EDITORIAL MARCO. HÉROES DE MANDOBLE Y ESTOCADA
PACO BAENA

Title:
Editorial Marco. Stab and longsword heroes
Resumen / Abstract:
En este artículo se describen y analizan los tebeos de acción aventurera protagonizados por espadachines y héroes de la época medieval, deteniéndose el autor en dos figuras capitales de este tipo de tebeos: el guionista J. B. Artés y el dibujante Martínez Osete. / This article describes and analyzes the action-adventurous comics of Editorial Marco, starring swordsmen and heroes from the medieval period. The author, focusing on this corpus, studies two capital figures of this type of comics: the scriptwriter J. B. Artés and the artist Martínez Osete.
Notas: Texto recibido el 11 de enero de 2024. Aceptado el 26 de enero.
Palabras clave / Keywords:
Editorial Marco, Cómic clásico de aventuras, Medievo, Martínez Osete, J. B. Artés/ Editorial Marco, Classic adventure comics, Middle Age, Martínez Osete, J. B. Artés

EDITORIAL MARCO. HÉROES DE MANDOBLE Y ESTOCADA

 

Editorial Marco inició su andadura en el tebeo en los primeros años veinte del pasado siglo en Barcelona, aunque todo apunta que su labor editorial pudo producirse varios años antes. Durante varias décadas abanderó, junto a El Gato Negro, la producción de tebeos en España a través de innumerables semanarios. Su otra gran baza editora fue el folletín, donde tuvo infinidad de competidores, entre ellos nuevamente El Gato Negro, Librería Granada, Vecchi (mas tarde Hispano Americana), entre otros.

Los inicios folletinescos de Marco ya presagiaban un espíritu aventurero muy por encima del de sus competidores. Dotando a muchas de sus publicaciones de un carácter formal del dibujo que luego, en la posguerra, tendría continuidad en el tebeo de aventuras y donde cabe destacar la figura de Marc Farell, autor hiperactivo tanto en el folletín como en las páginas realistas de semanarios como La Risa, Rin Tin Tin o Don Tito, junto a un jovencísimo Francisco Darnís que daba aquí sus primeros pasos como creador gráfico. En la parcela del folletín cabe destacar títulos como Pieles rojas contra blancos; El último vampiro; Sitting-Bull, el último piel roja; Un viaje al planeta Marte;

Los vampiros del aire; Mark-Wan el invencible; Dick Navarro, o El Corsario X, entre otros. Todos ellos aparecidos en la década de los treinta. 

Marco será recordada como una editorial modesta y algo pedestre en sus inicios, en los que recurrió a todo tipo de manejos para dotar de contenido a sus publicaciones, llegando incluso a solicitar de sus dibujantes el calco de muchos trabajos foráneos para evitar el pago de regalías. Pero, sobre todo, Marco fue una editora perspicaz e hiperactiva, que supo alternar como pocas los géneros o fuentes de mayor aceptación popular: el humor, el cine y, especialmente, la aventura. Una editora fiel con sus colaboradores, como prueba que varios de ellos, Emili Boix, Francisco Darnís, Marc Farell, Martínez Osete, J. Rizo, etc., estuvieran ligados a la empresa durante décadas. Capaz de lo peor —como hemos comentado— y de lo mejor, con cabeceras de gran atractivo y brillante puesta en escena, especialmente en el tebeo de posguerra. Todo ello en un mercado fragmentado como pocos, con una competencia de enorme poderío: Hispano Americana, Valenciana, Cliper, Bruguera y Toray, principalmente, fueron sus grandes competidores en ese periodo dulce del cuaderno aventurero, que podríamos situar entre 1943 y 1960. Pero Marco, desde su modesta estructura y, por qué no decirlo, desde la chapuza en momentos puntuales, supo hacer frente a la situación con ingenio y valentía, con ese pálpito editor que señala el camino a seguir. 

A Marco le cabe el honor de haber apadrinado o consolidado a creadores del nivel de Francisco Darnís, Emilio Boix, Alfons Figueras, Boixcar, Raf o el mismísimo Francisco Ibáñez, entre otros. Sin olvidarnos del padre de El Guerrero del Antifaz, Manuel Gago, que vio aquí publicado su primer trabajo. Aunque en 1943, año en el que fue editada esa primitiva creación de Gago, titulada Viriato, la firma del autor llevaba un par de años presente en el mercado.

Viriato y la destrucción de Numancia

Probablemente el sello fundado por Tomás Marco Debón haya pasado a la historia como la casa editora de La Risa. Y no precisamente por su posicionamiento inicial en la parcela del humor, sino por haber dado vida gráfica al semanario del mismo nombre que a la postre sería su santo y seña, un marchamo de garantía del que Marco se mostró siempre orgullosa. Una revista que, en su primera etapa, se mantuvo trece años en los quioscos, con alrededor de 650 números publicados.

 

Espadas justicieras

Ciñéndonos ya a la parcela que tratamos de abordar aquí, la de la aventura selvática, medieval y palaciega, la de capa y espada, tan presente en la literatura y el cine, por arte de Walter Scott, Alejandro Dumas, Julio Verne, Sabatini y E. R. Burroughs, entre otros, tenemos que remontarnos a 1930. En ese año, Marco decide apostar por una colección de trazo realista titulada Grandes figuras de la leyenda y de la historia, realizada en lo gráfico por Marc Farell, dibujante que había iniciado dos años antes su colaboración con la editorial en el semanario Rin Tin Tin. Una colección de cuadernos monográficos de corto recorrido (solo seis números), dedicados a personajes de la historia y la mitología, con El Cid Campeador, Juana de Arco y Hércules como protagonistas de la épica.

El corto alcance de la colección nada tuvo que ver con una escasez de valores visuales. Farell mostró aquí el trazo vigoroso del que venía haciendo gala desde su llegada a la editorial. Algo estático, sí, pero no menos que el de cualquiera de las páginas realistas que aparecían en los semanarios de entonces. Tal vez lo extenso de los textos al pie de las viñetas, unidos a un modelo de producto —cuadernillo con principio y final— poco habitual en el mercado, fuesen el motivo de su precipitado final. Marco tomó nota, como otras editoriales lo habían hecho antes —véase Buigas, Mercurio o Heras— y dejó las probaturas para mejor ocasión.

Fue ya en 1940, con los escombros de una guerra aún por barrer, cuando Marco apostó de forma decidida por el tebeo de aventuras. Las resonancias del cine y de la novela aventurera (Scott, Dumas, Verne, Sabatini, etc.) constituyeron la mayor fuente de inspiración del cuadernillo de posguerra. También la llegada de los héroes del cómic estadounidense, recién aparecidos en nuestro mercado de la mano de Hispano Americana, con Flash Gordon y El Hombre Enmascarado como principales estrellas.

La experiencia acumulada por Marco en los semanarios de anteguerra —muchos de ellos publicaron historietas realistas de corte fantástico— facilitó las cosas. La guerra por labrarse un futuro en el mercado de la historieta fue cruenta, con un gigante llamado Hispano Americana que amenazaba con monopolizar el cuaderno de aventuras. La editorial tardó muy poco en reaccionar, amparando su incursión en ese nuevo mercado que se abría a gritos con una colección de colecciones titulada Colección Gráfica Biblioteca “La Risa”, con la clara intención de asociar estos nuevos cuadernos a su buque insignia, el semanario La Risa Infantil, que, como hemos comentado anteriormente, venía publicándose desde 1924. Parecía una sabia elección, un sello de garantía. O quizá no lo fuese tanto, ya que conforme avanzaba la serie esta fue perdiendo parte de su denominación inicial. Primero fue despojada del calificativo “infantil”, y más tarde del supuesto sello de garantía, “La Risa”, para quedar señalada por siempre como Gran Colección de Aventuras Gráficas, nombre mucho más atinado, pues tuvo que dar cobijo a subseries que más que risa daban miedo: Los Vampiros del aire, Lucio Crin, Jaime Bazán, Mario del mar y un largo etcétera, en los que no faltaron un par de personajes de lo más popular en aquel momento: El Capitán Blood y Dick Turpin, dos espadachines de alta escuela desarrollados gráficamente por el entonces ya maestro Francisco Darnís.

Dick Turpín en El Fantasma del Castillo

Luego sería el turno de otras dos creaciones: “Sitio de Zamora” y “Viriato, la destrucción de Numancia”, englobadas bajo el título genérico de Historia de España, en las que la acción discurría por dos momentos de la historia bien diferenciados: la edad media, con el asedio del rey Sancho a la ciudad zamorana, y la época antigua, representada en la gesta de Viriato. Con autorías gráficas de Darnís y Manuel Gago, respectivamente.

Aunque la colección —que parecía más fruto de la improvisación que de una voluntad concreta de Marco por incluir en su catálogo una cabecera histórico-nacionalista— no pasó de esos dos cuadernos. Dos títulos, dos tamaños, dos paginaciones interiores (una de diez páginas y otra de dieciséis) y dos autores: uno que acumulaba un largo camino entre viñetas (Darnís) y otro que se asomaba a ellas por primera vez (Manuel Gago). “Viriato”, el cuaderno de Gago, había dormido largo tiempo en los cajones de la editorial. Su creación se remontaba al menos a un año antes, cuando el joven Manuel se hallaba convaleciente de una grave enfermedad anhelando alcanzar prosperidad artística en el medio. Esas iniciales ansias de Gago se habían traducido en un par de primerizos trabajos, que luego fueron remitidos por el autor a dos de las editoriales más activas del momento (Marco e Hispano Americana), con la esperanza de verlos publicados.

Las siguientes colecciones en el terreno que nos ocupa llegarían de la mano y la imaginación de Boixcar, que había debutado en la editorial solo dos años antes. Una colección de capa y espada, titulada El Caballero Negro (1945), y un péplum de nombre Orlán, el luchador invencible (1947). El primero desarrolla su acción en 1675 y cuenta la historia de un amor prohibido entre Ricardo Grundewald (el protagonista) y la bella Isabel Redone, hija de un importante lord que se opone a la relación de la pareja. Ya saben, destierros forzados, enmascaramientos, persecuciones, venganzas…, hasta que la justicia prevalece.

El Caballero Negro nº 18

A pesar del buen trabajo de Boixcar y de la excelencia trepidante del guion, la colección no tuvo el éxito esperado, y Marco la cerró en el cuaderno número 18. Sin embargo, todo hacía suponer una segunda serie, al menos eso es lo que se anunciaba en la viñeta final de la colección. Pero lo que la editorial presentó a continuación no fue un lord, sino un nuevo héroe que respondía al nombre de El Puma, un personaje fascinante que debemos dejar de lado, pues no forma parte del asunto que aquí nos ocupa.

Luego llegaría el turno de Orlán, el Luchador Invencible, un valiente vikingo enfrentado a las tropas invasoras del emperador Nerón. Con un Boixcar que evolucionaba a pasos agigantados, mostrando ya madurez y dinamismo, pero lejano aún del trazo estilizado y gallardo tan característico de la obra que más tarde engendraría en Toray. Sería la última de las colaboraciones de Boixcar con la editorial.

Orlán el luchador invencible, nº 3

Entre ambas cabeceras, Marco probó suerte con una nueva colección titulada El Capitán Enigma (1946), con Emilio Boix al frente del guion y también de la parte gráfica, en un cambio de registro sorprendente cuando se hallaba en medio de una vorágine autoral de exitosas cabeceras al más puro estilo slapstick, como eran Hipo, Monito y Fifi; Cartapacio y Seguidilla, y Pirulo y Tontolote. Un héroe enmascarado, de personalidad desdoblada, cuya indumentaria recordaba a la imagen del Dick Turpin popularizada por el cine y las novelas. Una historia en la que los piratas eran los buenos y los nobles los malos. El Capitán Enigma, que no era otro que el pusilánime marqués de las Rosas, comanda un barco pirata con un único objetivo: robar a los ricos y repartir el botín entre los pobres. Quizá el mayor atractivo hoy de la colección sea comprobar la desenvoltura y oficio de un autor de extremado trazo humorístico dando forma a una colección de trazo realista.

El Capitán Enigma

Entre 1945 y 1947, Marco probó suerte importando varias creaciones del mercado francés, entre las que se encontraba El Capitán Fantasma (Capitaine Fantôme, 1947), con guion de Cazanave y dibujos de Marijac (Jacques Dumas), que contó con la colaboración de Emilio Boix en alguna de las portadas. El protagonista central, sorprendentemente, no era un héroe justiciero al uso, sino un malvado de tomo y lomo, un espectro de maldad en línea fantasmal con La Sombra, el personaje de Maxwell Grant del pulp americano popularizado aquí por Editorial Molino. Por primera vez en España —que sepamos— un antagonista acaparaba el título de una cabecera. No sabemos el motivo de su prematuro final —solo cuatro cuadernos—, pero tanto el reducido tamaño de las viñetas como una deplorable calidad de impresión debieron condicionar su vuelo. Amén de un protagonista que no cumplía precisamente con los postulados de un héroe.

El Capitán Fantasma

En 1948 encontramos otra cabecera, El Capitán Leónuna de romanos, como se solía decir—. Por ese tiempo, el nombre de Gago y su Guerrero del Antifaz dominaban con holgura la parcela del cuaderno aventurero, de manera que Marco decidió contratar a Gago para esta aventura. Pero no a Manuel, sino a su hermano Pedro, que no era precisamente un dechado de virtudes con el dibujo. De hecho, fue el primero y único de los trabajos seriados de este aspirante a autor. Un péplum cargado de traiciones, venganzas e intrigas palaciegas. Otro hermano, Pablo, sería el artífice del guion. Fue la primera colección en formato cuadernillo en situar la acción en la Roma antigua, género al que Manuel Gago rendiría posteriormente pleitesía con series como El Libertador (Garga, 1950) y El Defensor de la Cruz (Maga, 1956).  

El Capitán León

El dúo que lo cambió todo

Marco transitaba por el cuaderno aventurero como pollo sin cabeza. Todos sus intentos acababan abortados prematuramente, no llegando a sobrepasar ninguno más allá de veinticuatro ejemplares. Todo lo contrario de lo que sucedía con otras publicaciones de la editorial, como las situadas en el segmento humorístico —con un Emilio Boix estelar— o en el de hadas —con Rosa Galcerán como gran madrina—. Pero todo cambiaría hacia 1951, año en el que coinciden en la editorial una pareja de creadores que marcaría en adelante el devenir de Marco. Una especie de Dúo Dinámico de la historieta que no solo dinamizó a la editora, sino a todo el sector. ¡Y de qué manera! Sus nombres: Joaquín Berenguer Artés (Montcada y Reixach, 1924) y Martínez Osete (Totana, 1921). La pareja había coincidido —y colaborado— cuatro años antes en la pujante Toray, editorial a la que J. B. Artés —nombre de guerra del guionista— ya había ofrecido varios relatos de enorme trascendencia comercial, entre ellos El Diablo de los Mares —su primer guion— y Zarpa de León, ambas conducidas en lo gráfico por quien era su cuñado, el inolvidable y sin embargo olvidado Ferrando, la persona que le animó a escribir guiones cuando Artés trabajaba en una fragua.

La importancia de J. B. Artés en el renacer de Marco fue decisiva —en adelante, la mayoría de las cabeceras de la editorial llevarían su sello literario—. El guionista se había estrenado en Marco un año antes, en 1950, con un guion basado en la vida de Juana de Arco. Un tomo de cien páginas, con dibujos de Jaime Juez y portada de Rosa Galcerán, que narra las hazañas de esta campesina francesa destinada a salvar a Francia del enemigo invasor espada en mano. Y no menos decisiva fue la aportación del omnipresente, pulcro, estiloso y camaleónico Martínez Osete, autor de enorme trascendencia sectorial durante el tiempo que estuvo en activo. Dotado de una versatilidad, oficio y humildad sin parangón, Martínez Osete fue para Marco algo así como Manuel Gago para Valenciana, un armario sin fondo donde depositar tantos encargos —y, en el caso de Martínez Osete, también estilos— como fuesen necesarios. Ahí van solo unos cuantos ejemplos: Castor el Invencible (1951), El Puma (1952), Lucha de Razas (1952), Red Dixon (1954)… La lista sería interminable.

Juana de Arco
Castor el Invencible

El Príncipe Dani sería el primer personaje en encabezar la retahíla de colecciones que el dúo Artés/Martínez produciría a continuación dentro de la parcela que nos ocupa. El primero también de todo el sector en ostentar un título nobiliario. Una trama situada en la alta edad media, cuya primera viñeta rezaba así: «Solo en la adversidad supo hacer frente a todos los peligros que le acecharon. Luchó sin descanso por recuperar el trono que le fue robado, vengando a los suyos y protegiendo a los oprimidos. Esta es la historia de las hazañas del Príncipe Dani. En mayo de 1342...». Nada nuevo bajo el sol, ni bajo el manto del tebeo, pero un personaje golpeado por un entorno hostil y clamando venganza era siempre un marchamo de garantía. El Príncipe Dani, acompañado de su exótico y fiel servidor Hamed, vivirá múltiples vicisitudes antes de poder vengar la muerte de su padre, el rey, dentro de una trama laberíntica de lucha sin cuartel espada en mano. En el cuaderno número 28 Dani se despedirá de los lectores no ya como príncipe, sino como soberano. 

Un doble enemigo nº 15

Excelente el trazo de Martínez, fresco y limpio, quizás algo afectado o no liberado por completo de ese ir y venir de estilos como entintador, pero glamoroso, superior al de otras colecciones precedentes como fueron La Máscara de los Dientes Blancos (1948) y El Silencioso (1949), ambas editadas por Grafidea. Influenciado sobremanera por el trazo belicoso y personalísimo de Ferrando, de quien heredó modos y hechuras narrativas, no en balde entintó para este autor dos de las cabeceras más sobresalientes del sello de Toray anteriormente comentadas, El Diablo de los Mares y Zarpa de León. También hizo de negro, en la tinta, claro, para dibujantes como Iranzo y su Capitán Coraje o Ambrós y su Jinete Fantasma, colección esta última para la que llegó a dibujar en solitario algún que otro cuaderno.

Ese mismo año, 1951, y dentro de las tentativas de Marco en la búsqueda de autores que pudieran sacarla definitivamente del atasco comercial que estaba sufriendo con el cuaderno de aventuras, vio la luz —aunque poca, sólo doce cuadernos— otra cabecera titulada El Vengador, con dibujos de un incipiente Tomás Marco, que, por cierto, era familia del editor del mismo nombre. Pero ni por esas, otra colección abortada prematuramente por méritos propios; o, mejor dicho, por deméritos. Un guion poco elaborado, con una prosa indigesta, dificultada aún más por la falta de textos de apoyo, en la que un espadachín enmascarado daba buena cuenta de las hordas piratas. Tampoco el dibujo rayó a gran altura, a pesar del aparente esmero de Tomás Marco. Así que la empresa, en adelante, se encomendó al mencionado dúo, que ya había emitido buenas vibraciones con su Príncipe Dani.   

La siguiente espada justiciera tuvo como amo y señor a Castor el Invencible (1951), protagonista de una historia cuya acción transcurre en el año 762, en la alta edad media, cuando tribus germánicas han invadido el reino de Galia. Con un inicio de historia de lo más truculento, en la que el niño Castor, que cuenta solo seis años, salva a una niña después de que el invasor haya asesinado a sus padres: primero, al rey Higinio, y más tarde, a su esposa, atravesada por la flecha de un soldado que la persigue cuando intenta huir a caballo para poner a salvo a su pequeña.   

Colección de ritmo trepidante, a la que Martínez se aplica con mimo, especialmente en la composición y cromatismo de las portadas, en un ejercicio de recuperación de las que unos años atrás había diseñado Ferrando para Zarpa de León. Y es que la huella de Ferrando fue profunda y duradera en el modo de hacer de los primeros años del autor. Desde el primer número, el guion (Artés) predispone al lector a seguir leyendo en busca de un desenlace a la promesa que el joven Castor hace a sus padres cuando encuentra la flecha que ha matado a la madre de la pequeña. Su padre le pide el dardo asesino, y el chiquillo se niega a entregarlo: «No, algún día me haré grande y con esta misma flecha mataré a aquel soldado». Una trama muy bizarra y un recorrido de 48 cuadernos, que no estaba nada mal, dados los antecedentes editoriales en esta parcela.

Más tarde, en 1955, la editora decide editar dos cabeceras, de generoso tamaño, que fueron tituladas Colección Gigante y Héroes y maravillas del mundo. La primera fue presentada en relatos monográficos, ocho en total. Dos de ellos desarrollados en el terreno que nos ocupa, “Terror en el océano” —con la espada de protagonista—, una historia desarrollada en 1590, bajo el reinado de Felipe II, cuando los barcos españoles que llegaban de las Américas cargados de tesoros eran abordados por corsarios ingleses y franceses. El otro, “Randall de los Rifles Africanos”, tuvo por escenario la selva africana, con el regimiento colonial británico King’s African Rifles (1902-1964) como eje central de la aventura. La segunda colección, Héroes y maravillas del mundo, parecía en un principio un proyecto ambicioso, destinado a mostrar a un elenco de importantes personajes de la historia, pero finalmente solo alcanzó a presentar a uno, Alejandro Magno, que se llevó los cuatro cuadernos con que contó la colección.

Tanto en una como en otra, Martínez se mostraba como un autor maduro, en todo su esplendor visual, con portadas de suma pulcritud y generosidad en los detalles. Y con un valor diferencial: varias viñetas en color ocupando más de la mitad de la portada a modo de inicio del relato. Quizá el precio de una y otra colección (dos pesetas) condicionó lo suyo. Pasar de una peseta, que era el precio de un cuaderno habitual a mitad de la década de los años cincuenta (Lucha de Razas, El Puma, Red Dixon, etc.), era un envite al lector, un freno que cortó en seco la trayectoria de ambas colecciones.

El poder de la Sayaka nº 23

También en este mismo año tuvo lugar otro alumbramiento editorial de la pareja Artés/Martínez. Esta vez el precio del cuaderno era de cincuenta céntimos: algo inaudito a esas alturas del mercado. Aunque con solo siete páginas interiores, tres menos de las habituales. Y, nuevamente, en un formato nada convencional —a medio camino entre el cuaderno normal y el de bolsillo—, como si Marco tratara de diferenciarse de su competencia —que era mucha— a través del precio y de la forma. Nos referimos a El Caballero del Rey, una joyita del tebeo de esos años, con un protagonista juvenil, de solo quince años, que consigue ser nombrado caballero del rey de Inglaterra, después de haber salvado la vida de este. Lo mejor, sin duda, sus portadas, tan estilosas como las escenas de esgrima de muchas de ellas. Pese a todo, no pasó de veinte números.

El Caballero del Rey nº 1

En los tres o cuatro años siguientes, Marco pareció desconectar un tiempo del cuadernillo: tan solo dos colecciones, Rock Robot y Roy Baxter, ambas en 1957. Si bien es verdad que revistas como La Risa (1952) e Hipo, Monito y Fifi (1953) estaban funcionando de maravilla. Sin olvidar el éxito continuado de colecciones que venían de atrás, como El Puma (1953) y Red Dixon (1955), y que volvían una y otra vez al kiosco, reimpresión tras reimpresión. No sería hasta 1959 cuando el cuaderno aventurero volvería a tomar protagonismo. Hasta tres colecciones en ese año, las tres con espada de por medio: Cabeza de hierro, El Chacal y El Halcón Negro. Por primera vez en mucho tiempo una colección escapaba al control del dúo Artés/Martínez, Cabeza de hierro, que, como pueden imaginar por el título, tuvo en la testa su arma principal a la hora de impartir justicia; y no precisamente por el intelecto. Marco confió los mandos gráficos de la colección al exuberante y exótico trazo de Ripoll, autor que andaba por ahí picoteando alguna que otra página en el semanario La Risa. Además de Cabeza de hierro, una colección más atractiva —por título y portadas— que interesante, cabe destacar la ambición comercial que tanto Marco como los autores llevaron cabo con El Chacal, en un claro ejemplo de equipararse o acercarse a la colección de moda de ese tiempo: El Capitán Trueno. No tanto en la trama, situada en 1770, pero sí en el aspecto físico de los personajes: un trío protagonista compuesto por el héroe principal, El Chacal —bautizado así por sus propios enemigos—, el gigante Sansón y el jovenzuelo Torbellino, que unen sus destinos cuando viajan a bordo de un barco negrero que los transporta como esclavos.

El Chacal ataca nº 10

Pero el mayor ejercicio truenófilo de la colección radicó en el aspecto formal de los personajes, que parecían de carne y hueso, desenfadados y divertidos, aun en la adversidad. Simpáticos y risueños, incluso bromistas, en un claro ejercicio mimético con los códigos gráficos de Ambrós. Hasta tal punto quiso acercarse Martínez a ese Trueno burlón y optimista que en algún momento estuvo a punto de caer en la caricatura. Con todo, la colección ofrecía aciertos gráficos, llegando a plantear viñetas a toda página que daban fe de la madurez del autor.

Con El Halcón Negro, Artés y Martínez volvían la vista atrás, a la senda de su primer gran personaje, El Puma, que tantas alegrías había dado a la editora. Mismo escenario: México y sus luchas civiles y la Baja California del siglo XIX —Chihuahua y Hermosillo, respectivamente—; un gobernador ambicioso, dispuesto a recaudar impuestos entre las gentes más humildes a cualquier precio, y una trama expansiva que pasaba de los abusos y asesinatos de los soldados del gobernador a la recóndita civilización azteca y sus peligros. Todo ello aderezado con animales prehistóricos o deformes de todo tipo: dinosaurios, murciélagos y pulpos gigantes, etc. Tan solo la indumentaria del personaje se salía del guion: mientras el primero escondía su identidad bajo un disfraz —antifaz incluido—, el segundo se mostraba a cara descubierta, con un pañuelo en la cabeza a modo de pirata. Es decir, el mismo perro aunque con distinto collar, dicho esto sin ánimo de reproche. Si El Puma había funcionado, por qué no lo iba a hacer El Halcón Negro. Pero no, la colección no pudo rememorar los éxitos de su antecesora, porque los tiempos del cuadernillo ya no estaban para muchas alegrías. Martínez se mantuvo a la altura de las circunstancias, tanto en las portadas como en el interior, con un trazo cada vez más preciso y limpio.

El Halcón Negro, nº 1

Y llegamos a las dos últimas colecciones de este apartado: Thorik el invencible (1960) y Simba Kan (1961). Dos escenarios bien diferenciados, uno en territorio vikingo y otro en la Roma antigua. Ambas de gratísimo recuerdo personal. Editorial y autores parecían ser conscientes de la necesidad de hacer un esfuerzo creativo para escapar de los escombros que empezaban a instalarse en el cuaderno aventurero. Y lo hicieron, pero sin estrujarse mucho la cabeza. Así que trataron de asegurar el tiro encomendándose a éxitos pasados ajenos: los del niño de familia noble que es secuestrado y abandonado a una muerte segura y que finalmente será criado por fieras, que tanto éxito había deparado en películas como La corona de hierro (1941) o, en el ámbito del tebeo, en colecciones como Zarpa de León (Toray, 1949), entre otros. Los dos productos iniciaban el relato de forma muy similar —niño secuestrado y criado por lobos en una, y niño secuestrado y criado por leones en otra—. Aunque en el caso de la segunda (Simba Kan) los ingredientes de melodrama alcanzaban cotas que elevaban aún más la tragedia, ya que el niño león tenía un hermano al que tuvo que enfrentarse durante gran parte del relato sin que ninguno de los dos fuese consciente de esa hermandad. Un ingrediente, como los lectores de aquellos años recordarán, que tantas alegrías había proporcionado a Manuel Gago y su Guerrero del Antifaz, incluso a Yuky el temerario y Apache, las colecciones de Valenciana y Maga que también habían explorado esa senda cainita.  

Simba-Kan, Rey de los Leones
Thorik el invencible

Dos colecciones atractivas, ya desde las propias portadas, pero que a la postre correrían desigual suerte comercial. Mientras Thorik el invencible no pasó de veinte cuadernos —a pesar de que la editorial anunciaba una inminente segunda parte—, Simba Kan batió el récord de las cabeceras incluidas en este apartado: sesenta números. Todo un éxito que ponía colofón al cuaderno aventurero de esta sin par editora.

 

Conclusiones

¿Podríamos decir por todo lo expuesto que Marco fue una editorial eminentemente aventurera? Probablemente sí, pero no más, o no mucho más que sus principales competidoras en esos años: Hispano Americana, Valenciana, Grafidea, Toray e incluso Bruguera. Salvo Editorial Maga, que apostó decididamente por el tebeo de aventuras, el resto de editoriales, incluida Marco, no buscaron mayor diferenciación que la que podía proporcionarle el elenco de colaboradores habituales (dibujantes y guionistas), así como ciertos códigos corporativos o gráficos en la presentación de sus productos. El objetivo comercial común a todas ellas fue la transversalidad, tratar de estar representadas en la mayor parte de las variantes del negocio y sus respectivos targets. Aunque puestos a destacar una parcela concreta de la editora que nos ocupa, esta sería la de los tebeos infantiles, espacio que lideró holgadamente gracias, principalmente, al buen hacer de Emili Boix y Antonio Ayné. Tebeos hoy conocidos como “los Infantiles de Marco”, con cabeceras tan lúcidas y lucidas como Biblioteca especial para niños (con los personajes Hipo, Monito y Fifi); Colección Pipa (con Cartapacio y Seguidilla); Acrobática infantil (con Pirulo y Tontolote) y Narizan, entre otras.

Lo que sí buscó invariablemente Marco fue un posicionamiento comercial de perfil bajo, modesto y asequible, sabedor del valor que representaba para muchos bolsillos ofrecer productos a precio casi siempre por debajo de la media del mercado. Sin que por ello la calidad de sus tebeos se resintiera. Un objetivo difícil, que no siempre dio sus frutos –de ahí que muchas colecciones fuesen abortadas prematuramente–, pero que sirvió para situarla durante más de una década entre las preferidas del lector. Si no fue líder en el tebeo aventurero, algo que podría ser discutible, sí estuvo entre las más activas y exitosas.

Por último, un ruego al lector, a quien pido disculpe la benevolencia del análisis o la falta de crítica de este escrito hacia unos tebeos que, en mi modesta opinión, solo merecen parabienes y reconocimiento, porque su único objetivo era el de entretener, llevar un poco de diversión y esperanza, con la mayor dignidad posible, a los niños de aquellos tiempos oscuros. Y a fe que lo lograron.

 

Creación de la ficha (2024): Manuel Barrero
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
PACO BAENA (2024): "Editorial Marco. Héroes de mandoble y estocada", en Tebeosfera, tercera época, 25 (31-III-2024). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 29/IV/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/editorial_marco._heroes_de_mandoble_y_estocada.html