TEBEOSFERA \ SECCIÓN  

COSAS DE TEBEOS / 3

 

por ANTONIO MARTÍN  


Sobre los cómics de superhéroes y otras cuestiones / 1  [ parte tres ]


JUNIO DE 1938: SUPERMAN Y SUS AMIGOS LOS SUPERHÉROES INVADEN LA REALIDAD AMERICANA / DEL ORIGEN A LOS AÑOS NOVENTA  


[ viene de la segunda parte del artículo ]

El Dr. Wertham y los inocentes... seducidos por los cómics

Desde esta situación se pasó en la década de los cincuenta a un ataque genérico y global contra los comic books por parte de educadores y psicólogos, con la colaboración de amplios sectores de la prensa y de la opinión pública norteamericanas.

La campaña se orientó especialmente contra los cómics de terror, los policíacos y de crímenes y hasta, a veces, los de superhéroes, todos los cuales se convirtieron en objetivo prioritario de cuantas personas y grupos, ligas morales y cruzadas de decencia, consideraban que los comic books además de nada educativos eran responsables de la violencia y la delincuencia juveniles y atentaban contra la moral. Protagonista de excepción de esta campaña contra los comic books fue el Dr. Fredric Wertham, siquiatra alemán que emigró en 1922 a los Estados Unidos, donde desarrolló una gran actividad profesional, primero en la Phipps Psychiatric Clinic y en la John Hopkins Medical School de Baltimore. En 1932 se trasladó a Nueva York con el cargo de siquiatra senior del Department of Hospitals of New York City y como profesor de siquiatría clínica en la New York University, manteniendo importantes contactos con la Supreme Court of New York. Durante estos años el Dr. Wertham se encargó de múltiples casos de alcohólicos, niños y presos, siendo frecuentemente llamado para testificar en casos de crímenes violentos. Esta experiencia hizo que desarrollase un gran interés por las causas de la violencia y su influencia sobre los menores, escribiendo varios libros sobre el tema.

Wertham manifestó siempre una gran preocupación por la influencia de los mass media sobre los lectores, sugiriendo en un artículo de fecha tan temprana como 1938, que la autocensura de la prensa debía evitar que «los lectores, sobre todo los más inmaduros, viesen día tras día los espeluznantes detalles de las fotografía de crímenes» ya que los lectores inmaduros, especialmente los niños, necesitaban ser protegidos de la sociedad. Ello se reflejó especialmente en su actividad profesional, a partir de 1946, en la Lafargue Clinic, en Harlem, donde tuvo ocasión de tratar muchos casos de delincuencia infantil. Siendo esto lo que, según los estudiosos –Amy Kiste Nyberg–, estimuló su interés por los comic books al comprobar la importancia que los mismos tenían en las lecturas de los niños.

En marzo de 1948 el Dr. Fredric Wertham presidió el simposio Psychopatology of Comic Books (patrocinado por la Association for the Advacement of Psychotherapy), que se celebró en la New York Academy of Medicine. En este simposio Wertham afirmó que los comic books glorificaban la violencia y una «sexualidad agresiva y anormal». En el mismo mes de marzo de 1948 el Collier´s Magazine publicó un largo reportaje de Judith Crist (“Horror in the Nursery”),que recogía los planteamientos de Wertham; la gran difusión dada a estos planteamientos por el reportaje convirtió lo que hasta entonces habían sido actitudes y actividades limitadas, de grupos y personas, en un problema de interés público a nivel nacional. Este reportaje ha sido reproducido en 1992 por la revista The Cómic Book Marketplace # 10.

El simposio y el artículo de Collier´s marcaron la entrada oficial del Dr. Wertham en la campaña contra los comic books. Todo ello despertó el interés oficial por el tema y Wertham fue consultado como experto por el New York Joint Legislative Committee to Study the Publications of Comics, formado en marzo de 1949 para el estudio de una posible legislación para la edición de comic books. Ante los frecuentes y cada vez más peligrosos ataques contra los comic books, los editores intentaron frenarlos desde la Association of Comics Magazine Publishers (ACMP), Portada de The Vault of Horror # 30 que en 1948 se dio a sí misma un Code for the Comics (con seis puntos desde los que regular los contenidos de los comic books) y nombró a Henry Schultz (de la New York City Board of Higher Education) director ejecutivo de la ACMP. Sin embargo, este intento no fue respaldado por muchos editores de comic books y tampoco se realizó ninguna campaña positiva dirigida a la opinión pública, por lo que la acción de la ACMP fracasó.

Así, el debate abierto en torno a la potencial peligrosidad de los comic books en la formación psicológica y social de los niños y jóvenes americanos continuó en años posteriores, influyendo más y más sobre los padres de familia y las autoridades cívicas, educativas, religiosas, etc. La campaña culminó en 1954, cuando el Dr. Wertham publicó su libro Seduction of the Innocent, subtitulado “La influencia de los comic books sobre la juventud de hoy”, con un suplemento de 14 páginas recogiendo una selección de viñetas y cubiertas de comic books que mostraban diversas escenas sexuales y de tortura y muerte. Tanto en este libro (hoy una auténtica pieza rara para los coleccionistas y los investigadores del cómic) como en sus articulos en la prensa y en las numerosas conferencias y actos públicos en que participó, Wertham afirmó reiteradamente que los comic books eran perjudiciales para la salud mental de los niños y les incitaban a cometer todo tipo de delitos.

Finalmente, la suma de las campañas contra los comic books llevadas a cabo por distintos grupos cristianos, la actitud negativa de muchos pedagogos, los artículos en la prensa, los proyectos legislativos que apuntaban en varios estados de la Unión, la condena de sicólogos y siquiatras y el escándalo que levantó el libro Seduction of the Innocent, hicieron que el Senado de los Estados Unidos se interesase por el tema.

Aprobado por el Comics Code

En la primavera de 1954 se formó un Senate Subcommittee on Juvenile Delinquency, presidido por los senadores Robert Hendrickson y Estes Kefauver. Bajo la dirección de este último (que en 1950 había presidido el Comité Especial del Senado para la Investigación del Crimen Organizado) el subcomité investigó la industria de los comic books (los resultados se concretaron en un informe publicado en marzo de 1955). Después el subcomité continuó examinando la influencia de la violencia y el sexo en los mass media.

El Subcomité llamó a declarar a cuatro expertos siquiatras y educadores, entre ellos principalmente Fredric Wertham, con opiniones encontradas respecto a la influencia y daños sicológicos causados por los comicbooks. Otro grupo fue invitado a testificar acerca del efecto de los cómics. También escuchó a cuatro representantes de la industria: William M. Gaines (hijo de Max Gaines, que había muerto en 1947), propietario de EC Comics; William Friedman, editor de Story Comics; Helen Meyer, vicepresidente de Dell Publications; y Monroe Froehlich, manager de la compañía Magazine Management Company que publicaba los Marvel Comics. Y así mismo se convocó a empleados y consultores de National Periodical Publications, a especialistas en lecturas infantiles, a diversos expertos, a distribuidores, etc.

Según los cronistas de la época el interés del subcomité se centró en los testimonios de Wertham y Gaines, convertidos en protagonistas de las sesiones. Mientras que otros representantes de la industria intentaron distanciarse del problema, especialmente Helen Meyer de Dell Comics; queda también constancia de la actitud complaciente que otros editores mostraron ante el subcomité y en los acontecimientos posteriores.

William Gaines había heredado de su padre (Maxwell C. Gaines) la compañía Educational Comics, en la que comenzó a introducir nuevos títulos y tipos de cómics con temática del oeste, sentimental, policiaca y de crímenes, dejando de lado la intención original de la empresa. En 1950 cambió el nombre por el de Entertaining Comics (EC) y a partir de entonces se orientó especialmente hacia la publicación de los llamados “horror comics”, con colecciones de comic books tituladas Crime SuspenStories, The Vault of Horror, Crypt of Terror, Tales from the Crypt, etc. Fueron precisamente estos comic books los que proporcionaron mayor número de ejemplos a Wertham para argumentar su alegato sobre los posibles daños sicológicos que los comic books podían causar a los lectores infantiles.

Tras varias sesiones el subcomité del Senado dio por cerrada su investigación, dejando clara la sugerencia de que la industria editorial llevara a cabo una labor de autocontrol, con los comic books y a las empresas editoriales librados a su propia suerte dentro del juego de fuerzas y tensiones internas de la vida y la política diaria americanas.

Pero ahora la polémica entre los detractores y los defensores de los comicbooks había saltado a la prensa, puesta bajo los focos de la atención popular y sacudido a la opinión pública norteamericana, que reaccionó hacia posiciones absolutamente conservadoras. Ello reiteró las condenas, los boicots y de nuevo se produjo la quema pública de montones de comic books [ver fotografía de uno de estos autos de fe en Great American Comic Books, Ron Goulart, p. 207]. Ante el rechazo generalizado la industria retrocedió, prefiriendo ceder ante las presiones y no exponerse a la posibilidad de que pudiese legislarse en su contra.  

En septiembre de 1954 se creó la organización Comics Magazine Association of America (CMAA) que sustituyó a la escasamente operativa ACMP de años anteriores. En defensa de los intereses empresariales los editores aceptaron doblegarse antes que verse fuera del negocio. Para ello la CMAA adoptó los postulados de sus detractores y formuló un cuerpo de normas de autocensura, Comics Code, con 32 artículos que controlaban la “bondad” de los contenidos de cada comic book, y nueve artículos más referidos específicamente al tipo de productos que no se podían “publicitar”. De acuerdo a esto, todas las compañías afiliadas a la CMAA se obligaban a cumplir las normas del Comics Code en la creación de las aventuras de los personajes de sus comic books.

Pese a lo que esto tenía de negativo respecto a la libertad de expresión, hay que saber que en realidad varias de las principales compañías editoriales del sector tenían desde hacía años sus propios códigos de autocensura internos. Por ejemplo, uno de los códigos más antiguos en funcionamiento era el de National Periodical Publications, con ocho artículos con los que se controlaban los contenidos de sus comic books. También Fawcett Publications tenía un código con siete artículos. Por su parte los Marvel Comics se regían desde 1948 por un código propio que fue distribuido a los departamentos de arte y editorial de la compañía para su cumplimiento.

Para el cumplimiento del nuevo código (“Comics Code”) se creó la oficina de la Comics Code Authority, en la que se tenía que presentar un ejemplar de cada comic book antes de su impresión para comprobar que sus contenidos se adecuaban al articulado del código; en el caso de que no fuera así se devolvía a la editorial con las indicaciones de lo que se debía corregir en los textos o en los dibujos. Una vez aceptada y autorizada la versión definitiva cada comic book llevaba impreso en su cubierta una logoforma o “sello” con el texto: Approved by the Comics Code Autority; este “sello” servía de “garantía moral” de los contenidos ante los padres, educadores y otros responsables de la formación de los menores.

Para dirigir la oficina de la Comics Code Authority, y como consecuencia lógica de lo ocurrido hasta el momento, los miembros de la Comics Magazine Association of America eligieron y ofrecieron el puesto al Dr. Fredric Wertham. Pero éste rechazó la oferta y la CMAA contrató al juez Charles F. Murphy. Inicialmente, el apoyo a la nueva organización, al código y a la autocensura no fue unánime. Rehusaron adherirse las compañías Dell Publishing Co., Gilberton Publications, que editaba Classics Illustrated, y Entertainment Comics. En este último caso y ante las dificultades que el nuevo código respaldado por la CMAA, William Gaines cerró sus colecciones de cómics de crímenes y de terror, que sustituyó por nuevos títulos ( Piracy, Valor, Impact, Extra, etc.) para en 1955 salir del mercado del comic book y concentrarse en la edición de la revista MAD. Por el contrario, y según datos de Gerard Jones y Will Jacobs, tanto National Periodical Publications como Archie Comics dieron un entusiasta apoyo al Comics Code.

En conjunto la lucha entre las fuerzas de la moral y el orden, los educadores y los sicólogos, y la industria de los comic books se saldó con importantes pérdidas para ésta. Por un lado la pérdida de la credibilidad, ya que la industria quedó por muchos años bajo sospecha, por otro lado se produjo la desaparición de muchas editoriales menores (William Gaines señaló públicamente que la instauración de la Comics Code Autority y la aceptación de la autocensura por parte del sector había servido a las tendencias monopolistas de las compañías más importantes).

Pero, además, y según datos estadísticos aportados por Ron Goulart, las ventas descendieron drásticamente. Ejemplos: Lev Gleason Publications vendía en 1952 alrededor de 2.700.000 ejemplares mensuales de comic books, y en 1966 sus ventas mensuales habían bajado a 800.000 ejemplares; National Periodical Publications tenía en 1955 una venta global mensual de 10.500.000 ejemplares de comic books, que en 1957 había bajado a 6.200.000 ejemplares; mientras que los productos de Marvel Comics alcanzaban en 1953 una venta global mensual de 15.000.000 de ejemplares, y en 1958 solo vendían 4.600.000 ejemplares.

Por supuesto, las cifras son interpretables y en este caso hay que contar con los cambios que en la década de los cincuenta se producen en la sociedad norteamericana, con la competencia de la televisión, con las nuevas modas y tendencias, y, como no, con la pérdida de criterios y de sintonía con los lectores de los principales editores de la época. Todo ello sumado al descrédito sufrido por los comic books, que a su crónica argumentalmente endeble unen ahora los contenidos “light” que el Comics Code potencia e impone.

La Edad de Plata de los comic books

Tras arrastrar una lánguida existencia durante casi una década, la industria editorial de comic books experimenta un nuevo resurgir a partir de los años 60. Y lo logra gracias, sobre todo, a la revitalización del gé nero de superhéroes, sobre todo por la acción de dos grandes grupos, DC Comics y Marvel Comics, a los que acompañan otras Compañías editoriales cuyos comic books, sin alcanzar la fama de las primeras y su importancia, también contribuyen eficazmente a la reactivación de este segmento del mercado editorial norteamericano. Es el caso de Dell Comics, Gold Key, Harvey Comics, Charlton Comics, Archie Comics, Tower Comics, etc.

Son los años de la total imposición de la televisión en los Estados Unidos, de la carrera espacial, de Kennedy, del movimiento hippy, del feminismo activo, de las revueltas en los campus universitarios, de los movimientos de igualdad de los derechos civiles, de Malcom X y M. Luther King, de las drogas blandas y del LSD, de la transformación informática, de la guerra de Vietnam... etc., etc. Y la sociedad norteamericana está de nuevo en marcha aceleradamente, después del “parón” de años anteriores.    

La creación de nuevos y variados personajes, así como el nuevo enfoque dado al cómic de superhéroes, con unas fuertes connotaciones sociológicas que se corresponden con el cambio que la sociedad norteamericana y la enorme movilidad que el grupo social experimentan en esta década, van a permitir y a favorecer un nuevo auge del comic book de superhéroes. A partir de ello se produce una nueva carrera editorial, cuyos principales hitos los marcan la aparición de nuevos personajes y comic books y a veces la reaparición de viejos superhéroes, no lo olvidemos.

A este período de renacimiento de los superhéroes se le ha llamado la Edad de Plata , como reminiscencia de los años dorados de los comic books, y algunos de sus principales hitos son: Legión of Superhéroes en Adventure Comics, 1958; Green Lantern en Showcase, 1959; Hawkman en The Brave and the Bold, 1960; Justice League of America, 1960; Flash, 1961; Fantastic Four, 1961; The Incredible Hulk, 1962; Thor en Journey into Mistery, 1962; Spiderman en Amazing Fantasy, 1962; Dr. Solar, 1962; Iron Man en Tales of Suspense, 1963; Dr. Strange en Strange Tales, 1963; The Avengers, 1963; X-Men, 1963; Hawkman en Mystery in Space, 1963; reaparición de El Capitán América en Avengers, 1964; Daredevil, 1964; Teen Titans en The Brave and the Bold, 1964; reaparición de Blue Beetle, 1964; THUNDER Agents, 1965; Silver Surfer en Fantastic Four, 1966; etc., etc., etc.

También en esta década –y es un dato a destacar por lo que supone la comparación con los superhéroes– se inicia la corriente estética e ideológica del cómic underground (confirmada por la edición en 1967 del comic book Zap Comix), que contribuirá de forma importante a la creación del mercado de venta directa.

Desde los años 60 los comic books de superhéroes alcanzarán un nuevo auge editorial en las décadas de los 70 y los 80. Nuevas generaciones de lectores se incorporan al fandom, mientras que muchos de los primeros fans (aficionados incondicionales más que lectores) de décadas anteriores se integran en estos años en la industria editorial del cómic como escritores, Portada de Atom, de DC Comics / Warner Communications dibujantes, técnicos y ejecutivos de la misma. También en estos años aparecen las compañías llamadas “independientes” (Pacific, Eclipse, First, etc.), que abren nuevos segmentos de mercado y nuevas formas de venta apoyándose en las comic shops (librerías especializadas en la venta de cómics)

El renacimiento industrial y comercial del comic book hará que la edición de estas publicaciones (siempre sobre todo las de superhéroes) alcance cifras espectaculares. Es ahora cuando las tiradas de un comic book de interés medio llegan frecuentemente a los 100.000 ejemplares, mientras que las colecciones que logran posiciones estables en el mercado alcanzan tiradas mensuales de 200.000 y 300.000 ejemplares. Hasta llegar a los varios títulos de mayor éxito, que logran tiradas que oscilan arriba y abajo entorno a los 900.000 ejemplares, caso, por ejemplo, de The Uncanny X-Men (La Patrulla X). Por supuesto son cifras sólo del mercado norteamericano, y a ellas hay que sumar el total de las tiradas de las múltiples ediciones nacionales realizadas en los países de Europa, Centro y Sudamérica, Asia y Oriente.

En apenas treinta años el mundo cambia radicalmente en todos los aspectos. Entran nuevos capitales en la industria editorial y progresivamente se impone el concepto y la filosofía del “entertainment” sobre la del “editing”. La mercadotecnia se impondrá rápidamente y los departamentos comerciales de las compañías de comic books tendrán cada vez mayor voz y poder sobre los editores, determinando muchas veces las líneas editoriales y sobre todo los lanzamientos.

Las grandes compañías que dominan la mayor parte del mercado serán las más afectadas por los nuevos planteamientos comerciales y de negocio. En 1968 National Periodical Publications es absorbida por Kinney National Service, una compañía inmobiliaria, con negocios en áreas de parking y funerarias, que mantendrá diversos intereses en la industria de las comunicaciones y que en 1971 se integrará en el grupo Warner Communications llevando consigo a National Periodical. Es entonces cuando la editorial decana de los comic books pasa a llamarse DC Comics como marca editorial.

A finales de los años 80 Marvel Comics caerá en poder de una serie de financieros, que convertirán sus activos (y su futuro) en acciones y la harán cotizar en Bolsa, lanzándose a una serie de grandes operaciones de absorciones y fusiones con otras compañías. Hasta llegar a una espectacular quiebra que, retrospectivamente y con la objetividad que da el tiempo, permite calificar los años noventa como “la década ominosa” de Marvel.

Por su parte, Warner Comunications seguirá en estos años una política ecléctica, en la que apuesta por la competencia editorial en una carrera sin límites que considera más importantes los beneficios que los derechos de los personajes de DC Comics pueden generar gracias al desarrollo de líneas editoriales subsidiarias (trading-cards, pósters, juegos de rol, etc.) así como una variada gama de productos de merchandising. Y especialmente por la explotación cinematográfica, televisiva, audiovisual y pronto informática. Con ejemplos y éxitos tan importantes como las películas de Superman y las de Batman. Y nuevos puntos de venta como las tiendas Warner y ahora los parques temáticos...

Por el contrario, la agresiva política comercial seguida por los financieros y especuladores que controlaban Marvel, llevó a esta compañía a un espectacular crecimiento del negocio en el sector editorial. Con episodios espectaculares provocados por su departamento comercial en momentos concretos, gracias a la manipulación del mercado.

El mejor ejemplo es el lanzamiento de la nueva colección de Spiderman, realizada por Todd McFarlane, cuyo número uno obtuvo en 1990 ventas de más de un millón de ejemplares (algunos exégetas hablan de hasta dos millones y se ha especulado con los tres millones de venta) gracias a una publicidad que estimuló el coleccionismo y el acaparamiento de ejemplares para su posterior reventa, en sus variantes de hasta ocho presentaciones y cubiertas (silver edition, silver bagged edition, regular edition, gold edition, platinum edition, etc... siempre del número uno), alguna de ellas reimpresa dos y hasta tres veces.

Pero el crecimiento de las ventas estimulado por toda clase de trucos y variantes formales no quiere decir que Marvel –ni tampoco las otras compañías editoriales de comic books de aquellos años– operase desde infraestructuras económicas más sólidas que en etapas anteriores, con una base que permitiese lograr un desarrollo futuro creciente y sostenido de la industria del comic book.

De la industria editorial a la industria del entretenimiento

Durante estas décadas, y especialmente en los años 90, abundan las maniobras de marketing que dejan de lado al lector convencional, fiel y constante, para estimular la venta compulsiva de los comic books como mercancía de moda, coleccionable, siguiendo una política de “tierra quemada” en la que los títulos que pierden ventas son sustituidos inmediatamente por títulos nuevos, con un aluvión de personajes y colecciones que desbordan los puntos de venta y la atención de los lectores. Al mismo tiempo se potencian al máximo líneas de productos que ya existían, y que ahora se intenta convertir en nuevos filones de rendimientos inmediatos y crecientes, promoviendo explotaciones subsidiarias de los superhéroes.

No es nada nuevo ni original ya que en definitiva y comparativamente esta “filosofía comercial” se asemeja mucho a la de las empresas europeas de fascículos y coleccionables: crear productos rápidos, fáciles y atractivos visualmente, empaquetarlos en papeles brillantes y colores esplendorosos, apoyarse siempre que sea posible en otros medios (de preferencia el televisivo), reforzar los lanzamientos con “premios” (regalos de objetos inútiles coleccionables, cubiertas especiales, precio de venta más bajo en el número uno, descuentos a los vendedores e intermediarios, etc.), realizar ventas rápidas e intentar conseguir beneficios en la primera distribución... Y repetir una y otra vez el proceso con nuevos títulos y colecciones.

Así, no es bastante con la pérdida del rumbo editorial y el error que supone el centrarse en el beneficio rápido. Además, una mayoría de las compañías editoriales norteamericanas de comic books de los años 90 olvidaron, o ni siquiera vieron, la competencia feroz que las nuevas tecnologías de la comunicación, y sobre todo las nuevas ofertas alternativas que el “universo del entertainment” que habían colaborado a crear estaba ofreciendo. Todo ello en momentos en que los cambios culturales, sociales, tecnológicos, económicos y de poder estaban reconfigurando el mundo.

En el conjunto de elementos que han contribuido a la actual globalización hay que contar con el papel jugado por los mass media. En la industria cultural, los comic books han jugado un doble papel de caballo de Troya respecto a las culturas de otros países.

Primero por la generalización de un tipo de negocio editorial que ofrece los beneficios de una producción fácil y barata, basada en la comercialización de los derechos de unas obras preexistentes, con inversiones pequeñas y riesgos mínimos, lo que ha permitido la implantación de este modelo editorial en numerosos mercados nacionales a costa de los cómics de producción propia, que en muchos países han desaparecido o han quedado relegados a una posición secundaria. Segundo por la difusión que los comic books hacen de modelos y pautas culturales generados según las necesidades y aspiraciones del grupo social medio norteamericano.

No importa que hoy trabajen para las compañías americanas de comic books de superhéroes dibujantes ingleses, españoles, italianos, yugoslavos y de otras procedencias. También lo hicieron antes dibujantes filipinos y sudamericanos. Lo que cuenta es que su trabajo queda homogeneizado por los dictados de la industria editorial norteamericana, que integra en su canon las aportaciones de los dibujantes de otros países, los cuales aceptan rendir su trabajo al concepto global de los personajes y de la política editorial de la compañía propietaria de los mismos.

Ciertamente hay distinciones gráficas claras. Un dibujante lo hará mejor que otro hasta el punto de que su trabajo será más comercial, incluso generando culto por parte de los aficionados y seguidores del personaje que dibuja. Incluso puede que sea el propio dibujante el que genere culto y sus admiradores le sigan de uno a otro personaje que dibuje (ahí la categoría de hot artist que los aficionados norteamericanos conceden a determinados dibujantes). Y es ciertamente posible que el dibujante así distinguido no sea norteamericano, tal es el caso del español Carlos Pacheco, hoy valorado en los Estados Unidos como uno de sus más importantes, mejores y más admirados artistas de los comic books.

Pero, finalmente, todos dibujarán los mismos personajes y superhéroes, que son intercambiables de uno a otro dibujante, y será la compañía editorial propietaria de los derechos de reproducción quien imponga, si es necesario, los criterios últimos a los que responderán las historias protagonizadas por los superhéroes. Que en definitiva serán los criterios imperantes en la sociedad americana y dentro de los límites que dicha sociedad, y sus vigilantes, marca.

En definitiva la industria cultural se limitará a hacer lo que conviene. Y no cabe olvidar que los cómics de superhéroes se realizan y editan para los lectores de los Estados Unidos. Y que los comic books de superhéroes que lee un español o un italiano, un alemán o un turco, un francés o un inglés, un griego, un portugués, un argentino, un japonés, un australiano, un sueco, un brasileño, un mejicano o polaco, son los mismos que poco antes han leído los niños y adolescentes norteamericanos. Con los mismos contenidos, los mismos mensajes y la misma filosofía de vida.  

Al fin y al cabo y desde la posición subsidiaria que nuestra realidad como súbditos del Imperio nos impone, solo queda concluir con los profesionales más lúcidos: “Es la Industria...”

[ Continuará en el texto “La realidad invade el universo de los superhéroes, 11 S” ]


  Antonio Martín es Titulado en Historia Contemporánea y Periodismo por la Universidad Central de Madrid, Técnico en Prensa Infantil por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, e Historiador de la prensa infantil y juvenil y de los tebeos españoles. Fue Director Editorial de Planeta-DeAgostini / Ediciones Forum desde 1982 a 2001. Hoy es técnico editorial, fundador de Editores Asociados y, también, miembro de GELPI, Grupo de estudios de las literaturas populares y de la imagen.


[ © 2002 A. Martín, miembro del GELPI / Grupo de Estudio de las Literaturas Populares y de la Imagen ] [ Página web publicada en Tebeosfera 020430 ]