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LO FEMENINO EN LOS CÓMICS DE FANTASÍA HEROICA. Red Sonja y las chicas "bárbaras".


Los querías tanto a los héroes,

tanto soñabas con sus compañeras,

que te parecía imposible

que fuesen sólo emblemas o símbolos

para explicar el mundo,

cualidades antropomorfas.

¡Cómo quisieras que tuviesen ojo,

labios y dientes, piernas y brazos!

Y, sobre todos, ella,

la que viene de lejos para velar tu sueño,

la que triunfa y se marcha,

Sonia la Roja, la rival de Conan

("Sonia la Roja", Luis Alberto de Cuenta, 1985)

La heroína de fantasía heroica hace acopio de encantos femeninos exagerados que contrastan fuertemente con la ergonomía necesaria para batallar. © 2004 Alex Horley


  La Humanidad es Una, pero está encarnada en dos naturalezas que se complementan Y se dan sentido en un flujo biunívoco de actitudes, comportamientos y modos de hacer el mundo, y que se enfrentan y se construyen en un ciclo inacabable. Una naturaleza es Hombre. La otra, Mujer; sí, esa mitad inexcusable de nuestra humanidad que ha sido soslayada por el tiempo. Nuestra historia es la Historia del Hombre, y las acciones de la población toda es la actividad del hombre, y los retos de la civilización los asume el hombre, y así, mitigando el otro cincuenta por ciento de nuestra entidad dual hasta eclipsarlo.

No ha de extrañarnos ese desplazamiento, pues viene de antiguo. Hace muchos años, las comunidades del género humano recién salidas del bestialismo y recién adquirido una nueva apariencia lampiña, se organizaron en grupos reducidos de individuos carroñeros, recolectores y cazadores circunstanciales. Los esfuerzos encaminados a sobrevivir podían ser compartidos por mujeres y hombres y sólo estaba claro un papel diferencial: el del alumbramiento. La mujer ya era entonces enigmática puesto que era la única capaz de dar vida, la depositaria del gran misterio de la vida. Cuando las primeras comunidades humanas se asentaron y acometieron el laboreo de la tierra y la domesticación de especies vegetales y animales, la mujer pudo detenerse a descansar su hinchado vientre, a cuidar de la prole y del ajuar y a orientar su trabajo hacia disciplinas diferentes a las del hombre, ahora responsable de actividades desarrolladas en grupo y en las que había que invertir mayor esfuerzo.
Sin embargo, la mujer no dejó de ser la representación de lo oscuro y el negro triángulo de su pubis aún era recóndito y mágico, y ella era la vida pero también lo húmedo, lo cíclico, la luna, la tierra... Los primeros agricultores tuvieron que romper el tabú más formidable de nuestra historia: el de horadar el suelo, el de violar a la Madre Tierra por cuyas fisuras podían evadirse demonios mil. Por entonces, con el advenimiento de la revolución neolítica y agrícola, la mujer era Diosa, y el coito con la diosa prologaba al hendido del suelo con el arado y a la siembra. Y la Diosa era la proveedora de la cosecha, la depositaria de la actividad común, la dirigente, pues se ha postulado que las primeras civilizaciones de Oriente Medio eran matriarcados o, al menos, la organización social en ellas se estructuraba en torno a un eje matrilineal.
Con el fortalecimiento de las castas guerreras, el poder pasó a manos de los hombres, quienes secuestraron los templos, los palacios y las urbes, y el patriarcado desplazó al matriarcado. La mujer, relegada al seno del hogar, dejó de tener poder pero no dejó de ser la luna, la noche, lo secreto... las fuerzas del mal. Y mucho tiempo ha pasado la mujer, casi 4.000 años, con el diablo dentro, aguardando, acumulando rabia.

CHICAS DE ARMAS TOMAR.

Aparte de persona, tan capaz o más que el hombre, la mujer ha sido símbolo toda la vida. Simboliza el mal, por supuesto, ha sido diablo, ha sido bruja, loca, lela y débil, y no ha tenido voto, ni decisión ni cargo ni responsabilidad. Y, también, simboliza lo fértil, lo puro y, como proyección antitética de lo masculino, es la belleza, la voluptuosidad, el erotismo... Siempre instrumentalizadas esas cualidades por el hombre, la mujer ha sido vehículo sexual de las apetencias e ilusiones masculinas en la literatura, en la pintura, la escultura, la música, el cine y en la historieta.

Pero llegó el día en que el vaso fue colmado y la mujer quiso irrumpir en la sociedad de los hombres y reivindicar su lugar. Poco a poco escaló peldaños, vulneró preceptos, mudó su imagen frívola y escasa de luces. Combatió. De tal guisa, en los cómics la silueta femenina apareció siempre asociada al héroe para tildarlo de más hombre. Cuando ella tomó protagonismo, cuando llegaron las primeras heroínas (caso de Sheena), pasó a ser un pin up semoviente y semidesnudo. Cuando iba vestida en aquellos millares de comic books de vaqueros, de crimen o de terror, sus pechos y sus caderas pugnaron por descosturar su indumento: iba desnuda para la imaginación del hombre. Luego, cuando hubo superhéroes, de una costilla salieron las superheroínas, ¡qué ocasión, mujeres en bragas de colores sin temor a la censura! Desde entonces, la mujer fue más neumática que nunca, pero siempre a la sombra del mocetón con capa y mandíbula cuadrada.

Las cosas cambiarían durante la década de los años setenta, pues el movimiento de liberación de la mujer (el Women’s Lib) también halló un hueco en los temas tratados en los cómics (sensibilizada como estaba la industria del cómic ante problemas sociales, comulgó con el antirracismo, el antibeliscismo, se permeabilizó ante los problemas de drogadicción de la juventud, etc.) y las heroínas comenzaron a mostrarse más fuertes, emancipadas, reflejo de la emergente autoconsciencia femenina de los primeros años setenta. La avanzadilla de mujeres tremendas en los tebeos de la editorial Marvel fue integrada por Tygra, Thundra, Valkyria y Satana, que no dejaban de ser machos con pechos pero que desplazaron a las pánfilas y pacatas Namorita, Lady Sif, Gwen Stacy o Sue Storm. Habría que esperar un tiempo para que madurasen algunos de estos personajes femeninos, u otros como Jean Grey, La Avispa o Black Widow, y naciesen nuevas mujeres de armas tomar, como Hulka, Spiderwoman o Tormenta.

A Conan, el macho sin ambages, había que sacarle la contrapartida también, una mujer de carácter indomable contrapuesta a las tópicas damiselas con las que se encontraba en su camino y que, invariablemente, caían rendidas a sus pies. Y así nació Red Sonja, una suerte de monstruo de Frankenstein con curvas que Roy Thomas generó al dictado de un lector interesado en que fueran llevadas al cómic las aventuras de Sonia de Rogatine y Agnes de Chastillon, dos personajes femeninos de la literatura de Robert E. Howard. Thomas la hizo mujer y la hizo venganza. Construyó un espíritu de animadversión hacia los hombres (su actitud aventurera nació del odio hacia quien le violó en su adolescencia), construyó una mujer incompleta (esa misma vejación la hizo inapetente sexualmente) y construyó un reto para el mayor semental de entre los bárbaros hyborios. Barry Smith fue el primero en dibujarla, pero los que le dieron una imagen inolvidable fueron Esteban Maroto y Neal Adams al diseñar un icono erótico nuevo, una guerrera pelirroja, independiente y fiera que salía a la intemperie con una suerte de bikini metálico incomodísimo, pero un solaz para los fetichistas.

Una imagen poderosa, sin duda. Los aficionados al cómic la acogieron de inmediato como una creación con garra, con presencia. Su éxito fue tal que resultó ser el primer personaje de cómic que motivó una convención de cómic singular, para ella sola, la SonjaCon celebrada en New Jersey los días 20 y 21 de noviembre de 1976, por la cual desfilaron cinco “sonjas” a cual más carnosa, evento que provocó el rechazo de alguna mentalidad oficial retrógrada pero que obtuvo la acogida suficiente para pasear el espectáculo por Boston, San Diego y Nueva York y despertar el interés de los medios de comunicación de masas.

El público potencial de los cómics de ciertos géneros siempre ha sido masculino. En EE UU había cientos de títulos dirigidos a las chicas (aventuras románticas y humorismo a raudales, ya desde los años treinta, que con el tiempo fueron dejando de vender también), y en Europa siempre ha habido un sector de la industria dedicado a las muchachas. Mas, si nos ceñimos a los géneros, como por ejemplo a los superhéroes o a los bárbaros, está claro que las que visten falda por lo común ni se acercan.

Además, pese a que los relatos de fantasía heroica habían descrito con golosa lujuria los cuerpos de las mozas que se echaban en brazos del héroe, en los cómics que los adaptaban esas secundarias aparecían tapadas y bien tapadas. A este respecto, resulta hoy cómico recordar que Barry Smith quisieran censurarle un trabajo porque según los censores había mostrado el pubis de una chica en una portada de Conan the Barbarian, cuando lo que él había dibujado era una rodilla. Y, casi trágico, conocer hoy que el atuendo de Bêlit estuvo a punto de ser tachado de impúdico debido a que esas bandas de piel verticales que cubrían sus pechos incitaban más que ocultaban.

Otras mujeres de la vida bárbara corrieron similar suerte, aunque siempre dejando una posibilidad abierta a la seducción, a tenor de lo reducido de los atuendos en la Era Hyboria. En referencia a este punto concreto de la ficción de espada y brujería en los cómics, destacó sobre todas ellas la hyrkania Red Sonja, aquella mercenaria pelirroja de curvas más que generosas que se contoneaba por su peligroso mundo hyborio pertrechada con un traje que en su día levantó polémica. En esta tónica, los únicos cómics que mostraban mayor cantidad de piel femenina durante los años de la censura aceptada por las propias editoriales fueron los de fantasía heroica y los que escapaban a la autocensura impuesta por el Code. En los magacines en blanco y negro, por ejemplo. En las afamadas revistas de Warren Eerie o Creepy era habitual descubrir algún muslamen e incluso un busto destapado. Y en Vampirella mucho más; en las páginas de la revista era habitual encontrar alguna que otra heroína, dibujada encantadora por Félix Mas o morbosamente por Esteban Maroto, e incluso alguna de ellas se hizo famosa, como Fleur, la hechicera que dibujó Ramón Torrents con mucho interés por remarcar sus curvas. Ciñéndonos al caso de la fantasía heroica, salvo por las historietas que también se publicaron en la alineación de revistas de Jim Warren, entre los comic books hubo alguna que destacó particularmente: Warlord, donde todos corrían con lo mínimo puesto para poder colgar las armas, al gusto de Mike Grell.

Con los noventa llegó el rechazo del Comics Code y se aflojó la presión del mercado y la de la distribución, y muchos aficionados comenzaron a subirse al caballo de la industria, y los señores que manejaban la pasta en las casas editoras se percataron de que algunos títulos vendían más porque se acudía a la estrategia de colocar en portada, bien genuflexionada, una chica con hipertrofia mamaria y con carita impúber (pese a llevar el ceño muy fruncido). Llegaban las Bad Girls, las chicas duras, peleonas y bien formadas que habían estado enquistadas en sus trajes decentes durante años pedían ahora su turno. Los intentos por hacer cómics del gusto de la emergente fuerza feminista durante los finales sesenta y los primeros setenta (con aquellas heroínas de nuevo cuño, defensoras de una independencia y de una fortaleza inédita hasta entonces, como Tundra, como Electra, como Black Widow, como Valkiria, o como la nueva Shanna) tomaron otros derroteros y los comic books terminaron convirtiéndose en muestrarios de tetas y culos: Glory, Angela, Witchblade, Avengelyne, Darkchylde, Pantha, la nueva Vampirella, Dawn o Lady Death constituyen ejemplos perfectos de lo expuesto.

Es precisamente en el final de los años noventa que esto se hace muy evidente en los catálogos de venta de cómics y en otras líneas de productos que triunfan en el mercado americano. Por lo que se refiere a la fantasía heroica, las chicas autosuficientes y peligrosas, desinhibidamente salvajes y de grandes pechos, se abren camino entre la saturación de historietas del mercado buscando su parcela de lectores. De ahí surgen los afanes de Joseph Michael Linsner, el creador de la llorosa y exuberante Dawn, o los de Jay Anacleto, quien creó todo un mundo de fantasía medieval para su espadachina Aria. También se cuelan muchachuelas de poco cuerpo pero de mucho tetamen en las recientes series de Image Warlands y More than Mortal; otra guerrera de este montón es la Tiger Woman invitada a la serie The Land (la de Donald Marquez publicada por Caliber Press). Y qué decir del excesivo Tim Vigil y su carnalmente explícita Cuda editada por Avatar Press?.

Títulos similares publicados durante estos últimos años han sido los de Sirius Entertainment: Artesia, de Mark Smylie; Dark Horse sacó serie tras serie de Xena, una tipa de armas tomar que todos conocimos por la tele. También habría que hablar de las muchachas que asoman por Groo (inolvidable Chakaal), Tooth and Claw, por Cave Woman, por More than Mortal, por Tellos, la Monika de Battle Chasers... y el catálogo de Cross Gen Comics.

Vista la evolución la historieta de fantasía heroica con elemento femenino, se añoran las obras en las que lo que primaba era la aventura de por sí, la cual venía aderezada por un estallido puntual de violencia, por la presencia ineludible del horror producto de algo sobrenatural y, también, por esas gotitas de erótico reprimido que prometían redondeces ocultas, pasiones tras la cortina, con lo no mostrado...

SONJA, GUERRERA Y MUJER.

Es sabido que a los hombres les cuesta acceder con objetividad a las tesis feministas y, por lo común, suelen rebatir a una mujer que argumenta sobre su naturaleza social y humana tachándola de amazona o “hembrista” (por contraposición a machista). Y aún más si lo manifiesta públicamente, recurriendo de inmediato a repudiar lo absurdo de su posicionamiento e incluso llegando al rechazo violento...

El machismo sólo cabe justificarlo si adoptamos la postura del antropólogo, por cuanto la mujer siempre ha sido el más rico y plástico de nuestros símbolos. Ella nos ha servido para simbolizarlo todo: nuestro poder, nuestros ideales, nuestro estatus... ¿Cómo no iba a resultar difícil entonces aceptar el hecho de que para que ellas puedan ser un poco más tengan que significar un poco menos para los varones; que sólo podrán alcanzar cierto poder en la medida en que dejen de operar como símbolo de los hombres? Mas, ¡ay!, ese gesto de búsqueda de identidad femenina resulta opaco para los machistas, algo en lo que no pueden verse reflejados, una insurrección de nuestros propios signos masculinos. A los hombres se les hace muy cuesta arriba eso de derrumbar los mitos (la esposa modelo, la doncella delicada, el objeto sexual) erigidos por una sociedad de hombres...

En el nuevo siglo XXI, los hombres, asustados por la certeza de que las mujeres van a obtener por fin lo que les pertenece por derecho, corren a su lado para ofrecerles nuevos valores simbólicos, significados más modernos para que en ellos puedan reconocerse otra vez. Se vuelven pretenciosos hasta el punto de hacer de la mujer símbolo de lo que hay que recuperar: un mundo no predatorio, no tan pragmático, no tan deshumanizado, etc.

La nueva mujer, incentivada desde la contracultura de los años setenta, aparece como el arrecife con el que los nuevos varones encallan sin poder evitarlo. No obstante, ella ha venido representando hasta hoy una función puramente simbólica y, curiosamente, esa función ha sido compartida siempre con la del “salvaje”, la del bárbaro. En efecto, en los períodos racionalistas o ilustrados, el salvaje y la mujer eran el símbolo de la incultura y la barbarie; por el contrario, en los períodos románticos o melancólicos, han resultado ser los depositarios de las virtudes perdidas o sacrificadas por la civilización moderna. Este último es el caso de Conan y, por extensión, de Red Sonja y otros personajes femeninos asociados al cimmerio que enarbolaron hachas o espadas para luchar en la Era Hyboria. Tanto la pelirroja como el jayán cimmerio tienen vicios y virtudes comunes: la falta de control emocional o la consonancia orgánica con la naturaleza, por ejemplo. Pero ella representa esa imagen en grado superior ya que ese descontrol y arraigo lo tiene meramente como mujer y, por otra parte, también es una salvaje, una guerrera como Conan que se sobrepone a él como personaje reivindicativo. Sonja supone la aglutinación de lo salvaje en la mujer y de la fémina como luchadora por una identidad propia.

¿Se concluye que Sonja es feminista, pues? No, porque es una “salvaje” en un mundo de bárbaros que se integra en él como tal, adoptando una actitud romántica ante un mundo plagado de injusticias, no como mujer que trata de resolver problemas de carácter social. Y, tampoco, porque Sonja lucha contra la incomprensión y contra la violencia, mas no con intención de liderar un movimiento contra la brutalidad masculina por razón de haber sido violada de niña, más bien porque odia a los hombres debido a su palmaria brutalidad, simplemente.

Esteban Maroto recurrió a sus habituales herramientas estéticas para vestir a Sonja de un modo algo ridículo, casi hortera, con aquel bikini metálico. Pero es que Sonja iba dirigida a un público lector masculino y esa cota de malla de verano despertaba la libido de sus admiradores, y muchos lo eran simplemente por esa incitación sexual decadente e ingenua al mismo tiempo. O sea, que la tomaron como un arquetipo masculino más, chica-carnosa-y-rebelde dispuesta a ser doblegada por nuestra retorcida mentalidad, algo que le vino de perlas a Frank Thorne, que era muy dado a cierta promiscuidad y a un fetichismo reprobable, y con razón, por parte del sector femenino. Por eso la colección de Sonja fue etiquetada por muchas lectoras como la de una feminista con espada.

Si la espadachina ha parecido una abanderada del feminismo en los cómics, ha sido así porque los hombres se ven en sus viñetas como objetivo de su agresividad sexual. El personaje en sí parece estar por encima de toda esa reflexión sobre el compromiso social o la castración figurada, y se abandona a la aventura. Sonja siempre fue una aventurera, no una activista, se concluye. Es decir, la hyrkania representa, en cierto modo, lo que rechazamos y a lo que aspiramos los hombres: la mujer como representación que nos hacemos de aquello que hemos de recuperar. Y la Sonja que hemos de recuperar es la Mujer, con mayúsculas, la que no nos merecemos.

 
   

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SUMARIO

R. E. HOWARD

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 [ © 2004 Manuel Barrero, por el texto, y Carlos Yáñez, por la selección y montaje, para Tebeosfera, 040524 ]  [ © 2004 Conan Properties International, LLC / Robert E. Howard Properties, LLC, por los personajes. El resto de los copyrights corresponden a los editores y autores de estos productos aquí mostrados, lo cual se hace con carácter exclusivamente informativo y / o promocional ]