzes the final decade of the Cold War through graphic humor published in the three leading and most widely distributed Spanish newspapers of the time: La Vanguardia, ABC and El País. The research highlights the importance of the press as an agent of historical change capable of creating states of opinion, and the importance of an opinion genre par excellence whose function is to issue judgments. Through humor we move to a dramatic and absurd time where crises and summits took place and put an end to a period of maximum interest from the most recent past.
Palabras clave / Keywords:
Propaganda, Humor gráfico, Guerra Fría, Prensa, Satira política/ Propaganda, Graphic humour, Cold War, Press, Political satire

REÍRSE EN TIEMPOS DE TENSIÓN. LA REPRESENTACIÓN DE LA GUERRA FRÍA EN EL HUMOR GRÁFICO (1979-1989)

 

Introducción

En 2019 se cumplieron treinta años del derribo del muro de Berlín, que había dividido el mundo en dos desde 1961. Fueron tres décadas de paz relativa, solo interrumpida por la intervención de la OTAN en la guerra de Yugoslavia. La actualidad nos obliga a pensar en aquellos años con anhelo: el mundo bipolar era más sencillo, las amenazas eran solo excesos, y la guerra fue “fría” y no llegó a materializarse en la forma en la que ha ocurrido en Ucrania.

Proponemos un recorrido por los hechos más importantes del ciclo que abarca de 1979 a 1989 a través del humor gráfico publicado en los tres rotativos de mayor difusión de España, y considerados como diarios de referencia: La Vanguardia, ABC y El País. Dividimos los acontecimientos en tres bloques temáticos: desarme, crisis y entendimiento. El objetivo es extraer los discursos principales y conocer la representación que se hizo de este periodo.

Son escasos los estudios que se ocupan del análisis de este género periodístico en temas internacionales, de tal forma que con este trabajo se compensa dicha carencia. Destacamos, no obstante, el análisis de la Revolución de Octubre por Laguna Platero y Martínez (2017). Hay trabajos académicos representativos que se han encargado de analizar el humor gráfico relacionado con la política nacional, sobre todo durante la Transición o el franquismo; entre ellos destacamos: Peñamarín (2002), Meléndez Malavé (2005), Segado Boj (2012) y Agüero Guerra (2013).

Para analizar el corpus de los distintos dibujantes llevamos a cabo un estudio de contenido cuantitativo que introduce variables cualitativas. Para ello nos servimos de la propuesta del humor según Lipps (2015): humorístico, satírico e irónico. Según el autor, el primero se caracteriza por el optimismo; el segundo, por plantear algo ideal con respecto a las contradicciones del mundo, y, por último, el irónico es aquel en el que el sujeto es consciente de lo absurdo de la existencia. También tomamos en cuenta las herramientas más presentes en las piezas: la ironía, el sarcasmo y la comicidad. Clasificamos los elementos de análisis según pertenezcan a un género iconográfico: informativo; literario: de entretenimiento; y de opinión, es decir, aquel que profundiza en la realidad.

Describimos unos someros apuntes sobre los actores principales del recorrido y de cuya obra nos ocupamos en este trabajo.

Comenzamos por Enrique Oliván Turrau: Oli (1933-2000). Desde los cincuenta hasta los noventa trabajó de forma regular en distintos diarios de la prensa barcelonesa como La Vanguardia, El Correo Catalán, El Noticiero Universal o Solidaridad Nacional, y también colaboró para revistas como El Jueves y El Papus. No estamos ante un autor singular o excepcional, pero sí ante un buen caricaturista y dibujante que provoca una risa exterior. Sus propuestas son accesibles en fondo y forma. Su humor es amable, sencillo, simpático y dulce.

Antonio Mingote (1919-2012) es el autor más galardonado de la muestra, el que más años ha estado en un mismo diario, el único que ha sido miembro de la RAE, y el único, también, con premio con nombre propio: Premio Mingote, creado en 1967. Encontramos en Mingote más dosis de ironía en sus piezas, un tipo de humor que, en ocasiones, aboga por el absurdo, como si tratara de desenmascarar sin proponer nada concreto. La idea surge del escepticismo, y su obra exige de una interpretación, más o menos sesuda, por parte del público. No es un humor difícil en cuanto a su inteligibilidad, pero es negro en su mayoría, y destila grandes dosis de inteligencia. Sus famosas series “La Edad de Piedra”, “Retratos de la vida rural” y “Contra la hipocresía” encuentran cabida en nuestro análisis. Decía Mingote: «No tengo la pretensión de que los chistes arreglen nada pero tienen que contribuir, en la medida que sea, a formar una conciencia de las cosas que están mal» (Bueno, 2003: 206).

Máximo San Juan, Máximo (1932-2014). Las piezas de Máximo son algo más que un referente en las páginas de opinión de El País, son también un elemento fijo, de ahí que sea el autor con mayor número de piezas en el corpus de análisis. En respuesta a qué ocurriría si desapareciese el humor gráfico señalaba que, aunque prescindible e innecesario, su ausencia sería notable porque «habría cosas que se dejarían sin decir, porque solo se pueden decir humorísticamente, porque si no serían demasiado subversivas, o demasiado insólitas, o demasiado impertinentes» (Meléndez Malavé, 2005: 409). Esas “cosas” que deben verbalizarse las hallamos en Máximo mediante un discurso y un lenguaje intelectual, reflexivo, que a veces ni siquiera lo podríamos considerar como humor stricto sensu. Ello viene motivado por el carácter de sus piezas y una firme defensa de sus convicciones y de su consideración pacifista. Encontramos en el autor una especie de abstracciones, un estilo, a veces minimalista, siempre simbólico, y con una gran carga argumental. Utiliza elementos que son casi siempre los mismos, edificios, pancartas, letreros, pizarras, seres minúsculos en forma de masas —sombras casi—, monolitos, Dios —en una forma que nos recuerda a la deidad de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina— y sus conocidos triángulos omniscientes y palomas de la paz.

José María Pérez González, Peridis (1941-), arquitecto de formación, comenzó en El País cuando el periódico empezó a salir a la calle. Desde entonces han pasado cuarenta y dos años. En 1977, el propio diario lo caracterizaba así: «Peridis, bien lo saben los lectores, es una sección más de este periódico, caracterizada por su ironía, un grafismo malévolamente ingenuo y una interpretación de la realidad siempre saludablemente corrosiva y acertada» (Meléndez Malavé, 2005: 264). Peridis marca unas diferencias con respecto al análisis de la muestra. Por un lado, estamos ante tiras cómicas, verticales u horizontales, que constan de tres, cuatro o cinco cuadros, y por otro, son piezas que acompañan a noticias nacionales o internacionales, e incluso durante algunos años aparecieron en la contraportada. Para el autor, el humor «puede afirmar y negar, es polivalente, es polisémico, tiene muchos significados y tiene muchas virtudes» (Ibídem: 415).

Manolo Summers (1935-1993), director de cine y humorista. Su actividad como humorista gráfico es algo desconocida, pero le llevó a colaborar en múltiples publicaciones y a dirigir el famoso semanario de humor La Codorniz en su última etapa. Fue también colaborador de Pueblo, y hasta el final de su vida realizó piezas para ABC.

Krahn (1935-2010), vinculado a La Vanguardia desde 1984. «Su mayor aportación como dibujante, humorista y atípico autor de cómic han sido sus Dramagramas. Son historietas gráficas y mudas, aptas para un público más amplio que el habitual del cómic (…). Estos microdramas gráficos eran salvados de la melancolía por el humor y convertidos en comedias filosóficas, en aforismos visuales narrativos» (Bufill, 2010).

Ferreres (1949-) se incorporó a La Vanguardia en sustitución de Oli. «Es uno de los mejores caricaturistas catalanes en activo, que no solo pretende que el lector ría con sus dibujos, sino que encuentre en ellos además algún mensaje. Es un dibujante que sabe combinar modernidad y clasicismo» Humoristán (2022a).

José María Gallego y Julio Rey trabajaban por separado desde 1981 en Diario 16. Pero ese mismo año, su entonces director, Pedro J. Ramírez, les encargó juntos un chiste sobre televisión. «Ni cortos ni perezosos, se dispusieron a ello, pero antes dejaron muy claro cuál sería su trabajo concreto: Rey se encargaría del guion y Gallego del dibujo». Se incorporaron a El País en 1989, pero su colaboración fue bastante corta. Están considerados un referente en el humor gráfico español. «Lo son por su capacidad para condensar en un chiste o una tira un gag político o social lleno de ironía y, en ocasiones, de causticidad, por poner siempre el dedo en la llaga y no dejar títere con cabeza (…)» Humoristán (2022b).

Palacios, de nombre completo Juan Palacios Clemente (1945), se pronunciaba sobre cómo llegó a ABC: «Conocí a Anson en La Gaceta, así que en 1983 me fui a trabajar con él, aunque ya había colaborado en el Blanco y Negro del padre Martín Descalzo... y allí estuve hasta que la nueva maquetación de ABC cambió los dibujos por fotos». Palacios compaginó sus colaboraciones en ABC y Blanco y Negro con otras en Época y Cambio 16 (Macías Prieto, 2002). 

Osvaldo Pérez D´Elías (1943-2008) era desde 1986 ilustrador y caricaturista de ABC y Blanco y Negro, y permanecería en la cabecera durante más de veinte años. «Era su caricatura de trazo amable, clásico, de gran elegancia, y tenía el don de apresar la esencia de sus personajes concediendo siempre un guiño al humor y la ternura» (Touceda, 2008). 

 

Rearme, paz y propaganda

En 1979, los dos bloques encargados de garantizar la paz mundial habían alcanzado «la paridad cuantitativa» (CESEDEN, 1979: 7). En años anteriores se había llegado al extremismo nuclear de la mano de Nikita Jrushchov (1953-1964), que alcanzó el grado más alarmante con motivo de la crisis de los misiles en Cuba en 1962, que marcaría su destitución dos años después. Su sucesor, Leonid Brézhnev (1964-1982), comenzaría la distensión hasta 1973, año en que la détente alcanzaba su fin. El último ciclo de la Guerra Fría, de 1979 a 1989, es quizá uno de los más atractivos desde el punto de vista informativo por distintas circunstancias: por un lado, hubo mucha propaganda y agitación; por otro, estuvo protagonizado por dos líderes muy atractivos que a pesar de sus antagonismos consiguieron entenderse y materializar el fin de la amenaza nuclear: Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov; y por último, por la precipitación con la que se desencadenaron los acontecimientos, que cogieron desprevenidos a unos y otros a ambos lados del Atlántico.

Para el análisis del tratamiento del humor gráfico en lo concerniente al desarme vamos a ocuparnos de seis hitos en los que la prensa española se ocupó de la cobertura. Comenzamos por la cumbre SALT II[1], celebrada en Viena en junio de 1979.

Los acuerdos de aquella cumbre entre Brézhnev y el demócrata Jimmy Carter (1977-1981) nunca llegaron a ratificarse por el Senado estadounidense por resultar demasiado favorables a los soviéticos. Dichos acuerdos, que tuvieron su antecedente en los SALT I en 1972, en Moscú, perseguían la estabilidad y la seguridad en materia armamentística, así como la posibilidad de eliminar un ataque nuclear entre ambas potencias. En realidad, inauguraron la escalada de armamento y la mutua desconfianza. La duración de los SALT II era de cinco años, abordaban la limitación de arsenales nucleares estratégicos, pero no la reducción de armamento, dejando al margen el enfrentamiento nuclear en Europa: «Están construidos sobre una base de desconfianza y confrontación profundas, que se mantiene, y que puede generar riesgos para la estabilidad y seguridad en otros sectores distintos del nuclear» (CESEDEN, 1979: 12).

Figura 1. Peridis, El País, 16-VI-1979, p. 3.

En septiembre de 1983, el desarme se trasladó a Madrid en la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa o Conferencia de Helsinki. Los antecedentes al encuentro en la capital española hay que buscarlos en 1975, cuando casi todos los países de Europa, EE UU y la URSS firmaban en Helsinki el Acta Final de la Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europa. No fue un tratado internacional, sino un conjunto de principios que tenían como base común las buenas intenciones. Sin embargo, parece acertado señalar que el Acta marcó el inicio del colapso soviético. Tras la firma, Brézhnev se mostró eufórico: había obtenido el respaldo internacional sobre el reconocimiento de las fronteras surgidas tras 1945, y para ello había tenido que ceder en lo concerniente a los derechos humanos. «En amplios sectores de la opinión pública occidental cundió la idea de que sus líderes políticos habían cedido la Europa del Este a la soberanía soviética. Otra de las críticas era que Occidente había cedido a cambio de algo “incierto”, como era el respeto por los derechos humanos» (Rodrigo Luelmo, 2012: 5).

El hecho, informativamente, fue muy sustancioso: se celebraba días después de que fuera derribado un avión comercial surcoreano por cazas soviéticos a la altura de la isla de Sajalín, Rusia. Andréi Gromiko, ministro de Asuntos Exteriores soviético durante más de veinticinco años (1957-1985), llegaba a Madrid en medio de una crisis grave y recibiendo las críticas de todo Occidente por el derribo de los cazas soviéticos, pero su líder, Andropov, se defendía advirtiendo que «era una sofisticada provocación orquestada por los servicios especiales de EE UU» (Zubok, 2008: 413).

Figura 2. Oli, La Vanguardia, 25-X-1983, p. 17. Figura 3. Máximo, El País, 23-X-1983, p. 13.

En 1983, las relaciones entre los bloques estaban rotas. La silla del Kremlin había cambiado de protagonista con la llegada de Yuri Andropov (1982-1984), y en la Casa Blanca, Ronald Reagan (1981-1989) acababa de revalidar su segundo mandato y había convertido el enfrentamiento con los soviéticos en la seña de identidad de su presidencia. Así las cosas, EE UU seguía enviando euromisiles al Viejo Continente mientras la URSS desplegaba SS-20 por el bloque del Este. El declive soviético marcó el inicio de ataques rabiosos contra la administración estadounidense, sobre todo a partir de Andropov, quien acusaba a Reagan de verter propaganda furibunda contra la URSS. No podemos negar tal extremo; el republicano llegó a decir en 1975 que el comunismo «era una aberración temporal (…) contraria a la naturaleza humana» (Payne, 2005: 107). Tampoco le regalaba los oídos el bloque del Este: Andréi Gromiko había comentado entre sus colaboradores que «Reagan y su equipo han hecho suyo el objetivo de destruir el bloque soviético. El fascismo está avanzando en América» (Zubok, 2008: 416).

Así llegamos al siguiente hito en nuestro análisis, que tuvo lugar en una cumbre en Estocolmo en enero de 1984. La ciudad sueca acogía la Conferencia sobre el Desarme en Europa, que enfrentaba a los dos mandatarios de exteriores, George Shultz y Andréi Gromiko. En Suecia se reanudaban las negociaciones sobre reducción de armas convencionales en Europa. Las conversaciones de Ginebra sobre reducción de armas nucleares de alcance medio (INF)[2] y las estratégicas (START)[3] parecían irrecuperables. Las conversaciones de Viena no gozaban de mucha mejor salud, pero eran un foro internacional más aséptico donde las posiciones de Washington y Moscú estaban menos comprometidas.

Figura 4 Mingote, ABC, 28-X-1983, p. 22. Figura 5. Máximo, El País, 11-IX-1983, p. 13.

En enero de 1985 tenían lugar las conversaciones de Ginebra que facilitarían el encuentro que mantendrían Reagan y Gorbachov en noviembre de ese mismo año. Todo parece indicar que la estrategia de Reagan empezaba a dar sus frutos. Plantarles cara a los soviéticos sin ceder un ápice y poner en marcha la SDI[4] (Iniciativa para la Defensa Estratégica) —mal llamada guerra de las galaxias— obligó al Este a volver a la mesa de negociaciones. Y es que el republicano que llegaba al poder en 1980 con con la URSS en plena expansión, y con una Europa dividida y con buena parte de ella seducida por la doctrina soviética, lo hacía «despojado de cualquier complejo ideológico» (Martín de la Guardia et al. 2005: 262). La economía soviética estaba al borde del colapso, y su población acusaba carencias básicas. Esa era una de las razones, si no la principal, de por qué los soviéticos accedían a retomar las conversaciones. También estaba el hecho, no menos importante, de impedir que EE UU consolidase su hegemonía militar y se convirtiese en una potencia invulnerable. De tal manera que el programa espacial de Reagan había surtido efecto y el Este se encontraba sin recursos para competir en ese ámbito. Los soviéticos, ya con Konstantín Chernenko (1984-1985) en el poder, pedían eliminar las armas nucleares, haciendo hincapié en las espaciales[5]. Unos y otros, más los soviéticos, decían trabajar para la paz y construían todo tipo de relatos en torno a la concordia mundial, es decir, la propaganda seguía siendo el arma más útil. «Lo que se discute en Ginebra es el modo de evitar que los norteamericanos logren una revolución sin precedentes (la absoluta superioridad militar) a cambio de que los soviéticos renuncien a dominar a la vieja y dubitativa Europa» (ABC, 1985).

A Ginebra llegaban en enero de 1985 los actores principales. Por la parte estadounidense, George Shultz junto a Paul Nitze y el consejero de Seguridad, Robert McFarlane. Por la otra, unos soviéticos francamente locuaces, según la prensa mundial, Andréi Gromiko incluso hablando en inglés, algo que fue valorado de forma muy positiva.

Y llegamos por fin a un encuentro entre los líderes de los bloques que no había tenido lugar en seis años. Desde el “beso” entre Brézhnev y Carter, no solo no había vuelto a haber ningún encuentro, sino que las relaciones llegaron a ser francamente tensas. El Kremlin era ocupado ahora por un líder carismático, joven y distinto, Mijaíl Gorbachov (1985-1991). Reagan tenía enfrente a un líder sano física y mentalmente con el que tratar. No había motivos, por tanto, para pensar que moriría en unos meses, como los dos anteriores, y, además, parecía poner fin a la vieja guardia. El encuentro en Ginebra pudo darse porque Gorbachov había anulado una premisa de 1977 según la cual cualquier encuentro entre los líderes de las superpotencias debía estar sujeto a la firma de acuerdos importantes (Dubok, 2008: 428). Observamos así una iniciativa soviética a volver a la mesa de negociaciones.

Figura 6. Peridis, El País, 18-XI-1985, p. 4.
Figura 7. Peridis, El País, 21-XI-1985, p. 2.

Nuestro recorrido por el tema armamentístico culmina con la cumbre de Reykjavik celebrada en octubre de 1986. La cumbre vio la luz gracias a los esfuerzos de los ministros de Exteriores estadounidense y soviético, George Shultz y Eduard Shevardnadze, respectivamente, quienes, tras esfuerzos ímprobos, consiguieron materializar la cita para el 11 y el 12 de octubre. Los ministros de Exteriores hubieron de superar la crisis que supuso la detención en septiembre de ese mismo año del periodista estadounidense Nicholas Daniloff, experto en la Unión Soviética y acusado de espionaje por el KGB. La reunión de trabajo había sido propuesta por Gorbachov. El líder soviético necesitaba crear las condiciones que le permitieran sacar adelante su perestroika. El avance estadounidense, gracias a la SDI, obligaba al líder soviético a actuar; así las cosas, se fijó el encuentro lejos de las capitales europeas que habían servido para esa primera toma de contacto entre ambos líderes, y se escogió una casa rodeada de leyendas y fantasmas: Hofdi House.

Figura 8. Oli, La Vanguardia, 12-X-1986, p. 8.

En lo concerniente al desarme, Gorbachov se había mostrado muy proclive a la búsqueda de un desarme global y efectivo: moratoria de pruebas nucleares, eliminación de arsenales a finales de siglo y poner fin a las intentonas ofensivas. La cumbre, que duró cuarenta y ocho horas, trascurrió bien durante la primera jornada. Fue durante la segunda cuando las conversaciones se rompieron, y de una forma que, tal y como recuerda Kissinger en sus memorias, fue tan poco diplomática como previsible: «Lo habíamos previsto todo, salvo que Reagan abandonara la habitación» (1996: 842). El convenio sobre el que Shultz y Shevardnadze habían trabajado intensamente falló en el último momento porque Gorbachov utilizó la IDE como baza negociadora en el uso de los misiles estratégicos, aspecto este sobre el que Reagan había sido explícito antes de llegar a la cumbre: no utilizar la IDE como carta de negociación. Gorbachov introdujo dos cambios al borrador: uno relacionado con el cambio de dos términos, “misiles balísticos ofensivos” por “armas ofensivas estratégicas”. El otro cambio residía en prohibir las pruebas en el espacio de todos los componentes espaciales de la defensa mediante misiles antibalísticos. La propuesta soviética también incluía el desmantelamiento de todos los misiles de alcance medio europeos, y esta propuesta, como cabía esperar, era muy mal recibida en el Viejo Continente. Los soviéticos trataron de coger desprevenido a Reagan, y su argumentación se centraba en que si no había amenaza nuclear no había razón para una IDE. Anteriores mandatarios estadounidenses habían ido cediéndoles terreno a los soviéticos, pero el republicano iba a invertir esa tendencia, aunque ello le costara una profunda decepción. Todo hace pensar que el desequilibrio de poder que suponía la SDI para el bloque soviético quebró la cumbre.

La cumbre estuvo mal planteada desde el comienzo, quizá por eso falló. Una cumbre se celebra cuando hay acuerdos previos cerrados, y este no fue el caso. Ambos mandatarios fallaron: los soviéticos, por pensar que Reagan firmaría cualquier cosa por salir airoso históricamente, algo que los europeos habían pronosticado, y los estadounidenses erraron al pensar que había posibilidad de llegar a un acuerdo sobre euromisiles sin que hubiera nada cerrado de antemano.

 

Los bloques juegan a la guerra

El total de piezas analizadas en la temática relacionada con el desarme asciende a treinta y cinco. Advertimos cómo, en líneas generales, el relato se construyó en torno a los líderes de uno y otro bloque jugando como niños con armas francamente peligrosas, manteniendo al mundo en vilo y agitando la propaganda. El panorama para nuestros dibujantes era ridículo y obligaba a celebrar cumbres sine die.  

Los hechos fueron descritos con el escepticismo y la ironía que de ordinario destiló el discurso sobre cumbres, armamento y desarme en la época que supuso el final de la conocida como détente o «segunda Guerra Fría» (Halliday, 1986).

La Guerra Fría contada por Oli pasó, en lo que concierne al desarme, desde un ligero optimismo con motivo de la firma de los Acuerdos SALT II, donde los mandatarios lanzaban sus tirachinas por los aires, a abrir una etapa de desesperanza, desconfianza, escepticismo, hasta el primer encuentro entre Reagan y Gorbachov —protagonistas de cinco de las seis viñetas con personajes reales del dibujante—. Del optimismo volvió a la desilusión, al recelo, al miedo, a la incertidumbre y, de nuevo, a la ruptura materializada en Reykjavik. En la Cumbre de Washington el autor escenificó el “sainete” montado por dos líderes que no se soportaban, que desconfiaban mutuamente, por un desarme ínfimo; en definitiva, por la hipocresía del Este y el Oeste.

Dos características destacan en su narración: la imparcialidad con respecto a los bloques y el escepticismo hacia lo que sucedía en la Guerra Fría. Sobre ellas enmarcó el autor sus piezas sin incluir afecto o animadversión sobre los que fueron llamados a protagonizar este ciclo; es decir, supo plasmar en calidad de observador una visión no polarizada que, sin embargo, estaba tan presente en el momento histórico. Los protagonistas de las piezas, es decir, los líderes de ambas potencias, están representados de igual a igual, no son más peligrosos en función del bloque al que pertenecen; sus intenciones no son ni más ni menos loables: están en “guerra” y quieren ganar. Ambos, por tanto, utilizan a la población. En pocas palabras, ambos merecen la misma desconfianza.

Con respecto a Mingote, la visión que ofrece el autor sobre el desarme advierte del disparate con respecto a la reducción y limitación de armamento de tal forma que estamos ante piezas escépticas. Se recreaba, por ejemplo, en cómo los mandatarios «ansiosos de paz» reducían la capacidad de destruir el mundo «a cinco veces». Las piezas relacionadas con armamento y desarme abogan por un humor humorístico. Las conversaciones y cumbres provocan desconfianza, y las conferencias de paz, hipocresía. Dedicó algunas piezas a denunciar la instrumentalización de los movimientos pacifistas y antinucleares. Por último, ante el proceso de Reykjavik, denunció la utilización que hicieron los líderes de la opinión pública mundial. La radiografía de Mingote se circunscribe a un discurso ajeno a visiones maniqueas o ambiguas. Los dos líderes están jugando con los habitantes del planeta, que no son sino “rehenes”, con armas altamente destructivas y utilizando la paz como estrategia. Utiliza muy pocos personajes reales en este recorrido.

Sobre las piezas de Palacios, no advertimos una caracterización negativa hacia sus protagonistas, no hay ningún elemento de desprecio o valoración desfavorable que no sea la de representar a los dos mandatarios de Estado, Schultz y Gromiko, jugándose los misiles en una partida de ajedrez en un ambiente gélido con motivo de los encuentros que en aquellos años mantenían los bloques, y en otra, a Reagan y Gorbachov destrozando los misiles a hachazos en la cumbre de Reykjavik.

Máximo emplea pocas viñetas dedicadas a personajes reales, en este caso, a Reagan y Gorbachov. No advertimos que establezca equiparaciones sobre cuál de los dos líderes es más o menos benévolo en temas de desarme. Las piezas tienen, sin embargo, una protagonista en todo el recorrido, que es la paloma. Junto al símbolo por antonomasia de la paz, encontramos a sus características multitudes minúsculas que hasta cierto punto son víctimas, en cuanto a que representan una humanidad harta de los excesos de los bloques. El relato del autor sobre el desarme dio cuenta de una narración escéptica protagonizada por cumbres absurdas sobre limitación de armamento, y un escenario caracterizado por el desencanto y la frustración de tener que elegir entre civilización o militarización. Las cumbres se habían convertido en un teatro por obra de los dos líderes hasta Reykjavik, donde encontramos las piezas, si se quiere, más cómicas.

A diferencia del resto de autores de la muestra, todas las piezas de Peridis las protagonizan personajes reales, y en algunas de ellas incorpora personajes nacionales. Vemos cómo Reagan aglutinó todo su interés. La crónica que nos deja este dibujante sobre el desarme adopta una línea muy similar al resto de autores, un espectáculo ciertamente bochornoso. Las conversaciones sobre el mismo sacaron a la luz la versión de los mandatarios como gallos de pelea. Reagan adquirió, de hecho, de forma explícita esa animalización hasta el año 1985, en que apareció el “monstruo” republicano y adoptó una actitud infantiloide y siniestra, alcanzando todo su esplendor en Libia.

En las primeras piezas protagonizadas por Brézhnev y Carter o Brézhnev y Reagan, podríamos hablar de ecuanimidad; sin embargo, la caricatura del republicano va sufriendo una transformación alienígena que lleva a una deshumanización. Reagan va convirtiéndose en un gallo de pelea, en una especie de dragón (figura 6.), y en definitiva, en un ser pendenciero siempre dispuesto a lanzar misiles o a apretar el gatillo. La postura del dibujante coincidía, no obstante, con el sentir de buena parte de la opinión pública del momento, y con la imagen que se difundió del republicano en plena pugna ideológica, y que, en buena medida, es la que se mantiene en la memoria colectiva.

 

La Guerra Fría al rojo vivo

Hay una frase lapidaria que ha quedado como epitafio de lo que supuso el final de la Guerra Fría: “terminó sin disparar un solo tiro”. Tanto es así, que el 11 de julio de 2011 se inauguró en Londres una estatua dedicada al presidente republicano con la siguiente dedicatoria: «A Ronald Reagan. Ganó la Guerra Fría sin disparar un solo tiro».

Lo cierto es que en la última década de la Guerra Fría, mientras en los despachos se clasificaban armas y los mandatarios de Estado se reunían en conferencias que tan solo servían para agitar la propaganda de uno y otro bloque, en el mundo moría gente víctima del enfrentamiento. Analizamos aquí algunos momentos que dan cuenta de este extremo. Consideramos por un lado lo que ocurrió en Polonia con la implantación de la ley marcial para frenar al sindicato Solidarność, que provocó el desencanto mundial y una, si cabe, más difícil situación para el pueblo polaco.

Tenemos por otro lado lo ocurrido con motivo del suceso del avión comercial surcoreano derribado por unos cazas soviéticos cuando sobrevolaba la isla de Sajalín en el Pacífico occidental. También morían marines en Beirut, población civil y militar víctima de la invasión estadounidense en la isla de Granada, y libios en el conflicto bélico que protagonizaron Reagan y Gaddafi en el golfo de Sirte.

Era un mundo en crisis que finalmente cobró forma con el derribo del muro de Berlín en noviembre de 1989. Uno a uno empezaban a caer los satélites soviéticos; el último, el del líder rumano Ceaucescu. En pocas palabras, la Guerra Fría se calentó antes de morir o quizá por eso murió. Analizamos en este epígrafe todos aquellos momentos teñidos de terror sobre los que los humoristas hubieron de pronunciarse.

El 13 de diciembre de 1981, el presidente del gobierno polaco, el mariscal Wojciech Jaruzelski, implantó la ley marcial en Polonia. Los tanques soviéticos ocuparon las calles de Varsovia, y la mayoría de los dirigentes de Solidarność fueron encarcelados. “Solidaridad” había nacido como un sindicato polaco no gubernamental en agosto de 1980 en los astilleros de Gdańsk, donde Lech Walesa y otros obreros fundaron un sindicato que se convertiría en el primero independiente en un país del bloque soviético. A principios de los ochenta, con Solidarność nacía un amplio movimiento social pacífico, de base anticomunista y raíces católicas, que unió aproximadamente a diez millones de miembros, casi un tercio de Polonia, y que contribuyó a la caída del comunismo en la Europa del Este. Gracias a Solidarność, Polonia se convirtió en un país sublevado ante un poder que mantenía a buena parte de su población alcoholizada, pobre y al borde del abismo.

Figura 9. Máximo, El País, 15-XII-1981, p. 15. Figura 10 Mingote, ABC, 19-XII-1981, p. 2.

Un avión comercial surcoreano que había salido del aeropuerto JFK de Nueva York con destino Seúl era derribado la madrugada del 1 de septiembre de 1983 por unos cazas soviéticos. La Guerra Fría en los años ochenta se escribía como si se tratara de guiones de películas de ciencia ficción. Pero fue real, y murieron doscientas sesenta y nueve personas, setenta de ellas estadounidenses. El avión había parado para repostar en Alaska, y por error, una vez en vuelo, se desvió de la ruta invadiendo el espacio aéreo soviético, primero hacia Siberia y después sobre la isla de Sajalín, en el Pacífico occidental, donde fue derribado. Sobre el caso hubo especulaciones, silencios y propaganda. El oscurantismo soviético fue manifiesto. Primero negaron los hechos; los admitieron días después, pero nunca pidieron disculpas. “El espacio aéreo es sagrado”, dijeron.

Figura 11 Summers, ABC, 4-IX-1983, p. 23. Figura 12. Oli, La Vanguardia, 27-X-1983, p. 13.

Nos ocupamos ahora de la invasión estadounidense de la isla de Granada (Caribe) en octubre de 1983. Los antecedentes deben ubicarse en las maniobras navales soviéticas en las costas nicaragüenses y en los ejercicios militares en Honduras. Ambos hechos formaban parte de la misma técnica de estrategia e intimidación que había llevado a cabo la URSS al este de Europa para favorecer, por ejemplo, el golpe de poder de Jaruzelski en Polonia.

La operación, que se llamó “Urgent Fury”, se preparó en una ronda de contactos entre Jamaica, Barbados, Reino Unido y EE UU. Tom Adams y Eugenia Charles, primeros ministros de Barbados y Dominica, respectivamente, permanecieron también en primera línea. La antigua colonia británica era una monarquía constitucional cuya jefatura de Estado correspondía a la reina Isabel II. Del 22 al 24 de octubre de 1983, la situación política de Granada y del resto de islas del archipiélago fue degenerando hasta desembocar en un golpe protagonizado por un grupo marxista que asesinó a su presidente, Maurice Bishop, y a otras treinta y cuatro personas, entre ellas sus ministros. Granada, una pequeña isla al sureste del Caribe, tenía plantaciones bananeras, algo de turismo y una facultad de Medicina privada perteneciente a Estados Unidos y exclusivamente para alumnos estadounidenses. Durante los cincuenta, EE UU abogó por una actitud defensiva para rodear a la URSS con bases militares. Con Granada, Washington convertía esa estrategia en un desembarco militar, es decir, en una intervención bélica de la que Reagan siempre se sintió orgulloso, tal y como expresa en sus memorias (1991: 482-483).

Otro punto caliente, quizá el que más, que surgió en esta década fue el enfrentamiento entre Reagan y el dictador Gaddafi en el golfo de Sirte (Libia) en 1986. Los antecedentes del conflicto deben ubicarse en 1969, año en el que el coronel Muammar al-Gaddafi lideró un levantamiento militar para acabar con la monarquía en Libia e instaurar una etapa en la que el país árabe pasó a convertirse en un polvorín. En 1972, el dictador libio decretó la prohibición para EE UU de sobrevolar el espacio aéreo en ciento ochenta y cinco kilómetros alrededor de Trípoli. La siguiente secuencia tuvo lugar en 1979, coincidiendo con el asalto de la Embajada estadounidense en Teherán en noviembre de dicho año. La Embajada de EE UU en Trípoli fue incendiada por una multitud que aclamaba la grandeza del ayatolá Jomeini. El enfrentamiento fue creciendo, y dos años después, durante el verano de 1981, con Ronald Reagan ya en la Casa Blanca, dos aviones estadounidenses F-14 derribaron dos aparatos libios SU-22 en el golfo de Sirte. Los aviones libios dispararon primero, fue la versión oficial dada por EE UU. Unos meses más tarde, la Casa Blanca clausuró la Embajada libia en Washington y expulsó a su personal, acusándole de contravenir las normas diplomáticas. Si bien, el detonante que marcó la “Operación El Dorado Canyon” fue un atentado terro­rista atribuido a Libia y de tinte antiamericano, perpetrado el 5 de abril de 1986 en una discoteca de Berlín frecuentada por norteamericanos, con más de doscientos heridos, sesenta y tres de ellos estadounidenses. Diez días después, las tropas nortea­mericanas bombardeaban distintos puntos de Trípoli y Bengasi. Diez años de enfren­tamientos habían ido envenenando las relaciones entre Gaddafi y EE UU: empezaba la crónica de un conflicto anunciado.

El golfo de Sirte, que el líder libio consideraba de su propiedad, se convertía así en el núcleo de conflictos entre Reagan y Gaddafi, porque ambos se tomaron la crisis como un enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Ambos utilizaron toda la propaganda que de ordinario surge ante cualquier conflicto bélico. Gaddafi, amenazando con luchar “a muerte” por proteger el golfo, y Ronald Reagan, argumentando que «la legítima defensa no es un derecho, es una obligación; y esto es legítima defensa» (Reagan, 1986: 1). Así se expresó Reagan en sus memorias sobre su enfrentamiento con Gaddafi, a quien llamaba «un payaso imprevisible» (1991: 301).

 

Crisis en clave de humor… gráfico

El total de piezas analizadas sobre esta temática asciende a 38. En lo referente a las crisis ocurridas en el período advertimos en Oli el mismo tono de ecuanimidad y ponderación en sus narraciones. La implantación de la ley marcial en Polonia le produjo tristeza: la figura de un obrero quitándose el casco de trabajo y colocándose uno de guerra nos traslada a la difícil situación que atravesaban los paisanos de Juan Pablo II. En la misma temática describió la maldad de Brézhnev con una pieza rotunda, ácida: la celebración de su onomástica coincidiendo con el sometimiento que ejercía sobre el pueblo polaco. Los hechos de Granada le provocaron miedo y sorpresa, y acometió el relato de Libia desde la sinrazón de la guerra, desde la inseguridad occidental que provocaba el terrorismo y desde la ruptura del consenso internacional.

Nos ocupamos ahora de las piezas de Mingote que apuestan en esta temática por un humor satírico. No advertimos una ponderación o una valoración neutra, sino más bien un encuadre en torno a la condena explícita del comunismo. Mingote tomó partido en los hechos con sus piezas. En las tres sobre Polonia, por ejemplo, denunció la impunidad soviética y comunista. Parece que encontró necesario exponer a Brézhnev en todo su esplendor. Así vemos una primera pieza de humor negro con un enérgico líder soviético jactándose de los hechos de Polonia y de las ampollas que levantó a nivel mundial, dejando constancia de la invulnerabilidad a las críticas del bloque soviético. En otra de ellas mostraba a Jaruzelski como un títere, a quien manejaba con una singular maestría contra el atemorizado pueblo polaco. La otra pertenece a personajes ficticios, señores de la burguesía denunciando a los comunistas (figura 10).

Con motivo del derribo soviético del avión comercial surcoreano condenó sin complejos la «barbarie» del atentado. En Granada, las críticas apuntaron al expansionismo soviético en Centroamérica. El autor invitaba a reflexionar sobre la catadura moral de los invadidos, y condenaba de forma contundente esa doble vara de medir para con las actitudes de los dos bloques.

El relato sobre el conflicto entre EE UU y Libia pasó por la denuncia del talante de Gaddafi entrenando terroristas, la equiparación de igual a igual entre el libio y el republicano, las visiones maniqueas e inicuas con que se describía la crisis de cara a la opinión pública, la instrumentalización de la paz, la coherencia de Reagan, así como el terrorismo y la amenaza que suponía para la civilización occidental. Igualmente encontramos en sus piezas argumentos encaminados a destapar la incoherencia, el simplismo y la ignorancia sobre el conflicto, y por último, la hipocresía de las relaciones internacionales o de algunas potencias.

Ciertamente, el conflicto que se desató en 1986 entre Reagan y Gaddafi no dejó indiferente a nadie, y parece que el correr del tiempo ha dejado en evidencia a todos aquellos que condenaron la actitud del republicano contra el dictador libio. Fueron muchas las corrientes de opinión interesadas que se movilizaron para estigmatizar a un ya estigmatizado Reagan. No parece ser el caso de Mingote, que adoptó una actitud bastante locuaz al respecto queriendo destapar a través de sus viñetas esa campaña antiamericana que no condenaba el terrorismo de Gaddafi. Mingote advirtió de un hecho que a día de hoy tiene, desgraciadamente, plena vigencia: el terrorismo. Y señaló cómo este podía poner en juego la civilización occidental. El dictador libio es el tercero de los personajes reales que toman forma en una viñeta de Mingote. Reagan ocupó un lugar en las obras del autor en este bloque, si no físicamente, sí en los textos, y podemos advertir que la posición de respaldo hacia el republicano no queda oculta.

Hay una sola viñeta de Summers en ABC que hace una ácida crítica contra el bloque soviético y sus modos con motivo del derribo del avión comercial surcoreano. El autor denunciaba la manera de operar de los soviéticos, ajenos a cualquier resquicio de piedad o sentido común (figura 11).

Con respecto a Máximo, en las piezas relacionadas con esta temática el encuadre es más evidente en contra de los EE UU, salvo con motivo del derribo del avión comercial surcoreano, donde sí cargó contra la URSS. Estados Unidos es una nación imperialista que aspira a conquistar el mundo, que simboliza la muerte y que enfrenta a Europa, pacifista por definición. La crisis polaca le provocó preocupación, y en relación con el derribo del avión comercial surcoreano, representó a través de tres piezas una ácida crítica contra el acto cometido por los soviéticos en tres piezas más humorísticas de lo que de ordinario destila su estilo. Advertía así de la especial precaución que exigen los soviéticos; las multitudes pedían auxilio ante el Pentágono frente al Ejército Rojo, y se mofó de las argumentaciones soviéticas sobre las fronteras aéreas. 

Sin embargo, con motivo de Granada y Libia la desafección de Máximo por los EE UU se hace llamativa al encontrarnos con ciertas visiones hiperbólicas y abigarradas. Nos presenta a esa nación conquistadora que lleva la muerte por bandera, y que pisotea las normas internacionales (figura 13). Con los antecedentes de la URSS, el “curriculum” de Gaddafi y la complejidad histórica y política de la Guerra Fría, se advierte cierta hemiplejía.

Figura 13. Máximo, El País, 16-IV-1986. p. 17.

Peridis fue crítico contra Brézhnev con motivo de la crisis de Polonia, si bien no necesitó establecer comparativas tan odiosas como con el republicano. De ahí que advirtamos cierto ensañamiento, o si se quiere, cierta guerra sucia en las piezas de este autor con Reagan[6]. En Polonia, Peridis denunciaba el abuso de poder de un gigante Brézhnev asimilado a un tanque y encarcelando a Walesa. La crisis entre el país árabe y EE UU describió una escena en la que destacaba la unilateralidad estadounidense, la violación de las leyes internacionales y la identificación de Reagan con un dictador nazi a través de la esvástica (figura 14).

Figura 14. Peridis, El País, 17-IV-1986, p. 8.

 

Termina la Guerra Fría

Los dos líderes de los bloques que llevaban enfrentados durante tres décadas pusieron fin a la Guerra Fría en la Cumbre de Malta en diciembre de 1989. Los protagonistas de este final de ciclo eran un Ronald Reagan en su segundo mandato, cansado, mayor y con problemas de distinta índole: escándalos como el Irangate, y físicos, como una agenda apretada para alguien de su edad y sometido a varias intervenciones quirúrgicas en muy poco tiempo, y un Mijaíl Gorbachov ahogado en su propia perestroika. Pero habían decidido entenderse y celebraron dos cumbres, en Washington y Moscú, que anticiparían a la de Malta, liderada por otro presidente republicano, George H. W. Bush. Pero además de cumbres hubo derribos y ejecuciones. El muro de Berlín fue destrozado a martillazos, y el último dictador comunista de Europa, el rumano Nicolae Ceaucescu, ejecutado a balazos en un paredón.

La cumbre de Washington supuso un momento histórico y abrió una nueva etapa en la era de la distensión que frenó la carrera de armamento y redujo los arsenales atómicos. Estados Unidos y la URSS, gracias a sus respectivos mandatarios de Estado y a la voluntad de Reagan y Gorbachov, cansados y necesitados de llegar a un acuerdo, acercaron posturas nunca imaginadas años atrás que pudieron materializarse en un acuerdo en diciembre de 1987. Después de catorce años, la bandera de la URSS ondeaba en la Casa Blanca para firmar un tratado que se basaba en la destrucción de los misiles intermedios y que tomaba medidas drásticas de verificación. Los temidos SS-20 soviéticos dejaban de ser una amenaza mundial.

En mayo de 1988 se celebraba en Moscú el cuarto encuentro entre Reagan y Gorbachov. Se trataba de la primera visita de un presidente estadounidense a la URSS en catorce años. Ronald Reagan iba a Moscú, y podía reunirse con disidentes soviéticos y explicar su concepto de la democracia a los estudiantes moscovitas bajo el busto de Lenin. Dos líderes que se referían a los sistemas del contrario como “el imperio del mal” y “el imperialismo agresivo” llegaban al entendimiento sin renunciar a la identidad de sus principios doctrinales. Había costado mucho llegar hasta aquí. La cumbre se dividía en tres capítulos centrales: desarme, derechos humanos y conflictos regionales, y contaba con la firma de un tratado para reducir a la mitad las armas de alcance intercontinental, más conocido como Start, o ratificar el Tratado INF para la eliminación de los misiles de alcance medio.

Figura 15. Máximo, El País, 30-V-1988, p. 14.

Y entonces ocurrió algo que no era previsible, al menos de un modo tan vertiginoso, y que, andando el tiempo, pudo saberse que partió de un error de un miembro del Politburó de Alemania del Este, Günter Schabowski. Durante una rueda de prensa el 9 de noviembre de 1989, al ser preguntado por un periodista sobre cuándo sería efectiva la decisión de la RDA de autorizar las salidas del país, Schabowski, confuso, consultó sus papeles y entonó: «Si mis informaciones son correctas, hasta donde llega mi conocimiento, inmediatamente».  

La perla del bloque soviético, el más simbólico de sus satélites, construido contra “el fascismo occidental”, fue derribado aquel 9 de noviembre de 1989 con la misma celeridad que se empleó en su construcción. Faltaba un mes para que se pusiera fin oficialmente a la Guerra Fría.

En diciembre de 1989 tuvo lugar el primer encuentro oficial entre George H. W. Bush como presidente y Mijaíl Gorbachov en Malta en medio de una tempestad que alteró los encuentros. Parte del programa no pudo cumplirse, y las reuniones, que estaban previstas en el crucero soviético Slava, tuvieron que trasladarse a un buque de pasajeros fondeado en la bahía de Marsaxlok, Maxim Gorki. Los puntos de la agenda fueron: Europa del Este, las relaciones soviético-americanas, el desarme, los conflictos regionales y los derechos humanos. Sin embargo, en realidad Gorbachov acudía a la cumbre a solicitar ayuda para poder sacar adelante su perestroika y no incrementar la asfixia que sufría su país. La agenda, en realidad, era una mera formalidad ante un tema de mayor calado: la reunificación alemana. El muro de Berlín había sido derribado hacía escasamente un mes, y la división germana era una reliquia demasiado evidente de la Guerra Fría.

Casi dos meses después del derribo del muro de Berlín caía el último líder estalinista del Pacto de Varsovia, uno de los dictadores más crueles de la Europa del siglo XX, Nicolae Ceaucescu. La Guerra Fría, en sus últimos coletazos, se estaba cobrando víctimas de distinta ideología y trayectoria, pero de forma dramática en ambos casos. Por un lado, personas desarmadas y víctimas de décadas de padecimientos y penurias que se echaban a la calle en busca de libertad y una vida mejor, aunque para ello la suya quizá acabase debajo de un tanque. En el otro lado, los últimos tiranos de la Guerra Fría y del bloque del Este, que recibían un tiro de gracia en un paredón.

 

Entendimiento y humor

El total de piezas analizadas en este epígrafe es de 22. El final de la Guerra Fría en el presente análisis puede considerarse ciertamente previsible y conservador, salvo algunas excepciones. El entendimiento entre los bloques en las dos cumbres de Washington y Moscú no estimuló lo suficiente a los dibujantes, puesto que las piezas fueron pobres y lacias en general.

Mingote recurrió a una viñeta que celebraba, a través de unos efusivos personajes, el desarme. Oli se mantuvo escéptico presentando a unos personajes que contemplaban a Reagan y Gorbachov saludándose o más bien “cacheándose”. Máximo, por su parte, cedió el protagonismo a EE UU, entendiendo que había triunfado el modelo del republicano.

Un magno acontecimiento como la cumbre de Moscú, aunque solo fuera por la visita de un anticomunista confeso al país soviético, no recibió una honda representación en nuestros dibujantes, que publicaron pocas e insípidas piezas. Para Pérez d’Elías en ABC, los dirigentes estaban enamorados y sellaban su afecto formalmente en esa nueva relación, que tenía algo de cursi y empalagoso. Máximo presentaba de nuevo a sus multitudes diminutas mientras el característico sombrero de Gorbachov, colocado sobre el de vaquero de Reagan, sobrevolaba el orbe en la pirámide clásica utilizada por el autor. Dicha pirámide aparece en sus piezas de forma recurrente. Puede tener ojo o no, y puede estar haciendo referencia al misterio de la Santísima Trinidad según la teología cristiana[7].

El derribo del muro de Berlín no cogió desprevenido a Mingote, que incluyó una ácida crítica contra el comunismo, donde los alemanes atravesaban el muro a la parte occidental, dejando constancia de las pocas “pasiones” que levantaban ya la hoz y el martillo: «No pasarán ¡Seguro!», se leía escrito en el muro (figura 17). Celebró también con dos viñetas muy distintas la caída de Ceaucescu. Una pieza narraba la alegría que producía la conquista de la libertad para el sometido Este, y en la otra, escenificaba el asesinato del dictador, el triunfo de la paz y el paradójico final del sátrapa.

Figura 17. Mingote, ABC, 14-XI-1989, p. 18. Figura 18. Mingote, ABC, 3-XII-1989, p. 22.

Cuando el muro fue derribado, Máximo anunció el fin de la historia[8]. Publicó también el triunfo de la paz sobre la puerta de Brandenburgo y el ocaso de las tesis marxistas que acababan en un vertedero. Por su parte, Gallego y Rey presentaron la posible estampida de los satélites soviéticos al grito de «¡Voy a por tabaco!».

Krahn, en La Vanguardia, publicó dos piezas que acompañaban a artículos de opinión. En una de ellas, a una rusa le daba un vahído ante una puerta con la hoz y el martillo, y en la otra se planteaba el desolador panorama que dejaba la perestroika para los rusos en hambre y calamidades (figura 16).

Figura 16. Krahn, La Vanguardia, 14-XI-1989, p. 21.

Con respecto a la cumbre de Malta, los dibujantes dedicaron bastantes piezas. Mingote recurría a sus escenas rurales para mostrar a un hombre que contemplaba la estela que dejaban en el cielo, no la hoz y el martillo sino la hoz y una cruz, en un guiño a Juan Pablo II y su contribución al final del comunismo. Pérez d’Elías presentaba una escena romántica y explícita sobre la cumbre (figura 19). Ambos en una pequeña embarcación, con Bush al mando de los remos mientras el líder soviético sostenía una sombrilla en la mano. Ferreres, en La Vanguardia, supo recrear no solo esa tempestad que tuvo lugar durante la cumbre, sino también el ínfimo lugar que había pasado a ocupar Europa, capeando el temporal en una pequeña embarcación capitaneada por los principales líderes europeos: Chirac, Thatcher y Kohl (figura 20).

Figura 19. Pérez d’Elías, ABC, 3-XII-1989, p. 41. Figura 20. Ferreres, La Vanguardia, 3-XII-1989, p. 3.

Y la caída de Ceaucescu también estimuló el talento humorístico de algunos dibujantes. Ferreres se empleaba en dos piezas para dar por terminada la Guerra Fría. Los ciudadanos del resto de países del Este, fuera ya del yugo soviético, se tapaban la nariz para no respirar los hedores que salían del país rumano. La otra pieza de Ferreres, que bien podría llamarse “El portal de Berlín”, aprovechaba la fecha navideña para incluir en su pieza el nacimiento de una nueva Europa. En ella aparecían los principales actores del momento: el papa Juan Pablo II sobre la puerta de Brandenburgo con un letrero que señala «Benedictus urbi et Gorby»; la Virgen —George Bush—, San José —Gorbachov—, el niño —Lech Walesa— y el buey y la mula, Chirac y Kohl, respectivamente (figura 21).

Figura 21. Ferreres, La Vanguardia, 24-XII-1989, p. 22.

Libertad y paz ocuparon un lugar destacado en las viñetas de Mingote. Por un lado, felicitaba el triunfo de la libertad y también las Navidades. Y de forma ácida y explícita, mostraba el final del dictador, acribillado a balazos que dibujaban la palabra paz.

Máximo montaba una tarjeta navideña con muchos elementos: por un lado, la condena a la invasión estadounidense de Panamá; por otro, el final de Ceaucescu, y por último, una dedicatoria al fotógrafo Juantxu Rodríguez, de El País, muerto a manos de tropas estadounidenses en Panamá.

 

Resultados

El relato de la Guerra Fría en Oli es una crónica de los hechos que estaban ocurriendo desde una visión descriptiva; actúa así como un depositario de la información que da cuenta de la actualidad sin hacer apenas valoraciones. El autor va más al detalle y es menos conceptual que el resto de dibujantes de la muestra. Consideramos su humor de carácter irónico, un humor absurdo que no propone nada concreto, podríamos decir un humor “blanco”. La narrativa de sus piezas guarda una gran similitud con los hechos sin incorporar elementos que nos distraigan de estos ni tampoco comentarios explícitos que pudieran, quizá, menoscabar la gracia de la viñeta.

No estamos ante un relato enrevesado, dado que el significado es bastante evidente, los códigos son fácilmente identificables, y sus inquietudes también. Es accesible seguir las crónicas de Oli porque no recurrió a la propaganda como pretexto para hacer humor sino que más bien se sirvió del humor para narrar unos hechos muy ideológicos sin que apenas se advirtiesen estos últimos. Era muy fácil recurrir a la propaganda en la Guerra Fría; resultaba relativamente sencillo dejarse llevar por los excesos retóricos de los líderes y por las propias convicciones. Comprobamos que Oli no lo hizo.

Con respecto a Ferreres —quien ocupa el lugar de Oli tras su marcha en las páginas de opinión—, en sus tres piezas podemos hacer las mismas consideraciones. Se trata de un tipo de humor mayormente iconográfico, es decir, informativo, y literario, destinado al entretenimiento, sin llevar a cabo desfiguraciones o descalificaciones.

Como conclusión al humor de este diario y sus dibujantes, podemos destacar que no ofende, no recurre a ataques, no descalifica, no es cruel y no es negro. Es un humor irónico y mayormente descriptivo que dio cuenta de la caída del bloque soviético tras su pugna con EE UU. La valoración es escasa, y no advertimos ningún tipo de encuadre concreto ni tampoco deformaciones físicas en la representación de los personajes más allá de lo que exige la caricatura como género pictórico.

Mingote utilizó sus series de la Edad de Piedra y escenas rurales, escenas de la burguesía, así como otro tipo de manifestaciones a través de imágenes de edificios blindados por militares, misiles u otras piezas de distintas características. Algo significativo en el autor es el hecho de que no utilice personajes reales en esta temática; es el único, de hecho, que no incluyó ni a Reagan ni a Gorbachov en ninguna de sus piezas. Parece que el autor no necesitó inmortalizar a estos “villanos” para describir el nivel de instrumentalización que gastaron durante este período y para retratar la situación durante esta década; si bien también nos permite reflexionar sobre cuándo sí lo hizo y con quién. Mingote, de hecho, utiliza muy pocos personajes reales en este recorrido, y cuando lo hace, no hallamos una representación física de los personajes en torno a desfiguraciones o insultos.

El relato que hace Mingote de la Guerra Fría tiene dos partes en torno a dos temáticas: el desarme y el comunismo. A través de sus piezas encontramos tres tipos de humor: humorístico, satírico e irónico, siendo este último el de mayor presencia. Encontramos en el autor los tres tipos de humor a los que estamos sometiendo las piezas. Una mayoría de ellas recurren a un humor irónico; las relacionadas con armamento y desarme pertenecen a un humor humorístico, y las que se refieren al comunismo o al bloque del Este abogan por un humor satírico. Estamos ante chistes profundos, ante un tipo de humor que no siempre se entiende. Un humor que resume la desesperanza y desilusión que parece que al autor le provocaba el ser humano. El género humorístico en el que englobamos sus piezas es, por tanto, el de opinión.

En Máximo, el colofón narrativo concluyó en que EE UU era la primera potencia mundial, algo que debe considerarse como negativo. Con el derribo del muro de Berlín anunció el fin de la historia, el triunfo de la paz y el fracaso de las ideas marxistas. Consideramos que su humor no intentó amortiguar los hechos que comprometían a los soviéticos, pero magnificó la responsabilidad estadounidense en la falta de paz, recurriendo a atribuciones amorales con respecto al país, y a visiones a veces simplistas. Es un tipo de humor satírico que persigue un ideal, la paz, en la que EE UU no trabaja. Algunas piezas son muy explícitas, sofisticadas e idealistas. Abordó conceptos como la paz, la militarización y la guerra desde planteamientos alegóricos, y más serios que irónicos o humorísticos. Encontramos una equiparación entre los dos mandatarios bastante aceptable en una primera parte del período y relacionada con el desarme, que no es tan evidente en la segunda etapa, en lo concerniente a crisis, y conforme el bloque soviético se fue viendo más comprometido y agónico. Es entonces cuando la figura del republicano es menos favorable y advertimos una caracterización negativa hacia él acentuando su edad. Esto se aprecia especialmente en las piezas de octubre de 1986 y de diciembre de 1987, protagonizadas por Reagan y Gorbachov. El género que caracteriza las piezas de Máximo es de opinión.

El humor de Peridis es bastante explícito, de carácter satírico, en ocasiones descalificatorio, lo que provoca que a veces pueda costar localizar la hilaridad, el escepticismo o la ironía. Lo más llamativo del análisis es, de hecho, la caracterización de Reagan. No parece acertado comparar al republicano con Hitler, y aún menos mostrar una faceta tan infantil, sobre todo si nos detenemos someramente en los protagonistas del Kremlin del período y los hechos acaecidos. El género que utiliza Peridis es el de entretenimiento, de ahí que sus piezas puedan resultar altamente persuasivas, dado que incluyen no solo menos contrastes sino elementos más rotundos y sencillos.

Sobre las dos piezas de Gallego y Rey, podemos señalar que se trata de un humor más irónico y menos explícito, diríamos que más descriptivo con la realidad y menos partidista al hallado en Máximo y Peridis.

 

Reflexiones para el debate

Durante el final de la Guerra Fría Europa sirvió como núcleo estratégico de la pugna entre el capitalismo y el comunismo, entre una democracia liberal y la alternativa del Este. Era un mundo dividido, con una opinión pública polarizada, si bien menos de lo que lo está en la actualidad, y muestra de ello es cómo se está abordando el conflicto en Ucrania. Lo anterior nos lleva a confirmar que la libertad de expresión no estaba tan cuestionada como ahora, ni tampoco tan lamentablemente desenfocada. El humor —que también gozaba de mejor salud precisamente porque se sabía qué era libertad de expresión y qué no— fue testigo de aquellos hechos y de aquella década, y utilizó sus herramientas para contarlo y posicionarse.

Siempre es estimulante acercarse al humor gráfico para comprender un período de la historia desde el ingenio y la risa. Se trata de un género periodístico arriesgado, complejo y no siempre suficientemente reconocido que permite, mejor que cualquier otro, la crítica desde un lenguaje con muchos más matices y menos cosificado. Estas piezas lúcidas ofrecen enunciados, interpretaciones, encuadres o expresiones que no obtenemos en el resto del periódico, porque, tal y como advertía Edgar Neville, el humor permite «creer a medias lo que los otros creen por entero» (Llera, 2008). En pocas palabras, el humor gráfico es el espacio idóneo desde el que combinar realidad, ironía y lucidez y narrar todo aquello que no se está contando. 

Recibieron más atención cuantitativamente aquellos acontecimientos en los que las cosas iban mal, es decir, para el humor gráfico se cumple el axioma periodístico de que las malas noticias son buenas noticias. Polonia, Reykjavik y Libia fueron así los hechos que más piezas publicaron.

Los dibujantes de la muestra practicaron esa doble visión que merecían los acontecimientos; algo más evidente y preciso en los autores de La Vanguardia y ABC, y menos en El País, donde se practicó un humor desde ciertas posturas dogmáticas más centrado en señalar cómo tenían que ser las cosas. Hubo una coincidencia entre la línea editorial de las cabeceras y los dibujantes, sobre todo en ABC y El País. En el caso de Oli, su humor es menos anticomunista de lo que lo era La Vanguardia en aquellos años; de hecho, estamos ante un autor cuyo humor es inocuo, realizado desde la ponderación y de carácter más descriptivo que de opinión.

El humor de Mingote es muy transgresor en cuanto a que subraya las contradicciones. Peridis y Máximo también lo hacen, pero hay mayor presencia de sátira, de sarcasmo, de comicidad, y menos de ironía. Ello redunda en la fuerza de la pieza. El comentario es demasiado explícito, y el chiste, por tanto, pasa a un segundo plano. En pocas palabras, la comicidad enfatiza la inferioridad del otro, el enemigo, que siempre es el mismo. Por otra parte, se alejan de la sutileza encontrada en Mingote u otros autores de la muestra y abogan por la confrontación. Al perder esa vis cómica, las piezas se tornan, a veces, demasiado agresivas.

La Guerra Fría descrita por el humor de Oli fue una ofensiva de igual a igual. Abogó por la apelación del absurdo; a saber: dos imperios antagónicos gobernados por líderes embebidos de excesos dialécticos que daban miedo y con pocas ganas de dialogar. El dibujante no tomó partido en el conflicto ni hacia ningún bloque.

En ABC, siempre a través de Mingote, el conflicto es como un azote; es el tipo de humor negro cuyo objetivo es desenmascarar. Nos hallamos ante una crítica mordaz hacia la opinión pública por su capacidad para dejarse manipular, hacia la URSS por sus excesos, y contra el comunismo porque es un sistema fracasado. El autor anunció que el mundo estaba en guerra y que había que tomar partido. Se mostró ecuánime en la descripción de los bloques con respecto a la temática relacionada con el desarme, paralelo a la actitud de Oli en La Vanguardia. Se mostró, sin embargo, más favorable a EE UU o hacia el propio Reagan en el resto de asuntos. A Mingote sí pareció importarle quién debiera salir airoso de la Guerra Fría, por ello no vamos a encontrar esa equiparación de igual a igual que lleva a cabo Oli. Hay una condena explícita a la amenaza que supone el comunismo y el expansionismo soviético, de igual modo que está presente la denuncia sobre el peligro que supone el terrorismo para Occidente.

En El País se ofrece una visión antiamericana que parece actuar al margen de la propia Guerra Fría. La reflexión humorística no siempre puso distancia con la realidad. Por otra parte, el retrato del enemigo está muy bien realizado desde el punto de vista de la estigmatización. Reagan fagocitó toda la atención, y esto es común a Máximo y Peridis. Estamos ante un humor satírico que nos habla del deber ser, de lo correcto.

Los tres diarios siguieron su propia línea humorística en el recorrido histórico, atendiendo, por un lado, al estilo de cada autor, y por otro, a la propia línea editorial de cada cabecera. Pero unos hechos unieron a los tres diarios de manera rotunda: la implantación de la ley marcial en Polonia. El grafismo de todos los dibujantes demostró la misma sensibilidad hacia el pueblo polaco en 1981, lo cual arroja datos interesantes y conclusivos. Polonia marcó un punto de inflexión en la Guerra Fría: allí se gestó el embrión que destapó el colapso soviético. Los últimos coletazos de la doctrina Brézhnev tocaron el corazón de nuestros autores, quienes a través de su trazo describieron el drama que sufría Polonia. Pero si Polonia unió estética y argumentalmente a los autores, Libia los separó. Mientras que Oli se limitó a contar lo que estaba ocurriendo, Máximo y Peridis se hicieron eco de la campaña antiamericana orquestada a nivel mundial sobre el enfrentamiento entre EE UU y Libia. Podemos incluso ir más allá al advertir que el hecho de utilizar la cruz gamada para representar a Reagan incluye de forma tácita la interiorización del discurso soviético que vinculaba el fascismo con los EE UU, si bien utilizando simbología nazi. Mingote, por su parte, denunció la instrumentalización del conflicto.

El ciclo y el propio final de la Guerra Fría fueron narrados de forma diferente. Oli sí celebró el primer encuentro entre Reagan y Gorbachov en 1985. Palacios y Pérez d’Elías en ABC también se mostraron optimistas y eufóricos por el diálogo entre los bloques. Y entusiasta también fue Mingote con el final del comunismo, vinculándolo con la libertad y la paz. No había utilizado el concepto “paz” de una manera tan recurrente como los dibujantes de las otras cabeceras durante el período, pero sí se congratuló de poder celebrarla con motivo de la extinción del comunismo en el bloque del Este con el final de Ceaucescu.

Los dibujantes de El País le dieron un tratamiento más lúgubre al final del período. El retrato simplón, excesivo y beligerante de Ronald Reagan y de los EE UU les llevó a centrarse más en el comentario que en la información. Se comprueba este extremo dado el elevado interés por desprestigiar al país y a su presidente, que aparece entre misiles, esvásticas y pistolas. Los líderes soviéticos son representados por Peridis también en posición de ataque, pero en una cantidad inferior y sin sufrir una animalización que persiguiera advertir de un peligro tan flagrante. Es decir, parece que el riesgo venía solo de uno de los bloques y de uno solo de los líderes.

Concluimos que el núcleo central del relato que construyeron los dibujantes sobre esa gran pugna mundial fue la desesperanza y condena por la esterilidad de los esfuerzos diplomáticos, la realidad de un arsenal armamentístico desproporcionado y peligroso y la falta de cordura de líderes que llevó a crisis como las de Polonia, Granada o Libia. Hubo, no obstante, una significativa diferencia de énfasis en las condenas, dependiendo del sesgo ideológico de cada dibujante. A España el conflicto le afectaba más de lejos, y además estaba sufriendo su propia guerra caliente por el terrorismo de ETA; por ello, tal y como advertía Núñez Florencio (2019), muchas piezas son «previsibles y convencionales» y «falta ese punto de mordacidad y mala leche que pone de relieve que el problema te afecta o te toca de cerca».

 

Referencias bibliográficas

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NOTAS

[1] Acuerdos sobre Limitación de Armamento Estratégico.

[2] Intermediate Range Nuclear Forces.

[3] Strategic Arms Reduction Treaty.

[4] Strategic Defense Initiative.

[5] En Bardají puede hallarse una exhaustiva explicación de la SDI, así como una escéptica visión de la misma y la inviabilidad de los ideales presidenciales de Reagan con respecto al programa defensivo, (1987: 608).

[6] El humorista había utilizado la cruz gamada con motivo de la visita del republicano a España un año antes, cuando se publicaron un total de cuatro viñetas de Reagan con la esvástica durante cuatro días consecutivos: cfr. El País, 5-V-1985, p. 17; 6-V-1985, p. 14; 7-V-1985, p. 15; 8-V-1985, p. 18.  

[7] Así lo entiende Bobillo, 2014: 55.

[8] La figura puede estar aludiendo al ensayo de Francis Fukuyama publicado ese mismo año: «¿El fin de la historia?».

Creación de la ficha (2022): Félix López
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Coral Morera Hernández (2022): "Reírse en tiempos de tensión. La representación de la Guerra Fría en el humor gráfico (1979-1989)", en Tebeosfera, tercera época, 21 (14-XI-2022). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 28/III/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/reirse_en_tiempos_de_tension._la_representacion_de_la_guerra_fria_en_el_humor_grafico_1979-1989.html